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sábado, 3 de enero de 2015

ALICIA FREILICH, LITERATURA DE LOS ALLAQUÍ VENEZOLANOS (II)

ALICIA FREILICH
"Quiero encontrar una ciudad/ que aún sepa dilatarse en la catástrofe/ en la unidad de las piedras despobladas." Raquel Abend Van Dalen. Sobre las fábricas

Blue Label. Trasilvania Unplugged y Liubliana, son novelas de Eduardo Sànchez Rugeles ya radicado en España. Publicadas entre 2010 y 2012, reflejan las percepciones iniciales de una generación joven, de clase media, que sufre los estragos del derrumbe democrático nacional, su país originario. 

Heredaron el proceso modernizador de la década cincuenta, inmigratorio y abierto a un mundo globalizado que ahora desde la dictadura revolucionaria rompe los paradigmas de su crianza. Las secuelas muy diversas en sus hábitos domésticos y de referencia cultural los llevan a la decisión de escapar. 

Su exilio voluntario busca la utopía liberadora que se parezca a su dañada pero anterior propia tierra, la estabilidad perdida. 


Allá están la familia disgregada y el lenguaje escatológico. En el nuevo aquí, un pesimismo existencial quejoso surgido de la comparación inmediata entre su lar nativo con el ahora distinto, ajeno y mutante en una Europa o cualquier otro sitio conflictivo también, sumergido en crisis políticas, lo que les indica la dificultad de alcanzar un equilibrado logro emocional. Su reflexiva pasividad carente del impulso reactivo para resistir desde el principio y activamente los cambios, en especial ante un militarismo cruel, sanguinario, corrupto y servil al mandato castrocubano, los convierte en parias que llevan al thriller novelesco sus contrapuestas vivencias, recuerdos y visiones.

Pero no son la edad física ni el lugar los determinantes de esa extranjería latente. En lo que va de centuria, coinciden al narrar el destierro forzado y voluntario, interno y exterior, escritores nuevos y conocidos de diversa procedencia social aunados por la óptica común de fatiga, desesperanza y dejadez que otorgan derivados creativos sobre el desarraigo. 

Un difuso género mixto de crónica seca, ensayo y ficción persiste en la narrativa de Alejandro Varderi con su Bajo fuego (Huerga Editores. Madrid,) cruzado por dramas personales y de grupos marcados por abierta o culposa condición sexual, afectiva, ambiental y política, mezcla que explica la numerosa emigración juvenil educada para la pluralidad, en especial hacia Estados Unidos donde algunos se afincan profesionalmente con fuertes neurosis hacia bordes de la autodestrucción depresiva o el nihilismo. 

En la misma técnica de combinar lo fáctico inmediato con lo personal introspectivo, en variados estilos que van desde el lirismo hasta lo satírico se inscribe Gustavo Mata y su Happening (Premio Anual Transgenérico de la Sociedad de Amigos para la Cultura Urbana. 2013) junto a otros autores, todos con la mira en el curso disgregador del quehacer y el ser venezolanos de presente confuso que hace techo, piso y pared con la transitoriedad. A la manera de Jacqueline Goldberg proyectando la angustia individual del despojado a quien destruyen su hogar memorios, su casa-útero allá, ayer, hace un siglo, aquí, ahora, en la prosa poética de Las horas claras.(Premio 2014 del mismo ente cultural).

O por el contrario, al modo irónico de Federico Vegas quien cierra el ciclo con relatos de La Nostalgia Esférica (Editores Puntocero, Caracas, Noviembre 2014) Duro análisis autocrítico del complejo fenómeno que fusiona rechazos y añoranza, equipaje mixto del venezolano allaquí, matizado desde su propia experiencia itinerante y el filoso bisturí de su vis cómica. Así prologa como signo de reflexiva madurez la transición colectiva desde el reprimido país hacia otro también imperfecto pero liberado. Su libro esboza los rasgos menos heroicos del actual venezolano trashumante, criatura frágil, aferrada con obsesión a raros fetiches para compensar la incertidumbre. Es un allaquí sediento de leche materna, huidiza orobada pero al fin recobrada. Lejos del uniforme armado que defiende una supuesta soberana patria. Esta es la fija “matria”, de sabor agridulce pero nido caliente y seguro albergue.

Pronto llegará el inviolable, desgarrado testimonio literario de la Generación del 14, resistida, valiente, solita y sacrificada. Ejemplarizante, pues emerge con sangre, llanto y ceniza de sus compañeros asesinados en las calles del Febrero 12, obligada a silenciar por ahora, los horrores que a su alma, cuerpo y mente les infringen sádicos verdugos en disfraz militar y de magistrado.

Será el expediente inviolable de la dignidad sobrevivida.

Alicia   Freilich
alifrei@hotmail.com
@aliciafreilich

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domingo, 21 de diciembre de 2014

ALICIA FREILICH, LITERATURA DE LOS ALLAQUÍ VENEZOLANOS (I)

ALICIA FREILICH
El globo terráqueo ha sido y es de migrantes por hambre, guerra, epidemias, persecución de minorías y disidentes, factores juntos o separados.

En los tres lustros recientes, por vez primera, más de un millón de venezolanos dejó su país de inmigrantes debido a distintos cambios  del entorno y una experiencia común: expulsados con pasaporte patrio por un clan partidista discriminador que ilegalmente lo vuelve extranjero en su propio suelo. Revolución totalitaria, autoritarismo siglo XXI, neo-dictadura militarista, póngale usted la etiqueta. El resultado es idéntico y puede resumirse en la frase Pasaje de ida, título certero del interesante libro publicado por Alfa Editores (Caracas, 2013.)

Silda Cordoliani, destacada narradora venezolana en los relatos de Babiloni, La mujer por la ventana y En lugar del corazón, es también una editora de aguda visión para detectar temas de actualidad vital. Esta vez decidió convocar a quince ciudadanos dispersos pero muy unidos por su condición de creadores nacionales residenciados en el exterior: Gustavo Guerrero, Miguel Gómez, J. C. Méndez Guédez, Camilo Pino, Juan Carlos Chirinos, Armando Luigi Castañeda, Dinapiera Di Donato, Doménico Chiappe, Lilliana Lara, Verónica Jaffé, Corina Michelena, Gustavo Valle, Gregory Zambrano, Israel Centeno y Blanca Strepponi. Son figuras del intelecto artístico local ya proyectadas en el ámbito local y foráneo que asumen con valiente pero melancólico rigor ese nuevo papel de musiú internacional cada uno en su particular manera expresiva que va desde la melancolía extrema, el severo análisis sociopolítico al humor bilioso, punzante o juguetón. Representan a la oprimida disidencia de su nación, muy conscientes de que ya no son totalmente de allá ni de aquí, en un espacio de ir y venir, todavía sin marcharse ni regresar del todo.

Algunos necesitan volver  por un lapso para revivir o justificar más acentuado el desarraigo que los aleja o limita. Y desde ese breve retorno viajero calibran el tamaño de su lejanía y acaso les sirve para  nutrir o no, su adaptación o rechazo  a la trágica  venezolanidad actual.

En todos pervive una marca de situación en traumático limbo que fortalece su creatividad y capacidad de lucha, reacciones que la psiquiatría contemporánea nombra con una extraña palabra: resilencia.

En este caso particular queda registrada la extranjería por elección forzada desde un contexto segregador, esa sensación de continua inestabilidad física y emocional ocasionada por la pérdida de la  firme raíz que otorga una identidad de pertenencia sin ambages.

En ese preciso sentido, esta inteligente compilación  resulta muy útil y se proyecta hacia un público múltiple, los de allá y los de aquí, en todo sitio, cualquiera sea su nacionalidad adquirida o natal. Estos pensadores de la dolorosa y latente experiencia venezolana representan sin dudas, a la ya mayoría de su país que se resiste a entregar su moderna cultura urbana a un régimen caudillesco, armado y ruralista. Y al mismo tiempo, en toda geografía y momento, logra un lector identificado en su difícil errancia, hoy cada vez más globalizada en este planeta de refugiados.

A veces, como sucedió en el siglo XX venezolano, el exilio que retorna cuando se recupera la libertad política configura buena parte de una sólida y competente dirigencia para el futuro nacional a mediano plazo. Pues la distancia acerca y por eso mismo aclara. Y en definitiva, ilumina, como se evidencia en la  nueva producción literaria del año 14 que merece un espacio descriptivo  aparte.

Alicia   Freilich
alifrei@hotmail.com
@aliciafreilich

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jueves, 28 de noviembre de 2013

ALICIA FREILICH, ESTO SEGÛN LA LERNER

Venezuela es como un cuero seco,si la pisas por un lado,por el otro se levanta.  Antonio Guzmàn Blanco                                
En 1999,al filo de la calamidad que aùn padecemos, este paìs del olvido recordò el original  talento de Elisa Lerner otorgàndole el Premio Nacional de Literatura.

Por fin se reconocìa  con enorme respeto  su labor literaria de 40 años iniciada con el monòlogo Una entrevista de prensa o La bella de inteligencia puesta en escena el año 60. Los ensayos de Una sonrisa detràs de la metàfora(69), la pieza  teatral Vida con mamà(75) y sus crònicas en  Yo amo a Columbo (1979) son muestras de un oficio tenaz, intenso y extenso bien centrado en la reflexiòn sobre la Venezuela profunda,  un tesoro de nueve tìtulos  y decenas de textos dispersos en revistas y periòdicos.

Si se pudiera copiar  su conversa  improvisada en visitas, eventos, por telèfono y  correos digitales, tendrìamos  ademàs un importante manual del pensar a fondo sobre la extraña mezcla de espìritu libertario con inmadurez polìtica que nos caracteriza desde su estilo elegante repleto  del màs fino sarcasmo.

Ahora, debo pedirle a esta escritora  que me disculpe por la primera mirada tan superficial que hice a su dècimo libro, la  novela De muerte lenta publicada en 2006 por Bigott/Equinoccio UB,  que siete  años después, en una relectura calmada, consciente y muy dolorosa  desde el entorno  sociopolìtico en su peor y  definitiva crisis, adquiere su plenitud y  total  proyecciòn.

Y es porque la trama anecdòtica  de esta  densa narrativa con ròtulo novelìstico pero de difícil por demàs innecesaria etiqueta de gènero, transcurre en el breve período del golpe militar  que en 1948  derrocò al presidente Ròmulo  Gallegos tras nueve meses de gobierno democràtico  constitucionalmente electo y los efectos que ese fatal   episodio marcò en sus protagonistas, las generaciones siguientes y el transcurrir nacional hasta hoy.

Aquì, el gran novelista, escritor, hèroe civil,  pedagogo, es doblemente patètico, porque la realidad le impone sufrir en carne propia  la barbarie de los sargentos tantas veces  magníficamente descrita en su obra de ficciòn. Su figura , los  testigos  que  lo evocan nostálgicamente  y el tesista que indaga, pasan a un plano secundario porque el protagonismo de esta historia radica en un crònico  modo de ser, en la  ambigua atmòsfera entrecruzada de impotencia ante el poder castrense, infantilismo en la percepción moral de la conducta social , resignaciòn  y dolor, esa fusiòn  enfermiza todavía no resuelta, mixtura que conduce a la  conducta de  banal pasividad  con estallidos  reactivos ocasionales pero  inacciòn al fin,  lesiva y  cuyas consecuencias sufrimos en la actualidad, porque se trata de un  suicidio moroso, lento, el  de la fràgil democracia conquistada con tanta dificultad y maltratada con frìvola  facilidad.

Fue por eso que el estadista Ròmulo Betancourt lanzò la terrible frase “disparen primero y averiguen después” cuando la subversión de los sesenta llegò a los extremos del terorismo urbano.Siempre estuvo alerta ante los ruidos subterràneos del coqueteo entre el castrocomunismo y un sector de las Fuerzas Armadas Nacionales mayormente institucionales.

En Venezuela se ha escrito y se  publica sin pausa  mucho material, serios análisis sobre esto que nos pasò y sigue pasando frente al militarismo. Pero que yo recuerde,  y me corrigen por favor, esa enfermedad cìclica,  dolencia de “la efìmera ilusiòn galleguiana” incrustada en la tradición històrica.  por primera vez , y esa valentìa para afrontarlo es  buen sìntoma de aspirar a la salud por una repùblica civil estable , adquiere categorìa literaria de personaje central en una prosa poètica de calibre mayor, capaz de alcanzar la llaga màs honda sin sangrados ni heridas lacerantes, signo personalìsimo, intrasferible,  de La Lerner.

alifrei@hotmail.com

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martes, 2 de julio de 2013

ALONSO MOLEIRO, PERIODISMO, LITERATURA Y OPINIÓN PÚBLICA

Evitar pronunciarse sobre los temas de fondo, cultivar una relación aproximadamente neutra con todas las fuentes, mimetizarse en el fragor de la calle, ganarse la confianza de los jerarcas del poder para aproximarse a sus dominios, hacer de la equidistancia una norma de vida. 

Tomar nota de las posturas apasionadas y de los personajes díscolos, con la pasión de un retratista, con el objeto de obtener los insumos para poder materializar los más completos perfiles y las más ambiciosas crónicas.

Es un modus operandi muy extendido, y absolutamente legítimo, de algunos de los grandes reporteros del mundo entero. 

Disolverse como una granada fragmentaria silenciosa entre los rugidos de las multitudes; cavar, lo más hondo que lo permitan las circunstancias, para obtener una muestra condensada y fidedigna de la comprensión de los procesos.

Digo que es “absolutamente legítimo”, porque no deja de ser esta una opción personal. Varios de los estamentos más populares y estructurantes del ejercicio del periodismo están comprometidos con la pasión por describir. Adulterar los contenidos de un reportaje con adjetivos descolocados y aproximaciones con sesgo constituye uno de los caminos más conspicuos para degollar una nota.

En muchas sociedades y contextos puede ser procedente convertirse en una especie de llave maestra; cultivar relaciones con universos antagónicos y priorizar, a continuación, la depuración de la técnica y el desarrollo adecuado de la pluma para completar las mejores entregas.

El baremo que intento describir comienza a modificarse cuando el ejercicio del periodismo ingresa en los dominios del estrepitoso y contradictorio universo de la opinión pública. Se trata de dos criterios pertenecientes al mismo ámbito, habitualmente percibidos como las piezas de una misma estructura, pero inequívocamente separados por los contenidos de fondo: los vericuetos de la interpretación y el impacto de los contenidos.

Nadie debe engañarse: ni el alma más deseosa de ausencia, ni espíritu más ubicuo, enfundado en la pluma más talentosa, podrá evitar que las implicaciones sus trabajos levanten las ronchas correspondientes. Si el periodista de marras no quiere hacerlo, presumiblemente porque “no le corresponde hacer juicios de valor”, pues peor para él: otros se tomarán la molestia de hacerlo en su nombre. Una batería de programas de radio y televisión, un ejército de analistas y un muy calificado team de funcionarios perjudicados vestirán al muñeco con todos los calificativos que, hasta entonces, estaba procurando evadir.

La opinión pública, el otro gran torrente del universo de la información —ese que cierto periodismo literario suele soslayar— se encargará de empaquetar, clasificar y etiquetar el más virtuoso de los ejercicios literarios en los antipáticos dominios de la política.

Es una verdad que cobra relevancia muy especial en un país como el nuestro. Hace unos meses, prevalido de la ventaja natural que le otorgaba ser extranjero, Jon Lee Anderson, uno de los reporteros más completo del mundo, publicó una muy comentada crónica sobre la vida que llevaban, apiñados, varios centenares de personas en la tristemente célebre “Torre de David”, acá en Caracas. Anderson concretó una nota magistral en la cual describe la vida cotidiana de personas de índole diversa: vecinos y refugiados; colectivos urbanos simpatizantes del gobierno y elementos vinculados al mundo del delito. Un caleidoscopio muy ajustado que le podría servir a cualquiera sobre la verdadera naturaleza del país que tenemos, nuestros desajustes sociales, e incluso los valores e intenciones de parte de nuestro estamento gobernante

El trabajo que terminó apareciendo en el New Yorker fue el resultado de una paciente secuencia de visitas y conversaciones con venezolanos ubicados en todos los estratos y posiciones posibles, y de un adecuado lobby para intentar granjearse la confianza de algunos elementos del alto gobierno y el chavismo radical. Bastó que saliera a la luz para que un coro de voces indignadas dolientes del gobierno, que siempre lo trataron con cierta indiferencia, lo vilipendiaran con todos los epítetos posibles. Anderson, seguramente acostumbrado a estos lances, salió del brete con bastante solvencia.

El sistema de códigos que comprende el ejercicio de la información está integrado por palabras, las cuales portan contenidos con implicaciones que traen consigo consecuencias. Cuando eso sucede, ingresan al universo de la opinión pública, y, en consecuencia, a la política. Nadie debe asustarse por esta circunstancia.

Hace varios años, Plinio Aplueyo Mendoza intentaba explicarse las causas de la inexplicable lenidad y la actitud deslumbrada con la cual su compatriota y amigo, Gabriel García Márquez, solía aproximarse a la figura de Fidel Castro. 

De acuerdo al periodista colombiano, en lo tocante a su relación con Castro, en García Márquez no operaba en ningún caso el intelectual ni el periodista, sino el escritor. El novelista latinoamericano más completo de su época pasaba parte de su tiempo contemplando con fruición renacentista a aquella figura encantadora y enigmática, sobre la cual se tejían toda suerte de leyendas, para quien, al parecer, no existían imposibles. Todo un prodigio carismático, el hechizo barbado, la concreción de la justicia, la metáfora viva de lo real maravilloso. La puesta en escena de la paradoja latinoamericana; un personaje que parecía haber saltado a este mundo desde las páginas de sus novelas.

Nunca supe si García Márquez llegó a esgrimir, a manera de excusa, aquello de que “no soy quien para emitir opiniones”. Lo que sí está claro es que se le olvidó comenzar por el principio: que su amigo Castro hace rato es un impresentable dictador que proscribe libros en su país, que jamás supo delegar decisiones elementales en cuestiones de estado, que no le interesa la opinión ajena, sobre todo si es discrepante, y que tiene a su país metido en un doloroso proceso de decadencia y agonía.

alonsomoleiro@hotmail.com

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martes, 1 de noviembre de 2011

TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ: EL OJO DE DIONISIO

Buena parte de los libros que se publican son la mejor prueba de que la literatura lleva el mismo camino de la realidad global: la escritura ha dejado de ser demostración (ética o estética) para convertirse en mostración. Bien lo explica Paul Virilio en El procedimiento silencioso cuando advierte de la desaparición de la geopolítica ahora sustituida por una “cronopolítica”, para evidenciar el surgimiento del ciudadano virtual de la ciudad mundial, que no es ciudadano sino contemporáneo. Ya la literatura no quiere demostrar, según lo han determinado los editores preocupados por sus ingresos.  

El escritor tiene que “echar un cuento”, plagarse de anécdotas en menoscabo de la “dentritud” del lenguaje. La naturaleza misma de la literatura está en peligro, pues ha asumido “la estética de la desaparición” para ocupar las reglas massmediáticas establecidas que no son otra cosa que dar prioridad absoluta a la notificación. Es claro, como lo recuerda Virilio, que el “arte moderno” fue paralelo a la revolución industrial, mientras el arte “posmoderno” marcha con el lenguaje analógico, con el progreso tecno-científico, con la revolución informática.

No hay duda que el mundo está desquiciado. Y la literatura con él. Si procuramos con Derrida  entender, habría que decir “el presente es lo que pasa, el presente pasa”. Así, la literatura, se ha colocado en lo transitorio, “entre lo que se ausenta y lo que presenta”. En otras palabras, la literatura ha tomado para sí la huida. La pregunta es si será así siempre, si ha terminado la literatura como la hemos entendido. El porvenir de la literatura sólo puede pertenecer al pasado en el sentido de modificar con las nuevas técnicas y con todas las innovaciones posibles la vieja misión de demostrar, de crear, es decir, de volver a ser arte. Esta presencia sólo la encontramos en los viejos textos, de los cuales podemos decir “está escrito a la vieja manera”, en cuanto a estilo o a sintaxis, pero en los que pervive  el afán de una  tarea por realizar, aceptando que lo heredado no está dado. Quizás debamos comenzar desde aquí: partir de una inconclusión y convencernos de que este dominio de la mostración pasará, como pasa siempre toda hegemonía.

El mundo anda muy mal y muy mal anda la literatura. Es probable que no percibamos en toda su magnitud su actual desgaste. Comprendamos que siempre ha habido desarreglos y desajustes. El futurismo desencadena su perorata sobre la máquina en pleno auge de la era industrial. El arte actual se copia de la perorata de los medios radioeléctricos, esto es, de la intrascendencia. El escritor quiere ser actor de televisión y no escritor. En otras palabras, la literatura se hace incompetente, pierde la legitimidad que venía de su antiguo espacio. El lector, por supuesto, asume que ya no habrá más literatura, que la literatura es lo que se le ofrece paralelo al bodrio informático. Sin embargo, todo muta y se reelabora. Lo tele-tecno-mediático, la mostración que cunde en putas, en exguerrilleros, en drogadictos, en sobrevivientes de dictaduras y, en fin, en personajes sin misterio, sólo se entienden como símbolos mediáticos de masas, la gran concesión de la literatura a los programas, a las modas y a los discursos de la pantalla-ojo. Es obvio que el contemporáneo, el sustituto del ahora del hombre alerta, se mueve en inertes rutinas prácticas y todo lo que le perturbe es rechazado como una intensidad indeseable. La masa quiere desechar toda expresividad, está integrada por individuos de vulgaridad invisible y, en consecuencia, procura leer sólo lo que refuerce una condición masiva y vulgar. En materia literaria cabe recordar aquélla frase de Hannah Arend donde habló de “desamparo organizado”.

Es harto conocido que Dionisio, tirano de Siracusa, utilizaba un peñasco en forma de oreja a través del cual escuchaba todo lo que sus prisioneros decían. Ahora Dionisio ha colocado a sus cautivos directamente en el ojo lo que quieren que lean.


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domingo, 23 de octubre de 2011

ALEXIS ORTIZ: DISCURSO AL RECIBIR EL PREMIO CERVANTES DE LA UNIVERSIDAD NOVA DE FLORIDA.

El vinculante ritual  de caballería andante obliga a inaugurar la noche con el agradecimiento a los directivos de la Universidad Nova de Florida, quienes en alarde de generosidad me distinguieron con un galardón que luce, nada menos, el nombre del perínclito Miguel de Cervantes Saavedra, la flor del idioma castellano.
Me place hacer mención especial de Armando Rodríguez, Carmenza Jaramillo, Laura Rovira y Pedro Mena, porque los poetas José Martí y Aquiles Nazoa  proclamaron que la amistad es el invento más bello del hombre.
Y no puedo malograr este lance escatimando reconocimiento a mis mujeres:
A Edith Bravo, mi madre, en vida ella encontró su modo de desfacer entuertos, como educadora de niños de preescolar;
A Teresa mi Dulcinea del Río de la Plata;
Y a mis hijas Gabriela María Margarita y Delvis Gabriela del Valle, que no se avergüenzan cuando me da por embestir molinos de viento.
Pero precisemos el juego para que no se encabrite y desmande, esta noche no la vamos a despilfarrar en homenaje a un modesto escritor y político como yo, sino en provecho del creador del Quijote, la figura más libertaria, justiciera y fascinante de nuestra cultura hispánica.
La verdad es que mi único mérito es amar la lengua que permitió al Arcipreste pecar en poesía; a  Nebrija unir las voces del imperio; a San Juan de la Cruz y Teresa de Cepeda conversar íntimamente con Dios; a Fray Luis derramar tolerancia; a Quevedo hechizarse con el mundo; a Darío derrapar en los salones celestiales; a Lorca cantar a los preteridos; y a Borges escrutar la ironía del Altísimo que le dio a la vez “los libros y la noche”.
Esta lengua cuyos acentos precursores ya le fueron familiares a Averroes, el árabe y  su discípulo Maimónides, el judío. Este idioma que es y será hasta la noche de los tiempos, el de Cervantes.
Y es del excelso hidalgo de Alcalá de Henares que vamos a hablar unos minutos. De Cervantes, el manco de la batalla de Lepanto: “la más alta ocasión que conocieron los siglos”; el asiduo de la cárcel: “donde toda incomodidad tiene su asiento”; el por un interminable lustro cautivo de los moros en Argel; el siempre sospechoso para el Santo Oficio; en fin, hablar de un hidalgo pobre, de origen converso, “un entreverado loco lleno de lúcidos intervalos”, que entregó a la posteridad su Quijote, el más rutilante de los personajes literarios que en el mundo han sido.
Por el Andariego de Alcalá, Toledo, Valladolid, Madrid, Roma, Nápoles, Lepanto, Oran, Argel, Sevilla y Lisboa, por el que la errática monarquía negó permiso para venir a “hacer la América”, por el incomprendido por sus contemporáneos que fallaron en entender que él había escrito la novela final, perfecta, del género de Caballería y, al propio tiempo, la primerísima entre todas las novelas;  por ese hombre que en su amor por la libertad procuró liberar su obra de sí mismo, presentándose como simple traductor de un autor árabe, Cide Hamete Benengeli, por él y por más nadie nos reunimos esta noche a levantar una copa agradecida.
Cervantes a través del Quijote, en franco desafío a monarcas estólidos y opresivos, enarboló la bandera del libre albedrío que ampara a las criaturas diseñadas a imagen y semejanza de su Creador: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y se debe aventurar la vida, y, por el contrario el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.
Y a través de ese personaje insuperable, Miguel de Cervantes retó la intolerancia muchas veces homicida  del Santo Tribunal de la Inquisición: “Sancho, eso que a ti te parece bacía de barbero, me parece a mí el yelmo de Mambrino y a otro le parecerá otra cosa”.
En estos días que trepidan en medio de una existencia azarosa, frívola, rutinaria, mediática, consumista y ruidosa, debemos celebrar la sabiduría de la Universidad Nova, que escogió para su premio el nombre de Don Miguel de Cervantes Saavedra, el más excelso caballero andante que en una edad dorada iluminó el planeta, con su presencia de genio vivencial y atrevido.
jalexisortiz@hotmail.com
alexis@elpolitico.com
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domingo, 10 de octubre de 2010

JUSTO Y OPORTUNO RECONOCIMIENTO. OSWALDO ÁLVAREZ PAZ. DESDE EL PUENTE

Resisto la tentación de profundizar en el análisis de algunos de los gravísimos problemas que ocupan la atención de los venezolanos y de buena parte del mundo. Están referidos al terrorismo y las supuestas o reales conexiones entre la ETA y las FARC, las presuntas operaciones en territorio nuestro, la eventual complicidad o tolerancia del alto gobierno y las correspondientes investigaciones judiciales y policiales de España, Francia y Colombia en pleno desarrollo. Todo ello, y mucho más, vinculado a crecientes evidencias de las actuaciones del crimen organizado al servicio del narcotráfico, operando desde Venezuela hacia el mundo entero. Como no hay secretos eternos, todo se sabe. Las evidencias se multiplican y quienes deberían estar en la primera línea de la colaboración para establecer responsabilidades, guardan extraños silencios o hacen sospechosas declaraciones que incrementan las dudas antes que despejarlas.

Hoy queremos rendir tributo de respeto a Mario Vargas Llosa. Merecía el Nobel de literatura desde hace mucho tiempo. Lo conocí en Caracas en 1967, cuando recibió el premio Rómulo Gallegos por su novela La Casa Verde. Él tenía unos 30 años de edad y yo, con algo más de un año de graduado de abogado, era el Secretario General Nacional de la Juventud Demócrata Cristiana de Venezuela. Desde entonces hemos seguido de cerca todos sus pasos, incluidos los avatares de su lucha por la presidencia de Perú, en mala hora fallida, pero plena de lecciones para propios y extraños. He leído cuanto me ha sido posible de su extensa obra literaria, sus conferencias, ensayos y artículos periódicos. Vargas Llosa no ha sido un “hombre corcho”. Jamás ha pretendido flotar en todas las aguas. Ha sido un campeón de la libertad. Demócrata a carta cabal. Fiero adversario de cualquier expresión de tiranía, de autocracia totalitaria y, sin esguinces, ubicado en la acera de enfrente del comunismo a la cubana, de eso que ahora pretenden disimular con la cuartada del socialismo del siglo XXI.

Sin haber existido intimidad personal, me considero amigo agradecido. Ha sido solidario en algunos momentos de mi vida. Mencionaré sólo dos de ellos. Cuando fui candidato a la presidencia de Venezuela en 1993 y, más recientemente, en los días de la prisión a la que fui sometido por el régimen castro-chavista. Su palabra de apoyo fue un estímulo permanente para mantener la moral en alto y motivadora de corrientes de opinión internas y externas que desembocaron en mi liberación, así mantenga algunas absurdas restricciones judiciales para el ejercicio pleno de la libertad.

En esta nota queremos felicitar a Perú, su tierra natal y a España, país que le otorgó nacionalidad honorífica. Tanto la excepcional obra literaria como sus opiniones políticas, forman parte del patrimonio cultural que uno de los hijos grandes de esta Hispanoamérica nuestra le hace al mundo entero. Vale la pena estudiar esta vida útil.

oalvarezpaz@gmail.com Lunes, 11 de octubre de 2010

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