BIENVENIDOS AMIGOS PUES OTRA VENEZUELA ES POSIBLE. LUCHEMOS POR LA DEMOCRACIA LIBERAL

LA LIBERTAD, SANCHO, ES UNO DE LOS MÁS PRECIOSOS DONES QUE A LOS HOMBRES DIERON LOS CIELOS; CON ELLA NO PUEDEN IGUALARSE LOS TESOROS QUE ENCIERRAN LA TIERRA Y EL MAR: POR LA LIBERTAD, ASÍ COMO POR LA HONRA, SE PUEDE Y DEBE AVENTURAR LA VIDA. (MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA) ¡VENEZUELA SOMOS TODOS! NO DEFENDEMOS POSICIONES PARTIDISTAS. ESTAMOS CON LA AUTENTICA UNIDAD DE LA ALTERNATIVA DEMOCRATICA
Mostrando entradas con la etiqueta COLETTE CAPRILES. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta COLETTE CAPRILES. Mostrar todas las entradas

martes, 25 de febrero de 2014

COLETTE CAPRILES, EL PODER DE UNA IDEA

La escena es la siguiente, filmada por un celular mantenido a una prudente distancia de los acontecimientos: una voz femenina y de buena pronunciación, amplificada con un megáfono, invita a los clientes de una larguísima y bochornosa cola frente a un local no identificado a reflexionar sobre su lamentable condición. Los argumentos de la mujer son los dictados por el sentido común y son los que se repiten a diario incansablemente, son la materia misma de la conversación cotidiana: “Esto nunca había pasado”; “nadie se merece esto”; “no es justo”; “hasta cuándo hacer colas para no encontrar lo que se necesita”… Nada extraordinario, excepto, por supuesto, el tono de arenga y el megáfono. La cámara (por así decir) se fija en los parroquianos que evitan a toda costa parecer interesados en la situación: unos levantan la mirada al cielo con hastío y otros no la despegan de sus celulares. Rápidamente entran en cuadro dos militares o milicianos que van aproximándose a la dama en cuestión –lo que señala que el establecimiento está custodiado– rodeándola como se haría, digamos, con una ternera caprichosa, e incitándola a alejarse. En cuanto queda clara la maniobra de los militares, se desencadena la reacción del público: de la cola salen insultos diversos hacia la mujer del megáfono, y especialmente una señora rotunda se complace en articular el mensaje colectivo: “¡Escuálida! ¡Cállate! ¿A ti qué te importa que nosotros hagamos cola? ¿Acaso eso es problema tuyo?”.
Se trata, como algunos lectores sabrán identificar, de un video que circuló por Twitter hace quizás un par de semanas. Una mujer preocupada por lo que percibe como apatía y pasividad se encuentra con que su ánimo de protesta y su mensaje “concientizador” es percibido como una intromisión, un exceso o una invasión. La arenga, lejos de formar comunidad, sirvió para que lo que quedara de bulto fuera la horrible división entre los venezolanos, que parece más importante que cualquier necesidad, cualquier cansancio o cualquier protesta. Sirvió para que se formara un “nosotros” que excluye, y que, siendo víctima, no quiere admitirlo. O al menos no lo admite frente a un “otro”, al extraño, al que no es igual.
Me hizo recordar una observación de Isaiah Berlin, en un libro suyo llamado El poder de las ideas. En un apartado titulado “La búsqueda de status”, Berlin detecta el “deseo de reconocimiento” como una “forma híbrida de libertad” porque revela la pulsión hacia la autonomía, pero no como separación de otro –como diferenciación–, sino como el efecto de ese reconocimiento que el otro hace. Obviamente, se trata de un fenómeno profundamente humano, pero más interesante es una consecuencia política que Berlin señala: mucha gente prefiere ser mal y brutalmente gobernada por alguien que (siente que) se le parece, mientras rechaza el buen gobierno de alguien que (siente que) no la reconoce. En otras palabras: las identidades son a tal punto recompensas simbólicas, que las penurias de un mal gobierno pueden no ser suficientes para querer cambiarlo.
Y por ello la “protesta” no es una categoría objetiva o externa a la experiencia de identidad. La escasez, la inflación, la incertidumbre, la violencia, no son experimentadas del mismo modo. Por eso, también, la protesta “sectorial”, la que moviliza intereses particulares y se articula sobre un “nosotros” que no cuestiona al régimen o al sistema, funciona como parte del metabolismo del gobierno, mientras que el llamado genérico a protestar contra el sistema es percibido por la mitad del país como una amenaza a futuras retribuciones o recompensas identitarias (o materiales). La eficacia política de la protesta, para que no sea simplemente “reivindicativa” sino transformadora, provendrá más bien de la disolución de ese muro de Berlín (con acento) identitario que ha marcado a esta sociedad desde hace quince años. Cuando esa idea del “otro feroz” desaparezca.
colettecapriles@hotmail.com
@cocap

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, ACTUALIDAD INTERNACIONAL, OPINIÓN, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, REPUBLICANISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA,ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,

domingo, 13 de octubre de 2013

COLETTE CAPRILES, ARCHIPIÉLAGO CHÁVEZ.

Parece que las palabras de Maduro en la Asamblea Nacional fueron redactadas con una especie de aspiración ciceroniana, como para poner al torpe y disléxico lector en la posición del tribuno angustiado por la salud moral de la república. Aparecieron menciones a lo que cualquier artículo de Wikipedia habría sugerido como pilares del pensamiento republicano clásico, del humanismo cívico: Aristóteles, Maquiavelo… Contaminados desde luego no tanto por la oceánica ignorancia del orador sino por la lluvia de alusiones a autores destartalados o impropiamente citados, en un típico ejemplo de la zambumbia posmoderna con la que se amuebla la cabeza de los “intelectuales” contratados para la ocasión.

En el ámbito de las intenciones, que es en todo caso lo que hay que mirar, más habría valido una mención directa a Robespierre y el Comité de Salud Pública; el discurso, la ocasión, los antecedentes, la retórica, hasta los balbuceos, todo, quiere comunicar el inicio de un período de Terror que sustituya el carisma perdido y enterrado como principio de autoridad. Una autoridad que se le escapa a quien ejerce la Presidencia y que debe ser reconstituida con fines internos, de recomposición del cuadro chavista, y ser estratégicamente dirigida a la acción represiva contra factores políticos (y no políticos) que pueden (y están de hecho haciéndolo) galvanizar la decepción, la resaca del espejismo ido y roto en pedazos que las mafias del régimen tratan de arrebatarse.

No se insistirá lo suficiente en la irresponsabilidad patológica del señor Chávez al obstruir toda iniciativa de institucionalización de sus propios factores de poder y haber propiciado un archipiélago de voracidades en forma de tribus, clanes, familias (consanguíneas o no) que convirtió lo público en patrimonio privado y particular de unos capos. Estos buscan ahora alguna forma de equilibrio mediante purgas y reacomodos que pudieran tener éxito, si se entiende por tal su supervivencia en el poder.

Pero están las elecciones. Y está lo otro, lo que no está encuadrado en lo político exactamente sino en la sensación de fin de mundo que permea la vida cotidiana. Por lo que se colige de lo emitido por Maduro en la Asamblea y en los actos previos, en ese Plan Octubre Rojo que se ha anunciado, el asunto pasa por construir la certeza de la “irreversibilidad” del régimen, es decir, instalar el mensaje de que las cosas ya no serán, efectivamente, como antes. La política da paso a la amenaza descarnada de repetir ya no metafóricamente como hasta ahora sino de verdad-verdad, los espantos del socialismo real. El esquema redistribucionista y rentista habría entonces llegado a su fin para instalar una economía de perpetua escasez en la que la única salvación será conectarse con el sistema de privilegios del aparato de gobierno.

Pero de nuevo: están las elecciones. Convertirlas en mera aclamación del chavismo no es posible, no hay material humano para eso; pero crear, con el mensaje de la irreversibilidad y las operaciones represivas que puedan ejercerse, la atmósfera tóxica que las despoje de su significado político, tal vez sí. Porque si toda esa fuerza prepolítica (por así decirlo) que se respira en el hastío y frustración de la calle, pasa al acto político (que en esta ocasión es votar, y que otras ocasiones tendrá otra expresión), queda muy comprometido el archipiélago, y las mediciones de opinión lo están registrando abrumadoramente. 

La eficacia del voto ahora se mide en otra dimensión: la del repudio, y el mensaje que hay que dar en diciembre es que lo único irreversible es la voluntad de cambio de una sociedad que no quiere ser propiedad de una casta.

colettecapriles@hotmail.com 

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,

viernes, 27 de septiembre de 2013

COLETTE CAPRILES, MIRADAS DE PODER

Cuando los “ojos de Chávez” aparecieron durante la campaña electoral de 2012 estampados en franelas y paredes (con esa estética del street art con que el régimen ha querido fingir una vocación juvenil urbana tan contraria a su naturaleza estalinista y rural) no cabe duda de que resultó ser una gran jugada de branding, una marca evocadora o fetiche que aludía a la presencia/ausencia del propio candidato, imposibilitado de mostrarse como antes. 
Pero luego el signo salió de ese contexto para adquirir otros atributos. Hoy se recorre Caracas –el país entero, seguramente– tropezándose continuamente con una mirada insidiosa. 
Los versos de Antonio Machado retumban: “El ojo que ves/ no es ojo porque tú lo veas/ es ojo porque te ve”: los de Chávez han sido convertidos en talismán y señal del poder, en una marca de la vigilancia que desde el más allá se le quiere imponer a una sociedad de súbditos.
Lo notable es, en todo caso, la resurrección en pleno siglo XXI de tan antiguo símbolo del poder. La mirada es apropiación; todas las culturas humanas tienen un concepto para lo que en el Mediterráneo se llama el “mal de ojo”, una forma de apropiarse, dañándolo, de lo que no es de uno, o mejor dicho, de lo que no puede ser de uno. Los nazar turcos (un ojo azul que protege de las miradas del mal) dan testimonio además de aquella antigua forma de justicia que es el “ojo por ojo”. Cuando Lorenzetti, en su impresionante alegoría sobre el buen y mal gobierno, representa al tirano como un individuo de mirada torcida, dirigida hacia sí mismo, sintetiza el concepto clásico de la tiranía: el régimen del que gobierna para satisfacer su propia voluntad envilecida. El ojo habla.
Los ojos de aquí aparecen en cualquier parte pero tienen preferencia por la perspectiva vertical. Los edificios de los programas de construcción del Gobierno los exhiben, junto al jeroglífico de la firma, como verdaderos monumentos funerarios, repetición de un imaginario faraónico. Los masones también enmarcaban el ojo ilustrado en una geometría piramidal, pero esta, la que está estampada en esos edificios, no es la mirada que alude a la sabiduría y a la providencia, sino a la “elevación” o apoteosis de su dueño. Los ojos funcionan como una estratagema para la deificación o la idolatría y para marcar una permanencia difusa e insidiosa que crea un “arriba” y un “abajo” y secuestra la memoria para convertirla en mera conmemoración.
Orwell encarnó el poder en la cara del Gran Hermano: y no es que el poder sea visible, sino que la figura de poder convoca al espectador a una comunión (como aparece en el monólogo final de Winston Smith, rendido ante la belleza de ese rostro que antes temía: “Contempló el enorme rostro… ¡Qué cruel e inútil incomprensión! ¡Qué tozudez la suya exilándose a sí mismo de aquel corazón amante! Dos lágrimas, perfumadas de ginebra, le resbalaron por las mejillas. 
Pero ya todo estaba arreglado, todo alcanzaba la perfección, la lucha había terminado. Se había vencido a sí mismo definitivamente. Amaba al Gran Hermano”). En el mundo totalitario, no es la vigilancia lo que importa, ni el miedo: es el amor absoluto lo que se pretende, la identificación total, la fusión del individuo con el líder en una sola voluntad. 
Y aunque evoca el dispositivo panóptico del que hablaba Foucault como estructurador de la relación de vigilancia que toda sociedad moderna propone, es otra cosa. La “función panóptica” es por definición impersonal, el vigilante nunca es visto y el poder proviene, por así decirlo, de las instituciones. En Orwell, y aquí, el poder visible es el poder personal mitificado, un trofeo, una reliquia, un patrimonio de uno solo.
@cocap

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,

domingo, 1 de septiembre de 2013

COLETTE CAPRILES, ESTO ES LA TRANSICIÓN.

Lo que pasa es que seguimos en medio de ese tsunami llamado transición. Aunque los productores del espectáculo han creído que con mantener la escenografía y discretos cambios de elenco podían mantener la ilusión de continuidad, la experiencia de todos los días afirma lo contrario. 

La camarilla en el poder ha podido escamotear la temida palabra de la conciencia pública, aunque su plan operativo sea precisamente transitar, ir hacia otra cosa que ya no puede ser la misma que cuando mandaba Chávez.

Queda claro hoy que los años de Chávez terminaron en una especie de status quo cuya liquidación comienza el 14 de abril, cuando la posibilidad real de ser sustituidos en el poder obliga a un cambio ­quizás improvisado- de reglas de juego.

En el antiguo status quo, el pluralismo político tenía un cierto lugar, siempre que no amenazara existencialmente a la gigantesca masa de poder acumulada por la persona del presidente. Chávez reunía el poder político, el poder institucional a través del control del aparato burocrático y de la economía, y añadía eso que suele llamarse los poderes fácticos, habiéndose diseñado una corte, en el sentido absolutista de la palabra, desde donde irradiaban privilegios y castigos para los distintos intereses particulares.

En esta transición las reglas no están ni siquiera tácitas. No hay, en realidad. El problema estratégico para el gobierno es construir un sistema en el que su poder no pueda verse amenazado, es decir, para gobernar como minoría tiránica, cuando ya no puede funcionar con absoluta seguridad como mayoría electoral. Pero no está claro si puede seguir las fórmulas históricamente disponibles para ello, que tampoco son tantas.

Las transiciones soviéticas, o la cubana (me refiero a la remoción de Fidel Castro), ocurren exitosamente bajo condiciones que Venezuela no tiene hoy: unas economías espantosas pero estables.

El caso Gorbachov es la prueba negativa de eso: aunque no pretendía tocar el sistema soviético, las tímidas reformas políticas que impulsó desencadenaron la avalancha, porque la promesa de una mínima calidad de vida ya era insostenible.

Hoy el régimen está bajo una serie hasta ahora desconocida de restricciones ocasionadas por el mismo modelo económico que antes le producía tantos beneficios, cuando sus perversiones e ineficiencias podían ocultarse con petróleo y "muela" del jefe. El dilema es claro: o se abre la economía o la crisis se profundiza.

Pero precisamente, pluralizar la economía contradice la voluntad de poder tiránico. Una economía menos monopólica genera oportunidades para el pluralismo político, obviamente.

Pero la oposición tiene que construir una política para que esta transición nos ponga en el camino de la recuperación de la democracia y de la sanidad económica. Las viejas reglas desaparecieron y las señales del régimen son simples y terribles: represión y persecución para impedir el crecimiento de la alternativa, militarización, distribución focalizada de privilegios en medio de más penuria generalizada, y censura en serio.

Hay que hacer política en un escenario inédito. ¿Qué significa eso? Interpelar a la gente, dialogar, persuadir y organizar para la acción. Para distintos tipos de acción: electoral, denunciativa, pero sobre todo defensiva y afirmativa frente a la destrucción moral e institucional. Aquella incomodidad colectiva ante la arbitrariedad y la indecencia, que antes podía justificarse con la sensación de que era el precio de una mejoría en la capacidad de consumo (o con el discurso identitario del hombre nuevo), es ahora la materia prima de la indignación y así, del cambio político.

Otra vez es la dura hora de la política de verdad, como en 1936 y en 1958.

Collete Capriles @cocap

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,

sábado, 17 de agosto de 2013

COLETTE CAPRILES, A PROPÓSITO DE MILLONAS.

         
No hay ninguna inocencia en esa degradación continua del lenguaje y los chistes que provoca sólo cansan. La burla de las formas gramaticales quiere ser provocación política, torciendo el sentido como para mostrar que el poder no conoce límites. En este caso, además de querer exhibir el desprecio por el sentido común, hay una ironía sobre el lenguaje políticamente correcto y el calvinismo trastocado en arma identitaria. La incorrección del lenguaje se vuelve "correcta" como alusión a una presunta igualación de género. Y por ahí se marca territorio y se corrompe aún más la cuestión del lenguaje de género.

Digo "aún más" porque la idea de que la igualdad entre hombres y mujeres se logre a costa de eufemismos y torcimientos lingüísticos sólo puede ser resultado de una perversión muy profunda tanto de la idea de igualdad como la de la naturaleza del lenguaje. En español por otra parte los resultados son aún más grotescos porque en nuestro idioma, la confusión entre el género de las palabras y el género de los referentes de esas palabras revela mejor que otras lenguas lo absurdo del emprendimiento. Al no tener género neutro (género gramatical obviamente), el masculino se usa en castellano como equivalente al neutro. De modo que "niños y niñas", por ejemplo, tendría que ser algo así como "niños (en general), niños (varones) y niñas (hembras)" para poder satisfacer la taxonomía de los obsesivos puritanos que creen que con mencionar a las hembras se les transfiere una "visibilidad" que no tendrían de otro modo. Y por supuesto que el material para chistes se vuelve infinito cuando esta política se encuentra con la ignorancia etimológica: ¿qué hacer con palabras como "poeta" o "pediatra" que terminan en "a" pero son masculinas, porque provienen de lenguas que sí tienen género neutro explícito? Pero lo importante, creo yo, es que cada vez es más masivo el desplazamiento de lo político hacia la esfera de las prácticas simbólicas, como intervenciones deliberadas de las formas cotidianas de representarnos el mundo. 

El mundo íntimo queda atravesado por líneas de poder que lo transforman en algo ajeno, irreconocible. Lo anticipaba Aldous Huxley en una carta a George Orwell a propósito de la publicación de la novela de este último, 1984, (y agradezco a Roger Michelena, @libreros, la referencia de http://pijamasurf.com/2012/03/vislumbres-del-totalitarismo-y-el-control-de-masas-lacarta-de-huxley-a-orwell-al-publicarse-1984/): "Pienso que en la próxima generación los amos del mundo descubrirán (...) que el anhelo de poder puede satisfacerse tan justa y completamente lo mismo sugiriendo a la gente que ame su servidumbre como flagelándolos y golpeándolos hasta la obediencia".

Parece que toda la vida se nos ha convertido en una cruzada, llena de imperativos y de vigilancias, con un mar repleto de mensajes en botellas que alguien leerá o que nadie verá nunca; pero esta, la resistencia a los totalitarismos lingüísticos, a la irrupción del poder en los fundamentos de lo que nos es más común y compartido, que es nuestro idioma, resulta ser la más importante, la frontera última de la identidad.

Que el poder pretenda construir un dialecto que viola las convenciones degradando la lógica (puesto que eso es lo que es la gramática); que pretenda imponer una neolengua irracional para adelantar su proyecto de una nueva cultura diseñada desde las profundidades de su resentimiento, es, como se dijo desde algún rincón de la abominable alfombra burocrática, inadmisible.

colettecapriles@hotmail.com



EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,

jueves, 1 de agosto de 2013

COLETTE CAPRILES, YO Y MI PARTIDO, MI PARTIDO Y YO

No pocos pensaban que la muerte del autócrata acababa con la autocracia. Y lo pensaban afectos y opositores, omitiendo procesar las señales –bastante notorias– de que en los últimos años el poder personalista dejaba lugar a uno más corporativo, no ligado a instituciones visibles sino a la distribución de cuotas de poder entre grupos o tribus enquistado en varios rincones del aparato estatal.

Esta nueva configuración ha necesitado no sólo tiempo sino violaciones flagrantes a la Constitución y purgas específicas para conjurar las tormentas que amenazan con echar a pique el buque fantasma en el que se convirtió la nación. 

Quizás ya no caigan rayos y centellas sobre el maderamen, pero el mal clima persiste. Algunos se complacen en sugerir que la oposición ha contribuido a nivelar el timón, y con ellos vuelven las sirenas de la antipolítica a tratar de equivocar el rumbo. Cuando digo “antipolítico” me refiero a dos cosas que van juntas: la desconfianza hacia los partidos políticos como instrumentos de la política por una parte, y por la otra la creencia –no siempre muy articulada, pero siempre presente– de que la solución no es política sino técnica (el discurso de que lo que hace falta es gente “capaz” o sabia) o también providencial: una partida de nacimiento, una catástrofe, una revuelta, un mesías, un mártir.

Quizás habría que dar un paso atrás y preguntarse si las condiciones que dieron origen al chavismo han sido “superadas”. Me inclino a creer que muchos aspectos de esa configuración siguen larvados, sin desarrollo: el principal de ellos, el de los medios o condiciones para la acción política, es decir el tema de los partidos. 

El chavismo –como sus predecesores gomecista y perezjimenista– se instala con pretensiones explícitas de acabar con los partidos, y a despecho de su intoxicación doctrinaria (que por cierto, bien necesita altos estudios para ser dilucidada) y a despecho igualmente del usufructo que la parasitaria izquierda internacional, aún tiene el hueso militar y la sangre antipolítica de su origen. Y eso es como un seguro contra el naufragio porque conecta con una cultura política que no desapareció durante los años de la democracia sino que conspiró contra ella desde siempre, y que encontró en Chávez su figura, se desencantó y quiere seguir buscando otra.

Releo los textos de Juan Carlos Rey y recomiendo especialmente El sistema de partidos venezolano, 1830-1999, publicado por el Centro Gumilla, en el que el autor examina la aparición y desarrollo de las agrupaciones políticas en el contexto de una cultura pública en la que, desde la Independencia, predomina la antipolítica. La tesis fuerte de Rey para explicar el colapso del sistema de partidos democráticos es que paradójicamente estos partidos sucumbieron a la antipolítica al descuidar las prácticas de control institucional sobre la acción de sus militantes una vez electos. Perdieron la responsabilidad política –que es el atributo más importante de una democracia representativa– y se refiere a que el partido gobernante debe responder por la calidad de sus acciones de gobierno y por el cumplimiento de su oferta electoral y política. Gobernar mal tiene un precio, que es perder el poder, lo que supone que debe haber mecanismos para reemplazar al gobernante: elecciones periódicas y alternativas políticas.

El caso es que, de acuerdo con Rey, llegó un momento –a partir de 1989– en que los partidos no se hicieron responsables de lo que hacían sus militantes en funciones de gobierno. El presidente gobernaba solo y los partidos dejan de ser necesarios.

El asunto es que no hay democracia posible sin partidos que sirvan de intermediarios y articuladores de las demandas sociales, y que sean políticamente responsables, es decir que provoquen confianza al rendir cuentas a sus electores. No es a partir de restos de naufragios súbitos que vamos a reconstruir una democracia erosionada durante tantos años.

colette capriles ‏
@cocap



EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,

sábado, 25 de mayo de 2013

COLETTE CAPRILES, UN ASOMBRO ESPERADO

Estuve releyendo el libro de Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén, reporte sobre la banalidad del mal, tratando de reconstruir, para fines académicos, lo que se podría llamar la “teoría” del mal que allí se sostiene. 
Con la idea de que el mal es banal apunta Arendt a que el mal está en el hacer, en el acto mismo, sin que ello comprometa siempre la ruindad del malvado, por así decirlo (lo que, por cierto, no significa que la persona malvada no exista). Hay, sin embargo, algo muy curioso: Arendt insiste mucho en la manera en que Eichmann hablaba. Quedó muy impresionada por ese patrón formal que veía en cada declaración de Eichmann: un uso estereotipado del idioma, con lugares comunes, o refranes o fórmulas que a sus ojos lo revelaban todo del sujeto. Su habla era banal, justamente. El hecho de que este oficial nazi no pudiera usar el lenguaje del modo relativamente creativo (o más bien, idiosincrático) que es normal, orientó a la autora decisivamente hacia la conclusión que presenta en el libro. Que en realidad describe más bien el proceso de banalización del mal: de la puesta a punto de una máquina repetitiva que se fue construyendo con un montón de piezas legales, ninguna de las cuales por sí sola dictaba el exterminio, pero que, articuladas, lo lograron sistemáticamente. Exactamente como el lenguaje de Eichmann: usaba las mismas palabras y expresiones que todo el mundo, pero de una manera rígida y repetitiva que no comunicaba nada.
El mal sistemático puede resultar invisible. Lo excepcional se va normalizando hasta desaparecer en la percepción, formando una espesa capa que lo cubre todo. Por eso el retorno a la auténtica normalidad suele exigir un tipo de justicia excepcional, como ha ocurrido en tantas ocasiones históricas.
Porque se trata, en realidad, del restablecimiento de la verdad, no simplemente como un estrato geológico que hay que desenterrar, sino más bien como la construcción de una versión más o menos consensuada de lo acontecido, lo que a su vez supone una estructura de poder distinta, obviamente.
La verdad no irrumpe, ni aparece cristalina. Irrumpen siempre unas versiones vectorizadas por la distribución del poder. Con el último escándalo audible protagonizado por esa especie de alter ego del finado Chávez (episodio dirigido y puesto en escena, sin duda, por aquel mismo individuo) se entierra de nuevo al propio fallecido (padecerá nuevos sepelios, eso sí queda claro) y se quiere señalar una nueva configuración del poder, o de los poderes. El efecto purgante que suele tener todo traspaso de mando en regímenes de vocación totalitaria (y que es una de sus características) se pone aquí de manifiesto. Claro que no bajo la forma canónica de la “autocrítica” al estilo Padilla, sino con el giro perverso que es propio del chavismo (su vocación es ser el simulacro de una tragedia, como se sabe). Lo importante es que esa figura, huérfana del contrapeso y protección que el propio Chávez le ofrecía, hizo mutis, dejando tras de sí unos mecanismos de protección “por si cualquier cosa”.
Con la ironía típica de la historia, todo ello ocurre veinte años después, día por día, del último discurso de Carlos Andrés Pérez como presidente constitucional. Allí, con lucidez que ahora parece extraordinaria, insiste, refiriéndose al proceso de persecución del que fue objeto: “Este es un síntoma y un signo de extrema gravedad, de algo que no desaparecerá de la escena política porque simplemente se cobre una víctima propiciatoria. Esta situación seguirá afectando, de manera dramática, al país en los próximos años”.
Corrijo: a lo mejor la verdad sí irrumpe. Con veinte años de atraso.
Colette Capriles
colettecapriles@hotmail.com

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,

sábado, 22 de diciembre de 2012

COLETTE CAPRILES, LA NUEVA NORMALIDAD

Por paradójico que pueda sonar, el cierre del ciclo de Hugo Chávez en el poder no parece traducirse en el caos que él mismo vaticinaba durante su última campaña. Si se miran los síntomas más superficiales, desde luego, pareciera que esta transición ha hecho brotar las fallas tectónicas que atraviesan al régimen y a la oposición. 
Las elecciones regionales cambiaron el mapa político, pero para ambos, y en direcciones quizás inesperadas. Hay mucho regocijo no sólo entre quienes ganaron diecinueve gobernaciones y arrebataron una, sino entre quienes desde las catacumbas celebran el fracaso de las opciones de la unidad democrática, pensando que ello abona sus tesis antipolíticas o alguna expectativa candidatural para las inevitablemente cercanas elecciones presidenciales. 
Hay, por otra parte, consternación entre quienes se esforzaron para conservar espacios democráticos en las condiciones políticas y electorales más adversas que pueden imaginarse; hay, también, para el ganador, esa aspereza que causa la ausencia del más preciado trofeo, ese que podía garantizar el acceso inmediato, por fin, a la tan deseada hegemonía, sin dejar brecha alguna por donde pudiera quebrársela.
Pero todo esto, estos efectos, tienen causas que no son tan cercanas. No son efectos únicamente de las elecciones; más bien obedecen a una lenta reestructuración que se ha venido produciendo y que ha quedado a la vista y ha sido sancionada con los procesos electorales. Ya he insistido antes en la progresiva construcción de lealtades identitarias: no es gobernar lo que persigue el régimen, sino crear una nueva identidad nacional, una venezolanidad propia e “irreversible”. 
Un ex ministro devenido encuestador e investigador social lo reiteraba en estos mismos términos hace pocos días, diciendo que “los resultados de las elecciones regionales, más allá de la ausencia del Presidente, indican el bautizo a la sociedad venezolana de una identidad que se ha ido construyendo en más de catorce años, como es el chavismo”. 
Hay que añadir a esto la gigantesca industria del voto, principal producto de las empresas del Estado, claro, que se ha ya autonomizado de la figura presidencial, elevada ahora a la estatura de objeto de culto legitimador y no ya sede del mando. 
Pero hay otro proceso en marcha cuya evidencia yace en aquellas regiones que, otrora bastiones democráticos, pasaron a engrosar la cosecha del régimen. Las declaraciones de los gobernadores electos en Nueva Esparta, Carabobo, Zulia, Táchira, asegurando que “gobernarán para todos”, y que propiciarán relaciones con empresarios mientras ofrecen la mejilla gerencial que cierto imaginario atribuye a los militares “de carrera”; declaraciones, digo, que, alejadas de la retórica leninista y castrista que aflige al gabinete, señalan una alianza “desarrollista” ya en curso. 
Alianza que probablemente haya sido la causa eficiente de su elección, por cierto, junto con la promesa de levantar la camisa de fuerza presupuestaria y hacer fluir los “recursos”.
Una oferta de “nueva normalidad”, en suma, que no necesariamente contradice el proyecto de Estado comunal –que es, esencialmente, un sistema de burocratización, de encuadramiento estatal de la vida productiva e institucional de una gran mayoría de la población, no toda– y que obliga a la coalición opositora a repensarse por completo, como lo ha comenzado a hacer desde el 7-O a pesar de las premuras de las elecciones regionales. 
Las derrotas fragmentan y en definitiva la gran apuesta del régimen, del nuevo régimen mejor dicho, es que, en ausencia del carismático, sea la propia oposición la que pulverice la unidad. La crítica y el examen de los errores son esenciales para perfeccionar la unidad orgánica que hace falta para trascender la coalición electoral y crecer estratégicamente, por supuesto, pero sin detrimento de lo logrado, por modesto que pueda parecer; y esto no es sino el ejercicio de la responsabilidad política que, al igual que a cada una de sus partes, le compete y le está siendo exigido.
colettecapriles@hotmail.com

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,

viernes, 9 de noviembre de 2012

COLETTE CAPRILES, LA MAS GRANDE DE LAS IMPOSTURAS

Ya desde el repudio de la reforma de 2007, el régimen ha ido construyendo por vía legal e inconsulta su propio modelo de poder a través del monstruoso entramado de las inconstitucionales leyes asociadas al Estado comunal. Su análisis requiere un trabajo minuciosísimo como el emprendido por varios abogados en el volumen Leyes orgánicas sobre el poder popular y el Estado comunal, 2011, N° 50 de la Colección de Textos Legislativos. Pero la manera en que se introduce todo ello en el discurso político es lo que me interesa aquí. En definitiva, el instrumento legal tiene que legitimizarse políticamente, por así decirlo. Evidentemente, el resultado de las elecciones es el fundamento de esa legitimidad (lo que no supuso ningún tipo de deliberación pública sobre el modelo, por cierto), pero la pretensión de hegemonía política y de consentimiento exige algo más: el asunto no es tanto aplicar las leyes sino delinear y hacer circular, para naturalizarlo, el modelo de dominación que ellas hacen posible.

Un modelo de dominación que va dirigido a materializar la unidad absoluta del poder, pero que en la manera en que está siendo circulado por Chávez, viene discursivamente travestido para que esa consecuencia esencial pase desapercibida. El poder popular no aparece como una conquista ideológica o política: aparece como una solución técnica a la ineficiencia de la "burocracia" que intermedia entre el gendarme y el pueblo. 

El lamento "autocrítico", que era la antesala de toda purga en los regímenes comunistas, funciona en este caso como vía para el rebanamiento de cualquier contrapeso interno al poder de la cúspide; pero no es esto lo que se pregona. Es el discurso de la eficiencia el que enmascara y justifica la nueva verticalidad del poder. El Estado comunal sería no una fórmula política sino un dispositivo de gestión pública más eficiente. La discusión política no cabe.

Que un régimen comunista pueda ser eficiente es un oxímoron: sometido al imperativo de la redistribución (llamada "reinversión social del excedente"), sin propiedad privada, no hay eficiencia posible en el sistema productivo.

Lo interesante es que la promesa de aumento de la eficiencia mediante la eliminación de la intermediación constitucional y la apelación al ejercicio directo de la soberanía popular termina traicionada por la estructura burocrática de "vocerías" que, derivadas de un poder asambleario, no son elegidas por sufragio sino controladas por el Estado mismo y no serán otra cosa que los tradicionales comisarios del pueblo.

Pero el asunto de la "eficiencia" es a la vez parte de un diálogo con el cadáver de la revolución.

La    eliminación    de la    política    (reglas y condiciones para el ejercicio competitivo     del poder)    conduce a    una primacía    del discurso de la "administración de los recursos". 

Así    ocurrió    en la    URSS a partir de Stalin.    La   formulación del plan quinquenal    agotaba    toda la política y las constantes elecciones lo eran sólo    para nombrar    un funcionario  ue exaltaba las bondades del único plan,    sin ningún tipo    de deliberación    acerca de  sus peculiaridades u opciones.    En el    imaginario    post mórtem,    la longevidad de la URSS proviene    de la potencia    represiva;   pero ello no es enteramente cierto puesto que  mucha de la coerción fue ejercida a través de la "gerencia del bienestar",   es decir, de la administración de privilegios de consumo para premiar la lealtad. 

El colapso del   sistema soviético se debió no a una masiva reconciliación del pueblo con   los valores    de la libertad y de la autonomía, sino por la absoluta    imposibilidad de  cumplir la promesa redistributiva, creando en cambio, a fin de cuentas,    privaciones  gigantescas para el pueblo y lujo asiático para la nomenklatura.   La redistribución comunal nuestra vendrá del petróleo, no del excedente socialmente trabajado, pero lleva el mismo curso.

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,

martes, 30 de octubre de 2012

COLETTE CAPRILES, LO QUE SE REPITE

Existe un mecanismo cognitivo al que los científicos llaman el "sesgo de confirmación" que consiste, sencillamente, en la propensión a seleccionar información para corroborar aquello que uno cree, mientras se niega o minimiza toda "evidencia" en contrario. Examínese el lector por un momento y recuerde lo desagradable que suele ser verse obligado a cambiar de opinión por la contundencia de los hechos. Imagine además que estamos hablando de política, es decir, de una actividad humana en la que la opinión produce efectos prácticos. Lo que aparece es que en política es difícil considerar los hechos como fundamento del juicio, precisamente porque el sesgo de confirmación nos lleva a considerar de manera distinta cuáles son los "hechos".

Honestamente, si un escenario no cabía en mi imaginación al considerar los desenlaces del 7-O, era el de reencontrarme con el discurso de la antipolítica que yo creía ya venerablemente muerta y enterrada. Pero frente a la derrota, veo que han resucitado los intentos de desacreditar tanto el oficio del político como la actividad misma de la política, y no me resulta agradable concluir que la relación que algunos tienen con la alternativa democrática es crudamente utilitaria (no asociada a los valores y aspiraciones democráticos sino a un resultado eficaz) y –esto sí es grave- fundamentada en un sesgo perceptivo que les impide calibrar los hechos. Hay quienes dicen que no votarán más, como si castigándonos a todos (y a sí mismos especialmente) pudieran repudiar mejor a la injusticia de la que creen ser objeto. Y sienten que se ha cometido injusticia porque les parece imposible que un mal gobierno, un pésimo gobierno, un régimen en el cual se ha prodigado tanto daño y tanto sufrimiento, pueda ser refrendado como lo fue. Concluyen seleccionando hechos que pudieran configurar una explicación "antipolítica": la hipótesis del fraude. A partir de allí se deriva una serie de teoremas acerca de la calidad y honestidad de los políticos de la Unidad, etc, que conforman la gran constelación de la desconfianza que, una vez más, se le sirve al gobierno como un gran bonus.
No es este el lugar para evaluar la hipótesis; sólo remarco sus consecuencias políticas, e invito a pensar sobre aquello que la genera. Y creo que aquí está involucrada una terrible circunstancia, y espero indulgencia por lo crudo de la comparación: con la construcción de la pretendida hegemonía comunicacional (entendiendo por esto no sólo el control mediático sino específicamente el poder discursivo e institucional) se ha edificado una especie de campo de concentración al revés, en el cual el "mal" no es lo que está en el campo sino lo que está fuera de él. Es decir: el clivaje, la separación radical entre el universo chavista y la "nada" (o sus equivalentes semánticos denigratorios), opera en efecto como un gigantesco cerco epidemiológico que territorializa la nación partiéndola en dos. A cada lado de nuestro muro de Berlín, más monstruoso que el original, porque no es visible y grotesco, yacen dos culturas, dos identidades, dos lenguajes, dos mundos que todo el esfuerzo del Estado se dirige a separar cada vez más. No es tanto que se quiera convertir al país en una nueva Cuba, sino crear una réplica de la isla dentro de Venezuela.
Este paradójico "aislamiento" no ha sido percibido tal vez como corresponde, al menos hasta el 7-O. Es obvio que las lealtades identitarias que permanentemente procura el régimen no tienen contrapartida en los sectores democráticos, que necesitan reconstruir una unidad discursiva y conceptual auténticamente movilizadora. Ciertamente, la campaña del gobierno movilizó, pero con promesas "negativas" que ofrecían la pérdida de lo recibido, un retorno al "pasar trabajo", en caso de cambio político. Un mensaje poderoso bajo condiciones de dependencia como las que tenemos, que sólo podrá ser subvertido en la medida en que se disuelva el clivaje identitario. Y esa, entre muchas otras, es la tarea política que viene.

colettecapriles@hotmail.com

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,

lunes, 15 de octubre de 2012

COLETTE CAPRILES, EN LA FRENTE DE GOLIAT.

Lo que más aflige es la continuación, en formato cada vez mayor, de una impostura. Que de este dispositivo mediático que prolonga las apetencias de una oligarquía petrolera se hable como de un "gobierno de izquierda" es escandaloso y es lamentable. Que se consolide un sistema de exclusión que parte en dos al país al crear una casta de "necesitados" y otra de "proveedores" y que eso sea percibido como desarrollo y progresismo; que la pérdida de la república, en cuya dirección avanzamos un paso más con estas elecciones, sea motivo de regocijo internacional; en fin, que la visión de una enorme minoría que quiere un país unido y moderno quede sepultada bajo la soberbia hegemónica: sí, hay pesadumbre cuando se considera todo esto.

En medio de la decepción aparecen, como siempre, voces que "retrodicen" y que, en particular, insisten en atribuir a elementos externos lo que no es sino una dolorosa tomografía del país. Me refiero a quienes recurren a explicaciones de "caja negra": fraude electrónico o manipulación electoral, e incluso a quienes se sienten embaucados por haber concebido esperanzas incumplidas y la emprenden contra la dirigencia de la unidad democrática, o, lamentablemente, contra quienes apoyaron al Gobierno. 

La frustración del gigantesco esfuerzo de organización, persuasión y trabajo político que tuvo lugar en estos meses genera legítimamente un malestar que cada quien trata de elaborar a su manera, pero me parece que viene bien tratar de entender, dentro de la complejidad de todo, algunas cosas.

Una primera es que la perspectiva que cada uno de los venezolanos tenemos sobre el país está irremediablemente deformada por la espantosa separación que se inaugura en 1998. Pongamos entonces lo que pensamos bajo custodia, o entre paréntesis: detengámonos a examinarlo. 

A lo mejor el victorioso no está obligado a reflexionar, pero quien pierde sí. Por otra parte, si bien es necesario reconocer políticamente a esa mayoría que se expresó contundentemente, ello no implica ser indulgente con lo que de equivocado vemos en el proyecto que ha resultado triunfador.

La gran minoría que se pronunció por la modernidad y el cambio es tan legítima como la mayoría circunstancial que apoyó el proyecto de Chávez, y que votó conservadoramente, y de esta convicción hay que partir.

Apenas un dato: comparando con 2006, la oposición creció de 37% a 45% y el Gobierno pasa de 62% a 55%. La diferencia de votos es de 1,5 millones en un universo de votantes de casi 19 millones.

Los 20 o 30 puntos de diferencia que anunciaba el régimen desde antes del inicio de la campaña como prueba de la inexistencia absoluta de la oposición sólo provenían de las declaraciones de sus encuestadores. Con todo el monstruoso poder del Estado en contra, la campaña de la unidad democrática fue exitosísima. Sin embargo, insuficiente. Es seguro que parte de esa insuficiencia se explica por errores de percepción, por fallas organizativas, pero también porque sólo en el último tramo de la campaña, a mi modo de ver, tuvo el candidato de la unidad la precisión y contundencia discursiva que lo puso en el camino de ganar.

A partir del momento en que Henrique Capriles organizó su discurso en torno a la interpelación directa al votante, para romper el velo propagandístico de Goliat, comienza un crecimiento intenso de su candidatura y propuesta. Interpelación, es decir: contraste entre la oferta del régimen y la calidad de vida que realmente tiene el ciudadano. Rasgar ese velo que oculta las miserias tras las trompetas del espectáculo. Y, en otro plano, confrontar al votante con su responsabilidad hacia sí mismo. Así se enfrentó los dos grandes pilares de la campaña oficialista, que fueron el reforzamiento de la identidad chavista (a través de la denigración del "otro", majunche, inmoral, etc.) y del conformismo conservador, del miedo al cambio.

Ese es un mensaje político que trasciende las elecciones y que debe organizarse y multiplicarse. Esta es la hora de la unidad, siempre frágil cuando la victoria se escapa.

colettecapriles@hotmail.com

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,

lunes, 1 de octubre de 2012

COLETTE CAPRILES, MENSAJE CON DESTINO, LOGROS DE LA MODERNIDAD GLOBAL

Hace pocos días, una conversación que terminó amargamente con un periodista extranjero me hizo volver a mi escepticismo acerca de los logros de la modernidad global. En definitiva, seguimos marcados por la figura del Buen Salvaje y ­como en este caso en especial­ el Buen Salvador, que es la contrafigura moldeada por el Estado de bienestar europeo para perdonarse los presuntos pecados coloniales.
Este periodista había construido su Venezuela a partir de las mitologías chavistas más banales y más ofensivas para el sentido común, exhibiendo una ignorancia increíble ­o más bien: un desprecio, y una soberbia, que la justificaban­ sobre todo lo que no está contemplado en el script oficialista. Nótese que este corresponsal lamentaba el mal gobierno; a pesar de la serie de paseos guiados por los mostradores de la "revolución" en "los barrios", no alcanzaba a comprender cómo pudo dilapidarse la incalculable fortuna que a diario brota de esta tierra, y frente a esa contradicción que ya no hallaba cómo justificar, terminaba concluyendo que Chávez es algo así como un castigo, una expiación bien merecida por el pasado oprobioso de unos blancos oprimiendo al pueblo, etc.
La anécdota no tiene mayor importancia excepto porque ponía en escena la acritud y especialmente la distancia "categorial" que vivimos y seguiremos viviendo en este país. Lo de distancia categorial se refiere a las categorías con las que nos referimos a la experiencia: aquí tenemos dos lenguajes, dos historias, dos emocionalidades, dos universos semánticos que no son capaces de encontrarse. Pero que tendrán que hacerlo. 
Escribo esto en medio del fragor de la batalla de los números, en la que las empresas encuestadoras desfilan con certezas contradictorias; concluyo que las incertidumbres sólo se disiparán el día de la elección, pero que si hay algo de lo que no queda duda es que la partición del país continuará sin que quien quede favorecido por la voluntad mayoritaria pueda olvidar que la otra mitad o cuasi mitad queda allí, con su lenguaje y su universo particular. 
Esto ha sido harto repetido, de una manera también harto abstracta e ineficaz, apelando a los buenos sentimientos que deberían privar, etc., lo que resulta dificilísimo si para una de las partes la división es precisamente su principal oferta política.
En definitiva, si hay algo que pasará a la historia acerca de estos años, será no la destrucción material de un país sino la demolición moral de una república. República significa cosa pública, la cosa, así en singular. Supone una unidad esencial ­un pacto de civilidad­ que no es necesariamente homogénea, por cierto. 
Pero esa es nuestra gran pérdida y también la gran fortaleza del régimen. Ya lo apuntaba brillantemente Thaelman Urgelles en un reciente artículo en El Diario de Caracas: esa división entre país moderno y país rural, cultivada deliberadamente con colores sobre el mapa, como un triste juego militar, es la densa frontera que nos separa del futuro, porque es a través de la exacerbación de lo antimoderno que el chavismo halló su punto arquimediano. 
Toca esto el drama profundo nuestro, que es esa modernización incompleta y construida sobre el consumo más que sobre la producción, sobre la lealtad más que sobre las convicciones y sobre la utilidad más que sobre la justicia.
Estas cosas suelen ser asuntos y lenguaje de académicos. Lo extraordinario es que para nosotros, venezolanos, es materia de decisión. Algo sobre lo que tenemos que pronunciarnos en la soledad del cubículo electoral. Sin miedo, con responsabilidad.
colettecapriles@hotmail.com

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,

miércoles, 15 de agosto de 2012

COLETTE CAPRILES, NI LOCURA NI NECROMANCIA

” Chávez, en otras palabras, está muy cerca del momento cumbre en el que anunciará que es un huevo escalfado y que requiere de un gran trozo de pan con mantequilla para echarse y tomar una reparadora siesta”.
Esta es la expresión con la que Christopher Hitchens, en una crónica publicada el 2 de agosto de 2010 en la revista Slate, pretende resumir su evaluación de la “salud mental”, según dice, del boss.
Hitchens extrae su conclusión a partir de la experiencia de acompañar al Presidente en varios periplos a bordo del jet presidencial y en la grata compañía de Sean Penn, hacia finales de 2008.
La conversación con el hiperquinético anfitrión, según el cronista, resultó demasiado inquietante para los invitados.

Sin embargo, es sólo ahora, casi dos años después, que las extraordinarias noticias acerca de, como dice Hitchens, la “necrocracia” de Hugo Chávez forman el contexto apropiado para divulgar el diagnóstico.
Y es curioso, pero todo luce como si la opinión pública internacional estuviera atravesando por las mismas etapas de desconcierto y asombro que transitó la local, recurriendo de pronto a interrogarse sobre si lo que pasa en este país no debe ser más bien materia psiquiátrica que política. Pero, sugiero, esta sigue siendo la forma equivocada de albergar el caso Venezuela en las páginas de la volátil historia de los medios: reducirlo a la locura y negarse a comprenderlo.
Peor aún: en esta perspectiva la culpa recae en las víctimas: seríamos los ciudadanos los responsables de que la psicosis reine y se propague como doctrina nacional y, en definitiva, el protagonista gozaría del ambiguo estatus de excéntrico e inimputable.
Reconozcamos, sin embargo, que la figura del folklórico caudillo caribeño se ha disuelto para formar otra silueta mucho más siniestra ante los ojos del mundo y que, considerando las recientes y gravísimas gaffes de Oliver Stone, los impolutos “progresistas” del norte comienzan a sentirse incómodos tan cerca de los desagradables efluvios locales.
No sé por qué, pero me acuerdo de la célebre expresión de Ionesco en La cantante calva: “Tome un círculo. Acarícielo lascivamente y se convertirá en un círculo vicioso”. Tal vez porque da la impresión de que la excesiva lascivia ha llegado a un punto en el que el círculo vicioso ha adquirido vida propia o, más bien, para recurrir a otra imagen, que hay una frontera del desorden que ha sido traspasada irreversiblemente.
No se evidencia esto porque el Gobierno pretenda inaugurar una era teológica, con las oscuras liturgias de un sacerdocio que reemplace a la política y reduzca a los ciudadanos a la condición o de creyentes o de infieles, sino porque por el contrario, lo que ha venido siendo cada vez más poderoso es la consolidación de una visión racional que escruta y disecciona los hábitos de un poder incontinente.
Ni la censura, la autocensura, la criminalización de la opinión, la sistemática destrucción de la autonomía económica; ni las contorsiones ni los insultos han logrado vitrificar el manto de silencio tan anhelado que se quiebra una y otra vez frente a los espasmos de una realidad dura y filosa. Y lo que aparece es racional: se hace evidente que no es locura ni necromancia, sino inmoralidad y corrupción, vicios bien humanos que se materializan en obscenas fortunas y una miseria que se propaga como fábrica de mendicantes. Lo que vislumbra la sociedad venezolana es que el conformismo, ese individualismo de la indiferencia risueña con el que por costumbre evade las realidades difíciles, ya no protege ni oculta, y que lo que permanecía envuelto en la niebla opaca del populismo quedó a la intemperie.

@cocap

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,

lunes, 6 de agosto de 2012

COLETTE CAPRILES, NO PARECERLO, SINO SERLO.

Newsweek publica en estos días un artículo de Mac Margolis que, a propósito de la turbia inclusión de Venezuela en Mercosur, rasga el velo de ignorancia cómplice que se empeña en ocultar el drama que está viviendo la democracia en Latinoamérica.
El artículo está en línea, de modo que no voy a glosarlo; el punto es que va dirigido a romper el mito (o más bien, a mostrar sus fragmentos rotos) de que aquello que los académicos llaman la "tercera ola de democratización", siguiendo la tipología de Huntington, había dejado un continente democráticamente sano.
En realidad, los evidentes retrocesos en la calidad de la democracia en nuestro vecindario habían sido inventariados en el ámbito académico incluso desde antes de que sus efectos impactaran la vida cotidiana de los ciudadanos, dando lugar entonces a una serie de discusiones sobre la definición misma de régimen democrático, que no podía satisfacerse con el criterio mínimo de la competencia electoral. 


Debe decirse que la tesis de Huntington, en relación con que ha habido tres grandes olas de democratización en el mundo, supone también que ha habido períodos de reflujo. O dicho de otro modo: que las democracias son frágiles, obviamente. Lo interesante es que lo que antes se deslizaba por los pasillos de las universidades es ahora materia de periodismo, y de desagradable actualidad: aquellos que prefieren creer que todo está bien al sur del Río Grande, que la región está mejorando sus índices de desigualdad o su flujo de inversiones, son presas de mentiras o de complicidades.
Como en la imagen del cuero seco, las primaveras árabes están enmascarando la calamitosa realidad de gobiernos latinoamericanos cada vez más abiertamente autoritarios, arbitrarios y oligárquicos, que se presentan ante el espectador del mundo como ínsitamente democráticos y populares. 

Y es hacia ello que se dirige el artículo de Margolis, en el cual el autor cita el reciente libro de William J. Dobson, también periodista, editor de la sección de política y asuntos extranjeros de Slate. El título del libro sería algo así como La curva de aprendizaje del Dictador: la batalla global por la democracia desde adentro. 

Como imagen periodística muy divulgada y manoseada (aunque muy certera), teníamos a la disposición el concepto de "democracias iliberales" acuñado por Fred Zakaria, para referirse a los regímenes que, respetando el juego electoral, derivaban hacia el autoritarismo, pero el título y la intención de este libro van dirigidos a movilizar la conciencia global sobre el hecho de que se trata de nuevas dictaduras.
El libro trata de eso: no son las democracias las que se han debilitado, sino las dictaduras las que se han sofisticado. Como lo dice Thomas Rid, del Wilson Center, en su reseña de la obra: "Los dictadores modernos entienden la importancia de mantener las apariencias: puede ser esencial aparecer como una democracia, especialmente si el objetivo es evitar serlo". No hace falta decir que el caso de Venezuela es uno de los estudiados en el libro, junto a Rusia, China, Malasia, Egipto. 

Las neodictaduras, obligadas a negociar su voluntad autoritaria para cumplir con las formas de legitimación democráticas, tienen en éstas una amenaza perenne. 

En nuestro caso, el Gobierno ha intentado desprestigiar y manipular el acto electoral para aprovechar la desconfianza así generada. Pero el problema es que cuando necesitó blindar el sistema electoral (porque tenía en efecto una mayoría de votantes respaldándolo), lo hizo: automatizó e hizo autónomas las etapas del proceso. Y ahora no puede afectarlo directamente: supongo que el sueño húmedo generalizado entre los apparatchiks sería volver a un sistema manual de votación. 

Puede, sí, afectar lo que podríamos llamar el entorno del voto: movilizar votantes (o desmovilizarlos), intimidar en las mesas, ocultar información en el escrutinio...
Todas son microtácticas que por multiplicación, sin la vigilancia de la oposición, podrían alterar el resultado. Por eso el énfasis para la defensa del voto debe estar allí: que voten todos, que se audite la mayor cantidad de urnas posible, que se espante la intimidación y la manipulación del votante en la mesa, que haya testigos en todo momento y en todo lugar.

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,

lunes, 23 de julio de 2012

COLETTE CAPRILES, TIENEN QUE DECIR EL GRAN SÍ O EL GRAN NO.

Sólo como nota antropológica, me pregunto a veces cómo es que por lo general hay tanta astucia, suspicacia, sobrentendidos y frases de doble sentido (entre otras sutilezas) en la vida cotidiana de los venezolanos mientras que, en el plano de la estrategia colectiva, es decir, de la política, suele ser la gente tan poco sutil. Atribúyase al individualismo tribal que nos caracteriza, de acuerdo. La cultura pública, que limita nuestros horizontes fundamentales a los de la familia extendida, hace que nos sea imposible trasladar el ingenio a entelequias tales como la comunidad o la sociedad. Quizás. O sea: la misma fuerza centrípeta que nos empuja a vivir en forma de clan es el origen de la desconfianza hacia todo aquello que no esté asimilado a dicho clan, tribu o comunidad totémica. De ahí nuestra dificultad para institucionalizar, etcétera.
Esto viene a cuento porque el espinoso camino que tenemos enfrente no puede transitarse sin un compromiso firme con la unidad nacional, y con las renuncias ­mejor dicho, con el espíritu de moderación­ que ella exige. En el plano de la política, uno de los efectos más nefastos de este régimen ha sido la generación de ese espíritu dogmático que desestima el incrementalismo y la lógica natural de los procesos colectivos, volviéndonos a todos jacobinos de uña en el rabo, en contra del más elemental sentido común. Cierto: los totalitarismos funcionan erosionando la confianza y destruyendo los vínculos sociales, ya lo sabemos. O sea: acribillan el sentido común oponiéndolo al relato épico.
Mucha preocupación, y con toda razón, genera la perfidia del CNE porque causa un efecto perverso entre los venezolanos que no se resignan a eternizar este régimen.
Pero la agitación irreflexiva de quienes, traumatizados aún por la experiencia de 2004 (como si no hubiera habido resonantes victorias en 2007 o en 2010), pretenden condicionar la estrategia de campaña y la opinión pública con el discurso del fraude electoral, termina simplemente por mostrar la pérdida del sentido común que es, en última instancia, el sentido político por excelencia. Las condiciones de desventaja electoral no van a cambiar, pero la experiencia muestra que no son determinantes en el resultado.
En la medida en que se ha mantenido la unidad electoral y estratégica y se han cubierto de testigos las mesas electorales, desaparece el ventajismo, y esto a pesar de todas las elaboradas teorías de la conspiración informática que, como corresponde, son siempre "no falsificables", como ha dejado dicho Karl Popper. Mientras algunos se escandalizan con la firma del acuerdo de respeto a las normas electorales (sin la cual resulta absurdo exigir que en efecto se respeten), Human Rights Watch publica un informe que ese sí mueve a escándalo internacional y constituye un verdadero quiebre en la percepción internacional del régimen.
Este es el momento de la interpelación. Cada quien que se pregunte a sí mismo hasta qué punto puede seguir adaptándose a la miseria política, moral y material que ofrece el presente; hasta qué punto asume la responsabilidad del cambio aun cuando su silueta no corresponda enteramente a su particular mapa del futuro; hasta qué punto, en fin, está dispuesto, como dice Cafavy en Che fece...Il gran rifiuto: "A ciertos hombres les llega el día/ en que tienen que decir el gran Sí/ o el gran No".
colettecapriles@ hotmail.com

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,