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jueves, 5 de diciembre de 2013

NELSON CASTELLANO HERNÁNDEZ, ETIQUETAS

Son los rótulos que representan una marca, se colocan a un objeto para su identificación, clasificación o valoración.

La etiqueta de un producto tiene distintos usos y significados. Algunas son útiles para describir el contenido de un envase o un paquete, otras buscan realzar la imagen o llamar la atención sobre el producto, generalmente para atraer al cliente.

En sentido figurado son utilizadas para prejuzgar a una persona, para colocarlas dentro de un grupo al cual se le atribuyen comportamientos comunes. En esos casos hablamos de "etiquetar a alguien".

Las etiquetas que se imponen a las personas pueden corresponder a códigos culturales de un país, no siempre son negativas. Salvo por el hecho, que de alguna manera se termina por generalizar, irrespetando la individualidad del ser humano.

Pueden también ser utilizadas para prejuzgar, burlarse, someter al escarnio público o para arrojar a un ser humano a las furias de las masas desbordadas.

Las personas las utilizan con ligereza, sin darse cuenta que pueden ser injustas, dejar una huella dolorosa en la mente del que la sufre o desarrollar en otros complejos de culpa.

Existen etiquetas crueles, cuando se atribuyen a defectos físicos y no es raro escuchar como expresión popular: "le quedó el nombre como apellido" para referirse a personas, que sus conocidos se refieren a ellos con etiquetas como "el tuerto Pedro" o "el cojo Alberto".

Con muchas de ellas se discrimina y se descalifica, es más fácil poner una etiqueta, que entrar a discutir un planteamiento. Una manera de despreciar el nivel del que tenemos frente a nosotros, a quien consideramos poco digno para iniciar una conversación o un intercambio de ideas. La etiqueta por delante sirve para vaciar de contenido las posiciones del otro.

Normalmente respaldan un discurso lleno de silogismos, para demostrar lo que es falso, así se afirman de manera apresurada conclusiones inaceptables, porque se han aplicado intencionadamente erróneas, las reglas de deducción.

En muchos países los calificativos despectivos acompañaran a su víctima toda su vida, quien sufrirá un verdadero handicap para recuperar su dignidad. El ser humano, dechado de virtudes en potencia, puede convertirse en el verdugo más cruel cuando pierde su objetividad.

La mitad de Venezuela ha sido etiquetada oficialmente, es víctima del desprecio gubernamental, personificado en la cantidad de improperios, con los cuales el régimen ha etiquetado al ciudadano opositor, que exige la igualdad ante la ley.

Los calificativos políticos de "escuálido", "pitiyanqui" o "traidores", han sido utilizados por el Gobierno, para negarle la condición de ciudadanos, a los venezolanos que luchan por salvar la democracia.

El objetivo ha sido marcarlos como "venezolanos de segunda", por lo tanto sin los mismos derechos.

El difunto humilló la cultura venezolana y nuestros valores, manipuló a los pobres con slogans que se convirtieron en rótulos, destinados e pervertir lo que nos hacía grandes como pueblo. El resultado lo estamos viviendo ahora, con el desprecio al orden jurídico, que presenciamos todos los días, que se extiende hacia la ciudadanía desde las esferas del Gobierno.

Un país que ha perdido su identidad y su soberanía, es presa fácil del delirio que sufre, el que para sostenerse, necesita de la fuerza, el autoritarismo y del abuso de poder.

En esas circunstancias la incapacidad y la legitimidad, se sustituyen con el insulto y la discriminación, apoyadas en las etiquetas que se utilizan contra los propios ciudadanos.
La historia está llena de casos, han dado origen a la segregación, a purgas y masacres, cometidas por gobiernos, por sectores o grupos humanos de un país, contra sus propios coterráneos.

El mayor crimen de la humanidad fue precedido de "etiquetas", que se obligaron a llevar en el lado izquierdo del pecho, tenían la forma de una estrella. Sirvieron para marcar a millones de seres humanos... que fueron llevados a los hornos crematorios, víctimas inocentes de la solución final, concebida en las mentes asesinas de la barbarie autoritaria.

nelsoncastellano@hotmail.com

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martes, 6 de noviembre de 2012

ÁNGEL AMÉRICO FERNÁNDEZ, LA COMUNA Y SUS MARCAS

La palabra comuna deriva del francés “commune” a la vez heredado del latín medieval “communia” para hacer referencia a una división territorial-administrativa menor y de gobierno local. Las comunas son entonces equivalentes a las estructuras municipales de las ciudades constituidas con una dirección gubernamental y fiscal, vector en menor escala del gobierno de la Nación. De modo que en la historia europea, comunas hay en Francia,  España e Inglaterra entre otras, pero siempre con una connotación de territorio pequeño, el átomo de la división política y del régimen fiscal.
Es esa la huella de las comunas en Europa Occidental, una simple forma organizativa democrática para que los ciudadanos se ocupen de los “asuntos comunes” en sus Repúblicas y puedan participar y tener contacto con la instancia primigenia del gobierno. 
Otra cosa distinta ocurre cuando el término comuna comienza a ser penetrado con valoraciones y contenidos ideológicos y es extraído de cuajo del plano territorial y administrativo para insertarse como engranaje capilar de la teoría marxista y una cierta manera de entender el poder y las estructuras de la economía.
El primer rastro de esa vertiente es posible hallarlo en los hechos que tuvieron como punto culminante la toma de la comuna de París en 1871 por parte del movimiento obrero francés. Resulta claro que Marx estuvo muy atento al curso y desenlace de ese acontecimiento histórico al que definió en sus escritos como la primera revuelta del proletariado organizado en la historia, donde se avistaba una “forma política” que desmontaba el régimen de la burguesía, democracia directa, gobierno proletario y el pueblo en armas, una revolución “contra el Estado mismo”, una reabsorción del pueblo de su propia vida social.
A partir de allí el término comuna quedó marcado con otros contenidos y valoraciones ideológicas, se fue rellenado con otra historia, otros metarrelatos que ponían “en acto” un tinte revolucionario, una revuelta proletaria contra el Estado Burgués. “Era sólo la clase obrera la que podría formular mediante la palabra “comuna” e iniciar mediante la combatiente comuna de París, esa nueva aspiración” (Marx). La “comuna” quedaba así investida con un halo casi mítico, ligada a la luchas de la ideología socialista en el plano político y hasta existencial.
Sin embargo, Marx no pudo ver la experiencia histórica triunfal socialista en Rusia de 1917, en la que las comunas “soviets”, a contrapelo de la utopía parisién, significaron una nueva arquitectónica del poder, una nueva organización del espacio (objetivo y subjetivo) de los sujetos y unas nuevas estructuras de la producción, donde la característica relevante fue el despotismo del Estado-partido en conjunción con economía centralizada/planificada, y dominación total sobre el individuo.
En China comunista, las comunas y la organización comunal son inseparables de la “colectivización forzada del campo” y los fusilamientos en masa. Otra marca más para esta particular forma de regimentar la producción, asegurar el dominio de un funcionariado burocrático y regimentar hasta la vida íntima y sensorial de los actores sociales.
En Cuba, las comunas están imbricadas a un proceso que se resume en una economía totalmente estatizada, prohibición a las personas para ejercer negocios independientes, un sistema de vigilancia por cuadra desempeñado por los llamados Comité de Defensa de la Revolución y tarjetas de racionamiento.
Esa es la huella/rastro/marca de las comunas dejadas por el proceso histórico. Las palabras no son “neutras”, el origen de un término puede parecer un cristal, pero es la historia la que le llena de contenido, valoraciones, zaga ideológica… y también de cicatrices.
En Venezuela el régimen ha venido apurando a sus ministros para que apalanquen la formación de “comunas”. Demás esta decir que estas comunas no se inscriben en la mera imagen “municipal” como sugiere una visión llena de candor  de algunos cuando alegan que comunas hay en todos partes como Francia, España o Chile. A contrapelo, sostenemos sin ambigüedades que las comunas anunciadas para el país están ubicadas en el marco de leyes socialistas, que la estructura comunal fue derrotada en el Referéndum Constitucional de 2007 y que el grueso de esas leyes fueron aprobadas por vía habilitante de manera espuria, pues esos poderes legislativos eran para atender emergencia de las lluvias en 2010. Además, no se puede obliterar el discurso del funcionariado oficialista que ha sido explícito al señalar que van “esbaratar” Alcaldías y Gobernaciones para avanzar hacia el Estado Comunal.
El propio contenido de las leyes socialistas prevé  que la comuna va a ser la unidad primaria de división política constituyendo desde la base una propuesta inconstitucional que fecunda un Estado estructuralmente distinto al que aparece definido en la Constitución de 1999, en evidente ruptura con el Estado liberal, representativo y de corte occidental de la carta magna. Al propio tiempo, el proyecto de Estado comunal parece incardinado a un modelo político de “democracia popular asamblearia” que en la historia ha venido matrimoniado con regímenes autoritarios, despóticos y de culto a la personalidad.
Pero, más allá del asunto constitucional, hay que meter el escalpelo en “la función latente” (Merton) para hurgar en la comuna como estrategia de dominación en beneficio de un orden instrumental y monolítico que concentre el poder y evite su “fuga” hacia polos alternativos. Si a ello se suma el contexto de prácticas políticas de hostigamiento al sector privado y las recurrentes expropiaciones, hay razones para pensar que la instauración de un Estado comunal pudiera replicar formas de economía altamente centralizada en sintonía con una “ficción” de poder popular que enmascare formas aberradas de bonapartismo.
Finalmente, si decimos comuna es “propiedad del común” tenemos una tautología, pero si decimos “comuna socialista” le asignamos una predicación, una categoría… y gustaba decir Aristóteles que las categorías son “los modos del ser”.
angelferepist@gmail.com

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