En
regímenes comunistas, aquel que no se parezca al poder del Estado y a su
versión arbitraria de la vida, no debe existir.
Será
sujeto convertido en enemigo del pueblo. Despreciable que no debe tener cabida.
Desterrado del mundo, pero también del cielo de la utopía sin sentido. Su única
posibilidad –permitida en la "revolución"– es a través de una
invisibilidad preservada sólo por el
anonimato, los murmullos, el silencio o la mordaza.
Una
existencia que habrá de equipararlo con la condición de un fantasma sin
territorio, pero temido y perseguido por la filosa guadaña del poder.
Mucho
más, si es obligado a convertirse de líder de la oposición a líder de la
resistencia. Inflexión última, que da por sepultada a la política, al aniquilar
la precaria opción electoral con el fraude sistemático.
Eso,
de existir todavía una parcial y agónica democracia. Aunque la clandestinidad
expone a riesgo, mucho más al líder rebelde, transformándolo en presa de caza,
que después los siniestros servicios de
inteligencia habrán de intentar atrapar como trofeo de guerra.
Quien
opone inteligencia política a la avanzada del régimen comunista, no acepta la
realidad falsa e impuesta, sobre la cierta y descarnada, aquella que discurre
en cotidianidad insufrible. Largas colas que no conducen a ninguna solución o
salida, es la dura metáfora del colectivismo borreguil que aplasta y niega al
individuo.
Frente
a la existencia y resistencia del ser rebelde, el régimen comunista determina
eliminarlo a través de un proceso pertinaz, al buscar con ello, complicidad de
una buena parte de las mayorías, y aun, de familiares y afectos de éste.
Al
no ser posible destruir políticamente al hombre rebelde, la dictadura planifica
su destrucción moral y existencial, para luego ir por su existencia física.
No
para reducirlo a cadáver, sino a olvido. Espectro que no deberá vagar, en
ninguna memoria. Degradado o pulverizado
a nada, el asesinato del rebelde es legitimado en nombre de la revolución. Esa
luz tísica y arrugada que aman algunos. Esa que se ha instalado en Venezuela,
queriendo devorar la incandescente luz solar que la alimenta.
María
Corina Machado, Henrique Capriles y Leopoldo López, han sido estigmatizados por
la dictadura cubana como "El triángulo del mal". Ya no sólo fueron
condenados por los medios públicos del Estado venezolano, también por el uso
impúdico de la vía pública, donde transeúntes se detienen con curiosidad y
pasmoso asombro.
Esa
sentencia de muerte es reconocimiento de la impotencia de la
"revolución", ante la arrolladora fuerza de la rebelión representada
por estas tres personas, por estos tres líderes.
En
la crisis política de Venezuela, ha emergido una fe de voluntad y determinación
que ha superado la tradicional concepción social demócrata y revolucionaria de
hacer política.
La
esperanza quiere que este hallazgo prenda en toda la nación como bravo huracán,
y desactive la imposibilidad y el miedo. Pero sin aventuras militares con
torvos grupos económicos a la sombra.
Ya
los errores políticos han alcanzado su ola más alta.
El
pueblo más pobre ha sido sumido en la degradación.
La
revolución bolivariana, vencida ante la aparición de esta nueva capacidad de
hacer política, ha inducido –y sugerido– la ejecución del crimen físico de
estos tres líderes de la oposición. Sin embargo, así persista en su macabro
intento, el artífice revolucionario no alcanzará jamás la estatura espiritual
del hombre rebelde.
En
esta fase criminal, los instructores de La Habana parecieran propiciar el
crimen indirecto, al delegar esa función a un impotente y desesperado, que no
haya cómo existir en medio de las penurias y el desamparo social. Más aún, al
saberlo necesitado de un culpable donde descargar frustración e ira represada.
Porque sólo un culpable puede redimir al hambriento, sediento y sin luz, en la
medida en que éste encuentra la posibilidad de encarnar al justiciero social,
al héroe predilecto de la "revolución".
Héroe
que la "revolución" cataloga como representación fiel del verdadero
revolucionario. Ese resentido y lleno de odio que traza su existencia en actos
delictivos y criminales. Ya el Che Guevara lo había escrito: El verdadero
revolucionario debe convertirse en una máquina fría, selectiva de matar.
Aunque
la revolución bolivariana no es selectiva ni estética, y prefiera el asesinato
sin belleza. Mucho más cuando su fundador enalteció, desde el discurso
histérico y procaz, la conducta gangsteril como la más perfecta conducta
revolucionaria.
La
acción maquiavélica y criminal, propiciada por el gobierno títere de La Habana,
pretende no sólo matar a María Corina Machado, a Henrique Capriles y a Leopoldo
López, sino, por igual, ejecutar un crimen de proporciones masivas,
equiparables al holocausto, al pretender asesinar a través de ellos, a más de
diez millones de personas, a quienes estos tres líderes de la nueva política
venezolana, representan con dignidad y valor.
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