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sábado, 5 de septiembre de 2015

OVIDIO PÉREZ MORALES, CONVERSIÓN ECOLÓGICA

Conversión es un término denso. Significa cambio, pero implica mucho más. Toda conversión es cambio, pero no viceversa. El caminar es sucesión de cambios. Pero lo de san Pablo en el camino de Damasco fue conversión.

La conversión es un cambio en profundidad. De corazón. La vida adquiere un nuevo sentido. Cuando Jesús comenzó el ejercicio de su misión, exhortó a sus oyentes a convertirse ante la proximidad del Reino de Dios (Mc. 1, 15).

El 24 de mayo Francisco nos ha lanzado la invitación-desafío a una conversión ecológica con su formidable encíclica Laudato Sí sobre el cuidado de la casa común. No propone el papa simplemente el cambio de algunos comportamientos irresponsables respecto del ambiente, los cuales están llevando a desastres patentes. Lo que formula es de gran trascendencia y suma hondura: la reformulación radical de nuestra relación con el ambiente (naturaleza, tierra, mundo).

Francisco recoge y enriquece notablemente la enseñanza de pontífices cercanos como Juan Pablo II (quien ya había usado el término conversión ecológica) y le da un desarrollo actualizado y sistemático en la encíclica. Introduce de lleno lo ecológico en el ámbito de la reflexión teológica, así como en el de la vida y espiritualidad cristiana. De la periferia conceptual y práctica traslada la cuestión al campo de la fe y del actuar del creyente. Consiguientemente al de la misión de la Iglesia, la evangelización y, por ende, al del diálogo ecuménico, interreligioso, interhumano.

Hablando de términos densos, Francisco emplea igualmente otro, el de comunión, para precisar el tipo de conexión de la espiritualidad del cristiano con el propio cuerpo, la naturaleza y las realidades de este mundo.

Comunión en sentido propio, estricto, expresa la íntima relación, el compartir, el encuentro, entre personas. Jesús nos ha revelado a Dios como comunión –perfecta, inefable– en cuanto es, en su unicidad (Dios es uno y único), interrelación personal trinitaria, “familia divina”: Padre, Hijo y Espíritu. Dios no es soledad.

En esta “lógica” de unidad, el mensaje cristiano subraya, como objetivo del proyecto divino creador-salvador, la comunión de los seres humanos con Dios y de los seres humanos entre sí. Dicho plan (la Biblia lo denomina Reino o Reinado de Dios) tiende a la realización, desde el aquí y ahora del peregrinar terreno, de una gran fraternidad universal, íntimamente unida a la Trinidad divina. El gran signo e instrumento de ese proyecto unificante es Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, quien para tal fin ha asociado históricamente a su Iglesia.

La noción o categoría comunión ofrece la clave –núcleo articulador– para entender el mensaje cristiano en su coherente integralidad. En este contexto se entiende por qué Jesús ha dejado como mandamiento máximo aquello que precisamente construye comunión, a saber, el amor.

La conversión ecológica lleva a entender y vivir la relación con el entorno natural en términos de comunión (tomando este vocablo aquí en acepción amplia). No era otra la visión del poverello de Asís al tratar al sol, a la luna, a los animales como hermanos, y a la tierra como madre. El encuentro con Jesucristo reformula las relaciones del cristiano con el mundo que lo rodea. Proteger “la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana” (LS 217).

“El cuidado de la naturaleza es parte de un estilo de vida que implica capacidad de convivencia y comunión” (LD 228). Una ternura con las cosas que refleje la ternura con los prójimos. Una ecología integral, global, conjuga el relacionamiento del ser humano con su entorno natural, su multiforme comunidad histórica, la Trinidad divina. El cuido del ambiente se entreteje así con el de la polis pequeña y grande. La conversión ecológica pide hacer del hábitat la “casa común” de una genuina fraternidad abrazada al Dios-Amor. Hermosa y exigente visión cristiana, que se propone en apertura dialogal.

Ovidio Perez Morales
coroconcert@hotmail.com
@OvidioPerezM

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jueves, 9 de julio de 2015

ÁNGEL LOMBARDI, LAUDATO SI: “EL CUIDO DE LA CASA COMÚN”

El Papa Francisco, al publicar esta Encíclica y ubicarla en la Tradición de las Encíclicas Sociales, en el contexto de la Doctrina Social de la Iglesia, asume un claro compromiso con la problemática ambiental que con toda seguridad se impondrá como el tema por excelencia del siglo XXI. Vivir con la Tierra, no solo en la Tierra. La Tierra es casa común de la familia humana y ésta es la novedad antigua de 2000 años, hijos del mismo padre y hermanados todos, es el mensaje evangélico. Estamos obligados a trascender la historia cainítica, por simple necesidad de sobrevivencia y cuidar el planeta, no solo habitarlo.

El Papa Francisco y la Iglesia lo han asumido de manera formal y conclusiva en esta Encíclica, enmarcada en la Tradición de la Iglesia y particularmente en ese santo moderno, San Francisco de Asís.
El Papa denuncia y alerta sobre el individualismo exacerbado y el consumismo como un fin en sí mismo, que ha permitido desarrollar unos modelos socio-económicos y políticos y una mentalidad que marchan en la dirección opuesta al Bien Común. En este sentido, en la Encíclica se nota la influencia marcada de Romano Guardini y su visión teológica, histórica y filosófica del mundo moderno. La Tierra por sí misma clama y multiplica el clamor de los pobres, los humillados y ofendidos de la historia que siguen en espera trágica de una justicia social que no termina de llegar. La Tierra y los pobres son descartables en la sociedad y la cultura del descarte y con ellos terminamos negando la casa común y nuestra obligación de construirla y mantenerla para todos como responsables de la misma, heredada en la línea de la Creación. La visión de los tiempos modernos, de los últimos dos siglos se continua desarrollando en la línea de anteriores Encíclicas y Documentos de la Iglesia, en donde si bien se admira y respeta la portentosa revolución tecno-científica, así como se avala todo lo que tiene que ver con el progreso humano, al mismo tiempo que se nos previene y alerta sobre los riesgos deshumanizantes del tecnocratismo y el progreso sin límites morales. Progreso fundamentado en una antropología autónoma de Dios y una cultura que todo lo relativiza y subordina al interés egoísta de personas, naciones y los grandes poderes políticos e intereses económicos que usufructúan las riquezas y el bienestar del planeta en una proporción de un 20% de satisfechos y un 80% de población en dificultades. El Papa Francisco está consciente del fenómeno de la globalización o mundialización, su inevitabilidad y beneficios, pero nos advierte sobre sus efectos negativos en lo que él llama la cultura de la indiferencia y lo descartable.
Esta Encíclica, en la Tradición de la Iglesia, propugna un humanismo que no debe ni puede prescindir de Dios, Alfa y Omega de la Creación en quien todo empieza y todo culmina.
La Madre-Hermana Tierra deja de ser un espacio a ocupar y dominar y se convierte en surco y semilla de la vida, espacio sagrado de la laboriosidad e inventiva humana. Francisco, de manera oportuna, ya que en diciembre se reúne en París una Cumbre mundial sobre el clima y cambios climáticos, coloca a los cristianos en el centro del debate inspirado en la Tradición y Doctrina y particularmente en la sensibilidad de Francisco de Asís, quien pudo escribir “El mundo como sacramento de comunión, como modo de compartir con Dios y con el prójimo en una escala global”.
Igualmente importante es el planteamiento que nos obliga a un cambio de mentalidad y paradigma con respecto a la ideología del progreso y del desarrollo, dominantes en los últimos 200 años, citando al Patriarca Ortodoxo Bartolomé I, “Hay que pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir, aprender a dar y no solamente a renunciar”.
Sacralizar la Tierra y la propia vida, cada vida particularizada y respetada como expresión de la voluntad del Creador de darle sentido y trascendencia a la Creación. “Todo está conectado… todo está relacionado”. Nuestro tiempo está inmerso en una crisis global socio-ambiental y las soluciones no pueden ser solo técnicas y coyunturales, estamos obligados a otra manera de ver las cosas y a generar, si así puede decirse, otra cultura, que permita devolverle a la Vida, el Cosmo y a la Tierra, el sentido grandioso de la Creación que nos obliga a una actitud de permanente agradecimiento y a asumir una responsabilidad más allá de nuestros intereses particulares.
Hermanados en su clamor de redención, los pobres y toda la tierra, clamor de liberación dice Leonardo Boff, y refiriéndose a la Encíclica establece como el gran desafío político, la posibilidad de conciliar los modelos de bienestar con la posibilidad real de bienestar para todos, al mismo tiempo que protegemos nuestra casa común.
En la Encíclica se aborda de manera fenomenológica realidades políticas y socio-económicas puntuales y de manera tangencial la problemática demográfica, que a mi juicio es la discusión pendiente, más allá de las tesis extremistas del natalismo a ultranzas y del miedo malthusiano. Los problemas reales nos obligan a enfrentarlos desde la Fe y la Razón y es que toda realidad, como diría Hegel, es racional, y si bien siempre se piensa que existen las soluciones posibles y necesarias, no se pueden obviar los límites morales que acompañan al ser humano.
El Papa Francisco entronca de manera dinámica y orgánica con el Magisterio eclesiástico y la Doctrina Social de la Iglesia, particularmente todo lo que se ha escrito y dicho a partir del Concilio Vaticano II, ese vasto movimiento de aggiornamento ecuménico y que ha permitido que la Iglesia peregrina en la historia y con la historia, asuma los desafíos de nuestro tiempo y el acompañamiento necesario que amerita la humanidad de hoy.
Angel Lombardi
alr.lombardi@gmail.com
@angellombardi

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