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jueves, 23 de octubre de 2014

PEDRO A. PALMA, CONSECUENCIAS DE LA BAJA DEL PETRÓLEO

De continuar la acentuada reducción de los precios petroleros que se ha producido desde julio a esta parte, la economía venezolana se verá severamente afectada, ya que hoy más que nunca ella depende de la renta que percibe por sus exportaciones de hidrocarburos. Como decía en el último artículo de esta columna, múltiples expertos piensan que los menores precios llegaron para quedarse, no debiéndonos cifrar grandes esperanzas de que en los próximos meses éstos se recuperarán. De allí que sea válido que nos preguntemos qué consecuencias podría sufrir Venezuela de materializarse esas previsiones de menores precios, y qué efectos negativos se han producido hasta ahora.

Tradicionalmente, una reducción de los precios petroleros deteriora las expectativas económicas, afianzándose el convencimiento de que escasearán las divisas, lo cual se traducirá en devaluaciones y en encarecimiento de los productos foráneos, agravándose el problema inflacionario. Eso lleva a los agentes económicos a protegerse a través de la adquisición nerviosa de dólares antes de que éstos aumenten de precio, lo cual contribuye a acelerar y a acentuar su encarecimiento. De hecho, el tipo de cambio libre ha mostrado un sostenido e intenso aumento durante los meses recientes, pasando de un nivel de 67 bolívares por dólar a comienzos de julio a otro cercano a los 100 bolívares en la actualidad. Lo anterior contribuye a exacerbar la avidez por los dólares controlados que vende el gobierno a precios preferenciales, ya que se generaliza el convencimiento de que esos tipos de cambio oficiales serán inevitablemente revisados, por lo que hay que adquirir cualquier cantidad de moneda extranjera que se ofrezca a esos bajos precios, muy inferiores al existente en el mercado paralelo.
Otro efecto negativo es el que se produce sobre las cuentas fiscales debido a la caída de las exportaciones. Eso lleva al convencimiento de que el gobierno se verá obligado a racionalizar sus gastos y a incrementar sus ingresos a través de ajustes en el tipo de cambio petrolero, pues así Pdvsa recibiría más bolívares por los dólares que venda, pudiendo pagar más impuestos. También surge el convencimiento de que aumentarán las tarifas de los servicios públicos y los precios de algunos productos, como la gasolina.   Estas medidas, al igual que los ajustes cambiarios, tendrían efectos inflacionarios y recesivos, desmejorando las condiciones laborales y limitando el poder de compra de los ingresos de la población.
La merma de los ingresos petroleros y la consiguiente caída de las reservas internacionales le generan dudas a los inversionistas locales y foráneos acerca de la capacidad del sector público de seguir honrando sus compromisos de deuda, particularmente de la externa, lo cual se traduce en ventas nerviosas de los bonos en moneda extranjera y en su consiguiente abaratamiento. De hecho, en los tres meses transcurridos entre el 16 de julio y el 16 de octubre el precio de los bonos de la República que vencen en 2027 pasaron de un 89,25% de su valor nominal a un 54,5%, una caída de 38,9%, y los bonos de Pdvsa que vencen en 2017 cayeron 34,9%. Eso significa un encarecimiento substancial del financiamiento externo para Venezuela, precisamente en el momento en el que más lo puede necesitar, debido a la merma de sus exportaciones y a los altos compromisos externos que tiene que atender.
Estas y otras consecuencias negativas podrían mitigarse si se redujeran los subsidios y regalos petroleros a otras naciones, si el país tuviera un elevado nivel de reservas internacionales, si se pudieran incrementar substancialmente las exportaciones no petroleras, y si se contara con un robusto aparato productivo interno que pudiera elevar la producción local y reducir la dependencia de las importaciones. Sin embargo, sabemos que esa no es la situación que se vive, razón que me lleva a pensar que las perspectivas de corto plazo no son favorables, por decir lo menos. Tiempos difíciles tenemos por delante.
Pedro A Palma
palma.pa1@gmail.com
@palmapedroa

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jueves, 6 de febrero de 2014

ENRIQUE MELÉNDEZ, BÁJALE EL ODIO A LA VIOLENCIA

         Resulta una inocentada esa campaña que lleva a cabo el gobierno, supuestamente, llamada a disuadir a la malandrería a que deponga las armas, con eso de que: “Bájale volumen a la violencia”.
         El mensaje, además, viene más suavizado todavía, ya que quienes lo transmiten constituyen figuras del deporte y del mundo del espectáculo; donde uno piensa en aquella famosa frase de Mcluhan, de que el “medio es el mensaje”; figuras del sistema, como diría un marxista, y quienes hasta constituyen íconos publicitarios; que servirían para emocionar a los chamos sifrinos; mas no así a esos malandros de bajo fondo; que ya desde los catorce años manejan armas de gran potencia, y quienes tienen por referencia, pongamos por caso, a “El Miura”, cuya vida voraginosa se vende en CD en las autopistas, a propósito de este nuevo producto de diversión, que ha sentado sus reales y sus tiendas en el comercio informal.
Yo diría que hasta por aquí comienza a ser peregrina esta campaña del gobierno, es decir, por el vehículo que emplea para transmitir el mensaje; como señalaba atrás, figuras del sistema, y puestas en función de convencer a conciencias, precisamente, antisistemas; figuras que representan lo que ellos quisieran ser, pero que no lo son, y es a estas figuras a quienes se dirige la guerra del hampa; víctimas de su vandalismo; consecuencia de la frustración que se siente, por no haber alcanzado dicho estatus, que ellas representan; de modo que son incongruentes los términos en los que se maneja la forma con el fondo en este mensaje.
Diera la impresión de que al decirle a la malandrería: “Bájale el volumen a la violencia”, se le insinúa: no que apagues el aparato de sonido, sino que le bajes el volumen; en este caso, el volumen está relacionado por el número de muertes que suma en su prontuario un malandro. Por lo demás, la frase peca de sutil; porque, en lugar de volumen, más bien debería rezar odio, y comunicar: “Bájale odio a la violencia”.
Pero el oficialismo se niega a decirlo así, primero, porque son ellos los que han sembrado este flagelo en nuestra sociedad, y, en ese sentido, se tropezarían con ellos mismos; segundo, porque ellos tienen dolientes e intereses en la industria de la malandrería; es decir, uno y otro son la misma cosa; Dios los cría y ellos se juntan; lo que explica el hecho de que a Nicolasote se le haya escapado, como cosa de un eructo, la expresión de que cuando la derecha dice “guerra contra el hampa”, a su juicio, no está sino manifestando “guerra contra el pueblo”, y que reafirma la tesis del Estado “Robin Hood”, esto es, el Estado que roba a sus ciudadanos o que permiten que bandas de bandoleros lo hagan a los particulares, con un fondo de justicia social; un populismo del que no estuvo exento ni siquiera Rómulo Betancourt, a propósito de la revolución adeca de 1945, y el cual arranca, digamos de paso, en nuestra historia con José Tomás Boves.
De allí que se haya popularizado en nuestro medio el término “buenandro”. Por ejemplo, Lina Ron se permitía decir que ella y sus hombres conformaban un mundo. Tipejos que andaban con ella, entre ellos su propio marido, y quien era el que la movilizaba en las motos; seguida por los escoltas: todo esto supone armas de gran potencia, celulares; muchos de ellos con antecedentes penales; pero, por encima de todas cosas, con licencia para matar, como se decía en una serie policial de televisión. Un bandolerismo que Chávez auspició, cuando le daba aquellos espaldarazos a la Catira Ron; alegando que, la pobre había cometido sus desmanes, ciertamente, (momentos en los que la Catira Ron estaba presa), pero que ella era una valiente revolucionaria, defensora de la revolución bolivariana, mientras la opinión pública sangraba por la herida.
-Claro, así es muy fácil ser valiente: con el apoyo del aparataje de Miraflores- no dejaba de hacer ver fulano.
Esta campaña no está muy lejos de aquella que se conoció en la década de 1990; cuando aún este flagelo no tenía el carácter de abyección, al que ha llegado hoy en día, de “luces contra el hampa”, y el que consistía en apagar las luces de los automóviles todos los 30 de mayo durante todo el día, y donde de nuevo pecaba el fondo con la forma de este mensaje, partiendo del hecho de que ningún malandro iba a tomar conciencia del hecho del lastre social, que suscitaba la circunstancia de su violencia, sólo porque un encorbatado de esos, que él veía en lujosos automóviles, llevaba a cabo una protesta, en ese sentido; aunque esta campaña no estaba tanto dirigida al hampa, como en esta oportunidad, como sí a las autoridades del momento, para que pusieran cartas en el asunto.
¿Qué demuestra todo esto? Que no hay voluntad para encarar el flagelo de la inseguridad, y el cual está enquistado en nuestra sociedad como las fiebres héticas, de las que hablaba Maquiavelo, y las que, a su juicio, al principio eran fáciles de curar, sin necesidad de conocerlas, pero que no habiendo sido posible atender esta demanda a tiempo, al final, resultaban fáciles de conocer, pero difíciles de curar. Por supuesto, en estas condiciones; sólo amagando nunca se va a extirpar el flagelo, pues cuando se dice “guerra al hampa”, el hecho no traduce sino que se va hasta las últimas consecuencias, y esto pasa por el allanamiento casa por casa, a la incautación de la millonada de armas, que está en manos del hampa, no sólo de nuestras grandes ciudades, sino hasta de pueblos pequeños, donde también pulula la industria de la malandrería; aparte de que nuestras cárceles se deben transformar en centros formadores, de acuerdo a los numerosos planes que se tienen; sobre todo, porque el mayor porcentaje de sujetos, que forman parte de nuestra delincuencia, son chamos que apenas llegan a la veintena de edad; muchachos que han abandonado la escuela, tanto más en esta era chavista, que ha significado el deterioro institucional.
melendezo.enrique@yahoo.com 

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