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jueves, 22 de mayo de 2014

ÁNGEL AMÉRICO FERNÁNDEZ, EL OTRO CURRÍCULUM: LÍMITES DE LA CONSULTA EDUCATIVA

El asunto crucial de la consulta educativa configura una extraña jugada en el contexto actual de las estrategias saber/poder manejadas por el régimen para perpetuar su modelo político a través del adoctrinamiento escolar. 

Una lectura sintomática de los documentos que intentan fundamentarla indica una apelación a principios filosóficos y pedagógicos muy genéricos que buscan distraer sobre la “agenda oculta” y, por tanto, operan como señuelo para inducir la idea de que se va a consultar a partir de un enigmático punto cero para generar un relanzamiento de la educación venezolana.

No estamos de acuerdo con esa interpretación. Un vocero autorizado del magisterio como Leonardo Carvajal parece darle el beneficio de la “buena intención” al Ministerio de Educación señalando que se va a interrogar a los actores y que ello no tiene nada que ver con la resolución 058. 

Sin embargo, parece claro que el uso de un libro único con ciertas etiquetas y paquetes de impronta ideológica ya reproduce discursos y prácticas que constituyen la huella de un diseño curricular elaborado con una visión hegemónica.

Desde esta perspectiva, sostenemos que es pertinente el debate y asumir el desafío de las interrogantes para abrir la reflexión a los contrastes, pero sin la inocente pretensión de que se va a “borrar el pasado e iniciar el camino del bien”. Acto seguido presentamos una breve síntesis sobre cómo abordar algunas de las preguntas cruciales de la llamada consulta educativa.

                                     ESCUELA Y SOCIEDAD

Una sociedad democrática es sustantivamente una sociedad abierta, en el sentido de que es potable y consistente con el pluralismo y la diversidad de corrientes del pensamiento, en sintonía con lo establecido en la Constitución Nacional. Por tanto, la complejidad, la diversidad de ideas y paradigmas cognitivos, la exploración de distintas opciones y vertientes filosóficas y modos de pensar deben ser resguardadas en beneficio del talante democrático. Una sociedad democrática está irreductiblemente ubicada contra todo fanatismo y contra todo fundamentalismo.
                                  
                                 OBJETIVOS DE LA ESCUELA

Los objetivos de la Escuela en concordancia con el ideal democrático incardinado al espíritu de la carta fundamental y a las demandas del presente tiempo apalancada por la revolución del conocimiento y de las tecnologías comunicacionales, debe enfatizar en la formación de un ciudadano crítico, con capacidad de explorar en los saberes por cuenta propia, autónomo, abierto a la diversidad, defensor de la cultura y la historia nacional, pero también con competencias para encarar el desafío de la educación superior y las demandas del mundo actual.

                        LA EDUCACIÓN QUE SE ASPIRA O SE QUIERE

La sociedad venezolana demanda en estos momentos una educación democrática que permita la inserción de Venezuela en la sociedad del conocimiento, que recupere la calidad de las escuelas públicas, que garantice el desempeño de la educación privada en la continuidad de su valor agregado cultural y que facilite las condiciones para elevar el nivel académico de los docentes. Se trata de impulsar sin ambigüedades el valor de la escala de méritos para la carrera de los maestros y profesores y que la educación proporcione los elementos objetivos para el desarrollo del espíritu crítico, los valores históricos de la venezolanidad, la cultura de la paz y las competencias necesarias para que los egresados o ciudadanos puedan insertarse en la modernidad, la globalización y la sociedad del conocimiento.

                                               EL DOCENTE

Es de esperar que el docente pueda fomentar a fondo los valores de la diversidad, de la sociedad abierta, el pensamiento complejo y la democracia en el marco del “uso público de la razón” y de la libertad de cátedra. El docente es sujeto de derecho y su deber es facilitar al estudiante/participante diversas experiencias de aprendizaje, diversas opciones de lecturas, diversos y distintos modos de aproximarse al mundo para comprenderlo. Asimismo, es esencial que al docente para su ingreso o su ascenso en el ámbito profesional no se le exija reportar identidades políticas, lo único que se le debe exigir es vocación, formación y competencias académicas.

                                  EL DISEÑO CURRICULAR

   El diseño de los fines no es una tarea neutra y angelical de filósofos y educadores. El Estado como cristalización por excelencia del poder político interviene con su sistema de representaciones y valores a través de la política educativa condensada en el dispositivo del currículum que se encarga de producir y distribuir sentido en sintonía con cierta visión del mundo y cierta taxonomía de legitimación/deslegitimación de saberes, prácticas y discursos.
Sin embargo, es menester en una sociedad democrática apuntalada en una Constitución democrática, tanto en su espíritu legislador como en sus enunciados taxativos, que los actores de la educación, la sociedad civil y la familia estén atentos a cualquier tentativa de hegemonía ideológica, cognitiva o cultural en la educación porque ello iría contra los valores de diversidad, pluralismo, libertad y democracia contenidos en la Constitución y en contra de las prácticas culturales de la nación venezolana.

                              DEL TEXTO O ¿LOS TEXTOS?

Una sociedad que se define como abierta, que resguarda la multiculturalidad, con poros y vasos comunicantes con las diversas vertientes del pensamiento universal, libertaria y democrática, no debe implementar en las prácticas educativas el uso de un texto único y de una editorial única para la enseñanza en la escuela. No se debe constreñir la enseñanza, la tarea pedagógica es para abrir el pensamiento, para facilitar su expansión y no para ejercer una suerte de regimentación o tarea de “constricción” del acto de aprendizaje. En consecuencia, un texto único pudiera interpretarse como un intento de instaurar una especie de hegemonía vía adoctrinamiento. En lugar de texto… los textos, en lugar de un discurso único el envite es por una proliferante pluralidad de discursos, diversidad y pensamiento complejo. Un libro es un libro, no es un oráculo.

Angel Américo Fernández
angelferepist@gmail.com
@angelvictoreado                                      

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martes, 6 de noviembre de 2012

ÁNGEL AMÉRICO FERNÁNDEZ, LA COMUNA Y SUS MARCAS

La palabra comuna deriva del francés “commune” a la vez heredado del latín medieval “communia” para hacer referencia a una división territorial-administrativa menor y de gobierno local. Las comunas son entonces equivalentes a las estructuras municipales de las ciudades constituidas con una dirección gubernamental y fiscal, vector en menor escala del gobierno de la Nación. De modo que en la historia europea, comunas hay en Francia,  España e Inglaterra entre otras, pero siempre con una connotación de territorio pequeño, el átomo de la división política y del régimen fiscal.
Es esa la huella de las comunas en Europa Occidental, una simple forma organizativa democrática para que los ciudadanos se ocupen de los “asuntos comunes” en sus Repúblicas y puedan participar y tener contacto con la instancia primigenia del gobierno. 
Otra cosa distinta ocurre cuando el término comuna comienza a ser penetrado con valoraciones y contenidos ideológicos y es extraído de cuajo del plano territorial y administrativo para insertarse como engranaje capilar de la teoría marxista y una cierta manera de entender el poder y las estructuras de la economía.
El primer rastro de esa vertiente es posible hallarlo en los hechos que tuvieron como punto culminante la toma de la comuna de París en 1871 por parte del movimiento obrero francés. Resulta claro que Marx estuvo muy atento al curso y desenlace de ese acontecimiento histórico al que definió en sus escritos como la primera revuelta del proletariado organizado en la historia, donde se avistaba una “forma política” que desmontaba el régimen de la burguesía, democracia directa, gobierno proletario y el pueblo en armas, una revolución “contra el Estado mismo”, una reabsorción del pueblo de su propia vida social.
A partir de allí el término comuna quedó marcado con otros contenidos y valoraciones ideológicas, se fue rellenado con otra historia, otros metarrelatos que ponían “en acto” un tinte revolucionario, una revuelta proletaria contra el Estado Burgués. “Era sólo la clase obrera la que podría formular mediante la palabra “comuna” e iniciar mediante la combatiente comuna de París, esa nueva aspiración” (Marx). La “comuna” quedaba así investida con un halo casi mítico, ligada a la luchas de la ideología socialista en el plano político y hasta existencial.
Sin embargo, Marx no pudo ver la experiencia histórica triunfal socialista en Rusia de 1917, en la que las comunas “soviets”, a contrapelo de la utopía parisién, significaron una nueva arquitectónica del poder, una nueva organización del espacio (objetivo y subjetivo) de los sujetos y unas nuevas estructuras de la producción, donde la característica relevante fue el despotismo del Estado-partido en conjunción con economía centralizada/planificada, y dominación total sobre el individuo.
En China comunista, las comunas y la organización comunal son inseparables de la “colectivización forzada del campo” y los fusilamientos en masa. Otra marca más para esta particular forma de regimentar la producción, asegurar el dominio de un funcionariado burocrático y regimentar hasta la vida íntima y sensorial de los actores sociales.
En Cuba, las comunas están imbricadas a un proceso que se resume en una economía totalmente estatizada, prohibición a las personas para ejercer negocios independientes, un sistema de vigilancia por cuadra desempeñado por los llamados Comité de Defensa de la Revolución y tarjetas de racionamiento.
Esa es la huella/rastro/marca de las comunas dejadas por el proceso histórico. Las palabras no son “neutras”, el origen de un término puede parecer un cristal, pero es la historia la que le llena de contenido, valoraciones, zaga ideológica… y también de cicatrices.
En Venezuela el régimen ha venido apurando a sus ministros para que apalanquen la formación de “comunas”. Demás esta decir que estas comunas no se inscriben en la mera imagen “municipal” como sugiere una visión llena de candor  de algunos cuando alegan que comunas hay en todos partes como Francia, España o Chile. A contrapelo, sostenemos sin ambigüedades que las comunas anunciadas para el país están ubicadas en el marco de leyes socialistas, que la estructura comunal fue derrotada en el Referéndum Constitucional de 2007 y que el grueso de esas leyes fueron aprobadas por vía habilitante de manera espuria, pues esos poderes legislativos eran para atender emergencia de las lluvias en 2010. Además, no se puede obliterar el discurso del funcionariado oficialista que ha sido explícito al señalar que van “esbaratar” Alcaldías y Gobernaciones para avanzar hacia el Estado Comunal.
El propio contenido de las leyes socialistas prevé  que la comuna va a ser la unidad primaria de división política constituyendo desde la base una propuesta inconstitucional que fecunda un Estado estructuralmente distinto al que aparece definido en la Constitución de 1999, en evidente ruptura con el Estado liberal, representativo y de corte occidental de la carta magna. Al propio tiempo, el proyecto de Estado comunal parece incardinado a un modelo político de “democracia popular asamblearia” que en la historia ha venido matrimoniado con regímenes autoritarios, despóticos y de culto a la personalidad.
Pero, más allá del asunto constitucional, hay que meter el escalpelo en “la función latente” (Merton) para hurgar en la comuna como estrategia de dominación en beneficio de un orden instrumental y monolítico que concentre el poder y evite su “fuga” hacia polos alternativos. Si a ello se suma el contexto de prácticas políticas de hostigamiento al sector privado y las recurrentes expropiaciones, hay razones para pensar que la instauración de un Estado comunal pudiera replicar formas de economía altamente centralizada en sintonía con una “ficción” de poder popular que enmascare formas aberradas de bonapartismo.
Finalmente, si decimos comuna es “propiedad del común” tenemos una tautología, pero si decimos “comuna socialista” le asignamos una predicación, una categoría… y gustaba decir Aristóteles que las categorías son “los modos del ser”.
angelferepist@gmail.com

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sábado, 28 de abril de 2012

ÁNGEL AMÉRICO FERNÁNDEZ, EL ÁGORA ENCONTRADA: DEMOCRACIA PROFUNDA

“La tiranía contradice la esencial condición humana de la pluralidad, el actuar y el hablar juntos, lo cual constituye la condición de todas las formas de organización política…Ser político, vivir en polis, significaba que todo era decidido a través de las palabras y no por la fuerza y la violencia". Hannah Arendt

El espíritu griego de la antigüedad clásica  cultivó la idea de democracia directa que a veces es invocado de forma interesada para nutrir la plataforma crítica desde la que se intenta torpedear las formas políticas liberales

Más allá de las estructuras funcionales y procedimentales de la democracia formal condensada en instituciones, poderes en delicada balanza de contrapesos, elecciones libres, jueces independientes, actos de gobierno bajo escrutinio público y Estado de derecho, el mundo viene presenciando la emergencia de un conjunto de condiciones objetivas en el orden social, tecnológico y comunicativo que hacen posible tensar el pensamiento para explorar formas profundas de democracia que trastoquen de modo definitivo el dilema entre formas  liberales y formas comunales o colectivistas en la construcción de modelos de convivencia política.

El espíritu griego de la antigüedad clásica  cultivó la idea de democracia directa que a veces es invocado de forma interesada para nutrir la plataforma crítica desde la que se intenta torpedear las formas políticas liberales al describirlas como simple “democracia burguesa” o ligada a cierta lectura de la representación como “escamoteo” de las mayorías en beneficio de ciertas élites que serían bajo esta óptica realmente las representadas junto a sus intereses económicos y financieros. Así se ha construido en el imaginario socialista dogmático la idea de política como “gran teatro”, un tinglado montado por la burguesía donde desfilan personajes en medio de discursos y prácticas egoístas en un juego de simulaciones orientado a ocultar el verdadero contenido de la historia ¡verbigracia! la lucha de clases.

En relación a la democracia directa de Grecia clásica es necesario apuntar que su solidez funcional se hallaba en el escaso número de ciudadanos, acaso unos 10.000 en Atenas, que asistían a las deliberaciones de la Asamblea Popular celebradas en el ágora o plaza pública, donde por lo general el  orador más elocuente se llevaba los apoyos y los votos para los más encumbrados cargos públicos. Este dato histórico por si mismo explica las dificultades de monta para establecer en tiempos más recientes un régimen de democracia directa con poblaciones gigantescas de millones de personas, pero la modernidad intentó corregir esa dificultad apelando a la fórmula de la representación. De este modo, se levantaron sistemas de elecciones con base en la voluntad popular mediante el sufragio donde opera la “delegación del poder” en manos de legisladores y ejecutivos que representan al pueblo.

Otra cosa distinta es la idea de “democracias populares” o las expresiones políticas  del imaginario socialista y sus encarnaciones reales o históricas asociadas a organizaciones colectivistas o comunales de trabajadores. Estas estructuras corresponden a una suerte de ingeniería socio-política que amén de presentarse ambiciosamente como crítica y superación de la democracia liberal han devenido aberraciones bonapartistas, contienen la huella de la deriva totalitaria con el formato Comunas-Estado-Partido y, más bien, configuran una regresión histórica con respecto a las formas políticas republicanas. Ello sin contar todo un historial de prácticas sociales que en el último siglo han operado como un cerrojo para el individuo y en el presente su tendencia es el agotamiento y la clausura.

Desde esta perspectiva, no cabe la menor duda de que el sistema político que abreva en las fuentes del liberalismo clásico, si bien no es perfecto, ha resultado en la práctica el más eficaz para resguardar la democracia, los derechos ciudadanos y una concepción del poder que facilita el gobierno en equilibrios. Por tanto, es un antídoto contra el poder absoluto y al propio tiempo crea un andamiaje para procesar las “contradicciones” inherentes a la dinámica del sistema social. Pero además, su carácter abierto, plural y flexible permite un espacio más o menos poroso para luchar por la igualdad de oportunidades en el marco de la Constitución.

En este sentido, uno de los más graves errores del ideario marxista y socialista ha sido precisamente desconocer los avances y el contenido humanista del modelo político liberal. La simplicidad acrítica de equipararlo con modelo burgués o “Estado burgués” o “con gobierno de los ricos”,  le indujo ceguera para leer en limpio un cifrado que ubica al ciudadano al frente de herramientas para lidiar con el poder, con vías para luchar por espacios de igualdad, con instituciones para hacer que el poder justifique sus acciones y sean objeto de escrutinio público como decían Kant y Bobbio. Desde esta perspectiva conviene recuperar la aclaratoria de Fernando Mires a un lector/interlocutor en relación al binomio democracia/justicia social: “Yo creo que hay una confusión, y no sólo es suya. Justicia social y democracia son dos cosas muy diferentes. La democracia es una forma de gobierno y de organización política y esa forma no garantiza de por sí la desaparición de las desigualdades sociales. Lo que sí otorga la democracia son vías para que la lucha por una mayor igualdad sea posible. Esas vías no existen en una dictadura. Y por supuesto, son muy importantes. En democracia usted tiene la posibilidad de elegir su partido para luchar por la igualdad social, y si no hay ninguno, puede fundar uno. Hay en este punto, creo yo, un gran malentendido: El capitalismo es una forma de organización económica. La democracia, en cambio, es una forma de organización política” (1).

Sin embargo, nuevos agenciamientos colectivos de enunciación, la configuración de una sociedad del conocimiento, las nuevas tecnologías comunicacionales, los emergentes  “juegos de lenguaje”, las redes telemáticas desplegadas como “redes sociales” representan un nuevo equipamiento tecnológico e intersubjetivo que permite tensar el pensamiento en las propias fronteras para meter el escalpelo en el modelo liberal, no para suprimirlo, sino para superarlo, para efectuar una suerte deAufhebung , término del alemán tomado de la filosofía de Federico Hegel que tiene la riqueza expresiva para significar “superar y conservar” al mismo tiempo. De modo, que la forma política liberal tiene que ser superada, pero conservando toda su médula racional y humanista que es mucha y tensada al máximo hasta para que haga puente con los nuevos agenciamientos “informacionales” y la socialidad de redes que se ha configurado como uno de los signos esenciales de la posmodernidad.

Es en este punto donde se hace posible pensar un modelo político de democracia profunda que recupere el espíritu de la polis griega en su carácter dialógico/deliberativo, que conserve la arquitectónica liberal del estado de derecho y la balanza de poderes autónomos junto a los espacios porosos y abiertos con herramientas para la lucha por la igualdad, pero que al propio tiempo constituya un rebasamiento de su forma clásica hacia una configuración posmodernizada que supone insertar en el sistema político un diálogo entre Estado y Sociedad civil, que implique la participación de los actores no meramente representativa ni tampoco funcionalizada por la ficción de un Poder comunal, sino el envite discursivo directo del ciudadano a través de las nuevas tecnologías de la comunicación que hacen posible la configuración de “redes sociales” o la “sociedad red” (Manuel Castells) como condición objetiva para el retorno de la “democracia dialógica” en el espíritu de la antigua polis de Atenas, pero con otras estructuras que dispuestas en intertexto conserven la semilla racional del liberalismo clásico y adopten la socialidad red como aporte singular de la posmodernidad.

Siguiendo el rastro de Hannah Arendt en una obra de sensible agudeza, es posible apreciar su inspiración en la edad de oro griega para hallar una “comunidad de habla” como fundamento de lo político sustentado en la pluralidad, el diálogo y el consenso.  La pluralidad es la verdadera fuente del poder legítimo en cuanto se origina en el diálogo y en los acuerdos para actuar juntos. “La tiranía contradice la esencial condición humana de la pluralidad, el actuar y el hablar juntos, lo cual constituye la condición de todas las formas de organización política…Ser político, vivir en polis, significaba que todo era decidido a través de las palabras y no por la fuerza y la violencia (2).

Arendt visualiza en la crítica del juicio o “facultad de juzgar” de Kant una clavija maestra para fundamentar la política rebasando el solipsismo del sujeto ético con su conciencia en aras de avanzar hacia la categoría de “juicio compartido” como base objetiva para juzgar la problemática humana y la creación de sociedades viables desde el lugar de una “comunidad de habla”.

En efecto, Kant en su abordaje de los juicios estéticos había logrado mostrar el papel jugado por el juicio reflexivo ante una vivencia personal de “gusto” o de “belleza” que se convierte en relevante para el sentido común de la gente que ha compartido la experiencia en cuestión. El juicio reflexivo supone entonces elevar las pretensiones de validez general por parte del sujeto hacia otros, rebasando la subjetividad inicial de su punto de vista en busca de consenso en una comunidad o público. Por tanto, es esencialmente deliberativo. “…He aquí lo que sólo puede servir de medida subjetiva a esta finalidad estética, pero incondicional de las bellas artes, que debe tener la pretensión legítima de agradar a todos. Así como no se puede asignar a esta finalidad ningún principio objetivo, no hay más que una sola cosa posible, y es que tiene por fundamento a priori, un principio subjetivo, y sin embargo universal” (3).

Es la noción de “juicio compartido” ligado a “capacidad de juzgar” la clave que le permite a Arendt extrapolar las implicaciones éticas y políticas por la posibilidad de comunicar los juicios que pone en el tamiz su valor intersubjetivo y, por tanto, sirve para fundamentar la acción humana en términos deliberativos teniendo a la base una comunidad de habla.

En el punto de la razón comunicativa se encuentra la propuesta teórica de Jurgen Habermas de una ética del discurso, capaz de apalancar  la búsqueda cooperativa de la verdad, en virtud de ser una experiencia abierta a “la capacidad de aunar sin coacciones y de generar consenso que tiene un habla argumentativa en que diversos participantes superan la subjetividad inicial de sus diferentes puntos de vista y merced a una comunidad de convicciones racionalmente motivadas se aseguran…de la unidad del mundo objetivo y de la intersubjetividad del contexto en que desarrollan sus vidas”(4). De esta manera se perfila una situación “contrafáctica” de diálogo ideal para salirle al paso a las perlocuciones (Austin) y explicitar los presupuestos formales de una comunicación no habitada por relaciones de poder. Dice Habermas: “Los participantes en la argumentación tienen que presuponer que la estructura de su comunicación…excluye toda otra coacción, ya provenga de fuera de ese proceso de argumentación, ya nazca de ese proceso mismo, que no sea la del mejor argumento. (5).

A estas alturas del debate, es posible disponer de un arsenal teórico muy variado que va desde la idea de diálogo de Atenas, el aporte del iusnaturalismo en materia de derechos del hombre, la arquitectónica del  liberalismo clásico, el uso público de la razón y el “juicio reflexivo” de Kant, la “comunidad de habla” de Hannah Arendt y, finalmente, la densidad de Habermas en términos de la “razón comunicativa” y ética del discurso para pensar en la posibilidad de una democracia profunda que permita recuperar y tensar al máximo su carácter deliberativo, apostar por un retorno del ágora, la posibilidad de lo político jugado en la argumentación. Existe toda una tradición teórica y filosófica que traza una hermenéutica y unos fundamentos, pero además existen las condiciones tecnológicas para tomar distancia neta de aquellos que gustan de las etiquetas y cantan una “utopía comunicacional”. Los avances posmodernos de la informática y la telemática que han configurado la sociedad red constituyen un equipamiento tecnológico e intersubjetivo que sería la base del ágora telemática, la instauración de una democracia profunda, profundamente deliberativa, profundamente libertaria, en la que los ciudadanos participen argumentando en la formulación de políticas públicas y, en el colmo del optimismo, en la formación de normas morales y de derecho. Los ciudadanos en red es la estructura básica de una “comunidad de habla” para la democracia profunda del siglo XXI.

                                                          Notas

1.       Mires, Fernando (2012) “El gran malentendido”, artículo en polisfmires blogspot.
2.       Arendt, Hannah, La condición humana, Buenos Aires, Paidós, 2009, P 47
3.       Kant, Immanuel, Crítica del juicio, p.168  (Internet).
4.       Habermas, Jurgen, Teoría de la acción comunicativa Tomo I, Taurus, Madrid, 1990, P.27
5.       Habermas, Jurgen, Ob. cit p.47

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