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martes, 8 de septiembre de 2009

*CONTRADICCIONES REVOLUCIONARIAS: CHÁVEZ PA’SIEMPRE ¿ESO ES DEMOCRACIA?, POR: ANDRÉS SIMÓN MORENO ARRECHE

Una de las consecuencias más nefastas de la concentración del poder (de cualquier poder, en cualquier sistema) es la eternización del mandante. Quien se siente ‘ungido’ por el destino no acepta, ni si quiera concibe, la posibilidad que otro pueda desempeñarse en su lugar cimero, con igual performance o incluso mejor que él, y aunque haya llegado a donde está por el voto popular o por la aclamación de sus iguales, rápidamente olvida la legitimidad de su origen, el talante democrático que lo condujo hasta esa posición, y entonces se autoproclama, usualmente por vías de facto, transformándose en el primus imperator, cuya voz no ha de ser contradicha, y cuyo poder habrá de prolongarse ad infinitum.

La reelección permanente de cualquier mandato, en especial la del Presidente de la República transforma el ideal de la horizontalidad socialista protagónica, en la dependencia de un líder ungido y autoproclamado, que además afecta al Estado de Derecho y convertirá al sistema democrático en servidumbre del ciudadano o en mesianismo cuasi-autoritario, con respaldo de opinión.

Desde el momento en que se refrendó el pasado 15 de febrero la reelección del Presidente, se construyó el escenario para el enfrentamiento del pueblo contra la democracia, un pueblo que es instrumento de una clase política poco recatada frente a la moral pública y a la ley, y por un Presidente que controla toda la agenda política y que quiere ser él el Estado, versión caribeña de L'État c est moi.

La reelección coacciona el ejercicio del poder pues al aprovecharse de unos aspectos de la democracia como la participación, se distorsionan otros como el equilibrio de poderes, la alternabilidad y la libre circulación de las ideas. La reelección presidencial no es un auténtico proyecto político de transformación social o de desarrollo ciudadano. Es un proyecto para controlar los hilos del poder, en su manifestación más pura y a la vez más estéril. Un proyecto auto-referenciado, en el sentido de que el poder sólo se justifica si es para “mí”; de modo que desde el “mí” del gobernante, es que el poder adquiere algún valor, y deja de lado las necesidades de la sociedad, para dedicarse a las del gobernante.


El sociólogo Anthony Guiddens decía que el poder adquiría sentido si era para cambiar situaciones; para transformar relaciones, podría agregarse. Pero en Venezuela, el proyecto político de Chávez y poder ciudadano se divorcian a partir del afianzamiento del Presidente en el poder, con lo que comienza a desnaturalizarse el ejercicio mismo de este último, en lo que tiene que ver con su dimensión de buscar consensos y de apropiarse de los recursos para gobernar la sociedad.


El ánimo de prolongar el mandato de un gobernante, aún si es bajo los mecanismos de la democracia, se explica, o bien por el sólo interés de mantener el poder y sus ventajas, es decir, por el interés del gobernante y de su séquito, o bien por sostener un proyecto de largo aliento, que tiene como propósito la conducción transformadora de la sociedad, en ‘algo’ que se le tiene oculto a esa sociedad, como ha sido develado en Venezuela el aberrante proyecto social del Socialismo del Siglo XXI, que ni está contemplado en la Constitución de 1999, ni fue declarado como Visión de Estado, sino recientemente, luego de que el Presidente tomara control de las Instituciones democráticas que habrían de controlarle a él, gracias a una Asamblea Nacional sumisa y obsecuente.

Toda reelección lejos de consolidar la revolución, sólo pone de manifiesto su ausencia. Sostener que hay necesidad de una reelección indefinida para el mismo Presidente es sembrar en el vacío la justificación de un poder que se quiere conservar. Es quitarle de hecho la sustanciación histórica y real que toda revolución requiere para el natural ‘aggiornamiento’ que el tiempo y los cambios sociales obligan a enfrentar. En la historia de la política durante los últimos cien años no hay nada que justifique el entronque histórico entre un líder mesiánico y los colectivos que pretende dirigir. Por muy bueno que haya sido cualquier Presidente en cualquier democracia occidental, no hay nada que obligue a excluir a los demás personajes de la vida política por la sola razón de que fuesen incapaces congénitamente para aplicar proyectos y programas, iguales o distintos, para alcanzar los mismos objetivos de justicia, igualdad y paz social.

Chávez ¿Presidente constitucional o líder mesiánico?

Asumir que Chávez es un sujeto histórico insustituible, una figura providencial, es pisar los terrenos inmateriales e inaprehensibles del mesianismo. Y no simplemente los del interés terrenal y prosaico de una dirigencia política y de un Presidente sin estatura de estadista, aunque, dotado ciertamente de una extraordinaria capacidad histriónica para el mitin, el caradurismo de la mentira como política comunicacional de Estado y el accionar mediático.
En realidad, el reeleccionismo de Chávez, reúne tanto los ingredientes del interés mezquino, el de la simple conservación del poder por una élite política que quiere perpetuarse en medio de los vacíos de un proyecto, como los impulsos primigenios de un mesianismo en ciernes. Lo cual, de prolongarse como es su voluntad, ad infinitum, acarreará efectos políticos, institucionales y culturales de carácter regresivo, desde el punto de vista de la democracia. La consolidación de una figura en el poder, el mesianismo político, sólo es posible en estructuras sociales que nada tienen de democráticas pero mucho de totalitarias. Los efectos de la consolidación del poder en Chávez y para siempre tienen efectos a corto, mediano y largo plazo, que los venezolanos ya podemos apreciar en las instituciones del Estado, en el régimen político del Gobierno y hasta en la cultura de la sociedad.

La reelección permanente de Chávez en el poder no sólo afecta la arquitectura institucional de la revolución socialista, sino que distorsiona el juego democrático y la cultura de la alternancia política, con efectos que ya estamos viendo los venezolanos: Concentración del poder, supresión política de la participación ciudadana e involución de la democracia con desaparición de su condición ‘protagónica’.


La prolongación del gobierno de Chávez implica más y más concentración mayor del poder en manos del Presidente. Como hemos visto en los últimos diez años, la marcha inercial de los mecanismos con los que funciona el Estado, el momento crítico de las decisiones tiende a trasladarse hacia el Presidente; la prolongación de su mandato acumula todas las posibilidades de decisión en él, y el resultado ya está a la vista: Centralización administrativa, des-federalización, castración administrativa de las competencias de las Gobernaciones de Estado y asignación de recursos, programas y actividades a las regiones sólo y exclusivamente por el capricho o la benevolencia presidencial.

En el actual régimen presidencial totalitario, todos los caminos conducen, no a Caracas sino a Miraflores, al entorno del Jefe de Estado, a su ‘anillo cero’. Este último es el que lo conecta con el pueblo y establece una alcabala por donde se filtran necesidades de todo tipo y hasta la realidad cuando ésta debe ser del conocimiento del ‘mesías’, aunque a veces presenta fisuras como la que se observó en el ya famoso ‘Aló Presidente’ y entonces, el mesías se enteró, por mampuesto, que existe una cosa que se llama ‘ruleteo’ en los hospitales públicos, y las mujeres tienen que parir en las aceras, como animales.


La evidencia de que existe totalitarismo en la gestión pública del Gobierno es la mayor acumulación simbólica y material, en los recursos de la decisión y del poder. En primer lugar el fenómeno se presenta por una total subordinación del Poder Legislativo frente al Poder Ejecutivo, y al amparo de un sistema de incompetencia democrática, las actividades de la Asamblea Nacional se ocultan en lo que Guillermo O’Donnell ha dado en llamar una “Democracia Delegativa” que en Venezuela se evidencia en la Ley Habilitante con la que la Asamblea Nacional se auto defenestró, política y legislativamente.

Es decir, se trata de una no-democracia en la que la Asamblea Nacional abdica de su misión legisladora para ofrecerla al señor Chávez. Esta situación es una muestra fehaciente es la confirmación de que la actividad parlamentaria siempre se ha subsumido a la voluntad del Poder Ejecutivo, pero más abiertamente y con mayor descaro a partir del referendo aprobatorio para la reelección del Presidente.

Esta concentración afecta al régimen político, pues ha inclinado la balanza a favor del Presidente, afectando gravemente el Estado de Derecho, ése que formal y funcionalmente fija los controles frente a un centro de poder hegemónico, como es el de la Presidencia de la República. Se trata de controles y contrapesos que provienen de instituciones como la Corte Suprema de Justicia, la Contraloría General de la República, la Fiscalía General y el Conseja Nacional Electoral, organismos en cuya composición y titularidad influye descaradamente la voluntad del Presidente, y cuya autonomía ya no estará asegurada porque los titulares de esos poderes del Estado someten a estos órganos a una línea de sumisión frente al Presidente, facilitándole las condiciones favorables para ejerza su presión sobre ellos.

La excesiva subordinación de la Asamblea Nacional transforma la democracia participativa y protagónica en una democracia delegativa porque rebaja el debate público como proceso previo a las decisiones de Estado; pero la ausencia del control y del contrapeso de la Justicia y la Contraloría y de la Fiscalía, debilita profundamente el Estado de Derecho en Venezuela; de modo que ambos fenómenos van a degradar el concepto revolucionario de la democracia protagónica porque en la realidad se vive en una autocracia mesiánica.

El segundo efecto de la reelección indefinida del Presidente tiene que ver con el empobrecimiento del juego de opciones políticas, aún dentro del PSUV, por la legítima y constitucional aspiración de la conquista del poder; y con las restricciones en perjuicio de la alternabilidad política. Esta última constituye la posibilidad cierta de que otros factores políticos distintos al partido de gobierno, o aún dentro de éste, puedan acceder a la presidencia de la República dentro del juego libre y democrático del contraste de opciones, y dentro de los parámetros de unas reglas transparentes, previamente establecidas y respetadas.

La reelección atenta contra cualquier concepción socialista de Estado porque acrecienta las expectativas de servidumbre con relación al Presidente, convertido en Príncipe maquiavélico, permanentemente empeñado en conservar el poder. Cualquier dirigencia política, aun aquella que se define opositora y fragmentada en partidos y empresas políticas, sin un proyecto propio, como no sea la conservación de la representación parlamentaria, girará al en torno a quien garantice la conservación del poder. Lo hará por supervivencia, por el interés patronal de conservar lo que maneja. O por simple oportunismo, eficaz en cuanto implique mimetizarse bajo el halo que cubre a un gobernante, apoyado por la opinión y casado con sus causas, aunque ello signifique la traición a principios y valores democráticos.

La reelección presidencial de Chávez ha disminuido el debate político, no sólo en el colectivo, sino muy adentro del PSUV; ha reducido el sentido de la pluralidad del pensamiento político en las organizaciones que le apoyan, y desvanece las esperanzas de alternancia en el poder. Alternancia que no sólo encierra la ilusión del cambio sino el abanico de propuestas efectivas para ensayar otras propuestas, igual de válidas aunque enfrentadas ideológicamente a la tesis socialista del Presidente, para ser aplicadas en una sociedad, como la venezolana, apena en permanente construcción. El sólo hecho de que la reelección de Chávez encierre una sola línea de acción política ha mermado las propuestas alternativas dentro de su propio partido y le ha significado un precario crecimiento sin desarrollo, lleno por otra parte de sobresaltos y de situaciones azarosas que corroe a las dirigencias de base y pervierte la visión socialista del partico, como herramienta de emancipación popular.

Con la reelección indefinida de Chávez, se reeditará la continuidad en la sumisión transada por el PSUV y los otros partidos que lo secundan. Las consecuencias políticas ya han mostrado a la luz pública la cara oculta de ese entreguismo. Ya existe claudicación en las opciones de relevo en el Partido Único y obturación de alternativas para la renovación de los dirigentes de base. Es el estancamiento del juego de las alternativas que el sistema debe estimular, en vez de sofocar, tal como lo hace el Presidente Chávez con el razonamiento de que su presencia es necesariamente la única que puede garantizar la consolidación del socialismo en Venezuela. Eso y el híper presidencialismo soviético del camarada Stalin es lo mismo, pues en la Venezuela actual se vive, a partir del referéndum que aprobó la reelección indefinida de Chávez, una serie de deformaciones burocráticas que han reproducido nuevas situaciones de dominación y contradicción de clases, lo que convierte al Socialismo del Siglo XXI (plataforma ideológica de Chávez y del PSUV) en radicalmente opuestos a la filosofía autogestionaria y democrática del socialismo y visceralmente enfrentados a las propuestas o prácticas llevadas a cabo por referentes como Lenin y el partido bolchevique.


La domesticación de los partidos políticos que en su mayoría integran las mesas opositoras, comenzó mucho antes de la aparición de Chávez en la escena política. Se inició desde la debacle de ‘La Gran Venezuela’, pero con la afirmación del referéndum reeleccionario presidencial de febrero de este año, Chávez agrega el fenómeno de un trastrocamiento en el proceso de intermediación política con el Estado. Durante las décadas de la mal llamada Cuarta República (Manuel Caballero tiene mucha tinta derramada en la explicación histórica sobre la inconsistencia numérica de ‘las repúblicas’ del Estado venezolano) durante ese lapso, decíamos, los partidos, las oligarquías, los sindicatos y los parlamentarios se apropiaron, por vía del clientelismo, de la intermediación entre los ciudadanos y el Estado. Ahora se les arrebata con los Consejos Comunales manipulados organizativamente y financieramente desde Miraflores y el PSUV, lo que ha acrecentado la impronta política presidencial y su condición de único intermediario en todos los niveles. Se ha eliminado una porción sustanciosa de la interacción política de los ciudadanos con sus voceros naturales, aunque se mantiene parte de una burocracia regional, representada por las gobernaciones y las alcaldías, cada vez más constreñidas política y administrativamente.


Desde las organizaciones políticas que le dan sustento al Gobierno no se han percatado que la reelección presidencial de Chávez significa, para los partidos y la dirigencia política y social, un trastrocamiento en la intermediación de las vocerías y de las relaciones entre ciudadanos y dirigencias de base, pues la intermediación es, ahora, nominal y por ello vemos que ha desplazado a los parlamentarios, porque los mantiene subordinados a la voluntad presidencial. Es por ello que el juego de la competencia entre las diferentes organizaciones partidistas que apoyan a Chávez se empobrece por la abdicación de la intermediación política y de la voluntad de constituirse en la representación política de quienes les eligieron.

Todo esto no es otra cosa que involución de la cultura política venezolana. La reelección presidencial de Chávez significa la consolidación de un universo de actitudes reactivas para entender la sociedad, es decir, hay una involutiva cultura cívica, en la que los valores prevalecientes no son la libertad, la pluralidad de las ideas o la democracia, sino la consolidación de un proyecto político de reestructuración social, inexistente constitucionalmente hablando, pero vigente y rampante en el accionar del Poder Ejecutivo del Gobierno de la República.
En el discurso del Presidente Chávez, el “enemigo” no es la injusticia social sino Colombia y ‘las bases del Imperio’ en territorio colombiano. Pero hay que recordarle al Presidente Chávez que la desigualdad social existe porque el Gobierno ha sido incapaz para garantizar los principios básicos que establece la Constitución. La injusticia social no provoca los conflictos; son éstos los que no permiten conseguirla. La inseguridad en la que vivimos los venezolanos no es un engendro mediático ni una falsa percepción de la ciudadanía, son acciones concretas, cifras de fallecidos a manos del hampa, muchas veces promovida, por acción u omisión, por los organismos de seguridad ciudadana encargados de reprimirla.


En consecuencia, y dentro del discurso presidencial, no es una determinada forma de organización social, con sus estructuras de poder, las que encarnan la desigualdad, la pobreza y la carencia de progreso. Son la percepción equivocada de la ciudadanía, los agentes de la CIA y sus lacayos, los ‘pitiyanquis los accionantes del paro golpista petrolero ‘mesmo’ y, por extensión, los partidos y organizaciones sociales opositores los que producen los males en la sociedad. Por este descabellado discurso, con el que se debe luchar para lograr transformación (en realidad una no-transformación) es contra ‘el imperio’. Sólo ‘el imperio’ -desde la visión mesiánica del Presidente Chávez- es el culpable de la muerte de más de 150.000 venezolanos, a manos del hampa en los últimos 10 años y medio de su gestión. Sólo ‘el imperio’ carga con la responsabilidad de su ineficiencia en salud, educación e infraestructura física de la nación. Para el Presidente Chávez, el ‘Imperio Contraataca’ siempre y en todo momento.

Como vemos, se trata de un discurso que encuentra su asidero real en los atropellos inauditos que comete el mismo gobierno, por acción u omisión, pero que lleva en su mensaje la manipulada inversión de los valores, la de las relaciones sociales y la de los protagonistas que la encarnan, todos puestos al revés.

- El discurso del Presidente Chávez comporta un elemento de carácter omisivo, el de que las únicas reformas necesarias son las que le atornillan en el poder, y no aquellas que reduzcan la minusvalía de los ciudadanos frente al poder y su responsabilidad en lo social o lo político, pues consolidado el socialismo, el desarrollo sobrevendrá por sí solo.

- Chávez completa su paquete discursivo con la sacralización del Socialismo y la necesidad histórica de su sempiterna reelección. Con la reelección presidencial se garantiza, no el progreso del país, sino la consolidación de un proyecto político personal, profundamente estalinista. Con la reelección presidencial, Chávez se asumió como “el irreemplazable”, como otro caudillo más de la nefasta historia venezolana, que como aquellos, se asume poseído por la voluntad y la capacidad únicas para derrotar a un enemigo, ‘el imperio’, frente al que los demás aspirantes, presentes o futuros, del PSUV o de cualquier otra organización política, retrocederían o claudicarían.
Así ha construido Chávez su discurso y el del gobierno, que no es otro que la necesidad de su presencia y de su mensaje para garantizar los destinos de la Patria. En su Delirio sobre un inexistente Chimborazo, Chávez se nos presenta, epopéyicamente, para que los ciudadanos depositen en él sus anhelos de libertad no practicada. Convierte así en el paladín de una sociedad que se encamina hacia un socialismo más que utópico, no sólo por apellidarse ‘Del Siglo XXI’ (centuria que apenas comienza con la desaparición y el mimetismo del socialismo a nivel mundial), sino porque la utopía está en los referentes: Marx, Bolívar y Zamora, tres personajes que sería imposible hacerlos sentar en una misma mesa sin que se produjese un colapso.

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