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lunes, 19 de octubre de 2015

GABRIEL S. BORAGINA, IGUALDAD, JUSTICIA Y MERECIMIENTOS, PENSAMIENTO LIBERAL,

La meta de la "igualdad" social, y su fuerte identificación popular con la justicia, es uno de los escollos más voluminosos -paradójicamente- que en los hechos sólo sirven para alejarnos tanto de una como de la otra. 

A mayores esfuerzos por lograr la "igualdad" de rentas y patrimonios, superiores también serán las probabilidades de que las fortunas de todo el conjunto social sean cada vez menores. Al menos, esa ha sido la experiencia que registran aquellos países donde la lucha por la "igualdad" se ha planteado y se le han dedicado las energías mas denodadas. Los resultados han sido no sólo magros, sino totalmente contrarios a los objetivos declamados. Los términos de la elección social no suelen ser realistas y fue Friedrich A. von Hayek uno de los más sagaces pensadores en advertirlo:

"Los términos de la elección que nos está abierta no son un sistema en el que todos tendrán lo que merezcan, de acuerdo con algún patrón absoluto y universal de justicia, y otro en el que las participaciones individuales están determinadas parcialmente por accidente o buena o mala suerte, sino un sistema en el que es la voluntad de unas cuantas personas la que decide lo que cada uno recibirá, y otro en el que ello depende, por lo menos en parte, de la capacidad y actividad de los interesados y, en parte, de circunstancias imprevisibles. No pierde esto importancia porque en un sistema de libertad de empresa las oportunidades no sean iguales, dado que este sistema descansa necesariamente sobre la propiedad privada y (aunque, quizá, no con la misma necesidad) la herencia, con las diferencias que éstas crean en cuanto a oportunidades. Hay, pues, un fuerte motivo para reducir esta desigualdad" de oportunidades hasta donde las diferencias congénitas lo permitan y en la medida en que sea posible hacerlo sin destruir el carácter impersonal del proceso por el cual cada uno corre su suerte, v los criterios de unas personas sobre lo justo y deseable no predominan sobre los de otras."[1]
La cuestión no se plantea entre un sistema social azaroso donde cada sujeto se encuentra librado a su suerte, sin ningún tipo de control sobre su destino ni sus decisiones; y otro sistema "ideal" esencialmente "justo" donde cada uno recibirá lo que efectivamente "algún patrón absoluto y universal de justicia" determine. Dicho patrón sólo puede ser suministrado por "alguien" que se constituya en autoridad por sobre los demás, con lo cual en ese mismo momento la supuesta "igualdad" (del tipo que sea) se quiebra a favor de aquel o aquellos que, desde un pedestal de mando, decretan de qué manera y bajo qué circunstancias todos los demás serán "iguales" entre sí, dado que, aun cuando los decididores mismos se incluyan, estarán de hecho excluidos al tener la potestad de decretar quienes serán "iguales" y quienes no, en qué medida, proporción y tiempo lo serán, etc. 
En cuanto a supuestas o reales "diferencias congénitas", la ciencia ha demostrado que no son inmodificables, y su importancia no es mayor y a veces ni siquiera es igual a las adquiridas, por lo que no nos convence la sugerencia de F. A. v. Hayek de "reducirlas" por parte de quien forzosamente deberá revestir una posición de imperio para proceder en consecuencia. Enfoque de este autor que -en alguna medida- contradice sus brillantes aportes en contra de la ingeniería social y la presunción del conocimiento implicada en la misma.
"El hecho de ser mucho más restringidas, en una sociedad en régimen de competencia, las oportunidades abiertas al pobre que las ofrecidas al rico, no impide que en esta sociedad el pobre tenga mucha más libertad que la persona dotada de un confort material mucho mayor en una sociedad diferente. Aunque, bajo la competencia: la probabilidad de que un hombre que empieza pobre alcance una gran riqueza es mucho menor que la que tiene el hombre que ha heredado propiedad, no sólo aquél tiene alguna probabilidad, sino que el sistema de competencia es el único donde aquél sólo depende de sí mismo y no de los favores del poderoso, y donde nadie puede impedir que un hombre intente alcanzar dicho resultado."[2]
Pero además de la verdad que encierran las palabras contenidas en la cita anterior, hay que destacar que, en las sociedades libres, la acumulación de capital es mucho mayor que en las comunidades antiliberales, lo que determina que el acopio de capital presione a la suba los salarios e ingresos en términos reales, con lo cual, los trabajadores ven aumentarlos, sin necesidad de mejorar siquiera su desempeño laboral. Este beneficio alcanza, incluso, a aquellos que están desempleados, ya que opera como generador de un aumento de las oportunidades que, por definición, será imposible que sean "iguales" para todos, pero que, ineludiblemente, bajo el capitalismo siempre serán crecientes. En la economía de libre mercado, un funcionario estatal sólo podría impedir este proceso dejando, por supuesto, a partir de ese momento, de ser una economía de libre mercado, y pasando a ser otra de mercado intervenido.
"Sólo porque hemos olvidado lo que significa la falta de libertad, despreciamos a menudo el hecho patente de que, en cualquier sentido real, un mal pagado trabajador no calificado tiene mucha más libertad en Inglaterra para disponer de su vida que muchos pequeños empresarios en Alemania o un mucho mejor pagado ingeniero o gerente en Rusia. En cuanto a cambiar de quehacer o de lugar de residencia, a profesar ciertas opiniones o gastar su ocio de una particular manera, aunque a veces pueda ser alto el precio que ha de pagar por seguir las propias inclinaciones y a muchos parezca demasiado elevado, no hay impedimentos absolutos, no hay peligros para la seguridad corporal y la libertad que le aten por la fuerza bruta a la tarea y al lugar asignados por un superior."[3]
En las sociedades libres o capitalistas las oportunidades siempre son, en consecuencia, mucho mayores para la gente de menos recursos, para los más pobres en todo sentido, trabajen o no. Esto ya de por si implica -al mismo tiempo- que las sociedades abiertas son también indefectiblemente mucho más justas que las que se oponen a tales valores esenciales al ser humano.
[1]Camino de servidumbre. Alianza Editorial. España. pág. 137-139
[2] Ob. Cit. Ídem.
[3] Ob. Cit. Ídem.

Gabriel Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina
Buenos Aires- Argentina

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lunes, 8 de junio de 2015

GABRIEL S. BORAGINA, PROPIEDAD, POLÍTICAS PÚBLICAS Y GLOBALIZACIÓN, PENSAMIENTO LIBERAL

"Conviene, para responder preguntas que tienen que ver con políticas públicas, es decir, con acciones tomadas por los gobiernos, y la globalización es una de ellas, contar con algunos parámetros que nos permitan calificarlas. Desde la perspectiva liberal esos parámetros están muy claros: libertad y propiedad. Las políticas públicas serán correctas si se practican a favor de la libertad individual (no hay otra) y de la propiedad privada (no hay otra): en el campo de la economía, concretamente, de la libertad para emprender y consumir, y de la propiedad sobre los ingresos, el patrimonio y los medios de producción. Las políticas públicas incorrectas atentan contra la libertad y la propiedad, por ejemplo, contra la libertad para consumir si se prohíbe la importación de determinadas mercancías y, por ello mismo, contra la propiedad de las mercancías extranjeras cuya importación está prohibida. Desde este punto de vista lo que importa, al menos en primer instancia, es la libertad y la propiedad, no, por ejemplo, el crecimiento económico o el desarrollo social".[1]

Lamentablemente, como ya hemos expuesto en un sinfín de ocasiones, las políticas públicas suelen orientarse en un sentido contrario al que indica el autor citado antes. Como han destacado Profesores de la talla de Ludwig von Mises y muchos otros, las acciones de los gobiernos -en tanto se las denomine "políticas públicas" o de otra manera-, se emplazan (en prácticamente todos los casos) hacia la adopción de medidas intervencionistas, es decir, precisamente contrarias a la libertad y a la propiedad en el sentido en que las describe el autor en comentario. Es que el problema de fondo reside en el poder, que no de modo casual tiende a concentrarse en manos de los gobiernos, y que por distintas razones no ha podido ser limitado, excepto en una muy escasa medida, pese al esfuerzo que han hecho muchos países en el curso de la historia, sobre todo en Occidente que es -a no dudarlo- donde más se han empeñado los defensores de las ideas liberales en tratar de limitar ese poder. Las "políticas públicas" podrían llegar a ser útiles si su diseño y materializaron se encontraran a cargo de personas y organizaciones civiles, lo que hemos denominado la sociedad civil en oposición a la sociedad política. Pero no es lo que habitualmente sucede, desafortunadamente, sino que se da el caso inverso en el que la sociedad política impone su impronta sobre la sociedad civil.
"La globalización es llevada a cabo por los gobiernos, de tal manera que la misma forma parte de las políticas públicas y debe calificarse en función del efecto que tiene sobre la libertad individual y la propiedad privada. Desde este punto de vista, ¿cómo calificarla? Positivamente, por una razón muy sencilla: si la globalización es el proceso por el cual disminuyen y desaparecen las prohibiciones que los gobiernos levantan a las relaciones entre personas de distinta nacionalidad, prohibiciones que por definición limitan o elimina la libertad individual y la propiedad privada, la globalización es un proceso de liberación, una transformación a favor de la libertad individual y, en su aspecto económico, a favor de la propiedad privada, tanto de los productores como de los consumidores."[2]
En realidad, y como bien lo ha explicado el Dr. Alberto Benegas Lynch (h) entre otros, la globalización se trata de un fenómeno que es llevado a cabo A PESAR de los gobiernos y no "gracias" a ellos. Por supuesto que, bien sabemos que el término globalización se ha prestado -y se sigue prestando- a diferentes interpretaciones pero, acompañando la postura del Dr. Benegas Lynch (h), creemos que la mejor definición es la que identifica la globalización con lo que la economía clásica siempre ha denominado librecambio o libre comercio, de tal suerte que, el vocablo globalización no vendría a ser más que un nuevo término para designar un fenómeno que ya había sido estudiado por los economistas clásicos y neoclásicos, y que en tal sentido hoy resulta muy limitado, en virtud de las múltiples trabas al comercio exterior que existen en la mayoría de los países del mundo, dada la proliferación de barreras arancelarias y no arancelarias, y -en general- del predominio de teorías como la del proteccionismo en materia de comercio internacional, que reducen -y hasta tienden a anular- cualquier vestigio de globalización. Es por ello más correcto decir que la mayor globalización que hoy pueda llegar a observarse es debida a las fuerzas del mercado más que a deliberadas "políticas públicas".
En rigor, las "políticas públicas" se encaminan más a la violación de la propiedad que a su defensa, y por eso bien se ha dicho al respecto que:
"La propiedad puede violarse tomando el producto que cualquier propietario debe a sus tierras, a sus capitales, o a su trabajo. La propiedad se viola poniendo frenos al libre uso de las propiedades, pues las leyes establecen que la propiedad implica el derecho de uso. Igualmente, la propiedad es violada cuando se obliga a un propietario a cultivar algo, o a impedirle hacer cierto cultivo. Cuando se fuerza cierto modo de cultivo, o se prohíbe. También se viola la propiedad cuando se niegan ciertos usos del capital o maneras de invertir. Cuando se prohíbe la construcción sobre sus tierras, o se le impone una manera de construcción. Hay violación del derecho de la propiedad cuando después de invertir en una cierta industria la autoridad prohíbe esa misma industria, o se le imponen impuestos tan grandes que son iguales a los de una prohibición. Es violación de la propiedad el prohibir el uso de las facultades humanas y la aplicación de sus habilidades y talentos, a excepción de cuando ellos son usados en contra de los derechos de terceros. Viola a la propiedad el hacer que un hombre se dedique a ciertas actividades cuando él considera de más provecho dedicarse a otras labores, por ejemplo, obligándole a realizar un servicio militar."[3]

[1] Arturo Damm Arnal "¿Cómo vencer los obstáculos hacia un mundo globalizado, sin fronteras? El argumento moral a favor de la globalización" Fundación Friedrich Naumann (FFN)-Oficina Regional América Latina. Pág. 10-11
[2] Damm A. ídem. pág. 11-12
[3] Eduardo García Gaspar. Ideas en Economía, Política, Cultura-Parte I: Economía. Contrapeso.info 2007.  pág. 66

Gabriel Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina

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martes, 12 de mayo de 2015

GABRIEL S. BORAGINA, LIBRE MERCADO, POBREZA Y TRABAJO, PENSAMIENTO LIBERAL,

La economía de mercado libre no existe, porque los gobiernos la impiden. Por eso hay pobreza precisamente. 

Si el mercado no es libre implica que el pobre no es libre de salir de su pobreza, ni siquiera de intentarlo. 

Un mercado intervenido por el gobierno condena al necesitado a continuar en su condición miserable. “Libre” significa tener la posibilidad de progresar, de trabajar, ganar dinero, poder ahorrarlo e invertirlo. Millones de personas hoy en día no poseen esa oportunidad, entonces ¿cómo poder decir que “tenemos” o “vivimos” en un mercado “libre”? La misma existencia de gente en estado de indigencia nos da la pauta de la ausencia de un mercado libre. Sin embargo, podemos observar que en aquellos países donde los mercados son más libres, la pobreza es mucho menor. Porque “libre” implica libertad de trabajar, de ganar dinero y de conservar lo ganado. Si en algún sitio esta potencialidad no existe, no hay allí libre mercado en absoluto.
Pero ¿qué es realmente el mercado? El mercado somos todos. Por eso todos lo controlamos. El gobierno no lo controla. Lo interfiere y obstaculiza (que es cosa bien diferente). Se llama mercado a la interacción de millones de personas que diariamente realizan acuerdos (contratos) mediante los cuales intercambian derechos de propiedad sobre bienes o servicios. En esos intercambios controlamos que lo que recibimos sea lo que verdaderamente necesitamos más, y que lo que damos sea lo que realmente precisamos menos. 
Es decir, que pagamos ni más ni menos lo que llamamos un precio justo. La otra parte hace el mismo control, entrega lo que valora menos por algo que valora más. No hace falta que un tercero -que no nos conoce- venga a "controlar" la operación, y menos aún que interfiera sobre ella. Este control lo hacen todas y cada una de las personas que participan en el mercado. 
El gobierno no puede hacer ningún control de este tipo, porque no puede valorar en lugar de las partes que participan en la transacción. Sólo puede estorbarla, haciendo que una de las partes pierda frente a la otra. 
En cambio, si el mercado es libre, ambas partes ganan, porque controlan que así sea justamente. Lo único que hay que controlar es que ambos contratantes reciban lo esperado de cada uno, y este control sólo puede estar a cargo de ellos, porque nadie mejor que ellos saben qué es lo que necesitan y qué fue lo que motivó que decidieran intercambiar entre uno y otro con exclusión de cualquier tercero. De la misma manera que nosotros controlamos nuestros gastos diarios. No necesitamos que ningún burócrata lo haga por nosotros.
También hay que tener en cuenta que en los países comúnmente llamados "desarrollados" existen oligopolios y monopolios que, normalmente, son creados y administrados por los gobiernos en su mayoría, siendo el monopolio más grande de todos, el propio gobierno. 
Pero esto, como es notorio, no es defecto exclusivo de los países llamados “desarrollados” (habría que ver -además- qué implica concretamente esta última expresión). Monopolios y oligopolios aparecen y son frecuentes en economías intervenidas y proteccionistas, tendiendo a desaparecer a medida que la economía se va abriendo. 
Las famosas leyes antimonopolio -paradójicamente- son, junto con otras, las que crean y mantienen en el tiempo estas verdaderas concentraciones de capital.
La interferencia del gobierno en el mercado de trabajo es lo que produce el desempleo creciente, ya que las leyes laborales rompen el equilibrio natural que existe entre la oferta y demanda de mano de obra en el mercado y, gracias al cual, la tendencia al pleno empleo es una constante. 
El efecto de las leyes laborales (también llamadas “sociales” denominación redundante y paradójica, como si hubiera leyes que no fueran “sociales” ya que todas las leyes tienen razón de ser en (y para) un contexto social) es elevar los costos del trabajo por encima de su nivel de productividad. 
Como consecuencia de este fenómeno, suben los salarios nominales al tiempo que bajan los salarios reales y el resultado de todo este proceso es el desempleo. Las leyes laborales eliminan de la competencia a los actuales y potenciales empleadores, reduciendo el mercado laboral, que más se achica cuanto más la ley laboral eleva los costos de contratación, todo lo cual termina expulsando mano de obra hacia el paro o desempleo.
Se ha dicho que en materia económica “el Estado debe actuar”. Pero se olvida -o se desconoce directamente- que no actúa ni puede actuar. Sólo los individuos actúan, no las hipostasis. Esto -en los hechos- significa que los que actúan son las personas que están a cargo del gobierno, que no necesariamente lo harán bien como con frecuencia se supone, dado que los gobernantes son tan humanos como cualquiera de nosotros, ergo son falibles y yerran a menudo, por lo que no existe ninguna razón que determine que la decisión de un burócrata va a ser superior o mejor siquiera a la de cualesquiera que no ocupe cargos en la burocracia.
También se pretende que sean los gobiernos los que determinen los "mejores" mercados y sociedades. Tampoco esto es posible, porque los mejores mercados y sociedades son determinados por las personas y no por los "estados" por lo dicho en el párrafo anterior. Ningún gobierno goza de la omnisciencia que de ordinario la mayoría de la gente presume que posee. El mercado es un proceso espontáneo, que surge en las sociedades libres. Los gobiernos sólo pueden reducir y obstruir este proceso, nunca pueden "mejorarlo", sólo pueden perjudicarlo.
Se cree que si el gobierno no interviene, el mercado libre caerá en manos de poderosos ricos. Pero como dijimos al comenzar, hoy por hoy, no hay mercado libre, porque el "libre" mercado ya está en manos de los poderosos ricos. Ellos son los gobiernos y gobernantes. Es "libre" sólo para los gobiernos, no para el común de la gente. El gobierno reduce la libertad del mercado al ámbito de los funcionarios, burócratas y algunos mal llamados “empresarios” que ofician -en realidad- como verdaderos barones feudales, operando al abrigo del proteccionismo que les brindan precisamente esos mismos burócratas y funcionarios estatales.

Gabriel Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina

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martes, 28 de abril de 2015

GABRIEL S. BORAGINA, ¿QUIÉN Y CÓMO REGULA LOS MERCADOS?, PENSAMIENTO LIBERAL

Lo que mal se llama "neoliberalismo" no es otra cosa que estatismo. Las crisis económicas siempre son generadas por los gobiernos. Si a estas crisis gubernamentales se les quiere llamar "neoliberales" pues ello queda a gusto de quien quiera usar esta palabreja. 

En lo personal, preferimos usar términos más exactos y más técnicos, designando a los responsables directos de las crisis económicas, que siempre son los gobiernos, mediante las manipulaciones que de continuo intervienen en los mercados adulterándolos y provocando, en última instancia, crisis como todas las que conocemos.

Al aburrido estribillo antiliberal que dice -ignorantemente- que los mercados no se autoregulan le contestamos que ello depende de qué tipo de mercado estemos hablando. Si se refieren a los mercados actuales, intervenidos por los gobiernos, resulta obvio que ellos están regulados por los gobiernos, y es esta la causa por la cual los mercados no se autoregulan: si ya están intervenidos por los gobiernos difícilmente puedan esos mercados autoregularse, ya que el gobierno con su intrusión precisamente se los está impidiendo.

Pero si, en cambio, estamos hablando de los mercados libres, aquí es evidente que estos mercados siempre se autoregulan. Claro que ello, invariablemente, en la medida que el gobierno no los estorbe. Lo importante en este punto es comprender bien cómo es el proceso a través del cual los mercados se autoregulan. Decimos que estos mercados se autoregulan porque ellos no operan en el vacío, sino que se mueven dentro de un contexto competitivo, lo que -a su turno- supone la existencia de un sistema de libre competencia, sin el cual los mercados no podrían autoregularse. Inserto el elemento competencia dentro del concepto de mercado, decimos, entonces, que los mercados se autoregulan. Si -en cambio- excluimos el elemento competencia del significado de mercado, a la sazón debemos expresar que los mercados libres son regulados por la competencia. Todo depende de si incluimos o excluimos el factor competencia dentro de la noción de mercado. Si decimos "mercado libre", el factor competitivo ya está encerrado dentro de dicha significación. Por eso hablamos -en este caso- de mercados libres y no simplemente de mercados "a secas". La diferenciación es crucial.

Si aislamos a los mercados de su contexto competitivo, luego la única forma de regularlos sería a través del gobierno. Pero esto implicaría que las decisiones que, de ordinario y diariamente -dentro de ese entorno competitivo- toman los consumidores, serian reemplazadas por los decretos de los burócratas. Es decir, supone pasar el control de los mercados desde los consumidores hacia los burócratas. Y -lamentablemente- esto último es (ni más ni menos) lo que sucede hoy en día en la mayor parte de los países del mundo.

Tal hecho afecta la vida de las personas comunes y corrientes en una medida mayúscula. En términos cotidianos, involucra que un funcionario del gobierno presume saber más y conocer mejor dónde el lector debería comprar sus zapatos, comida, ropa, vivienda, viajar, pasar sus vacaciones, etc. o dónde no debe hacerlo, en qué momentos u oportunidades, y qué precio debería pagar por cada una de esas cosas, por más que el lector desee u opine lo contrario que el burócrata. Y ocurre muy a menudo que, las decisiones del burócrata contrarían en mucho -o en todo- a las del lector. Así son los mercados regulados por los gobiernos.

Supongamos que el peluquero adonde el lector va -desde hace tiempo- a cortarse el cabello deba cobrar $ 10 el corte para poder pagar un alquiler (proporcional) de $ 8. Imaginemos ahora que el gobierno decide regular el mercado de peluqueros e impone que el corte no puede cobrarse más de $ 7. ¿Resultado? La regulación del mercado hará que el lector se quede sin su peluquero preferido. Porque no puede pagar un alquiler proporcional de $ 8 si su ganancia va a ser de $ 7.

Conjeturemos ahora que el gobierno decide regular el mercado de los alquileres, y que -en consecuencia- decreta que los locales de peluquería no pueden cobrar alquileres en más de $ 5. ¿Qué acontecerá en este caso? Simple: el propietario del local le dirá al peluquero inquilino que deberá desalojar el local de peluquería, con lo cual -también en este supuesto- el peluquero deberá cerrar e irse. Nuevamente, el lector ha perdido a su peluquero predilecto. En otras palabras, las regulaciones del mercado siempre perjudican a la gente.

El mismo efecto negativo para el consumidor sobreviene si el gobierno regula estos mercados subiéndole los impuestos al peluquero, al dueño del local, etc.

Si el burócrata decide regular el mercado de peluquería con un impuesto a las ganancias de $ 3 por corte de cabello, siendo que -en nuestro ejemplo- la ganancia neta del peluquero era de $ 2, el peluquero del lector debe liquidar el negocio. Los enemigos del mercado dirán que no es así porque en este caso el peluquero subirá el precio del corte a $ 14. Pero se equivocan, porque el peluquero no puede hacer eso, dado que $ 10 era lo máximo que su clientela le permitía cobrar. Si quisiera subir el importe, empezaría a perder clientes en una cantidad igual a la diferencia existente entre el precio de mercado y lo que él quisiera aumentar por sobre ese monto. Y el negocio de todo comerciante no es perder clientes, sino ganarlos.

Cuanto más subiera la cuantía por sobre esos $ 10 más clientes huirían presurosamente de su peluquería. Y como su mercado está regulado por el gobierno y a $ 10 incurre en pérdidas en virtud de dicha regulación, entonces la única salida que le queda es la quiebra, que a la larga, es el corolario de todos los mercados regulados estatalmente.

Este es un caso práctico de mercados regulados por el gobierno y no por el consumidor.

Tal como vimos, el impuesto impide que la competencia funcione, porque al elevar los costos del empresario lo empuja a que se salga del mercado. Y si los costos que el empresario tenía antes del impuesto ya eran de por si altos, un nuevo impuesto -o el acrecimiento de la alícuota de cualquiera que ya estuviera pagando antes- directamente lo barre del mercado.

Gabriel Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina 

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miércoles, 23 de julio de 2014

JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ, ESTEBAN PALACIOS, UN TÍO DE BOLÍVAR

Los méritos militares de don Esteban Palacios y Blanco, el más querido de los tíos de Bolívar, fueron los propios de un hidalgo americano quien llegó a ser Cadete del Escuadrón de Milicias de Voluntarios Blancos de Caballería de Caracas, Alférez graduado en 1792, Portaestandarte en 1794 y, finalmente, Alférez de la Primera Compañía del Escuadrón de Milicias Disciplinadas de Caracas en 1797.

Procedía don Esteban de una importante familia colonial: Su bisabuelo, don José de Palacios y Sojo, había sido Regidor y Alcalde Ordinario de Caracas, Capitán en las Compañías de Infantería Españolas de los Voluntarios en las que fue Teniente Gobernador. Su abuelo, don Feliciano Palacios y Sojo, fue Alférez Real Perpetuo por fuero de heredad de Caracas, ejerció el cargo de Procurador General, Alcalde de la Santa Hermandad y Regidor, recordado además por haber promovido la construcción de un puente que unió a la ciudad, la instalación de una fuente de agua en la Plaza Mayor y la colocación de sus portales,  lo cual testimoniaba sus desvelos ciudadanos. Igualmente fue Subteniente de la Compañía de Milicias y Capitán. Su padre, don Feliciano Palacios, fue Alférez Mayor de Caracas, Capitán de la Primera Compañía Miliciana de Blancos de la ciudad y participó en los difíciles sucesos de las rebeliones de Juan Francisco de León, cargo que ejerció hasta que ocupó el de Tesorero Diocesano de la Santa Cruzada y, por último, bajo la gobernación de don Luis de Unzaga, se desempeñó como Capitán en los tiempos de la guerra entre Inglaterra y España.

El empeño y la fidelidad como la que los Palacios se habían dedicado a la carrera de las armas era notorio en la Provincia y entre los hijos de don Feliciano cuatro de ellos fueron oficiales que prestaron servicios en los Reales cuerpos. Sobre don Esteban destacaron sus superiores:"la aplicación y amor con que sirve", y que: "ha asistido a todos los ejercicios doctrinales con bastante aplicación y adelantamiento", entre otros. No obstante ello, reiteradas solicitudes de ascenso le fueron demoradas retardando innecesariamente su carrera.

Los muchos intereses de su anciano padre en Miranda del Ebro, en Burgos, en Cádiz, en Sevilla y en la Corte de Madrid, así como también los de su hermana María Concepción: "viuda del Coronel don Juan Vicente de Bolívar, y con cuatro hijos menores", tal y como refería, justificaron que solicitase don Esteban en 1791 una licencia por dos años para viajar a España.

La muerte sorpresiva de su hermana y luego la de su padre le hizo considerar su regreso a Venezuela al haber sido nombrado: "tutor y curador de su sobrino carnal don Simón de Bolívar y Palacios, que es menor de 12 años, y siendo sus mayorazgos crecidos y su edad tierna", lo cual hacía preciso: "atender en conciencia a aquellas obligaciones tan justas, como también a cuidar sus propios intereses". Sin embargo en virtud de su permanencia en España, el tío Carlos se encargó de la tutoría propiciando litigios y diferencias. Don Esteban amonestó a su hermano no habitase en la casa de Bolívar: "para no excitar la crítica pública de que te prevales de la curatela...".

Don Esteban representó para Bolívar la presencia entrañable de su: "querido tío" y de su: "buen padrino". Le llevó a España y estuvo a su lado donde se aseguró que recibiera una buena educación en materias como lengua, historia, matemáticas, esgrima y baile, "a todo se prestó siempre dócil y contento". Junto a él presenció Bolívar las contrariedades de la vida cortesana de Madrid.

Años después Bolívar evocó ante él los recuerdos de una época feliz: la imagen de su madre con la cual don Esteban guardaba parecidos, sus hermanos, sus parientes, los primeros juegos, los regalos del padrino generoso y solícito. Ante él desbordó sus sentimientos, lo más entrañable del pasado, lo más significativo del presente, lo más enaltecedor del porvenir. Ante él se condolió Bolívar del sacrificio y del horror, la sangre y los padecimientos que sufrieron los suyos y lamentaba que la ciudad en que todos nacieron y vivieron, la que fue culta, hermosa y distinguida, ya no existía, desaparecida en medio de tantas desgracias y catástrofes pero que sin embargo, enaltecida en los fastos de la historia, se negó a ser sumisa, se negó a ser esclava, ciudad inconforme y rebelde que simbolizó en todo tiempo el fin de los tiranos y en la cual al decir de Bolívar: "sus cenizas, sus monumentos, la tierra que la tuvo, han quedado resplandecientes de libertad", y así se lo testimonió a su tío a quien denominó pleno de afectos y memorias: "mi segundo padre".

Don Esteban fue diputado suplente por Venezuela ante las Cortes liberales de Cádiz entre 1810 y 1814 y apoyó junto a los parlamentarios americanos las reformas políticas, la libertad de imprenta,  la igualdad de derechos, la amnistía para los rebeldes, la eliminación de la esclavitud. Murió en octubre de 1830.

Jose Felix Diaz Bermudez

jfd599@gmail.com
@jfd599

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domingo, 13 de noviembre de 2011

NELSON MAICA C: PENSADORES 3 (POLITICA)

Seguimos. Estamos en el país que no existe. El meollo de la libertad consiste en la capacidad y la voluntad de hacer u omitir lo que uno quiere. La libertad sería la ausencia de coacción.
En el mundo real, tener libertad significa que las coacciones y las limitaciones que inciden en obrar y el querer de los individuos son reducidas al mínimo posible.
Pero, para que haya libertad de verdad, tiene que haber un orden liberal. El orden liberal no es un ámbito de pura libertad, sino más bien un orden de limitaciones pactadas.
La verdad de la que habla Dahrendorf no es un valor de eternidad, sino más bien la negativa al sacrificio de la libertad en favor de una ideología.
No hace falta analizar la obra completa de estos intelectuales, porque los que poseen la mínima educación liberal la conocen. Pero no está de sobra mencionar sus ideas más importantes.
Popper, el autor de La sociedad abierta, introdujo en las ciencias sociales el método hipotético deductivo: el proceso de falsificación de una hipótesis mediante observación empírica, que nos conduciría a buscar mejores hipótesis.
Berlín, nos enseñó que los valores están en un continuo conflicto entre sí y que sólo el pluralismo puede dar la base a un sistema liberal.
Aron, nos ofrece sus agudos análisis sobre la filosofía de la historia, pero sobre todo se le recordará por el concepto del observador comprometido, una suerte de fusión de la actitud del actor con la del espectador, una forma de participación interior en la causa que se está observando.
¿Cómo lograron estos hombres mantener su entereza? Se considera a los erasmistas como representantes de lo que se ha denominado “el espíritu liberal”, refiriéndose con ello a una determinada actitud intelectual que puede ser caracterizada mediante las cuatro virtudes cardinales.
Las virtudes teologales, la fe, la esperanza y la caridad, tienen poco que ver con la libertad política.
Fortitudo (valentía), iustitia (justicia), temperantia (templanza, moderación) y prudentia (prudencia) son las cuatro clásicas virtudes cardinales, comunes a la tradición clásica y a la cristiana, que Dahrendorf examina en la vida y en la obra de Popper, Berlin y Aron, los tres erasmistas paradigmáticos, consciente de que, a lo largo de la historia del pensamiento, han sido interpretadas de muchas maneras. El sociólogo las considera expresión de valores universales que se pueden lograr mediante el esfuerzo.
Dahrendorf considera que los tres erasmistas compartieron en mayor o menor grado, según sus temperamentos personales, las virtudes cardinales, pero también el origen judío, la experiencia del exilio y la creencia en la razón, o mejor dicho, la preferencia por la razón, porque estaban convencidos de que la razón no puede dar las respuestas a todos los problemas que padece el hombre.
Lo cierto es que defendieron la razón con una gran pasión, aunque reconocían que la relación entre la razón y la pasión no es tan sencilla, y que la debilidad fundamental de un orden liberal estriba en que es, por definición, una cuestión de cabeza, no de corazón. Pero también queda claro, por muy complicada que sea esta relación, que vincularse a la razón puede implicar una cierta pasión, pero responde, ante todo, a una decisión ética individual.
Ojo. A los erasmistas no hay que confundirlos con los disidentes (Vaclav Havel sería un raro ejemplo de combinación de cualidades erasmianas con la idiosincrasia del disidente) ni con los combatientes de la resistencia (de hecho la mayoría de los erasmistas revelan cierta cobardía a la hora de enfrentarse directamente con la violencia); tampoco con los mártires (pues no están dispuestos a inmolarse por sus ideas, porque no creen que éstas sean más convincentes por el sólo hecho de morir por ellas).
Si aceptaran una definición característica, ésta sería la de exiliados en sentido metafórico (aunque casi todos han pasado por esta experiencia real), es decir, exiliados que no se lamentan de su condición de tales y saben que su soledad es el precio de la libertad.
Afirma Dahrendorf que el erasmista sólo puede florecer en circunstancias extremas de amenaza al orden liberal. Con esto se explica la ausencia de este tipo de intelectual en países cuyo orden liberal nunca ha sido amenazado seriamente, como Inglaterra o los EE.UU.
Puede que haya allí sujetos que poseen estas cualidades o virtudes, pero permanecen ocultas. Los atentados del terrorismo yihadista en Nueva York, Madrid y Londres suponen la aparición de una amenaza totalitaria global al orden liberal. Más que nunca, necesitamos hoy a los erasmistas.
Es cierto que sus palabras no acallarán las bombas terroristas, pero pueden servirnos de brújula de la libertad. Es cierto que no es posible escribir manuales de cómo convertirse en un liberal y desde este punto de vista el libro de Dahrendorf es inútil, pero nos recuerda, con mucha pasión, que las ideas, si no mueven el mundo, sí mueven a los individuos.
Tips:
1.  El gobierno despótico tiene por principio el temor; pero, a los pueblos tímidos, ignorantes, desalentados, no les hacen falta muchas leyes.
2.  Los déspotas no tienen nada que pudiera normalizar el corazón de sus pueblos, ni el suyo propio.
3.  El despotismo es un mal porque excluye la legalidad.
4.  El despotismo es un estado con poder unificado; la moderación implica la multiplicidad, la co-presencia de varios poderes.
5.  En el gobierno despótico, el poder pasa por completo a las manos de aquel a quien se le confía, es el rechazo a compartir que constituye la raíz del mal. La existencia de las leyes legítimas es la protección minima contra la arbitrariedad de la fuerza. Hay que establecer un autentico equilibrio entre los poderes.
6.  El espíritu de una nación esta en la mentalidad de sus habitantes, en su ideología nacional. Esa ideología se presenta con coherencia interna, es omnipresente y se modifica lentamente. Todo intento de cambiar el espíritu de una nación con brutalidad produce resultados desastrosos. El espíritu de una nación no es inamovible.
7.  La única manera de prevenirse contra las consecuencias funestas de una mala elección es la de no optar por las soluciones extremas ni por los principios únicos; la de admitir la existencia regular de excepciones. Es preciso escapar tanto del fatalismo (pensar que nada puede cambiar el destino de los hombres y que, en consecuencia, no vale la pena actuar), como del intervencionismo rabioso (creer que todo depende del legislador o de quien tiene el poder).
8.  La justicia es eterna y no depende de las convenciones humanas.
9.  Todos los hombres tienen un instinto religioso, de conservación y social.
10.   El derecho natural es el fundamento del derecho en las sociedades humanas.
11.   Solo la fuerza detiene a la fuerza. La legalidad es la fuerza de todos, del individuo, del pueblo, porque abre una brecha en la unidad del poder. La nación es heterogénea porque esta integrada por individuos y grupos con intereses divergentes; por esta razón la unidad de los poderes es siempre un mal (contradice la naturaleza de las cosas) y su pluralidad, un bien.
12.   Las leyes tiránicas, por más que sean leyes, no participan de la moderación, ya que no hacen más que reforzar un único y mismo poder; solamente son moderadas las leyes que limitan a los demás poderes, es decir, aquellas que traducen en las instituciones la heterogeneidad de la sociedad.
13.   Toda distribución o repartición de los poderes es un bien, puesto que atenta contra el monopolio.
14.   La libertad política existe solo cuando no se abusa del poder. Para que no se pueda abusar del poder es preciso que, gracias a la disposición de las cosas, el poder ponga freno al poder.
15.   ¿Por qué no se asume con fuerza la no reelección de inmediato? ¿Por qué no se permite la movilidad política?
16.   ¡Van doce años haciendo promesas, desapareciendo los recursos que nos pertenecen a todos, destruyendo el país! ¡Es tiempo de exigir cuentas!
17.   ¡Dios y Federación!      Estado Anzoátegui: “Tumba de los Tiranos”.

“El gobierno no puede resolver el problema. El problema es el gobierno”.
Ronald Reagan
Caracas, Venezuela, 04/11/2011.
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sábado, 5 de noviembre de 2011

NELSON MAICA C: PENSADORES 2 (POLÍTICA)

Continuamos. Recuerde que estamos en un país que no existe. Ralf Dahrendorf (Hamburgo, 1 de mayo de 1929 - Colonia, 18 de junio de 2009) sociólogo, filósofo, politólogo y político germano-británico y considerado como uno de los autores fundadores de la Teoría del Conflicto Social no expone juicios morales ni expresa indignación al mencionar pensadores que cedieron supuestamente a la tentación totalitaria como Heidegger o Jean-Paul Sartre, por nombrar algunos.
Más bien intenta explicar a qué tipo de pruebas estuvieron sometidos quienes se enfrentaron a la seducción de dos ideologías totalitarias: la fascista en su variante nacionalsocialista, y la socialista, comunista en su modalidad soviética, el bolchevismo.
No por casualidad elige el concepto de tentación, porque apunta al factor irracional de rendición y entrega y reconoce que la política basada en la falta de libertad resultaba algo seductor y atractivo, fascinante.
 ¿En qué consiste esta fascinación? Fascinación y fascismo tienen la misma raíz etimológica. En el caso del fascismo, se trataba de una ideología que ofrecía a sus seguidores la posibilidad de sentir una pertenencia solidaria en la lucha por una causa digna de glorificación – la grandeza de la Nación –, bajo el poder carismático del Führer, consagrando el principio de la jefatura suprema de un solo hombre.
El fascismo ofrecía la salvación colectiva mediante la regeneración nacional. En este caso, seducción y tentación fueron relativas y efímeras, porque muy pronto se descubrió la salvación prometida como pura arbitrariedad criminal y violencia para mantenerla.
El socialismo comunismo ofrecía una sustitución de la fe en Dios por la fe “científica” en un paraíso utópico en la tierra: la redención de un mundo que se presentaba como una necesidad histórica inevitable. Ambas ideologías eran hijas de la misma historia y del mismo suelo, el de la guerra.
Se han alimentado, condicionado y combatido mutuamente. Y durante la Segunda Guerra Mundial demostraron que su auge se debió a la ausencia del liberalismo. Muchos no compartían los valores utópicos, pero esto no significa que fueran defensores de la libertad.
Czeslaw Milosz los describió con brillantez clasificándoles en cuatro tipos. En cada caso tomo un aspecto esencial, revelador del carácter y la vida del escritor, algo que había marcado sus escritos más tardíos y sus cambios en la posición política.
Nos encontramos con Alfa, “el moralista”; Beta, “el nihilista”, cuyo nihilismo proviene de una pasión ética, del amor desencantado hacia el mundo; Gama, “el esclavo de la historia”, y Delta, “el trovador”.
Estos retratos reflejan uno de los momentos más oscuros de la historia y la tendencia de los hombres a la adaptación, a la emigración interior o a la indiferencia contemplativa ante las circunstancias políticas que les ha tocado vivir, aunque el precio de tales actitudes sea la privación de la libertad.
Durante el siglo XX ocurrió la Primera Guerra Mundial, la Revolución bolchevique, la Segunda Guerra Mundial y el comienzo y fin de la Guerra Fría. También nacieron y vivieron los intelectuales que analiza Dahrendorf.
Su elección de los nacidos entre 1900 y 1910 es arbitraria, lo reconoce él mismo, aunque lo justifica por razones prácticas e históricas: los nacidos en este decenio eran lo suficientemente jóvenes para, por falta de experiencia social y política, haber podido dejarse arrastrar por los cantos de sirena totalitaria, pero también suficientemente mayores para tener conciencia de sí mismos y del mundo que les rodeaba.
Por ello elige tres intelectuales paradigmáticos, erasmistas, – Karl Raimund Popper, Isaiah Berlin y Raymond Aron como alternativos modernos de Erasmo de Rótterdam, al que rinde homenaje como precursor de las virtudes liberales.
Se imagina una Sociedad Erasmiana de la generación nacida en la primera década del siglo XX, distinguiendo entre miembros de pleno derecho, candidatos, impulsores, miembros externos y candidatos rechazados, según su relación con el paradigma.
Además de los tres mencionados, admite en el selecto club a Norberto Bobbio, Jan Potocka, Theodor W. Adorno, Hanna Arendt, Theodor Ehrenburg, Manès Sperber y Arthur Koestler.
Aunque teniendo en cuenta la condición impuesta por Dahrendorf de limitarse sólo a los que nacieron entre 1900 y 1910, difícilmente se puede aceptar la denegación del reconocimiento erasmista, por ejemplo, a Czeslaw Milosz (nacido en 1911) o a Friedrich von Hayek (nacido en 1899).
A Hanna Arendt le reconoce tal condición, pero no se priva de ironizar a la hora de referirla: “Era una mujer extraordinaria cuyas emociones eran demasiado fuertes como para que pudiera ser la erasmista de pura cepa. […] Fue inmune a las dos grandes tentaciones de la época, si obviamos el hecho de que se enamoró tenazmente de un hombre que cayó en la red de los nazis, y se casó con otro que era comunista”.
Los miembros de la Sociedad Erasmiana comparten ciertas características básicas: su medio principal de trabajo es la palabra; tienen una fuerte presencia pública y su lenguaje ha contribuido a definir las “mentalidades de una generación”.
No son intelectuales que reconcilian la actividad política y la intelectual, pero tampoco les obsesiona tal división. Por el contrario, saben nadar entre dos aguas. Son una especie de “periodistas” cuya opinión influye en las decisiones políticas.
Dahrendorf cree que el lugar ideal para este tipo del intelectual son los think thanks, que reconocen la gran importancia que tienen las ideas, no sólo por ser productos del intelecto, sino también por su capacidad de generar sistemas, definir pautas y políticas gubernamentales, y servir como inspiradores culturales y motores históricos.
A diferencia de Julien Benda, que afirma que la función del intelectual es defender la justicia y la verdad, Dahrendorf elige intelectuales que han defendido la libertad y la verdad.
Tips:
1.  Transparencia internacional alemana afirma que Rusia, China, México, Argentina, India, Italia, Brasil, España, Francia, Usa… supuestamente practican el soborno para hacer negocios… ¿Y, entonces?...
2.  El combate por la libertad se tiene que reiniciar sin cesar, día a día.
3.  La libertad es lo propio de la humanidad.
4.  El principio del gobierno despótico es corrupto por naturaleza propia.
5.  El principio de reciprocidad permitió condenar la esclavitud porque quienes la defendían no querían sufrirla.
6.  En los estados despóticos solo existe la ley del déspota.
7.  Ningún poder ilimitado es legítimo.
8.  La presencia del despotismo no es casual ni por accidente. Lo permite la dirigencia, la elite, la gerencia y la propia sociedad y, precisamente, para evitarlo hay que establecer instituciones que lo impidan. El ataque contra el despotismo hay que librarlo a cada momento.
9.  El gobierno despótico se corrompe sin cesar a causa de su vicio interior. La muerte de los despotismos es ineludible.
10.   El consenso democrático se fundamenta en principios éticos y deberían ejercer un cierto control sobre las aplicaciones de la ciencia y sobre los desbordamientos de la ideología.
11.   Nuestro lema histórico: “Dios y Federación”.  De Amazonas: “Honor y Lealtad”.
 “El gobierno no soluciona problemas; los subsidia”.
Ronald Reagan
nelsonmaica@gmail.com

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martes, 2 de noviembre de 2010

MÁS EDUCACIÓN Y MENOS ADOCTRINAMIENTO. JOSE MANUEL GARCIA (DESDE ESPAÑA)

Cada vez es mayor la tendencia de los gobiernos a intervenir en el contenido de materias y dictar la forma en que se deben impartir. Se hace mucho hincapié en el contenido a suministrar y en la forma de suministrarlo con no pocas manipulaciones, dependiendo de la tendencia o ideología de los mandamás de turno.

Se terminan teniendo tantos programas educativos como gobiernos han existido y, por regla general, la preparación de los jóvenes deja cada vez más que desear.
Se le da menos importancia a "enseñar a pensar", a formar personas críticas, capaces de discernir, de razonar por si mismas. A nuestros jóvenes los bombardeamos con cifras y fechas sin sentido, les ofrecemos informaciones inconexas y muchas veces incompletas. Deformamos la historia y eliminamos del pensum de estudios todo aquello que pudiese obligarles a razonar y lograr sus propias conclusiones.

Es por ello que cada vez es mayor el número de aspirantes a Gran Hermanos y la mayor ambición de la chiquillería termina siendo poder asistir, cual famosillo, a un programa de salsa rosa, donde el insulto y la descalificación es la norma.

A nuestros jóvenes les damos la información en píldoras y por si ello fuese poco les hemos arrebatado lo principal: el placer del esfuerzo, la recompensa a la perseverancia. Hemos restado todo mérito a quien da de si lo mejor tratando de lograr una igualdad de resultados que no de oportunidades que solo existe en la enfebrecida mente de unos utopistas trasnochados.

En nuestras escuelas, institutos y universidades no hemos negado a educar para el esfuerzo constante que es la vida y nuestros jóvenes aprenden esta realidad cuando ya es tarde, enfrentándose con una pésima preparación al mundo real y logrando así, cada vez más, generaciones de incompetentes conformistas que esperan ser salvados en su mediocridad por el estado.

Soñar con castillos en el aire no está mal, el problema es tratar de vivir en ellos.

Para poder recuperar un sistema educativo eficaz, como lo fue en el pasado, debemos empezar por recuperar el mérito y reconocimiento del esfuerzo de quien estudia y asumir que junto con jóvenes brillantes y exitoso tendremos otros menos brillantes y no tan exitosos, porque nuestra sociedad no puede estar formada por abogados, filólogos, médicos e ingenieros buscando sacar unas oposiciones para trabajar como funcionarios y garantizarse una puesto de mileurista de por vida.

Nuestro sistema de educación, en los tiempos que corren, debe preparar a los jóvenes para ser emprendedores, imaginativos, creativos, capaces de enfrentarse a los problemas diarios empleando su capacidad de razonar y su imaginación, solo así tendremos artesanos, científicos y profesionales excelentes, unos más brillantes que otros, pero en mayor o menor medida, con posibilidad de realizarse en la vida en función de su esfuerzo.

Démosle a quienes nos reemplazarán la posibilidad de inventarse un mundo mejor que el que le dejamos. Para ello, el mejor obsequio que les podemos dar es el de enseñarles a pensar.

jmcelta@gmail.com
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