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jueves, 6 de febrero de 2014

LUIS PEDRO ESPAÑA, LOS RADICALES

A riesgo de echarme encima a la mitad o más de los que militan políticamente por Internet, es pertinente emitir opinión sobre este renacer de los llamados radicales dentro de la oposición. Sobre los exagerados del lado oficial también habría que decir, y mucho, pero el peso de las circunstancias económicas que ellos mismos transformaron de bonanza en pavorosa crisis los tiene agazapados y, por lo tanto, de ellos no hay que ocuparse, por ahora.

Lo cierto es que luego del resultado electoral del pasado diciembre y de haberse desatado el inicio de una recesión económica y social, cuya profundidad y temporalidad provoca vértigo, algún estratega, de esos mismos que orientaron a la Coordinadora Democrática desde el golpe de abril hasta el llamado a la abstención en las elecciones parlamentarias de 2005, vuelven a calentarles las orejas a más de una doña harta de tanto abuso, a los señores desesperados por el pasar de los días y de tanto muchacho fogoso que supone que en sus manos está el porvenir de la patria, porque, de lo contrario, no encontrará futuro aquí en su propia casa.

La culpa no es del ciego, sino de quien le da el garrote. No son los pocos venezolanos que salen exaltados a las calles, y que ven con frustración que las masas no los acompañan, los responsables, y mucho menos los culpables, de estupideces como los insultos a la delegación cubana a la Serie del Caribe en Margarita, el intento de volver a trancar calles sin ningún otro motivo que lo malo que está todo, o por la reedición de ideas que propusieron personajes que ya están de vuelta con el gobierno y que en su momento, en su pasantía por la oposición, inventaron aquello de la marcha sin retorno.

Si la historia sirve para enseñar algo, hay que recordarles a los venezolanos que prestan atención a los dirigentes que se dicen radicales, que mientras fueron las acciones insensatas las que condujeron a la oposición, en esos mismos años (2002-2005 para los desmemoriados) fue cuando el gobierno amasó más poder económico, representativo y militar.

Fue en esos años de radicalismo cuando los espacios democráticos lo perdieron todo. No fue sino después de 2007, cuando comenzaron a coordinarse las acciones de los partidos políticos, cuando se optó por la senda democrática y se creó la unidad, que se salió a la calle, no a incendiarla, sino a encontrase con el venezolano y explicarle, desde el punto de vista de lo civil, republicano y de avanzada, cuáles podían ser las salidas para el país, más allá de la dependencia mesiánica o de la sumisión petrolera.

Cuantitativamente, y en votos (no desde el “a mí me parece”), la unidad democrática no ha dejado de crecer y aun con sus baches, y con las obscenas maniobras de quienes están dispuestos a todo con tal de no dejar el poder, ha logrado reducir los espacios y hacer perder influencia a quienes están a tirito de pasar a las duchas.

Es por ello que el ataque a la unidad, el intento de desconocer o desacreditar a sus principales líderes, y sustituirlos por una agenda de violencia y radicalismo histérico, puede hacernos perder lo que con tanto trabajo se ha recuperado y ganado en los últimos años.

Pero más allá de las opiniones propias o ajenas, la ruta electoral y democrática sigue vigente porque el país prefiere ese camino que la agitación, el desorden y la incertidumbre de los insensatos que, por desespero o apetencias personales, quieren acelerar un cambio que el país, al menos por ahora, no está dispuesto a que ocurra por una vía distinta a la de la paz.

Si no lo cree, pregúntele a la inmensa mayoría de venezolanos por qué no le hacen el menor caso al llamado de los radicales y por qué deploran sus últimas acciones.

lespana@ucab.edu.ve

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sábado, 1 de febrero de 2014

LUIS PEDRO ESPAÑA, LAS COLAS Y LA IDENTIDAD NACIONAL

La resignada forma cómo los venezolanos se enfrentan a las largas e interminables colas que lleva tiempo haciendo para adquirir bienes esenciales de su dieta y de su aseo, ha reavivado cierta discusión inconclusa sobre cómo es el venezolano.

Desde el ciudadano más común hasta los que dicen entender “el cómo somos”, se apresuran a calificarnos como sumisos, resignados, acostumbrados o, cuando no, complacientes y cobardes, frente a una situación que no deberíamos permitir. Estos juicios, probablemente originados más por el deseo de que esto cambie, que por cualquier teoría o método científico, parece lacerarnos y martirizarnos cada cierto tiempo o, cada vez que, obstinados, no nos queda más remedio que hacer la cola para la harina, el papel o el azúcar.

Todos, por nacionalidad, experiencia de vida o ambas, tenemos cómo pedir la palabra en este debate sobre cómo es el venezolano. Llenos de rabia en unas ocasiones, o vestidos de magnánimos en otras, disparamos adjetivos, sentenciamos limitaciones originarias (casi genéticas) o simplemente nos refugiamos en la anécdota de la señora que pegó cuatro gritos de indignación, o en la imagen complaciente del consumidor sonriente que logró sus cuatro rollos de papel después de igual número de horas en la fila, para concluir que somos bobos o estamos despertando.

Describir o analizar el comportamiento colectivo desde supuestas formas de ser individualizadas, conducen necesariamente a determinismos culturales donde las evidencias interesadamente sobran y lo que cuenta es izar la bandera de nuestros propios prejuicios sobre nosotros mismos, no importando el signo de los mismos. Sean a favor o en contra de eso que llaman el gentilicio.

Las colas, las dificultades económicas que afrontamos, la resignación con que se va al mercado a gastarse Bs. 2.000 y no traerse casi nada, es una consecuencia de una política económica, es el episodio final de una cadena de errores, cuya causa no es, de ninguna manera, la forma de ser (pasiva o activa, no importa) que el analista o el comentarista de fiesta de fin de semana le atribuye a nuestra identidad nacional.

Para comenzar a desenredar el ovillo de nuestra propia y actual desgracia económica partamos de la idea de que el comportamiento que vemos en las colas, el de otros y el de nosotros mismos, es el resultado de una adecuación individual, si se quiere familiar, para resolver un problema que se vive en privado y que consiste en hacerse con los bienes necesarios para satisfacer las necesidades más urgentes y cotidianas.

El señor, o la señora, que coge una calentera y arma un zaperoco en la caja de los productos regulados, no está haciendo más patria, ni es un individuo más consciente, ni tampoco es un representante cabal de la primera estrofa de nuestro himno nacional, que el comportamiento apesadumbrado de su colega de fila que lo que quiere es terminar de llegar a la caja para regresar a su casa antes de que se haga más tarde.

Esos juicios llenos de simplismos recuerda el viejo eslogan de la insurreccional Bandera Roja de los años ochenta que llenaba las paredes de Caracas y otras ciudades del país con la frase “pueblo arréchate”, suponiendo que tras semejante estado de ánimo alguna vaina iba a ocurrir que cambiaría las cosas.

Para seguir con las imágenes de los setenta y ochenta, así como Alí Primera le cantaba a los devotos cristianos diciéndoles “no basta rezar” (como mensaje propagandístico de la Conferencia Episcopal de Medellín y Puebla), aquí habría que decirle a los creyentes del determinismo cultural que no basta ponerse bravo, que no es cierto que el pueblo de Venezuela se está acostumbrando a nada, ni entramos en una resignación sin retorno, ni nos encontramos en el último capítulo de la novela “Mar de la Felicidad”.

Nadie de los que están en esas colas comprando lo esencial, le parece ni bueno, ni adecuado y mucho menos deseado, tener que hacer semejante viacrucis para hacerse con cuatro kilos de harina PAN. Si desagregamos por tendencia política, unos dirán que esto está por arreglarse y darán explicaciones conspirativas al padecimiento, mientras que los otros, aun suponiendo que la causa (y no la solución) del problema está en las acciones gubernamentales, sin embargo, no están muy claros en lo que hay que hacer para que el abastecimiento pueda ser una realidad.

En otras palabras, la diferencias entre unos y otros es que los primeros tienen, más que una explicación de lo que ocurre, una narrativa de solución (no importa si equivocada), mientras que los otros solo tienen una explicación (seguramente cierta), pero sin tener clara una alternativa de lo que habría que hacer para resolver el problema.

La diferencia entre unos y otros, que es a su vez lo que explica por qué un malestar colectivo no se convierte en fórmula propositiva que movilice la acción, es que mientras a los partidarios del gobierno se les pide paciencia y se les dan eximidas razones de responsabilidad oficial, a quienes creen que vamos por mal camino no se les ofrecen los medios para obligar a que el Gobierno cambie sus políticas y mejoren las cosas.

Por más que se crea que sin cambio de Gobierno no habrá cambio de políticas, lo que corresponde a una oposición democrática es proponer qué harían ellos si fuesen Gobierno y movilizar a los descontentos a que primero se convenzan de lo que hay que hacer y, segundo, protestar y presionar para que las políticas cambien.

Cuando los escenarios de cambio electoral no están cerca, lo que debe hacer la oposición es tratar de influir con todas sus fuerzas para que cambien las políticas que ejecuta el Gobierno y no al revés. Esto último viene después, cuando la población se convence de que deben cambiarse las autoridades para que se arreglen las cosas.

Pedirles a los venezolanos que tienen la cotidianidad agravada (por culpa de la inflación y el desabastecimiento) que se enrolen en una cruzada de cambio político sin saber la eficacia de los medios y, peor aún, el resultado de su acción, es pedirles que apuesten por un camino lleno de incertidumbres y escasas posibilidades de éxito.

Tiempo al tiempo. Obligar al cambio, es la forma de abonar el cambio.

lespana@ucab.edu.ve

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jueves, 28 de noviembre de 2013

LUIS PEDRO ESPAÑA, ESPERANDO EL 8-D

Estamos a escasas dos semanas de los comicios municipales. El evento se ha convertido en una elección cuyas lecturas van a ser mayores que las motivaciones que tuvieron los electores. Para unos, el porcentaje de la población más politizado, esta elección es un plebiscito. Puede que casi ya más de 30% de la población sabe lo que hay detrás de cada consulta popular. El gobierno siempre se adjudica mayores permisos de los que en verdad se le han dado. Por ello y sin importar la cualidad del candidato, para estos electores votar por la oposición es una línea.


Algo similar ocurre del lado del oficialismo. Parte convicción, parte interés y, la más importante, parte por dependencia socioeconómica del gobierno, estos también votaran por cualquiera que ponga el jefe de la clientela. Es así como para estas elecciones, así como las anteriores, la suerte estará del lado de ese 40% de venezolanos que por distintas razones se sienten no alineados.

Por lo poquito que van diciendo las encuestas, parece que el resultado en número de alcaldías será de un tercio para la oposición y el resto para el gobierno. Como el tercio de las alcaldías que ganará la MUD son las más pobladas, la votación seguramente será 50-50. Similar al resultado del pasado 14 de abril.

Varios eventos no medidos pueden hacer variar de manera importante este resultado. El “efecto Daka”, puede haber favorecido al gobierno al inicio, pero sus consecuencias ya visibles de desabastecimiento, abuso, discrecionalidad, recesión y desempleo pueden contrarrestar su primer impacto, lo que a su vez puede que tampoco logren medir las últimas encuestas que se hagan.

En todo caso, la volatilidad de la opinión pública quizás sea mucho mayor que la que tienen las preferencias políticas. Por ello no resulta descabellado afirmar que las elecciones del 8-D no van a ser tan malas para la oposición, como aspiraba el gobierno después de su operación electorera y suicida, pero tampoco serán tan desastrosas para el gobierno como cabría esperar después de este año de preajuste económico y, especialmente, del ajuste que nos viene en 2014.

Si ese resultado tiene lugar, pues, ni el gobierno va a tener fuerzas y respaldo para pasar liso en materia de gobernabilidad, ni la oposición tendrá cómo plantearse de manera nucleada una propuesta electoral tipo reforma constitucional, referéndum revocatorio o cualquiera de los dispositivos de salida de emergencia que están previstos en la Constitución.

Lo anterior es una mala noticia. Por un lado, y a corto plazo, el gobierno va a leer que le dieron permiso para seguir loqueando y, por el otro, la difícil tarea de consolidar una ruta y un liderazgo nacional opositor puede correr el riesgo de los loquitos de siempre.

Obviamente, es posible exactamente lo contrario. Que 52% o más de votos nacionales que pueda obtener la oposición sirva, en un contexto de agravamiento de la situación socioeconómica, como recurso al cual apelar para darle al país una nueva viabilidad política con bases constitucionales. 

Como se recordará, los constitucionalistas y el país “compraron” el alargamiento del período presidencial porque se crearon medios legales para acortarlo, de presentarse una crisis como la que se nos viene encima. De allí, como tantas veces se ha dicho, la importancia de estas elecciones para augurar caminos en el futuro.

Si, como se está previendo, el resultado del voto nacional no será holgado para nadie, entonces las interpretaciones cualitativas van a ser importantísimas. Caracas, como gran vitrina nacional, será la primera en marcar al “ganador nacional” con sus resultados. Posteriormente, algunos emblemas como Barinas, Maracaibo y San Francisco, Valencia y Maracay, serán el complemento del nuevo mapa político.

En definitiva, y aunque como en muchas otras oportunidades este no es otro nuevo último capítulo, la cosa está tan compleja y peligrosa para el futuro que, por favor, salga a votar.

lespana@ucab.edu.ve

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domingo, 1 de septiembre de 2013

LUIS PEDRO ESPAÑA, TEMPORADA DE LOS “PAPAS FRITAS”

Hay cosas que cuesta creer o, al menos, las tendrían que explicar mejor para que se entiendan.

Por ejemplo, que el producto haya crecido más de 2% el segundo trimestre con 40% de inflación y 20% de escasez, significa que estamos en presencia de expansiones en sectores muy específicos y por coyunturas tan precisas que, de repetirse como algunos voceros gubernamentales han afirmado tempranamente, tendrán que reescribirse algunas entidades macroeconómicas y no menos las relaciones en los modelos explicativos de nuestra economía para que se entienda.

Otro ejemplo de difícil explicación es el asunto del magnicidio. Honestamente no queremos referirnos a ello. Mitad por pena, mitad por burla. Pero lo cierto es que cuando de hechos inexplicables se trata, los del patio, suelen ser bastante prolijos. Especialmente cuando se incurre en jugadas políticas, que sirvan de discurso argumentativo para los partidarios o de carnadas de activación para los locos de siempre.

Algunos asuntos que rayan en lo inexplicable, o que podrían formar parte del guión de cualquier capítulo de “Ripley’s”, se relaciona con las aseveraciones conspiratorias de lo que, a la fecha, no son sino vergüenzas y dramas nacionales. La explicación del sabotaje en Amuay justo al año de su ocurrencia. ¿Coincidencia? ¿Aguantaron las pruebas para conmemorar el asunto? ¿Los culpables serán parte de los actos protocolares? ¿Cuál de todas las conjeturas merece un mejor “Believe It or Not!”?

¿No le gusta ninguno de los casos anteriores? ¿Le parece mera coincidencia o mala intención de quien escribe? Deténgase en el caso del nuevo ferry para el traslado de temporadistas a la isla de Margarita en pleno mes vacacional. Nunca se dieron tantas explicaciones tan malas e increíbles en tan corto tiempo. Nunca se eludió tanta improvisación con tan pocas excusas.

Cuando se observan estos pocos meses de gobierno, desde sus desaciertos y mentiras, más grande se nos va poniendo la cara de bobos a todos los venezolanos que debemos soportar con asombro como se explican los casas en el país.

Alguno de nuestros politólogos, alguno de esos que se dedican a la investigación del disimulo político, quizás el tema dé sólo para que algún tesista (uno de esos muchachos bien mamadores de gallo), trate de encontrar evidencias de las asombrosas correlaciones que parece existir entre los laboratorios de opinión, o los escándalos prefabricados que se montan, y los indicadores de crisis socioeconómica, las cifras de inseguridad, las protestas ciudadanas o el número de manifestaciones producto de la incompetencia en la prestación de servicios sociales o públicos.

Tras cada apagón eléctrico aparecerá alguna mala intención. Detrás de una mala praxis hay un infiltrado. Junto a algún escándalo propio, se creará otro ajeno y, cuando todo lo anterior falle, el dato correlacionará con el tiempo verbal en gerundio: trabajando, haciendo, resolviendo, proponiendo o construyendo.

Pudiéramos seguir. Pero mejor esperamos por las cifras del Instituto Nacional de Estadísticas, campeón en eso de dar buenas noticias, para seguir con el rosario de alabanzas y buenos rumbos que pocos entienden y muchos padecen.

Fuera del circo de la política hay temas que dan cuenta de una crisis permanente. Así, de todos los problemas que llevamos a cuestas el más incomprensible, el que nos transporta de la rabia a la resignación, el que no importa que tanto digan que se resolvió, pero sigue allí es, como ya lo imaginan, el asunto del continuo, sorpresivo y repetitivo desabastecimiento.
Ya no se encuentra como explicar que un día hay harina y al otro no. Que puede llenar la despensa de servilletas, previendo el dato que le dieron, pero las que desaparecieron fueron las sanitarias. Que un día compra cereal y al otro desaparece la leche. Cientos de ejemplos, para al final concluir que somos un país que no compra lo que quiere, ni lo que puede, sino lo que hay.

Nuestro profuso desabastecimiento tiene un solo origen. Falta de divisas para importar junto a la destrucción de la industria nacional. Pero ante este inmenso bulto de relación causa-efecto y a la espera de quien sabe qué clase de milagro, hemos inaugurado (junto a la nueva modalidad de las subastas para la asignación de divisas) la lógica de abastecimiento según la temporada.

Una semana es la temporada de los útiles escolares, en breve la de los juguetes, los arbolitos de navidad y sus adornitos. Luego vendrá la cesta navideña, cuando no los disfraces, las estampitas y objetos religiosos, hasta llegar a lo que no es más que el clímax del planificador de la escasez: el abastecimiento por temporada. Vendrá la semana de la pasta de dientes, el mes de los bluejeans, la quincena de la ensalada, o del repuesto de carro, el trimestre de los productos químicos o el semestre de las medicinas.

Por como van las cosas, y en homenaje a aquel venezolano que inventó en su momento, y como síntesis de la crisis de entonces, el premio, día o marcha de los pendejos, inauguremos para estos tiempos la temporada del Papa Frita. Motivo para una subasta y emblema para lo que debe creer el Gobierno que somos sus gobernados.

lespana@ucab.edu.ve

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viernes, 23 de agosto de 2013

LUIS PEDRO ESPAÑA, UNA NOCHE DE ENCUESTAS

No es nada difícil imaginarse la reunión donde le informaron al gobierno que 52% de la población evaluó la situación general del país como mala o muy mala; 63% consideró que la situación económica comparada con la del año pasado es mala o muy mala; 57% cree que el presidente Maduro es el responsable de los problemas del país y, como guinda traviesa (porque no hay elecciones presidenciales a la vista); 45% votaría por Capriles y sólo 39% por Maduro si hubieran elecciones el próximo domingo.
Ante el deslave, palabras más y adjetivos menos, el garrote es la respuesta. La principal diferencia entre el gobierno anterior y el actual es la popularidad. El presidente Chávez coqueteo con la democracia electoral (esa que no existe en el “mar de la felicidad”) porque en ninguna de las encuestas serias (que eran por las que se guiaban) sus aceptación popular fue menor a 55%, al menos desde 2004 hasta su última reelección.
A la presente administración no le acompaña la misma estrella. Podríamos hipotetizar sobre las causas del deslave y, lo que es peor, de la imposibilidad de levantar la cuesta sin que medie un nacer de nuevo a costa de un embarazo tan riesgoso que comprometería el nacimiento de la nueva criatura gubernamental. Pero resulta más útil ir directo a las conclusiones para entender lo que nos esta pasando.
Imposibilitados de reinventarse, y con el rancho ardiendo, sólo queda una explicación que a su vez conduce al sendero actual. El propio presidente Chávez dijo una vez que si no fuera por culpa de los medios de comunicación su popularidad sería de 80%. Si lo malo no se conociera o si se expusieran más las virtudes del gobierno, o lo que es lo mismo, si se dijera lo que cualquier gobierno gusta de escuchar, antes de lo que el pueblo esta sintiendo o padeciendo, pues entonces no habría motivo para la critica y menos para la oposición.
Pero aún más grave, a esta sociedad medio abierta que heredaron los gobernantes actuales, les salió liderazgo y una alternativa con la cual lidiar ante los problemas que, por más que se excusen, siguen intactos u empeorados según el caso. No sólo es que estamos en crisis, y ella es culpa del gobierno, sino que la mayoría de la población parece creer que con los actuales administradores no hay salida.
Con esta ecuación la única solución revolucionaria es apelar a la represión, bajo sus formas modernas de invisibilidad y criminalización. Cualquiera que le preste un servicio político, financiero, intelectual, organizativo o incluso de simple proveedor, téngalo por seguro, será candidato a la presión del gigante con pies de barro en que se ha convertido el gobierno y todas las instituciones del Estado que están a su servicio.
En este contexto las elecciones de alcaldes son fundamentales. Bien para que el gobierno se reinvente y acepte el juego que ha servido de base a la convivencia venezolana de los últimos años o, por el contrario, para que siga empeñado en el desconocimiento de las instituciones por considerarlas liberales o descalificar a la elecciones como forma de sucesión del poder por carnestolendas (en palabras del propio presidente), dando paso a cualquier otro método que los atornille pretendiendo ignorar lo que digan o piensen los venezolanos, en lo que seguramente será otra noche de encuestas... en contra.
lespana@ucab.edu.ve 


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viernes, 14 de marzo de 2008

*LUIS PEDRO ESPAÑA ESCRIBE EN EL NACIONAL DE CARACAS: “RIDICULO”


*LUIS PEDRO ESPAÑA ESCRIBE EN EL NACIONAL DE CARACAS: “RIDICULO”
Viernes 14 de Marzo de 2008 Nación/17

Hay personas que no le tienen miedo al ridículo. No me cuento como una de ellas. Quizás por esto no pude sino dar, hace unos años, sólo un curso de situación social venezolana a miembros de la Fuerza Armada. El oficio marcial me parece que camina por el lindero que separa lo sublime y lo ridículo. Por regla general, cuando se exagera, cuando se adorna demasiado, definitivamente lo militar se vuelve ridículo.

Debe ser por ello que este Gobierno tan dado a la estética, tan meticuloso en las formas e improvisado en el contenido, realmente me parece muy proclive a caer en el ridículo.

Desde la indumentaria roja, pasando por omnipresencia del Presidente en cuanta valla o anuncio de publicidad se presente, terminando con la retórica repetitiva que pretende ser argumento, este Gobierno más que una revolución parece más bien una inmensa ridiculez.

Cuando esta forma de ser se limita a las personas y no trasciende del ámbito privado, el resultado no es sino una mezcla de risa con pena ajena. Pero cuando adquiere forma de política pública se vuelve una tragicómica consecuencia para todo un país. Tal fue el caso de lo ocurrido a lo largo de la semana pasada, cuando regresamos de la posible guerra con Colombia de la misma forma absurda como fuimos.

Tratar de explicar por qué se movilizaron tropas, se cerró la frontera, se retiraron y expulsaron delegaciones diplomáticas, se dieron mítines en la Asamblea Nacional, se convocaron ruedas de prensa con computadores que salieron de la nada, se amenazó con nacionalizar 200 empresas colombianas, se le mentó la madre a cuanta autoridad del vecino país asomó la cabeza y, finalmente, hasta se guardó un minuto de silencio por la muerte del camarada Reyes, todo eso para que después se arreglaran con abrazos y besos en un final de novela en el Grupo de Río.

Nada es gratuito. Nunca sabremos cuánto nos costó esta última ridiculez del Gobierno.
Afectar el comercio y la dinámica económica de los miles de cientos de personas que viven en la frontera, los gastos militares (si de verdad fue que alguien se movió para algún lado) y la suspensión de actividades y planes que debió provocar el alboroto, tiene un precio, un valor, que nadie indemnizará. El Ejecutivo se empeña en afectar los intereses realmente nacionales por seguir un libreto ideológico que no nos pertenece y, al cual, el país no le hace ni caso.

Quizás esa fue la única verdad sobre el desenfreno del Gobierno, nadie le paró demasiado. No hizo falta movilizar a las fuerzas democráticas y pacifistas del país para detener semejante locura. Aunque muchas personas se quejaron de que esta acción prebélica fue decidida por la voluntad de un solo hombre y que se embaucó a toda una nación por una supuesta confrontación, sin la más mínima consulta, lo cierto fue que nadie se la creyó demasiado, ni la propia Colombia se dio militarmente por enterado.
Cuentan que en esos días, en nuestras dependencias militares, se vivía la tradicional paz de los cuarteles y no se modificaron muchas de las rutinas y actividades. Sólo se cruzaban los dedos para que no le tocara a ninguno de ellos tener que cargar con el nuevo papelón que encomendaba el comandante en jefe.

Una vez más, y como le suele ocurrir al Gobierno, la realidad se impuso. Venezuela no tenía vela en el entierro de la operación militar ocurrida en la frontera colombo-ecuatoriana y, aunque los voceros progubernamentales insistan en el cariz heroico de los episodios, para algunos esto no fue sino una ridiculez más. Aunque para la mayoría del país probablemente ni eso.
lespana@ucab.edu.ve