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martes, 12 de octubre de 2010

EL VENENO IDEOLÓGICO. ANÍBAL ROMERO

El pasado día 26 de septiembre, más de la mitad del país rechazó la ruinosa revolución bolivariana. Lo hizo a pesar del ventajismo oficial, del abuso de poder y la intimidación por parte del gobierno. Personas razonables procurarían extraer lecciones de lo ocurrido y rectificar. Pero la mentalidad revolucionaria no funciona de ese modo. La autocrítica, para los revolucionarios, es una excusa para reforzar dogmas. De allí que lo único que cabe esperar de parte de Hugo Chávez y sus seguidores sea la radicalización del rumbo destructivo que les condujo al revés electoral.

A lo anterior se añade el miedo. La derrota tomó por sorpresa al régimen. La mentalidad revolucionaria difícilmente avizora los reveses pues se sustenta en dogmas, según los cuales el pueblo necesariamente apoya la revolución. El descubrimiento de que ello no es así constituye un trauma incomprensible. Paulatinamente, no obstante, la realidad se abre paso acompañada por el miedo: algunos revolucionarios empiezan e entender la magnitud de su impostura, comienzan a vislumbrar que su poder no es eterno y que eventualmente se verán forzados a rendir cuentas.

El miedo suscita reacciones opuestas: Por un lado lleva a algunos a afianzarse en los dogmas y a resistir hasta el fin; no queda más remedio, dicen. Por otro lado comienzan las deserciones; primero en las almas, que empiezan a agrietarse, luego en las mentes, que inician un proceso de descomposición, y finalmente en los corazones, que huyen presas del pánico.

La ideología revolucionaria es un veneno que impide el aprendizaje creativo. Es decir, impide el tipo de aprendizaje que permite corregir errores, abrir nuevas perspectivas y recomponer el panorama antes de que sea tarde. Por el contrario, la ideología revolucionaria produce un aprendizaje patológico, que en lugar de expandir horizontes los reduce, acelerando el rumbo hacia el abismo.

Me parece evidente que este es el tipo de aprendizaje que se ha apoderado del alma, la mente y el corazón del Jefe del Estado, para su desgracia y la de Venezuela. Más de siete millones de venezolanos se pronunciaron en contra de su claramente fallido experimento revolucionario. No obstante, para Hugo Chávez esa mitad del país no existe, ni siquiera la menciona excepto para ofenderla. Nada, nada de lo que la revolución hace funciona: las expropiaciones, los proyectos, las alianzas; nada, absolutamente nada lleva a parte alguna, excepto a la agudización de nuestra dependencia petrolera, a la profundización de la miseria, a la destrucción institucional, a la división de la sociedad, y a la subordinación a la Cuba castrista, a punto de expirar para siempre.

Pero el Presidente venezolano no quiere aprender. A decir verdad, no puede aprender; no puede, quiero decir, llevar a cabo un aprendizaje creativo, que le posibilite librarse de las cadenas ideológicas que le atan a un destino de fracaso inexorable.

Por encima de todo, el veneno ideológico le impide ver que ya se ha establecido una insuperable contradicción entre revolución y apoyo popular. En otros términos, y en adelante: mientras más revolución, más impopularidad para Chávez, pues revolución significa ahondar todo aquello que, precisamente, condujo a la derrota del pasado 26 de septiembre, al desgarramiento, el dolor y la incertidumbre.

¿Qué piensa hacer el caudillo revolucionario con los millones de venezolanos que se le oponen y que se multiplicarán día tras día? La batalla de opinión pública ya está perdida para Hugo Chávez y su disparatada revolución, y esa batalla es decisiva.

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lunes, 15 de junio de 2009

*LA BATALLA NO ESTÁ PERDIDA EN VENEZUELA, ENTRE LA LIBERTAD Y HUGO CHÁVEZ, MARIO VARGAS LLOSA, EL PAÍS, ESPAÑA

La batalla no está perdida en Venezuela. La resistencia a la intimidación y la extorsión del régimen chavista ha movilizado a sectores de la población contra una revolución huérfana de ideas

Un Encuentro sobre Libertad y Democracia, celebrado en Caracas el 28 y 29 de mayo, que hubiera pasado inadvertido del gran público y confinado en un reducido ámbito intelectual, se convirtió gracias al Gobierno del presidente Hugo Chávez en un acontecimiento internacional. En buena hora, pues de este modo un amplio sector pudo enterarse de los atropellos que se cometen a diario en la tierra de Bolívar contra las libertades civiles y del coraje con que tantos venezolanos se han movilizado contra el proyecto estatista y totalitario que pretende convertir a este país en una segunda Cuba.

Un centenar de escritores, intelectuales, políticos y periodistas fuimos a Caracas a festejar los 25 años de CEDICE, un instituto defensor de la cultura democrática y la economía libre, que, pese al hostigamiento de que ha sido y sigue siendo víctima, continúa promoviendo las ideas liberales en medio de la frenética campaña centralista y colectivista de uno de los gobiernos más anacrónicos del mundo occidental.

Es verdad que Venezuela todavía no es Cuba porque aún quedan espacios para la empresa privada y la prensa libre, pero ellos se van cerrando cada día más. Tanto empresarios privados como órganos de prensa independiente trabajan sometidos a acosos y amenazas y con la espada de Damocles de la confiscación, la expropiación y la clausura sobre sus cabezas. Sin embargo, pese a los juicios, multas y entrampamientos administrativos que los asfixian, la entereza con que continúan en la brega es admirable. El día que inauguramos el Encuentro se cumplían dos años del cierre de Radio Caracas Televisión, luego de la épica batalla por la supervivencia que dieron su propietario Marcel Granier y los centenares de periodistas y demás trabajadores de la empresa. Ahora, el objetivo del régimen es el último canal independiente donde la oposición puede expresarse: Globovisión. El terreno está siendo abonado con una ofensiva de injurias y acusaciones delirantes contra el canal y su propietario, Guillermo Zuloaga, cuya casa fue invadida hace pocos días por la policía y a quien el Gobierno chavista acaba de abrir un juicio por supuestos tráficos ilegales: una burda patraña antes del zarpazo final contra un canal de televisión que se empeña en ser libre en un país donde la libertad se apaga cada día como la lucecita de un candil. Al igual que en Radio Caracas Televisión, los 400 periodistas y trabajadores de Globovisión han cerrado filas en defensa de su centro de trabajo y de su dignidad.

¿Cuál es la popularidad real de Hugo Chávez? En una de las exposiciones más notables del Encuentro, María Corina Machado, fundadora del Movimiento Cívico Súmate, mostró, con documentos irrefutables, que el régimen chavista, bajo su apariencia bullanguera y caótica, maneja un rodillo compresor, inteligente e implacable, de intimidación y extorsión de las conciencias y el voto, que manipula y sojuzga sobre todo a los empleados públicos, a los pensionistas y a los obreros y trabajadores eventuales, ofreciéndoles seguridad en sus empleos a cambio de adhesión política y haciéndoles creer que todos sus movimientos y palabras son vigilados de modo que, ante la menor desviación, la represalia gubernamental se abatirá sobre ellos como una guillotina, privándolos del trabajo, el salario o la pensión. La expositora contó cómo, en uno de los barrios más pobres de Caracas, los vecinos le confesaron que no se atrevían a votar contra Chávez porque un "satélite" los espiaba incluso en el interior de los centros de votación.

La ofensiva contra el sector privado de la economía es vertiginosa. Una tercera parte de ella está ya en manos del Estado. Dos millones de hectáreas han sido arrebatadas a sus dueños para ser convertidas -según un término copiado de la dictadura militar peruana del general Velasco Alvarado- en empresas de "propiedad social". Han sido igualmente estatizadas las empresas eléctricas, la mayoría de las telecomunicaciones, las cementeras, todas las empresas de servicios petroleros y todas las empresas mixtas de explotación del petróleo así como las empresas siderúrgicas e incontables empresas medianas o pequeñas de distintos rubros con pretextos diversos o sin pretexto alguno, mediante la mera prepotencia. En el ámbito financiero, el Banco Santander ha sido el primero en caer víctima de la estatización.

Todavía hay elecciones, pero se trata de una operación de relaciones públicas, pues el Gobierno ignora sus resultados y anula y persigue a los opositores elegidos. Manuel Rosales, el ex-gobernador de Zulia y alcalde de Maracaibo, ha debido exiliarse en el Perú para escapar a la saña chavista. Al alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Ledesma, Hugo Chávez lo ha privado prácticamente de todas las atribuciones importantes que eran responsabilidad del Ayuntamiento, y hasta le ha birlado el local del municipio, por la fuerza, donde ahora impera una super-alcaldesa nombrada a dedo. Con lo que no contaba el chavismo, es con la gallardía del popular Ledesma, que, con el apoyo resuelto de sus electores, defiende con uñas y dientes su gestión.

En el campo sindical es donde el autoritarismo de Hugo Chávez ha encontrado mayor resistencia a sus apetitos hegemónicos. Los obreros venezolanos no se dejan engañar ni amedrentar. Para tratar de reemplazar a la Central de Trabajadores de Venezuela (CTV), afiliada a la OIT (Organización Internacional de Trabajadores), Chávez creó la Unión Bolivariana de Trabajadores, sindicato oficialista que, pese al desembozado apoyo del régimen -y acaso por eso mismo- no ha prendido y carece no sólo de legitimidad, también de afiliados. Casi todos los intentos de copamiento de los gremios y sindicatos por parte de los sicarios y agentes del régimen han sido un fracaso y se han saldado a veces con violencia callejera y asesinatos. De hecho, no siempre son los empresarios quienes encabezan la lucha contra las estatizaciones, sino a menudo los obreros -el número de huelgas es acaso en Venezuela el más alto de América del Sur-, conscientes de que, una vez incorporados al sector público, sus centros de trabajo no sólo serán víctimas de la ineficiencia y la corrupción, sino de la politización que premia a los obsecuentes y serviles y castiga a los independientes y a los críticos.

Dicho todo esto, y aunque la resistencia sea difícil contra un régimen matonesco y sin escrúpulos, la batalla por la libertad no está perdida en Venezuela. Una de las más emocionantes sesiones del Encuentro fue aquella en la que los jóvenes alcaldes de Chacao, Sucre y Baruta -antes lo había hecho el de Caracas-, expusieron cómo se las arreglan, pese a la miseria presupuestal con que el Gobierno los castiga por ser opositores, para hacer obra pública, trabajar con los vecinos a fin de reducir la delincuencia y el consumo de drogas, mejorar la educación y alentar el civismo y la cultura democrática en el vecindario.

¿Cómo no va a haber esperanzas en un país donde todas las universidades, privadas y públicas, rechazan el proyecto totalitario y donde los estudiantes están en la vanguardia de las manifestaciones contra las pretensiones de Hugo Chávez de convertir a Venezuela en una sociedad oscurantista y dictatorial a la manera de Cuba y Corea del Norte? Ellos fueron el motor de la movilización que derrotó a Chávez cuando el plebiscito. ¿Y qué decir de los intelectuales, artistas y escritores? La revolución chavista es la primera en la historia que nació huérfana de ideas y de doctrinas y debió de contentarse sólo con eslóganes, estribillos y lugares comunes porque en sus filas había agitadores pero no pensadores ni escribidores dignos de ese nombre. Revoluciones como la rusa, la china y la cubana imantaron en sus primeros años el idealismo y la imaginación de grandes creadores, cuya ingenuidad las embelleció y prestigió: luego, pagarían carísimo su error e irían al gulag, padecerían la "revolución cultural" o partirían al exilio. Pero, en Venezuela, con excepciones que se cuentan con los dedos de una mano, la clase intelectual mostró desde el primer momento una lucidez visionaria sobre lo que estaba en juego y desde entonces, con todos los matices que cabe señalar, no ha podido ser reclutada (es decir, castrada) por el régimen: allí está, limpia y treja, dando la pelea, como un ejemplo para sus congéneres en el resto del mundo.

En los cinco días que acabo de pasar en Venezuela me he sentido animado como en los mejores días de mi adolescencia. Siempre estuve agradecido a ese bello país, que, al concederme el Premio Rómulo Gallegos en 1967, dio un gran impulso a mi trabajo de escritor. Ahora lo estoy más, por la extraordinaria lección de hidalguía que hemos recibido los participantes al Encuentro de tantas venezolanas y venezolanos indomables en la defensa de su libertad.


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