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miércoles, 21 de enero de 2015

EDILIO PEÑA, LA DOBLE FANTASÍA DEL TERRORISTA

A Elizabeth Burgos, mi amiga.

EDILIO PEÑA
El terrorista siempre actúa en términos absolutos. Mucho antes, ha corrompido su condición humana con una obsesión primitiva. Por eso, matando o haciéndose matar, cree trascender —desde su perturbada energía— sus fines ideológicos o religiosos. Todos sus actos están en función de una metafísica macabra. Abandona la fe o la política que dialoga y reconoce a su semejante porque existencialmente no le es posible vivir en un mundo de contrastes. Para él, la vida tiene demasiados matices o caras, para afiliarse a ella con un corazón huérfano y herido; su oscuro y amargo rencor lo priva y se lo impide. Entonces, su gran labor es destruirla, fría y sistemáticamente, aún a costa de su propia existencia. Acto último que ofrenda en nombre del martirio, como si sus víctimas no fueran los verdaderos mártires. Su memoria guarda el nido de un recuerdo doloroso y desgarrador, que desea desterrar, y vengar, con el creciente odio de la venganza, pero inculpando a los otros y nunca a los autores directos de su padecimiento secreto. Esos que no volverán a estar.


Ese recuerdo puede ser una violación paterna, golpizas inclementes al niño que fue, o haber sido testigo del exterminio de lo que más amó. Así ha ocurrido —y ocurre— con el perfil biográfico del fanático religioso y el llamado revolucionario. En el primero, el pretexto de su actuar está determinado por las exigencias de un Dios o Profeta inquisitivo; en el segundo, el devenir de una clase que habrá de gobernar de manera totalitaria la existencia de los otros. Por lo tanto, aquellos que se opongan o se atraviesen como obstáculos en su objetivo de terror, serán considerados infieles o contrarrevolucionarios El terrorista odia al cuerpo, porque éste es el depositario del más valioso sentir: de la espiritualidad, del pensamiento y de la duda. Somete la cotidianidad al borde, a un estado de tensión, a un grito o a un estallido. Sólo un libro estima y lee: aquél donde se concentran los principios de su fe religiosa o ideológica, pero al que su fanatismo y perturbada mentalidad, distorsiona y equivoca cada vez que las palabras intentan respirar más allá de las páginas del autor. El terrorista milita, pero no medita. Es un terrible imposible.

La sorpresiva e inesperada manera con que actúa el terrorista busca igualmente colocar a su víctima en un estado absoluto de esclavitud e indefensión, de perplejidad o espanto, ante la avalancha del horror que porta. No permite la reacción a tiempo, desactivando su equilibrio emocional y de pensamiento; es la manera más expedita y morbosa que utiliza el terrorista para degradarla a su nivel de sujeción como verdugo y asesino estelar. El tiempo que tiene cautiva a su víctima, el terrorista desea fervorosamente convertirla a su causa, con el mismo frenesí con que ayer le infligieron los castigos físicos y psicológicos que le arrancaron la inocencia y la humanidad. Pero si la víctima se niega a su maniático fin, el terrorista procede a fusilarla o degollarla. El terrorista también quiere emular a sus pares, aquellos otros que actuaron y se inmolaron antes que él en la aventura del absurdo. Su intención última es fraguar un acto terrorista que nunca antes se haya ejecutado. Esa es su ciega finalidad, su mayor fantasía. Su poder. Porque padece a su vez de una acendrada competitividad y envidia que lo impulsan aún más. Fantasía que lo enaltece, mientras la ensueña en la noche agria de los insomnes, y que después habrá de concretar en la realidad, sin piedad ni compasión por nadie. Las Torres Gemelas fueron derrumbadas por el terrorista mucho antes que éstas se desplomaran en el piso de la realidad, así como la masacre recién cometida contra los caricaturistas del semanario satírico Charlie Hebdo, de Francia. Es decir, el terrorista necesita matar a su víctima doblemente. Primero en el rincón enfermo de su mente, y después, en el escenario proyectado de ésta. Sin embargo, hay un detalle que se le escapa al terrorista en la implementación de su acto macabro. Porque las representaciones en la realidad están condenadas a los accidentes que introduce en ellas el azar, por donde la vida se salva y preserva en aquellos sobrevivientes que tuvieron tiempo de resistir y combatir. Aquellos seres maravillosos que derrumban el plan perfecto del mal.

El terrorista, como sujeto trágico, está muy lejos de la alegría. Para él la felicidad siempre habrá de ser lejana, fuera de su realidad existencial. Esa otra fantasía que le reserva el futuro o el más allá. El humor o la risa le resultan insoportables al terrorista. Aunque no es el chiste lo que lo enerva y desquicia, sino el humor contenido en los elementos claves de la deconstrucción de la mentira y del absurdo. Cuando su retrato y sus dogmáticas creencias son convertidos en caricaturas, el terrorista se enmascara y busca al autor de su burla; y con el frenesí de la ira oculta de los cobardes, le quita la vida pensando que de esa manera puede desterrar el talento irreverente con que la libertad celebra la vida. Pero el terrorista no sólo está representado en un individuo desbordado por la venganza brutal, también existen gobiernos o Estados que lo promueven y patrocinan.

Edilio Peña
edilio2@yahoo.com
@edilio_p

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jueves, 3 de abril de 2014

ELIZABETH BURGOS, EL CRIMEN DE MARÍA CORINA MACHADO

La rebelión ciudadana que desde febrero ha tomado las calles del país ha desplazado radicalmente las piezas del tablero y ha demostrado un hecho de suma importancia histórica. En Venezuela ha surgido una oposición que ya no es rehén del castrismo. Eximida de esa influencia que ha permeado durante decenios el modo de pensar y el sentir político de los venezolanos, -(todas las tendencias políticas confundidas, lo que explica al carácter ambiguo, y muchas veces incoherente de la oposición)- ha logrado la libertad de rebelarse y expresar el sentimiento nacional más elemental que anima a los ciudadanos ante la invasión de otro país que venga a imponer su ley.

La Habana no podía permanecer indiferente. El mantenimiento en el poder de Nicolás Maduro es un asunto de sobrevivencia. Pese a la aceleración de las negociaciones de Cuba con la Unión Europea llamadas a poner término a la “Posición Común” que condicionaba el otorgamiento de créditos y la apertura de una política de cooperación con la isla, al respeto de los derechos humanos y a una apertura democrática. La actividad diplomática desplegada por los gobiernos latinoamericanos en pro del deconocimiento sin condiciones de la dictadura castrista, al igual que lo ha hecho por parte de la OEA su Secretario General, José Miguel Insulza, ha dado sus frutos diplomáticos, pero los frutos que le den a comer a los cubanos, tardarán algún tiempo. Cuba seguirá dependiendo de Venezuela.

La dictadura cubana está obligada a proteger el equipo que ha puesto en el poder. Pero sería ingenuo pensar que los Castro juegan una sola carta. Nunca lo han hecho. En todas las circunstancias conflictivas, Fidel Castro, que es un verdadero genio en el arte del detalle táctico, siempre tiene de reserva varias cartas bajo la manga. Es indudable, que a los Castro les conviene más mantener en el poder a un incondicional como Maduro. Han hecho todo lo posible. Creyeron que la rebelión cesaría tras los certeros disparos en la cabeza.

Para el aparato cubano, es innegable que se está ante un escenario inédito. La Habana tiene que repararse, porque llegado el caso en que la situación se haga insostenible y exija de manera ineludible un cambio de escenario, Cuba puede perfectamente sacrificar a Maduro. 

Por supuesto que el hecho no la tomará desprevenida: tendrá preparadas una, dos o más cartas de recambio que ya debe estar barajando. De allí que no sea de excluir en un futuro inmediato, ver en el escenario político venezolano actitudes titubeantes e incomprensibles, posturas sorprendentes, alianzas contra natura: en todos esas expresiones bizarras, lo más seguro es que esté la mano hábil del aparato cubano; sin excluir que quienes son objeto de la manipulación no se percaten de ello. No sería la primera vez que lo haga, ni la última, porque desafortunadamente al castrismo todavía le queda vida por delante en América Latina.

El castrismo ya es parte de la estructura mental del comportamiento político del latinoamericano, de allí el milagro que significa el surgimiento en Venezuela de una generación de jóvenes libres de esa tara congénita. La arremetida contra María Corina Machado es parte de ese escenario. En un terreno como el de la oposición, bastante pobre en ideas y sin un programa político digno de ese nombre, a la que de hecho el poder muchas veces le ha marcado la agenda, el surgimiento de una voz que exprese los valores que forjaron el sentimiento de pertenencia a la nación; que al expresarse toque esas fibras profundas que mueven a los pueblos a defender el espacio que habitan, perturba el escenario y se hace necesario excluirla, neutralizarla.

Fidel Castro es paciente en el odio y la revancha siempre termina tomándola. Difícilmente ha olvidado la osadía de la carta pública que le envió María Corina Machado, en respuesta a una “Reflexión” de enero 2012 del cubano en donde alababa la “genialidad de Chávez” y reprochaba a la parlamentaria “la dureza extrema “ con que lo increpó con frases que “pusieron a prueba su caballerosidad y sangre fría” ante el “insultante calificativo de ladrón”. La reflexión de Fidel Castro, es una muestra de la “guataquería”, como llaman los cubanos a la adulancia más vergonzosa. Consideró que la frase “águila no caza mosca”, era una frase “elegante y sosegada”, a lo que MCM le responde que se trata de una grosera manifestación dedesprecio hacia sus interlocutores, y sólo “un déspota considera que un parlamentario elegido por el pueblo no tiene credenciales para discutir con el presidente de su país”. Sin embargo, al referirse al discurso pronunciado por Chávez (Informe a la Nación, enero 2012) en la Asamblea Nacional y que dio origen a la intervención de MCM, Fidel Castro, al tratar de alabarlo, se traiciona e incurre en la manifestación de condescendencia más patética que pueda imaginarse, al afirmar que “no alcanza a explicarse cómo un soldado de modesto origen, fuera capaz de mantener con su mente ágil y su inigualable talento tal despliegue oratorio sin perder su voz ni disminuir su fuerza”.

Para Fidel Castro, el origen modesto no concuerda con el talento. La reflexión de Fidel Castro, merecería un análisis de texto. No hay desperdicio, cada palabra tiene su significado, cada frase es un mensaje destinado a manipular. Quien es un dechado de ambos, trata a Betancourt de vanidoso e hipócrita. A Pablo Neruda, al que insultó y trató de agente del imperialismo, lo menciona “insigne y laureado poeta”.

En un párrafo relativo al colombiano Marulanda, vale la pena citarlo porque expresa a cabalidad la manera cómo el pensamiento de Castro se inspira de lo militar: a Marulanda, lo considera “valiente y revolucionario”, pero no coincide con él en su concepción táctica, por que según Castro dos o tres mil hombres habrían sido suficientes para derrotar a un ejército regular convencional en Colombia; en cambio Marulanda, organizó un ejército con “casi tantos soldados como el adversario” y “eso es sumamente costoso y virtualmente imposible de manejar; se torna imposible.” De lo cual se infiere, de que para controlar los movimientos de protesta en un país eminentemente urbano como Venezuela, es más manejable un ejército integrado por tiradores de elite, desplazándose en motocicletas. El certero disparo en la cabeza, revela la doctrina militar que profesa Fidel Castro: lo menos costoso y que sea lo más eficaz.

Habituado a que jamás nadie lo haya cuestionado, la carta pública de MCM tiene que haber significado un duro golpe al monumental narcisismo del cubano. Ella responde punto por punto los cuestionamientos y la versión de la historia que como de costumbre forja el cubano. La diputada desmonta la versión ficticia que hizo Chávez en su presentación de “un país de paz y prosperidad que no existe”. Tal vez la frase más dura que debe haberlo herido profundamente es cuando le recuerda al dictador cubano que intervino en Venezuela en los 60, pretendiendo imponer un régimen como el cubano por lo que “su ataque a Rómulo Betancourt no puede ocultar un hecho que está inscrito en la historia: Betancourt lo derrotó a usted política y militarmente, su reconcomio por esta fatalidad es evidente”. Le recuerda también la carta que le envió Castro a Carlos Andrés Pérez desmarcándose del golpe de Chávez de 1992, lo que demuestra la falta de principios del cubano.

La carta de MCM es un compendio del comportamiento abusivo de Castro hacia Venezuela, de sus versiones sesgadas de la historia. Una pieza epistolar de un raro rigor, sin retórica, ni golpes bajos. Los golpes fuertes son las contundentes verdades que expresa. Una carta necesaria porque todavía, pese a los acontecimientos recientes, todavía existen medios, incluso de oposición, que persisten en hablar de la “supuesta” intervención cubana. En una entrevista periodística a propósito de las razones que la incitaron a escribir la carta, MCM declara que lo hizo porque creyó que era “el momento de poner las cosas claras y demostrarle a esos hombres autoritarios al frente de mi país, de Venezuela y también el de Cuba, que no les tenemos miedo, que no les bajamos la cabeza y que no vamos a tolerar más mentiras”.

“He expresado lo que siente la inmensa mayoría de los venezolanos. Es un tema de dignidad, es un tema de soberanía y un tema de independencia y ha llegado el momento de llamar a las cosas por su nombre y que sepan que no les tenemos miedo”. Es por ello que esa carta tiene un significado histórico profundo, porque abre la senda hacia la voluntad de sobrepasar el chantaje ideológico del castrismo, a lo que hasta ahora ningún responsable político venezolano se había atrevido o haya tenido la iniciativa de hacerlo con ese rigor y eso tiene que haberlo comprendido perfectamente el estamento cubano. En el momento en que el poder castrista se percata de que el contenido de lo expresado en la carta ha cobrado cuerpo y ha tomado la forma de una rebelión civil, es evidente de que buscarán la manera de callarla. Vale la pena citar en su integridad el párrafo final: “Comandante Castro, deje de intervenir en los asuntos internos de Venezuela. Hágalo de buen grado o las fuerzas democráticas de Venezuela se lo volverán a hacer entender como hace 50 años”.

Una demostración de rigor y una conciencia firme de fidelidad a los principio republicanos, he aquí el “crimen” que busca castigar el presidente de la Asamblea Nacional.

Elizabeth Burgos 

http://zoevaldes.net/2014/03/22/el-crimen-de-maria-corina-machado-por-elizabeth-burgos/

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