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LA LIBERTAD, SANCHO, ES UNO DE LOS MÁS PRECIOSOS DONES QUE A LOS HOMBRES DIERON LOS CIELOS; CON ELLA NO PUEDEN IGUALARSE LOS TESOROS QUE ENCIERRAN LA TIERRA Y EL MAR: POR LA LIBERTAD, ASÍ COMO POR LA HONRA, SE PUEDE Y DEBE AVENTURAR LA VIDA. (MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA) ¡VENEZUELA SOMOS TODOS! NO DEFENDEMOS POSICIONES PARTIDISTAS. ESTAMOS CON LA AUTENTICA UNIDAD DE LA ALTERNATIVA DEMOCRATICA
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jueves, 9 de julio de 2015

ÁNGEL LOMBARDI, LAUDATO SI: “EL CUIDO DE LA CASA COMÚN”

El Papa Francisco, al publicar esta Encíclica y ubicarla en la Tradición de las Encíclicas Sociales, en el contexto de la Doctrina Social de la Iglesia, asume un claro compromiso con la problemática ambiental que con toda seguridad se impondrá como el tema por excelencia del siglo XXI. Vivir con la Tierra, no solo en la Tierra. La Tierra es casa común de la familia humana y ésta es la novedad antigua de 2000 años, hijos del mismo padre y hermanados todos, es el mensaje evangélico. Estamos obligados a trascender la historia cainítica, por simple necesidad de sobrevivencia y cuidar el planeta, no solo habitarlo.

El Papa Francisco y la Iglesia lo han asumido de manera formal y conclusiva en esta Encíclica, enmarcada en la Tradición de la Iglesia y particularmente en ese santo moderno, San Francisco de Asís.
El Papa denuncia y alerta sobre el individualismo exacerbado y el consumismo como un fin en sí mismo, que ha permitido desarrollar unos modelos socio-económicos y políticos y una mentalidad que marchan en la dirección opuesta al Bien Común. En este sentido, en la Encíclica se nota la influencia marcada de Romano Guardini y su visión teológica, histórica y filosófica del mundo moderno. La Tierra por sí misma clama y multiplica el clamor de los pobres, los humillados y ofendidos de la historia que siguen en espera trágica de una justicia social que no termina de llegar. La Tierra y los pobres son descartables en la sociedad y la cultura del descarte y con ellos terminamos negando la casa común y nuestra obligación de construirla y mantenerla para todos como responsables de la misma, heredada en la línea de la Creación. La visión de los tiempos modernos, de los últimos dos siglos se continua desarrollando en la línea de anteriores Encíclicas y Documentos de la Iglesia, en donde si bien se admira y respeta la portentosa revolución tecno-científica, así como se avala todo lo que tiene que ver con el progreso humano, al mismo tiempo que se nos previene y alerta sobre los riesgos deshumanizantes del tecnocratismo y el progreso sin límites morales. Progreso fundamentado en una antropología autónoma de Dios y una cultura que todo lo relativiza y subordina al interés egoísta de personas, naciones y los grandes poderes políticos e intereses económicos que usufructúan las riquezas y el bienestar del planeta en una proporción de un 20% de satisfechos y un 80% de población en dificultades. El Papa Francisco está consciente del fenómeno de la globalización o mundialización, su inevitabilidad y beneficios, pero nos advierte sobre sus efectos negativos en lo que él llama la cultura de la indiferencia y lo descartable.
Esta Encíclica, en la Tradición de la Iglesia, propugna un humanismo que no debe ni puede prescindir de Dios, Alfa y Omega de la Creación en quien todo empieza y todo culmina.
La Madre-Hermana Tierra deja de ser un espacio a ocupar y dominar y se convierte en surco y semilla de la vida, espacio sagrado de la laboriosidad e inventiva humana. Francisco, de manera oportuna, ya que en diciembre se reúne en París una Cumbre mundial sobre el clima y cambios climáticos, coloca a los cristianos en el centro del debate inspirado en la Tradición y Doctrina y particularmente en la sensibilidad de Francisco de Asís, quien pudo escribir “El mundo como sacramento de comunión, como modo de compartir con Dios y con el prójimo en una escala global”.
Igualmente importante es el planteamiento que nos obliga a un cambio de mentalidad y paradigma con respecto a la ideología del progreso y del desarrollo, dominantes en los últimos 200 años, citando al Patriarca Ortodoxo Bartolomé I, “Hay que pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir, aprender a dar y no solamente a renunciar”.
Sacralizar la Tierra y la propia vida, cada vida particularizada y respetada como expresión de la voluntad del Creador de darle sentido y trascendencia a la Creación. “Todo está conectado… todo está relacionado”. Nuestro tiempo está inmerso en una crisis global socio-ambiental y las soluciones no pueden ser solo técnicas y coyunturales, estamos obligados a otra manera de ver las cosas y a generar, si así puede decirse, otra cultura, que permita devolverle a la Vida, el Cosmo y a la Tierra, el sentido grandioso de la Creación que nos obliga a una actitud de permanente agradecimiento y a asumir una responsabilidad más allá de nuestros intereses particulares.
Hermanados en su clamor de redención, los pobres y toda la tierra, clamor de liberación dice Leonardo Boff, y refiriéndose a la Encíclica establece como el gran desafío político, la posibilidad de conciliar los modelos de bienestar con la posibilidad real de bienestar para todos, al mismo tiempo que protegemos nuestra casa común.
En la Encíclica se aborda de manera fenomenológica realidades políticas y socio-económicas puntuales y de manera tangencial la problemática demográfica, que a mi juicio es la discusión pendiente, más allá de las tesis extremistas del natalismo a ultranzas y del miedo malthusiano. Los problemas reales nos obligan a enfrentarlos desde la Fe y la Razón y es que toda realidad, como diría Hegel, es racional, y si bien siempre se piensa que existen las soluciones posibles y necesarias, no se pueden obviar los límites morales que acompañan al ser humano.
El Papa Francisco entronca de manera dinámica y orgánica con el Magisterio eclesiástico y la Doctrina Social de la Iglesia, particularmente todo lo que se ha escrito y dicho a partir del Concilio Vaticano II, ese vasto movimiento de aggiornamento ecuménico y que ha permitido que la Iglesia peregrina en la historia y con la historia, asuma los desafíos de nuestro tiempo y el acompañamiento necesario que amerita la humanidad de hoy.
Angel Lombardi
alr.lombardi@gmail.com
@angellombardi

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domingo, 3 de mayo de 2015

ÁNGEL LOMBARDI, LA VÍA DEMOCRÁTICA

En la actual coyuntura, 2015, y en ciernes las importantes elecciones parlamentarias, se hace necesario reiterar el compromiso democrático de todos los sectores, así como la voluntad política de transitar un diálogo constructivo en una situación llena de dificultades pero que no puede desviarnos de los principios fundamentales del respeto, la convivencia y la paz. 

Para los sectores y factores que de una u otra manera aspiran a un cambio de gobierno, este año trae la posibilidad de iniciar un cambio político pacífico si la oposición logra ganar las elecciones parlamentarias a pesar de las desventajas conocidas como lo son un CNE parcializado y un gobierno que abusa de sus ventajas. 

Si hacemos un breve repaso  por los resultados electorales más importantes y dada la difícil situación económica y social y la disminución evidente del apoyo popular al gobierno, es razonable pensar que la oposición si hace bien las cosas pudiera ganar este proceso. Chávez en su mejor momento electoral gana la presidencia en 1998 con el 56.4% de la población (porcentaje parecido al triunfo de Lusinchi en 1983, 56.75% y al de CAP en 1988, 54.56%).

Para aprobar la nueva Constitución vía Referéndum, si bien se obtuvo un 80% de respaldo, pero la abstención se ubicó en 55.62%.

En la reelección del 2006, Chávez recibe el 54.42%, y en su tercera reelección, violando de manera flagrante la Constitución, obtuvo un 54.42%. Chávez gozó de un respaldo electoral importante y sin menoscabo de sus méritos personales, sin lugar a dudas, la bonanza petrolera y el populismo dadivoso tuvo mucho que ver con este respaldo. 

En la actual coyuntura, las cosas han cambiado de manera radical, con el fallecimiento del Presidente y la caída de los precios del petroleo la situación de Maduro y el oficialismo cada día luce más difícil y precaria. 

En ese sentido, Maduro es electo el 14 de abril del 2013, en un proceso electoral con fuertes dudas sobre los niveles de fraude y logra un 50.6% frente a  Capriles que a pesar de las desventajas logra un 49.1%. Todavía hoy, muchos piensas o dudan de la victoria del presidente Maduro. 

En sana lógica, si no hay un acontecimiento extraordinario, el gobierno seguirá deteriorándose en la misma medida que el país siga deteriorándose y en este sentido la crisis progresiva y casi terminal es inocultable. De allí que no es descabellado pensar en un posible triunfo de la oposición siempre y cuando vaya unida y sepa hacer las cosas bien.

La historia siempre depara sorpresas, pero las sorpresas no pueden ser anticipadas, de allí que en términos de racionalidad política no nos queda sino apostar a un proceso electoral, en donde la observación internacional es fundamental y que la oposición lícitamente puede aspirar a ganar.

Ángel Lombardi
alr.lombardi@gmail.com
@angellombardi

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viernes, 30 de enero de 2015

ÁNGEL LOMBARDI, LA REVOLUCIÓN SIN MENTIRAS

Esta insólita revolución bolivariana tiene su historia y su pre-historia, que se remonta a 1957, cuando el Partido Comunista de Venezuela (PCV), en la clandestinidad y en plena dictadura de Marcos Pérez Jiménez, decide como estrategia infiltrar las Fuerzas Armadas. Con la caída del dictador, el 23 de Enero de 1958, y el triunfo guerrillero en Cuba, el 01/01/1959, el proceso se intensifica y como consecuencia directa se da el Carupanazo y el Porteñazo. Fracasados ambos movimientos, igual que la insurgencia guerrillera, los partidos de izquierda se acogen a la política de pacificación y asumen los procesos electorales siempre desde la división interna y la fragmentación política y el ventajismo electoral del sistema, de allí que nunca superaron un 6% histórico de votos. 
A pesar de esta minoridad electoral, su influencia intelectual y política en los sectores académicos y juveniles universitarios era significativa. En este ambiente de marginalidad política y al mismo tiempo producto de la penetración de algunos sectores de la Fuerzas Armadas se empieza a desarrollar una logia conspirativa militar alrededor de 1983, fuertemente vinculada a los grupos de izquierda ya mencionados y cuyos nombres visibles eran Douglas Bravo, Luis Miquelena, Kleber Ramírez, José Vicente Rangel, y otros. Esta logia conspirativa alimentó durante toda la década de los 80 lo que mediáticamente se conocía como los COMACATES y que se fueron progresivamente haciendo visibles, especialmente después del Caracazo y los intentos golpistas de 1992 (4F y 27N). En aquel momento, ya visibilizados y victimizados, usufructuaron un sentimiento general de simpatía frente a su insurgencia y denuncia de la crisis que el país venía conociendo, así como por los abusos y excesos del bipartidismo. Los Ángeles Rebeldes, los llamo una periodista en un libro emblemático, consolidando su propio mito y potenciándolos como realidad política con un discurso difuso y confuso, pero eficaz para el momento y que se puede resumir en el juramento del Samán de Güere y el Árbol de las Tres Raíces (aprovechando el simbolismo de fuerte impacto psicológico en torno a tres nombres míticos, Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora).
Este proceso subversivo en las Fuerzas Armadas y sectores de la izquierda tradicional no es casual que coincida con el inicio visible y tangible de la crisis del sistema bipartidista y que empieza a hacerse presente de manera evidente con el llamado Viernes Negro de 1983 y el Caracazo de 1989. El ciclo inaugurado en 1945, con el golpe de Estado del 18 de Octubre, consolidado el 23 de Enero de 1958, se cierra en 1998 con el triunfo electoral de Chávez.
Ángel Lombardi
alr.lombardi@gmail.com
@angellombardi

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martes, 25 de noviembre de 2014

ÁNGEL LOMBARDI, REALIDAD Y UTOPÍA DE LA FRATERNIDAD EN AMÉRICA LATINA Y LA EDUCACIÓN COMO FACTOR DE IDENTIDAD, INTEGRACIÓN Y UNIDAD

ÁNGEL LOMBARDI
I
América, una idea difusa y confusa
  
América, para los europeos, de 1492 en adelante, es una idea difusa y confusa, proyección de todas las leyendas y mitos de la antigüedad, como la Atlántida y la Última Thule, hasta imaginarla como el paraíso terrenal, tal como lo expresa en algún momento la afiebrada mente medieval de Colón.

Los navegantes, exploradores y cronistas más lúcidos, poco a poco fueron reconociendo la realidad americana como un mundo nuevo. Definitivamente no eran las tierras de Oriente, Catay y Cipango, poyección fantástica de la mitología creada por Marco Polo. No había transcurrido medio siglo del llamado descubrimiento cuando era evidente que se trataba de un Orbe Novo, es decir, un nuevo continente, intuído y experimentado por mentes renacentistas, entre otros, como Américo Vespucci y Pedro Martyr de Anghieria, que aunque nunca estuvo en América, tenía el privilegio, como secretario de la Corte, de recibir y procesar casi toda la correspondencia que venía del nuevo continente. El nombre temprano de América fue producto de una percepción equivocada de un cartógrafo que erróneamente identificó en los nuevos mapas las tierras de Colón como las tierras de Américo, equívoco definitivo y que de alguna manera ayuda a crear una idenidad fundada en la precariedad y la confusión.

La idea más persistente, en el siglo germinal del “nuevo” continente, es la utopía, coincidiendo con el libro de Tomás Moro de la misma época y con ese título. Ésta, encarna o debería encarnar en las tierras recién descubiertas. Idea que fue asumida por autores influyentes en los siglos siguientes, entre otros, Rousseau y Hegel. Así fue como, de manera intelectual y eurocéntrica, terminamos definidos y asumidos como el continente del futuro, la tierra de la utopía y nuestras élites se lo creyeron y así lo proyectamos en nuestros sistemas constitucionales, educativos, mentalidad y cultura hasta nuestros días. La literatura terminó sustituyendo a la historia, y el mito-histórico fue nuestra particular mitología de tierra-paraíso. Los del norte se lo han creído y creen haberlo construido, y los del sur seguimos pensando que nos toca construirlo.

Conceptualmente vivimos en estas tierras del sur, de ambigüedades identitarias y confusiones antropológicas-culturales. Nos dejamos arrebatar la condición de americanos y asumimos los nombres que el colonialismo francés impuso, en su empeño por regresar a sus colonias americanas, y de paso, justificar la invasión a México. Así se impone la idea, concepto y nombre de América Latina, una falsa identidad antropológica, que de entrada excluía a aborígenes y africanos. Una identidad por oposición al norte, blanco, anglosajón y protestante (wasp).  La referencia más antigua sobre el uso del concepto América Latina lo encontramos en Eugenio María de Hostos, en 1854, en una gacetilla que publicaba en Nueva York en su lucha a favor de la independencia de Puerto Rico, su patria. “América Latina” y “Latinoamericano”, progresivamente fue asumida por la mayoría gracias a su éxito mediático hasta desplazar otras denominaciones o nombres como Ibero-América, Luso-América, Hispano-América, Indo-América, inclusive fue dominante con respecto al Pan-americanismo que los norteamericanos trataron de imponer como un complemento y continuidad de la doctrina Monroe y que sirvió de basamento ideológico a la creación de la OEA. Desde el punto de vista político, literario y cultural, sin lugar a dudas, hoy es nuestra palabra identitaria por excelencia, la condicion de latinoamericano, como expresión de una identidad agredida y humillada por el norte anglosajón y reivindicada siempre como un proyecto que identifica nuestra tierra con el futuro y la utopía. Esto lo asumió de manera militante toda la élite intelecutal del siglo XIX y buena parte del siglo XX y quizá uno de los más emblemáticos es el uruguayo José Enrique Rodó, con su famoso libro Ariel (1900) en donde el norte agresivo e imperialista representaba la materia, con toda su connotación negativa, y estas tierras del sur, el espíritu. Siempre sucede así, cuando la realidad nos es adversa terminamos huyendo de nosotros mismo creando nuestra propia mitología.

II
América, una y múltiple

La visión unitaria del subcontinente, de México a la Patagonia, terminó opacando las profundas e importantes diferencias locales, regionales y nacionales de nuestros diversos países. No terminamos de entendernos en nuestras características antropológicas, culturales, sociales, económicas y políticas, y por consiguiente, no terminamos de asumirnos en la realidad-real. El mito historiográfico nacional con su ideología nacionalista y la mitología literaria tienden a prevalecer sobre los procesos reales que nuestros pueblos han vivido y padecido.

El subcontinente latinamericano (incluído el multi-diverso Caribe) pese a sus diferencias, tiene una poderosa identidad compartida, de tipo cultural y espiritual, de lengua, religión e instituciones, y al mismo tiempo, un fecundo mestizaje en todos los órdenes antropológicos culturales, incluído nuestro poderoso sincretismo. La historia colonial, sin lugar a dudas, homogeneizó el continente en términos políticos, jurídicos, religiosos e institucionales y eso permitió que nuestros procesos emancipadores fueran coetáneos e imbricados e interconectados entre ellos, tanto, que se llegó a plantear, y realizar de manera parcial, procesos unitarios importantes, como por ejemplo la Unidad Centroamericana con México. La Gran Colombia, proyecto iluminado de Simón Bolívar, que el historiador Castro Leiva, llamó la “ilusión ilustrada”, y más al sur, la Unidad del vasto continente brasileño y las Provincias Unidas del Río de la Plata.

Como consecuencia de la independencia, el continente al sur, se asumía grande y unido, pero la realidad fue otra, el surgimiento de élites y oligarquías locales que impusieron la idea de patria grande como discurso y patria pequeña como realidad y que terminó definiendo los proyectos de estados nacionales que todavía hoy subsisten.  Si las guerras emancipadoras imponían una visión estratégica unitaria continental, la realidad de los intereses concretos impuso las realidades integradoras de los estados nacionales, creándose al efecto dos dinámicas, al norte, los Estados Unidos, un proyecto federal en permanente crecimiento territorial y de poder, y al sur, los Estados DesUnidos, con fronteras precarias y algunas de ellas, todavía hoy, en discusión, y con lazos neo-coloniales en el proceso economía-mundo que liderizaban europeos y norteamericanos.

Con la doctrina Monroe (1823), oficialmente cancelada por el gobierno de Obama en el 2014, se pretendió “unir” el continente bajo la guía y dominio norteamericano, que no era otra cosa que el designio colonial e imperial de la potencia emergente y que en el siglo XX se continuó con la doctrina del panamericanismo, y unas décadas después de la creación de la OEA, el proyecto integracionista de la ALALC bajo el tutelaje norteamericano y que en la práctica continuó con los diversos tratados de libre comercio que se han venido propiciando y firmando.

En una perspectiva dialéctica inevitable frente al expansionismo norteamericano surge una fuerte corriente latinoamericanista que se potencia con el triunfo de la Revolución Cubana (1959) y que nos coloca de manera absoluta en la historia universal, primero como países tercermundistas en alianza estratégica con países de Asia y África (el tricontinental), y después claramente ya, formando parte de los escenarios de la guerra fría con fuertes acentos nacionalistas, aunque sin renunciar nunca al discurso integracionista.

Empezando el siglo XXI, el latinoamericanismo está en plena vigencia, y en él confluyen todos los agravios históricos sufridos por estos pueblos y todas las esperanzas que en términos reales sirven de base ideológica a diversos intereses integracionistas como el Mercosur, Unasur, Pacto Andino y los Acuerdos de los Países del Pacífico, todo lo cual ha llevado a diversas experiencias de integración, en su mayoría fallidas, o insuficientemente desarrolladas, ya que los factores políticos endógenos tienden a prevalecer y nuestras economías no terminan de desarrollarse como para sustentar un proyecto continental y global de integración efectiva y comercio internacional exitoso.

En estos procesos de integración, mención aparte merecen los esfuerzos de la Iglesia en potenciar y articular una visión compartida de América Latina y cuyo instrumento más efectivo, sin lugar a dudas, fue la creación del CELAM (Consejo Epicospal Latinoamericano) y los importantes documentos que desde allí se han producido. Producto de este esfuerzo de evangelización y lucidez son muy pertinentes algunos textos como los contenidos en el llamado “Documento de Aparecida” que insisten en la multiversidad antropológicia y cultural como riqueza y esperanza. “Los indígenas constituyen la población más antigüa del continente. Están en la raíz primera de la identidad latinoamericana y caribeña. Los afroamericanos constituyen otra raíz que fue arrancada de África y traída como gente esclavizada. La tercera raíz, es la población pobre que emigró de Europa desde el siglo XVI, en búsqueda de mejores condiciones de vida y el gran flujo de inmigrantes de todo el mundo desde mediados del siglo XIX. De todos estos grupos y de sus correspondientes culturas se formó el mestizaje que es la base social y cultural de nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños, como lo reconoció ya la 3era conferencia general del episcopado latinoamericano celebrada en Puebla, México.”... “La veriedad y riqueza de las culturas latinoamericanas, desde las más originarias, hasta aquellas que con el paso de la historia y el mestizaje de nuestros pueblos se han sedimentado en la naciones, están llamadas a converger en una síntesis capaz de orientarnos hacia un destino histórico común”.

El tema de la identidad en América Latina ha sido permanente y recurrente, desde el siglo XVII hasta nuestros días, y que puede ser sintetizado, tal como lo plantea Leopoldo Zea en su libro “Simón Bolívar, integración en la libertad” en los siguientes términos “El problema de la identidad, ¿Quienes somos los hombres de esta América?; El problema de la dependencia ¿Por qué somos así?; El problema de la libertad, ¿Podemos ser de otra manera?; y el problema de la integración, ¿Integrados en la dependencia, podemos integrarnos en la libertad?. Estos interrogantes se venían planteando desde el siglo XVIII, las respuestas fueron diversas pero coincidentes en los puntos esenciales y quizá uno de los más lúcidos fue el propio Bolívar en su carta de Jamaica (1815) “Nosotros somos un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares, nuevo en casi todas las artes y ciencias, aunque en cierto modo, viejo en los usos de la sociedad civil... no somos indios ni europeos sino una especia media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles: En suma, siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestos derechos los de Europa, tenemos que disputar, éstos, a los del país, y que, mantenerlos en él contra la invasión de los invasores; así nos hayamos en el caso más extraordinario y complicado”. Esta era, y en parte sigue siendo, la visión de las élites latinoamericanas, en el sentido de asumirse españoles-americanos e intelectualmente europeos-americanos, contradicción que se mantiene hasta nuestros días, que seguimos asumiendo nuestra realidades desde la perspectiva de las ideas eurocéntricas, lo que llevó al maestro Simón Rodriguez a ironizar sobre la situación de “traer ideas coloniales a las colonias”. De allí el empeño de algunos autores, especialmente en el siglo XX, de tratar de re-pensar la realidad del Continente a partir de la propia realidad, lo que ha permitido desarrollar un pensamiento teórico sumamente importante como la llamada Filosofía Latinoamericana y la propia Teología de la Liberación.

La gran contradicción que se vive es que lo diverso no termina de ser integrado en una cosmovisión compartida que permita acceder a una fase evolutiva más avanzada y que posibilite hablar con propiedad, ya no solamente de los proyectos libertarios e igualitarios, que inspirados en la Revolución Inglesa, norteamericana y francesa, sirvieron de basamento a nuestros procesos emancipadores así como el propio pensamiento católico que apuntaló muchas de las actitudes y políticas que Lewis Hanke llamó la lucha por la justicia en América, así como nuestro incipiente constitucionalismo como es el caso de Venezuela de la Declaración de Independencia, cuyo autor principal fue Juan Germán Roscio con una fuerte influencia católica y neo-tomista en su formación y pensamiento.

III
Integración, Educación y Fraternidad

La fraternidad como necesidad, más allá del valor principista y utópico del concepto de fraternidad, la palabra olvidada de la modernidad se convierte en un imperativo categórico moral, político y económico, por la sencilla razón de las múltiples amenazas que la humanidad padece. La agonía ambiental de la tierra, el peligro latente y real del holocausto nuclear, la galopante demografía y el agotamiento de modelos socio-políticos y económicos productores de pobreza e injusticias. En consecuencia, todos los modelos de desarrollo que la evolución y la tecno-ciencia posibilitan tienen que asumirse desde la fraternidad que de alguna manera viene a ser la síntesis dialéctica de los otros dos principios de la civilización actual: la libertad y la igualdad, que conjuntamente con la fraternidad, terminan expresando y sintetizando un proceso civilizatorio todavía por construir y cuyo logro más importante quizá sea, en 1948, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que suscribieron todos los gobiernos del mundo y que de alguna manera es la doctrina que permite identificar y definir el sistema político más adecuado a los intereses de la humanidad, dentro de un concepto evolutivo de la idea de progreso y democracia.

Estas amenazas o desafíos nos llevan a la necesidad de definir una nueva Paideia, que puede sintetizarse en la cooperación solidaria, porque cooperamos o perecemos. Es obligante trabajar por un mundo solidario y fraterno, ponerle fin a la historia cainítica, suena utópico y quizá lo sea en el corto y mediano plazo, pero sin lugar a dudas, es la utopía necesaria en este siglo XXI, que por los acontecimientos de los últimos años pareciera empeñado en repetir las tragedias que marcaron a fuego nuestro siglo XX, un siglo sin dios, según el decir de Martin Buber

En pleno desarrollo una crisis mundial de un orden que no termina de definirse ni en función de los intereses geopolíticos de las grandes potencias, ni tampoco en función de los intereses compartidos de la humanidad.

Los seres humanos existimos en y con los “otros”, en la alteridad del reconocimiento, reconocer y ser reconocidos. Esta exigencia de primer orden pudiera ser canalizada a través de un proyecto educativo inclusivo, “educación de todo para todos” y que permitiría desarrollar e integrar la humanidad en una conciencia cósmica de habitantes de la tierra, y por consiguiente, cuidadores de ella, así como cuidadores de nuestros hermanos, para poder responder afirmativamente a la pregunta que Dios le hace a Caín “¿Dónde está tu hermano? Y que pudiéramos responder de manera afirmativa: con nosotros y en acompañamiento solidario.

El problema de la integración y de la educación es su caracter histórico, por aquello que decía Hegel que lo real siempre es racional y lo racional siempre es real, es decir, que los seres humanos estamos limitados en tiempo y espacio, o como diría Ortega y Gasset, yo y mi circunstancia, o mejor sería decir, yo, mis circunstancias y mi consciencia.  Toda realidad responde a unos límites históricos en función de un presente que en realidad es, un entrecruzamiento de tiempos, en donde pueden identificarse estructuras, sistemas e instituciones. El límite siempre es la realidad y en ese sentido la realidad dominante, en términos políticos, es el estado-nación y la sociedad nacional, y en consecuencia, tanto la integración como la educación encuentran sus posibilidades y límites en la estructura de un mundo formado geo-políticamente por naciones con intereses propios y diversos. Es axiomático y universal el principio que los paises no tienen amigos sino intereses, y éstos tienden a prevalecer en las relaciones internacionales que por definición son desiguales, porque siempre una de las partes, la más desarrollada tiende a favorecerse en al relación. Otro tipo de integración, ya no comercial sino ideológica, que termina creando unidades trasnacionales artificiales, cuyo ejemplo más importante, sin lugar a dudas, es la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). No importa la motivación de las relaciones internacionales, lo cierto es que el factor nacional sigue siendo el dominante, con su sentido sectario, desintegrador y poco solidario, como una especie de autarquía espiritual, a pesar de que sabemos que que ninguna nación es viable por sí misma.

Una situación parecida se vive en el plano educativo, la educación nacional con su visión local y nacionalista tiende a prevalecer sobre cualquier otra perspectiva, de allí que la educación se agota en el plano nacional, entre una formación profesional o utilitaria y una formación de visión profundamente nacionalista, inclusive en el campo de los valores, muchos de ellos terminan siendo expresión de intereses y particularidades locales y nacionales, conspirando todo ello frente a una visión de un mundo integrado e interdependiente y una humanidad única acompañándose en la solidaridad. En nuestras escuelas se siembra el germen del patriotismo que cada día termina siendo no solamente anacrónico sino inconveniente para las necesidad y fines de la nueva humanidad.

Dice Kant, que la conciencia nunca puede exceder la experiencia, y si esto es así, la experiencia de la mayoría de los habitantes del planeta no excede más allá de las fronteras locales y nacionales, clanicas o tribales. Lo extranjero y el extranjero sigue teniendo una fuerte carga negativa de exclusión y de diferencias, a pesar del cosmopolitismo de la época y la globalización en curso. Estos son algunos de los límites históricos que nos impone la realidad y que tenemos que tomar en cuenta para tratar de trascenderlos en  una nueva paideia y un nuevo proyecto educativo que nos permita acceder a una consciencia y unas posibilidades que no se agoten en el presente-pasado sino en un presente-futuro. Tenemos que asumirnos con total vocación y convicción como “contemporáneos del futuro” y de esa manera, las diversas ideas y planteamientos y discusiones que se vienen dando en torno al tema de la fraternidad cobran vigencia y pertinencia.

En el diálogo en desarrollo en torno al tema de la fraternidad hay que replantearse totalmente los contenidos de los diversos programas del currículo de nuestros sistemsa educativos y es fundamental al respecto, formar al nuevo educador (educar a los educadores no solamente es un aggiornamento con respecto a los nuevos paradigmas y tecnologías sino la necesidad de re-situarlos en un horizonte de valores que respondan a los desafíos del siglo XXI). Al respecto son útiles los planteamientos que se vienen haciendo en las últimas décadas, una Ética Universal del teólogo Hans Kung o el filósofo Edgar Morín con su Ética de la solidaridad, Ética de la comprensión y una Ética del género humano. Siendo la diversidad antropológica y cultural una riqueza, termina siendo limitante para una visión universal y ecuménica del género humano. Hay que asumir la experiencia-consciencia del navegante del espacio, cuando visualiza desde éste, la morada-tierra y no la particular nación a la cual pertence, no puede sentirse menos que terrícola, habitante de la tierra, lo cual nos obliga a preservarla y a sobrevivir sobre ella en paz y acompañamiento fraterno.

Nota: “El principio olvidado: La fraternidad” En la política y el derecho. Antonio M. Baggio (comp.)
“La fraternidad en perspectiva política” Exigencias,  recursos, definiciones del -principio olvidado-. Antonio M. Baggio (comp.)
“Estudios recientes sobre fraternidad” De la enunciación como principio a la consolidación como perspectiva. Osvaldo Berreneche (comp.)
“Fraternidad y conflicto” Enfoques, debates y perspectivas. Pablo Ramírez Rivas (comp.)
“La brasa bajo la ceniza”. La fraternidad en el pensamiento de la integración latinoamericana. Un recorrido. Domingo Ighina.
“Fraternidad e instituciones políticas”. Propuestas para una mjor calidad democrática. Lucas Cerviño (comp.)
“Fraternidad y educación”. Un principio para la formación ciudadana y la convivencia democrática. Rodrigo Mardones (ed.)

Colección codirigida con la RUEF (Red Universitaria para el Estudio de la Fraternidad): espacio académico integrado por docentes, investigadores, graduados y alumnos avanzados de múltiples disciplinas, que pertenecen a diversas universidades de América Latina. (www.ruef.net.br)

Ángel Lombardi
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viernes, 12 de septiembre de 2014

ÁNGEL LOMBARDI, “LOS PEQUEÑOS SERES”

Judas, termina siendo una metáfora de la condición humana, nadie es inocente; todos, de una u otra manera conocemos el pecado y somos responsables, pero en este destino humano compartido, siempre hay algunos individuos que terminan haciendo cosas que los coloca de manera emblemática en la vergüenza, aunque existe la posibilidad, siempre, del arrepentimiento, tal como sucedió con este personaje arquetípico, Judas.

En los sistemas totalitarios se desarrollan conductas infamantes, que aunque forman parte de la condición humana, en cualquier sistema y en cualquier tiempo se potencian en estos sistemas que estimulan y reconocen estas conductas oblicuas. Informantes y delatores son personas del común, como todos, pero terminan diferenciándose, unos porque obedecen sin juicio y sin límite, otros actúan por temor y amenaza, otros por convicción, fanáticos e incondicionales y otros por codicia, todos terminan con sus acciones y conductas degradando la condición humana. 

Es la herencia cainítica, es la historia reiterada de Caín sacrificando a Abel, la actitud del primogénito en la parábola del hijo pródigo, es la condición humana reducida a celo y envidia, por no ser el otro propio de almas atormentadas por complejos y agravios reales o imaginarios.

En todos los sistemas y gobiernos existen informantes, delatores y torturadores, pero solo proliferan en dictaduras y sistemas totalitarios. En nuestro país, la memoria reciente nos retrotrae a la tiranía de Juan V. Gómez y la dictadura de Marcos P. Jiménez, y los últimos 15 años cuando la crisis histórica que venimos padeciendo y el atraso cultural y la debilidad ideológica ha alimentado la posibilidad de una neo-dictadura o neo-totalitarismo. Desde el primer momento se fueron creando las condiciones para enmarcar la vieja historia de una nación dividida y antagónica, con la pretensión absurda de los buenos de un lado y los malos del otro lado. Se creó la perversa lista Tascón y a partir de allí no ha cesado la amenaza y las represalias sobre quienes, por una u otra razón, no se identifican con los que ejercen la hegemonía del poder. 

Da la impresión de que en nuestra memoria de pueblo no existieran las vergonzosas experiencias del siglo XX, con sus campos de exterminio y sus muchos Gulag. 

Cuando la libertad y la dignidad humana son sacrificadas los seres humanos regresamos a las catacumbas de la historia.

Ángel Lombardi
alr.lombardi@gmail.com
@angellombardi

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miércoles, 6 de agosto de 2014

ÁNGEL LOMBARDI, EL AGOTAMIENTOS DE LOS “ISMOS”

El siglo XX estuvo plagado de “ismos”, cada uno generaba un fanatismo de secta y una intolerancia de guerra religiosa, el resultado fue una humanidad violenta y convulsionada.

El más persistente y nefasto, en muertes y destrucción fue el nacional(ismo). Su antítesis dialéctica fue el internacional(ismo) comunista que a la larga terminó también en un nacional(ismo) militante y agresivo. Fasc (ismo), naz(ismo), falang(ismo), popul(ismo), peron(ismo) y así en cada continente se fueron multiplicando los muchos (ismos) que terminaron definiendo toda la historia política contemporánea, que en cuanto a violencia y destrucción fanática, rememoraban las terribles guerras religiosas del pasado. En el siglo XXI si no llegamos a trascender estos (ismos) de la intolerancia, terminaremos repitiendo y multiplicando la violencia y la destrucción.
Uno de los dramas humanos mayores es que el cambio de mentalidad es lento y siempre llega tarde, solo cuando la realidad y la necesidad nos obligan, cambiamos, no por convicción sino por necesidad.
El armament(ismo) en pleno auge y las industrias de la muerte como base y fundamento de la economía de muchos países no presagian nada bueno. La política que debería prevenir estas situaciones y realidades y propiciar un cambio en sentido positivo, al contrario tiende a ser adocenada y anacrónica, más propensa a la inercia de los intereses creados así como el político tradicional, casi siempre pragmático y cínico es un sostenedor del “Statu Quo” aunque en el discurso tienda a presentarse como un abanderado del cambio.
La democracia conocida necesita de los partidos políticos, pero éstos, cada día representan menos. Un buen ejemplo es nuestro país en donde según todas las encuestas indican que no más del 30% de los venezolanos se identifican con algún partido. El gran partido es la mayoría silenciosa y esta, si no muta en sociedad civil organizada perece políticamente en su nadedad efectiva, es decir en la queja cotidiana y en el desahogo emocional, sin efectividad e influencia sobre los hechos políticos reales y sin capacidad de ejercer presión sobre el gobierno y el poder.
La política era oficio de pocos e interés de muchos, hoy pareciera naufragar en el desinterés de la mayoría. El vacío de participación y representación termina abriéndole paso a los demagogos de siempre, que con un discurso engañoso, ilusionan y arruinan sociedades y pueblos enteros, sobran los ejemplos, Italia y Alemania de la post-guerra la Rusia post-soviética así como toda Europa Central y Oriental  y aquí en nuestro continente Cuba, Argentina y Venezuela. En Asia hay casos emblemáticos como Camboya, Corea del Norte y África, hay tantos ejemplos, con Zimbawe a la cabeza, configurando un verdadero catacl(ismo) político, económico y social. 
Ángel Lombardi
alr.lombardi@gmail.com
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jueves, 24 de julio de 2014

ÁNGEL LOMBARDI, RECONCILIAR EL PAÍS

En toda situación humana, individual o colectiva, se plantea una dialéctica de cambio y una tensión inevitable entre lo real-posible y lo real- deseable lo nos obliga a “asumir la tensión entre plenitud y límite, otorgando prioridad al tiempo” dice el Papa Francisco. Igual recomendación hace el Eclesiastés: todo tiene su tiempo. Llevado esto al plano temporal y contingente de nuestro momento histórico, la decisión a tomar para todos los actores políticos y sociales es: confrontación o reconciliación. En lo personal, sin ninguna duda, lo segundo.

Como reconciliar las dos Venezuelas o mejor, las muchas Venezuelas: crispadas, atemorizadas, confundidas y llenas de incertidumbres y problemas. Por un lado luce irreal el empeño de imponer un proyecto ideológico hegemónico, en si mismo anacrónico e inviable al igual que seguir insistiendo en políticas que han fracasado, como recientemente lo recordara un amigo del gobierno el Presidente Ecuatoriano Correa. Por otro lado, la otra alternativa y de alguna manera también lo recomendó otro amigo del gobierno el ex presidente Lula, convocarnos todos los venezolanos, todos los sectores a desarrollar una política de encuentros críticos y creadores, superando las limitaciones del llamado diálogo formal, prematuramente fallido.
         Los venezolanos tenemos que aprender a mirar hacia adelante a resolver nuestros múltiples problemas en clave de futuro y no seguir atrapados en el pasado y mucho menos en nuestros rencores y frustraciones, profundizando nuestros resentimientos y diferencias. Pongamos por delante lo que nos une, nos une Venezuela, nos une un pasado común y un futuro por compartir. Nos une un proyecto político necesariamente democrático y de desarrollo, con beneficios y logros individuales y colectivos. Nuestro compromiso nacional debe ser con la reinvención de la política y la reconciliación del país, desde la gente y con la gente. 
Transformar la Democracia y seguir desarrollando un proyecto de inclusión y solidaridad, sustentado, no en un discurso sino en un desarrollo real de las fuerzas productivas y particularmente del trabajo creador y competente de todos los ciudadanos.
         Nuestra opción como lo plantea la iglesia es por los pobres y los jóvenes y evadir y evitar cualquier camino de violencia. Trabajar por la Paz que comporta una justicia más perfecta entre los hombres. El Papa nos aconseja a “aceptar a sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en eslabón de un nuevo proceso” y bajo ninguna circunstancia quedar atrapados en el.

Ángel Lombardi
alr.lombardi@gmail.com
@angellombardi

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miércoles, 23 de julio de 2014

ÁNGEL LOMBARDI, RE-INVENTAR LA POLÍTICA

Aunque creamos lo contrario la realidad nunca es conservadora y los políticos y la política no terminan de entenderlo. 
La realidad del mundo se mueve hacia adelante. Sociedad, ciencia, cultura se van configurando en la dinámica de la nueva sociedad del conocimiento mientras que en la política seguimos anclados en el anacronismo de izquierdas y derechas, una manera cómoda de evadirse hacia un pasado mítico que nunca existió o un futuro irreal que tampoco existe. Se vive de ilusiones, escapismo y evasiones que terminan en un discurso vacío que ni convencen ni movilizan. De allí la necesidad de re-inventar la política desde el ciudadano real y la sociedad real y no desde las diversas marginalidades que la propia sociedad genera y mucho menos desde la “fotografía” de las encuestas, normalmente sesgadas y manipulables, sin menoscabo de reconocer su utilidad y niveles de objetividad necesarios para el análisis. En  política el problema de fondo no es el poder, sino a que valores responde y sirve el poder y a quien sirve el poder en este sentido desde 1948 y mucho más en este siglo XXI, la doctrina esencial del poder y el gobierno es el respeto absoluto a los Derechos Humanos. Igualmente el gobierno deja de ser un asunto solamente técnico y debe asumirse también en la perspectiva de la ética. Estado y gobierno no son entelequias jurídicas y mucho menos estructuras vacías sino instituciones formadas por personas concretas al servicio de los seres humanos.
La política ya no solo es sobre ideales e imaginarios sino discurso y acción sobre lo “real en transformación” y eso obliga a asumir la política como “actividad inteligente” que discuta sin dogmas, sin pre-juicios y sin ideas pre concebidas, de no ser así la política termina aburrida, repetitiva y sin interés para la mayoría. La política para que sea interesante y útil, tiene que entenderse y asumirse como una actividad pensante y no reducirse a un simple activismo electoral o a una organización burocratizada de funcionarios del partido, que en algún momento aspiran convertirse en funcionarios del gobierno.
La política  debe generar permanentemente respuestas inteligentes y creativas frente a la realidad- real en permanente proceso de exigencia y cambios y en contextos de complejidad e incertidumbre crecientes.
La realidad no es de derechas ni de izquierdas. 

Ángel Lombardi
alr.lombardi@gmail.com

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miércoles, 21 de agosto de 2013

ÁNGEL LOMBARDI, UNIVERSIDAD, SOCIEDAD Y PAÍS


La Universidad Venezolana desde hace mucho tiempo dejó de autointerpelarse, se volvió excesivamente endogámica y perdió su conexión con el país, para convertirse en un simple referente nostálgico o sentimental, casi siempre quejumbroso con nuestro poco creativo discurso del presupuesto, mientras seguíamos alimentando la burocracia clientelar universitaria y permitíamos que nuestros salarios y del trabajador venezolano en general se difuminarán en la voraz e implacable inflación, provocada por políticas erróneas de gobiernos fracasados. 

Es urgente retomar el diálogo con el país, volver a aprender a respirar con él, a compartir sus angustias y anhelos, a identificarnos con su presente y mucho más importante volver a compartir el futuro con todos los sectores de nuestra sociedad. Tenemos que asumirnos desde la autocrítica así como hablarle con franqueza y claridad al país. “Parafraseando a Ortega y Gasset, podemos decir que la Universidad se define en su Historia y de acuerdo a sus circunstancias sociales. En consecuencia, cualquier proyecto o desarrollo de la institución, pasa necesariamente, por una reflexión sobre su pasado y sobre la realidad que la circunda.

La Universidad milenaria ha vivido en tensión permanente con el poder y no podía ser de otra manera, en la medida que se asumía racionalista y crítica. En nuestro ámbito cultural es ejemplarizante lo acontecido en la emblemática Universidad de Salamanca, el 12 Octubre de 1.936; decía el Rector Unamuno: 

“Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Acabo de oír el necrófilo e insensato grito de ¡Viva la Muerte!, y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no la comprendían, he de deciros como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El General Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes.  Pero desgraciadamente, en España hay actualmente demasiado mutilados. Y, Si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el General Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo como se multiplican los mutilados a su alrededor”. Millán-Astray lo interrumpe y grita: ¡Muera la inteligencia! ¡Viva la Muerte! Y la asamblea le hace coro. Unamuno inmutable continúa “Este es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: Razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho”.
La barbarie se impuso como lo temía el Rector Unamuno y España pago las consecuencias. En Venezuela, somos tan insensatos que no aprendemos estas lecciones fundamentales de la historia.

Igual que el Rector Unamuno, tampoco podemos ni debemos callar y es que el silencio cómplice siempre le facilita el trabajo a estos bárbaros recurrentes de la historia.

La Universidad es una creación civilizatoria de la humanidad. En Venezuela, la Universidad tiene tres siglos implantada, aunque su principal desarrollo se haya dado en el transcurso del siglo XX y hoy por hoy es un sistema complejo y complicado que no terminamos de entender, de identificar y de legislar. Jurídicamente vivimos en la intemperie, con una ley obsoleta y una disposición constitucional que no se cumple, concretamente, el artículo 109 de la Constitución que establece la Autonomía Universitaria. “El Estado reconocerá la Autonomía Universitaria como principio y jerarquía que permite a los profesores, profesoras, estudiantes, egresados y egresadas de su comunidad, dedicarse a la búsqueda del conocimiento a través de la investigación científica, humanística y tecnológica para beneficio material y espiritual de la nación. Las universidades autónomas se darán sus normas de gobierno, funcionamiento y la administración eficiente de su patrimonio, bajo el control y vigilancia que a tales efectos establezca la ley. Se consagra la Autonomía Universitaria para planificar, organizar, elaborar y actualizar los programas de investigación, docencia y extensión. Se establece la inviolabilidad del recinto universitario. Las universidades nacionales experimentales alcanzarán su autonomía de conformidad con la ley”.


El sistema universitario o subsistema de Educación Superior, agrupa a casi 200 instituciones y un poco más de 2.000.000 de estudiantes. El grupo más antiguo son las llamadas Universidades Autónomas, acosadas y acusadas por el poder público de inoperantes e improductivas. Las llamadas Experimentales han sido siempre víctimas del gobierno de turno que le impone sus autoridades y con ellas pretenden obediencia y sumisión política. El sector privado con 25 instituciones y el 20% aproximadamente de la matrícula estudiantil, casi inexistente en el ordenamiento legal y al mismo tiempo, jurídicamente disminuidas ya que entre sus limitaciones está el hecho que los títulos suscritos por el Rector tienen que ser refrendados por el Ministerio. Igualmente en el Consejo Nacional de Universidades (CNU) su representación es un quinto del voto pleno. En los últimos tiempos se han incorporado al sistema universitario diversas Instituciones básicamente caracterizadas por la masificación y el sesgo político–ideológico de las mismas. Para efectos nuestros, todas son Universidades, sin apellido, aunque con identidades y problemáticas diferenciadas; el asunto es, manteniendo la diversidad, cómo integrarnos en un sistema nodal, moderno y eficiente. El problema no es calificarnos y mucho menos descalificarnos, sino asumirnos orgánicamente al servicio del país. La universidad venezolana le ha rendido muchos servicios a este país, pero fundamentalmente ha sido un factor estratégico y dinamizador de la evolución social, concretamente en la formación de los cuadros profesionales y técnicos necesarios y en el desarrollo y consolidación de las clases medias, ambos factores decisivos en el desarrollo y consolidación del proyecto democrático nacional. Si bien la Universidad se justifica a sí misma y la sociedad la certifica, también es cierto que en términos de investigación y creación de conocimiento, nuestra deuda es significativa. Apenas un 10% aproximadamente del profesorado clasifica como verdaderos investigadores, (que no hay que confundir con investigadores de papel o en el papel). Comparado con América Latina tenemos un déficit de más de 20.000 investigadores y comparados con el mundo desarrollado, el déficit se incrementa a casi 80.000 investigadores.

El gran reto para la Universidad del siglo XXI, es pasar del modelo profesionalizante tradicional a los nuevos modelos que la sociedad de la información y del conocimiento y las nuevas tecnologías exigen. Cantidad con calidad, calidad con cantidad, es el programa imperativo de nuestro desarrollo educativo. Creemos profundamente en la educación como mecanismo excepcional para la inclusión, sintetizada en la frase de Comenio “Educación de todos para todos”.  De allí la urgencia e importancia de concertar una política educativa integral, sin pretensiones hegemónicas ni ideológicas y mucho menos de control político. La Educación es por definición el ámbito humano de la libertad, el lugar de la hominización por excelencia. El esfuerzo educativo en Venezuela más que mérito de un gobierno en particular, es básicamente una conquista societaria, porque el ser humano como lo entendió y asumió la UNESCO en su informe Aprender a Ser, es educable desde el nacimiento hasta la muerte, y en ese proyecto educativo existencial, se involucran y asumen responsabilidades todos los sectores y actores sociales: familias, instituciones, iglesias, medios, empresas y gobiernos, de allí la necesidad ineludible de la concertación y el diálogo para elaborar e implementar políticas educativas apropiadas, convenientes y necesarias, sin olvidar que el principal protagonista es el sujeto a educar, es decir la persona concreta.

La Universidad es autónoma o no es. La Universidad, es una versión de la libertad y no otra cosa es la autonomía. Es el autogobierno y la libertad responsable. Es la exigencia de la razón de conocer, comprender, preguntar siempre. La filosofía  y la ciencia igual que la poesía y el arte, nacen del asombro, es el ser humano interrogándose a sí mismo e interrogando al mundo, a la naturaleza, al universo entero; es la razón intentando sustituir al mito.

La autonomía universitaria nace de estas circunstancias y éstas necesidades. De allí que siempre termina siendo amenazada, fundamentalmente desde el poder, sea éste político, económico o religioso. El poder tiende a avasallar, controlar o mediatizar, y la Universidad – no importa cuán grande sea su crisis – tiende siempre, y de manera natural, a buscar y servir a la verdad, sabiendo que la verdad es nuestra única posibilidad real de libertad. La verdad nos hace libres, dice el viejo libro y repiten todos los textos sapienciales que la humanidad ha producido. “La Universidad teleológicamente es libertad y verdad. Todo lo demás se le subordina e históricamente sólo la autonomía posibilita esta doble vocación”.

La autonomía es el termómetro por excelencia de la salud universitaria y democrática, del tipo de sociedad que somos y del tipo de Estado que tenemos. Poder y cultura son antagónicos por definición. El primero existe para reprimir, controlar y administrar; mientras la cultura es libertaria y creadora, y necesariamente tiene que ser crítica y utópica. Unos administran y usualmente se benefician del presente; pero las Universidades y la cultura crean el futuro y posibilitan la utopía.

Como observaba Nietzsche, Estado y Cultura viven en permanente oposición radical.

Universidad y Poder siempre han entrado en conflicto, lo que no significa que no puedan y deban colaborar. En el fondo, Sociedad y Estado, terminan siendo sinónimos. En Venezuela estamos urgidos de esta colaboración y diálogo necesario, para asumir la tarea urgente de una nueva Ley de Universidades, de manera concertada, participativa, plural y democrática, que refleje, asuma y garantice el cumplimiento pleno del artículo 109 de la Constitución, es decir la autonomía plena para todas las Instituciones Universitarias. Esta nueva ley además debe propiciar la reforma inteligente del sistema, de manera gradual y progresiva, al mismo tiempo que se promulguen y asuman las políticas necesarias, en el orden socio-económico para garantizar la estabilidad material  del trabajador universitario: obreros, empleados y profesores, así como los presupuestos adecuados, no tanto para soportar un gasto corriente que evidentemente está distorsionado, sino para la inversión creativa.

Libertad, Autonomía y Universidad son sinónimos. Frente a las diversas y múltiples amenazas apocalípticas del siglo XXI —el futuro siempre es así, amenazante y esperanzador al mismo tiempo—, se hace imperativa una nueva utopía universitaria desde las nuevas humanidades o un nuevo humanismo desde las ciencias sociales en función del pensamiento crítico, en un diálogo abierto de saberes y experiencias.

La reivindicación de la Universidad «esencial y eterna» frente a tantas limitaciones y desviaciones asumidas es entender que, en los últimos mil años, la historia de las universidades es la historia de la humanidad y viceversa. Cada época tiene su Universidad y sus Humanidades y su tecno-ciencia, es el horizonte histórico y cultural por excelencia, que define y hace posible una conciencia en desarrollo y permite la noosfera intelectual y técnica que define y propicia el progreso humano y alimenta nuestras esperanzas inmanentes.

En la confusión de los últimos tiempos, y particularmente en nuestro país, se ha confundido de manera deliberada para propiciar la manipulación política, la identidad de la comunidad académica con la comunidad laboral. La Universidad, primordialmente es una comunidad profesoral, ya que éste como profesor profesa una fe, un saber a crear y a comunicar y como maestro crea y domina un saber —«profesa un conocimiento con maestría», como insiste Derrida—, dirigido u orientado a los estudiantes, los cuales en el proceso del aprendizaje y el conocimiento como diálogo y alteridad contribuyen al acto creador de la verdadera educación, un crecimiento en acompañamiento de tipo existencial e instrumental, y a una sociedad o entorno que no se agota en lo local ni en lo nacional, sino que es global y universal, pero cuyos problemas específicos o propios demandan nuestro interés u ocupación teórico-práctico. La Universidad es conocimiento sin dogmas y a ello debe responder la autonomía para el gobierno de la Universidad, de la comunidad académica, de la organización de los estudios, de las relaciones hacia afuera así como el financiamiento y la administración no pueden estar condicionados sino a la identidad y los fines de la Universidad.

La Universidad siempre se conjuga en futuro y la Universidad del futuro ya está aquí. El desafío principal del siglo XXI para las universidad es la ambigüedad e insuficiencia del saber acumulado o la falta de discernimiento frente a la impresionante cantidad de información acumulada y transmitida, así como los límites del conocimiento por venir, o, como dice Derrida, con humor e ironía, “tómense su tiempo pero dense prisa en hacerlo pues no saben ustedes qué les espera”.
En consecuencia y como conclusión, quisiera dejar bien claro que los universitarios sólo pedimos un diálogo respetuoso, plural y creativo.  En segundo lugar, la vigencia plena de la Constitución y, en particular, del Art. 109.  Igualmente, se hace urgente y necesario  una nueva Ley de Universidades producto del diálogo y la concertación respetuosa entre todos los sectores de la vida social y política.  Una Ley que propicie reformas necesarias para que la universidad venezolana siga siendo “un baluarte para el desarrollo humano y social del país” como lo expresara recientemente y de manera elocuente la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV).

Ángel Lombardi
Rector de la UNICA y ex–Rector de LUZ

alr.lombardi@gmail.com

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lunes, 4 de febrero de 2013

ÁNGEL LOMBARDI, NUEVA MONARQUÍA


"Las sociedades terminan por construir un poder y un sistema político democrático y moderno"
La historia, por definición, tiende a ser imprevisible y siempre depara sorpresas (Kant afirmaba que era de necios profetizar) por aquello de la libertad humana y los imponderables de la vida. Igualmente la historia tiende a ser pendular, como pensaba J. B. Vico, porque igualmente los seres humanos y las sociedades necesitamos de equilibrios. En la modernidad sucedió una cosa curiosa, entre otras muchas (la paradoja y la ironía también forman parte de la historia), fue la época del fin de las monarquías, con algunas excepciones emblemáticas como la inglesa y la japonesa y algunas otras.
Era la época de las revoluciones burguesas (1789, Francia) y comunistas (1917, Rusia) que arremetían contra el viejo orden político y particularmente contra las vetustas y anacrónicas monarquías (pero quién ha dicho que la historia no se devuelve), así vemos cómo en Francia surgió el bonapartismo monárquico e imperial y posteriormente la restauración de la antigua casa reinante y en Rusia, después de 8 décadas de comunismo, retorna una cuasi-monarquía con los gobernantes actuales.
Es decir, que a nivel político no todas las sociedades terminan por construir un poder y un sistema político democrático y moderno y de allí el título de este artículo. En muchos países y entre ellos el nuestro, el poder político y el sistema se definen como democráticos pero sus usos y costumbres siguen las pautas monárquicas.
El poder en general y el gobierno en particular responden a tres momentos de la política: ganar el poder, ejercerlo el mayor tiempo posible y legarlo a un heredero designado. En Venezuela, para ganarlo, usualmente, se conspira y se intentan golpes de Estado o se manipulan elecciones.
Se ejerce el poder, casi siempre, sin rendición de cuentas y con la complicidad o secuestro de los otros poderes y se intenta transmitirlo como una herencia; así fue con los caudillos y así se intenta ahora en esta dedocracia agónica. En la débil y cautiva democracia venezolana se está desarrollando un drama sucesoral más parecido a una monarquía que a una democracia constitucional, en donde en esta última la Constitución termina siendo maltratada e irrespetada, y como es lógico, con consecuencias imprevisibles para nuestro futuro inmediato.
alr.lombardi@gmail.com

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