BIENVENIDOS AMIGOS PUES OTRA VENEZUELA ES POSIBLE. LUCHEMOS POR LA DEMOCRACIA LIBERAL

LA LIBERTAD, SANCHO, ES UNO DE LOS MÁS PRECIOSOS DONES QUE A LOS HOMBRES DIERON LOS CIELOS; CON ELLA NO PUEDEN IGUALARSE LOS TESOROS QUE ENCIERRAN LA TIERRA Y EL MAR: POR LA LIBERTAD, ASÍ COMO POR LA HONRA, SE PUEDE Y DEBE AVENTURAR LA VIDA. (MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA) ¡VENEZUELA SOMOS TODOS! NO DEFENDEMOS POSICIONES PARTIDISTAS. ESTAMOS CON LA AUTENTICA UNIDAD DE LA ALTERNATIVA DEMOCRATICA
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domingo, 25 de marzo de 2012

¿POR QUE LA PROPIEDAD PRIVADA?.- RED POR LA DEFENSA AL TRABAJO, LA PROPIEDAD Y LA CONSTITUCIÓN.

¿POR QUE LA PROPIEDAD PRIVADA?

1.- ES LA MEJOR MANERA PARA QUE LOS CIUDADANOS  PUEDAN INVERTIR SUS AHORROS DE LARGOS AÑOS DE TRABAJO.

2.- ADQUIEREN NO SÓLO SU VIVIENDA SINO ADEMÁS OTRAS PROPIEDADES COMO APARTAMENTOS, CASAS, GALPONES, FINCAS, OFICINAS, ETC.

3.- ESTO LES PERMITE CAPITALIZAR SUS AHORROS DE AÑOS DE SACRIFICIO Y ESFUERZO EN PROPIEDADES QUE LE CUBREN CONTRA LA INFLACIÓN.

4.- SON UNA FUENTE DE INGRESOS GUBERNAMENTALES VÍA IMPUESTOS MUNICIPALES Y NACIONALES.

5.- LOS PAÍSES DE MAYOR CRECIMIENTO Y DESARROLLO ES DONDE SE RESPETA Y GARANTIZA LA PROPIEDAD PRIVADA.

6.- LA PROPIEDAD PÚBLICA PERTENECE AL ESTADO Y NO A LOS CIUDADANOS.

7.- LAS TOMAS DE PROPIEDADES PRIVADAS EN EL PAÍS, BIEN SEA INVADIDAS O TOMADAS POR ORGANISMOS PÚBLICOS, HAN AFECTADO PATRIMONIALMENTE A MILES DE VENEZOLANOS.

8.- LAS TIERRAS VENEZOLANAS Y EMPRESAS PRIVADAS TOMADAS POR EL GOBIERNO SE HAN CONVERTIDO EN UNA TRAGEDIA PARA LOS VENEZOLANOS YA QUE SON LAS RESPONSABLES DE LA CAÍDA DE LA PRODUCCIÓN NACIONAL, DETERIORO EVIDENTE EN LA CALIDAD DEL SERVICIO O PRODUCTO OFRECIDO Y CONSUMEN GRAN CANTIDAD DE RECURSOS PÚBLICOS PARA SOSTENERLAS Y CUBRIR SUS PÉRDIDAS.

9.-LA PROPIEDAD PÚBLICA ES CAPITALISMO DE ESTADO Y LO OBSERVAMOS COMO LAS EMPRESAS QUE SON PROPIEDAD DEL GOBIERNO, SON MANEJADAS POR LOS FUNCIONARIOS  QUE LAS DIRIGEN DE ACUERDO AL INTERÉS  GUBERNAMENTAL Y NO DE LOS VENEZOLANOS.

Vicente Brito.
Presidente.

Raul Amiel 
Secretario Ejeocutivo

raulamiel@gmail.com

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viernes, 30 de diciembre de 2011

RED POR LA DEFENSA AL TRABAJO, LA PROPIEDAD Y LA CONSTITUCIÓN. SE LE DEBE ENTREGAR LA PROPIEDAD A LOS BENEFICIARIOS DE LA MISIÖN VIVIENDA.

SE LE DEBE ENTREGAR LA PROPIEDAD A LOS BENEFICIARIOS DE LA MISIÖN VIVIENDA.

La no entrega por parte del gobierno de los títulos de propiedad de las viviendas que están siendo entregadas a los beneficiaros de estas, constituye una gran frustración para estas familias y una evidente intención de control  político sobre estos ciudadanos que se convierten en adjudicatarios y no en propietarios como es su deseo.

Existen en el país casi 2.5 millones de viviendas precarias o ranchos y se estima que anualmente esta cantidad crece en unas 70.000nuevas, esto agrava la situación de estos necesitados, ya que la única manera de reducir este déficit es construir  mas de 300.000 viviendas anuales y esta meta es difícil al no contar con los materiales y la construcción publica ha demostrado no ser eficiente en los desarrollos habitacionales que ha realizado.

El gobierno tiene que convertir la misión vivienda en un mecanismo de reactivación económica y de crecimiento social y para ello es necesario que se les otorgue el titulo de propiedad a los beneficiarios, con mecanismos de pago que permitan la recuperación de lo invertido y se puedan utilizar en nuevos desarrollos habitacionales.

Vicente Brito
Presidente.

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sábado, 10 de diciembre de 2011

EDDIE A. RAMÍREZ S: DÍA INTERNACIONAL DE LOS DERECHOS HUMANOS. (PALABRAS PRONUNCIADAS EN EL CIV EL 10/12/11)

Sesenta y tres años después que la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el régimen del teniente coronel Hugo Chávez viola flagrantemente muchos de estos derechos ante la mirada indiferente de algunos gobiernos y organismos internacionales.
Un día como hoy, en 1948, la ONU proclamó que para evitar que el hombre fuese compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión, era esencial que los Derechos Humanos fuesen protegidos por un régimen de derecho.
Sesenta y tres años después, los venezolanos no tenemos garantizado el derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad, como queda evidenciado por los asesinatos, entre otros, de José Manuel Vilas, Maritza Ron, Evangelina Carrizo, Juan Carlos Sánchez, Antonio López Castillo, así como el increíble caso de Franklin Brito; la presencia de casi una treintena de presos políticos, algunos con graves problemas de salud,  y de varias decenas de exiliados, así como los homicidios de 16.000 compatriotas en un año, la mayoría de ellos en barrios populares.
No todos los venezolanos somos iguales ante la ley. Basta recordar hechos recientes como la impunidad de la que goza el malandro vocero del teniente coronel en el canal del Estado y la sentencia favorable a un atorrante que se dice estudiante de la UCV, en comparación con el trato dado por jueces sumisos en los casos de Globovisión y de la juez Afiuni.
Los venezolanos demócratas no tenemos protección a nuestra vida privada, ni ante los ataques a la honra y reputación, como se comprueba en las grabaciones telefónicas a María Corina Machado y a otros realizadas y difundidas por el canal de televisión del Estado.
Los venezolanos no tenemos derecho a la propiedad y prueba de ello son las numerosas confiscaciones ordenadas por el dictador de Sabaneta. Agroisleña, empresas de servicios de la costa oriental del Lago, fincas en producción y edificios son casos conocidos.
Los venezolanos no tenemos derecho a la libertad  de opinión y de expresión, como se comprobó en los casos de Oswaldo Álvarez Paz y de Globovisión y, desde luego, con los arbitrarios cierres de RCTV y de 34 emisoras de radio no afectas al totalitarismo Siglo XXI.
Los venezolanos solo pueden conseguir empleo en los organismos del estado si se inscriben en el partido de gobierno, visten franelas rojas y asisten a las concentraciones del oficialismo.
Los venezolanos tenemos limitaciones para expresarnos en elecciones auténticas, debido a la designación de un Consejo Nacional Electoral en el que cuatro de sus cinco miembros son fichas del partido de gobierno.
Los venezolanos no tenemos derecho a sindicalizarnos por  las trabas impuestas por los Registros, tal y como fue el caso de Unapetrol.
En cuanto a los trabajadores petroleros que nos sumamos, motu proprio, al paro cívico convocado el 2 de diciembre del 2002 por todos los partidos políticos integrantes de la Coordinadora Democrática, por la Confederación de Trabajadores de Venezuela, por Fedecámaras y por la sociedad civil, la persecución ha sido implacable. Despido ilegal masivo de casi 23.000 trabajadores, prohibición de trabajar en empresas privadas que le prestan servicios o son socias de Pdvsa, expulsión de las escuelas de la empresa de niños hijos de trabajadores de Pdvsa, desalojo violento de viviendas en los campos petroleros sin que se hubiese cumplido con los requisitos de finalización del contrato de trabajo, como fue el bochornoso caso de Los Semerucos en Paraguaná, en donde los chacales del Destacamento 44 de la Guardia Nacional  arremetieron en horas de la madrugada con bombas lacrimógenas, perdigones y peinillazos en contra ancianos y niños que dormían. Órdenes de captura en contra de una docena de compañeros que actuaron como voceros durante el paro, entre ellos Horacio Medina, Juan Fernández, Edgar Paredes, Edgar Quijano, Lino Carrillo y Juan Luís Santana, los cuales tuvieron que exiliarse al no tener garantías de un juicio justo en libertad. Además, investigaciones por parte de la contraloría de Pdvsa a más de cien trabajadores por supuestos daños por la importación de gasolina durante el paro, cuando paradójicamente en la actualidad Pdvsa importa gasolina por los numerosos accidentes que ocurren en las refinerías por falta de mantenimiento y por incumplimiento de las normas de seguridad. Desde luego, siempre tendremos presente e insistiremos hasta que se haga justicia en el caso de nuestro Compañero José Manuel Vilas asesinado en San Antonio de los Altos, cuyos autores están identificados pero disfrutan de la impunidad que otorga el régimen a sus violentos que atemorizan a los demócratas.
Amigos, estamos en presencia de un régimen forajido que desconoce sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, como ha sido en los casos de  jueces destituidos, del general Usón y de Leopoldo López. El libro La Justicia Revolucionaria del profesor Rafael Chavero constituye una denuncia de los numerosos despidos de jueces honestos que no se sometieron a las directrices de Miraflores. Así como el teniente coronel declaró con toda desfachatez que había ordenado a Alí Rodríguez tomar la colina de Pdvsa porque allí estaban los reales, también procedió a tomar la colina de los tribunales porque tenía necesidad de ahogar a la justicia.
Vamos a seguir luchando por nuestros derechos. Vamos a organizarnos cada vez mejor. Acudamos a las primarias a seleccionar a nuestros candidatos y derrotemos a la barbarie el 7 de octubre. Los petroleros seguimos presentes y comprometidos. No estamos en esta lucha porque nos despidieron, nos despidieron porque no podíamos ser indiferentes en la lucha por la democracia.  ¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!
eddiearamirez@yahoo.com
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miércoles, 2 de noviembre de 2011

MERCEDES MONTERO: LA LEY DE ARRENDAMIENTO INMOBILIARIO EN VENEZUELA


Esta Ley es un atropello inaudito, es una confiscación, un arrebato del trabajo ajeno. Quienes aprovechen esta ley para apropiarse de la vivienda que tienen alquilada, están cometiendo un acto ilícito, una injusticia.
 Esta Ley es un atropello inaudito, es una confiscación, un arrebato del trabajo ajeno

La mencionada Ley fue aprobada en solo dos sesiones en La Asamblea Nacional de Venezuela. El primer mandatario venezolano declaró públicamente que se encargaría de promulgarla en los próximos días.

En Venezuela existe el problema de la escasez de vivienda y la forma  lógica de  resolverlo sería  mediante la planificación, desarrollo, financiamiento  y ejecución de un agresivo Programa de Construcción de Viviendas, que combinara a los sectores público y privado.

El tema es álgido ya que el problema de la escasez de vivienda en Venezuela se ha agudizado durante los trece años del gobierno “revolucionario”, ya que, a pesar de haber recibido los mayores ingresos petroleros de la historia del país, el gobierno le ha fallado al pueblo con relación a la legítima aspiración de los venezolanos de todas las clases sociales, que es la de tener una vivienda digna. El gobierno ha construido un mínimo número de casas y de las construidas un buen porcentaje no ha cumplido con las condiciones de habitabilidad debido a la pésima calidad de  su construcción. La construcción privada al igual que todo lo relacionado con la inversión  de capitales particulares ha sido estrangulada como parte de la política gubernamental  contraria a lo que califica como  “capitalismo”. En contraposición, a numerosos países con gobiernos amigos del régimen, hasta en lugares tan lejanos como África,  se les ha regalado urbanizaciones completas, por supuesto con viviendas de excelente calidad.

Lo anterior nos hace preguntarnos a los venezolanos ¿Porqué se les regala a esos países y en Venezuela no se ha procedido de igual forma? Después de todo el dinero es nuestro y se supone que el gobierno lo administra para el bienestar de los venezolanos, NO para regalárselo a los adulantes, que exprimen a nuestro tesoro.

También hay que tomar en cuenta que los ciudadanos ven en la compra o construcción de una vivienda una inversión. No nos olvidemos que es derecho y aspiración de todo ser humano, a tener una casa  que sea propia; razón por la cual en la Venezuela a la que el gobierno le ha fallado en lo que ha construcción de casas se refiere, el rancho ha proliferado. Los ciudadanos de los estratos D y E, han construido sus pobres viviendas a punta  de los mayores sacrificios. Para poder pagar la construcción del rancho en el que viven, tienen que alquilar cuartos y ranchos paralelos.

En los estratos medios, quienes pudieron compraron una segunda vivienda y en una proporción mucho menor hay propietarios de varias viviendas para alquiler. Esas viviendas NADIE se las regaló, les costó años de trabajo comprarlas.

No hay dinero para construir casas para los venezolanos pobres o de clase media, pero de acuerdo con investigación exclusiva, reseñada  en el diario El Universal, el 27/10/2011, Joseph Poliszuk. TOWN HOUSES VIP,  “El poder Ejecutivo otorgó viviendas a varios de sus más altos funcionarios en el complejo Bosque Valle, un urbanismo proyectado en el año 2000 para dar solución a la emergencia habitacional que el presidente de la República, Hugo Chávez, decretó tras la vaguada del estado Vargas” “El portal electrónico del Ministerio para la Vivienda y Hábitat indica que el Fondo Nacional de Desarrollo Urbano, FONDUR, adjudicó casas a esos y otros servidores públicos”. Algunos de esos servidores declararon que “ellos tenían el mismo derecho que otros venezolanos que carecen de vivienda propia”

La reseña incluye los nombres de los altos funcionarios. La pregunta es porque a ellos SÍ y al resto NO. 

Es importante copiar las razones por las cuales la Asociación de Propietarios de Inmuebles Urbanos (APIUR)  se opuso a esta Ley:

1)      Excesivos controles que se centralizan en la Superintendencia de Inquilinato, incrementando y alargando exponencialmente los trámites burocráticos y que obliga a pagar los cánones de arrendamiento exclusivamente en bancos del Estado
2)      Contratos sin terminación: Se sustituye la prórroga legal por la prórroga arrendaticia, eliminando como causal de desalojo el vencimiento del plazo de duración. Esto convierte al arrendamiento en un contrato indefinido. El propietario pierde la facultad de disponer de la propiedad, quedando ésta en un estado de confiscación indirecta, siendo el inquilino quien decide cuándo entregar la propiedad.
3)      Procedimientos interminables y enrevesados para recuperar una vivienda alquilada, que incluyen trabas y subterfugios procesales. Se ratifica la Ley contra los Desalojos Arbitrarios, promulgada por el Presidente de la República por la vía habilitante, que bloquea cualquier sentencia judicial favorable al propietario hasta que el Estado le consiga una vivienda al inquilino saliente. "La ausencia de justicia incrementará los niveles de violencia entre los venezolanos".
4)      Impuesto a viviendas desocupadas, similar al del Gobierno Sandinista en Nicaragua entre 1979 y 1990, que generó confiscaciones masivas de propiedades. No se establece el monto o porcentaje del impuesto, arriesgando a que el Ejecutivo establezca impagables impuestos que den pie a expropiaciones pagaderas con los mismos impuestos adeudados.
5)      Expropiación de inmuebles alquilados: Se establece la venta obligatoria, con posterior expropiación y adjudicación al inquilino en 30 días, después de promulgada la Ley, de cualquier inmueble con más de 10 años de construido, o propietarios de más de dos viviendas o habitaciones alquiladas, sin importar la antigüedad que tenga el inquilino. No se crea ningún tipo de presupuesto especial para indemnizar las expropiaciones.

Las otras cinco razones de APIUR para oponerse a la Ley son que: Fija alquileres irrisorios; establece un método que determina precios ínfimos para la venta de las viviendas alquiladas; legaliza los traspasos ilegales; trae graves consecuencias para la inversión privada en la construcción de viviendas; e impone altas multas y expropiación por sanción. 

Esta Ley es un atropello inaudito, es una confiscación, un arrebato del trabajo ajeno. Quienes aprovechen esta ley para apropiarse de la vivienda que tienen alquilada, están cometiendo un acto ilícito, una injusticia.

mechemon99@yahoo.co.uk

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NARCISO GUARAMATO PARRA: LEY DE ARRENDAMIENTO

La semana pasada, La asamblea Nacional aprobó en su primera discusión la “Ley para la Regularización y el control de los arrendamientos de las Viviendas”, como respuesta al grave problema habitacional que tenemos en el país.
          En este análisis nos centraremos en tres puntos, que a nuestro parecer, tiene graves consecuencias económicas: el control del valor y respectivo precio del inmueble, el control del canon de arrendamiento, y la libertad de contrato.
          En primer lugar, el proyecto de ley establece una fórmula para calcular el valor del inmueble, en la cual se contempla: i) el valor real del inmueble, que esta en  función desvalor del m2 de construcción, el cual a su vez será fijado por la superintendencia; ii) el valor de reposición del inmueble, es decir lo que nos costaría, según precio de mercado, comprar el inmueble; los años de antigüedad del inmueble y su ¿vida útil? y, iii) el valor del terreno.
          Basándonos en la fórmula planteada realizamos un pequeño ejercicio para una casa ubicada en el municipio Zamora del Estado Miranda (zona de fuerte emigración de la clase media caraqueña), con las siguientes características: casa de 78 m2 de construcción  y 90 m2, de 10 años de construcción en muy buen estado, para el valor real se han tomado los precios establecidos por  la municipalidad para el pago del derecho de frente, 2736 Bs./m2  y 634 Bs./m2  para la  construcción y terreno respectivamente. Para la vida útil de un inmueble, se ha establecido de 50 años, tiempo, más o menos, que puede transcurrir entre la compra de una vivienda nueva y la muerte natural del comprador. Finalmente para el precio de reposición se ha tomado el precio d Veneta promedio ofrecido (Bs. 530.000) en los distintos avisos clasificados que se pueden consultar en las páginas web
          Los resultados obtenidos fueron de: Bs. 253.497 y Bs. 211 (1% anual / 12) de valor del inmueble y de canon mensual de arrendamiento respectivamente. Como se puede ver claramente estos valores son muy inferiores a los del merado. Claro la clave está en el valor real del inmueble que esta a la discreción de un organismo, aunque se vista con traje de una formula reglamentaria. La consecuencia será la eliminación o eliminación, por parte del sector privado (conformado por todas aquellas personas que con un gran esfuerzo han adquirido una segunda vivienda para obtener una renta que complete su sueldo o más grave que complete su pensión de vejez) de la oferta de viviendas para alquiler.  Otra consecuencia, más grave aún, es la desobediencia de la ley y el surgimiento de un mercado informal, en el cual no se realice ningún contrato por escrito, lo que traería como consecuencia desalojos o la solución de controversias con métodos violentos.
          Con una economía inflacionaria, como es la venezolana, en la cual los precios aumentan en promedio un 20% anual, parece totalmente inapropiado  fijar cánones de arrendamientos, que van desde  el 1% anual, para los inmuebles cuyo valor es menor o igual a 4200 unidades tributarias (U.T.) y el 4% anual para los inmuebles cuyo valor superen los 12.500 U.T. 
Supongamos que al momento de jubilares una persona percibe una cantidad de dinero que le permitiría adquirir una vivienda para obtener una renta mensual que le permitiría completar su jubilación o abrir una cuenta en una institución financiera con el mismo fin. De acuerdo al Banco Central de Venezuela, la tasa promedio de los certificados de ahorro para la semana que finalizó el 21 de octubre del presente año fue de 12,61% anual. En otras palabras, si nuestro trabajador compra la vivienda obtendrá un 1% y si lo coloca en el banco, obtendrá 12,61% anual ¿Cuál cree usted amigo lector que es la decisión correcta que debe tomar: comprar la vivienda o abrir una cuenta en el banco. Pero a pesar de esto, ambas decisiones están equivocadas. Con una inflación del 20% anual, el alquiler de la vivienda representa una pérdida anual del 19% (20 – 1) del valor de la vivienda.  Y del 7,39 %  (20 - 12,61) del valor de nuestro ahorros en el banco. Aquí la cuestión es preguntarse ¿Cuál es la inversión que me genera una menor pérdida? En estos momentos, cualquier inversión que me reporte una renta menor al 20% anual es inadecuada. Debemos buscar una inversión que preserve su valor, es decir superior al 20%.
          Para terminar este análisis, debemos comentar la violación de la libertad de contrato que representa esta Ley. Las condiciones contractuales son potestad únicamente de las partes. El Estado, a través del poder judicial, debe intervenir solamente en la resolución de las controversias. Por lo tanto, solamente nos queda decir, que la inflación y la especulación no se combaten mediante decretos y leyes. Solamente se pueden vencer atacando sus causas directas.     
guaramatoparra@gmail.com
@guaramatoparra
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lunes, 31 de octubre de 2011

LARRY ALEXÁNDER NIEVES C: EN DEFENSA DE LA PROPIEDAD PRIVADA

La diferencia más importante entre un salvaje y un hombre civilizado es que el salvaje no reconoce los derechos de propiedad. Adam Ferguson (1723 - 1816). Filósofo, proto-sociólogo e historiador escocés.
Los liberales somos vistos frecuentemente como amigos de los grandes intereses económicos, por el hecho que defendemos el derecho fundamental a la propiedad privada. En un país como Venezuela, donde muchos tienen muy poco, este énfasis en defender los derechos de propiedad es interpretado como un apoyo irrestricto a los poderosos y una falta de sensibilidad por los problemas de las clases oprimidas.


Nada más alejado de la realidad. Los que ven nuestra posición de esa forma se equivocan garrafalmente o maliciosamente intentan confundir al pobre, a quien supuestamente quieren ayudar.

El énfasis que los liberales colocamos en la defensa de los derechos de propiedad tiene, a mi modo de ver, al menos tres razones fundamentales. Una de ellas es ética y las otras dos meramente prácticas.

La razón ética se basa en el hecho natural que cada persona es dueña de sí misma. Nada más natural que eso, ¿no? Este prinicipio de la propiedad de cada quien sobre sí mismo es demostrable lógicamente: Si yo aceptara que no soy dueño de mí mismo sólo hay dos posible alternativas lógicas: (1) que otra persona o grupo de personas es dueña mía, o (2) que cada persona tiene derecho sobre una fracción de mí, así como yo tengo un derecho infinitesimal sobre cada una de las otras personas. En el caso (1) estaría admitiendo que soy un ser sub-humano, pues existe una clase o casta con poder absoluto sobre mí. Obviamente, una ética como esta es inaceptable ya que no es Universal, es decir, no es aplicable a todas las personas por igual. Mientras que la implementación de una ética basada en el principio (2) conllevaría a la extinción instantánea de la humanidad, ya que nadie tendría derecho de actuar, sin antes obtener permiso del resto de sus semejantes, quienes no podrían otorgar tal permiso sin obtener previamente permiso del resto, y así sucesivamente. Claramente entonces, la única alternativa es que cada persona es dueña de sí misma y del fruto de su trabajo. Esta es la base fundamental o la razón por la cual los liberales nos empeñamos fehacientemente en defender el derecho a la propiedad privada.

La segunda razón que nos lleva a defender la institución de la propiedad privada es esencialmente pragmática. Sin el respeto al derecho de propiedad, todos los demás derechos que las democracias contemporáneas supuestamente garantizan desaparecen automáticamente. Esto es así puesto que para ejercer tales derechos siempre es necesario utilizar algún recurso escaso y quien sea propietario efectivo de dicho recurso puede decidir unilateralmente quien podrá acceder a él y, por lo tanto, controlar indirectamente quien puede ejercer determinado derecho. Pongamos por ejemplo la libertad de expresión. Quien desea manifestar sus ideas necesita algún tipo de tribuna pública, ya sea esta un periódico, una estación de radio o televisión, o en última instancia algún medio de impresión. Pero en una sociedad donde la propiedad de dichos medios de comunicación es parcela exclusiva de un grupo (por ejemplo, el Estado), dicho grupo puede decidir quien se expresa y en cuales términos. El que tenga opiniones contrarias o disidentes puede ser privado de su libertad de expresión a través del control de los recursos necesarios para ejercer su derecho. O pongamos el ejemplo de la libertad de escojer la profesión que más nos guste. En una sociedad donde el único empresario es el Gobierno, este debe decidir quien se va a dedicar a qué y cuanto va a ganar. Si la persona está insatisfecha con su trabajo actual, ¿a quién más va a acudir, si el único que le puede dar empleo es el Estado?

De manera que los "derechos humanos" que los socialistas se jactan de defender pierden su significado cuando la propiedad privada que tanto aborrecen deja de existir.

La tercer razón, que también podemos considerar pragmática, es que sencillamente las sociedades que más respetan la propiedad privada son las que han logrado un mayor grado progreso material a lo largo de la historia. Sólo basta darle un vistazo a las ruinas que dejaron los experimentos socialistas del siglo XX. ¿Por qué las sociedades basadas en la libertad y el respeto a la propiedad privada son las más prósperas? ¿No y que el capitalismo es la explotación del hombre por el hombre?

Hay dos problemas esenciales a la desaparación o inexistencia de la propiedad privada. En una sociedad donde los medios de producción son propiedad de un sólo ente, el Estado, surgen dos problemas prácticos que hacen imposible que dicha sociedad prospere. El primero es el problema de los incentivos. En la sociedad capitalista, cada quien es dueño de sí mismo y de su trabjajo, el fruto del cual puede ser intercambiado libremente por el fruto del trabajo de otros, es decir, en la sociedad capitalista cada quien es libre de dedicarse a lo que mejor sabe hacer y comerciar con sus semejantes por el resto de las cosas que le hacen falta. En este proceso de intercambio voluntario, ambas partes se benefician, puesto que cada uno recibe un bien o producto que es más valioso que el que entrega. (Piénselo bien, cuando usted compra un kilo de carne por 10.000 Bs, ¿qué es más valioso para usted en ese momento, el kilo de carne o los 10.000 Bs que le entrega al carnicero? Y para el carnicero es al contrario, los 10.000 Bs son más valiosos que el kilo de carne. Piénselo bien otra vez, si los 10.000 Bs fuesen más valiosos que el kilo de carne para usted, el intercambio no se produciría). De manera que en la sociedad capitalista cada quien recibe en proporción a lo que es capaz de contribuir al bienestar de sus semejantes, cada vez que trabajo e intercambio con alguien, la ganancia total es mía, puesto que es derivada de mi trabajo, que es derivado de mi persona, la cual poseo por derecho natural.

Por el contrario, en la comunidad socialista, donde el Estado es el dueño de toda la riqueza y la reparte a cada quien "según su necesidad", la persona que se esfuerza y produce riqueza no recibe el producto entero de su trabajo (ya que este debe ser redistribuído entre sus camaradas que han producido menos que él). La igualdad económica a la que aspiran los socialistas obliga a que aquellos que más producen sean los más penalizados, puesto que mayor parte de dicho producto debe ser confiscado por el Estado para entregar "solidariamente" a sus compatriotas. De manera que los incentivos económicos están al revés en la comunidad socialista: el que más produce es penalizado más. Por ello, la tendencia de tal utopía será a trabajar lo mínimo posible para cumplir con la cuota establecida por la autoridad económica de la dictadura socialista. Esa es una de las causas por las que las sociedades donde se respeta la propiedad privada han sido más prósperas a lo largo de la historia, que aquellas donde la propiedad privada es escasa o inexistente. En pocas palabras, ¿quién recoge la basura en la utopía socialista?

Luego existe el problema del cálculo económico. En el mercado capitalista, los precios de los productos surgen de la interacción de millones de personas, intercambiando voluntariamente entre sí. Estos precios reflejan la necesidades más urgentes de la población, de manera que los productos o servicios más demandados en un momento dado, tenderán a subir de precio, mientras que los productos o servicios menos demandados tenderán a bajar de precio. Este mecanismo permite al empresario conocer que es lo que la gente necesita más y que es lo que necesita menos, de tal manera que puede ajustar su plan de producción a dichas necesidades, invirtiendo más donde se necesita más y descontinuando líneas de producción, que ante los ojos de los consumidores son menos urgentes. Esto es cierto para los bienes de consumo masivo, pero también lo es -y de manera decisiva y trágica para los socialistas- para los bienes de capital, entendidos como todos aquellos que son usados en la producción de bienes de consumo. Ahora bien, si el Estado es el único dueño de los medios de producción (y ese es el objetivo final de los socialistas) es imposible que surjan precios por dichos bienes de capital, puesto que no existe ningún mercado para ellos, ha desaparecido el intercambio voluntario que hacía posible que emergiera un precio y con él el elemento esencial de coordinación de la actividad productiva.

¿Hacia qué industria debemos dedicar más recursos? Esa pregunta es respondida por el empresario capitalista mirando dónde hay más oportunidades de obtener una ganancia. La ganancia le indica que la inversión es exitosa en satisfacer una cierta necesidad de los consumidores. Donde hay más posibilidad de ganancia, debido a mejores precios, habrá más inversión de capital, haciendo posible una producción ampliada que satisfaga cada vez a más consumidores. Esa misma pregunta no puede ser contestada racionalmente por el minisitro de planificación de la utopía socialista. ¿Hacia donde dirigo los recursos, si no sé quién está dispuesto a pagar más? Y no sé quién está dispuesto a pagar más, porque yo controlo todos los recursos. Es como jugar ajedrez con uno mismo. Esta es la verdadera y definitiva cruz del socialismo, sin propiedad privada el cálculo económico, y con él la coordinación de la producción, es imposible. El resultado: caos económico. Como lo dijo von Mises en 1.920:

Uno puede anticipar la naturaleza de la futura sociedad socialista. Habrá cientos y miles de fábricas en operación. Muy pocas de ellas producirán bienes listos para el consumo; en la matoría de los casos, lo que se producirá serán bienes intermedios y bienes de capital. Todas estas empresas estarán interrelacionadas. Cada bien pasará por toda una serie de etapas, antes de estar listo para ser usado. En el incesante laborar de este proceso, sin embargo, la administración carecerá de medios para comprobar sus relaciones, no será capáz de determinar si un bien determinado no ha sido mantenido durante un período superfluamente largo de tiempo en el necesario proceso de la producción, o si trabajo y materiales no han sido desperdiciados en su finalización. ¿Cómo decidirá si tal o cual método es el más rentable?
Conclusión

La existencia de la propiedad privada se interpone decididamente entre los socialistas y sus planes de una sociedad utópica, planes tan grandilocuentes como impracticables. Una defensa del concepto y las ventajas de la propiedad privada basada en principios incontrovertibles es necesaria ahora más que nunca, cuando las fuerzas del socialismo avanzan en nuetros países latinoamericanos. La única oposición posible a los neocomunistas debe venir de personas que comprendan la importancia fundamental de la propiedad privada, los estatistas de derecha e izquierda que dicen representarnos son incapaces de proporcionar tal cosa.

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domingo, 30 de octubre de 2011

RAFAEL TERMES: DEL ESTADO DEL BIENESTAR A LA SOCIEDAD DEL BIENESTAR

Para lo que tiene que ser mi intervención en este curso sobre «la necesaria vertebración de la sociedad», los organizadores han elegido un título en cuyos extremos figuran dos palabras -Estado y Sociedad- con una intencionalidad adversativa que se observa a primera vista. Sin embargo, en ambos extremos del título se repite la palabra bienestar dando fe de que el objetivo a lograr es precisamente el bienestar, aunque, en cuanto a la manera o los medios de lograrlo, las opiniones pueden ser no sólo distintas sino incluso contrapuestas. Hay más, la cadencia del enunciado completo -«Del Estado del Bienestar a la Sociedad del Bienestar»- acredita que los organizadores -y yo con ellos- piensan que desde la situación presente -el Estado del Bienestar- hay que evolucionar hacia una meta mejor que quedaría definida por el sintagma «la Sociedad del Bienestar». No podía ser de otra manera en un curso dirigido por la Fundación Independiente, cuya aspiración principal es la revitalización de las estructuras sociales espontáneas como la mejor manera de alcanzar los objetivos a los que el hombre como hombre, antes que como ciudadano, aspira ineludiblemente, y entre los cuales ocupa un lugar fundamental el anhelo innato al bienestar.
Empezaré, pues, por hacer algunas reflexiones sobre el bienestar; pasaré después a exponer, cómo, en mi opinión, el intento de proporcionar este bienestar a todos mediante la actuación premeditada y directa del Estado ha fracasado moral y económicamente; y finalmente intentaré decir cómo puede efectivamente alcanzarse el deseable bienestar mediante la espontánea actuación de la persona humana, individualmente o en asociación con quien libremente desee, siempre que el Estado no interfiera en este propósito y se limite, que no es poco, a crear el marco legal para que la acción humana espontánea se produzca, acudiendo, simplemente, en virtud de la función subsidiaria que le es propia, a resolver aquellos pocos casos en los que los individuos no son capaces de lograr, por sí solos, el nivel indispensable de bienestar.
EL BIENESTAR
Sabemos, por propia experiencia, por observación de lo que ocurre a nuestro alrededor y por la enseñanza de la más sana filosofía, que el hombre tiende naturalmente a la felicidad. No se necesitan muchas demostraciones para probar que el hombre, en su polifacético obrar, busca inexorablemente la felicidad, aunque en la apreciación de lo que apetece como bueno pueda errar, y de hecho yerra frecuentemente. Lo cual no obsta para decir que siendo el hombre libre, aunque con libertad humana imperfecta -solamente Dios es verdaderamente libre- la voluntad humana apetece libremente la felicidad, aunque la apetezca de modo necesario. Es cierto que la felicidad es un concepto subjetivo y cada uno, según sus disposiciones anímicas, la cifrará a su manera, de forma que bien puede decirse que hay tantas formas de buscar la felicidad como hombres y mujeres existen, aunque, tal vez, quepa añadir que algunos puedan pensar que la mejor manera de ser feliz es no preocuparse demasiado por llegar a serlo. Sin embargo, cabe ciertamente afirmar que entre los objetivos o fines que el hombre se puede proponer en busca de la felicidad, en términos generales, ocupa un lugar destacado el encaminado a satisfacer no sólo las necesidades básicas o de subsistencia -en las que el hombre no se diferencia de los animales irracionales-, sino también y sobre todo las necesidades superiores, que únicamente el hombre siente, y que comprenden con los bienes del espíritu, la inclinación hacia lo que se llama el bienestar, como una realidad condicionada por el uso de las cosas materiales no absolutamente imprescindibles para poder mantenerse en la existencia.
Ahora bien, la aspiración a cubrir las necesidades básicas y, por encima de ellas, las originadas por la inclinación al bienestar, requiere el empleo de recursos que, por lo general, son escasos. Y aquí empieza la historia del hombre que, desde que Dios lo puso en la tierra, para que la trabajara, no ha cesado de luchar para extraer de su seno lo necesario para el logro de este bienestar que innatamente desea. De tal forma que Alfred Marshall pudo definir la economía como «el estudio de aquella parte de la acción individual y social que está más íntimamente relacionada con la consecución y uso de los requisitos materiales del bienestar». Pero la simple observación de lo que, a lo largo de la historia, ha sucedido, pone de manifiesto que no todos ni siempre logran este bienestar que apetecen y al que, por su propia condición de personas humanas, tienen derecho. Y aquí es donde se asientan los argumentos para pretendidamente justificar la intervención del Estado para adoptar el papel de benefactor de los necesitados, dando lugar a lo que, con el paso del tiempo, ha venido a ser lo que hoy conocemos con el nombre de Estado del Bienestar.
EL ESTADO DEL BIENESTAR
En este punto, con el que doy comienzo a la segunda parte de mi exposición, no me parece ocioso llamar la atención sobre la componente política -en la acepción menos noble de la palabra- de los orígenes de tal actuación estatal. Fue en efecto el Canciller Bismarck quien, en los años ochenta del siglo pasado, en su lucha contra el naciente socialismo, adoptó determinadas disposiciones sociales de carácter paternalista, pensando que, si los obreros percibían que el Kaiser se ocupaba de ellos, dejarían de oír los cantos de sirena del partido socialista. Sin embargo, pese al sesgo interesado y al carácter espúreo de su origen, nada habría que objetar, hasta aquí, a una política tendente a resolver las necesidades básicas de los estratos menos favorecidos de la sociedad, ya que sin duda existe acuerdo en que alguien debe tomar la decisión de subvenir a la indigencia.
Lo que sucede es que, a partir del final de la primera Guerra Mundial, lo que debía haber quedado como un sistema de resolver las necesidades actuales y futuras de aquellas pocas personas que, por distintas razones, no son capaces de hacerlo por sí mismas o en voluntaria y libre colaboración con otros ciudadanos, se fue convirtiendo en un instrumento para universalizar la protección social, con carácter de servicio público, burocratizado, para pobres, clases medias y ricos. Este modelo impuesto por los políticos, con la complicidad de las élites dirigentes que, al amparo del pensamiento keynesiano, habían perdido la fe en el Estado liberal, con el paso del tiempo ha ido extendiendo su ámbito de acción y engrosando la magnitud de sus prestaciones, sin que se sepa bien hasta dónde hay que llegar.
Puede decirse que este Estado del Bienestar es el que desean los votantes, pero la verdad es que éstos no tienen mucho donde elegir porque, a pesar de que los resultados insatisfactorios del modelo fueron pronto patentes, los políticos -sean socialistas sean conservadores- tienden todos a ofrecer programas de gasto en favor de sus clientelas, a fin de ganar las elecciones que es lo que realmente importa a los políticos. Si los ciudadanos han aceptado, implícitamente, el planteamiento del Estado del Bienestar, ha sido bajo el engaño de hacerles creer que la protección que les otorgaba era gratuita; siendo así que la pagamos todos -unos más y otros menos- hasta que resulte imposible pagarla, cosa que ya está sucediendo.
Desgraciadamente, a pesar de la amarga experiencia del desempleo que se ha abatido sobre Europa -y en especial sobre nuestro país- a consecuencia, sin duda, del modelo socio-económico que late tras el Estado del Bienestar, la realidad es que los políticos, presos ellos mismos del engaño en que han hecho incurrir a sus electores, no se atreven a mentar nada que pueda suponer un intento de cambio del sistema de protección social, a pesar de que estén convencidos de que hay aspectos del mismo con imperiosa necesidad de ser modificados. Y es que aun haciéndoles gracia de no caer, en interés partidista, en el fomento del fraude y en la corrupción del sistema, la tentación de utilizar los alegados beneficios de la Seguridad Social con fines electorales es muy grande.
Pero los hechos son tenaces y, si no se toman las necesarias medidas correctoras, como están ya haciendo algunos países europeos, la quiebra económica del Estado del Bienestar, sobre todo en lo que se refiere a las pensiones, la sanidad y la protección del desempleo, es inexorable, en un plazo más bien corto, ya que es imposible y, dentro del proyecto de la Unión Europea todavía más, intentar cubrir el déficit que estas prestaciones provocan, con más y más deuda; deuda, que a su vez, a causa del peso de los intereses, es generadora de mayor déficit.
El Estado del Bienestar, tal como se ha concebido y aplicado, ha sido y sigue siendo perjudicial, pero no solamente por la quiebra económica a que conduce. Con ser esto malo, a mi juicio no es lo peor. Lo peor del Estado de Bienestar es el daño que ha hecho a la mentalidad de los hombres de nuestro siglo. El Estado ciertamente debe proteger las situaciones de indigencia y, en ejercicio de su función subsidiaria, extenderla a los contados casos que la sociedad no puede atender. El error del Estado del Bienestar es haber querido que esta protección se universalizara, alcanzando al inmenso número de aquellos que, sin necesidades perentorias, debían haber sido puestos a prueba para que dieran los frutos de que la iniciativa individual es capaz; en lugar de ello, generaciones enteras han sido adormecidas por el exceso de seguridad, con cargo al Presupuesto y, lo que es peor, en detrimento de las unidades productivas de riqueza que, de esta forma, se sienten desincentivadas. En este sentido el nivel a que se ha llevado el Estado del Bienestar ha traicionado incluso el pensamiento de Lord Beveridge, tenido por el padre del Estado del Bienestar moderno, quien había escrito: «el Estado, al establecer la protección social, no debe sofocar los estímulos, ni la iniciativa, ni la responsabilidad. El nivel mínimo garantizado debe dejar margen a la acción voluntaria de cada individuo para que pueda conseguir más para sí mismo y su familia».
Lo que, contrariamente, ha sucedido, es que nuestros contemporáneos, acostumbrados a tener cubiertas, sin esfuerzo, todas sus necesidades básicas, desde la cuna hasta la tumba, han perdido el amor al riesgo y a la aventura, creadora de riqueza. Preso de una paralizante excesiva seguridad, el hombre de hoy se desinteresa progresivamente de su contribución al desarrollo de la sociedad, lo que conduce a instituciones cada vez más ineficaces y anquilosadas. En esta situación, lo único que subsiste es la ambición por el enriquecimiento rápido y sin esfuerzo, fomentando la corrupción y el empleo de toda clase de artes torcidas para lograrlo.
El Estado del Bienestar, en manos de políticos que buscan sus propios objetivos de perpetuación en el poder, produce efectos contrarios a los que dice perseguir. El seguro de desempleo amplio y duradero, produce más paro; la ayuda a los marginados produce más marginación; los programas contra la pobreza producen más pobres; la protección a las madres solteras y a las mujeres abandonadas, multiplica el número de madres solteras y el número de hogares monoparentales... Los estatistas dicen que, a pesar de todo, el Estado del Bienestar produce sociedades socialmente más justas. Y pretenden probarlo, porque, haciendo un empleo abusivo del concepto de «justicia», han convertido en «derechos» a satisfacer en nombre de la «justicia social», lo que no eran más que reivindicaciones propugnadas por determinados grupos políticos y sindicales. Por eso, aunque, en España, desde 1970 el peso del gasto social sobre el PIB se ha más que doblado, la gente no se siente satisfecha y pide más y más amplias prestaciones, continuando la escalada de presiones para convertir en derechos las pretensiones más absurdas y abusivas, como es, por ejemplo, la demanda de hacerse reembolsar los gastos de abortar, con lo cual, además de haber legalizado el crimen, se pretende que el crimen en que el aborto consiste sea pagado con el dinero de los contribuyentes, con total vulneración de lo que debe entenderse por Estado de Derecho.
Los defensores del Estado del Bienestar dicen, también, corrompiendo de nuevo los conceptos, que, gracias a él, nuestras sociedades son más solidarias, cuando, en realidad, la solidaridad organizada con cargo al Presupuesto lo que hace es expulsar la virtud personal de la solidaridad, con sacrificio personal, de la que la sociedad dio abundantes pruebas antes de que el intervencionismo estatal justificara la inhibición del individuo. Este es el daño moral hecho por el Estado del Bienestar: la vinculación del individuo al Estado. Sus efectos serán muy difíciles de desarraigar en unas generaciones crecidas al amparo del Presupuesto. No sin razón se ha podido decir que el ciudadano de nuestros días contempla la seguridad que el Estado del Bienestar le proporciona como algo consustancial a su propia forma de vida y a lo que difícilmente va a renunciar. Esto es lo malo.
LA SOCIEDAD DEL BIENESTAR
La crítica económico-financiera y sobre todo moral que acabo de hacer al Estado del Bienestar no significa, ni mucho menos, que tengamos que renunciar a la búsqueda del bienestar social. Lo que significa, y con ello entro en la tercera parte de mi intervención, es que hay que buscarlo por otro camino y este camino no puede ser más que el de devolver el protagonismo al individuo y a la sociedad, replegándose el Estado al papel que le es propio. Yo no soy anarquista y, por lo tanto, no pretendo elaborar un modelo de bienestar en el que el Estado esté ausente. Creado por el hombre, para servirle a él y a la sociedad, que es un producto espontáneo de la propia naturaleza humana, el Estado es necesario. El Estado debe existir, acotado a los límites determinados por los fines para los que primigeniamente fue concebido, es decir, para servir, y no como ahora sucede, para ser idolatrado, sacrificando en su honor a las personas y a sus bienes materiales y espirituales, entre los cuales están la libertad y la dignidad humana, tantas veces conculcadas por las concepciones estatistas.
El Estado debe existir para servir a la sociedad, no al revés, definiendo el marco legal dentro del cual los individuos, aisladamente o en asociación con quien deseen, puedan perseguir libre y responsablemente sus propios fines; y administrando justicia entre los ciudadanos, todos iguales ante la ley, para dirimir los conflictos que en la persecución de estos fines puedan presentarse. Descendiendo al campo concreto del bienestar, que es el que esta mañana nos ocupa, el Estado, si se me permite el juego de palabras, no debe, en principio, dar al hombre lo que necesita para asegurarse el bienestar, sino darle la seguridad de que por sí mismo puede ganarse el bienestar que necesita, espoleando en él, con los adecuados incentivos, el ímpetu para abrirse camino en la vida, es decir, fomentando la responsabilidad de forjar la propia existencia, generando en el individuo la garra suficiente para afrontar la lucha con vistas a la realidad presente y a las eventualidades del futuro. O sea, propiciando todo lo que el Estado del Bienestar ha destruido, pretendiendo dar a todos una excesiva y, por ello, paralizante seguridad.
Todo individuo, en orden a la satisfacción de sus necesidades económicas, intenta maximizar la utilidad de su consumo a lo largo del tiempo, mediante una adecuada combinación de gasto y ahorro. El hombre sabe que, contando con sus solos medios, si desea disponer de recursos en el futuro para atender a toda clase de necesidades, previsibles o no, ha de sacrificar el consumo presente en aras de un ahorro que le asegure el futuro. Esta convicción hace al hombre emprendedor y prudente, al mismo tiempo. Emprendedor, para asumir aquellos riesgos razonables que prometen mayores ingresos, y prudente, para apartar del consumo aquella razonable parte de los ingresos destinados a la previsión del futuro. Por esto el ahorro es una virtud.
Esta situación, que es, a mi entender, la deseable, es la que se produce cuando el Estado no lo impide. En ausencia del intervencionismo estatal, la sociedad se vertebra y produce, por iniciativa individual, todas aquellas instituciones de carácter privado necesarias para el logro de los objetivos del bienestar. El primer resultado de este cambio de enfoque es que los objetivos se lograrían mejor, es decir, más eficientemente y a menor coste. Todo el mundo está convencido de que los sistemas privados de prestaciones sociales son más eficaces y baratos que los públicos. Incluso los que defienden la Seguridad Social pública, lo hacen, no por razones económicas, sino por la necesidad -dicen, erróneamente, desde luego- de primar la equidad sobre la eficiencia, reconociendo, implícitamente, lo que hoy ya no se discute, es decir, que la eficiencia está del lado privado. Es más, en el supuesto de que el Estado quiera reservarse -en algunos casos razonablemente, como veremos- el papel de financiador total o parcial de las prestaciones sociales, su provisión puede y debe confiarse al sector privado porque lo hará mejor y más barato.
Para anticiparme a las críticas -que, sin haberse expresado, estoy ya oyendo- a las críticas, digo, basadas en el presunto menosprecio del sistema expuesto hacia aquellas personas que ni son capaces por sí mismas de hacer frente a sus necesidades de bienestar presente y futuro, ni disponen tampoco de los medios para acceder a las instituciones que la sociedad civil promueve, me gustaría explicar con cierto detalle, por vía de ejemplo, cómo funcionaría, cómo debería funcionar, sin olvidar a los menos capaces, un sistema de bienestar social, proporcionado por la libre iniciativa de la sociedad, en tres campos tan sensibles y significativos como son la enseñanza, la asistencia sanitaria y el sistema de pensiones, a fin de probar que el sistema liberal que propugno ni es insensible ni inhumano.
Empezando por la enseñanza, habría que privatizar todos los centros de educación, primaria, secundaria, profesional y universitaria y, en los casos en que no resulte, por el momento, posible, hay que desenchufar los centros estatales de los presupuestos del Estado, dotándoles de autonomía de gestión, así como suprimir todas las subvenciones a los llamados centros concertados, de forma que unos y otros, con las tasas o matrículas necesarias para cubrir sus respectivos costes, compitieran en eficacia, calidad y precio, a fin de que los padres o los propios alumnos pudieran elegir el Centro que más les convenza. De esta forma se acabaría con la injusticia, la inmoralidad, de que el Estado imparta educación gratuita o a un precio irrisorio, tanto al hijo del mayor potentado como al hijo del obrero menos remunerado. Esta situación es inmoral porque la diferencia entre, por ejemplo, las 70.000 pesetas de la matrícula y las 500.000 pesetas, por lo menos, que es el coste real de una plaza en una Facultad Universitaria, la pagan en sus impuestos principalmente las clases medias, incluidas aquellas personas que no utilizan los servicios educativos.
Naturalmente que, para tranquilizar a los críticos, añadiré que, dejando aparte que en el Estado liberal la gente dispondría de mayores rentas netas a consecuencia de los menores impuestos que esta clase de Estado reclama, el sistema que propugno no se opone a que el Estado, para que no se pierda ninguna inteligencia por falta de medios económicos, facilite bonos escolares a quienes lo necesiten, de acuerdo con su nivel de renta, a fin de que cada uno aplique el bono, en pago total o parcial, a la escuela, instituto o universidad libremente elegida y que, al no ser subvencionada, ofrecería precios de matriculación de acuerdo con sus propios costes reales y según la calidad de la enseñanza impartida. Pienso que este esquema es más razonable que el actual y deja a salvo la atención a los menos pudientes.
Aunque el sistema descrito es sustancialmente aplicable a todas las otras áreas del bienestar, pasemos a la asistencia sanitaria, donde para mejorar una eficiencia que hoy está por los suelos, es indispensable, también, aumentar la competencia entre todos los prestadores de servicios para la salud, sean centros hospitalarios, sean oficinas de farmacia, sean, en su caso, compañías aseguradoras del coste de estos servicios, llegado el momento de su utilización por parte de los usuarios finales. Veamos, brevemente y a título de ejemplo, lo que cabe hacer con los actuales hospitales públicos. Estas instituciones pueden ser vendidas o, en su caso, cedidas por el Estado a grupos privados, quienes previo pago de un canon al Estado por dicha cesión, facturarían a las Compañías Aseguradoras, o Mutuas, los gastos incurridos por sus afiliados. Estas Compañías captarían sus clientes entre los que quisieran «desengancharse» de la Seguridad Social dejando de cotizar la parte correspondiente a sanidad. Naturalmente que para admitir la deducción de cuotas habría que demostrar la existencia de póliza de cobertura privada, ya que el Estado no puede permitir que, por falta de la misma, recayera sobre él la subsidiaria función asistencial.
En la línea de la protección a los que no dispongan de medios para afiliarse a una Mutua, o hacerse su propio seguro de asistencia sanitaria, el Estado, en su papel subsidiario,en el que según se ve no ceso de insistir, proporcionaría, como en el caso de la enseñanza, bonos sanitarios para ser gastados en el centro médico que cada uno eligiera.
Pero es en el campo de las pensiones de jubilación donde quizá mejor se ve lo que estoy propugnando. El actual sistema español de pensiones, público y de reparto, exige su reconversión para hacerlo privado y de capitalización. Las razones de esta afirmación son obvias. El sistema vigente es, en primer lugar, injusto porque la pensión del jubilado de ayer la pagan los trabajadores de hoy, trasladándose así la carga hacia las generaciones futuras que no saben si, cuando llegue la hora de su jubilación, habrá alguien que pague sus pensiones. Porque el sistema, además de injusto, es ineficiente; tiende a la quiebra. Cuando había cuatro trabajadores por jubilado, el sistema sin dejar de ser injusto, funcionaba; pero, a medida que la población envejece y el paro aumenta, va disminuyendo la base en que se apoya el invento. Cuando se llegue, ya estamos cerca, a que no haya ni un trabajador por jubilado, ¿cómo vamos a pagar las pensiones? Por esto el sistema, más pronto o más tarde, inexorablemente quebrará. Todos los estudios lo confirman y el propio Pacto de Toledo, artimaña política para mantener el sistema público y de reparto, lo reconoce cuando, para asegurar el pago de las pensiones en el futuro, no encuentra otra solución, en forma más o menos disimulada, que reducirlas.
Por esto, aun aquellos que, en nombre de una mal entendida solidaridad, no quieren reconocer la inmoralidad del sistema de reparto y la ineficiencia de la gestión pública del mismo, no tienen más remedio que aceptar que, finalmente habrá que cambiarlo, para pasar -gradualmente, desde luego- a un sistema en el que cada uno se construya la pensión que desee para el futuro con su propio ahorro de hoy, de acuerdo con su propia función de utilidad. Yo ahorro ahora para tener más el día de mañana. Si gasto más hoy, tendré menos mañana. Optar por una u otra alternativa debe ser una libre decisión de cada cual. Cada cual debe fabricarse la pensión, o el seguro de enfermedad, de que quiera disponer. ¿Significa esto que el Estado no tiene nada que decir en este asunto? Desde luego que no. El Estado tiene dos funciones a realizar: la función reguladora y la función subsidiaria. En méritos a la primera, el Estado debe obligar a todo el mundo a asegurarse una pensión mínima que, en la mayoría de los casos, debe ser equivalente o próxima al salario que se percibe. ¿Qué se necesita para esto? ¿Detraer, por ejemplo, un 10% del salario? Pues se detrae, con exención fiscal desde luego. ¿Alguien quiere obtener una pensión más amplia y quiere ahorrar, por ejemplo, un 20%? Ahorre un 20%, que también debería estar exento de impuestos para estimular el ahorro, ya que el ahorro, que se convertirá en inversión, es bueno para el país. Que cada uno ahorre para su pensión lo que quiera, pero el Estado debe exigir el mínimo, porque si alguien no se asegura, puede caer en la indigencia y el Estado, en méritos de la otra función, que es la subsidiaria, tendría que acudir en socorro de ese indigente, que ha llegado a serlo porque ha querido, no porque no haya podido.
El caso del que no ha cumplido con la obligación de asegurarse la pensión mínima porque no ha podido, porque no ha tenido ingresos de donde detraer el ahorro, es completamente distinto. En este caso, la aplicación del principio de subsidiariedad entra de lleno. En este caso, el Estado debe pasarle una pensión, que llamamos «asistencial» y que se financia con cargo a los Presupuestos Generales; es decir con cargo a los impuestos que pagan todos los contribuyentes y que, como ya he señalado, serán impuestos muy reducidos, porque, en el modelo de Estado mínimo que estoy defendiendo, el Estado necesita poco dinero. Pero las pensiones que llamamos «contributivas» deben hacerse capitalizando cada uno su propio ahorro, con un mínimo obligatorio y voluntariamente por encima de dicho mínimo.
Ahora bien; que el Estado obligue a todos los ciudadanos a constituirse una pensión mínima no quiere decir que los fondos destinados a ello, así como los destinados a capitalizar pensiones voluntarias de mayor importe, tengan que ser administrados por el Estado. El Estado obliga hasta un mínimo y estimula fiscalmente por encima del mínimo, pero este ahorro forzoso o voluntario que cada uno realiza debe poder invertirlo en la capitalizadora privada que prefiera de acuerdo con las condiciones que le ofrezca, en régimen de competencia, que quiere decir de eficiencia, con la ventaja añadida de que el ahorro administrado por las capitalizadoras sirve para financiar, a través del mercado de capitales, la economía privada creadora de riqueza y empleo.
De esta forma, gracias a la mayor eficiencia del régimen de mercado, con el mismo ahorro se obtendrían pensiones mayores de las que ahora promete la Seguridad Social y, andando el tiempo, no podrá pagar, porque, como los cálculos imparciales demuestran, el sistema quebrará. Los políticos, del partido que sea, no quieren hablar de ello, porque piensan que les quita votos, pero de hecho es imposible mantener nuestro sistema público de pensiones.
CONCLUSIÓN
Preferir al Estado del Bienestar la Sociedad del Bienestar que, desde luego requiere la presencia del Estado, pero de un Estado mínimo, que cree el marco regulador y ejerza simplemente la función subsidiaria, no impide reconocer que, en las actuales circunstancias, es difícil que la sociedad civil asuma el papel que le corresponde. No porque intrínsecamente carezca de capacidades para ello, sino porque, tras décadas de intervencionismo estatal, estas capacidades han sido adormecidas. Pero precisamente porque, adormecidas, siguen latentes, no es imposible despertarlas, regenerarlas y vertebrarlas para que produzcan con toda pujanza los frutos deseables.
Es cierto que, al día de hoy, la virtud moral de la solidaridad, que supone sacrificio y esfuerzo personal, aparece dañada por los efectos deletéreos de la solidaridad organizada por el Estado, con cargo al presupuesto, porque las conciencias se sienten tranquilizadas, ya que -piensan los ciudadanos- para ocuparse de los otros ya está el Estado, que para esto nos quita el dinero con los impuestos. Pero, a pesar de ello, todos podemos observar la presencia y hasta el auge de tantas organizaciones no gubernamentales, que es un nombre moderno para designar el antiguo y permanente fenómeno del voluntariado social. No es que yo pretenda que el bienestar de los incapaces de procurárselo por ellos mismos haya que esperarlo exclusivamente de la benevolencia o la beneficencia de los que tienen más recursos; ya he dicho insistentemente que esta función ha de ser asumida por el Estado, en el ejercicio de su papel subsidiario. Si he querido referirme al fenómeno del altruismo que, sin duda, existe en nuestra sociedad a pesar de que, en su conjunto, aparezca como tan egoístamente hedonista, ha sido para hacer caer en la cuenta del potencial de la sociedad para, acertadamente estimulada, desarrollar todo el poder creador inserto en la propia libertad del hombre. Y es este potencial el que debe crear las instituciones civiles que, reemplazando al Estado en el papel que errónea e ineficazmente tiene asumido, sirvan para lograr, en interés propio que no es sinónimo de egoísmo, el deseable bienestar de los promotores, sabiendo que, aun sin proponérselo, lograrán también el bienestar de los demás.
Para este despertar de la sociedad frente al Estado, para este rearme de las instituciones civiles es necesario insistir, en toda ocasión, como incansablemente hace la Fundación Independiente, entre otras entidades, en la inexcusable recuperación de los valores morales individuales y de la convivencia, así como en la responsabilidad que alcanza a todos aquellos que con sus palabras y su ejemplo pueden ayudar a la revitalización de las estructuras espontáneas capaces de evolucionar, prescindiendo de la no deseable actuación gubernamental, los grandes y pequeños problemas del cotidiano vivir, a fin de alcanzar aquel nivel de bienestar que, como decía al empezar, es necesario para que el hombre pueda atender, sin agobios materiales, al cultivo de los valores superiores del espíritu que, como ser racional y libre, de naturaleza trascendente, le son exclusivamente propios.
Curso de Verano organizado por la Fundación Independiente y la Fundación General de la Universidad Complutense de Madrid
El Escorial (Madrid), 11/15 agosto de 1997

Separata del número extraordinario de "Cuadernos de Sociedad". 8ª Conferencia

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JOSE EDGAR BRICEÑO: SOBRE LA EXPOLIACIÓN QUE CONTIENE LA LLAMADA LEY DE ARRENDAMIENTOS.

La ley más absurda producida por el chavismo es la Ley de Arrendamientos que, además de inconstitucional por violar, entre otros, el Derecho de Propiedad, la Libertad de Contratación e implantar la Institución de la Expropiación (para el régimen es lo mismo que despojo o robo), como mecanismo de sanción, podemos resumirla así:
El propietario da un inmueble a otra persona (falso inquilino) por un precio ínfimo -que le fija el Estado- para que se lo pague (si a bien tuviere) en veinte (20) años, sin inicial ni intereses, en cuotas equivalentes al 0,41 % de ese  valor, o sea, 5% anual.
OJO: El incumplimiento de la obligación del falso inquilino no le acarrea consecuencia alguna.
Esto desaparece: el arrendamiento dentro del ordenamiento civil venezolano y mundialmente así aceptado es: Un contrato por el cual una de las partes contratantes se obliga a hacer gozar a la otra de una cosa mueble o inmueble, por cierto tiempo y mediante un precio por ellos determinado que ésta pagará a aquella.
De allí se desprende que es bilateral, oneroso, consensual, por tiempo determinado, no traslativo de la propiedad, entre otros caracteres. Y con ello desaparece la posibilidad de que alguien quiera perder su propiedad bajo ese falso arrendamiento que el régimen establece.

JOSE EDGAR BRICEÑO.
bricmmm@gmail.com

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