ALFREDO M. CEPERO |
De
lo que no me cabe duda alguna es de que esta guerra entre el Congreso
republicano y la Casa Blanca demócrata continuará por los dos años que le
quedan a Obama en la presidencia.
El
pasado 4 de noviembre Barack Obama recibió una soberana pateadura por parte de
un pueblo norteamericano que ya no presta atención a su retórica populista
porque está cansado de su izquierda vitriólica, de sus mentiras y de su
incapacidad para gobernar. Los republicanos ganaron 7 escaños en el Senado, 12
en la Cámara de Representantes y ahora controlan 30 de las 50 gobernaciones del
país pero no merecían ganar porque no presentaron una alternativa creíble y
viable al desastre que ha sido la presidencia de Obama. Se limitaron a
capitalizar los bajos niveles de popularidad del presidente y les salió bien la
rudimentaria estrategia.
Los
demócratas, por su parte, perdieron y merecieron perder porque les fallaron a
los negros, a los hispanos y a los jóvenes, tres bloques de votantes que los
favorecieron en las campañas presidenciales de 2008 y 2012. Para mayor
desprestigio del Partido Demócrata, su ritornelo de "guerra contra las
mujeres" por parte de los republicanos ha perdido credibilidad y fuerza
para estimular al voto femenino.
Pero,
como tantas veces ha dicho el propio Mesías cuando ha sido favorecido en las
urnas, las elecciones tienen consecuencias y los republicanos controlan ahora
las dos cámaras del Congreso. Esto constituye dos tercios del poder de aprobar
y sancionar leyes según el sabio instrumento creado por Madison, Franklin,
Jefferson y los demás redactores de la constitución norteamericana. El pueblo
de los Estados Unidos optó por un gobierno dividido y ninguno de los dos bandos
podrá gobernar a la brava como lo hicieron los demócratas en los primeros dos
años de Obama.
Si
los líderes de ambos partidos tuvieran suficiente vergüenza, que han dado
pruebas de no tenerla, para cumplir con el mandato de los electores de
garantizar la seguridad nacional y mejorar las condiciones de vida del pueblo
norteamericano trabajarían juntos. Pero las primeras declaraciones posteriores
a las elecciones desde ambas orillas de este río revuelto de la política
norteamericana no nos dan motivo alguno para el optimismo.
Por
el contrario, el balbuceo de Obama al día siguiente de las elecciones fue al
mismo tiempo una renuencia a aceptar con elegancia la derrota y una declaración
de guerra. Montó una perreta y se limitó a decir que los republicanos habían
tenido "una buena noche" y que "escucharía sus proyectos"
pero no ofreció idea alguna sobre sus propios planes. Para calentar aún más la
discordia, los amenazó con dictar un decreto legalizando a centenares de miles
de inmigrantes ilegales antes de que el nuevo Congreso tomara posesión.
Primero
utilizaría su arma favorita del decreto en un reto flagrante al poder
constitucional del Congreso de dictar leyes, sobre todo en el tema de
inmigración. Después hablaría con sus adversarios republicanos sobre proyectos
futuros. Todo esto en boca de un autoproclamado abogado constitucionalista
devenido en pendenciero de barrio al estilo de sus mentores políticos de
Chicago.
Los
republicanos, por otra parte, aunque no fueron tan lejos, no se quedaron atrás.
El siempre pausado senador republicano Mitch McConnell, a punto de tomar
posesión de Presidente de la Mayoría en el Senado, dijo que si Obama daba el
paso de legalizar por decreto a los ilegales estaría contaminando las aguas de
cualquier colaboración entre ambos partidos. Y en una metáfora taurina agregó:
"Sería como esgrimir un pañuelo rojo frente a un toro bravío".
Por
su parte, John Boehner, el republicano que preside la Cámara de Representantes,
elevó el nivel de la confrontación. Dijo, y estoy parafraseando, que si el
presidente daba ese paso podía olvidarse de que el nuevo Congreso aprobara ley
alguna sobre inmigración en los próximos dos años. El hecho es que en esta
confrontación entre fanáticos ideológicos los mayores perdedores han sido los
inmigrantes. Y si tuvieran sentido común, en vez de militancia ciega y lealtad
perruna, con perdón de los perros, les pasarían la cuenta a los intransigentes
de ambos partidos.
De
lo que no me cabe duda alguna es de que esta guerra entre el Congreso
republicano y la Casa Blanca demócrata continuará por los dos años que le
quedan a Obama en la presidencia. Que el presidente está provocando a propósito
a los republicanos con la esperanza de que éstos traten de someterlo a un juicio
político (impeachment). Un Obama convertido en víctima desviaría la atención de
los múltiples fracasos de su gestión presidencial. Es el recurso de los
fracasados y los desesperados.
Por
eso ni McConnell ni Boehner muestran inclinación alguna por este procedimiento
y parecen inclinados a retar a Obama con la disciplina de un franco tirador que
rehúye las ráfagas y neutraliza a sus enemigos bala por bala. Su arsenal
incluye más de 380 leyes aprobadas por la Cámara de Representantes republicana
que fueron engavetas por el demócrata Harry Reid en el Senado evitando que
llegaran a la Casa Blanca. Ahora, los republicanos se las enviarán una por una
para que Obama las apruebe o las vete. Sin Reid se le acabó la inmunidad. El
pueblo sabrá ahora quién es el verdadero obstruccionista.
Pero
no todo es color de rosa para el partido del elefante. Ahora tienen poder y no
pueden seguir reclamando impotencia ante los desafueros jurídicos y los ardides
políticos del presidente. Hay numerosas asignaturas pendientes cuya aplicación
no puede ser aplazada y muchas de ellas cuentan con el apoyo de muchos
demócratas en ambas cámaras. Tiene que parar la invasión demográfica
garantizando la seguridad en las fronteras. Los israelíes demostraron que las
cercas funcionan con la que construyeron entre Israel y Gaza. Tienen que dar
pasos firmes hacia la independencia energética comenzando con la aprobación del
oleoducto de Keystone. Basta ya de poner la seguridad de los Estados Unidos en
manos de enemigos que financian a terroristas con el dinero del petróleo que le
venden a Washington.
Tienen
asimismo que promover la creación de empleos bien remunerados, no las miserias
de empleos a tiempo parcial de Obama, reduciendo el impuesto sobre repatriación
de utilidades, y hasta dando un período de gracia, a compañías norteamericanas
con operaciones en ultramar. Tienen que encaminarse sin dilación ni descanso
hacia la hasta ahora elusiva meta de una Enmienda sobre Presupuesto Balanceado.
Cuando Obama salga de la Casa Blanca dejará atrás una deuda nacional superior a
los 20 MILLONES DE MILLONES (trillones en inglés) de dólares. Sería indigno e
inmoral no tratar de aliviar esa carga a nuestros hijos y nietos.
Y
tan importante como los puntos anteriores es la restauración de los Estados
Unidos como primera potencia del mundo. Una potencia que disfrute de la
confianza de sus aliados y sea temida por sus adversarios. Para ello es
importante reponer los fondos que le fueron retirados al Pentágono y emplazar
de nuevo proyectiles con cargas nucleares en Europa apuntando a la cabeza de
facinerosos como Vladimir Putin. El respeto, como la libertad, no se mendiga
sino se conquista con el poderío militar y, de ser necesario, el uso de la
fuerza. Como se demostró con Gadafi y con Hussein, la fuerza es el único
lenguaje que entienden los rufianes.
En
conclusión, con las victorias electorales vienen las responsabilidades
políticas. En los próximos dos años los republicanos tienen la responsabilidad
de demostrar con hechos, no con retóricas ideológicas, que son capaces de
adelantar fórmulas y planes de gobierno que beneficien al pueblo
norteamericano. Si no lo hacen , corren el alto riesgo de perder escaños en el
Congreso en el 2016 y, peor aún, extender una alfombra roja a Hillary Clinton
para que gane la Casa Blanca y termine de implantar la agenda populista de su
socio Barack Obama con el Obamacare como buque bandera.
Alfredo
Cepero
alfredocepero@bellsouth.net
@AlfredoCepero
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