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miércoles, 5 de febrero de 2014

JOSÉ LUÍS MÉNDEZ LA FUENTE, ENTRE ATAJOS Y CAMINOS

Es una regla de oro en los países con desarrollo democrático que quien ejerza  un cierto liderazgo dentro de un  partido político sea escogido internamente como candidato  a las elecciones  para la primera magistratura del gobierno.  Un liderazgo que generalmente termina cuando pierde las elecciones  o  bien cuando las gana,  aunque por motivos opuestos.
En nuestras latitudes latinoamericanas  no  suele suceder  lo mismo y ese liderazgo  aunque se pierda puede volver a recuperarse. De hecho  hay quien nunca lo pierde y por ello se convierten en  eternos candidatos a la presidencia; no importa si ganan o pierden. En  nuestro país  podemos  recordar,  a manera de ejemplo,  los casos  de Rafael Caldera y de Hugo Chávez.
En el  caso de la Venezuela actual, en que la oposición política no está representada  en un  único partido, sino en  varios,  unidos circunstancialmente  por un interés electoral  bajo un comando coordinador conocido como  “la Mesa de la Unidad”, el tema del  liderazgo no puede medirse en su origen del modo exactamente antes referido, aunque sus consecuencias  postelectorales puedan ser similares. Des pues de dos derrotas  en las presidenciales de finales del 2012 y principios del 2013, una contra Chávez y la segunda  también contra Chávez, no obstante que su contendor  físico fuera  Maduro, pudiera inferirse que el liderazgo de Henrique Capriles llegó a su fin. Sobre todo, cuando en el calendario electoral las presidenciales están muy lejos y más que un candidato para  un proceso electoral  se requiere alguien que encabece un  programa de acción opositora, con una estrategia y unos objetivos muy claros. Lo que significa, a su vez, que cualquier liderazgo  debe venir apuntalado a una agenda de propósitos y metas que sean el resultado de un acuerdo general entre los integrantes  de “la Mesa de la Unidad”,  con o sin Mesa. Algo  que en este momento no está definido.
Que a estas alturas, es decir, después de un año de la presidencia  de Maduro y  de las secuelas  de su gobierno, surjan  diferencias  y se hagan públicas, entre algunos de los principales dirigentes de la oposición y Capriles, no debe verse como algo extraño. Lo raro sería más bien lo contrario.
Capriles, por su parte, sigue fiel a su idea de que  el  único camino que  existe es el electoral y que la lucha es política y cualquier reclamo o exigencia debe hacerse por la vía democrática  y con apego a la constitución. Por eso, quien acuño la frase “hay un camino”, durante su campaña pasada, considere ahora que  no podía apoyar la concentración  convocada para el domingo pasado por María Corina Machado y por Leopoldo López,  pues  es un atajo que conduce a un callejón sin salida. Y para él eso es salirse de ese  “camino” que se trazó.
En el otro bando, Machado, López y Arria, entre otros, piensan que las circunstancias actuales del país, prácticamente de caos y emergencia nacional, requieren una acción opositora inmediata  que  dé respuesta a la mitad de la población que no votó por el chavismo  y que quiere un cambio.
No cabe duda de que  la oposición venezolana  vive un momento sino de crisis, al menos  de opiniones contrastadas  entre sus dirigentes. Además, es evidente que existen también  diferentes puntos de vista y de estrategias  entre ellos. Al menos una cosa es cierta, la agenda  del señor Capriles no es única, ni tampoco unitaria. Y eso, en un camino tan largo como el que queda  hasta el 2019, es más que conveniente.
xlmlf1@gmail.com

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lunes, 7 de octubre de 2013

GABRIEL S. BORAGINA, LA DEFENSA DEL "BIEN COMÚN"


El bien común es uno de los tantos conceptos de las ciencias sociales y éticas que se presta a interpretaciones de las más variadas y dispares, lo que hace de la fórmula -tal vez- una de las más resbaladizas y ambiguas de estas ciencias. 

Apelan a ella representantes de las más disimiles tendencias ideológicas, y se la usa en los sentidos más opuestos que sean imaginables.

De esto da buena cuenta el Dr. A. Benegas Lynch (h) cuando expresa:

"Según las tristemente célebres historias oficiales, los que ganan son los buenos y los que pierden son bandoleros y conspiradores contra el bien común. Así se llamaban a todos los movimientos latinoamericanos de independencia (muchos de los cuales se independizaron de la metrópoli pero lamentablemente fueron colonos de sus propios gobiernos). Así les decían los ingleses del establishment a los revolucionarios del otro lado del Atlántico."[1]

Dentro de la diversidad mencionada, hay autores que recurren a la fórmula "bien común" en oposición al de "bien sectorial", como, por ejemplo, parece hacerlo el Dr. Krause:

"el proceso de elaboración y decisión sobre políticas públicas necesita de sólidas instituciones que permitan su implementación en aras del bien común, evitando las presiones de los sectores afectados y superando los problemas de información e incentivos que afectan al mercado"[2]

En este sentido, la expresión "bien común" vendría a ser un equivalente de "bien general" o "bien público".

No obstante, Ayn Rand, critica seriamente esta última significación:

"Conceptos indefinidos e indefinibles como el interés público o el bien común, que esgrimen tanto los enemigos como los defensores del capitalismo, serían resabios de una visión tribal del ser humano que sólo sirven para escapar de la moral, mas no de guía moral."[3]

No son pocos (digamos más bien que son una mayoría) los que asimilan el "bien común" con la idea de estado-nación o de gobierno:

"La opinión general -cuidadosamente cultivada, claro está, por el Estado mismo- es que los hombres se dedican a la política o ejercen el gobierno motivados sólo por su preocupación por el bien común y el bienestar general. ¿Qué es lo que confiere a los gobernantes la pátina de una moral superior? Quizás el hecho de que la gente tiene un conocimiento vago e instintivo de que el Estado está involucrado en el robo y la depredación sistemáticos, y siente que sólo una dedicación altruista por parte del Estado hace tolerables estas acciones."[4]

                Indudablemente no resulta casual que la mayor parte de los políticos (sino todos) invoquen de continuo a la noción de "bien común" y la esgriman repetidamente, adoptándolo como teoría ética:

"Todo sistema social se basa, explícita o implícitamente, en alguna teoría ética. A través de la historia, el concepto tribal del "bien común" ha servido de justificación moral a la mayor parte de los sistemas sociales y a todas las tiranías. El grado de esclavitud o libertad dependía del grado en que dicho slogan tribal era invocado o ignorado."
"El bien común" (o "el interés público") es un concepto indefinido e indefinible: no existe entidad tal como "la tribu" o "el público"; la tribu (el público, o la sociedad) es simplemente un número de individuos. Nada puede ser bueno para la tribu como tal: términos como "bueno" o "valor" son propios de los organismos vivos —de organismos vivos individuales— no de un conjunto etéreo de relaciones.

"El concepto de "bien común" carece de significación, salvo que se le tome en sentido literal, en cuyo caso el único significado posible es: la suma del bien de todos los individuos considerados. Pero en ese caso el concepto carece de sentido como criterio moral, pues deja sin respuesta la interrogante sobre cuál es el bien de los individuos y cómo se determina. Sin embargo, el concepto no se usa generalmente en sentido literal. La razón por la cual es aceptado radica precisamente en su carácter elástico, indefinible y místico; el cual sirve no de guía moral sino para escapar de la moralidad. Puesto que el bien no es aplicable a lo etéreo, se convierte en un cheque moral en blanco para aquellos que pretenden encamarlo.

"Si el "bien común" de una sociedad es considerado como algo aparte y superior al bien individual de sus miembros, ello significa que el bien de "algunos" hombres adquiere prioridad sobre el bien de otros, quedando estos otros relegados a la condición de animales para sacrificio. En dichos casos se supone tácitamente que "el bien común" significa "el bien de la mayoría" en oposición al de la minoría o del individuo. Nótese el hecho significativo de que esta suposición es "tácita". En efecto, incluso las mentalidades más colectivistas parecen percibir la imposibilidad de justificarlo moralmente.

"Sin embargo, "el bien de la mayoría", además, es sólo una pretensión y una ilusión, puesto que, de hecho, la violación de los derechos de un individuo implica la abolición de todos los derechos, la entrega de la mayoría desamparada al poder de cualquier cuadrilla que, autoproclamándose "la voz de la sociedad", procede a gobernar por medio de la fuerza física, hasta que es derribada por otra cuadrilla que emplea los mismos medios."[5]

Normalmente este es el sentido en el cual la mayoría de las personas utilizan la expresión "bien común", como sinónimo del bien de la mayoría. Pero nosotros entendemos que el bien común es el de todos (mayoría y minoría) y en la medida que alguien de esa totalidad salga perjudicado (aunque solo fuere una sola persona) ya no es posible hablar de la existencia de un bien común allí donde ello suceda.



[1] Alberto Benegas Lynch (h). El juicio crítico como progreso. Editorial Sudamericana. Pág. 96.
[2] Martín Krause. Índice de Calidad Institucional 2012, pág. 8
[3] Ayn Rand. ¿Qué es el capitalismo? Estudios públicos. Introducción. pág. 64.
[4] Murray N. Rothbard. Hacia una nueva libertad. El Manifiesto Libertario. Pág. 74
[5] Ayn Rand. Ob. Cit. Pag. 74 a 76.

gabriel.boragina@gmail.com

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miércoles, 23 de mayo de 2012

EDDIE A. RAMIREZ S., SOBERANIA ACOMODATICIA

En el Siglo XXI no tiene cabida la premisa de que un extranjero que opine sobre determinado país está  “violando su soberanía”. Generalmente los gobiernos autocráticos son los que utilizan esta excusa para evitar críticas adversas, pero les complacen cuando son favorables. Además, quizá por tener la piel muy sensible, algunos demócratas también parecen molestarse con declaraciones foráneas.  


Si aceptamos ese absurdo concepto de soberanía, ningún gobierno, ni ciudadano que no fuese de Sur Africa hubiese podido repudiar el odioso apartheid establecido por el gobierno de Pretoria, ni  las violaciones a los derechos humanos cometidos por muchos dictadores. Por principio, tenemos que ser tolerantes ante las críticas externas. 

Para los internacionalistas y corresponsables extranjeros opinar sobre un país que no es el suyo es su razón de ser y sería absurdo exigirles silencio. Aunque algunos gobiernos se molestan con sus análisis, por lo general no reaccionan contundentemente. Sin embargo, cuando quien hace la crítica es una notoriedad internacional o  políticos que ocupan o han ocupado cargos importantes, muchos se rasgan las vestiduras. 

En contra de la dictadura Siglo XXI del teniente coronel venezolano, destacados intelectuales se han sentido con la obligación moral de opinar. Así, el recientemente fallecido mexicano Carlos Fuentes,  lo llamó payaso  y  acusó de ser un Mussolini tropical.   Vargas Llosa, Enrique Krauze, Carlos Montaner  y otros intelectuales han sido críticos acerbos del régimen militarista venezolano, provocando la ira del de Sabaneta. Otras veces son intelectuales de poca talla como  Ignacio Ramonet,  quienes alaban a Chávez, despertando rechazo entre los opositores. Por lo general estas críticas levantan ronchas y  sacan  a relucir lo  acomodaticia que resulta la palabra soberanía.

Lo que sin duda molesta  más a muchos es cuando un político de otros lares se pronuncia sobre nuestra situación. Lula, Correa, Ortega, Vilma Rousseff y desde luego los hermanos Castro frecuentemente se refieren al buen gobierno venezolano. Bush, Hillary Clinton, Martinelli y Uribe, entre otros, han señalado su naturaleza autocrática. Al respecto debemos aceptar que no hay injerencia, ni violación de soberanía, sino que en un mundo globalizado es muy difícil que un político se limite a sus fronteras patrias. Desde luego que las declaraciones  amenazantes son inaceptables, pero en general las opiniones deben ser toleradas y refutadas, sin recurrir a conceptos acomodaticios de soberanía.     

 Como en botica: Injerencia es enviar dólares de Pdvsa a la Argentina para apoyar a la Kirchner y proporcionar armas a la FARC. También las amenazas de Fidel ante el triunfo de la alternativa democrática. Werner Corrales y su equipo presentaron el documento “Los siete consensos de la Venezuela que queremos”, elaborado en talleres con participación de partidarios del gobierno y de la alternativa democrática ¡Bravo!.  ¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!


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martes, 22 de mayo de 2012

MARUJA TARRE, OPINIONES DIFERENTES

La verdad única, en vez de ser una característica chavista, se ha convertido en una realidad en Venezuela. Los lugares comunes emitidos por 4 adolescentes balbucientes, han provocado una polémica digna de mejores causas.

¿Quién no ha dicho alguna vez, cuando el tráfico mejora en Carnaval o Semana Santa, que Caracas está mucho mejor sin los caraqueños?, que tire la primera piedra, el que nunca ha oído algo parecido.

Quemando gasolina

Luego Pastor Maldonado. Personalmente me caen malísimo todos esos tipos que andan por pistas europeas, quemando gasolina, destrozando carros carísimos y poniendo en peligro su vida y las de sus desocupados espectadores. ¿Por qué el financiamiento de Pdvsa debe transformar en hazaña las andanzas de Maldonado, "que le brindó a Venezuela el mejor regalo del día de las madres" , para luego convertirse en paria, porque mantuvo su agradecimiento por Chávez?

Finalmente Uribe, quien le dice a Chávez unas cuantas verdades, absolutamente inocuas comparadas con la continua injerencia de Fidel Castro, las descalificaciones de Lula para el candidato de la Unidad y la hipocresía de Santos. ¿Debo unirme al coro indignado que exige no intervención en los asuntos internos del país, pero al mismo tiempo se extraña ante la indiferencia de la opinión pública internacional?

Tolerar

La libertad de expresión consiste en tolerar, alentar, fomentar, opiniones diversas ante los acontecimientos que surgen en el ámbito interno y externo de nuestro convulsionado país.


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