jueves, 21 de noviembre de 2013

EDILIO PEÑA, LA FRÍA MÁQUINA DE MATAR

En regímenes comunistas, aquel que no se parezca al poder del Estado y a su versión arbitraria de la vida, no debe existir.

Será sujeto convertido en enemigo del pueblo. Despreciable que no debe tener cabida. Desterrado del mundo, pero también del cielo de la utopía sin sentido. Su única posibilidad –permitida en la "revolución"– es a través de una invisibilidad preservada  sólo por el anonimato, los murmullos, el silencio o la mordaza.

Una existencia que habrá de equipararlo con la condición de un fantasma sin territorio, pero temido y perseguido por la filosa guadaña del poder.

Mucho más, si es obligado a convertirse de líder de la oposición a líder de la resistencia. Inflexión última, que da por sepultada a la política, al aniquilar la precaria opción electoral con el fraude sistemático.

Eso, de existir todavía una parcial y agónica democracia. Aunque la clandestinidad expone a riesgo, mucho más al líder rebelde, transformándolo en presa de caza, que después los  siniestros servicios de inteligencia habrán de intentar atrapar como trofeo de guerra.

Quien opone inteligencia política a la avanzada del régimen comunista, no acepta la realidad falsa e impuesta, sobre la cierta y descarnada, aquella que discurre en cotidianidad insufrible. Largas colas que no conducen a ninguna solución o salida, es la dura metáfora del colectivismo borreguil que aplasta y niega al individuo.

Frente a la existencia y resistencia del ser rebelde, el régimen comunista determina eliminarlo a través de un proceso pertinaz, al buscar con ello, complicidad de una buena parte de las mayorías, y aun, de familiares y afectos de éste.

Al no ser posible destruir políticamente al hombre rebelde, la dictadura planifica su destrucción moral y existencial, para luego ir por su existencia física.

No para reducirlo a cadáver, sino a olvido. Espectro que no deberá vagar, en ninguna memoria. Degradado  o pulverizado a nada, el asesinato del rebelde es legitimado en nombre de la revolución. Esa luz tísica y arrugada que aman algunos. Esa que se ha instalado en Venezuela, queriendo devorar la incandescente luz solar que la alimenta.


María Corina Machado, Henrique Capriles y Leopoldo López, han sido estigmatizados por la dictadura cubana como "El triángulo del mal". Ya no sólo fueron condenados por los medios públicos del Estado venezolano, también por el uso impúdico de la vía pública, donde transeúntes se detienen con curiosidad y pasmoso asombro.

Esa sentencia de muerte es reconocimiento de la impotencia de la "revolución", ante la arrolladora fuerza de la rebelión representada por estas tres personas, por estos tres líderes.

En la crisis política de Venezuela, ha emergido una fe de voluntad y determinación que ha superado la tradicional concepción social demócrata y revolucionaria de hacer política.

La esperanza quiere que este hallazgo prenda en toda la nación como bravo huracán, y desactive la imposibilidad y el miedo. Pero sin aventuras militares con torvos grupos económicos a la sombra.
Ya los errores políticos han alcanzado su ola más alta.

El pueblo más pobre ha sido sumido en la degradación.

La revolución bolivariana, vencida ante la aparición de esta nueva capacidad de hacer política, ha inducido –y sugerido– la ejecución del crimen físico de estos tres líderes de la oposición. Sin embargo, así persista en su macabro intento, el artífice revolucionario no alcanzará jamás la estatura espiritual del hombre rebelde.

En esta fase criminal, los instructores de La Habana parecieran propiciar el crimen indirecto, al delegar esa función a un impotente y desesperado, que no haya cómo existir en medio de las penurias y el desamparo social. Más aún, al saberlo necesitado de un culpable donde descargar frustración e ira represada. Porque sólo un culpable puede redimir al hambriento, sediento y sin luz, en la medida en que éste encuentra la posibilidad de encarnar al justiciero social, al héroe predilecto de la "revolución".

Héroe que la "revolución" cataloga como representación fiel del verdadero revolucionario. Ese resentido y lleno de odio que traza su existencia en actos delictivos y criminales. Ya el Che Guevara lo había escrito: El verdadero revolucionario debe convertirse en una máquina fría, selectiva de matar.

Aunque la revolución bolivariana no es selectiva ni estética, y prefiera el asesinato sin belleza. Mucho más cuando su fundador enalteció, desde el discurso histérico y procaz, la conducta gangsteril como la más perfecta conducta revolucionaria.

La acción maquiavélica y criminal, propiciada por el gobierno títere de La Habana, pretende no sólo matar a María Corina Machado, a Henrique Capriles y a Leopoldo López, sino, por igual, ejecutar un crimen de proporciones masivas, equiparables al holocausto, al pretender asesinar a través de ellos, a más de diez millones de personas, a quienes estos tres líderes de la nueva política venezolana, representan con dignidad y valor.

edilio2@yahoo.com
@edilio_p

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