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jueves, 30 de abril de 2015

ALFREDO M. CEPERO, LOS LOBOS ROJOS Y LA CAPERUCITA SEPIA*

"El lobo devoró primero a la abuelita y después a la caperucita. Acto seguido quedó tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba. El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. ¡La Abuelita y Caperucita estaban vivas! Para castigar al lobo malvado, el cazador le llenó el vientre de piedras y se lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho cayó en el estanque de cabeza y se ahogó".

Los lobos rojos de Birán están de plácemes porque se han devorado a una caperucita sepia* que tiene por morada una casa blanca. Y no una casa blanca de pacotilla o una caperucita cualquiera sino la Casa Blanca de la caperucita Barack Obama, desde la que se traiciona a los amigos y se le dispensan favores especiales a los enemigos de los Estados Unidos. Pero, en contraste con el tradicional cuento de terror y engaño que ha cautivado por generaciones a adultos y niños, en esta versión de la Caperucita Roja que es el acuerdo Obama-Castro no existe engaño sino sólo terror.

No existe engaño porque ambos bandos han hecho de la mentira una forma de gobernar y ambos están conscientes de que se han mentido mutuamente. Terror para un pueblo cubano que, una vez pasada la euforia efímera de las falsas esperanzas de mejorar sus condiciones de vida, vera que su mundo ha cambiado para lo peor. Porque se verá sometido a mayores maltratos por parte de un régimen fortalecido por la impunidad que le representa el reconocimiento por la primera potencia del mundo y la prosperidad que le traerán los dólares norteamericanos.

Después de la obtención de dólares de turistas norteamericanos, el mayor interés de la tiranía castrista es que la saquen de la lista de países promotores del terrorismo. Esto le daría acceso a asistencia por parte del gobierno de EEUU u organismos internacionales, así como a los mercados financieros internacionales. Obama ya ha comenzado a dar pasos hacia esa meta consultando a un Congreso en manos republicanas que él sabe se lo negará. Pero como ha hecho con los temas de inmigración y ha tratado de hacerlo con Irán, Obama se propone actuar por decreto.

El Mesías devenido emperador justifica la acción afirmando que ha obtenido seguridades de que La Habana no se inmiscuirá en actos terroristas en el futuro. No acepto ni por un momento que Obama sea el único gobernante sobre la Tierra que crea todavía en las promesas de los dos tiranos. En esta larga lucha por derrocar a la tiranía castrista, se han repetido en palabras, imágenes y sonidos las promesas hechas por el diablo mayor y violadas más tarde por él y por su sanguinario hermano.

Para beneficio de quienes hayan andado por un viaje galáctico durante el último medio siglo vamos a citar unas pocas: "Elevaremos el estándar de vida del cubano superior al de Estados Unidos y del de Rusia… Habrá libertad para los que hablan a favor nuestro y para los que hablan en contra nuestro y nos critican….. Restableceremos todos los derechos y libertades, incluyendo la absoluta libertad de prensa…. Nunca vamos a usar la fuerza y el día que el pueblo no me quiera, me iré…. Las ideas se defienden con razones, no con armas. Soy un amante de la democracia…. Los que hablan de democracia deben empezar por saber en qué consiste el respeto a todas las ideas…no perseguimos a nadie" Estas son las palabras de los mentirosos en cuyas promesas dice creer Barack Obama. Ellos siguen mintiendo a sabiendas de que ya nadie los cree y él sabe que mienten pero no le importa porque todo queda entre mentirosos.

Las mentiras de Obama, por otra parte, son tan recientes y han sido tan documentadas que son ignoradas únicamente por los fanáticos que lo apoyan sin exigirle que cumpla sus promesas falsas. Ahí están la izquierda vitriólica que odia a su propio país, la mayoría de los votantes negros que todo lo ven a través del cristal del color y los inmigrantes ilegales en busca de soluciones fáciles donde no se les reclame responsabilidades por sus violaciones de las leyes norteamericanas. Resulta inaudito que estas personas sigan tolerando las promesas falsas del Partido Demócrata antes que exigir a ambos partidos una reforma migratoria integral, perdurable y dentro de los parámetros de la legalidad.

Como en el caso de los Castro, pasemos revista a un breve muestrario de las mentiras de Obama. En 2009, durante su primer discurso sobre el Estado de la Unión, Obama prometió "reducir el déficit a la mitad hacia el final de mi primer mandato en el cargo”. En cambio, Obama ha promediado déficits casi tres veces superiores a los de su predecesor. En un discurso posterior dijo:“Durante los próximos dos años, este plan [de estímulos] salvará o creará 3.5 millones de empleos”. Puede que hubiese prometido 3.5 millones de nuevos empleos, pero en cambio está 7.7 millones de empleos por debajo de su objetivo.

Con respecto al casi universalmente rechazado Obamacare, el Mesías dijo: “…debemos tener una atención médica de calidad y asequible para todos los americanos. Se trata de un compromiso que se ha de cumplir en parte logrando la eficiencia que desde hace tanto tiempo necesita nuestro sistema”. Una mentira cruel por razones políticas y un plan vendido por medio del engaño a un pueblo urgido de una restructuración de su sistema de salud bajo el control del médico y el paciente, no de una burocracia gubernamental arrogante e inepta. De hecho, según la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO), se prevé que 30 millones de americanos sigan sin seguro incluso después de que Obamacare sea implementado por completo.

En su empeño de complacer a una izquierda obsesa por la teoría peregrina del calentamiento global, Obama ha dicho “Invertiremos $15,000 millones anuales para desarrollar tecnologías como las energías eólica y solar, los biocombustibles avanzados, el carbón limpio…" Cuando Obama comienza a hablar sobre “invertir” el dinero del contribuyente, tenga cuidado. Las empresas exitosas no necesitan la inversión del contribuyente. La ya tristemente famosa compañía energética Solyndra es el ejemplo más notorio de “invertir” en compañías energéticas que terminan en quiebra. Las subvenciones públicas para esta compañía de energías verdes les costaron a los contribuyentes americanos la pérdida de $627 millones.

El encargado de poner en práctica el acuerdo Obama-Castro es John Kerry, hermano ideológico del presidente y con una trayectoria de apoyo a dictadores y comunistas del Continente Americano. En 1985, en medio de la Guerra Fría, Kerry encabezó una delegación de legisladores a Nicaragua, donde se reunió con el comandante sandinista Daniel Ortega. A su regreso de Managua, Kerry se mostró partidario de poner fin al apoyo estadounidense a la resistencia conocida como los "Contras". La Cámara de Representantes siguió su recomendación y rechazó un paquete de ayuda de US$14 millones para los Contras. Al día siguiente, Ortega voló a Moscú para obtener US$200 millones en ayuda del Kremlin. En junio de 2009, Kerry nuevamente intercedió por el lado oscuro y equivocado de la historia. En este caso respaldó el intento de Manuel Zelaya en Honduras de prolongar ilegalmente su mandato presidencial violando la constitución del país.

Ahora bien, como soy un optimista incurable, tal como en el clásico de La Caperucita, vislumbro un final feliz para el pueblo de Cuba. Como en el cuento de marras, estos dos lobos rojos que, como el lobo que devoró a la caperucita y a su abuelita, han devorado vidas, haciendas, cultura e historia de la nación cubana terminarán ahogados por el peso de las piedras de sus injusticias en su propio charco de inmundicias. Su gemelo ideológico, compañero en la mentira y último asidero para aferrase al poder que es Barack Obama tiene los días contados--exactamente 615 días--y ellos también.

*Color marrón rojizo que se obtiene del saco de tinta del pez sepia

Alfredo M. Cepero
alfredocepero@bellsouth.net
@AlfredoCepero

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lunes, 17 de noviembre de 2014

ALFREDO M. CEPERO, LA PERRETA DE OBAMA Y LA TAREA REPUBLICANA.

ALFREDO M. CEPERO
De lo que no me cabe duda alguna es de que esta guerra entre el Congreso republicano y la Casa Blanca demócrata continuará por los dos años que le quedan a Obama en la presidencia.

El pasado 4 de noviembre Barack Obama recibió una soberana pateadura por parte de un pueblo norteamericano que ya no presta atención a su retórica populista porque está cansado de su izquierda vitriólica, de sus mentiras y de su incapacidad para gobernar. Los republicanos ganaron 7 escaños en el Senado, 12 en la Cámara de Representantes y ahora controlan 30 de las 50 gobernaciones del país pero no merecían ganar porque no presentaron una alternativa creíble y viable al desastre que ha sido la presidencia de Obama. Se limitaron a capitalizar los bajos niveles de popularidad del presidente y les salió bien la rudimentaria estrategia.

Los demócratas, por su parte, perdieron y merecieron perder porque les fallaron a los negros, a los hispanos y a los jóvenes, tres bloques de votantes que los favorecieron en las campañas presidenciales de 2008 y 2012. Para mayor desprestigio del Partido Demócrata, su ritornelo de "guerra contra las mujeres" por parte de los republicanos ha perdido credibilidad y fuerza para estimular al voto femenino.

Pero, como tantas veces ha dicho el propio Mesías cuando ha sido favorecido en las urnas, las elecciones tienen consecuencias y los republicanos controlan ahora las dos cámaras del Congreso. Esto constituye dos tercios del poder de aprobar y sancionar leyes según el sabio instrumento creado por Madison, Franklin, Jefferson y los demás redactores de la constitución norteamericana. El pueblo de los Estados Unidos optó por un gobierno dividido y ninguno de los dos bandos podrá gobernar a la brava como lo hicieron los demócratas en los primeros dos años de Obama.

Si los líderes de ambos partidos tuvieran suficiente vergüenza, que han dado pruebas de no tenerla, para cumplir con el mandato de los electores de garantizar la seguridad nacional y mejorar las condiciones de vida del pueblo norteamericano trabajarían juntos. Pero las primeras declaraciones posteriores a las elecciones desde ambas orillas de este río revuelto de la política norteamericana no nos dan motivo alguno para el optimismo.

Por el contrario, el balbuceo de Obama al día siguiente de las elecciones fue al mismo tiempo una renuencia a aceptar con elegancia la derrota y una declaración de guerra. Montó una perreta y se limitó a decir que los republicanos habían tenido "una buena noche" y que "escucharía sus proyectos" pero no ofreció idea alguna sobre sus propios planes. Para calentar aún más la discordia, los amenazó con dictar un decreto legalizando a centenares de miles de inmigrantes ilegales antes de que el nuevo Congreso tomara posesión.

Primero utilizaría su arma favorita del decreto en un reto flagrante al poder constitucional del Congreso de dictar leyes, sobre todo en el tema de inmigración. Después hablaría con sus adversarios republicanos sobre proyectos futuros. Todo esto en boca de un autoproclamado abogado constitucionalista devenido en pendenciero de barrio al estilo de sus mentores políticos de Chicago.

Los republicanos, por otra parte, aunque no fueron tan lejos, no se quedaron atrás. El siempre pausado senador republicano Mitch McConnell, a punto de tomar posesión de Presidente de la Mayoría en el Senado, dijo que si Obama daba el paso de legalizar por decreto a los ilegales estaría contaminando las aguas de cualquier colaboración entre ambos partidos. Y en una metáfora taurina agregó: "Sería como esgrimir un pañuelo rojo frente a un toro bravío".

Por su parte, John Boehner, el republicano que preside la Cámara de Representantes, elevó el nivel de la confrontación. Dijo, y estoy parafraseando, que si el presidente daba ese paso podía olvidarse de que el nuevo Congreso aprobara ley alguna sobre inmigración en los próximos dos años. El hecho es que en esta confrontación entre fanáticos ideológicos los mayores perdedores han sido los inmigrantes. Y si tuvieran sentido común, en vez de militancia ciega y lealtad perruna, con perdón de los perros, les pasarían la cuenta a los intransigentes de ambos partidos.

De lo que no me cabe duda alguna es de que esta guerra entre el Congreso republicano y la Casa Blanca demócrata continuará por los dos años que le quedan a Obama en la presidencia. Que el presidente está provocando a propósito a los republicanos con la esperanza de que éstos traten de someterlo a un juicio político (impeachment). Un Obama convertido en víctima desviaría la atención de los múltiples fracasos de su gestión presidencial. Es el recurso de los fracasados y los desesperados.

Por eso ni McConnell ni Boehner muestran inclinación alguna por este procedimiento y parecen inclinados a retar a Obama con la disciplina de un franco tirador que rehúye las ráfagas y neutraliza a sus enemigos bala por bala. Su arsenal incluye más de 380 leyes aprobadas por la Cámara de Representantes republicana que fueron engavetas por el demócrata Harry Reid en el Senado evitando que llegaran a la Casa Blanca. Ahora, los republicanos se las enviarán una por una para que Obama las apruebe o las vete. Sin Reid se le acabó la inmunidad. El pueblo sabrá ahora quién es el verdadero obstruccionista.

Pero no todo es color de rosa para el partido del elefante. Ahora tienen poder y no pueden seguir reclamando impotencia ante los desafueros jurídicos y los ardides políticos del presidente. Hay numerosas asignaturas pendientes cuya aplicación no puede ser aplazada y muchas de ellas cuentan con el apoyo de muchos demócratas en ambas cámaras. Tiene que parar la invasión demográfica garantizando la seguridad en las fronteras. Los israelíes demostraron que las cercas funcionan con la que construyeron entre Israel y Gaza. Tienen que dar pasos firmes hacia la independencia energética comenzando con la aprobación del oleoducto de Keystone. Basta ya de poner la seguridad de los Estados Unidos en manos de enemigos que financian a terroristas con el dinero del petróleo que le venden a Washington.

Tienen asimismo que promover la creación de empleos bien remunerados, no las miserias de empleos a tiempo parcial de Obama, reduciendo el impuesto sobre repatriación de utilidades, y hasta dando un período de gracia, a compañías norteamericanas con operaciones en ultramar. Tienen que encaminarse sin dilación ni descanso hacia la hasta ahora elusiva meta de una Enmienda sobre Presupuesto Balanceado. Cuando Obama salga de la Casa Blanca dejará atrás una deuda nacional superior a los 20 MILLONES DE MILLONES (trillones en inglés) de dólares. Sería indigno e inmoral no tratar de aliviar esa carga a nuestros hijos y nietos.

Y tan importante como los puntos anteriores es la restauración de los Estados Unidos como primera potencia del mundo. Una potencia que disfrute de la confianza de sus aliados y sea temida por sus adversarios. Para ello es importante reponer los fondos que le fueron retirados al Pentágono y emplazar de nuevo proyectiles con cargas nucleares en Europa apuntando a la cabeza de facinerosos como Vladimir Putin. El respeto, como la libertad, no se mendiga sino se conquista con el poderío militar y, de ser necesario, el uso de la fuerza. Como se demostró con Gadafi y con Hussein, la fuerza es el único lenguaje que entienden los rufianes.

En conclusión, con las victorias electorales vienen las responsabilidades políticas. En los próximos dos años los republicanos tienen la responsabilidad de demostrar con hechos, no con retóricas ideológicas, que son capaces de adelantar fórmulas y planes de gobierno que beneficien al pueblo norteamericano. Si no lo hacen , corren el alto riesgo de perder escaños en el Congreso en el 2016 y, peor aún, extender una alfombra roja a Hillary Clinton para que gane la Casa Blanca y termine de implantar la agenda populista de su socio Barack Obama con el Obamacare como buque bandera.

Alfredo Cepero
alfredocepero@bellsouth.net
@AlfredoCepero

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domingo, 19 de octubre de 2014

ALFREDO M. CEPERO, SE GANA EL SENADO O SE PIERDE AMÉRICA, CASO ESTADOS UNIDOS, ELECCIONES PARA EL SENADO

Lo que está en juego es nada menos que el destino de los Estados Unidos como primera potencia militar, factor de estabilidad en el mundo y motor de la economía mundial.

REPUBLICANOS VS DEMOCRATAS
En menos de tres semanas tendrá lugar una batalla gigantesca por el control del senado de los Estados Unidos. Los demócratas disfrutan en este momento de una mayoría de 55 a 45 sobre los republicanos. Sin embargo, los republicanos llegan a esta batalla con un favorable mapa electoral para las parciales de 2014, pues necesitan solamente una ganancia neta de seis escaños para lograr el control de la Cámara Alta. Los demócratas tienen que ir a la reelección o dejan vacantes escaños senatoriales en siete estados que fueron ganados por Mitt Romney en las elecciones presidenciales de 2012 (Alaska, Arkansas, Luisiana, Montana, Carolina del Norte, Dakota del Sur y Virginia Occidental).

En caso de que los republicanos sean capaces de ganar todas esas contiendas, además de reelegir a sus actuales senadores y ganar escaños vacantes en estados tradicionalmente conservadores, lograrían una mayoría de 53 a 47 sobre los demócratas en el Senado. Afortunadamente para el partido del elefante, hay muy pocos escaños republicanos en peligro de cambiar de manos.

En Georgia, el senador republicano Saxby Chamblis ha decidido no aspirar a la reelección. Pero, a pesar de ser un estado conservador, la contienda es muy apretada con el republicano David Purdue superando por solo 3 por ciento a la demócrata Michelle Nunn, hija del influyente ex- senador Sam Nunn. En Kentucky, el veterano Mitch McConnell, actual líder de la minoría republicana en el Senado, supera a su retadora demócrata, Alison Grimes, por sólo 3 puntos porcentuales. Finalmente, en Kansas, el republicano aspirante a la reelección, Pat Roberts, aventaja al independiente Greg Orman únicamente por 2 puntos porcentuales. Sin embargo, tanto McConell como Roberts han estado ganando terreno en los últimos tres días. Todas estas cifras han sido proporcionadas por la prestigiosa encuestadora Real Clear Politics.

Pero, además de las estadísticas, es importante tomar en cuenta la calidad de los aspirantes republicanos. La mayoría de ellos muestran conocimiento y seguridad a la hora de abordar temas de crecimiento económico como la reforma tributaria y la reducción de regulaciones gubernamentales. Han sido igualmente efectivos en sus propuestas para reducir gastos excesivos, sustituir el plan de salud de Obamacare y promover políticas energéticas como la construcción del oleoducto de Keystone. Y, si tenemos en cuenta que entre estos candidatos hay cuatro veteranos de las fuerzas armadas, no hay duda alguna de que serán capaces de presentar programas encaminados al fortalecimiento de una defensa nacional que ha sido debilitada por la ideología, la cobardía y la incapacidad de Barack Obama. Este tema ha ganado importancia en los últimos cuatro meses con la arremetida de los bárbaros de ISIS contra comunidades religiosas cristianas en Siria e Irak.

La confluencia de estos factores ha contribuido a desplazar el favor de la opinión pública nacional hacia los republicanos. En una encuesta de la empresa Gallup del pasado 7 de septiembre, los norteamericanos, por un margen de 49 a 40, opinaron que los republicanos harían un trabajo mejor que los demócratas en lo referente a la prosperidad nacional. Esto es un punto por encima de una encuesta sobre el mismo tema durante las parciales del 2010, donde los demócratas recibieron una paliza a manos de los republicanos.

Volviendo a la encuesta Gallup de este 7 de septiembre, los norteamericanos, por un margen de 55 a 32, opinaron que los republicanos harían un trabajo mejor que los demócratas en la protección del país contra el terrorismo y las amenazas militares. Esta es una mejoría de 10 puntos por encima de la encuesta sobre el mismo tema antes de las parciales de 2010. Para los demócratas, el panorama es tan tenebroso que numerosos eruditos en asuntos electorales vaticinan que los republicanos tienen el 70 por ciento de probabilidades de ganar en tres semanas el control del Senado.

Pero quizás las cifras que mantienen despierto a Obama porque son un puñal en su corazón narcisista son sus bajos niveles de popularidad personal. Según Real Clear Politics, su nivel de popularidad a nivel nacional es de 41 por ciento, el más bajo de su presidencia. Pero lo peor es que esta impopularidad del presidente se traduce en una reducción de respaldo para los aspirantes demócratas en estas parciales de 2014. Sobre todo cuando tenemos en cuenta los bajos niveles de popularidad de Obama en muchos de los estados donde los aspirantes demócratas se muestran más vulnerables. Según ha admitido el mismo presidente, él no estará en las boletas pero sus políticas si lo estarán. Por lo tanto, no quepa duda alguna de que los electores molestos con estas políticas castigarán a los candidatos demócratas.

Para complicar las cosas, la popularidad de Obama en los estados más vulnerables está muy por debajo de la que arrojan las encuestas a nivel nacional. En Alaska, Arkansas, Dakota del Sur, Virginia Occidental, Montana, Kentucky, Kansas y New Hampshire, la popularidad de Obama oscila entre el 24 por ciento en Virginia Occidental y el 36 por ciento en New Hampshire. Solamente en Colorado, Iowa y Carolina del Norte el presidente logra un nivel de aprobación de 40 por ciento. Según datos de los últimos 30 años, los candidatos del partido en el gobierno nunca han obtenido una votación que supere en más del 5 por ciento al nivel de aprobación de su hombre en la Casa Blanca en las parciales de su segundo período presidencial.

Estas cifras explican la renuencia de los candidatos demócratas a ser vistos con Barack Obama. Necesitan el dinero que les pueda recaudar el presidente para escalar la cuesta empinada de la falta de popularidad del mandatario pero no quieren verle la cara. Huyen hasta de su sombra como del ébola o de la peste bubónica. Algunos como Alison Grimes llegan al extremo de negarse a decir si votaron por él.

Los republicanos por su parte no pueden reducir su marcha ni bajar la guardia. Lo que está en juego es nada menos que el destino de los Estados Unidos como primera potencia militar, factor de estabilidad en el mundo y motor de la economía mundial. Se gana el Senado o se pierde América. Barack Obama, Harry Reid y Nancy Pelosi se encargaron de debilitarla en lo económico, dividirla en lo social y desprestigiarla en lo internacional. Ya nadie la admira, la respeta, ni la teme. Y es siempre un peligro ser próspero y no ser temido.

Harry Reid, con su "veto de facto", le dio al presidente el pretexto para acusar al Congreso de obstruccionista a pesar de que la Cámara Baja en control republicano aprobó 200 proyectos de ley solamente en el 2013. Todos murieron al llegar al Senado ante la negativa de Reid de someterlos a votación. Entre ellos, asuntos que habrían sido aprobados en forma bipartidista como el oleoducto de Keystone y sanciones más enérgicas contra los fanáticos clérigos iraníes.

Al mismo tiempo, Reid le dio a Obama la oportunidad de lograr la aprobación de sus nombramientos más controversiales por un Senado que redujo de 60 a 51 votos la posibilidad de detener cualquier objeción por parte de la minoría (filibuster), en lo que fue calificada como la "opción nuclear". Y lo peor, le dio la excusa de gobernar por decreto a la manera del rey de una monarquía constitucional.

Por desgracia, todavía nos queda la amenaza de que, en la legislatura entre las elecciones de noviembre y la toma de posesión de los nuevos senadores, Obama tenga la osadía de someter el nombre de su compañero de fechorías, Eric Holder, como candidato a magistrado del Tribunal Supremo de Justicia. Un regalo de vitriolo de izquierda y de racismo que contaminaría el alto tribunal por los años de vida que puedan quedarle a éste ideólogo disfrazado de jurista.

Volviendo al panorama electoral, los republicanos disfrutan de ventaja en las contiendas de 8 escaños en manos de los demócratas en estos momentos. Tienen menos de tres semanas para consolidar sus ventajas. Una tarea que no será fácil porque los demócratas están desesperados y con las arcas llenas del dinero que les ha recaudado Barack Obama. Necesitan extender sus ventajas en esta recta final y, para ello, no pueden darse el lujo de ser cautelosos, tímidos o indecisos.

Alfredo M. Cepero
alfredocepero@bellsouth.net      
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miércoles, 11 de junio de 2014

ALFREDO M. CEPERO, EL OCASO DE LA IZQUIERDA TOTALITARIA

Desde Alaska hasta la Tierra del Fuego cabalga el fantasma de una izquierda totalitaria en retirada porque ha perdido los argumentos que justifiquen su permanencia en el poder. Pero no debemos hacernos ilusiones, porque, aunque este ocaso podría prolongarse por un buen tiempo, no se trata de una desaparición total sino de un eclipse transitorio. 

En este sentido, no debemos olvidar que la izquierda totalitaria, como la mala hierba del marabú, tiene una increíble capacidad de renacer cuando los pueblos se olvidan de sus desmanes y caen de nuevo víctimas de su demagogia. El hombre es, como ya sabemos, "el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra". Ahí tenemos el ejemplo de Chile cayendo de nuevo en la hipnosis de la misma gente que estuvo una vez a punto de convertirla en una colonia del castrismo. Pero a esto volveremos más adelante.

Regresando al presente, el pasado fin de semana, gobernantes y viejos militantes del fundamentalismo zurdo, con la ausencia notoria de Raúl Castro y Nicolas Maduro, se dieron cita en San Salvador para festejar el ascenso a la presidencia de Salvador Sánchez Cerén, el cuarto ex guerrillero en llegar al poder en la América Hispana, después del nicaragüense Daniel Ortega, el uruguayo José Mujica y la brasileña Dilma Rousseff. Pero, teniendo en cuenta que los tiempos cambian, los pueblos se cansan y el poder desgasta, sobre todo cuando es abusado como lo hacen estos totalitarios de la izquierda, Sanchez Cerén, cuyo margen de victoria estuvo limitado a 6,000 sufragios, podría muy bien ser el último de estos guerrilleros presidentes.

La otra guerrillera, Dilma Rousseff, llego al poder con la ayuda del brujo del foro de Sao Paulo, Luis Inacio Lula Da Silva, padrino junto a los Castro de las mafias de izquierda totalitaria que han proliferado en el último medio siglo en la América Hispana. Pero un sondeo reciente mostró que la persistente preocupación por la inflación y un escándalo que involucra a la petrolera estatal Petrobras están afectando la popularidad de la presidenta. Un 37% de los encuestados dijo que si la elección se realizara hoy votarían por Rousseff. El porcentaje se compara con el 43,7% que tenía esa intención en febrero.

Al sur del gigante brasilero, el pulgarcito uruguayo sufre la ignorancia y la arrogancia de un ex guerrillero que defiende el matrimonio gay, la legalización de la marihuana y el aborto. Los compatriotas de José Mujica, gente con bien ganada fama de tolerantes y cultos, han expresado su indignación por la reunión que el presidente sostuvo en Nueva York con el multimillonario George Soros, aliado de Obama en la misión de subvertir los valores cristianos tradicionales de la sociedad norteamericana. Por ello, sus opositores han acusado a Mujica de convertir el Uruguay "en el conejillo de indias de un millonario".

El otro miembro del cuarteto guerrillero, el violador y borracho Daniel Ortega, cuya fuerza en las urnas se ha limitado tradicionalmente al 30 por ciento del electorado, confronta una crisis en dos frentes. En el primero, la alta probabilidad de que se terminen los regalos petroleros venezolanos que, entre el 2007 y el 2011, alcanzaron la cifra de casi 2,000 millones de dólares. Y en el segundo, la creciente incapacidad de Arnoldo Alemán para inclinar a favor de Ortega a los votantes y a los asambleístas de su partido.

En Ecuador, el histérico Rafael Correa trata de reformar la constitución por la puerta trasera del Poder Legislativo y sin consultar al pueblo. No le basta con sus tres períodos presidenciales. Está aterrado ante la pérdida de las alcaldías de Quito y Cuenca, así como el hecho de que la de Guayaquil continúe en manos de su némesis Jaime Nebot. Correa quiere establecer la reelección indefinida de todos los cargos de elección popular, e impedir lo que calificó de "una restauración conservadora".

En Bolivia, el incongruente Evo Morales confronta un panorama que comienza a vislumbrar problemas de mayor intensidad provocados incluso por sectores cercanos al Gobierno. La oposición es liderada por los gobernadores de Santa Cruz, Tarija y Beni, los alcaldes de seis de las nueve capitales y los diputados y senadores conservadores, con una propuesta de enfrentamiento radical al Gobierno y sus decisiones, al que califican de totalitario.

En la Argentina, los opositores al kirchnerismo parecen finalmente haberse puesto de acuerdo para salvar al país. Han creado un frente amplio que agrupa a ocho partidos opositores con el objeto recuperar la Casa Rosada en las elecciones del 2015, en las cuales Cristina Fernández no podrá aspirar a un tercer período. Por su parte, el oficialismo se ha visto debilitado por huelgas obreras convocadas por la Confederación General del Trabajo (CGT), por el sector antigubernamental de la Central de Trabajadores de Argentina (CTA) y por la CGT Azul y Blanca.

En Chile, Michelle Bachelet se ha quitado la careta y se dispone a poner en vigor medidas encaminadas a crear el estado parasitario, benefactor y derrochador propugnado por sus ídolos Salvador Allende y Fidel Castro. Con ello, es altamente probable que ponga fin a tres décadas de crecimiento acelerado que hicieron de Chile el país más próspero de América Latina. El tiro de gracia será la reforma tributaria que ha enviado al Congreso en la que se eleva la tasa impositiva de las empresas de 20% a 35%.

En Colombia, Juan Manuel Santos confronta la ominosa posibilidad de perder la segunda vuelta electoral frente al candidato del uribismo, Oscar Iván Zuluaga. Sus negociaciones desesperadas en La Habana para lograr una paz precaria con las Farc que salvara su debilitada candidatura le han resultado contraproducentes. Los colombianos han demostrado estar más preocupados en la educación, el empleo, la economía y la seguridad ciudadana que en la paz. Todo parece indicar que la paz es un tema prioritario en las áreas rurales pero no en las ciudades.

En Venezuela, el palo mayor del circo del Socialismo del Siglo XXI está en peligro de quebrarse no sólo por la pérdida del payaso mayor sino por el impacto del viento huracanado de una rebelión interna que no da señales de miedo ni de cansancio. Una encuesta interna del chavismo confirma la acelerada pérdida de capital político por la que atraviesa el régimen de Nicolás Maduro. Según los encuestados, el deterioro económico es uno de los mayores problemas que aflige a los venezolanos, con el 86.9 por ciento considerándolo de grave, y solo un 3.4 por ciento asegurando que no es así.

En los Estados Unidos, una encuesta del Washington Post y ABC News muestra que la popularidad de Barack Obama ha disminuido a los niveles más bajos de su presidencia. De acuerdo al sondeo, Obama cuenta sólo con el 41 % de aprobación de los electores. Sin embargo, sus dos talones de Aquiles son el Obamacare--rechazado por el 59 por ciento de los norteamericanos-- y la crisis del Departamento de Asuntos de Veteranos, cuyas consecuencias adversas podrían causar daños considerables a los candidatos demócratas en las elecciones del 2014 y el 2016. Lo peor para los demócratas es que, a diferencia de otros escándalos, estos dos trascienden cualquier retórica política y no pueden ser atribuidos a rencillas partidistas. La realidad inocultable es que ambos impactan en forma negativa la vida de todos y cada uno de los ciudadanos.

He dejado a propósito para el final a los parásitos cubanos del petróleo venezolano que ahora miran hacia Washington como su última tabla de salvación. Ante la muy probable desaparición del régimen de Maduro y la pérdida de poder de un Obama asediado por los escándalos los Castro se han quedado sin las fuentes de financiamiento externo que les han servido hasta ahora para mantenerse en el poder. Su única alternativa parece ser regresar a la represión y el terror de sus primeros años. Pero, como dije al principio de este artículo, los tiempos cambian, los pueblos se cansan y el poder desgasta. Y, a pesar de nuestra docilidad de medio siglo, los déspotas podrían llevarse una sorpresa.

Alfredo Cepero
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sábado, 9 de noviembre de 2013

ALFREDO M. CEPERO, EL ECLIPSE DE LA IZQUIERDA NORTEAMERICANA.

"El gobierno no es la solución a nuestros problemas, el gobierno es el problema", Ronald Wilson Reagan.

A lo largo de todo un siglo el Partido Demócrata ha operado bajo la premisa de que el gobierno es la solución de todos los problemas que aquejan a la sociedad norteamericana. Los dos exponentes principales de esa política fueron los presidentes Franklin Delano Roosevelt, en 1933, y Lyndon Baines Johnson, en 1964. El primero fue salvado de su paternalismo estatista por una economía de guerra que demandaba la producción masiva de armamentos capaces de derrotar al eje nazi-fascista. El segundo puso en marcha programas como los de la Gran Sociedad y la Guerra contra la Pobreza que quebraron el erario público y terminaron en rotundos fracasos.

El caso de Johnson merece especial mención. La piedra angular de la Guerra contra la Pobreza fue la Ley de Oportunidad Económica de 1964, el costo de cuyos programas asciende en la actualidad al 70 por ciento anual de todos los programas de asistencia pública. Cincuenta años y 15 MILLONES DE MILLONES más tarde, la pobreza le ha ganado la guerra a los estrategas que trataron de derrotarla con fondos públicos y sin el compromiso de quienes serían los principales beneficiarios de una victoria, los pobres norteamericanos. En la fecha en que fue puesta en vigor la Guerra contra la Pobreza, el nivel de pobreza en los Estados Unidos era del 14 por ciento. En la actualidad supera el 16 por ciento.

A pesar de sus buenas intenciones estos programas promueven una actitud de holgazanería y dependencia entre los ciudadanos necesitados. En el ancestral conflicto entre "seguridad en sí mismo" (self reliance) y "dependencia del estado" (free lunch) gana la segunda cuando el ciudadano antepone la seguridad a la libertad. Sin lugar a duda, el "free lunch" es la esencia de la izquierda moderna en los Estados Unidos. Y en la época de Obama esa izquierda ha procedido a extender sus beneficios a los mamo gramas gratuitos, la salud preventiva gratuita y hasta los anti conceptivos gratuitos para gente promiscua que rehúsa asumir la responsabilidad de sus actos.

En realidad, con su programa de la Gran Sociedad como alivio a la pobreza, Johnson prácticamente destruyó a la familia negra norteamericana. El gobierno sustituyó al padre como la figura obligada a mantener a su familia. ¿Qué incentivo tiene un hombre de asumir sus responsabilidades cuando el gobierno está dispuesto a asumirlas en su lugar?

En los años que siguieron a Johnson el Partido Demócrata vio frustradas sus aspiraciones a la Casa Blanca con la postulación de candidatos de extrema izquierda como Hubert Humphrey, George McGovern, Walter Mondale y Michael Dukakis. Fue necesario el escándalo de Watergate y la propaganda corrosiva de la prensa de izquierda contra el Partido Republicano para que se colara en la Casa Blanca un anodino gobernador populista llamado Jimmy Carter, de quién muchos se burlaban preguntando "¿Jimmy Who?"

Este estrafalario personaje, que 33 años después de abandonar la Casa Blanca sigue hablando tonterías en un esfuerzo infructuoso por mejorar la imagen de su deplorable legado, fue el peor presidente norteamericano del siglo XX. Sus estadísticas de 16 por ciento de inflación, 22 por ciento de tasas de interés y 70 por ciento de tasas marginales de impuestos lo convirtieron en una figura detestada hasta por aquellos ciudadanos que él se propuso beneficiar.

Sabemos, sin embargo, que toda regla tiene excepciones y, en el Partido Demócrata, esa excepción se llama Bill Clinton. Aunque moralmente despreciable y éticamente corrupto Bill Clinton es un brillante político. Como diría una dama que atiende a mi suegra centenaria, Bill Clinton es un tigre con diferentes rayas. No es un ideólogo que, a la manera de Obama, impone su ideología personal contra viento y marea sin importarle los perjuicios a sus gobernados, sino un pragmático que negoció con sus adversarios para lograr el bien común de todos aquellos a quienes representaba como presidente, ya fueran demócratas o republicanos. Después de tomar la temperatura del electorado norteamericano se dio cuenta de que la izquierda de su partido estaba en bancarrota y se movió hacia el centro del camino.

Fue entonces cuando optó por negociar con una Cámara de Representantes bajo la presidencia del republicano Newt Gingrich. Ambos decidieron continuar los estímulos económicos iniciados bajo dos previas administraciones republicanas y prolongaron el mayor período de prosperidad económica del Siglo XX. Fue Bill Clinton, no un republicano, quien dijo: "Se acabo la época del gobierno gigantesco y quienes quieran beneficios de desempleo tienen que demostrar que están buscando trabajo". Barack Obama, con su arrogancia de gobernar por decreto, echó abajo el requisito del empleo y abrió las compuertas de una represa que proporciona beneficios de desempleo sin el requisito de buscar trabajo.

Y así llegamos a la era de Obama y al eclipse de la izquierda en la política norteamericana. Este señor no vino a gobernar para beneficio de todos sino a imponer a cualquier precio su ideología de izquierda sobre todos sus gobernados. Como Fidel Castro y Hugo Chávez lo dijo aún antes de alcanzar el poder: "Mi objetivo es una 'transformación radical' de la sociedad norteamericana". Como en los casos de Castro y Chávez sus conciudadanos no lo creyeron y pagarán un alto precio que se prolongará por muchos años.

Esa "transformación radical" es ilustrada en toda su magnitud por la Ley de Salud Asequible bautizada por el pueblo como Obamacare. Disfrazada bajo el manto compasivo de protección a los desamparados, el objetivo de esta ley no es la salud del pueblo norteamericano sino el control del gobierno sobre ese pueblo. A través de ella, el gobierno se arroga el poder de tomar decisiones sobre el 16 por ciento de la economía norteamericana. Ronald Reagan, cuando todavía no había hecho la transición del Partido Demócrata al Partido Republicano, advirtió sobre el peligro con estas palabras: "Uno de los métodos tradicionales de imponer el estatismo o el socialismo sobre un pueblo ha sido por la vía de la medicina. Resulta muy fácil presentar programas médicos como proyectos humanitarios".

Por eso en sus primeros dos años de gobierno, cuando tenía el control absoluto de las dos cámaras del Congreso y de la Casa Blanca, Obama ignoró los apremiantes problemas económicos y concentro su inmenso poder político en imponer su Obamacare. Su objetivo primordial era hacer realidad lo que ha sido el "cáliz sagrado" de la izquierda demócrata durante el último siglo: un programa de salud universal pagado por medio de la redistribución del ingreso de los ricos a los pobres.

Ahora bien, ponerlo en marcha ha demostrado ser más difícil de lo que esperaban Obama y sus alabarderos Harry Reid y Nancy Pelosi. Sus supuestos beneficiarios han descubierto que detrás de las falsas promesas había realidades como el aumento de las primas y de los deducibles, al igual que la creación de nuevos impuestos, así como la reducción de sus beneficios y hasta probabilidades de empleo. Todo parece indicar que se cumple el consabido refrán de: "there is no free lunch" (no hay almuerzo gratuito).

Hemos visto además en los últimos días que el Obamacare es un programa minado por errores y conflictos que son consecuencia de la premura y la ineptitud de quienes tenían que hacerlo funcionar. Si a ello agregamos las revelaciones de las mentiras del presidente para venderlo, podemos concluir sin temor a exagerar que Obama se ha gastado no sólo una gran parte de su capital político sino del capital político de su propio partido. Si los republicanos no cometen alguna soberana estupidez, los demócratas van a estar alejados de la Casa Blanca por un buen rato. Porque la historia demuestra que, como la virginidad de una doncella, la credibilidad de un político y, por ende, de un partido son virtudes que una vez perdidas son de difícil recuperación.

En cuanto al inefable Presidente Obama, podría ser candidato a compartir con Jimmy Carter no solo un inmerecido Premio Nobel de la Paz sino el estigma de haber sido uno de los peores presidentes de los Estados Unidos.

@AlfredoCepero

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