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lunes, 7 de octubre de 2013

GABRIEL S. BORAGINA, LA DEFENSA DEL "BIEN COMÚN"


El bien común es uno de los tantos conceptos de las ciencias sociales y éticas que se presta a interpretaciones de las más variadas y dispares, lo que hace de la fórmula -tal vez- una de las más resbaladizas y ambiguas de estas ciencias. 

Apelan a ella representantes de las más disimiles tendencias ideológicas, y se la usa en los sentidos más opuestos que sean imaginables.

De esto da buena cuenta el Dr. A. Benegas Lynch (h) cuando expresa:

"Según las tristemente célebres historias oficiales, los que ganan son los buenos y los que pierden son bandoleros y conspiradores contra el bien común. Así se llamaban a todos los movimientos latinoamericanos de independencia (muchos de los cuales se independizaron de la metrópoli pero lamentablemente fueron colonos de sus propios gobiernos). Así les decían los ingleses del establishment a los revolucionarios del otro lado del Atlántico."[1]

Dentro de la diversidad mencionada, hay autores que recurren a la fórmula "bien común" en oposición al de "bien sectorial", como, por ejemplo, parece hacerlo el Dr. Krause:

"el proceso de elaboración y decisión sobre políticas públicas necesita de sólidas instituciones que permitan su implementación en aras del bien común, evitando las presiones de los sectores afectados y superando los problemas de información e incentivos que afectan al mercado"[2]

En este sentido, la expresión "bien común" vendría a ser un equivalente de "bien general" o "bien público".

No obstante, Ayn Rand, critica seriamente esta última significación:

"Conceptos indefinidos e indefinibles como el interés público o el bien común, que esgrimen tanto los enemigos como los defensores del capitalismo, serían resabios de una visión tribal del ser humano que sólo sirven para escapar de la moral, mas no de guía moral."[3]

No son pocos (digamos más bien que son una mayoría) los que asimilan el "bien común" con la idea de estado-nación o de gobierno:

"La opinión general -cuidadosamente cultivada, claro está, por el Estado mismo- es que los hombres se dedican a la política o ejercen el gobierno motivados sólo por su preocupación por el bien común y el bienestar general. ¿Qué es lo que confiere a los gobernantes la pátina de una moral superior? Quizás el hecho de que la gente tiene un conocimiento vago e instintivo de que el Estado está involucrado en el robo y la depredación sistemáticos, y siente que sólo una dedicación altruista por parte del Estado hace tolerables estas acciones."[4]

                Indudablemente no resulta casual que la mayor parte de los políticos (sino todos) invoquen de continuo a la noción de "bien común" y la esgriman repetidamente, adoptándolo como teoría ética:

"Todo sistema social se basa, explícita o implícitamente, en alguna teoría ética. A través de la historia, el concepto tribal del "bien común" ha servido de justificación moral a la mayor parte de los sistemas sociales y a todas las tiranías. El grado de esclavitud o libertad dependía del grado en que dicho slogan tribal era invocado o ignorado."
"El bien común" (o "el interés público") es un concepto indefinido e indefinible: no existe entidad tal como "la tribu" o "el público"; la tribu (el público, o la sociedad) es simplemente un número de individuos. Nada puede ser bueno para la tribu como tal: términos como "bueno" o "valor" son propios de los organismos vivos —de organismos vivos individuales— no de un conjunto etéreo de relaciones.

"El concepto de "bien común" carece de significación, salvo que se le tome en sentido literal, en cuyo caso el único significado posible es: la suma del bien de todos los individuos considerados. Pero en ese caso el concepto carece de sentido como criterio moral, pues deja sin respuesta la interrogante sobre cuál es el bien de los individuos y cómo se determina. Sin embargo, el concepto no se usa generalmente en sentido literal. La razón por la cual es aceptado radica precisamente en su carácter elástico, indefinible y místico; el cual sirve no de guía moral sino para escapar de la moralidad. Puesto que el bien no es aplicable a lo etéreo, se convierte en un cheque moral en blanco para aquellos que pretenden encamarlo.

"Si el "bien común" de una sociedad es considerado como algo aparte y superior al bien individual de sus miembros, ello significa que el bien de "algunos" hombres adquiere prioridad sobre el bien de otros, quedando estos otros relegados a la condición de animales para sacrificio. En dichos casos se supone tácitamente que "el bien común" significa "el bien de la mayoría" en oposición al de la minoría o del individuo. Nótese el hecho significativo de que esta suposición es "tácita". En efecto, incluso las mentalidades más colectivistas parecen percibir la imposibilidad de justificarlo moralmente.

"Sin embargo, "el bien de la mayoría", además, es sólo una pretensión y una ilusión, puesto que, de hecho, la violación de los derechos de un individuo implica la abolición de todos los derechos, la entrega de la mayoría desamparada al poder de cualquier cuadrilla que, autoproclamándose "la voz de la sociedad", procede a gobernar por medio de la fuerza física, hasta que es derribada por otra cuadrilla que emplea los mismos medios."[5]

Normalmente este es el sentido en el cual la mayoría de las personas utilizan la expresión "bien común", como sinónimo del bien de la mayoría. Pero nosotros entendemos que el bien común es el de todos (mayoría y minoría) y en la medida que alguien de esa totalidad salga perjudicado (aunque solo fuere una sola persona) ya no es posible hablar de la existencia de un bien común allí donde ello suceda.



[1] Alberto Benegas Lynch (h). El juicio crítico como progreso. Editorial Sudamericana. Pág. 96.
[2] Martín Krause. Índice de Calidad Institucional 2012, pág. 8
[3] Ayn Rand. ¿Qué es el capitalismo? Estudios públicos. Introducción. pág. 64.
[4] Murray N. Rothbard. Hacia una nueva libertad. El Manifiesto Libertario. Pág. 74
[5] Ayn Rand. Ob. Cit. Pag. 74 a 76.

gabriel.boragina@gmail.com

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miércoles, 31 de julio de 2013

GABRIEL BORAGINA, , IGUALDAD DE OPORTUNIDADES,

Es bastante difícil encontrar personas que no estén a favor de la "igualdad de oportunidades", pero -al mismo tiempo- no es menos dificultoso hallar quienes se hayan detenido a pensar si lograr dicha meta es fácticamente posible, siquiera en alguna medida mínima.

Lamentablemente, lo que se ha dado en llamar el ideal igualitario o igualitarista, es imposible de ser alcanzado -y esto último- no por defectos o malas intenciones en (o de) la naturaleza humana, sino por motivos más de fondo, que radican -en última instancia- en circunstancias fácticas, de tipo físico (incluido el biológico) y psicológico

El Dr. Krause explica:

"Entre las tantas cosas que nuestras sociedades modernas demandan de sus gobernantes se encuentra extendida aquella que se resume en la frase "igualdad de oportunidades". No obstante, a poco que pensemos sobre ello nos daremos cuenta que la misma, en su sentido literal, es imposible. El conocimiento se encuentra inevitablemente disperso, como también los talentos y capacidades, y así también los recursos.

Es más, si efectivamente lográramos tener un gobierno que alcanzara dicho objetivo, sería uno en el cual se extinguiría todo vestigio de libertad individual y el respeto por muchos de los derechos que ahora también exigimos que esos gobiernos respeten y garanticen. Tenemos distintas preferencias y nos proponemos alcanzar distintos fines en nuestras vidas y ése es un conocimiento que sería imposible transmitir a un agente tal como el gobierno para que nos lo otorgue.

La función del gobierno, entonces, no puede ser garantizarnos ciertos resultados particulares a cada uno de nosotros sino generar ciertas condiciones generales en las que tengamos “más” oportunidades para perseguir, y eventualmente alcanzar, cualesquiera que sean nuestros objetivos particulares. Es mantener dicho orden, formado por un marco de normas, tanto formales como informales, que tampoco el gobierno mismo ha generado en su totalidad sino que es el resultado de largos procesos evolutivos."[1]

"Inclusión social"

En los últimos tiempos se ha puesto de moda otra alocución que se usa en lugar del ya clásico eslogan de la "igualdad de oportunidades", y el que ya se ha convertido en una muletilla de políticos, periodistas y muchas otras personas, que hablan incesantemente de la "inclusión social". Sin embargo, nadie acierta a definir con exactitud a qué se quiere referir con esta novedosa fórmula, lo que no impide, a poco que quien intente explicarla lo haga, descubrir que detrás de esta nueva expresión no encontramos otra cosa que a nuestra antigua conocida "igualdad de oportunidades". Parece ser que esta es una nueva estrategia de "progresistas" y "populistas" para escapar a la necesidad de probar cómo sería posible conseguir aquella utópica "igualdad de oportunidades". No obstante, el punto de estos "modernos" demagogos sigue siendo esta hipotética "igualdad" imposible de obtener.

La "inclusión" que se pide, es la de los "desfavorecidos" en el círculo de los "favorecidos", y esta declamada "inclusión" sólo podría lograrse mediante el añejo expediente de quitarles a aquellos "favorecidos" lo que les pertenece, y entregárselo a los que no les pertenece (los "desfavorecidos"), con lo que nos volvemos a topar con otro eslogan mas pretérito aun: el de "la justicia social", que ya hemos examinado otras veces. Y si se negara, diciendo que se tratan de "cosas diferentes", ello nos llevaría de retorno al concepto de "igualdad de oportunidades".

 "La "igualdad de oportunidades" carece de trascendencia en los combates pugilísticos y en los certámenes de belleza, como en cualquier otra esfera en que se plantee competencia, ya sea de índole biológica o social. La inmensa mayoría, en razón a nuestra estructura fisiológica, tenemos vedado el acceso a los honores reservados a los grandes púgiles y a las reinas de la beldad. Son muy pocos quienes en el mercado laboral pueden competir como cantantes de ópera o estrellas de la pantalla. Para la investigación teórica, las mejores oportunidades las tienen los profesores universitarios. Miles de ellos, sin embargo, pasan sin dejar rastro alguno en el mundo de las ideas y de los avances científicos, mientras muchos outsiders suplen con celo y capacidad su desventaja inicial y, mediante magníficos trabajos, logran conquistar fama."[2]

Casi todos los gobiernos -y no sólo los populistas y progresistas que venimos sufriendo desde hace décadas-, persiguen la utopía igualitaria, y buscan ese mundo plano y chato en el que nadie sobresalga ni destaque sobre su prójimo. Lo que obtienen es la paralización del progreso y del mejoramiento humano, al tiempo que las riquezas y el poder económico se acumulan en manos de una clase política que, habiendo pasado por el poder o permaneciendo en el mismo en cualquiera que sea sus niveles, es cada vez menos igual a aquellas masas de gentes que demagógicamente dicen que quieren "igualar en oportunidades". La única "igualdad de oportunidades" que jamás estarán dispuestos a compartir es la oportunidad de hacerse con el poder absoluto y totalitario con el cual someten a sus gobernados. Prueba de ello, son las demagogias sudamericanas en manos de los Kirchner en Argentina, Morales en Bolivia, Correa en Ecuador y el comunismo chavista venezolano.

El sistema que brinda mayores oportunidades para todos es el capitalismo, como lo explica el Dr. Mansueti cuando dice de él:

"No es perfecto, aunque es muy superior a cualquier otro para generar ahorros e inversiones, que llevan a la formación o “acumulación” de capital. Es ideal para los trabajadores, porque la competencia incrementa sus oportunidades de empleo y opciones para escoger entre numerosos empleadores, y la acumulación de capital aumenta su productividad e ingresos reales. Y quienes mejor lo saben son los propios obreros: ellos se trasladan, casi siempre con sacrificios y altos costos, desde sitios donde hay relativamente menos libertades y oportunidades, a destinos donde hay (relativamente) más; y nunca a la inversa."[3]

[1] Martín Krause. Índice de Calidad Institucional 2012, pág. 6 y 7
[2] Ludwig von Mises, La acción humana, tratado de economía. Unión Editorial, S.A., cuarta edición. Pág. 424-425
[3] Alberto Mansueti. Las leyes malas (y el camino de salida). Guatemala, octubre de 2009, pág. 66-67

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