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sábado, 5 de septiembre de 2015

OVIDIO PÉREZ MORALES, CONVERSIÓN ECOLÓGICA

Conversión es un término denso. Significa cambio, pero implica mucho más. Toda conversión es cambio, pero no viceversa. El caminar es sucesión de cambios. Pero lo de san Pablo en el camino de Damasco fue conversión.

La conversión es un cambio en profundidad. De corazón. La vida adquiere un nuevo sentido. Cuando Jesús comenzó el ejercicio de su misión, exhortó a sus oyentes a convertirse ante la proximidad del Reino de Dios (Mc. 1, 15).

El 24 de mayo Francisco nos ha lanzado la invitación-desafío a una conversión ecológica con su formidable encíclica Laudato Sí sobre el cuidado de la casa común. No propone el papa simplemente el cambio de algunos comportamientos irresponsables respecto del ambiente, los cuales están llevando a desastres patentes. Lo que formula es de gran trascendencia y suma hondura: la reformulación radical de nuestra relación con el ambiente (naturaleza, tierra, mundo).

Francisco recoge y enriquece notablemente la enseñanza de pontífices cercanos como Juan Pablo II (quien ya había usado el término conversión ecológica) y le da un desarrollo actualizado y sistemático en la encíclica. Introduce de lleno lo ecológico en el ámbito de la reflexión teológica, así como en el de la vida y espiritualidad cristiana. De la periferia conceptual y práctica traslada la cuestión al campo de la fe y del actuar del creyente. Consiguientemente al de la misión de la Iglesia, la evangelización y, por ende, al del diálogo ecuménico, interreligioso, interhumano.

Hablando de términos densos, Francisco emplea igualmente otro, el de comunión, para precisar el tipo de conexión de la espiritualidad del cristiano con el propio cuerpo, la naturaleza y las realidades de este mundo.

Comunión en sentido propio, estricto, expresa la íntima relación, el compartir, el encuentro, entre personas. Jesús nos ha revelado a Dios como comunión –perfecta, inefable– en cuanto es, en su unicidad (Dios es uno y único), interrelación personal trinitaria, “familia divina”: Padre, Hijo y Espíritu. Dios no es soledad.

En esta “lógica” de unidad, el mensaje cristiano subraya, como objetivo del proyecto divino creador-salvador, la comunión de los seres humanos con Dios y de los seres humanos entre sí. Dicho plan (la Biblia lo denomina Reino o Reinado de Dios) tiende a la realización, desde el aquí y ahora del peregrinar terreno, de una gran fraternidad universal, íntimamente unida a la Trinidad divina. El gran signo e instrumento de ese proyecto unificante es Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, quien para tal fin ha asociado históricamente a su Iglesia.

La noción o categoría comunión ofrece la clave –núcleo articulador– para entender el mensaje cristiano en su coherente integralidad. En este contexto se entiende por qué Jesús ha dejado como mandamiento máximo aquello que precisamente construye comunión, a saber, el amor.

La conversión ecológica lleva a entender y vivir la relación con el entorno natural en términos de comunión (tomando este vocablo aquí en acepción amplia). No era otra la visión del poverello de Asís al tratar al sol, a la luna, a los animales como hermanos, y a la tierra como madre. El encuentro con Jesucristo reformula las relaciones del cristiano con el mundo que lo rodea. Proteger “la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana” (LS 217).

“El cuidado de la naturaleza es parte de un estilo de vida que implica capacidad de convivencia y comunión” (LD 228). Una ternura con las cosas que refleje la ternura con los prójimos. Una ecología integral, global, conjuga el relacionamiento del ser humano con su entorno natural, su multiforme comunidad histórica, la Trinidad divina. El cuido del ambiente se entreteje así con el de la polis pequeña y grande. La conversión ecológica pide hacer del hábitat la “casa común” de una genuina fraternidad abrazada al Dios-Amor. Hermosa y exigente visión cristiana, que se propone en apertura dialogal.

Ovidio Perez Morales
coroconcert@hotmail.com
@OvidioPerezM

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jueves, 6 de marzo de 2014

OVIDIO PÉREZ MORALES, UNIDAD Y CONFLICTO

Una frase que me gusta repetir, porque resulta aplicable en los más variados casos y  situaciones, es la siguiente: es preciso pasar del “a pesar de” al “precisamente por”. Ella implica simplemente un cambio de actitud ante la misma realidad, pero generador de muchos bienes.
Me complace sobre manera  encontrar en la reciente exhortación Evangelii Gaudium del Papa Francisco reflexiones y orientaciones, que van en la misma línea de la referida frase. Las encontramos en la sección donde trata de “El bien común y la paz social”. Allí ofrece cuatro principios  para avanzar en la “construcción de un pueblo en paz, justicia y fraternidad”; de ellos fijaré mi atención ahora en el segundo: “La unidad prevalece sobre el conflicto” (226-230). A continuación sintetizaré el pensamiento de Francisco y luego haré algunas consideraciones personales.
Dice el Papa: “El conflicto no puede ser ignorado o disimulado”. No puede uno ni dejarlo de lado ni dejarse aprisionar por él: hay que “aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso”. Así “se hace posible desarrollar una comunión en las diferencias, que sólo  puede facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad más profunda”. La solidaridad hace entonces historia convirtiéndose “en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida”. Este tipo de unidad no implica sincretismo ni absorción del otro, sino que conjuga en un plano superior las virtualidades de los distintos.
Luego de subrayar la acción unificante, pacificante de Cristo y de su Espíritu, el Papa habla de la superación del conflicto cuando la diversidad acepta entrar en un proceso de reconciliación, que hace emerger una “diversidad reconciliada”. 
Yo encuentro aquí una lección sumamente valiosa con respecto al modo de afrontar el conflicto para llegar a una paz fundada no en pura negociación, sino en convicciones firmes. Podemos decir que el problema no es el conflicto en cuanto tal, sino el modo de abordarlo. La vida es un tejido permanentemente conflictivo. Las oposiciones brotan de  la existencia de la diversidad de personas, que inevitablemente con distintas, y se van concretando y especificando con la diversidad de posiciones que dichas personas asumen.
No es “a pesar de” la diversidad de personas y de grupos con sus correspondiente talantes y propósitos, por y con lo que hay que trabajar por la paz, la unidad y la fraternidad, sino “precisamente por” esa diversidad. Teniendo presente que la paz de una comunidad de personas no se produce con la masificación y disolución de éstas, sino con su conjugación, compartir y encuentro. Esa sería la “diversidad reconciliada”.
¿No es verdad que aspiramos tantas veces a una paz que sea “mi” y no “nuestra” paz?
La unidad prevalece sobre el conflicto. Ha de prevalecer. No “a pesar de”, sino “precisamente por” nuestras diferencias. Es lo que a menudo he simbolizado con la belleza de la polifonía. No hay que olvidar que el Dios único y verdadero es inefable encuentro interpersonal, Trinidad, y que nos creó a imagen y semejanza suya..  

ovidioperezmorales@gmail.com    
@OvidioPerezM

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miércoles, 5 de febrero de 2014

OVIDIO PÉREZ MORALES, LA TENAZA SE VA CERRANDO

Hay problemas en el país. Claro está. Basta echar una ojeada a la realidad para percibirlos. O informarse en un medio de comunicación, masiva o de red. Una letanía que comienzo por la A (alimentos que escasean) o, al revés, por la Z (zozobra ante la inseguridad que desangra al país).
Pero entre ellos se destaca uno, que pudiera calificarse como el problema, por el desencadenamiento problemático que encierra, como causa de innumerables efectos. Ese problema es la grave ruptura actual de la nación, por obra y gracia de un proyecto excluyente, que divide la población (ciudadanía) y que se sintetiza en un plan con nombre muy hermoso (“de la Patria”) pero de contenido destructivo e in-anticonstitucional al pretender imponer el castrosocialismo. En la perspectiva de ese Proyecto al menos un 50% de los venezolanos somos a-pátridas (sin Patria), enemigos, malos. Porque disentimos del SSXXI, que el oficialismo interpreta como el Bien, el Futuro, lo Positivo, el Absoluto Deseable de la nación y de la historia (no en vano el materialismo histórico-dialéctico le ha dado la vuelta a Hegel).
Según el referido Proyecto todo  diálogo oficial debe partir de la aceptación de la Revolución (socialcomunista) como bien no negociable, como primer principio regulador de toda discusión. Ya se lo ha dicho: dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada.
La tolerancia hacia los que rechazan o no comparten el Proyecto (totalitario porque toca todos los aspectos o dimensiones de lo social: económico, político, ético-cultural) no tiene sentido, si bien en el proceso de su realización haya que guardar unos tiempos, pasar por algunas etapas, soportar algunos espacios. Hacer algunas concesiones tácticas en cosas secundarias o tangenciales. Todo esto mientras no se termina de cerrar la tenaza. Pero la tenaza tiene que irse cerrando como imperativo ineludible e implacable.
Más de una vez he tocado este tema. Algunos me han dicho que un planteamiento así es o muy duro e incomprensible para mucha gente o para la mayoría, la cual puede comprender sólo cosas más ligeras y perceptibles, pero no formulaciones de tan grueso calibre.
Juzgo en conciencia que es preciso, sin embargo, llamar las cosas por su nombre cuando está en juego el destino de una sociedad  y se manejan valores básicos como la justicia y la libertad, la paz y la convivencia fraterna, el pluralismo democrático y la vigencia efectiva de los Derechos Humanos.  
El referido Proyecto no es ni podría ser totalmente malo, porque el mal puro no existe. Pero hay errores, factores negativos o como se los quiera llamar, que afectan o corrompen el proyecto en su raíz. 
El así llamado SSXXI por su carácter totalitario se hace moralmente inaceptable, como en su momento lo calificó el Episcopado venezolano, desde cuando se planteó en 2007 la reforma constitucional en sentido socializante (a la marxista). Esa calificación vuelve a aparecer en el reciente documento del mismo Episcopado Diálogo y pluralismo político (10.1.2014).
El captar la naturaleza del Proyecto SSXXI y el saberlo enfrentar  libra de muchas ingenuidades interpretativas y de ineficaces respuestas prácticas. No se puede descansar en la solución de algún o algunos problemas cuando se ignora y se deja en pie el  problema fundamental de la nación.
Y no lo olvidemos: la tenaza de aplicación del Proyecto se va cerrando. De modo progresivo. Inclemente. Este tipo de proyectos no tiene futuro en la Historia. Pero si puede hacer sufrir mucho a la historia nacional.  Retardar e impedir el cierre y neutralizar la tenaza es el gran desafío en el Bicentenario de la Independencia.       
ovidioperezmorales@gmail.com
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sábado, 21 de septiembre de 2013

OVIDIO PÉREZ MORALES, ESTADO ROJO

Al margen de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y en contra de ella (ver Preámbulo y Principios Fundamentales) está en marcha la instauración de un Estado Socialista,  pero no de cualquier tipo, sino marxista-colectivista a lo soviético-castrista.
En esta línea se proclama oficialmente que todo el esfuerzo nacional debe orientarse hacia la construcción de dicho socialismo en los diversos ámbitos sociales: económico, político y  ético-cultural. Consecuencia obvia: lograr la  hegemonía comunicacional y educativa, el dominio ideológico-político de las organizaciones de los trabajadores, un ejército rojo y una estructura comunal como correa de transmisión del poder central.
El Estado se entiende así, no como conjunto aglutinador y servicial  del pueblo soberano, sino como articulador de una sociedad totalitariamente manejada. La persona y las organizaciones sociales se interpretan como objeto e instrumento de una “vanguardia iluminada” y no como sujetos de la construcción coprotagónica, corresponsable y participativa de la comunidad nacional.
Una tal pretensión no es nada original en el peregrinaje humano a través de los tiempos. Intentos y realizaciones se han dado, en una u otra forma. Se cumple así lo que aquel filósofo griego expresó: la historia no se repite; somos los hombres los que nos repetimos.
Hay textos que son iluminadores acerca de lo que el Estado debe ser y los gobiernos deben hacer. Aquí en Venezuela, luego del período autocrático guzmancista en que se actuó un proyecto hegemónico en varios aspectos, también en lo religioso –en este campo se llegó a un desastroso enfrentamiento con la Iglesia-, vino una progresiva reformulación de políticas con presidentes tales como Juan Pablo Rojas Paúl (1888-1890). El Mensaje de éste al Congreso (1890) contiene expresiones que revisten particular actualidad y las cuales ya Naudy Suárez Figueroa oportunamente subrayó a propósito del centenario de la Rerum Novarum de León XIII (Revista Nueva Política 47/II-3, 156-157). 
El Presidente Rojas Paúl  refiriéndose a la conducta más respetuosa que el Gobierno debe tener hacia las convicciones religiosas de los ciudadanos   manifestó:
“Está bien que los filósofos esclarezcan y propaguen las más sanas ideas sobe las creencias y los intereses religiosos de los pueblos (…) pero el gobernante, cualesquiera que sean sus convicciones individuales, no tiene ni puede tener misión que se caracterice por la oposición a las creencias de sus gobernados. Chocar contra la conciencia pública no es sistema racional de gobierno; tomar las ideas y las cosas como realmente existen; armonizar las tendencias discrepantes en la síntesis superior del bien público, esa es la ciencia verdadera de la política”. 
Esto lo dijo para justificar la construcción y reparación de templos católicos y la nueva actitud ante las instituciones eclesiásticas y, sobre todo, ante la conciencia y la práctica religiosas de los venezolanos. Pudiéramos traducir así la toma de posición presidencial: al Estado no le toca decidir lo que debe estar abierto al pluralismo filosófico, ideológico u  otro de la sociedad civil.
Un Estado –“rojo rojito”-  como el que concibe el SSXXI, pretende convertirse en gestante, nutriente, niñera, maestro, tutor, en fin, prácticamente dueño de los ciudadanos. Algo bien diferente de lo que expresó Rojas Paúl  (en el umbral del siglo XX) y de lo que abierta y claramente afirma nuestra Constitución (dada a luz justo ya para nacer este nuevo milenio).
Un Estado rojo está en las antípodas de un Estado democrático. Y, más allá de éste, de un genuino humanismo.
Monseñor Ovidio Pérez Morales
Obispo Emérito de Los Teques
ovidioperezmorales@gmail.com

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miércoles, 12 de septiembre de 2012

OVIDIO PÉREZ MORALES, LA IGLESIA ANTE EL 7-0

Estamos a un mes de las elecciones presidenciales. Éstas no serán una elección más, sino un momento de gravísima definición para el país, por cuanto la alternativa a resolver es: democracia o totalitarismo.

Como miembro de la Iglesia, sin pretender asumir aquí su vocería oficial –función que toca a la Conferencia Episcopal Venezolana-, quiero sí, con toda seriedad y responsabilidad, hacer pública mi interpretación creyente sobre lo que entiendo es y ha de ser la posición de la Iglesia con respecto al 7-0. Me circunscribo aquí, como es de suponer, a la Iglesia católica, aunque la validez de los argumentos  se extienda más allá.

Ante la alternativa puesta para el 7-0 a la Iglesia no le pueden caber dudas. No se justifica un ni-ni.

El 7-0 no plantea simplemente una opción ante modelos políticos diferentes por las soluciones que proponen para determinados problemas importantes y muy importantes del país, como la seguridad y la producción, el empleo y la educación, el petróleo y los servicios. No se trata de escoger, en definitiva, tampoco, entre diferentes posiciones en cuanto a descentralización y  política exterior, a controles en materia de medios de comunicación social y de manejos financieros.

Éstos y otros elementos han de tenerse en cuenta. Ciertamente. Pero no son los más de fondo.

¡Lo que se decidirá el 7-0 es algo mucho más que problemas parciales o sectoriales! Es algo clave, trascendental, referente a la orientación global del país, desde sus raíces y cimientos. Algo que toca la identidad nacional misma. El alma de Venezuela, pudiera decirse, y, por tanto, su definición, no sólo económico-política fundamental, sino primaria y principalmente, cultural. Y al decir esto se implica también, por supuesto, lo ético-religioso.  Por consiguiente, para la Iglesia el 7-0, no cabe indefinición, indecisión, in-diferencia, ni-ni. La opción coherente de los católicos el 7-0 tiene que ser en favor de la democracia pluralista y, por lo tanto, en contra del socialismo totalitario de índole marxista y castro-cubano, que propugna el oficialismo.

Tradicionalmente la Iglesia, en cuanto comunidad de creyentes, ha expresado, a través de su representación institucional, su neutralidad (la cual no es lo mismo que indiferencia) en los procesos electorales; no ha querido asumir lo que entiende por alineamiento político-partidista.  Esta vez, sin embargo, no puede haber neutralidad, pues ahora, el necesario alineamiento no es propiamente político-partidista, sino nacional, humano-cristiano. Lo que está de por medio, en efecto, son bienes no negociables pertenecientes a los Derechos Humanos, a un genuino Humanismo cristiano. Porque el Estado (Gobierno-Partido-Líder) no es el dueño de la libertad humana, de las propiedades y las convicciones morales y religiosas de los ciudadanos; no puede erigirse en Poder Absoluto. Sólo Dios es adorable.
Para la Iglesia no es moralmente decidible el que un sistema ideológico-político arrebate  o no la libertad religiosa y todas las libertades y derechos de los ciudadanos. Lo que sucede en Cuba y busca imponerlo en Venezuela el Socialismo del Siglo XXI, no es algo éticamente abierto a libre escogencia.
Al votar por la democracia, la Iglesia no se cuadra con un candidato, con un partido, con una Mesa o con la oposición. Se cuadra con la Nación.


@OvidioPerezM
coroconcert@hotmail.com
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lunes, 3 de septiembre de 2012

OVIDIO PÉREZ MORALES, CAMBIO POLÍTICO VERDADERO

No basta con querer un cambio político para el país. Es preciso atender a ciertas condiciones. De algunas me he ocupado en mi penúltimo artículo, que complemento hoy con otras también muy importantes.

1. CORREGIR LA IDEA DE TORTA A REPARTIR.

Nuestro potencial petrolero es un gran bien, pero ha sido mal interpretado. ¿Daño colateral? Sr ha metido en la mente de muchísimos compatriotas la idea de que somos un país rico con una inmensa e inacabable torta a repartir, y que “el problema” nacional es y ha sido el de su re-partición. Todo lo que se dice de irresponsable rentismo, de abundoso clientelismo, de subsidio ligero y de ilusorio liderazgo internacional, tiene allí su raíz. La idea de la torta se refleja en la no real diversificación de la economía, la débil conciencia productiva, la escasa planificación. El Estado, propietario único de la torta, está dado al gasto fácil, a no temer errores de cálculo, a discontinuidad administrativa.

Los errores cometidos desde décadas se han agravado con la así llamada “Revolución”, por el manifiesto populismo, el manirrotismo hacia el exterior, la embestida contra la propiedad y la iniciativa no oficiales y el costoso cultivo de una imagen planetaria.

Una “nueva política” exige mayor humildad y racionalidad, al evaluar y manejar el potencial petrolero. Tarea primaria e ineludible no es cómo repartir la torta, sino cómo lograr una economía productiva diversificada, descentralizada, participativa, previsiva. Solidaria. Con una educación de calidad técnica, social, ética, como base firme.

2. ACABAR CON LA “IDOLATRÍA” PRESIDENCIAL

Es preciso modificar la actuación y la imagen del primer magistrado. Nuestro sistema republicano parece haberse convertido en monarquía, y hasta absoluta.

La Doctrina Social de la Iglesia contiene, entre sus principios orientadores fundamentales, el de subsidiariedad, según el cual, los órganos y cuerpos superiores no deben absorber las funciones que pueden realizar los inferiores. Todo lo que se diga sobre federalismo y descentralización tiene aquí su fundamento.

La omnipresencia-omnipotencia del Presidente, con la acumulación en-o- por él de todo lo habido y por haber de gobierno, son fallas de nuestra democracia. La salud de ésta requiere efectiva separación de poderes, tejido de equipos y delegaciones, real descentralización. Esto supone una reformulación del concepto de liderazgo y una educación para la corresponsabilidad y la participación ciudadanas.

3. RECOMPRENSIÓN DE LA AUTORIDAD

Jesús dejó múltiples lecciones muy iluminadoras sobre el sentido de la autoridad, al definirla como servicio en vez de dominación. Advierte sobre la tentación de buscar los primeros puestos para “mandar”, al estilo de su tiempo. En Marcos 9, 35 leemos: “Si alguien quiere ser el primero, deberá ser el último de todos y el servidor de todos”. Ayudará mucho en este punto recordar la etimología de auctoritas, que viene del verbo latino augere: hacer crecer. La autoridad es para promover; no para aprovecharse de, ni oprimir.
Entre nosotros no es raro que un funcionario público se aucomprenda como quien hace “un favor” al ciudadano y no como alguien pagado por éste para prestar un servicio. Hacer una obra pública no es un “regalo” del gobernante, como si proviniese de su peculio personal. El funcionario no es ningún Papá Noel, distribuidor de dádivas. En lo que toca a lo presidencial, en los ultimísimos tiempos se ha llegado a un cierto “culto de la personalidad” en extremo pernicioso. Da la impresión de que es el pueblo el que debe girar en torno al que preside, y no lo contrario.

Una educación sobre la autoridad como servicio se hace indispensable. Y enmarcada en una concepción de la persona como “ser para el otro” y servidora del prójimo.

Las próximas elecciones han de llevar a un cambio político de verdad y no a meros maquillajes.

@OvidioPerezM

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martes, 24 de abril de 2012

OVIDIO PÉREZ MORALES, NORTE CONSTITUCIONAL

La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela aprobada mediante referendo el 15 de diciembre de 1999  y proclamada por la Asamblea Nacional Constituyente el 20 del mismo mes, señala el norte de la conducta oficial y del ejercicio ciudadano en todo tiempo del país, pero de modo especial en momentos de incertidumbre, de crisis y de situaciones del género.
Cuando estaba todavía fresca la fecha de su entrada en vigencia se la llegó a calificar como la mejor del mundo. Posteriormente en circunstancias de seria confrontación,  cuando personas o grupos de  la oposición apelaron a ella, desde campos contrarios se pretendió descalificarlos con fútiles argumentos como el siguiente: no tienen derecho a invocar la Constitución quienes, cuando se la estaba discutiendo, no estaban de acuerdo con ella, ya en su conjunto, ya en algunas de sus partes. Más adelante cuando se propuso su Reforma, la mayoría de los ciudadanos votó negativamente (aunque luego, por “caminos verdes”, quienes más debían acatar, actuaron en sentido opuesto al soberano). Discusiones han seguido acerca de la fidelidad o no de unos cuantos comportamientos gubernamentales a lo establecido por la Carta Magna.
Por encima y más allá de todos estos hechos y de cualesquiera otros, una cosa queda muy clara y obligante. Desde el momento en que la Constitución fue aprobada por el soberano  y se cumplieron todos los requisitos para su entrada en vigencia, esa Carta Magna es la que fundamentalmente regula y ha de regular la conducta de los órganos del Estado y la convivencia cívica de la República.
En estos momentos el panorama político de la nación está cruzado por densos nubarrones. Muy serias incógnitas se plantean con respecto al inmediato futuro de la conducción presidencial y a la participación del Jefe de Estado en la contienda electoral de octubre, en razón de su salud.
Situaciones como ésta suelen generar el más amplio abanico de suposiciones y llevar a un abultado inventario de hipótesis. Desde lo trágico y truculento hasta lo dramático digerible y razonable. se despliega una variada gama de posibles y de probables.
Pero (al usar esta conjunción recuerdo a mi profesor de Derecho Luis Villalba Villalba, quien acostumbrada decir: “un pero, tan importante como todos los peros) en la actual coyuntura nacional los venezolanos no estamos ante callejones sin salida, ni en medio de una confusión sin referencia segura, ni ante interrogantes sin respuesta válida. Contamos con un norte bien preciso, que ha de guiar los pasos de la ciudadanía y, particularmente, de quienes ejercen algún tipo de liderazgo y, más especialmente todavía, de quienes tienen responsabilidades de Estado.
Ese norte es primaria y básicamente la Constitución de la República. Ese norte se complementa, oportunamente, con el evento cívico fijado por la autoridad correspondiente para el próximo 7 de octubre y también, y también, felizmente, con el anhelo ciudadano mayoritariamente compartido: el mantenimiento y la consolidación de la paz. Tenemos así un norte conformado por una  tríada de gran fuerza legal y también ético-espiritual. Echemos a continuación un ligero vistazo sobre estos tres elementos.
La Constitución determina lo que es necesario hacer (ver artículos 233-235) en el caso de faltas absolutas o temporales y de ausencias del Presidente de la República. A la Constitución hay que atenerse sin pensar en otros caminos. Por lo demás, la experiencia nacional y de fuera, es muy rica en admoniciones al respecto.
La fecha fijada para la elección presidencial constituye igualmente un punto de apoyo. Es otra señal consistente de la vía a recorrer. Es al pueblo venezolano al que  le toca decidir, con gran responsabilidad y plena libertad, por dónde debe andar este país en su futuro. Y sólo el voto es la vía para que alguien pueda erigirse en legítimo  representante de la ciudadanía y en Jefe del Estado.
El tercer elemento es el anhelo mayoritario de vivir, trabajar, proyectar, soñar en paz. Sin violencias ni imposiciones de individuos o grupos. En el respeto de la pluralidad y en la búsqueda de encuentros. Bastante ha sufrido ya el país con la inseguridad, abundante sangre se ha derramado como consecuencia de asesinatos, secuestros, enfrentamientos. El corazón del venezolano percibe que el progreso nacional hay que buscarlo mediante el entendimiento, el diálogo, el aporte de todos, en la verdad, la libertad y la justicia.
A la Fuerza Armada de la República le corresponde jugar, con nobleza, entereza  y espíritu de servicio, el papel que le corresponde en la defensa del orden constitucional, de la convivencia democrática, de la paz ciudadana;  ella tiene constitucionalmente el monopolio de las armas para asegurar el bien común de la nación. Ella se debe, enteramente, no a una persona, a un grupo, a un partido o al Gobierno, sino a Venezuela. El pueblo tiene que confiar en ella, y ella está obligada a merecer esa confianza. No dudamos que así será
No nos encontramos los venezolanos sin norte. Hemos, por tanto, de nutrir nuestra confianza y proceder con esperanza.
Este es un momento privilegiado para poner por obra el lema benedictino de “ora et labora”. 
Pidamos a Dios bendiga nuestro trabajo en construir una Venezuela pacífica, solidaria, libre, fraterna.
coroconcert@hotmail.com

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