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jueves, 2 de julio de 2015

CESAR YEGRES M., LA MAGIA DE LA PALABRA

“El lenguaje es poder. Impone la Verdad  en un momento dado”  Michelle Foucautl 
                                                                       
Para no ser diletante, es decir,  del disfrute sensorial del conocimiento y ser lo más profesional posible como dirigentes de la comunidad, hay que comenzar por el principio, como establecen las Escrituras: al principio fue el verbo. Lo que distingue al ser humano del resto de las criaturas es el pensamiento, la capacidad de abstracciones, especulaciones, analogías, análisis, vale decir, de esos ejercicios de racionalidad inherentes a la condición humana.
El pensamiento es posible porque existen las palabras. Los surrealistas decían: “El pensamiento se hace en la boca” Esos puentes expresivos nos permiten aprehender la realidad, describirla, interpretarla e influir sobre ella. Sin las palabras, los pensamientos serían unos desvalidos prisioneros del cerebro. Y son las palabras y el sistema de éstas, el lenguaje, el instrumento vital de trabajo de un político, de un dirigente, de todo aquel llamado a conducir en cualquier área de la actividad humana. Dominar la palabra, el discurso, lograr un mínimo de elocuencia de capacidad persuasiva, es la primera facultad que debe desarrollar un servidor público.
Así como no se entiende que un obrero no cuide sus herramientas de trabajo, del cual vive y obtiene su manutención, tampoco es concebible un político que no se esmere en mejorar cada día su discurso. La existencia del político se justifica por la palabra, vive para hablar y convencer, su escenario ideal es el Parlamento o cualquier espacio deliberante y no elude jamás el debate serio y constructivo. Política y silencio no compaginan, son  términos antinómicos.   
En estos primeros años del Siglo XXI, es la imagen la que ha consolidado su dominio, ella requiere de la palabra para no convertirse en trivialidad, para ser comprendida en sus más íntimas connotaciones y denotaciones. Por eso, a pesar de todo, no es la “tiranía de la imagen” sino una civilización “audiovisual”, lo que identifica a estos tiempos. La palabra no ha sido doblegada. Está allí, poderosa como siempre, ahora asociada con lo visual.
Nosotros los latinoamericanos, que por nuestros ancestros, somos rítmicos, musicales y cimbreantes. Como indígenas, reflexivos y pacientes. Y como hispanos, retóricos y buenos conversadores. No hay que olvidar que en el mundo azteca, antes de la llegada de Colon, se le otorgaba a la oratoria, es decir a la palabra, un lugar preponderante. A su Emperador se le distinguía con el calificativo de Venerado Orador. Igual sucedía en la cultura helénica, especialmente entre los atenienses, la palabra era vital. Una sociedad que todo lo discutía en Asamblea de Ciudadanos, de allí que era lógico la profusión de buenos oradores. No podemos olvidarnos del famoso discurso de Pericles: “Oración por los muertos de la guerra del Peloponeso” A Demóstenes, que siendo tartamudo, demostró que con un gran esfuerzo se puede llegar a ser un estupendo orador. Con sus Filípicas defendió a Atenas de las pretensiones expansionistas de Filipo II de Macedona, el padre de Alejandro Magno.
En el discurrir histórico, los lideres han logrado sus “auctoritas”, no por su capacidad de represión o compra de voluntades, sino en el prestigio y respetabilidad de su dominio de la palabra, de su capacidad para convencer.  

César Augusto Yegres Morales
caym343@hotmail.com


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domingo, 26 de octubre de 2014

ANTONIO SEMPRÚN, PALABRA DE LADRONES

Después de casi dieciséis años de desgobierno Venezuela es el reflejo de un país arruinado, como consecuencia de una administración ignorante y corrupta que lo único que ha sabido hacer  es buscar culpables para endosarle sus errores.

Quien se hizo del poder en el año 1.998 después de robarle la vida a más de cien venezolanos  usando las armas de la República, lo obtuvo  mintiendo  y engañando, fue la forma de timar a un pueblo que buscaba nuevos horizontes y mejor calidad de vida. La mentira ha sido usada por este régimen como el lubricante que ha creado esperanza en una población cada día más dependiente de las dádivas que les arroja el poder ejecutivo.

Expresiones como las pronunciadas por Chávez, “no importa si no tenemos para comer ni para vestirnos, lo que importa es la revolución”, la del ministro Ricardo Molina  ante la escasez de shampoo en el país, “pues si por la revolución tenemos que dejar de lavarnos el pelo, lo haremos”, o la de Rafael Ramírez, en relación a la aceptación de Venezuela como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, “es la muestra del amplio apoyo internacional a la revolución como promotora de la paz, de la justicia social y de los derechos”, reflejan que así como la inseguridad,  la mentira es una política de estado.

La jerga entre ladrones  solo busca complicidad  entre ellos,  atentos al descuido del otro para sacar provecho. Es el comportamiento de un régimen forajido integrado por ladrones que empeñaron su palabra de brindar desarrollo,  mejor futuro y una vida digna a los venezolanos quienes después de una década,  algunos  visten con harapos, otros buscan alimentos en los basureros y muchos deambulan entre farmacias y supermercados para poder sobrevivir.

La palabra de los ladrones es la argucia con la que buscan el bienestar propio sin importarle el malestar de una sociedad.  Solo el despertar del pueblo subyugado por la mentira de los delincuentes lo hará libre.

Coronel Antonio Semprun
coronelantoniosemprun@gmail.com
@antoniosemprun

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viernes, 20 de junio de 2014

ALEXIS MÁRQUEZ RODRÍGUEZ, LA PALABRA ABDICAR

Mucha gente se pregunta el sentido exacto del verbo “abdicar”, y su diferencia  con “renunciar”. También causa una natural curiosidad por qué “abdicar” se usa solo referido a los reyes y príncipes, mientras “renunciar” se emplea en todos los demás casos. ¿Por qué –me pregunta un querido amigo– el papa renuncia y el rey abdica?

Ambas palabras son de origen latino. “Abdicar” viene de “abdicare” en la lengua  de los romanos, y “renunciar” de “renunciare”. Sin embargo, en Latín “abdicar” tiene   muchos  más usos y significados que en Castellano.

Según el DRAE “abdicar” es, “Dicho de un rey o de un príncipe: Ceder su  soberanía o renunciar a ella (…)”.  A “renunciar” el DRAE lo define como “hacer dejación voluntaria, dimisión o apartamiento de algo que se tiene o se puede tener: ‘Renunciaré a mi libertad’”. Curiosamente, no se incluye aquí la “renuncia” a un cargo.

Como se ve, hay ya en estas definiciones una diferencia entre ambos verbos. La acción de “abdicar” se atribuye a los reyes o a los príncipes, mientras que la de “renunciar” se atribuye a cualquier persona. Es de advertir que de ambas palabras el DRAE registra otras acepciones, que nada tienen que ver con las mostradas en primer lugar. Aquí, por supuesto, me refiero solo a las arriba transcritas, que son las que por ahora me interesan.
   
Aunque los diccionarios no lo registran, en el caso de “abdicar” lo habitual es    que la “abdicación” se haga generalmente en favor de otra persona, casi siempre de un heredero u otro familiar muy cercano. Es decir, en su disposición de  “abdicar” el rey, si es el caso, señala quién deba sustituirlo. Según la información reciente, el  rey de España, don Juan Carlos, acaba de abdicar en favor de su hijo, el Príncipe de Asturias. En la realidad puede ocurrir que el abdicante no señale a favor de quién abdica, y entonces habría que aplicar algún otro medio legal para sustituirlo.

Estrictamente hablando no hay, desde el punto de vista del lenguaje, y probablemente también desde el punto de vista jurídico, aunque haya posibles  excepciones, motivos que impidan que un rey o un príncipe “renuncie” a su dignidad, sin emplear la palabra “abdicar”. El que se use esta en lugar de “renunciar” es una mera cuestión de uso o costumbre, que en materia de lenguaje tiene mucha importancia.

Gregorio Alexis Márquez Rodríguez.
grealemar@cantv.net

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sábado, 1 de marzo de 2014

ZENAIR BRITO CABALLERO, EN VENEZUELA SE DESCONOCE LA PALABRA TOLERANCIA


La tolerancia como virtud cívica y como valor ético sigue traspapelada en el ambiente político venezolano. Parece irrealizable lograr ese consenso mínimo, indispensable para que la aun llamada democracia funcione civilizadamente; la coexistencia pacífica, en medio de las diferencias,  sigue siendo una materia pendiente porque históricamente ha prevalecido la intolerancia como práctica política desfavorable y negativa.

De ahí han surgido los radicalismos y la larga  confrontación en estos 15 años de gobierno socialista-comunista. El diálogo constructivo entre contrarios no ha sido posible y parece que no bastan las miles de muertes y asesinatos para entender y aceptar que el único camino hacia la paz pasa por la tolerancia y el debate civilizado e ilustrado. La cultura de la paz sólo es posible en una sociedad tolerante, comprensiva y flexible, caracterizada por la diversidad ideológica y cultural.

Tolerar es aceptar la pluralidad en todos sus campos y expresiones. Es respetar las ideas, visiones, credos y prácticas de los demás, aunque difieran de los propios, siempre y cuando todas se ajusten a los principios, valores e instituciones sobre los cuales se sustenta una verdadera democracia y no un falso socialismo-comunismo.

La tolerancia, junto a la justicia, la libertad, la igualdad ante la ley, la participación ciudadana y la soberanía popular  son pilares sobre los que debe sostenerse todo régimen democrático pero no uno socialista-comunista como  dicen sus seguidores es el nuestro.

Obviamente no hay que confundir la tolerancia con la indiferencia ni con la permisividad ante posiciones o prácticas socialmente perjudiciales. La diversidad, la heterogeneidad, las diferencias y la pluralidad, son, desde todo punto de vista, enriquecedores y vitales porque generan interacciones, cambios, transformaciones y dinamizan los procesos sociales.

La homogeneidad absoluta no es posible y sería un freno al desarrollo. La tolerancia debería ser un compromiso de todos los venezolanos, de los ciudadanos afectos al régimen y los disidentes a él, de las comunidades y desde luego del Estado.

Venezuela es un país pluricultural, diverso y variado. Costeños, andinos, larenses, maracuchos, centrales, llaneros, guayaneses, orientales, margariteños, tenemos distintas maneras de actuar y de expresarnos y dentro de esa diversidad se dan también las diferentes visiones del mundo y de las cosas y a partir de ahí surgen las ideologías contrarias como algo consustancial a la verdadera democracia.

Es así en todo el mundo. Ninguna sociedad es homogénea. En Suecia por ejemplo, conviven en paz y armonía 8.5 millones de suecos nativos y un millón de exiliados e inmigrantes provenientes de los más variados países. Existen siete partidos políticos sólidamente establecidos, soportados en una amplísima gama ideológica que va desde la izquierda ortodoxa hasta la ultraderecha xenófoba. En los procesos electorales cada debate televisivo es una cátedra de tolerancia y de democracia.

En Venezuela, por desgracia, el gobierno socialista-comunista a los contrarios no les reconoce como adversarios políticos sino como enemigos irreconciliables y cada uno señala al otro como único responsable del problema. No se permite el disenso, la obstinación y el sectarismo es eliminar al contrario a costa de lo que sea.

La hostilidad se exacerba permanentemente y copa todos los escenarios donde deberían reinar el diálogo y la conversación constructiva. El insulto, el agravio y la ofensa marcan un estilo practicado desde hace 15años, afianzado por el verbo incendiario, burlesco, jocoso y permanente del Sr Maduro y sus acólitos en sus cadenas.

La discriminación se ha disparado también. Todas las censuras comienzan con expresiones descalificadoras a los disidentes al régimen; las críticas contra cualquier desempeño han estado siempre marcadas por el odio, la rabia, la envidia y hasta el color de piel. En un país cargado de rico mestizaje hay quienes se creen arios o caucásicos.

Tanta intolerancia atenta contra el derecho a la vida,  crispa los ánimos y acentúa la confrontación; las amenazas contra líderes populares, políticos, sindicalistas, periodistas son intensas. Muchos hombres y mujeres disidentes al socialismo-comunismo corren, en serio, el riesgo de ser liquidados por bandas criminales de ultraizquierda que, con nuevos nombres, anuncian que “tienen la orden de encarcelar o liquidar” a dirigentes contrarios y a miembros de organizaciones de mujeres y de defensores de derechos humanos; a todos los acusan de manejar un discurso de derecha y de criticar la  confiscación de tierras y al gobierno de su amadísimo presidente.

Mientras tanto, nosotros, usted y yo amigo lector los que no somos violentos, unamos voces de paz y de reconciliación a Dios y a Jesús Misericordioso, y soñemos con una Venezuela donde quepamos todos y donde prevalezcan la convivencia, la unidad, la paz, la solidaridad, la tolerancia y la justicia social. AMÉN.

britozenair@gmail.com
@zenairbrito

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sábado, 31 de agosto de 2013

LUIS VICENTE LEÓN, LA PRIMERA SÍLABA DE LA PALABRA VERGÜENZA

No piensen que me volví completamente loco y me destapé a insultar a la clase política de por estos lados. ¡Habrase visto semejante barbaridad! Sólo comparto con ustedes la opinión del deslenguado Arturo Pérez-Reverte, en su artículo “Padres de la Patria”, donde se refiere a los políticos españoles.

 “En un libro recientemente aparecido […] alguien ha tenido la escalofriante idea de reunir las frases notorias de esa chusma infame que responde al nombre colectivo de clase política. El libro, construido a base de anécdotas y personajes, empieza a leerse con un gesto divertido y una sonrisa en los labios, pero luego la sonrisa se transforma en mueca de angustia. Cielo santo, se dice uno. En manos de quiénes estamos. […] Lo que salta a la cara es una desabrida colección de ordinarieces y de ignorancia extrema. Una radiografía estremecedora de los incultos demagogos que mangonean este desgraciado lugar […] que no sólo no se avergüenzan de su pobreza intelectual y su manifiesta incapacidad de articular sujeto, verbo y predicado, sino que encima nos regalan finezas ideológicas como […] «Me encantan los animales, y si son hembras y con dos patas, mejor» o […] «A los socialistas les vamos a cortar las orejas y el rabo para que dejen de joder».

Dirán mi madre, y el obispo de mi Diócesis, y mi primo el notario, que a buena hora me pongo [así] en esta página. Así que antes de que mi progenitora me tire de las orejas, y el obispo diga vade retro, y el notario escriba indignadas cartas para que me boten […] y me echen a la puta calle, me adelantaré apuntando que yo no pido que me vote nadie, ni vivo de [la labia] ni de un partido; y voy por la vida de francotirador, no de padre de la patria. Así que me reservo el derecho a escribir como me salga de los […]. Derecho del que, sin embargo, carece toda esa tropa que bebe Vega Sicilia a costa del contribuyente. Toda esa pandilla, a menudo analfabeta, que hasta cuando paga la cuenta del restaurante con la Visa Dorada firma con faltas de ortografía. Impresentables que sólo podrían hacer carrera política en un país como éste; […] capaces de hacer que cualquier ciudadano normal se ruborice cuando se ponen de pie ante su escaño asegurando representar a alguien, prueban el micrófono diciendo: «¿me se oye, me se escucha?», y a continuación balbucean torpes discursos sin el menor conocimiento de la sintaxis, sin la menor preparación cultural, con una ignorancia flagrante de la Historia, y la memoria, y la realidad del país en el que trampean y medran.

Discursos de los que brilla por su ausencia el más elemental vislumbre de talla política, y que suelen consistir en la sistemática descalificación del contrario, bajo el principio del tú eres aún más […] que yo. Ni siquiera esos tontos del […]  saben insultar como Dios manda, o al menos como insultaban los parlamentarios decimonónicos y del primer tercio de este siglo; que siendo muchos igual de […], procuraban aparentar argumentos y estilo para no hacer el ridículo.

Pero ahora el personal se lo traga todo, y da igual, y los diarios no titulan con ideas, ni las exigen, pues nadie las tiene, sino con la última estupidez o la última calumnia. En vez de programas y soluciones, la clase política se pasa las noches rumiando el insulto o la supuesta agudeza que va a soltar al día siguiente. Y así, de ser un simple argumento o refuerzo táctico, el insulto ha pasado a convertirse en argumento central; y único, de todo discurso político. 

Porque en este país —o como queramos llamar a esta piltrafa de sitio—, los programas de gobierno y los argumentos políticos hace tiempo que fueron sustituidos por […] donde se hace difícil sentir simpatía por uno o por otro, pues casi todos se mueven en idéntico nivel de bajeza y de bazofia.

Y no se trata ya de que aprendan Historia, o Retórica, o modales. A buena parte de ellos habría que empezar por enseñarles a leer y a escribir. Y a deletrear. Por ejemplo, la v con la e y con la r: Ver. Que es la primera sílaba, damas y caballeros, de la palabra ver-güen-za.”

No piensen que me volví completamente loco y me destapé a insultar a la clase política de por estos lados. ¡Habrase visto semejante barbaridad! Sólo comparto con ustedes la opinión del deslenguado Arturo Pérez-Reverte, en su artículo “Padres de la Patria”, donde se refiere a los políticos españoles.

¿Se imaginan lo que sería de nuestra honorable Asamblea Nacional si en ella se hablara con acento Español? Por eso me he permitido suprimir las frases que seguramente cualquier lector de este portal sabría completar, suprimiendo alguna que otra españolada para no sobrecontextualizar las ideas y dejar que cada quien las lea con los referentes políticos que tenga más a mano. Más de uno, después de leerlo, le dará gracias a Dios [o a Bolívar] por habernos liberado de España hace dos siglos, convirtiéndonos en repúblicas libres e independientes, que no padecen de esos males que denuncia Pérez-Reverte. ¿O me equivoco?

luisvicenteleon@gmail.com

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martes, 20 de noviembre de 2012

TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ, EL FUTURO DE LA PALABRA

La cultura, tal como la hemos venido entendiendo, es una línea continua de los hechos humanos con marcas puntuales que han definido etapas más o menos largas y que hemos aceptado como tales consensuadamente. No hemos mirado fragmentos sino una línea con sentido y unificadora. Es lo que generalmente se ha denominado la visión humanística del tiempo.
No estamos negando, sin embargo, que la concepción misma del tiempo tiene su propia historia, si la palabra es pertinente.
Mircea Eliade nos lleva hacia las tradiciones y las religiones antiguas con un  tiempo circular marcado por las cosechas, por los solsticios, por el movimiento de algunos otros astros, por festividades religiosas o por hechos que habían marcado su propia cultura.
Los griegos reflexionaron sobre la idea de eternidad y sobre el tiempo como la manifestación de una realidad de gradualidad con preeminencia del espíritu sobre el cuerpo, aunque Aristóteles hable de instantes y se permanezca en el dilema si es un ser o un no-ser. Sobre la practicidad romana se impuso el cristianismo adoptando sí el tiempo como movimiento, pero agregando que todo movimiento tiene un final lo que conllevaba necesariamente el fin del mundo. De esta manera el tiempo dejó de ser circular y se convirtió en la línea recta en cuyo final está la eternidad.
Con la aparición del reloj en el siglo XIV y el desarrollo de la mecánica el tiempo se convierte en un valor matemático, esto, algo absoluto y medible. Luego Kant afirma que no tiene realidad fuera de nuestra mente y la mayoría de los pensadores conciben el concepto de historia y en él el tiempo como una expresión colectiva que atesora las vivencias humanas y sus logros. Toynbee se centra en la historia como cíclica lo que nos lleva a la idea del eterno retorno plasmado en Eliade.
Heidegger define al hombre como un ser para la muerte y Einstein introduce el concepto de espacio-tiempo. Al convertir el tiempo en una magnitud relativa según quien y bajo cual circunstancia se mida, muere la concepción del tiempo como un algo absoluto lo que hace que la duración de un proceso dependa del lugar donde esté situado el observador y de su estado de movimiento.
Stephen Hawking nos relata todas las concepciones del universo hasta marcar un hito en el siglo XX antes del cual nadie se pudierse haber planteado que el universo se expandía o contraía.
Si miramos con una brevedad pasmosa las variaciones conceptuales del tiempo es porque, com o bien lo argumenta Pedro J. Lozada de lo que pretendemos ocuparnos es de lo que él califica acertadamente como el segundo gran salto de la evolución humana, la escritura, esto es se comenzó “a desbrozar el camino al pensamiento metódico, al uso del lenguaje para “armar una propuesta comprensible”.
En el siglo XX irrumpen las vanguardias según las cuales el tiempo se reduce al futuro y ocasión en que se cuestiona la cultura literaria como primacía en el repertorio cultural. Ese cuestionamiento es actual, ya lo hemos señalado en textos anteriores, aunque no proviene de iluminados escritores previendo el insurgir de la máquina, sino tal vez de ella misma, y no es otra que la comunicación digital, una que modifica el concepto de tiempo y hace intrascendente la ubicación del usuario. De manera que la expresión literaria deja de ser el vehículo primordial ante la avalancha de un ciberespacio donde se combinan todas las formas de expresión y donde cada usuario que accede a la red combina y recombina en la formación de hipertextos.
Es pues el concepto mismo de continuidad cultural el que se enfrenta a la ruptura en este siglo XXI, uno que ha sido fundamento de la literatura y que le otorgaba legitimidad como centro del discurso cultural y poder para el establecimiento de validez amplia. Se plantea así también una revisión del concepto mismo de historia y una interrogante necesaria sobre el futuro de la palabra escrita.
lopezmel@gmail.com

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sábado, 28 de abril de 2012

FERNANDO MIRES, EL INCONSCIENTE EN LA POLÍTICA

Cuando Jacques Lacan, quien siempre manifestó hostilidad hacia la política oficial afirmó en su Seminario 10  que “el inconsciente es la política” no bromeaba ni incurrió en contradicción. Porque la política que el analista denostaba era antes que nada la política ideológica, la de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, esa que -para decirlo en clave freudiana- se convierte en esclava de un implacable "Sobre Yo", sea éste individual o colectivo.
Probablemente Lacan presentía que además de convertirnos en alucinados ideológicos hay otras formas de hacer política. Una de ellas es la que tiene que ver con la liberación de todo aquello que en la escena pública oprime la necesidad de ser uno mismo. La ideología, y eso lo sabía muy bien Lacan a través de algunos pacientes -entre otros, connotados marxistas como Louis Althusser- puede convertirse en una barra que al clausurar los llamados que vienen desde el inconsciente, impide la plena manifestación del ser. Así, pienso que si Lacan viviera diría que la política ideológica tiene lugar de modo offline. En cambio, la otra, la existencial, de modo online. Ahora bien, el inconsciente actúa siempre de modo online.
Toda ideología incomunica el deseo de ser en uno y con los demás. Es por eso que un buen psicoanalista debe ser, por lo menos durante sus horas de consulta, enemigo declarado de cada ideología. En el fondo –creo que Lacan estaría de acuerdo con esa afirmación- la sesión psicoanalítica se guía por el propósito de des-ideologizar, mediante el balbuceo de cada palabra, la mente del paciente, y con ello, la del analista (el otro) pues del mismo modo que la liberación del oprimido libera al opresor (Hegel) la liberación del paciente (el uno)  libera al analista (transferencia). Esa es la razón por la cual he afirmado que toda ideología es una patología colectiva así como toda patología es una ideología privada. Creo que alguna vez deberé patentar esa frase.
El inconsciente es político, pero no lo es sólo por analogía, como ha creído ver, siempre más lacaniano que Lacan, su apóstol Jacques-Alain Miller. Por cierto, desde el punto de vista analógico el inconsciente es político porque por una parte se construye a sí mismo de un modo gramático y, por otra, porque su deseo de ser va dirigido al “otro”. Pero, además, el inconsciente es político porque el mismo deviene de un conflicto insuperable: el deseo de ser más allá de sí. O dicho de otro modo: el inconsciente viene del conflicto inevitable entre el deseo de ser y el deber del estar. El inconsciente, cuando asoma, busca el poder: el poder ser y el poder del ser. Y eso es político.
Radicalizando sólo un poco una de las tesis centrales de Freud, podríamos decir que el inconsciente, al igual que la política,  es un hijo de la cultura. Esa misma cultura que al dividirnos en dos produce un inevitable malestar, escisión necesaria para ser lo que somos, pecado original que pagamos con nuestros miedos y odios, algunos con tabletas, otros con las clínicas, también con los manicomios, y no por último, con las prisiones.
El inconsciente, por lo tanto, no es un subterráneo adonde van a parar los trastos viejos del alma, sino un agente activo que pugna por ser, es decir, el inconsciente no es más ni menos que uno mismo en su intención de ser. El inconsciente es tu propio cuerpo. En cada inconsciente late un deseo reprimido de libertad. Por lo mismo, siempre está (estamos) en disputa con lo que no nos deja ser. Más aún: el inconsciente sólo aparece discutiendo. Y si ese  conflicto no existiera no habría inconciencia, y por tanto, tampoco habría conciencia. O dicho en tono de síntesis: no es el inconsciente “quien” genera el conflicto sino al revés: el conflicto genera al inconsciente del mismo modo como el deseo no origina la prohibición sino la prohibición al deseo (San Pablo fue el primero que así lo entendió). El inconsciente existe –eso es lo que estoy intentando decir- a partir del momento de su negación. Y si todavía no está muy claro, voy a poner un ejemplo:
A la disidente Yoani Sánchez de Cuba, el par de dictadores que rige los destinos de la isla le niegan su derecho natural a viajar lo que significa que ellos imaginan ser dueños del cuerpo de Yoani. El cuerpo de Yoani, a su vez, protesta; su cabeza piensa y sus manos escriben. Eso quiere decir: la protesta inconsciente del cuerpo de Yoani se hace consciente escribiendo. Ahora, la protesta y la búsqueda del “otro” son acciones esencialmente políticas y ellas no vienen de ninguna otra parte que no esté en el inconsciente de Yoani, o lo que es lo mismo: de su propio cuerpo oprimido que al escribir, clama y exige su libertad de movimiento.
Por lo demás, aunque vayamos donde vayamos, aunque hagamos lo que hagamos, vivimos en permanente confrontación, ya sea con “el otro” de afuera, ya sea con “el otro” de adentro. Y no hay otra posibilidad. Más allá del conflicto –ese es uno de los mensajes lacanianos- sólo habita la muerte.
¿Se entiende entonces por qué Lacan afirmó que el inconsciente es la política?
El inconsciente no sólo es conflictivo; es el conflicto y por eso mismo su forma natural de ser es el debate: la contra-dicción. El debate, a su vez, siempre será palábrico, y consecuentemente, gramático, sintáxico y retórico. O para decirlo en lacaniano: El inconsciente es inscrito en sí mismo sólo cuando habla o escribe, es decir, cuando se ex-presa, saltando la presión, o la o-presión. En eso no se diferencia en nada de la práctica política. Osaría decir incluso que sin esa lucha del inconsciente por abordar las orillas de lo consciente no sólo no habría conciencia; tampoco habría política.
Así se explica por qué la razón de ser de todo régimen antipolítico es la supresión del habla, la destrucción de la gramática y el desorden sintáxico a través de la mentira programada y el insulto sostenido. No hay libertad de opinión sin libertad de palabra (hablada, escrita, impresa, digitalizada). Ese último dictamen, como es sabido, no es de Lacan; es de Hannah  Arendt.
También es de Hannah Arendt la siguiente afirmación: “el sentido último de la política es la libertad”. Pero no hay libertad sin deseo de libertad, deseo que habita, a veces adormilado, pero siempre vivo, en la casa de la inconciencia. Esa es otra de las razones que explican por qué el inconsciente es político. Creo que, en ese punto, Lacan estaba muy en lo cierto.
Fernando Mires 

Fernando.Mires@uni-oldenburg.de

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