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miércoles, 17 de diciembre de 2014

CARLOS E. AGUILERA A., NICOLÁS, NO ERA MALVADO

CARLOS E. AGUILERA A.
Produce disgusto, ira y molestia, que quien dice manejar los destinos del país, utilice la alta tribuna de la jefatura del estado, para mancillar el honor de personas a las que sin escrúpulos de ninguna naturaleza ofende y las expone al escarnio público, por el simple hecho de no comulgar con su comunismo del siglo XXI. Salta a la vista su resentimiento, por la escasa preparación que tuvo,  para hacer frente a la vida y los avatares que ella le depararía, claro está que jamás ni nunca pensó que llegaría, nada más ni nada menos, a ser Presidente de la República, luego de un proceso viciado de irregularidades que pusieron en tela de juicio, su triunfo.

Aflora en sus actos, que a menudo realiza en cadena nacional de radio y televisión, el resentimiento o rencor, sensación que le causa un profundo malestar que le dificulta e imposibilita su relación con quienes ofende. Su resentimiento, es el linaje de una venganza atenuada con la que pretende mortificar o perjudicar a su gusto y satisfacción. Por tanto, el resentimiento enquistado y agraviado acaba produciéndole rencor, maléfico elemento que lo lleva a manifestar incoherentes hechos, que causan malestar al país nacional.
Hace pocas horas expresó: “Ni derrocándome saldrán en libertad los fascistas, porque a mi nadie puede derrocarme, porque soy el pueblo. Además están presos por los asesinatos que han cometido y violaciones de derechos humanos y eso que lo sepa el imperialismo y que lo sepa el que tenga que saber (¿), yo sé muy bien lo que estoy diciendo. La continuación de la revolución bolivariana es la única garantía de paz que tiene la república”.
¿Quién le ha dicho a Maduro que la persona que le suceda tras un posible derrocamiento, será afín políticamente a su partido el PSUV?. ¿Acaso ignora que en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, reposa un voluminoso expediente, por la violación de los derechos humanos en Venezuela? ¿Quien le ha dicho que la revolución mal llamada bolivariana, es la única garantía de paz en el país, en el que todos los poderes están secuestrados por el gobierno?.

No hay duda alguna de que su proceder es Maquiavélico, aún cuando estamos seguros de que jamás tuvo en sus manos la obra de Nicolas Maquiavelo, “El príncipe”, de quien a casi al medio milenio legó para la historia una tesis que escandalizaría a incontables moralistas, obra que la iglesia prohibió y cuya máxima enseñanza parecería ser, famosamente “El fin justifica los medios”. La política insistía, no tiene por qué estar sujeta a la moral y si hay que elegir entres ser amado o temido, la mejor opción para un líder siempre será la segunda”. Maquiavélico se entiende por manipulador, falso, oportunista y cruel, por lo que no es un buen adjetivo con el cual verse asociado.

Sin embargo,  Hugo Neira, historiador de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en el Perú, subraya la necesidad de derrumbar algunos conceptos respecto a Maquiavelo, por cuanto en un conversatorio en torno al  controvertido filósofo no era Maquiavelista, no era un miserable, tampoco un canalla y por el contrario era un fiel cristiano, un buen hombre de familia y un patriota que se desempeñó  como servidor público por espacio de 18 años

“Maquiavelo. Realismo político, República y Fortuna”  en dicho conversatorio realizado hace pocos días en la Flacso, Neira enfatizó respecto al florentino -"Italiano no; eso sería un anacronismo"- que "Maquiavelo no era maquiavelista". El término es indebido: una injusta deformación de la imagen de Maquiavelo por parte de los jesuitas de la época, sus principales detractores. Ocurre con su obra, recalca el historiador, que al ser tan conocida, sufre del mal de ser discutida por quienes no la han leído. Es importante conocer de dónde surgió 'El Príncipe'. La versión final del manuscrito, publicado en 1532 (19 años después de escrito) dedicada a Lorenzo Medici, gobernante de Florencia entre 1514 y 1519. La poderosa estirpe Medici había regresado al poder después de 18 años de república en Florencia, y Maquiavelo, quien desempeñaba entonces el cargo de Secretario de la Segunda Cancillería, fue acusado de conspiración, apresado y torturado. 

Tras su liberación, Nicolás Maquiavelo empezó la escritura de lo que en realidad era la idealización del líder público perfecto; uno con la fuerza para liberar al país del caos y la dominación extranjera que les asediaba desde el norte. Escribió 'El Príncipe' para diseñar e invocar al redentor de Italia, capaz de crear con la ayuda de Dios nuevos y mejores sistemas políticos que buscarán la gloria", opina en una entrevista reciente con El Universal de México Maurizio Viroli, especialista en el pensamiento y obra escrita del florentino. "El significado más famoso del trabajo se encuentra en el último capítulo, la exhortación a liberar a Italia de los bárbaros, en donde crea con un gran asomo de imaginación política, de la manera más fina, el mito del redentor".

Las reflexiones de naturaleza combativa que atestan a 'El Príncipe' -"No hay manera de evitar una guerra; apenas puede ser pospuesta para la ventaja de otros"- y su visión de la humanidad como "seres que engañan, cobardes y perniciosos, en continua búsqueda de lucro" manifiestan no inmoralidad, o siquiera la amoralidad que sugieren muchos, sino un realismo derivado de su experiencia política, según Julio Echeverría, sociólogo de la Universidad Central del Ecuador.

Concluimos señalando, que de acuerdo a la obra del florentino, el buen político debe permitirse pragmatismo. ¿Quién es más clemente, el que evita una masacre mediante crueldad limitada o el que la permite para no ensuciarse las manos? Dentro del marco político, insiste Maquiavelo, hay que trabajar en función de un fin. Entra en acción un concepto clave en su doctrina pionera: el de virtud, que se libera de la definición religiosa para pasar a significar proactividad, espíritu guerrero, emprendimiento; es decir, efectividad, la máxima cualidad del político.

No hay duda alguna de que quien dirige (¿) los destinos de nuestra amada patria, desconoce las artes políticas que describe Maquiavelo y quizás por ello exacerba todo cuanto dice y hace con tan lerdas actitudes que rayan más en lo chabacano, que las formas de regir los destinos de un país, estén empañadas brutalmente.

Nicolás, no era malvado, pero nos referimos al florentino Maquiavelo.

Carlos E. Aguilera A.,
careduagui@yahoo.com
@_toquedediana
Miembro fundador del Colegio Nacional de Periodistas (CNP-122)

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miércoles, 18 de junio de 2014

JOSÉ RAFAEL AVENDAÑO TIMAURY, MAQUIAVELO, CONJURA Y MAGNICIDIO

En estos tiempos de borrasca mi mente se ha dejado seducir por los clásicos para la confección del artículo y dudé en la escogencia entre José Fouché y Nicolás Maquiavelo. Opté por el segundo y mi memoria me llevó a la relectura del capítulo XIX  de El Príncipe porque trata el tema enunciado en el título. El contenido es sugestivo y de actualidad y por ello, me voy a permitir glosar algunos de sus decires sin desvirtuar en lo absoluto su pensamiento.

Carlos Delgado Chalbaud
"Y uno de los más potentes remedios que tiene un príncipe contra las conjuras es el no ser odiado por lo universal, ya que quien conjura siempre cree con la muerte del príncipe satisfacer al pueblo; pero cuando cree ofenderlo no toma ánimos para adoptar semejante partido porque las dificultades que tienen los conjurados son infinitas. Y por experiencia se ve que han sido muchas las conjuras y pocas las que han tenido un buen fin; porque quien conjura no puede estar solo ni puede encontrar compañía sino entre aquellos que creen estar descontentos".

En Venezuela se han presentado infinidad de conjuras, muchas develadas y también exitosas. Igualmente dos magnicidios: uno consumado, el de Carlos Delgado Chalbaud el 13 de noviembre de 1950 y el fallido contra Rómulo Betancourt el 24 de junio de 1960. 

El beneficiario del Magnicidio exitoso fue un milico compañero en el triunvirato escogido para gobernar el país para que la conjura triunfante el 24 de noviembre de 1948 se consolidara. En esta ocasión y a contrapelo de la teoría maquiavélica, el pueblo no participó y el poder se asentó con base al ejército. El intento fallido no tuvo apoyo ni del pueblo ni del ejército. Fue promovido por un factor de "afuera", para utilizar el léxico del florentino, como lo era el dictador que mandaba en la República Dominicana.

Romulo Betancourt Bello
"Y para  reducir la cosa a breves términos, digo que de parte del conjurante no hay sino pavor, temblor, sospecha de una pena que lo estremece; pero de parte del príncipe están la majestad del principado, las leyes, la defensa de los amigos y del Estado que lo defienden; de tal modo que la benevolencia popular, junto a todas estas cosas, hace imposible que alguien sea tan temerario que conjure. Porque si de ordinario un conjurante ha de temer antes de la ejecución del mal, en este caso debe temer todavía más (teniendo por enemigo al pueblo) después del exceso, no pudiendo esperar por esto refugio alguno".

Los citados como testigos por la FGR por los delitos de magnicidio y conspiración, además de negar enfáticamente los propósitos de los que se les acusa no manifiestan ninguno de los síntomas aludidos por él y se les debe considerar inocentes hasta que se les demuestre lo contrario ¿testigos de qué?

"Pero vengamos a Alejandro: el cual fue de tanta bondad que entre otras alabanzas que le son atribuidas, está esta: que en catorce años que tuvo el imperio nunca fue muerto nadie sin juicio previo; sin embargo, al ser considerado afeminado y hombre que se dejaba gobernar por su madre y al haber por ello caído en desprecio, conspiró contra él el ejército y lo asesinó".

Si quien efectivamente lo asesinó fue el ejército, podríamos aseverar que entonces contaban con una mayoría significativa para contrarrestar las eventuales reacciones que se ocasionarían.

"Pero si entonces era necesario satisfacer más a los soldados que a los pueblos, era porque los soldados podían más que los pueblos; ahora es más necesario para todos los príncipes, excepto para el Turco y el Sultán, satisfacer más a los pueblos que a los soldados, porque los pueblos pueden más que aquéllos".

El libro fue escrito en el año 1513 y mucha agua ha corrido bajo los puentes. Antes de 1513 hubo conjuras y magnicidios. En la actualidad, a nivel mundial, seguramente existen conjuras y en menor medida planes de magnicidio. Es como la gripe en el ser humano: jamás se está exento de padecerla.

En Venezuela la conjura ha estado en la mente de muchos de sus hijos y en los últimos 56 años ninguna ha salido triunfadora, entre otras cosas porque nos habíamos acostumbrado a la forma alternativa y democrática de cambiar  gobiernos. No cometeré la necedad de negar a priori que exista en alguna mente calenturienta y enferma que asuma esa acción deleznable y ajena a la idiosincrasia del venezolano, pero es una conducta atípica.

Lo que sí me niego a aceptar es que esos planes sean producto de los indicios y pruebas, para nada serias y sustentables, mostradas de manera tan torpe y teatral por el vocero autorizado del gobierno quien no designó al que podríamos denominar el órgano regular a tales efectos: el Ministro del Interior.

En lo personal hago fe pública de que no soy partícipe en conjuras y menos en planes Magnicidas y afines.

El texto de El Príncipe, corresponde al publicado por el diario El Nacional con la traducción y notas de José Rafael Herrera y Alejandro Bárcenas en 1999.

José Rafael Avendaño Timaury
Cheye@cantv.net
@CheyeJR

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sábado, 8 de junio de 2013

MARELIS LORETO AMORETTI, EN TORNO AL GOCE Y AL PLACER DE LEER

«Leer, hoy en día, es una actividad enojosa que sólo compete a misántropos o antropofóbicos, individuos enfermos que, incapacitados para toda vida dentro del sistema social establecido, deben consagrar sus vidas en torno a esos entes inanimados […] pesados, mal encarados, aburridos y llenos de polillas que reposan en las bibliotecas»


Debo confesarme parte inequívoca de este último grupo de individuos, pues, no encuentro nada más placentero que retirarme de todo bullicio durante la tarde (o la mañana o la noche) y reclinarme en cualquier rincón para disponerme a leer. Siento placer, digo, y no puedo menos que usar ese verbo que, según la Real Academia, equivale a disfrute, complacencia, satisfacción, diversión, entretenimiento, incluso goce. Pero al hablar de goce, hemos de revisar nuevamente el DRAE, cuyo resultado parece coincidir con el del placer; a saber, gozar incluye un disfrute agradable -sugiere una sensación de suavidad-, complacencia y alegría, incluso se recrea con el disfrute sexual.
En El placer del texto, Roland Barthes hace una diferencia entre el placer y el goce que se distancia del Diccionario de la Lengua Española, y que hemos de revisar: «Texto de placer: el que contenta, colma, da euforia; proviene de la cultura y está ligado a una práctica confortable de la lectura. Texto de goce: el que pone en estado de pérdida, desacomoda (tal vez incluso hasta una forma de aburrimiento), hace vacilar los fundamentos históricos, culturales, psicológicos del lector, la congruencia de sus gustos, de sus valores y de sus recuerdos, pone en crisis su relación con el lenguaje». Como vemos, la RAE y BARTHES coinciden en lo que al placer se refiere, pero en cuanto al goce hay un tinte de sufrimiento en la conceptualización del pensador que no encontramos en el diccionario.
Ahora bien, ¿tiene sentido, siguiendo al teórico francés, hablar de sufrimiento en conjunción con el disfrute? Sin duda alguna. Pensemos por un momento en lo doloroso que resulta escuchar la tercera sinfonía de BEETHOVEN mientras se disfruta cada uno de sus movimientos. O cuando se reúne un grupo de personas a comentar lo dramático de la escena de la novela de las nueve: lloraron, le gritaron a la protagonista (al televisor, en realidad) pero disfrutaron viendo el culebrón y ahora disfrutan comentándolo y lanzando sus propias impresiones al respecto. También ocurre en el caso de una película, digamos alguna de suspenso o terror. Pienso en El exorcista, filme que no tolero porque mi angustia es infinita cada vez que a la niña le da por contorsionarse. Pero más allá de mí, su éxito radica en la capacidad de generar temor en los espectadores, quienes esperan atentos a que algo peor ocurra. Es decir, hay un pleno disfrute en sentir angustia, afirmación ésta que, de aceptarla, le traería inconmensurables beneficios a los psicólogos y psiquiatras del país.
Pero volviendo a BARTHES y al texto del goce, sin duda hay algunos textos (novelas y cuentos, incluso ensayos) que causan angustia o desazón en el lector. Por ejemplo, leer los cuentos y las noveletas de JIMÉNEZ URE -textos que me gustan muchísimo, debo acotar- siempre trae consigo una sensación de perplejidad angustiosa, de esas que lo ponen a pensar a uno sobre la vida propia, y sobre lo atroz que puede llegar a ser la mente humana. Por otro lado pienso en BECKETT. 
La desesperación, consecuencia de leer y leer y darnos cuenta de que no hay concreción por ninguna parte, trae de suyo -además del insomnio- una angustia lacerante, pujante, casi hasta enfermiza, pero no por ello menos disfrutable. Hay un placer morboso en esta clase de lecturas, pero son de las imprescindibles para la vida, al menos, para la de aquellos que morimos por la lectura.
Por otro lado, pienso en aquellos textos que han trastocado mi visión de mundo, agrediendo una supuesta complacencia con la que me iba acostumbrando. Hablo de autores como HOBBES, MAQUIAVELO, NIETZSCHE, SARTRE –en el ámbito filosófico- y, en el caso literario, UNAMUNO, OSSOTT, CAMUS, SÁBATO y fundamentalmente DOSTOIEVSKY. No hay nada que me resulte más doloroso que verme al descubierto por hombres que jamás supieron de mí y, a pesar de ello, me hablan directamente, diciéndome al oído cuan equivocada he estado, o me abofetean para que me detenga y me piense. Leerlos ha traído como consecuencia despechos de semanas enteras; despechos tan reales, tan vívidos, que incluso he dejado de comer. Tal vez porque mi relación con el libro es, al decir de BARTHES, fetichista. «[…] El texto es un objeto fetiche -dice- y ese fetiche me desea. El texto me elige mediante toda una disposición de pantallas visibles, de seleccionadas sutilezas […] En el texto, de una cierta manera, yo deseo al autor: tengo necesidad de su figura […] tanto como él tiene necesidad de la mía […]». Y si yo deseo al texto pero éste me desprecia, me maltrata, me disminuye, no hay posibilidad de placer sino de goce. Es el eterno masoquismo del enamorado que no se ve correspondido, sino atacado, ultrajado, humillado en lo más hondo de su ser.
Sin embargo, el goce que más he padecido aparece luego de un enorme disfrute. Me ocurre, como supongo le ocurre a muchos lectores: leer la última página de un libro y no poder aceptar que terminó. Es como la muerte del amado, ésa que jamás comprenderemos y por la cual nos enlutamos por el resto de nuestras vidas. Esto me ha pasado en varias ocasiones, y aún vivo el goce barthesiano, si se me permite. Hablo de Crimen y Castigo, Memorias del subsuelo, El conde de Montecristo, Árbol de luna, La insoportable levedad del ser, entre otros. Y es que hay algunos libros que no deberían terminarse nunca, sino permanecer en sí mismos, vivir un devenir interno y renovarse sin ninguna modificación.
Menos mal que siempre tendremos la posibilidad de regresar a ese nido de polillas y recoger los restos.
marelis.loreto@gmail.com

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lunes, 7 de enero de 2013

RUTH CAPRILES, EL CAUTIVO

Maquiavelo advirtió que un soberano que pusiera su seguridad en manos de mercenarios moriría por espada de mercenario. 
Lo que quizá nunca imaginó ese estudioso del poder es que algún soberano de la historia universal pudiese no sólo poner la seguridad de una nación en manos de mercenarios sino entregarles su propio cuerpo e ir voluntariamente a morir entre extranjeros.
CAUTIVO
El caso de Venezuela es insólito y no tiene explicación posible sino una torcida psicología. Por propia voluntad, el Presidente de Venezuela es cautivo de un poder extranjero que lo ha utilizado y probablemente conducido a la muerte por inexperticia y explotación.
Podría sentirse lástima si no fuera porque ha destruido a Venezuela y porque con su inexplicable sumisión a un gobernante extranjero rindió y entregó el país.
Venezuela tiene que levantarse frente al dominio cubano y de los mampuestos que pretenden permanecer en el poder y continuar la explotación de una imagen delirante.
La soberanía reside en el pueblo pero no es libre una nación que no exige el respeto debido a su tierra y a sus ciudadanos.
TRAICIÓN
Estamos en presencia de la más terrible traición a la patria que pueda imaginarse: se ha entregado el petróleo y todos los recursos productivos del país; se ha poblado la tierra, como política de Estado, con todo tipo de inmigrantes ilegales que han desplazado a los nacionales en todos los oficios y empresas; se han construido hospitales, escuelas, carreteras, en otros países mientras Venezuela está en ruinas; finalmente se ha entregado el mismo gobernante a otra nación.
Si no quedan políticos ni militares dignos que nos defiendan, tendremos los ciudadanos que elevar el clamor de una patria digna. Basta ya de este bochorno.
ruthcapriles@yahoo.com

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jueves, 22 de marzo de 2012

FERNANDO MIRES: EL PRÍNCIPE Y EL CANDIDATO

Craso error cometen quienes citan a Maquiavelo para justificar atrocidades nacionales o internacionales. Decir por ejemplo que “un gobernante debe ser amado y temido pero es mejor ser temido que amado” sólo puede tener validez en un mundo de príncipes dispuestos a devorarse las entrañas por un pedazo de poder. Como muchas de las formuladas por Maquiavelo, es una máxima política antidemocrática.
Mérito histórico de Maquiavelo fue haber emancipado el hacer político de determinantes religiosos, económicos y militares. El Príncipe, en su  virtuosa pluma, era la representación de la política en tiempos en los cuales no había diferencia entre gobiernos y estados. Luego, si Maquiavelo resucitara, no elegiría como personificación del poder a ningún Príncipe, entre otras cosas porque los de hoy sólo aparecen en las “revistas del corazón”. El tema de Maquiavelo sería quizás “El Presidente”. Aunque en este punto me asaltan algunas dudas.
El Presidente al igual que el Príncipe de ayer es un representante del poder, pero se trata de uno muy mediatizado. Por una parte, el poder ejecutivo es sólo uno entre tres. Por otra, los asuntos que se refieren a la gobernabilidad no son siempre –valga la redundancia- los más políticos de la política. No olvidemos que un presidente democrático es representante de toda la nación y por lo mismo ha de situarse algo más allá de los antagonismos que caracterizan a la vida política.
Si aceptamos la tesis de que la política es esencialmente polémica, la figura más política de una nación no sería entonces la del presidente sino más bien la del candidato. Por lo demás, todos los presidentes han sido candidatos, y muchos vuelven a serlo en periodo electoral. Me explicaré:
En periodos electorales la política es recursada a sus momentos elementales. Las elecciones presidenciales son, en ese sentido, el momento “agónico” de la política para después –estoy hablando de naciones normales- ceder el paso a las negociaciones, a las tareas administrativas y al ejercicio diplomático. Lo dicho adquiere más validez si se trata de una disputa entre dos opciones. Allí la nación se divide en dos frentes que durante el periodo electoral aparecerán como dramáticamente irreconciliables.
Si la política carece de dramaturgia, languidece. La tesis no es de Carl Schmitt sino de Max Weber. Con ello quería significar Weber que en la lucha política los cálculos racionales no juegan un papel primario. Eso no quiere decir que la política es irracional, pero sí que obedece a una racionalidad distinta a la que conocemos como “instrumental”. De ahí que un candidato se equivoca si piensa que por tener un mejor programa, o por poseer mejores cualidades morales que su adversario, va a ser elegido. No pocos han cometido ese error y han perdido.
Casi ningún elector, es mi experiencia, estudia el programa de cada candidatura para después elegir un candidato como quien compra una nevera. Los elegidos son, en cambio, aquellos que han logrado despertar interés debido a cualidades mostradas en la arena política. En ese sentido no hay que olvidar nunca que la política tiene un carácter antropomórfico.
Nadie niega que la política puerta a puerta, o largas caminatas por ciudades y campos, son importantes. Pero si comparamos dichas actividades con el significado que juega la polémica entre dos adversarios antagónicos, son más bien prácticas secundarias. Debido a esa razón, si Maquiavelo renaciera, diría a cada candidato: tu principal trabajo es derrotar al enemigo, y eso significa nunca hacer como si el enemigo no existiera. Todo lo contrario. No debes desperdiciar ninguna oportunidad para atacarlo bajo la luz pública de la política.
Toda elección, sobre todo entre dos candidatos es –obvio- una elección polarizada. Evitar la polarización es tarea de un gobernante, mas para un candidato puede ser fatal. Pero polarizar –entendámonos- no significa agredir ni mucho menos insultar, sino, antes que nada, dejar muy claras las diferencias entre uno y otro. Eso obliga al candidato a no desentenderse del otro y, en ningún caso a rehuir el conflicto verbal. Todo lo contrario, ha de buscar la polémica, desafiar al contrincante, y si es posible, provocarlo hasta sacarlo de sus casillas.
Quiero decir: la política electoral, sobre todo en sus momentos dramáticos, adquiere un inevitable carácter duelístico. Es, efectivamente, un duelo. Como todo duelo es una relación, negativa si se quiere, pero relación al fin. Sólo quien logre imponer su estilo en el duelo con el adversario logrará concitar el apoyo entusiasta de esas minorías (a veces mayorías) silenciosas las que, contagiadas por el ardor polémico, optarán por quien les parece ser el mejor combatiente político.
¿Cuál es entonces la estrategia para derrotar a un poderoso adversario político? Existen ejércitos de expertos especializados en fabricar candidaturas atendiendo al sonido de la voz, al peinado, a las frases hechas, a las falsas promesas y a otros aspectos de menor relevancia. Hay, sin embargo, una estrategia que nunca falla. Esa no es otra que decir la verdad. Decir la verdad mal o bien, pero decirla
La verdad será siempre recompensada. Y no hablo en sentido moral ni mucho menos religioso. Porque la verdad cuando se dice “se nota” y en la política, al ser pública, “se nota más”. La verdad, al develar a la mentira tiene -permítaseme decirlo así- un significado erótico. Su atracción puede ser, en la vida política, irresistible.
Probablemente Maquiavelo no estaría de acuerdo con la última conclusión. Pero al haber llegado a esta parte del artículo, eso no tiene para mí la menor importancia.
Fernando Mires
Fernando.Mires@uni-oldenburg.de

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