BIENVENIDOS AMIGOS PUES OTRA VENEZUELA ES POSIBLE. LUCHEMOS POR LA DEMOCRACIA LIBERAL

LA LIBERTAD, SANCHO, ES UNO DE LOS MÁS PRECIOSOS DONES QUE A LOS HOMBRES DIERON LOS CIELOS; CON ELLA NO PUEDEN IGUALARSE LOS TESOROS QUE ENCIERRAN LA TIERRA Y EL MAR: POR LA LIBERTAD, ASÍ COMO POR LA HONRA, SE PUEDE Y DEBE AVENTURAR LA VIDA. (MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA) ¡VENEZUELA SOMOS TODOS! NO DEFENDEMOS POSICIONES PARTIDISTAS. ESTAMOS CON LA AUTENTICA UNIDAD DE LA ALTERNATIVA DEMOCRATICA

sábado, 9 de febrero de 2013

ALBERTO JIMÉNEZ URE, LA «INSTITUCIONALIZACIÓN» DE LAS «MASACRES DE PENITENCIARÍAS»

«Cuando, gracias a la autonomía universitaria, fueron púgiles por la consecución del mando, ocultaron sus rostros con capuchas para libremente socavar las instituciones civiles y militares del Estado que hoy, en ejercicio del poder, emplean para proseguir sus carreras y post-doctorarse en impunidad»
Conforme a sucesos históricos, hay varias clases de masacres (1) Una de ellas, la de «Diócesis» (476 a. C-1453 d. C) que, representada por la Inquisición, trascendería paralela la Doctrina Cristiana. Entre las de «Imperio», impactó aquella ordenada por el tronado Teodosio para exterminar a los sublevados pobladores de la ciudad griega Tesalónica (390 d. C) Su fuerza armada pretoriana mató a 7.000 personas. Igual, fueron abominables las masacres de «Coloniaje». En 1508, un censo  realizado por sacerdotes que viajaron junto a conquistadores españoles determinó que -de aproximadamente 55 millones- sólo quedaban 60 mil aborígenes. En 1303, en Constantinopla, las tropas almogávares de la Compañía Catalana asesinaron a 3.000 genoveses. Fue una importante masacre por la hegemonía «Política-Militar» de un grupo contra otro, pero, más tarde, en pleno S. XX, todas serían superadas por las stalinianas, hitlerianas (sin menoscabo de las protagonizadas por el Ejército Norteamericano, bajo las órdenes de distintos presidentes)
En el curso del S. XXI, en Norteamérica, se han popularizados las «Masacres de Fanatismo y Desquiciamiento» contra integrantes de escuelas, liceos y universidades. En América del Sur, y en forma destacada en Venezuela, están en boga las «Masacres de Penitenciarías» y las de «Adventicias Efemérides». Sujetos uniformados, proclives a cometer prevaricato y crímenes, han logrado impune e inmoralmente institucionalizar el exterminio de presidiarios. Cada cierto tiempo, los mismos militares-custodios que proveen de armas, drogas y licor a los reos emprenden sus «purgas con explícitamente genocidas». Empero, los Jefaturales de Gobierno transfieren las responsabilidades de tan insólitas y hasta fortuitas matanzas a los comunicadores sociales y opositores que cumplen con sus deberes de ciudadanos.
Otros de también mentalidad lunfarda, provenientes de sectores «cívico-militares», experimentan regusto cuando enmascaran sus masacres tras alegar que acometieron gloriosas campañas contra miembros de un imaginario imperio que los sitia (que presuntamente los amenaza, pero que les paga puntalmente con petrodólares los barriles del combustible fósil para que se diviertan y lleven una vida de oligarcas) La infame celebración de las matanzas del 4 de Febrero de 1992 ha, insólitamente, merecido el despilfarro de enormes sumas de próceres impresos de origen imperial norteamericano.  Pero, en hospitales e instituciones para la Educación de la república, los usuarios y trabajadores ruegan al «Funcionariado Mayor de Comandancia» que los dote de recursos financieros para poder funcionar con precariedad.
(1)Vocablo que procede del francés «massacre», matanza colectiva de personas.
jimenezure@hotmail.com
@jurescritor

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AMPARO BARBERÁ, LAS MALAS MAÑAS SE PEGAN (CUANDO LA CULPA ES DE OTROS)

Me había prometido ignorar el tema de la MUD, que para serles franca, apesta tanto como que si Chávez está vivo o no. Es como tener una piedra en el zapato, sacarla, y que vuelva a entrar. Lo cierto es que harta estoy de tanta habladera de pazguatadas y remilgos de su parte y de los  columnistas y opinadores de oficio, que se han dado a la tarea de proteger a los personeros de la MUD, en especial al Sr. Aveledo, criticando la iniciativa ciudadana. Esto es como tirar piedras a su propio techo.
La etiqueta Oposición de la Oposición, salió de allí mismo. Se les ha pedido que escuchen otras alternativas, pero no. Se le sugerido aunar esfuerzos, pero insisten en no perder protagonismo. Lo preocupante aquí es que por no querer perder una imagen que ya trilla en lo absurdo, seguimos perdiendo nuestro país.
No me cansaré de repetir que para hoy, la MUD son los menos, y que detrás de ese “Recinto Sagrado” (con sus “Planes Perfectos”) existe una multitud que desde hace más de dos años viene trabajando en silencio, y que dadas estas circunstancias, sale al ruedo. Tampoco me canso de recordarles, que defraudaron a un pueblo que estuvo dispuesto a dar el todo por el todo el 07/10, y lo dejaron solo.
Por otra parte, el presumir que desean y quieren recuperar a Venezuela más que el resto, no les hace ningún favor, al contrario, reflejan una postura desmerecedora.  Quedan con una imagen de “Intocables” , anti-demócratas y excluyentes. En verdad, no es el objetivo.
Refrán popular:   “Mucho ayuda, el que no estorba”
Este mensaje va también a esos columnistas y opinadores de oficio, se que algunos de Uds. han sido testigos de otras luchas, así como de entre Uds. también los hubo activos. Mi pregunta:  ¿Acaso es miedo, cansancio, o qué?.  Aprovechen su intelecto y sapiencia para construir una nueva Venezuela, y no caigan en el juego de colocarse en bandos. ¿Qué es eso, por favor? Es VENEZUELA,  la que está en juego, es nuestro país.  Trabajemos juntos.
¡¡¡POR UNA VENEZUELA LIBRE Y DEMOCRÁTICA – NO AL CASTRO-COMUNISMO!!!
amparob4@gmail.com

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ELINOR MONTES, ¡NO A LA INJUSTICIA!

 “No hagas el mal, y el mal no se apoderará de ti; apártate de la injusticia, y ella se apartará de ti. No siembres, hijo mío, en los surcos de la injusticia, no sea que coseches siete veces más”. Eclesiástico 7:1-3.
El desprecio absoluto por la dignidad de la persona humana impide al usurpador conmoverse ante el dolor desgarrador de Ivanna, una niña a quien el totalitarismo comunista le negó el derecho natural a crecer con felicidad al lado de su padre Iván Simonovis, hoy envejecido y muy enfermo por las condiciones infrahumanas de 8 años de reclusión injusta que parecen siglos. Todo por haber protegido la vida de los demócratas que salieron el 11-04-02, a restablecer la libertad y la soberanía en nuestra amada patria.
El totalitarismo es maldad, odio y mentira. El ¡NO! a la conmovedora solicitud de clemencia se expresó con crueldad mediante la obra cínica: Recibimiento en Miraflores de familiares de las víctimas del 11/A, que trata sobre cómo el régimen cambia los hechos y endilga al contrario sus propios delitos, a pesar de la evidencia irrebatible en contra, luego de la confesión pública del ex jurista del horror, Aponte Aponte sobre la prevaricación (“Delito consistente en dictar a sabiendas una resolución injusta una autoridad, un juez o un funcionario de los jueces y fiscales” RAE) contra los 9 funcionarios de la extinta PM, víctimas de la injusticia roja, erigida a través de la ética revolucionaria: ser capaz de cualquier acto de barbarie para complacer los deseos de la jefatura, en este caso, encarcelar hasta la muerte a personas inocentes.
Los totalitarios no tienen límites, escrúpulos, ni moral; no sienten remordimiento, son indiferentes al sufrimiento del prójimo, consideran a la gente cosa desechable, por ello, a través de la historia, han cometido y seguirán cometiendo crímenes horrendos contra la humanidad.
La indiferencia de la sociedad ante la injusticia contra el individuo es complicidad en el asesinato de la justicia para todos y con ella del resto de los derechos humanos, es la renuncia absurda a la dignidad humana dada por Dios, para vivir como esclavos en la máxima injusticia.
Dijo San Agustín: “El que es bueno, es libre aun cuando sea esclavo; el que es malo, es esclavo aunque sea rey”. La condena de la familia Simonovis a una vida miserable es un caso de tantos. Durante estos 14 años de destrucción moral y material el daño infringido, por diferentes causas y medios, en mayor o en menor grado, ha sido masivo. Una sociedad decadente, inmoral es la que el régimen construye incluso desde la Escuela. Con la ética revolucionaria corrompe a quien se deja o a quien es entregado por sus padres para el lavado de cerebro castrocomunista.
No podemos permitirlo. Para no ser cómplices por omisión el repudio de la gente decente, que es mayoría, a tanta perversidad –maldad ilimitada e intencional- tiene que hacerse sentir en el hogar, en la calle, con pancartas, por Internet, por todos los medios posibles. Hay que mover la conciencia nacional e internacional.
Que se sientan consignas como: ¡Los venezolanos somos decentes y solidarios! ¡Todos somos uno! ¡Todos somos Ivanna! ¡Todos somos Iván Simonovis! ¡No a  la injusticia! ¡No al castrocomunismo! ¡Libertad para los presos de conciencia!
elmon35@gmail.com

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MILOS ALCALAY, CASTRO Y LA “DEMOCRACIA” EN AMÉRICA LATINA, BRÚJULA DIPLOMÁTICA,

Raúl Castro -ausente durante muchas décadas de la conducción hemisférica- entro por la puerta grande al asumir en Chile la Presidencia de CELAC. Chavez, desde su lecho de paciente en Cuba, envió con Maduro y Jaua una carta dirigida a los Mandatarios de la Región en la que resalta el giro histórico de esta nueva etapa de la integración Continental, dándole la bienvenida al nuevo “facilitador” de la Unidad Latinoamericana.
Esta nueva realidad acabara con los logros alcanzados por los demócratas de la región, quienes con perseverancia y valentía enfrentaron a los regímenes totalitarios de derecha y de izquierda, y lograron visualizar una unidad Latinoamericana de Naciones dispuesta a luchar contra el despotismo en el fortalecimiento de la democracia representativa, de la promoción de los derechos humanos, de la reafirmación de la libertad y de la instauración de la Justicia Social Nacional e Internacional.
Los Gobiernos democráticos de Venezuela estuvieron a la vanguardia para elevar una nueva arquitectura democrática en la región, en rechazo a dictaduras como la de Trujillo, Somoza, Stroessner, Pinochet, pero al mismo tiempo un freno a la exportación de las guerrillas que Fidel Castro y el Che Guevara pretendieron imponer.
Los Gobiernos de Rafael Caldera, Carlos Andrés Perez, Luis Herrera Campins lograron sumar el apoyo de Gobiernos Europeos  y Fundaciones democráticas en contra del auge de las dictaduras  de todo tipo, mientras que a nivel sub-regional, se auspicio el Grupo Contadora, origen de la CELAC para encontrar respuestas pacificas y tolerantes en Centro América
Ello llevo a que se consolidaran dos pilares. El aporte de Aristides Calvani fructifico en institucionalizar años más tarde,  la Carta Democrática Interamericana en la OEA, o las Cláusulas Democráticas como la de MERCOSUR. Al mismo tiempo se abrieron las posibilidades para que la sociedad civil y las ONGs acudieran a instancias como la Corte Interamericana de Derechos Humanos para reafirmar la libertad en nuestros países.
El segundo pilar fue el de los compromisos sociales, que a través de UNCTAD y el G77 propicio Manuel Perez Guerrero. La opción preferencial por los pobres coadyuvo a que en la región y en el Mundo años mas tarde, 192 Jefes de Estado en la ONU suscribieran las Metas del Milenio, para enfrentar los problemas mas angustiosos de los pobres como salud, vivienda, educación.
Hoy, todo ese patrimonio de democracia, de libertades y de compromisos solidarios, quedan bajo la tutela de Cuba, que logro sobrevivir al colapso de las “Democracias Populares” tras su fracaso en Europa del Este, para tratar de desarticular la integración a través de las votaciones automáticas  del ALBA. Muy triste el pronostico
milosalcalay@yahoo.com

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ALBERTO JORDÁN HERNÁNDEZ, REVOLUCIÓN CAE DE MADURA, CON VOZ PROPIA

Vivimos un país por cárcel con mando dislocado que fustiga odio. La Cuba desde donde nos gobiernan, llevaba medio siglo en esa situación y millones de  ciudadanos arriesgaron vidas por huir en masa, tal hicieron en numerosos y deplorables éxodos. Entre ellos el Camarioca, iniciado en octubre 1965, el mayor de la historia: centenares de embarcaciones de cubanos residentes en EE.UU, llegaron recoger a familiares. En “Vuelos de la Libertad”, salieron unos 260 mil. Y ya estaban en el Imperio unos 258 mil refugiados.

A Camarioca siguieron los éxodos de El Mariel,1980 y el de los Balseros, 1994.
Tratando  de escapar murieron  más de 150 mil, sin contar los desaparecidos. Tristemente célebre se hizo la canción: Cuando salí de Cuba/, dejé mi vida dejé mi amor/ Cuando salí de Cuba/, dejé enterrado mi corazón.
Como concesión, la dictadura otorgaba permiso para salir a quienes mostraran una carta de invitación. Ellos debían pagar $ 200, pero revolucionariamente ahora flexibilizan la partida.
Los alemanes se cansaron de vivir 28 años tras el «Muro de la vergüenza» como se calificaba al de Berlín, que separaba a la República Federal de la  Democrática. La noche del 9 de noviembre 1989, lo derribaron los ciudadanos.
         En Venezuela donde tratan de reimplantar  la dictadura cubana, no pocos tratan de evadirse de la prisión en la cual han convertido a nuestra Patria. Al Imperialismo Yanki, que sostiene a esta revolución con compra del petróleo, emigran anualmente unos 10 mil compatriotas. De los refugiados, unos 8 mil 200 han solicitado asilo. Gracias a la lista Tascón.
         De acuerdo a investigaciones, para el 2010 residían en el exterior 1.007.400  mil venezolanos. Por algo está sindicado como el país  más riesgoso del mundo para invertir.
Una venezolana que sostiene en Montreal, Canadá, un sitio web que ofrece servicios a quienes quieren emigrar, informa que  recibe más de 80 mil visitas diarias.
Últimas Noticias informa que a la hora de emigrar los venezolanos prefieren a Estados Unidos, España, Italia, Portugal y Colombia.
         La inseguridad es señalada como principal causa de emigración registrada en este autoritario régimen, que entra al décimo quinto año en el poder. Venezuela es el país más violento de Latinoamérica.
Todo indica que la revolución que lideran cubanos cae de madura, pero la gerencia oposicionista  se empeña en relegitimarla electoralmente, convalidando trampas que se niegan a denominar fraude.
         Mientras tanto y con el abuso de ventajas que da el petróleo, llamado estiércol del diablo, el (in) Maduro sucesor impuesto por el Castrismo pregona la derrota como  triunfo y  gana puntos. Estamos en un país sin gobierno probo y sin oposición eficiente. Por eso el diputado Julio Montoya, de un Nuevo Tiempo, planteó que la cuestionada MUD  debe mutar porque se necesita una vanguardia más crítica y analítica.
NOTA AL MARGEN: El gobernador Tareck El Aissami, declaró no descartar vínculos de oposición al narcotráfico y mafias. Con ese calificativo respondió al capo Makled que denunció haber dado $100 mil a su hermano Firaz por nombrar un de comisario la Ptj en Aragua.
albertojordanhernandez@yahoo.es

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VICENTE BRITO, LA DEVALUACIÓN NO ES SUFICIENTE PARA CUBRIR LOS COMPROMISOS DEL GOBIERNO PARA EL 2013.

Cuando analizamos el gasto publico para el 2013, así como los pagos de los intereses de la deuda de la República y PDVSA, pérdidas estimadas de las empresas del estado, así como los planes de inversión para la producción, los programas sociales, las importaciones públicas y privadas etc.
Nos encontramos que se requieren adicionalmente entre 25 y 30 mil millones de dólares, si el precio del petróleo se sostiene en los 100 dólares el barril, así como entre 50 y 100.000 millones de bolívares. Esto es adicional a los beneficios fiscales obtenidos por la devaluación a 6,30 por dólar y el aumento de la unidad tributaria. Es evidente que se requiere obtener más ingresos para el gobierno en el caso de los bolívares vía más impuestos (débito bancario) o nuevos, mas emisión de deuda pública.
Para obtener más dólares, mediante la venta de activos de la nación en el exterior o más prestamos, mediante la emisión de bonos de PDVSA o la República.
Este es el escenario fiscal que tenemos, que nos indica que seguirá creciendo nuestra deuda pública, tendremos más impuestos, mayor inflación al aumentar el valor de los productos que adquirimos en el exterior, de un país que importa el 65% de lo que consume.
El gasto publico creciente, las pérdidas de las empresas públicas, el fracaso de los programas de producción: agrícola, industriales, eléctricos, empresas básicas, etc. son los responsables de esta compleja situación fiscal que se ha convertido en crisis y angustia para los Venezolanos.
vicent.brito@gmail.com

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PEDRO RAÚL VILLASMIL SOULÉS, VENEZUELA: PUEBLO ENFERMO

Muchos  son los analistas que han buscado y  buscan darle una explicación al grave desajuste y al  malestar social y  político  que a lo largo de tantos años  ha padecido el pueblo de Venezuela.  
A ese estado  de indigencia humana que lo ha llevado  “-pese a su historia portentosa  a ser un pueblo anti-histórico-“  esto  es, a  vivir  en  la periferia de   su  historia  impidiéndonos, así,  tener  conciencia  de nosotros mismos;  del  “nous,”   esa  parte   superior  del  alma  nacional  que es la  que nos ayuda  a superar el vacío  que llamó  Mario Briceño  Iragorry “las carencias  sociales de pueblo,”  por cuyo  padecimiento hemos devenido un  pueblo enfermo  donde  una  “democracia”   sustentada  en  el   idolátrico  culto   a   la personalidad no ha hecho de  Venezuela una verdadera comunidad,  una  nación capaz  de suministrarnos  a  los  venezolanos las  condiciones de existencia y desarrollo que requerimos para alcanzar una  vida plena y un pleno crecimiento; para llegar a cierto grado de elevación en el conocimiento y a un cierto grado  de perfección  en  la vida  moral. Por esta circunstancia es que nuestra “democracia” no ha salido de su nativa desnudez.  
Hemos  desarrollado, más  bien, una  tendencia compulsiva   hacia la    sumisión  y  la  dominación o,  si  se quiere  mejor, hacia  los impulsos  sádicos y  masoquistas. Y lejos de ser Venezuela “una categoría histórica –como lo afirma con verdadera lucidez el historiador trujillano- nuestro país no es más  que la  simple superposición  de  procesos tribales que nos han impedido obtener la densidad social  necesaria para el ascenso a nación.”
Con base en este panorama, han sido variados los  juicios y opiniones emitidos. Muchos  han coincidido en afirmar que entre las causas que privan para explicar esta decadencia  existencial del país se cuentan condiciones físicas y materiales, así como condiciones de orden espiritual, psíquicas y humanas. 
En cuanto a las primeras se señalan entre otras: la pobreza y la miseria; la marginalidad y la promiscuidad; la alimentación deficiente y defectuosa, falta de higiene y salubridad; atención médica precaria y defectuosa, exiguas políticas de seguridad social; el desempleo, la delincuencia; la infancia abandonada  y   la ancianidad desprotegida; la droga, la violencia, la corrupción, la delincuencia, la depravación carcelaria etc.   
En cuanto a las segundas: la profunda crisis de la familia y de la irreligiosidad; el descenso de una meritoria educación y de una elevada  cultura; la  pérdida de valores sustantivos y  del  civismo; la  desbordada anarquía  y  el  desorden; la desunión,  la discordia y  la  enemistad; el   odio,  la   afrenta y  el agravio;  el  altanero individualismo,  la   ausencia de solidaridad   y  de espíritu  comunitario; la  tendencia   marcada al  sometimiento, a  las  ordenes externas sobre   como  pensar  y    actuar;    el  gamonalismo, esto es, el abandono del ser-persona  para buscar encadenarse a    alguien (un caudillo, por ejemplo) y adquirir la fuerza de la que se carece a cambio de entregar la valiosa carga de la libertad. 
La  presencia  de  la primera causa que apunta porqué Venezuela es un país enfermo,   produce, concomitantemente, efectos negativos en  el  comportamiento  humano  que se expresa  en la  segunda.   En otras palabras, la  existencia en las personas y en las comunidades de semejantes estados físicos y espirituales y  en   condiciones    infrahumanas   que  acarrean malestar,  degradación física   y  moral,  son  motivos suficientes para generar en la gente  y  en  las sociedad  donde    habitamos  modos  de ser,  de vivir, de pensar, de  expresarnos,  y  de  comportarnos   que  no  se    puede   menos   que calificarla de  enferma.
   Por todo este  desvalimiento y  abandono en  que  vive la sociedad  venezolana, es la razón por la cual  no se ha dado ningunas ejemplaridad que es el único modo de crear una vida social democráticamente sana y humana. Para que esto tenga lugar, es indispensable que el venezolano adquiera conciencia  de su ser-persona y de su existencia metafísica. Necesita, sobre todo, solar íntegro y decente para plantarse y superar  “las carencias sociales de pueblo” que le hagan posible labrar una genuina fisonomía nacional.
   Ahora bien, para alcanzarla conviene precisar, frente a los errores que el individualismo del siglo  XIX  suscitó, que el ser humano no es producto de la sociedad como pretendía Durkheim. Y tampoco, parte de un colectivo (Estado-Partido) donde la persona –como lo plantea el marxismo y  el castro-chavismo-  tiene su residencia y dependencia sometida a un caudillo, a un autócrata que apelando a ese populismo simbiótico, castrador y rapaz,  busca obligar por las limosnas que provee a aceptar la sumisión y la dominación, prestándonos a admitir una dependencia  marcada  con respecto a Chávez, y a  declinar la autoafirmación; la voz de la conciencia para  no  hacer lo que  sentimos  sino   cumplir    las órdenes disparatadas del mandón. 
De esta manera, se pretende  obligarnos   a   menguar nuestra individualidad y su  diversidad  despojándonos de la singularidad en nombre de un bastardo “socialismo del siglo XXI”  que se intenta imponernos, con descaro, para obnubilarnos el pensamiento e incapacitarnos para aprehender los verdaderos problemas que aquejan al país.
   Con este fin, el régimen acude al uso abusivo de los medios y a una propaganda   enajenante, sin pudor ni decoro, a través de la cual  inculca en el pueblo el espíritu de facción, la división y el odio  para  atemorizar, amedrentar y sembrar el miedo del que se vale  para empecer la  justicia, la verdad y la libertad. 
Para hacerse de un grado de superioridad y reforzar su poder despótico apelando, muchas veces, a sentimientos impulsivos, sádicos y masoquistas que suelen otorgar   un temple de preeminencia para compensar el hecho de poseer una  condición social disminuida. Una manera de elevar el prestigio frente a los indigentes de alma y maravedí y para que estos, a su vez,  asuman su  auto negación e insignificancia alagados por el  aliciente de alcanzar el prestigio y el poder, del que carecen, a las ancas del caudillo que les  dice que son ellos los que valen y los que mandan. Este mecanismo, propio de los regímenes totalitarios resulta no menos que deprimente, sobre todo respecto al pueblo llano, a las masas. Se les repite, mediante esa propaganda despersonalizante, que individualmente no valen porque a esa condición los redujo   el capitalismo para poder explotarlos, que solamente el socialismo conduce al  reconocimiento verdadero del  hombre porque promueve  mediante la “revolución”  la  elevación y entrega del individuo al todo, es decir, al partido, al régimen, al gobernante. 
Irrespetar a los venezolanos, poniéndolos a merced de una maquinaria totalitaria  capaz  de hacer una suerte de transustanciación de los ciudadanos al autócrata al conjuro  de cínicas e impúdicas jaculatorias: “Chávez soy yo,” “Chávez eres tú”  “Chávez somos nosotros,”  es una aberración, porque se trata,  de un despojo de su condición humana a la que se le hurta su misión, su tratamiento, su elación y su decoro: así lo pedía Goedbbels “someter el yo al tú” desvalorizándolo.  Así mismo, y de paso, se desvaloriza, también,  a la sociedad que viene a ser como un asiento, un espacio, una extensión “un todo de todos,”  como la llama Maritain, donde fermenta la energía histórica de toda nación y de la cual las personas, miembros de ella, extraen  –no del gobierno, ni del partido, ni del caudillo- el nutrimiento espiritual esencial para poder vivir, crecer y ser. 
Es un agravio a la dignidad del ser humano, a sus potencialidades creativas, al “llamado a ser” que nos hace la vida cada  día;  es  injurioso ese atropello que significa castrarle al hombre la capacidad del yo individual para mantenerse solo y subsistir;  tener que pasar por  la humillación de transfundir su ser a las zarpas de un trabucaire, en lugar de alcanzar, con dignidad, una comunión solidaria con quienes compartimos y luchamos por los mismos ideales y valores nacionales.  Con nuestros Compatriotas, que por semejantes no son objeto de procuración sino de solicitud; de arbitrariedad sino de comprensión. Esto es lo que permite “el genuino ser con los demás” del  que hablaba Heidegger.
prvillasmils@hotmail.com

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GERMÁN CARRERA DAMAS, ¿DÁNDOLE EL TIRO DE GRACIA A LA REPÚBLICA?, 65º MENSAJE HISTÓRICO

         Los patriotas estamos consubstanciados con la República. Desde que éramos escolares primerizos se nos enseñó que el establecimiento de la República fue el objetivo perseguido por quienes lucharon por la independencia. El establecimiento de la República habría de significar el cese del despotismo, como lo proclama “la música que se toca cuando llega el Presidente de la República”…, como dijo cierta vez, en su crónica, un bienaventurado reportero. Pero el hecho es que los venezolanos siempre hemos asociado la República con el ejercicio de la libertad y con la erradicación del despotismo, en cualquiera de sus formas, abiertas o disimuladas.
         Cuando en la escuela se enseñaba Moral y cívica, -es decir antes de que seudo teóricos de la pedagogía impusieran el coctel, más ideológico que científico, denominado Sociales-, tal enseñanza representaba la generalización  de la que los fundadores de la República denominaron Constitución nacional, considerándola materia básica en la formación de los ciudadanos requeridos para la institucionalización de la República. Quienes recibimos esa formación, tildada de arcaica por los renovadores del pensum escolar, aprendimos, que la procurada República tenía rasgos distintivos que vinculaban la formación, el ejercicio y la finalidad del Poder público con el ejercicio de su fuente, única, irrenunciable e intransferible, que es la Soberanía popular; la cual era, a su vez, la concreción, en la decisión política de los ciudadanos, del dios de la República: la Soberanía nacional.
Debía transmitir esta enseñanza el mensaje clave de que la observancia de tal secuencia de principios y procedimientos habría de garantizar el disfrute de la libertad;  a la par de ser el escudo de la sociedad contra el retorno del despotismo con el cual fue identificada, estratégicamente, la primigenia condición colonial. Así lo proclama, a la seis de cada mañana, la letra que acompaña ….”la música que se toca cuando llega el Presidente de la República”…. ¿para anunciar que la República pretende seguir viviendo? ¿Para convocar a los ciudadanos a defenderla?
         Los venezolanos que, bien avenidos con la restauración, en 1814, de la Monarquía por el Comandante ¿popular? José Tomás Boves; -restauración consolidada por la presencia de un ejército expedicionarios ¿ya extranjero? comandado por el General Pablo Morillo-, rompieron la República de Colombia, moderna y liberal, quedando el naciente separatista Estado de Venezuela bajo el que ha devenido eterno tutelaje de los militares.
Comenzó entonces el cuestionamiento, en la práctica autocrática del Poder público, del binomio conformado por la Soberanía nacional y la Soberanía popular; binomio constitucional concebido para ser fundamento de un Estado republicano en el cual ese origen se expresaba en la básica diferenciación entre Estado y Gobierno. Siendo el Estado el resultado de la vigencia  conjugada de principios fundamentales, entre los cuales habrían de sobresalir la seguridad derivada del reinado del Estado de Derecho y la garantía de la libertad por la separación y autonomía de los poderes públicos que habrían de integrar tal Estado.  El Poder legislativo, hoy considerado la expresión genuina,-por nacer del voto directo, universal y secreto-, completa,- por obra de la representación proporcional-, y directa, -por no haber mediación válida entre el mandatario y el mandante,- de la Soberanía popular; y por lo mismo la fuente misma y plena del Poder público traducido en legislación. El Poder Ejecutivo, en funciones de Gobierno, es el encargado electivamente de promover y guardar la vigencia de la Soberanía popular así expresada; y el Poder Judicial, como rama delegada de la Soberanía popular encargada de velar por la salud de la República. A su vez, la salvaguarda de la Soberanía nacional es responsabilidad, competencia y deber del Estado como conjunto.
         Los constituyentes separatistas reunidos en Valencia en 1830 tuvieron que lidiar con el problema de la conexión entre la Soberanía nacional y la Soberanía popular, en el desempeño de la función legislativa. La alta conciencia que se tuvo de la necesidad de consolidar la independencia nacional condujo a la aprobación del artículo 80º constitucional, que consagra, de manera esencial y categórica, el principio de que “Los senadores y representantes tienen este carácter por la nación”…. Ello significaba que cada individuo investido de la Soberanía popular representaba la Nación, -no una porción de ella-, y por lo mismo la Soberanía nacional. No parece que resulte aventurado entender este mandato constitucional no sólo como el propósito de consolidar la Nación, sino también, -y sobre todo-, como el medio más eficaz de prevenir  que el despotismo levante la voz. Este criterio distintivo del Poder legislativo ¿ha dejado de regir la conducta de los representantes más inmediatos y legítimos de la Soberanía popular?
         Pero hay más: la condición de reunir la representación de la Soberanía popular con la de la Soberanía Nacional es un atributo individual, que iguala a los representantes de esa conjunción de soberanías en la hoy rebautizada Asamblea Nacional; entre quienes no cabe otra distinción que diferencias de funciones desempeñadas en el seno del Cuerpo que integran. ¿Cómo, entonces, puede osar quien presida ese Cuerpo amenazar con desconocer la alta representatividad de uno siquiera  de sus iguales? ¿Le autoriza, la función delegada transitoria que ha sido encargado de desempeñar, a reconocer o a desconocer la suprema potestad de representantes de las soberanías Popular y Nacional de que se hayan investido sus iguales?
         Quizás la explicación de este exabrupto radique en dos confusiones y en una arbitrariedad, padecidas por quienes han sido encargados por la Soberanía popular de velar por su vigencia.
Una de esas confusiones, -la más grave-, consiste en enajenarse como parte del Gobierno. 
En una República el Poder Legislativo no gobierna: genera el Poder público y por lo mismo tiene la más alta palabra sobre el mismo;  de allí el que debe ser celoso cumplimiento de su mandato. El hecho de que la directiva del cuerpo legislativo actúe como parte del Gobierno constituye un flagrante desacato de las soberanías Popular y Nacional.
La otra confusión consiste en que el Cuerpo legislativo reconozca en el Presidente de la República al Jefe del Estado. Históricamente puede concluirse que el propósito sociopolítico de la República ha sido precisamente erradicar tal noción, propia de la Monarquía absoluta. No parece razonable pensar que la directiva del Cuerpo representativo de la República pueda incurrir en tal transgresión en el ejercicio del mandato recibido de sus iguales.
Pero llegamos a la arbitrariedad. Su enunciado encabeza este mensaje.
german.carrera.damas@gmail.com

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NARCISO GUARAMATO PARRA, EL PENSAMIENTO KEYNESIANO (II)

Continuando con la reseña del pensamiento económico Keynesianos, ahora veremos las ideas de John M. Keynes referentes a: inversión, dinero, e inflación.
         Como mencionamos en el artículo anterior, Ingreso=consumo+inversión, si Ingreso=consumo+ahorro, esto implica que inversión=ahorro. Para Keynes, la inversión es la adición al equipo de bienes de capital reales, tal como la construcción de nuevas fábricas, nuevos edificios de oficinas, medios de transporte, así como las adiciones a las existencias (inventarios) de artículos de consumo (Dillard,980:63). El concepto de inversión es semejante al de “formación Bruta de Capital”, utilizado en las cuentas nacionales.
         ¿De que depende la decisión de invertir?, Keynes señala que en el corto plazo, esta en función de la tasa de interés pero en el largo plazo, de la “Eficiencia Marginal del Capital”.  “…Más exactamente, defino la eficiencia marginal del capital como si fuera igual a la tasa de descuento que lograría igualar el valor presente de la serie de anualidades dada por los rendimientos esperados del bien de capital, en el tiempo que dure, a su precio de oferta ...”(125). Este es un concepto muy utilizado en la actualidad para la evaluación de la factibilidad de un proyecto de inversión, que es conocido como el Valor Actual Neto (VAN).  Suponemos que al comprar un bien de capital, este tendrá una vida útil determinada (supongamos 5 años), al final de ese tiempo se podrá vender a un precio determinado. A lo largo de esos años de vida útil se generará un determinado beneficio, producto de la utilización del bien. Ahora bien, ese flujo debe valorarse al período actual (valor presente), lo que financieramente es como preguntarse cuanto debería depositar en una cuenta bancaria para obtener un monto equivalente en el período señalado. De tal forma que si depositamos C bolívares, al final del primer año obtendremos un monto igual: M=A(1+i); al final del segundo año, M2=A(1+i)2  y así sucesivamente hasta el año 5, donde M5=A(1+i)5 , donde i= tasa de interés del instrumento financiero (en la práctica se utiliza normalmente el rendimiento de algún papel del gobierno que se supone que es de riesgo cero, siendo el riesgo la probabilidad de un incumplimiento de pagos). Sin embargo queremos saber si la inversión es rentable o no. Por lo tanto necesitamos el valor actual de las anualidades esperadas. VA=A1+A2+…+A5 . Donde A=M(1+1)-n .
         Este concepto que luce muy complicado para el hombre común, es pan diario para los especialistas en la materia. La decisión de inversión se da si a la tasa (i) utilizada el valor de compra (menos el valor de rescate) del bien es igual a su flujos actualizados.
         La importancia de este concepto, y lo que causo revuelo en su época, es que si queremos estimular la economía tendremos que estimular la inversión ya que el consumo depende de un elemento más difícil de modificar que ya hemos tratado anteriormente. La propensión marginal a consumir. En otras palabras, la decisión de invertir o dependerá de las expectativas que se tengan sobre el comportamiento de la economía. En referencia a la tasa de interés. Keynes indica que “…la  mera definición de tasa de interés nos dice, en muchas palabras, que la tasa de interés es el precio por privarse de liquidez durante un período determinado…” (151)
         Otro concepto importante para Keynes, es el dinero, la teoría keynesiana es considerada una teoría monetaria. Según Keynes, la demanda de dinero es una demanda de liquidez. Los agentes económicos tienen tres razones para demandar liquidez: 1) Motivo transaccional, 2) por precaución y 3) para especulación.”…En mi Treatice on Money estudié la demanda total de dinero con el nombre de depósitos para gastos de consumo (transaccional), depósitos para gastos de negocios (especulación) y depósitos de ahorro (precaución) ...” (175).
      En referencia a la formación del nivel general de precios, este “…depende, en parte,  de la unidad de salarios y, en parte, del volumen de ocupación. […] Se deduce de esto que un aumento en la cantidad d dinero no tendrá el menor efecto sobre los precios mientras haya alguna desocupación, y que la ocupación subirá exactamente en proporción a cualquier aumento de la demanda…” (262).
         Finalmente para concluir la teoría Keynesiana, nos referiremos brevemente al aspecto filosófico planteado en el capítulo 24, en donde refiere que “Los principales inconvenientes de la sociedad económica en que vivimos son su incapacidad para procurar la ocupación plena y su arbitraria distribución de la riqueza y de los ingresos. (328). Per a diferencia del pensamiento socialista, Keynes justifica esta desigualdad. “Por mi parte creo que hay justificación social y psicológica de grandes desigualdades en los ingresos y la riqueza, pero no para tan grandes disparidades como existen en la actualidad. Hay valiosas actividades humanas cuyo desarrollo exige la existencia del estímulo de hacer dinero y la atmósfera de la propiedad privada de riqueza…”.
         Se le atribuye a la Teoría Keynesiana, el éxito obtenido por el presidente Roosevelt, en su lucha contra la gran depresión de los años 30’s del siglo XX, en el cual se incurrió en estímulo fiscal a la economía, basándose en continuos déficits, con su programa económico “New Deal” o “Nuevo Trato”, sobre todo en su segunda etapa (1935-1938) de aplicación.
         Con esto finalizamos este vuelo rasante por el pensamiento Keynesiano, para los interesados en profundizar el tema se les recomienda leer al propio Keynes en sus dos obras fundamentales: Tratado del dinero y Teoría General de  la ocupación, el interés y el dinero. Ambas están editadas en Castellano y el libro del Prof. Dillard: La teoría económica de John Maynard Keynes.
guaramatoparra@gmail.com
@guaramatoparra

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JON LEE ANDERSON, EL PODER Y LA TORRE, TRADUCCION DE NELSON ALGOMEDA

Desde el primer triunfo de Hugo Chávez, hace 14 años, Jon Lee Anderson ha seguido de cerca el proceso político venezolano a través de dos perfiles del Presidente Hugo Chávez en la revista The New Yorker, de la cual es periodista de planta. El propio Chávez reconoció lo riguroso de su trabajo y lo calificó como un "amigo crítico" del proceso. La crónica que a continuación presentamos fue publicada en inglés en The New Yorker en la edición del 21 al 28 de enero de 2013. En ella, Anderson se adentra en la crisis urbana actual de Caracas. El resultado es una de las imágenes más controvertidas del proceso revolucionario y, a la vez, un balance del posible legado de Hugo Chávez. Es una reflexión constructiva e imprescindible, pero a la vez crítica y severa, sobre nuestro país y su futuro.
El 11 de diciembre, Hugo Chávez Frías, el extravagante y radical presidente de Venezuela, se sometió a su cuarta cirugía contra el cáncer y desde entonces ha languidecido en un hospital de La Habana bajo una celosa guardia. Sólo familiares y allegados políticos cercanos —y, se presume, los hermanos Castro— tienen permiso para verlo. No ha habido ningún vídeo de él sonriendo desde su cama de hospital ni animando a sus seguidores. Funcionarios del gobierno reconocen que está experimentando “severas dificultades respiratorias”, a pesar de los rumores de que está bajo un coma inducido y conectado a un respirador. La presidenta de Argentina, Cristina Kirchner, visitó La Habana la semana pasada llevando una Biblia para Chávez. Y aunque no comentó si lo llegó a ver, tuiteó poco después: “Hasta siempre”. Los partidarios de Chávez insisten en que el presidente se está recuperando, y que incluso firmó un documento- una prueba de vida que se exhibió debidamente a la prensa. Pero el mensaje de Kirchner sonaba como un último adiós.
Es apropiado que Chávez haya escogido Cuba como el mejor lugar para recuperarse, ya que el país ha sido un segundo hogar para él durante mucho tiempo. En noviembre de 1999, Fidel Castro lo invitó a dar una charla magistral en la Universidad de La Habana. Chávez, un ex-paracaidista militar, se había convertido en presidente de Venezuela apenas nueve meses antes, pero ya contaba con una audiencia embelesada, incluyendo a Castro, a su hermano menor Raúl y a otros altos cargos del buró político de Cuba. El discurso de Chávez estuvo lleno de expresiones de buena voluntad hacia Cuba y elogió a Castro, a quien llamó “hermano”. Era imposible pasar por alto las implicaciones de su visita. Desde el fin del subsidio soviético, ocho años antes, Cuba luchaba por sostenerse y Venezuela era una nación rica en petróleo. Chávez había viajado con una delegación de la empresa petrolera nacional. El presidente, ya en ese entonces un orador expansivo, habló durante noventa minutos, y Castro sonrió atentamente todo ese tiempo. El hombre que estaba a mi lado susurró que nunca había visto a Fidel mostrar tanto respeto por otro líder.
Esa noche, una multitud llenó el Estadio Nacional de Béisbol de La Habana en ocasión de un partido amistoso entre jugadores veteranos de las dos naciones. El ambiente era festivo. Chávez pichó y bateó para Venezuela, jugando las nueve entradas. Castro, vestido con una chaqueta de béisbol sobre su uniforme de faena militar, fue el mánager de Cuba y aprovechó para darle a su huésped una lección en tácticas: a medida que el juego avanzaba, Castro infiltró jóvenes impostores al campo de juego, disfrazados con barbas postizas que luego se arrancaron, desencadenando aplausos y risas en la audiencia. Al final del juego Cuba ganaba cinco a cuatro pero, como declaró Chávez, “tanto Cuba como Venezuela han ganado. Esto profundizó nuestra amistad”.
Antes de que pasara mucho tiempo, Cuba empezó a recibir envíos de petróleo venezolano a menores precios, a cambio de los servicios de docentes, médicos e instructores deportivos cubanos que trabajaron en un enorme programa de alivio de la pobreza lanzado por Chávez. Desde el año 2001, decenas de miles de médicos cubanos han proporcionado tratamiento a los pobres de Venezuela, y personas con enfermedades de la vista han recibido atención médica en Cuba, en el marco de un programa que Chávez llamó, con su típica grandiosidad, Misión Milagro.
Como parte no escrita del acuerdo, Chávez también adquirió una ideología. Desde el principio él era un ferviente discípulo de Simón Bolívar, libertador de Venezuela y su máximo héroe nacional. Poco después de haber asumido el poder, Chávez cambió el nombre del país a República Bolivariana de Venezuela. Bolívar era un modelo complicado: fue un luchador carismático por la libertad, cuyas sangrientas campañas liberaron a gran parte de América del Sur de la España colonial. Pero, a pesar de ser admirador de la Revolución Americana, Bolívar era mucho más un autócrata que un demócrata. Para Chávez, Castro era el Bolívar de los tiempos modernos, el actual guardián de la lucha antiimperialista. En 2005, después de un largo período de estudio y reflexión, Chávez anunció que había decidido que el socialismo era la mejor propuesta de progreso para la región. En sólo unos pocos años, con sus miles de millones en petróleo y guiado por Castro, Chávez resucitó el discurso y el espíritu de la revolución izquierdista en América Latina. Él transformaría Venezuela en lo que llamó, en su discurso en la Universidad de La Habana, “un mar de felicidad y de verdadera justicia social y paz”. Su máximo objetivo fue elevar a los pobres. En Caracas, la capital del país, los resultados de esta irregular campaña están a la vista de todos.
Los colonizadores españoles que fundaron Caracas en el siglo XVI lo hicieron con cuidado: situaron la ciudad en las montañas, en vez de la cercana costa del Caribe, para protegerla de piratas ingleses y de los indios que merodeaban. Actualmente, la costa ubicada a diez millas de distancia de la ciudad es accesible por una carretera escarpada entre las montañas construida por órdenes del fallecido dictador militar Marcos Pérez Jiménez, quien dominó el país durante la década de los cincuenta. De cruel carácter y ampliamente odiado en su país, Pérez Jiménez fue derrocado después de sólo seis años como Presidente, pero dejó tras de sí un impresionante legado de obras públicas: edificios gubernamentales, proyectos de vivienda pública, túneles, puentes, parques y carreteras. En las décadas siguientes, mientras las dictaduras molestaban a gran parte de América Latina, Venezuela resultó ser una democracia dinámica y generalmente estable. Siendo una de las naciones petroleras más ricas del mundo, el país tuvo una creciente clase media con un nivel increíblemente alto de vida. También fue un firme aliado de EE.UU.: los Rockefellers tenían campos petroleros en Venezuela, así como grandes ranchos donde sus familiares montaban a caballo con amigos venezolanos.
La perspectiva de una buena vida en Venezuela atrajo a cientos de miles de inmigrantes del resto de América Latina y de Europa, quienes ayudaron a darle a Caracas la reputación de ser una de las ciudades más atractivas y modernas de la región. Tenía una espléndida universidad —la Universidad Central de Venezuela—, un museo de arte moderno de primer orden, un elegante Country Club, una serie de buenos hoteles y exquisitas playas. A finales de los años setenta, cuando las mujeres venezolanas se convirtieron en perennes ganadoras del concurso de Miss Universo, la mayoría de los latinoamericanos consideraban al país como un lugar hermoso para gente hermosa. Incluso su criminal más infame, el terrorista marxista Illich Ramírez Sánchez (Carlos El Chacal), fue un todo un dandy, con un gusto por los pañuelos de seda y el whiskey Johnnie Walker. En 1983, en lo que puede haber sido la cúspide del encanto de Caracas, fue inaugurada la primera línea del Metro y el Teresa Carreño, un complejo teatral de clase mundial.
Esa ciudad apenas puede percibirse hoy. Después de décadas de abandono, pobreza, corrupción y agitación social, Caracas se ha deteriorado muchísimo. Tiene una de las tasas de homicidios más altas del mundo: el año pasado, en una ciudad de tres millones de habitantes, se estima que tres mil seiscientas personas fueron asesinadas, cifra que equivale a una muerte cada dos horas. La tasa de homicidios en Venezuela se ha triplicado desde que Chávez asumió el poder. De hecho, el crimen violento (o la amenaza de que suceda) es probablemente el carácter definitorio de Caracas, tan ineludible como el clima, que generalmente es maravilloso, y el terrible tráfico, con autos atascados durante horas en las calles día tras día. Vendedores deambulan a través del embotellamiento, vendiendo juguetes, insecticidas y DVDs piratas, mientras que los drogadictos lavan los parabrisas o hacen malabares a cambio de monedas. Se observan fachadas enteras cubiertas de graffitis y con basura amontonada en las vías. El río Guaire, su cauce a lo largo de toda la ciudad, es un torrente gris de agua maloliente. A lo largo de sus riberas viven cientos de personas sin hogar, indigentes —en su mayoría adictos a las drogas— y enfermos mentales. Los barrios más ricos de Caracas son enclaves fortificados, protegidos por muros de seguridad con alambre electrificado. En las entradas de las urbanizaciones, guardias armados permanecen en vigilia tras un vidrio oscuro.
Caracas es una ciudad fallida y la Torre de David es quizás el símbolo más importante de ese fracaso. La torre es un zigurat de espejos de vidrio coronado por un gran eje vertical, que se eleva a cuarenta y cinco pisos por encima de la ciudad. La principal característica del complejo de rascacielos de Confinanzas, que incluye otra torre de dieciocho pisos y un estacionamiento elevado, es su visibilidad desde cualquier punto de Caracas, que sigue siendo mayormente una ciudad de edificios modestos. El vecindario que rodea al edificio es típico: una ladera cuadriculada de casas y comercios de uno o dos pisos que se disipan a pocas cuadras de las faldas del cerro El Ávila, un montaña selvática que forma un dramático muro verde entre Caracas y el Mar Caribe.
La torre ha sido nombrada en honor a David Brillembourg, un banquero que hizo fortuna durante el boom petrolero de Venezuela en los años setenta. En 1990, Brillembourg se lanzó a la construcción de un complejo que esperaba convertirse en la respuesta venezolana a Wall Street. Sin embargo,  Brillembourg murió en 1993, mientras el complejo seguía en construcción, y poco después de su muerte una crisis bancaria acabó con un tercio de la instituciones financieras del país. La construcción, completada en un sesenta por ciento, se detuvo y nunca fue reanudada.
Vista desde la distancia, la Torre no da indicio alguno de sus problemas. De cerca, sin embargo, las irregularidades en su fachada son claramente evidentes. Hay partes donde los paneles de vidrio se han perdido y los agujeros han sido rellenados; en otras partes de la fachada, las antenas parabólicas y satelitales se asoman como hongos. En los costados no hay paneles de vidrio en absoluto. El complejo es un coloso de hormigón sin terminar —en el que habitan personas. Casas de ladrillo mal ensambladas, similares a las que cubren los cerros alrededor de Caracas como costras, han llenado los espacios vacíos dentro de muchos de los pisos. Sólo las plantas superiores están abiertas al cielo, como plataformas de un gran pastel de bodas. El decano de Arquitectura de la Universidad Central, Guillermo Barrios, me dijo: “Todo régimen tiene su impronta arquitectónica, su icono, y no tengo duda de que la imagen arquitectónica de este régimen es la Torre de David. Encarna la política urbana de este régimen, que puede definirse por la confiscación y expropiación, por la incapacidad gubernamental y el uso de la violencia”. La Torre, construida como una muestra de la eminencia del país, se ha convertido en el barrio alto del mundo.
Cuando Chávez asumió el poder en 1999, el centro de la ciudad ya estaba descuidado y en franca decadencia, y la torre había caído bajo custodia del Fondo de Garantías de Depósitos. Cuando el gobierno trató de venderla mediante subasta pública en el 2001 nadie ofertó y el plan que existía para convertirla en la nueva sede de la Alcaldía fue abandonado. Finalmente, una noche de octubre del 2007, varios cientos de hombres, mujeres y niños, dirigidos por un grupo de duros y decididos exconvictos, invadieron la torre y acamparon allí. Una mujer que fue parte de la invasión me dijo: “Entramos como si fuera una cueva. Parecíamos cochinos, todos ahí juntos. Abrimos la puerta y desde ese día hemos estado viviendo aquí”. Estaba asustada, pero sentía que no tenía otra opción. “Todos buscaban un techo sobre sus cabezas porque nadie tenía donde vivir. Y era una solución”. Muchos más los siguieron. Los líderes de la invasión comenzaron a vender el derecho de entrada a los recién llegados, en su mayoría personas pobres de las barriadas de Caracas que deseaban cambiar las laderas fangosas por el centro citadino.
Hoy en día, la torre es el emblema de una tendencia de la era Chávez: la “invasión” organizada de edificios desocupados por grupos grandes de ocupantes ilegales. Cientos de edificios han sido invadidos desde que el fenómeno se inició en 2003: bloques de apartamentos, torres de oficinas, almacenes, centros comerciales. Cerca de ciento cincuenta edificios en Caracas están ocupados por invasores. La Torre de David alberga un estimado de tres mil personas, llenando la torre más pequeña por completo y la más alta hasta el piso veintiocho.
Jóvenes motociclistas operan una línea de “mototaxistas” para los residentes de los pisos más altos, llevándolos desde la planta baja hasta el décimo piso del estacionamiento adjunto, desde donde pueden ascender por unas rudimentarias escaleras de concreto. Para quienes viven por encima del décimo piso, es un largo camino hasta el tope.
En un reciente viaje a Caracas, le pedí a un taxista que me dejara en frente de la Torre de David y me contestó con una mirada de asombro. “No vas a entrar allí, ¿verdad? “, dijo, “¡De ahí sale todo el mal de esta ciudad!”. La Torre se ha ganado el dudoso honor de ser un centro criminal, alimentado por los relatos de la prensa que presenta al lugar como un refugio para delincuentes, asesinos y secuestradores. Para muchos caraqueños, la Torre es sinónimo de todo lo que está mal en su sociedad: una comunidad de invasores que habitan en medio de la ciudad, controlada por pandilleros armados con el consentimiento tácito del gobierno de Chávez.
El jefe de la Torre es un excriminal convertido en pastor evangélico, llamado Alexánder “El Niño” Daza. Un ardiente partidario de Chávez que aceptó reunirse conmigo sólo después de que un intermediario le aseguró que era políticamente aceptable. Cuando llegué a la entrada principal de la Torre había mujeres dentro de una cabina de seguridad que operaban una puerta controlada electrónicamente. Me pidieron una identificación y que firmara un registro, permitiéndome pasar sólo porque era un invitado de Daza. Daza me esperaba en el atrio, un espacio de concreto al aire libre entre los dos edificios principales. Una música ensordecedora salía de un par de altavoces grandes justo en la puerta de entrada a la “iglesia” de Daza, una habitación ubicada en la planta baja donde predica los domingos. Según contaba, se había convertido o “renacido” estando en prisión. De baja estatura, cuerpo fornido y cara de niño, tiene treinta y ocho años pero luce mucho más joven.
Nos sentamos en un muro pequeño para hablar pero, con los altavoces a todo volumen, Daza era prácticamente inaudible. No habló de la Torre, su comunidad ni de su papel como una figura de autoridad. En su lugar, haciendo eco del lenguaje de los funcionarios del gobierno, se quejó de que los “medios de comunicación privados” siempre buscaban la manera de distorsionar la verdad, hacer daño a “la causa de la gente” y de “dañar a Chávez”. Durante mi experiencia reportando sobre Chávez, he llegado a pasar una buena cantidad de tiempo con él, y cuando le dije esto a Daza me miró con cautelosa impresión. Después de un rato, se relajó considerablemente, señalándome a su esposa, una bonita joven llamada Gina, mientras caminaba junto a nosotros con un niño.
Gran parte de la vida comunitaria de la Torre estaba fuera de nuestra vista, por encima de nosotros, pero algunos de los apartamentos de los niveles más bajo estaban al pie del atrio. Había ropa tendida en balcones por terminar y en algunas antenas. También pueden verse signos de la lealtad política imperante. En las últimas elecciones, Daza hizo todo lo posible para que la Torre de David fuese una base de apoyo para Chávez y colgó una pancarta grande y roja en su honor.
Daza protestó por las historias sobre la Torre que la denunciaban como centro de crimen y a él como un criminal. Él y su gente se hicieron cargo de algo que estaba “muerto” y “le dimos vida”, dijo: “La rescatamos con la visión de vivir aquí en armonía”. Ésta fue una opinión minoritaria. Guillermo Barrios, el Decano de Arquitectura, me dijo: “La Torre de David no era un bello ejemplo de la autodeterminación de una comunidad sino una invasión violenta”. Describió a Daza como un malandro, como el tipo de oportunista matón que ha llegado a tipificar la vida urbana en Venezuela, con la apariencia de un pastor. “Es el líder de un grupo de invasores que vende la entrada al edificio, un ejemplo del más salvaje capitalismo”, dijo. “Se arropa en la religiosidad, pero hay un grupo violento detrás de él que le permite llevar a cabo sus acciones”.
Chávez ganó la reelección en octubre, y en las semanas siguientes la ciudad tenía una atmósfera de incertidumbre. El presidente de cincuenta y ocho años había estado recibiendo tratamiento para el cáncer desde junio ​​del 2011, pero se declaró a sí mismo lo suficientemente sano como para competir para gobernar otros seis años más. Libró una dura campaña en contra de su oponente Henrique Capriles Radonski, un atlético abogado de cuarenta años que representó la centro derecha y ganó por un respetable margen de once puntos. Sin embargo, desde su discurso de victoria, no había aparecido en público.
En noviembre, uno de los funcionarios de Chávez me dijo: “El Presidente se está recuperando de una agotadora campaña”. Un par de semanas más tarde, Chávez viajó a Cuba para un chequeo médico y poco después regresó a Caracas y anunció que sus médicos le habían detectado nuevas células cancerígenas. Sentado junto a su vicepresidente, Nicolás Maduro, dijo: “Si algo me llegara a suceder… elijan a Nicolás Maduro”.
Chávez me dijo una vez que Castro le había advertido públicamente que debía mejorar su seguridad, diciendo: “Sin este hombre, esta revolución se acabará de inmediato”. A los ojos de Chávez, esto ponía demasiada importancia en él. Pero en la medida en que su revolución ha avanzado, lo ha hecho arrastrada por su personalidad: el lograba que las cosas pasaran  cuando estaba físicamente presente pero, apartando esto, su administración era caótica y desordenada.
Chávez consolidó su educación ideológica estando en prisión. Fue encarcelado en 1992, por liderar un fallido Golpe de Estado Militar contra el entonces presidente Carlos Andrés Pérez. Mientras cumplía su condena, llamó a Jorge Giordani (un profesor marxista de economía y planificación social de la Universidad Central) para que le diera clases. “El plan era que Chávez escribiera una tesis sobre cómo convertir su movimiento bolivariano en un gobierno”, me dijo Giordani en el 2001, cuando servía como Ministro de Planificación de Chávez. Se echó a reír: “Nunca terminó la tesis. Cada vez que le pregunto por eso, sólo me dice: ‘Eso es lo que estamos haciendo ahora: llevar la teoría a la práctica’”.
Giordani me mostró los planes de uno de sus proyectos revolucionarios. “Queremos deshacernos de las favelas y repoblar el campo”, dijo. Por lo que Chávez y él habían mandado al ejército al centro no desarrollado del país para comenzar a construir “comunidades agroindustriales autosostenibles” o SARAOs, que a su juicio se convertirían en pequeñas ciudades. Reconoció que era una idea utópica, “pero en la planificación social uno debe moverse entre la utopía y la realidad”. Al final, los SARAOs fueron engavetados y los barrios crecieron en su lugar. Era típico del gobierno ad hoc de Chávez. Una vez en el set de “Aló Presidente” (su programa de televisión exento de forma), lo vi lanzar un importante programa de expropiaciones de grandes fincas que serían entregadas a los campesinos. Hizo el anuncio con gran cordialidad, a lo cual le siguió un comentario, jugada por jugada, de un partido de voleibol.
Cuando llegué a Caracas en noviembre tenía casi cuatro años sin volver, y la ciudad se veía más inmunda y desgastada que nunca, aunque se mantenía llena de carteles y pancartas en las que el gobierno se felicitaba a sí mismo por diversos logros. Se mostraba a Chávez en gigantescas vallas abrazando con cariño a ancianas y niños. Por todas partes había carteles sobrantes de la última campaña electoral, en las paredes, en postes de electricidad, puentes y carreteras. Había grafitis políticos de ambos bandos y salpicones de pintura en los lugares donde un partido había tratado de sabotear la propaganda del otro.
La polarización es lo que ha definido la era chavista. Son raras las cuestiones de la vida pública que no sean batalladas y discutidas amargamente. Esto se extiende a la Torre de David: todas las personas que conocí tenían una opinión al respecto. Un amigo periodista, Boris Muñoz, me dijo que el edificio está manejado por el “lumpen empoderado” que controlaba la vida de los residentes con el mismo sistema violento que rige la vida dentro de las cárceles venezolanas. Guillermo Barrios respondabiliza de las invasiones al gobierno y a su política negligente sobre la ciudad, incluyendo al propio Chávez. “El lenguaje político que ha justificado las invasiones y el robo absoluto proviene de los discursos de Chávez “, dijo. En el año 2011, Chávez dio un discurso exhortando a los indigentes de Caracas a tomar almacenes abandonados y galpones bajo su poder. “Invito al pueblo”, dijo, “a que busquen su propio galpón y me digan dónde está. Cada quién que busque sus galpones. ¡Vamos a buscarnos un galpón! Hay mil, dos mil galpones abandonados en Caracas. ¡Vamos para allá! Que Chávez los expropiará y los pondrá al servicio del pueblo”.
Las ocupaciones ilegales de todo tipo de edificios se habían disparado. Después de que una inundación desastrosa en diciembre del 2010 dejó a cien mil personas más sin hogar —la mayoría desalojados de los barrios pobres ubicados en los cerros— Chávez obligó a hoteles, un club de campo y hasta un centro comercial a alojarlos. Durante meses, varios miles de damnificados vivieron en parques de la ciudad y en una tienda de campaña levantada frente al Palacio Presidencial de Miraflores. Algunos fueron alojados dentro del palacio. La situación era claramente urgente y Chávez, en típico estilo cuasi militar, declaró una nueva “misión”: la Gran Misión Vivienda Venezuela.
En Caracas, buena parte de la carga de la Gran Misión Vivienda Venezuela recayó en manos de Jorge Rodríguez. Rodríguez fue vicepresidente bajo el mandato de Chávez y es el alcalde del municipio Libertador, el centro de la ciudad, desde el año 2008. Fui a verlo una mañana a su oficina ubicada en un hermoso edificio colonial, con balcones y un patio interior lleno de árboles. Es un hombre delgado y amistoso con la cabeza rapada, vestido a la manera informal de muchos de los ministros de Chávez: una pulcra guayabera blanca sobre jeans negros y zapatos deportivos. Sobre su oficina se alzaba un enorme óleo de Simón Bolívar y la ventana daba a una preciosa plaza con el nombre de Bolívar, decorada con una gran estatua de El Libertador.
Rodríguez no había absorbido el grado de deterioro de la ciudad hasta que llegó a ser alcalde. “En mi primer día de trabajo, miré por la ventana y vi a un borracho orinando sobre la estatua de Bolívar. Me dije a mí mismo, ‘si así son las cosas aquí, ¿cómo será en el resto de la ciudad?’”. Rodríguez dijo que fue a ver a Chávez para discutir la situación. “Decidimos que íbamos a arreglar la ciudad, desde el centro hacia afuera. Teníamos que empezar en alguna parte”.
Rodríguez culpó a los gobernantes anteriores por los problemas de Caracas. Desde que los españoles fundaron la ciudad su crecimiento no ha sido planificado, excepto durante la dictadura de Pérez Jiménez. “Él tenía un plan, pero luego fue derrocado”, según Rodríguez. El alcalde describe el preámbulo a la emergencia actual como un “lento terremoto”. Los pobres habían vivido en barrancos y laderas de las montañas para luego trasladarse a la ciudad por mera necesidad. El adinerado sector privado dejó de invertir en la ciudad y la inundación de 2010 había tornado la situación en una crisis.
Rodríguez dijo que en todo el país la déficit de viviendas era de tres millones, y la meta para el año era de doscientas setenta mil unidades nuevas. Barrios me había dicho que durante la mayor parte del mandato de Chávez el gobierno había construido un promedio de veinticinco mil unidades al año. El gobierno había atendido  un porcentaje menor de las necesidades de vivienda que cualquier administración desde 1959. Pero Rodríguez me aseguró de que estaba en buen ritmo para alcanzar su meta, diciendo: “Estamos construyendo donde sea que podamos”. Admitió que todavía tenían un largo camino por recorrer. “Apenas descanso, ¡y estoy de pie todo el día!”, dijo, riéndose y señalando sus zapatos deportivos.
Rodríguez señaló a la plaza y me preguntó si notaba alguna diferencia respecto a mi visita anterior. Me di cuenta de que la plaza estaba vacía. No estaba ninguno de los vendedores ambulantes que obstruían el paso peatonal de las calles del centro histórico. “Nos deshicimos de cincuenta y siete mil de ellos”, dijo Rodríguez. Los trasladaron a un nuevo mercado cubierto en el borde del centro de Caracas. Con el respaldo del Presidente, Rodríguez también decretó que las invasiones a edificios ya no serían toleradas, pero que tampoco habría expulsiones arbitrarias. “Todavía hay uno o dos intentos semanales de adueñarse de un edificio, pero los detenemos”.
Al parecer, el gobierno no aprobó oficialmente ninguna invasión de la Torre de David, pero no ha hecho ningún intento para cerrarla. ¿Hubo un acuerdo tácito en dejar las cosas como estaban? Rodríguez se mostró incómodo y dijo: “La situación de la Torre de David debe corregirse y será tratado por el gobierno a su debido tiempo”.
En los alrededores de la ciudad había indicios de que Chávez había comenzado a enfrentar los problemas relacionados con la insuficiencia de vivienda pública y transporte. Rodríguez me llevó a un sitio en la Avenida Libertador donde varios edificios de apartamentos eran derribados, incluyendo construcciones espontáneas de ladrillo y acero de más de cinco pisos. Junto a éstos, en el borde de la carretera, se demolían barriadas cuyos habitantes eran reubicados. A los lados de varias autopistas se veían torres de alta tensión para un nuevo tren de pasajeros elevado (comprado en China), parte de un ambicioso plan para aliviar el tráfico de la ciudad y aliviar la presión sobre su abrumado sistema de Metro. Se ha instalado un costoso teleférico para transportar a pasajeros hasta el tope del cerro que aloja a San Agustín, uno de los barrios marginales más antiguos de la ciudad. Los vagones parten de una reluciente estación y se mueven silenciosamente en el aire, impulsados por enormes poleas austríacas. Todos están pintados del color predilecto de Chávez, el rojo Bolivariano, y en cada uno reza: Soberanía, Sacrificio, Moral Socialista… Debajo, puede verse la basura rodando entre pendientes fangosas, un laberinto de ranchos y callejones mugrientos. Me dijeron que no me bajase en la cima, para evitar el riesgo de ser asaltado.
Una mañana, Daza se reunió conmigo en un terreno baldío cubierto de maleza detrás la torre más pequeña. Estaba supervisando un grupo de trabajo de cuatro adolescentes y un hombre mayor que mezclaban cemento en una carretilla y lo untaban sobre una extensión de hormigón, barro, hierba y escombros. Daza lucía jeans, zapatos de gamuza y una camisa de cuadros. El aire apestaba a cloaca. Daza explicó que quería hacer un pequeño parque, donde las familias con niños puedan tener un lugar seguro para jugar y organizar piñatas y fiestas de cumpleaños.
Los adolescentes del grupo bromeaban y evitaban trabajar, mientras que Daza gritaba órdenes de vez en cuando, pero en general los observaba con tolerancia. Él me dijo que eran jóvenes en riesgo de caer en la delincuencia, recomendados por sus propios padres. En el trabajo podían ser supervisados​​ y, ganando un salario de aproximadamente cien dólares al mes, podrían colaborar con un poco de dinero para sus familias. Los supervisaba personalmente, explicó, porque el último encargado resultó ser irresponsable. “Todo lo que hacía era pasear en su moto, armando desorden”, me dijo.
Daza tenía planes ambiciosos para la Torre. Me mostró el estacionamiento en planta baja, un espacio enorme y vacío excepto por algunos autobuses dañados y explicó que era una fuente importante de ingresos: el garaje se alquila a los conductores de autobús. Más tarde estaría lleno. Cerca de la entrada, donde un par de muchachos descansaban en sucios sofás, Daza planificaba instalar una puerta de seguridad y construir una caseta de vigilancia. A un lado del edificio, cerca de una hilera de frondosos árboles de mango, Daza señaló un espacio no utilizado donde quería construir una guardería para los niños de las madres trabajadoras. Cerca de la puerta principal esperaba abrir una cafetería, “donde pueda venderse comida Bolivariana a precios socialistas”.
A medida que caminábamos Daza me explicaba cómo funciona el edificio. Tenía una manera rítmica y enfática de hablar, como un predicador. “No hay ningún régimen carcelario impuesto aquí”, dijo. “Lo que hay aquí es orden. Y no hay celdas, sino hogares. Nadie está obligado a colaborar aquí. Aquí nadie es un inquilino: todos son habitantes”. Cada habitante tiene que pagar una cuota mensual de ciento cincuenta bolívares (alrededor de ocho dólares al tipo de cambio del mercado negro) para ayudar a cubrir los gastos básicos de mantenimiento, como los salarios de la brigada de limpieza y de construcción. A las personas que no pudieron permitirse el lujo de construir sus viviendas se les ofreció ayuda financiera. Todos los residentes están registrados y cada piso tiene su propio delegado encargado de resolver cualquier problema. Si los problemas no podían resolverse en el piso, son llevados a una reunión del consejo de la Torre, que Daza convocaba dos veces por semana. Un problema común, dijo con un poco de amargura, era que los residentes no pagaran su cuota mensual, y era difícil disuadir a los inquilinos de arrojar basura en el patio. A los transgresores “se les da una advertencia apelando a sus conciencias”. Hay una junta disciplinaria que tiene la capacidad de expulsar de la construcción a los peores infractores, pero siempre hay quienes se toman libertades.
La versión de Daza del sistema de justicia de la torre contrastaba crudamente con las historias que había escuchado de ejecuciones al estilo carcelario, de personas mutiladas y partes corporales volando desde los pisos superiores. Este era el castigo habitual para ladrones y soplones en las cárceles de Venezuela, y la costumbre se ha colado entre los criminales de los barrios de Caracas. Cuando le pregunté acerca de estas historias, Daza apretó los labios, un gesto común de reproche entre los venezolanos. “Lo que queremos es seguir viviendo aquí “, dijo. “Tenemos una buena vida. No oímos tiroteos todo el tiempo. No hay matones con pistolas en sus manos. Lo que hay aquí es trabajo. Lo que hay aquí es gente buena, gente trabajadora”. Cuando le pregunté a Daza cómo se había convertido en el jefe o líder de la Torre frunció nuevamente los labios, y finalmente dijo: “Al principio, todo el mundo quería ser el jefe, pero Dios se deshizo de los que quería deshacerse y dejó a aquellos que él quería que se quedaran”.
Muchos de los residentes de la Torre han llevado vidas complicadas, afectados por la confluencia en el país de la pobreza y la delincuencia. En un almacén habilitado cerca de la iglesia de Daza vive Gregorio Laya, un compañero de Daza de los tiempos de la prisión. Laya trabajaba como cocinero en la cocina presidencial del Palacio de Miraflores, pero en los viejos tiempos  formaba parte de una banda de roleros o ladrones de relojes caros. Hizo una lista de sus favoritos: Rolex, Patek Philippe, Audemars Piguet. Por lo general, él y sus hombres esperaban fuera del Teatro Teresa Carreño a los asistentes de conciertos. Pero un día decidió robar al dueño de un spa “cerca de aquí, a pocas cuadras de distancia”, señalando más allá de la Torre. Consiguió el reloj pero, al salir, el hombre sacó un arma y comenzó a dispararle. No tuvo “más remedio” que responder, dijo, y disparó contra el propietario varias veces hasta matarlo. Laya fue herido también y la policía lo acorraló a sólo unas cuadras de distancia. Lo condenaron a once años en prisión.
El apartamento de Laya era de una sola habitación, equipado con elementos esenciales de la vida diaria, similar a un camarote de marinero o una celda de prisión. Había una cama grande y una TV pantalla plana, un armario, una silla y un tendedero en una esquina con ropa. Laya declaró estar contento. Tuvo la suerte de conseguir un trabajo y agradece a Daza por haberle encontrado un lugar en la Torre. Todos los días camina frente al spa en su trayecto al trabajo y piensa en lo diferente que era su vida.
Daza contó su propia historia de redención en términos similares. Un día me mostró su iglesia, un almacén antiguo y grande pintado de verde, con sillas de plástico apiladas y un atril de predicador. Letras recortadas de papel dorado pintaban en la pared las palabras “Casa de Dios” y “Puerta del Cielo”. Daza dispuso de dos sillas y me invitó a sentarme.
Daza me dijo que era oriundo de Catia, uno de los barrios más famosos de Caracas. Su familia era muy pobre. Era el más joven de varios niños y sus hermanos eran mucho mayores. Se mantuvo alejado de los problemas hasta cumplir los ocho años, cuando unos muchachos mayores robaron su bicicleta y le dieron una humillante paliza. Los describió como malandros que aterrorizaban su barrio. “Recuerdo que miraba como perseguían a mis hermanos mayores”, dijo Daza. “Ellos tenían armas y mis hermanos corrían cuando los perseguían y les disparaban”.
“No me importaba si mataban a mis hermanos”, prosiguió. “Me molestaba la forma en que llegaban a casa y se comportaban frente a mi mamá. Ellos la maltrataban, fumaban drogas y hablaban mal delante de ella. Yo les decía que eran unos cobardes, porque lo único que hacían era traer a sus enemigos al barrio para luego huir cuando llegaban”.
Daza formó su propia banda de niños delincuentes. “Nos adueñamos de algunas pistolas y luego, cuando tenía quince años, hicimos nuestro primer trabajo, que fue esperar a que el líder de esos mismos malandros subiera y…” -simulando disparar con su mano- dijo,  “acabamos con él”. Después de eso, Daza se convirtió en el jefe de todo el barrio.
Daza ha cumplido dos sentencias en la cárcel, una de cinco años y otra de dos. Durante su segundo encarcelamiento, por un cargo de porte ilegal de armas, un policía que también ejercía de pastor llegó a la cárcel y lo convirtió. Él resurgió “con el Evangelio” y ha tratado de llevar una vida mejor desde entonces.
Para Daza, como para muchos otros residentes de Caracas, la perspectiva de una vida mejor es tanto material como espiritual. La administración de Chávez ha tenido efectos volubles sobre la economía de la nación. Mientras que su retórica anticapitalista ha inducido a algunas empresas a abandonar el país, otras han aprendido a trabajar con el gobierno y han obtenido muy buenos resultados. Las regulaciones son sorprendentemente abundantes (el mero hecho de pagar la cena en un restaurante requiere mostrar una identificación) pero, de forma perversa, esto ha fomentado el emprendimiento en el mercado negro. Muchos médicos e ingenieros han huido del país, mientras que otros profesionales han prosperado. La única constante es el flujo de dinero petrolero, que brinda una gran riqueza a ciertas personas y es compatible con un creciente sector público. Los venezolanos más pobres están ligeramente mejor en la actualidad. Y, sin embargo, a pesar de que Chávez apela a la solidaridad socialista, su gente ansía seguridad y objetos de la buena vida tanto como una sociedad más equitativa.
Una noche, Daza insistió en llevarme de regreso a mi hotel. Él, Gina y yo esperamos fuera de la torre cuando una reluciente Ford Explorer verde se detuvo frente a nosotros y un conductor se bajó y le entregó las llaves a Daza. Entré al asiento trasero y nos pusimos en marcha. Mientras conducía, Daza me dijo: “Dios me bendijo con el carro el diciembre pasado”. Aparentemente un hombre le debía dinero y, cuando éste fue incapaz de devolvérselo, le dio el auto a cambio. Era un modelo del 2005, según Daza, lo cual estaba bien. Pero ahora quería el del 2008 (idealmente de color blanco). Por casualidad pasamos al lado de una Explorer blanca 2005 en la vía. Daza murmuró su apreciación del vehículo, admirando el cromo brillante en la rejilla del espejo retrovisor. Más tarde pasamos frente a un concesionario Ford, donde una Explorer 2012 descansaba en una sala de exposición iluminada. “Quién sabe lo que costará ésa, ¡tal vez medio millón de bolívares!”, exclamó.
En la autopista, Daza me preguntó dónde quedaba el hotel y parecía inseguro cuando le dije que era en el sector de Los Palos Grandes. ¿Había estado allí? “Sí, por supuesto”, me dijo, aunque tuve que señalarle la salida y dirigirlo a partir de allí. A medida que nos acercábamos al hotel, pasando edificios de apartamentos enrejados y exclusivos restaurantes, él y Gina miraban asombrados por la ventana. “La gente aquí es muy rica, ¿verdad?”, dijo Daza. Detuvo el coche en medio de la calle frente al hotel y lo observó paralizado, mientras que el resto de los autos tocaban la corneta y nos adelantaban.
Pero en muchas partes de la ciudad no son los ricos, sino los malandros, quienes están en ascenso. Caracas es uno de los lugares del mundo dónde es más fácil ser secuestrado. Miles de secuestros se producen cada año. En noviembre del 2011 fue secuestrado el cónsul chileno por hombres armados, que lo golpearon y le dispararon antes de liberarlo. Ese mismo mes, el cátcher venezolano de los Nacionales de Washington, Wilson Ramos, fue secuestrado en la puerta de la casa de sus padres y estuvo capturado por dos días antes de ser rescatado. En abril, un diplomático costarricense fue secuestrado. Al día siguiente la policía hizo una redada en la Torre de David en su búsqueda, pero sólo encontraron algunas armas.
En una cena, en Caracas, escuché a dos parejas intercambiar historias sobre unas llamadas que recibieron de criminales que aseguraban haber secuestrado a sus hijos. En ambos casos salían del teléfono voces infantiles muy similares a las de los suyos, llorando y pidiendo ayuda. Las llamadas eran falsas y fueron realizadas por secuestradores fraudulentos, pero el episodio, junto a las noticias cada vez más sangrientas en la prensa, los dejó preocupados por el futuro. Uno de los crímenes más comentados mientras estuve en Caracas involucró el asesinato de un taxista, que fue golpeado, cortado en la cara y le dispararon varias veces. Sus asesinos le pasaron por encima con su propio carro, sólo por diversión, antes de escapar.
Daza aparentemente nunca salía de la planta baja de la Torre y tampoco parecía querer que yo pasara de allí. Cada vez que le propuse subir, tomaba una actitud evasiva y respondía con excusas cuando le preguntaba si podía asistir a una sesión de sus reuniones con los delegados. Si en verdad exigía una cuota de inscripción a cada nuevo residente, como me habían informado, es algo que no quiso admitir. Pero parecía probable que se ganase la vida del edificio, posiblemente de los ingresos del garaje de autobuses. En cierta forma, es capaz de permitirse algunos lujos: aunque vive encima de su iglesia, mantiene un apartamento en otra zona de la ciudad y sus hijos de relaciones anteriores pueden visitarlo allí con seguridad.
En un par de ocasiones me las arreglé para subir a la Torre y dar un vistazo. En el décimo piso, los miembros del equipo de seguridad del edificio siempre exigían que me identificase y les dijese a donde iba. Cuando mencioné a Daza me dejaron ir, pero reaparecían cada cierto tiempo, manteniendo un ojo vigilante sobre mí. Los residentes de la Torre eran cuidadosos y hablaban muy poco al pasar. En las escaleras, muchos tenían cargas propias que llevar, y se movían como montañistas, con las expresiones faciales propias de un grupo que está participando en una prueba de resistencia.
Los pasillos estaban en un ángulo que les permitía recibir luz de las ventanas ubicadas en las paredes de cada extremo de la construcción, pero aún así la iluminación era tenue. En los pisos que no estaban terminados se habían construido pequeñas casas de bloques pintados y de yeso. Muchos mantienen sus puertas abiertas para dejar entrar la brisa y para socializar y pude verlos ocupados con sus tareas cotidianas: cocinar, limpiar, llevar cubos de agua, bañarse. Se escuchaba música aquí y allá. Daza montó una bomba de agua que funcionaba por un generador y cada piso tenía su tanque, aunque el suministro de agua corría a través de tuberías impredecibles y mangueras de caucho.
La Torre cuenta con varias bodegas, una peluquería y un par de guarderías. Visité una pequeña bodega en el noveno piso donde Zaida Gómez, una mujer peliblanca y locuaz de unos sesenta años, vivía con su madre de noventa y cuatro años. Ella me mostró el cubículo al lado de la tienda donde había instalado a su madre, una pequeña mujer que me parecía un pájaro dormido, justo en una cama al lado de uno de los ventanales. Gómez mantiene un ventilador prendido a toda hora, ya que el calor que emana la ventana volvía la habitación en un horno.
Gómez es una pionera en la Torre y me dijo que al principio las cosas eran terribles allí. La Torre estaba gobernada por malandros —dijo sacudiendo la cabeza— y se habían producido palizas, tiroteos y asesinatos. Pero ahora podía dejar la puerta de su tienda abierta, algo que nunca fue capaz de hacer en Petare, el barrio donde vivía antes. Su tienda vendía de todo, desde jabón hasta refrescos y verduras. Y para reabastecerse de suministros tenía que subir y bajar las nueve plantas de la Torre varias veces al día. Era agotador, pero dijo que no podía darse el lujo de pagar un mototaxi que cobraba quince bolívares (alrededor de ochenta centavos de dólar) por cada viaje. Tiene una hija que la asiste y un nieto.
Gómez tenía miedo de verse obligada a mudarse de la Torre. “Este edificio es demasiado caro para que gente como nosotros esté aquí “, dijo. Vendrá el día en que las autoridades lo quieran de vuelta. Esperaba que el gobierno, que estaba construyendo viviendas para los pobres en la adyacente Avenida Libertador, se acercase a la Torre también y los reubicase a todos. “Todo lo que quiero es mi casa propia y un pequeño pedazo de tierra para cultivar. Algo que pueda llamar mío”.
Albinson Linares, un periodista venezolano que ha escrito sobre la Torre, me describió a sus residentes como “refugiados de un estado subdesarrollado que viven en una estructura del Primer Mundo”. Contiene una muestra de trabajadores caraqueños: enfermeras, guardias de seguridad, conductores de autobuses, comerciantes y estudiantes. Hay personas desempleadas también y el círculo de exconvinctos evangélicos de Daza. Cada piso tenía su propia sociología. Los pisos más bajos son reservados en gran parte para las personas mayores, quienes no pueden subir hasta los niveles más altos. Algunos pisos están dominados por familias y otros están ocupados principalmente por hombres jóvenes de peligroso aspecto. Un día, un fotógrafo con quien viajaba fue jalado hacia un apartamento por un par de hombres que lo interrogaron con suspicacia. Cuando mencionó el nombre de Daza lo dejaron ir, pero a regañadientes. En la escalera vimos un grafiti que decía “El Niño Sapo”. Parecía que Daza tenía enemigos dentro de la Torre.
Que hubiese conflicto parecía inevitable. Entre los derechos de admisión, los cargos de mantenimiento y el alquiler del garaje, hay una buena cantidad de dinero disponible para los invasores. Una tarde Daza me llevó a un restaurante en la calle de la Torre, un lugar pequeño y caluroso con una cocina abierta. Poco después de sentarnos, tres hombres entraron a rondar amenazadoramente por nuestra mesa, parados justo detrás de nuestras sillas. Daza arqueó las cejas y dejó de hablar, hasta que después de un par de largos y tensos minutos los hombres salieron y se sentaron en la acera. Más tarde, Daza me dijo que aquellos hombres se ganaban la vida organizando invasiones. “Son profesionales”, dijo. “Es lo que hacen”. Le pregunté si eran enemigos. Me dijo que no exactamente y luego murmuró que había muy poca gente en la vida en quienes se pueda confiar.
A media hora en carro desde la Torre de David está otra invasión: El Milagro. Fue fundada unos años antes por José Argenis, otro ex convicto convertido en pastor que se unió a ex reclusos y sus familias para invadir una parcela de terreno al lado del río en las afueras de Caracas. Era una zona cubierta de matorrales y desperdicios, pero cuenta con una excelente ubicación: justo al lado de la carretera principal, al lado de una estación de autobuses y cerca de un puente angosto que le permite a los residentes cruzar el río a pie o en moto. El Milagro es ahora una comunidad de casi diez mil personas y sigue creciendo.
Argenis, un hombre negro con carisma y una atronadora voz, dirige un centro de rehabilitación en El Milagro para ex prisioneros que van a pedirle ayuda para hacer una mejor transición al mundo exterior. Las cárceles de Venezuela tal vez sean las peores de América Latina: las treinta instalaciones del país fueron diseñadas para mantener unos quince mil internos, pero realmente alojan tres veces esa cantidad. Se compran y venden narcóticos abiertamente, y los reclusos tienen acceso a armas automáticas y granadas. En muchas prisiones los guardias han cedido el control a las bandas armadas dirigidas por jefes delincuentes llamados “pranes”, llamados así por el sonido que hace un machete al golpear concreto. Los pranes lideran la creciente comunidad criminal que se extiende dentro y fuera de las prisiones. Frente a una deplorable fuerza policial y judicial, caracterizadas por la ineficiencia y la corrupción, los pranes brindan una estructura donde no existe ninguna.
Los pranes se han vuelto suficientemente poderosos como para tratar directamente con el gobierno. Argenis trabajó como asesor de Iris Varela, la recién nombrada por Chávez Ministra de Servicios Penitenciarios, a quien ayudaba a negociar con los pranes. Explicó que era un trabajo no remunerado “hasta el momento”, pero que le interesaba trabajar con ella. Argenis espera que su modelo de rehabilitación obtenga financiamiento gubernamental, y que pueda construir otras instalaciones a lo largo del país.
Argenis cumplió una condena de nueve años por homicidio, en los que conoció a Daza. Después de salir de prisión se mantuvieron en contacto. “Cuando invadieron la Torre, El Niño todavía estaba involucrado en ese mundo, el de los bajos fondos”, dijo. “Y había quienes querían desorden, pero él impuso orden… a la antigua”. Me regaló una mirada resabiada. Hubo un momento en el que Daza acudió a él en busca de ayuda. “Estuvo aquí por seis meses. Permanecía como el líder oficial de la Torre, pero se quedó aquí”. Según Argenis, Daza había “salido de la cárcel con problemas. Había gente que quería matarlo y lo protegimos”. Dejó abierta la posibilidad de que Daza volviera a la vida criminal. “Creo que ya colgó los guantes”, dice Argenis, sonriendo irónicamente. “Pero siempre puede volver a caer en tentación, porque tenemos que cuidar de nosotros mismos, ¿sabes?”
Argenis mantenía enemigos también. “He matado a hombres. He dejado a otros en silla de ruedas. Dejé a algunos estériles. Sólo imagínalo: me van a odiar por el resto de sus vidas”. Cuando le pregunté cómo la cultura del malandro había cobrado tanta fuerza, me respondió que se debía a las cárceles. Me explicó que los hombres internados ni siquiera trataban de escapar, porque “tienen todo lo que necesitan allí y viven tan bien o mejor que en las calles”. La economía penitenciaria estaba en auge, con miles de millones de bolívares generados a través del control del tráfico de drogas. “Las cárceles son muy fuertes, y han llegado a ser mucho más fuertes en los últimos siete u ocho años”.
Argenis cumplió su condena en una prisión llamada Yare, situada en medio de colinas a una hora del sur de Caracas. Yo visité la cárcel en el 2001 y un funcionario de la prisión me condujo por un camino de tierra alrededor del perímetro de la verja que cercaba el edificio. Nos detuvimos y vi dos bloques de celdas con decenas de agujeros de bala en sus fachadas. Había agujeros donde debían estar las ventanas y un grupo grande de hombres rudos sin camisa bajaba la mirada hacia nosotros. Una línea gruesa y negra de excremento humano recorría la pared exterior y el patio de abajo era un mar de lodo y basura de varios pies de profundidad. “No podemos quedarnos por aquí”, me dijo el funcionario. “Si nos quedamos demasiado tiempo, puede que nos disparen”. A medida que nos alejábamos, me explicó que sólo había seis guardias a la vez dentro de la prisión. Los internos permitían a un guardia elegido por ellos para acercarse hasta una puerta determinada y recuperar los cadáveres dejados allí.
Chávez estuvo preso en Yare durante dos años después de su intento de golpe de Estado. A pesar de que se mantuvo en un área segura para presos políticos, supuestamente escuchó con impotencia cómo un grupo violaba a otro recluso, le cortaban la garganta y luego era apuñalado hasta morir. Chávez fue perdonado en 1994 y al comienzo de su presidencia se comprometió a contribuir con la reforma del sistema carcelario. Pero, mientras nuevas causas y crisis emergían, las prisiones fueron olvidadas: de las veinticuatro prisiones que prometió construir, sólo se construyeron cuatro. El año pasado hubo más de quinientas muertes violentas en el sistema. En agosto, dos pandillas de Yare se involucraron en un tiroteo de cuatro horas en el que murieron veinticinco reclusos y un visitante. Se publicaron fotografías de Geomar y El Trompiz, los jefes pandilleros responsables de la masacre, posando desafiantes con sus armas. El Trompiz fue asesinado el pasado enero, al parecer por sus propios hombres.
Después de que Chávez fue reelecto, declaró un estado de emergencia en el sistema penitenciario del país, y prometió una completa transformación. Sin embargo, Argenis sugiere que el daño ya estaba hecho. “Este gobierno ha sido más permisivo: los gobiernos anteriores eran más represivos”, dijo. “Y así, la cultura malandra ha crecido y ha migrado de las cárceles hacia las escuelas, las universidades y las calles. Se ha convertido en una cultura nacional”.
Lo primero que un visitante ve al llegar desde el Aeropuerto Internacional a Caracas es un barrio, quizás el más famoso de la ciudad: el 23 de Enero. “El 23″, como se le conoce, fue construido en los años cincuenta como un proyecto de vivienda pública diseñado por uno de los más grandes arquitectos del país: Carlos Raúl Villanueva. Es un complejo de ochenta edificios que ocupa verticalmente un enorme pedazo de tierra en la entrada norte de la ciudad. Fue concebido como un enorme suburbio, dividido entre edificios de cuatro plantas y torres de quince pisos, entrelazados por jardines y caminerías.
Hoy en día, los espacios verdes están sobrecargados de invasores. El 23 es una favela donde viven unas cien mil personas, apretadas entre los bloques de apartamentos de Villanueva. La zona es un volátil mosaico de colectivos independientes que abarcan desde aquellos con pretensiones izquierdistas hasta criminales puros y duros. Muchos están armados.
Uno de las figuras emblemáticas del 23 fue Lina Ron, una activista militante de pelo rubio teñido y carácter grandilocuente. Antes de morir el año pasado de un infarto, Ron organizó ruidosas protestas antiimperialistas que con frecuencia se tornaban violentas. Chávez toleraba a Ron y sus agresivos seguidores porque era una apasionada defensora de sus políticas y solía aparecer a su lado en marchas y eventos. En 2001, Chávez me insinuó que había aceptado a la extrema izquierda como una forma de impedir un golpe de Estado como el que lo puso en el cargo. “La verdad es que necesitamos una revolución aquí y si no lo logramos ahora vendrá después, con otra cara”, dijo. “Tal vez de la misma manera que comenzó, una medianoche con pistolas”.
Probablemente no haya hoy en día otro chavista más abiertamente radical que Juan Barreto. Profesor de cincuenta años de la Universidad Central, Barreto es un marxista rotundo, brillante y locuaz. Fue Alcalde Mayor de Caracas, supervisando todos los distritos de la ciudad desde el 2004 hasta 2008, cuando ocurrieron muchas de las invasiones, incluyendo la ocupación de la Torre de David. Pasé algún tiempo con él a inicios del 2008 y me quedó claro que era visto como un protector por algunos ocupantes ilegales del centro de la ciudad. Barreto siempre ha dicho que no apoya las invasiones, pero consiente las expropiaciones de propiedades abandonadas en la ciudad para aliviar la crisis habitacional. En una acción típica de su mandato, Barreto enfureció a la fracción adinerada de la ciudad al amenazar con la confiscación del Country Club de Caracas, rodeado de suntuosas villas y jardines que circundan un campo de golf de dieciocho hoyos, para darle el espacio al pueblo. Al final, el plan fue abandonado, al parecer, por órdenes de Chávez.
La franqueza de Barreto le ha ganado numerosos enemigos e incluso muchos jefes chavistas lo ven como un fanático desbocado, con una tendencia de hablar públicamente acerca de “armar al pueblo” para defender la revolución. Siendo alcalde, claramente le encantaba ser el enfant terrible de la revolución de Chávez. Organizó una tripulación de motorizados guardaespaldas que viajaban con él. Entre sus allegados estaba un ex sicario adolescente llamado Cristian, que estaba siendo rehabilitado por Barreto. Al presentármelo le preguntó: “Cristian, ¿a cuántas personas has matado?” El chico murmuró “Unas sesenta, creo…” y Barreto se rió con deleite.
Cuando Barreto dejó el cargo, entró en un limbo político que terminó el año pasado durante la campaña de reelección de Chávez, en la que volvió al entorno presidencial. Fue el líder de un grupo informal de colectivos radicales de barrios con los que formó una nueva organización, REDES, que se unió a la campaña del presidente. Caracas fue abarrotada de pósters de REDES que muestran a un Chávez hinchado, debido a tratamientos con esteroides, unido por un abrazo varonil con el aún más corpulento Barreto.
Me encontré con Barreto en su casa situada en el sector de El Cementerio, llamado así por el gran cementerio que alberga y en el que malandros celebran rituales en honor a sus camaradas caídos. Las colinas cercanas están cubiertas por ranchos. El frente de la casa de Barreto es una enorme puerta doble de hierro, resguardada por un par de vigilantes armados con pastores alemanes cerca. Después de haberme identificado me condujeron a través del garaje, donde había dos camionetas blindadas estacionadas. Dentro había un claustro repleto de arte moderno y esculturas, además de un gran acuario. Barreto estaba en la parte de arriba, en una cocina de último modelo preparando tamales. A un lado de la cocina estaba la sala de estar, donde un grupo de hombres jóvenes, miembros de su séquito, estaban sentados en una mesa con laptops. La habitación estaba decorada con una pintura erótica hecha por Barreto —una mujer sin camisa, con la mano de un hombre dejando caer una fresa en su boca— junto a una botella de Johnnie Walker Platinum (“regalo de un amigo”) y una figura de Marlon Brando como Don Corleone.
Barreto explicó que él y sus compañeros estaban trabajando para convertir a REDES en un partido político. Chávez había mostrado un reciente plan para el “socialismo del siglo veintiuno”, en el cual la sociedad venezolana sería reestructurada en comunas. Nadie entendía exactamente lo que el término significaba o cómo se aplicaría, excepto tal vez el propio Chávez, y había un acalorado debate al respecto. Barreto dijo que él y sus seguidores estaban preocupados pues, sin la presión de grupos como REDES, el plan se utilizaría para “meter en una camisa de fuerza” a las verdaderas fuerzas revolucionarias.
Para ayudar a crear una comuna auténtica, Barreto trabaja estrechamente con Alexis Vive, uno de los colectivos armados mejor organizados del 23. Barreto sugirió subir a verlos. A medida que entramos en una de sus camionetas —que, según él, Chávez le había prestado—, un guardaespaldas sacó una ametralladora, una P90 belga. “Hermosa, ¿verdad?”, dijo Barreto, sonriendo. “Dispara cincuenta y siete balas”. Explicó que armas como estas son necesarias para defenderse. “No es que estemos en contra del gobierno. Es que no encuentro la manera de apoyarlo totalmente”. Se echó a reír. “Es como cuando tienes una mujer hermosa, pero te has desenamorado de ella. Es difícil. La quieres un momento y al siguiente no, ¿me entiendes?”
En la sede del colectivo Alexis Vive hay murales de Marx, Mao, Castro y el Che Guevara pero, aparte de algunos hombres armados merodeando al borde de unos edificios cercanos, los soldados se mantenían discretamente fuera de la vista. Uno de los líderes del grupo, un joven estudiante de Sociología llamado Salvador, me explicó que el colectivo controlaba unas cincuenta acres que alojaban cerca de diez mil habitantes, con quienes trataban de formar en un colectivo marxista autosustentable. El grupo estaba armado sólo para defenderse, dijo. Policías corruptos y miembros de la Guardia Nacional venezolana estaban trabajando con grupos de malandros del 23, a veces en zonas que bordeaban su propio territorio. Barreto sostuvo que el contingente armado estaba protegiendo a su pueblo de oficiales delincuentes. “No han sido capaces de llegar aquí desde 2008″, dijo entre risas. “Hemos estado en tiroteos con ellos”.
La corrupción en las fuerzas de seguridad es un problema profundamente arraigado —y según Barreto—es la verdadera fuente de la cultura criminal del país. Dijo haber luchado contra el problema durante su período como Alcalde, sustituyendo gran parte de la fuerza policial con miembros de los Tupamaros, un grupo armado del 23 de Enero. Salvador dice que la situación surge de la incapacidad de Chávez para enfrentarse a los verdaderos criminales: “Chávez no ha perseguido a los malandros porque cree que pueden volverse en su contra”.
Un domingo, cincuenta sillas de plástico fueron alineadas para la misa dominical en la iglesia de Daza, pero sólo una docena de personas se presentaron, casi todas mujeres y niños. Daza no se veía molesto. Llevaba una corbata, pantalones y zapatos negros. Probó el micrófono cantando “Gloria” y “Aleluya”, mientras que un par de hombres acomodaban el equipo musical: una batería, un órgano eléctrico y enormes altavoces. Llegaron un par de mujeres más y se arrodillaron a orar antes de unirse a la congregación. Apareció Gina, la compañera de Daza, con sus hijos, y sacó una Biblia forrada en una cubierta de rosado chillón.
Mientras los músicos tocaban, Daza cantaba desde un lado de la tarima (cantaba mal pero sin complejos) y tocaba unos bongos. Finalmente tomó el micrófono y comenzó a gritar, en un rítmico gruñido ronco, sobre el bien y el mal. Dijo: “Hay guerras en el mundo, en las que a la gente no les importa si los niños mueren, si las mujeres mueren, si los viejos mueren: lo único que les importa son las riquezas. Pero la Biblia dice que sólo hay una vida y es ésta. El Señor conoce la vida eterna, pero sólo él la conoce y entonces debemos vivir ésta. Tenemos que vivir esta vida y ser buenos con Dios”.
El servicio duró tres horas. Las mujeres se balanceaban y movían sus pies con los ojos cerrados. La voz de Daza se volvió un fascinante muro sonoro. Hubo un momento en el que se levantó a testificar un joven predicador invitado llamado Juan Miguel. Dijo ser de un barrio pobre y que su padre estaba loco. Había estado en la cárcel, y su casa había sido arrasada por las inundaciones de 2010. Vivía con miles de otros damnificados en el interior de un centro comercial expropiado por Chávez. “Hemos tenido vidas difíciles, vidas duras, pero Dios nos ha llamado a predicar su palabra”. Sus ojos brillaban cuando le dijo a Daza: “Dios nos ha escogido. Dios ha escogido a Venezuela para llevar el Evangelio al Mundo”.
Un día Daza me llevó a Miranda, un estado vecino, a ver el barrio donde vivió con su ex esposa y donde ésta aún vivía. A lo largo del camino habló, como siempre, de cómo Dios lo había salvado. Dejó la escuela cuando tenía trece años y a los catorce ya estaba en la vida pandillera. Aprendió a leer durante su segunda estadía en prisión y la Biblia fue su primer libro. “Yo no tengo preparación universitaria, pero me he educado mucho sobre Dios. Solía ​​hablarle a la gente de manera ofensiva, con groserías. Me salía la inmundicia. Pero leí en alguna parte de la Biblia, no recuerdo dónde, que el lenguaje grosero corrompe las buenas costumbres. Y cuando leí eso me dije: ‘Ay, Dios me está hablando’”.
Llegamos a una pequeña casa de bloques en la loma de un cerro empinado que se alzaba sobre otras colinas boscosas, marcadas por nuevas invasiones. La hija de la ex esposa de Daza estaba allí, una mujer joven y rolliza de unos veinte años. Parecía feliz de ver a Daza. Nos sentamos en una pequeña sala de estar y Daza comenzó a recordar la vida con su ex esposa. Aunque entonces era todavía un criminal, la relación había sido formativa para él. Ella era mayor que él y Daza sintió que ella lo ayudó a moldearlo como hombre. Ella también lo malcriaba, dijo riendo, ya que le cocinaba, limpiaba y hasta le planchaba su ropa.
Daza se veía con otras mujeres. “Yo solía cambiar de novias como tú te cambias de ropa”, me dijo, y dejó a varias embarazadas. Él y su ex esposa peleaban mucho. Se puso de pie y representó una pelea particularmente dramática, en la que Daza inmovilizó a su esposa contra la pared, sacó su pistola, y disparó justo al lado de su cabeza. “Era sólo para asustarla “, dijo sonriendo. Pero ella sostenía un cuchillo y, cuando Daza disparó (“quizás ella pensó que realmente iba a dispararle… o tal vez fue sólo su reacción instintiva”), le había clavado el cuchillo en el pecho. Salió tambaleándose de la casa y se internó en una clínica. Tuvo suerte: el cuchillo falló en darle al corazón o a otros órganos vitales. La joven asintió con la cabeza y se rió al recordar el incidente. “Después volvimos a estar juntos”, dijo Daza.
En el carro, le pregunté a Daza si se arrepentía de algo
—No… —dijo.
—¿Qué hay de los hombres que has matado?
—¿Como quién?
—Como el malandro que mataste cuando tenías quince años.


Daza se quedó callado. Después de un minuto, dijo: “Yo era un ignorante y ahora me he transformado. Me siento como un hombre nuevo, una nueva persona. Ésas son cosas que se viven en la vida y que, bueno, Dios permitió, pero ahora creo que soy diferente”.
Daza volvió a guardar silencio y luego dijo: “En esta vida, cuando te conviertes en un líder, tu vida corre riesgo porque te ganas enemigos. A veces la gente piensa que estás involucrado con mafias y cosas extrañas, gracias a tu pasado. Los enemigos siempre van a tratar de desacreditarte. El Diablo tratará de garantizar que continúes siendo miserable para utilizarte para su beneficio”.
Al final era difícil saber si El Niño Daza era un malandro, un genuino defensor de los pobres o ambas cosas. Lo qué parecía claro es que estaba perfectamente adaptado a la vida en la Venezuela de Hugo Chávez, capaz de obtener ventajas por todos los medios: aprovechando los vacíos dejados por el gobierno, manejando su propia empresa capitalista y negociando con el mundo del hampa cuando era necesario. Al salir de su antiguo barrio, la calle estaba llena por un pequeño mitin político. Henrique Capriles, quien compitió contra Chávez en las elecciones presidenciales, es el gobernador de Miranda y las elecciones gubernamentales se avecinaban en pocas semanas. Voluntarios de la campaña repartían cerveza y carteles desde una camioneta. Daza se encogió de hombros. Esperaba que el candidato de Chávez ganara.
Daza comentó que estaba considerando meterse en la política. Siendo el jefe de la Torre de David, Daza ha logrado conocer a algunas autoridades de Caracas, incluyendo a funcionarios de Chávez, y estos le han pedido que considere la posibilidad de postularse para un puesto de concejal en la ciudad. Con los cambios propuestos por el gobierno y la creación de las comunas, Daza espera que la Torre de David pueda adquirir estatus legal. Ha comenzado a hacer sondeos en el edificio. “La gente me sigue diciendo que debería lanzarme y que tengo una buena oportunidad”, me dijo. “Así que lo estoy pensando”.
En el centro de Caracas, a una milla de la Torre de David, un nuevo y espléndido mausoleo está a punto de ser terminado. Chávez ordenó su construcción hace dos años para proporcionar un nuevo lugar de descanso a los huesos de Simón Bolívar. Chávez ya había ordenado anteriormente exhumar y examinar los restos de Bolívar, persiguiendo la hipótesis de que había sido envenenado por sus enemigos, pero la autopsia no llegó a ninguna conclusión. Después ordenó levantar la nueva tumba.
El edificio es una cuña blanca y delgada que se eleva ciento setenta pies como un mástil hacia el cielo. La construcción ha costado ciento cincuenta millones de dólares según reportajes y, como todo lo que ha hecho Chávez, es controversial. La construcción se llevó a cabo con mucha reserva y el mausoleo, que planeaba abrir sus puertas el pasado 17 de diciembre después de múltiples retrasos, aún no se ha inaugurado. En el momento en que se complete se convertirá en la pieza central de un decadente rincón de la ciudad, junto a una vieja fortaleza militar (donde Chávez estuvo brevemente encarcelado después de su intento de golpe) y al Panteón Nacional, una iglesia del siglo XIX donde los restos de Bolívar son vigilados por guardias floridamente uniformados. Hay rumores persistentes de que cuando Chávez muera será enterrado en el mausoleo, al lado de Bolívar.
Por supuesto, Chávez y sus seguidores tienen la esperanza de que su lucha no sea sepultada con él. En 2001, Chávez me dijo que era su más ferviente deseo llevar a cabo una “verdadera revolución” en Venezuela. Sin embargo, unos años más tarde su viejo maestro Jorge Giordani parecía preocupado de que su protegido no estuviera construyendo una revolución permanente. “Yo también soy un Quijote”, dijo. “Pero hay que tener los pies firmemente plantados en la tierra. Si todavía tenemos petróleo, vamos a tener un país de verdad en unos veinte años, pero tenemos mucho que hacer entre hoy y ese entonces”, dijo Giordani. Y recitó un proverbio venezolano: “Muerto el perro, se acabó la rabia…”
Ahora, mientras Chávez yace gravemente enfermo, los hombres que se denominan chavistas transmiten sus supuestos deseos a los ciudadanos. Durante los pasados meses, los venezolanos han tenido muy poca información confiable acerca de sus intenciones o del verdadero estado de su salud y, por lo tanto, tienen poco que decir acerca de su propio futuro. Para ellos, la muerte de Chávez representa el final de una larga y fascinante actuación. Le dieron el poder elección tras elección: son víctimas de su afecto por un hombre carismático al que le permitieron convertirse en el personaje central del escenario venezolano, a expensas de todo lo demás. Después de casi una generación, Chávez deja a sus compatriotas con muchas preguntas sin respuestas y sólo una certeza: la revolución que trató de llevar a cabo nunca sucedió. Comenzó con Chávez, y lo más probable, es que con él termine.
Traducción al español: Nelson Algomeda (nelsonalgomeda@arepa.co.ve)
@jonleeanderson

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