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martes, 17 de septiembre de 2013

ROBERTO CACHANOSKY, EL POPULISMO ES ESENCIALMENTE INMORAL

Infinidad de veces me han preguntado por qué el gobierno comete las barbaridades económicas que vemos a diario. Por qué Moreno patotea a los empresarios, cierra la economía y otras torpezas más. Por qué desde el BCRA destrozan la moneda. En fin, ¿cuál es la razón de esta política económica destructiva?


Responder a este interrogante no es tan sencillo. Algunos lo explicarán desde la ignorancia y otros por cuestiones de resentimiento. Es posible que haya una mezcla de estos dos factores, pero, aunque parezca mentira, creo que en el fondo hay un problema de razonar la economía. El kircherismo-cristinismo ven el proceso económico como una lucha por la distribución del ingreso. Creen que si un sector tiene ganancias es porque otros salen perdiendo. No entienden que en economía todos pueden salir ganando sin que el Estado se meta a hacer las burradas que hacen ellos todos los días.

Esta visión de la economía como si fuera una guerra queda en evidencia en los discursos oficiales. Nos quieren invadir con productos importados. Tenemos que defender la producción nacional. Los empresarios tienen que moderar sus ganancias. Todo el discurso es en un tono de conflicto, el cual solo es solucionado por la “sabiduría”, “bondad” y “ecuanimidad” de la presidente. Es decir, si algo bueno pasa en la economía es porque ellos son los iluminados que hacen justicia con sus políticas, no porque la gente sea eficiente y competitiva. Sin duda que parte de este discurso puede obedecer al populismo que trata de captar votos diciendo: “gracias a mí, Uds. los marginados, tienen un ingreso mejor”. Y cuando el populismo se complica por falta de recursos para mantener la fiesta de consumo, jamás se va a aceptar los groseros errores cometidos. Todo se limita a denunciar conspiraciones ocultas que vienen a destruir la construcción de un proyecto bondadoso encarnado en una sola persona. Eso es parte del discurso político populista que vaya uno a saber que fundamentos psicológicos tiene.

En rigor la economía no es una guerra donde unos ganan y otros pierden. Sí hay competencia entre empresas para ganarse el favor del consumidor. Esa competencia consiste en invertir para vender los mejores productos a los precios más convenientes para ganarse el favor del consumidor. Para ello se requiere inversión, capacidad de gestión y agregar valor. En ese proceso de inversiones se crean nuevos puestos de trabajo que aumentan la demanda de mano de obra y fuerzan los salarios al alza.

Al mismo tiempo, mientras más se invierte, más unidades se producen (aumenta la productividad), lo cual hace bajar los costos fijos por unidad producida, los bienes y servicios son más abundantes y baratos y mejora el nivel de ingreso de la gente. Pero no porque las empresas ganen menos. Las empresas ganan más porque venden más, a precios más bajos y mejores calidades. Su ganancia está en el volumen. El ejemplo que podemos dar es el de las computadoras. Cada vez tienen mejores procesadores, más capacidad de almacenaje de datos, etc. y los precios bajan o se mantienen. Con la telefonía celular ocurre algo similar. Obviamente estoy hablando del resto del mundo, no de Argentina donde gracias al modelo de sustitución de importaciones los “empresarios”, que en rigor en su mayoría son cortesanos del poder de turno, obtienen privilegios para no competir y perjudicar a los consumidores vendiéndoles productos de baja calidad y a precios más altos que en el resto del mundo. Basta con hacer una simple recorrida por los portales de internet para advertir las notebooks que se venden en EE.UU. y en Argentina, comparando precios y calidades.

Pero el gobierno no ve la competencia como un proceso por el cual los empresarios deben invertir y competir para ganarse el favor del consumidor. Por el contrario, consideran que la competencia no funciona y la producción, los precios de venta, los salarios y lo que tiene que producirse depende de una mente iluminada para ser exitosa. Hoy es Moreno el supuesto “iluminado” como en otro momento, con otros modales, fueron Grinspun, Gelbard y tantos otros ministros de economía que consideraban que solo la “bondad” de los gobernantes lograba mejorar el ingreso de la gente frente a la avaricia de los empresarios, al tiempo que esa “avaricia” empresaria es alimentada cerrando la competencia a los bienes importados. Una razonamiento realmente para psiquiatras.

Dentro de este pensamiento autoritario en materia económica, que es una especie de iluminismo económico y monopolio de la bondad de los políticos, no hay lugar para entender que la competencia es un proceso de descubrimiento. Descubrir qué demanda la gente, qué precios está dispuesta a pagar por cada mercadería y qué calidades exige. Por eso el populismo económico inhibe la capacidad de innovación de la gente y los “empresarios” millonarios son, en su mayorista, simples lobbistas que hacen fortunas con negociados turbios gracias a sus influencias con los corruptos funcionarios. Es en este punto en que el intervencionismo deja de ser ineficiente para transformarse en esencialmente inmoral porque los beneficios empresariales no nacen de satisfacer las necesidades de la gente, sino de esquilmar los bolsillos de los consumidores. Y como para esquilmarlos necesitan el visto bueno de los funcionarios públicos, ese acuerdo se transforma enorme corrupción donde la riqueza surge de expoliar a la gente mediante pactos corruptos.

Pero como los populistas no son tontos, entonces empiezan a redistribuir ingresos en forma forzada para tratar de calmar a las masas tirándoles migajas de aumentos de sueldos para calmarlas, mientras funcionarios y pseudo empresarios pesan bolsos de dinero.

Desde el punto de vista estrictamente económico la tan denostada economía de mercado es más eficiente que el populismo y el intervencionismo porque para poder progresar el sistema exige que inevitablemente el empresario tenga que hacer progresar a los trabajadores con mejores sueldos y condiciones laborales, al tiempo que también hacen progresar a los consumidores porque éstos solo les compraran si producen algún bien de buena calidad y a precio competitivo. No es por benevolencia que ganan plata los empresarios en una economía de mercado, sino por esforzarse para obtener el favor de los consumidores. A diferencia del intervencionismo populista en que se acumulan fortunas sin invertir y expoliando a consumidores y trabajadores, conformándolos con migajas que “bondadosamente” les otorga el autócrata de turno.

Pero además de ser más eficiente la economía de mercado, su gran diferencia con el intervencionismo es que está basada en principios morales y éticos en que nadie se apropia de lo que no le corresponde. No se usa al Estado y a sus funcionarios para que, con el monopolio de la fuerza, se desplume a trabajadores y consumidores. No se hace de la corrupción una forma de construcción política en que las voluntades se compran.

Por eso, y para ir finalizando, el drama de los pueblos es que cuando se instala el populismo, se van cambiando los valores de la sociedad, donde la cooperación pacífica y voluntaria entre las personas es dejada de lado y se impone la prepotencia, el robo legalizado, la corrupción y el vivir a costa de otra como forma de vida.

Como se ve, no estamos hablando solo de eficiencia económica cuando hablamos de capitalismo versus populismo. Estamos diciendo que la economía de mercado es un imperativo moral frente a la inmoralidad del populismo intervencionista, dado que en este último imperan la corrupción y el saqueo. La decencia, la honestidad en la función pública y la transparencia en los actos de gobierno no son la esencia del populismo. Por eso el populismo no solo es ineficiente como organización económica, sino que es fundamentalmente inmoral porque su funcionamiento así lo requiere.

@RCachanosky
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viernes, 20 de abril de 2012

ROBERTO CACHANOSKY / LAS TRES CARACTERÍSTICAS DE LOS PEORES INDIVIDUOS QUE GOBIERNAN EN UNA AUTOCRACIA

En "Camino de Servidumbre", Friedrich von Hayek describe por qué los líderes fuertes, que desprecian la democracia republicana, tienen que rodearse de los peores elementos de la sociedad.
Preocupado por la visión que tenían los ingleses acerca del socialismo, y habiendo visto el surgimiento del nazismo, Friedrich Hayek publicó en 1943, estando exiliado en Inglaterra, su famoso libro Camino de Servidumbre, en el que muestra los riesgos de caer en un sistema autoritario cuando se aplica una economía centralizada.

El capítulo 10 de Camino de Servidumbre lleva el título de “Por qué los peores se colocan a la cabeza”, e, inclusive, lo inicia con la famosa frase de Lord Acton: “Todo poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Ahora bien, en el capítulo 10, Hayek tiene varios párrafos muy interesantes sobre por qué los peores llegan a los máximos puestos del poder en un sistema totalitario. En primer lugar el economista austríaco analiza la etapa previa a la supresión de las instituciones democráticas y a la creación de un régimen totalitario. Hayek señala que el procedimiento democrático es más lento en la resolución de los problemas, en tanto que la gente suele reclamar acción por parte del Estado, es por esta diferencia de tiempos en la resolución de los problemas que “el hombre o el partido que parece lo bastante fuerte y resuelto para hacer marchar las cosas es quien ejerce la mayor atracción” Y agrega: “Fuerte, en este sentido, no significa sólo una mayoría numérica…Lo que ésta (la gente) buscará es alguien con tan sólido apoyo que inspire confianza en que podrá lograr todo lo que desee. Entonces surge el nuevo tipo de partido, organizado sobre líneas militares”.
Me detengo un momento en estos párrafos para analizar la actualidad argentina. En rigor, si hoy el kirchnerismo se vanagloria del “vamos por todo” es porque luego de las elecciones de 2011, consideran que el 54% implica haber recibido un cheque en blanco que le ha otorgado la sociedad. Pero Hayek también habla de partidos organizados sobre bases militares. Si uno observa el discurso del kirchnerismo, tiene bastante de esto. El kirchnerismo habla del comercio como una guerra: nos defendemos de la invasión de productos importados. Habla de fusilamiento mediático. De conspiraciones destituyentes y muchos de ellos se consideran “soldados” de la causa. Es decir, tienen un discurso bélico, militarista en términos de que la política no es diálogo sino enfrentamiento. Hay que derrotar al enemigo. Sobre este punto voy a volver más adelante.
Dice Hayek: “la probabilidad de imponer un régimen autoritario a un pueblo entero recae en el líder que primero reúna en derredor suyo a un grupo dispuesto voluntariamente a someterse a aquella disciplina totalitaria que luego impondrá por la fuerza al resto”. Y casi inmediatamente Hayek señala las tres características principales de semejante grupo, y añade que “no lo formen, probablemente, los mejores, sino los peores elementos de la sociedad”.
¿Cuáles son las tres características para que este grupo sea conformado por los peores elementos de la sociedad? En primer lugar, dice el austríaco: “si deseamos un alto grado de uniformidad y semejanza de puntos de vista, tenemos que descender a las regiones de principios morales e intelectuales más bajos, donde prevalecen los más primitivos y comunes instintos y gustos”.
Luego viene “el segundo principio negativo de selección: será capaz de obtener el apoyo de todos los dóciles y crédulos, que no tienen firmes convicciones propias, sino que están dispuestos a aceptar un sistema de valores si se machaca en sus orejas con suficiente fuerza y frecuencia”.
El tercer factor es: “quizás el más importante elemento negativo de la selección para la forja de un cuerpo de seguidores estrechamente coherente y homogéneo. Parece una ley de la naturaleza que le es más fácil a la gente ponerse de acuerdo sobre un programa negativo, sobre el odio al enemigo, sobre la envidia a los que viven mejor, que sobre una tarea positiva. La contraposición del y el , parece ser un ingrediente esencial de todo credo que enlace sólidamente a un grupo para la acción común”.
Si recorremos el espinel de los funcionarios del kirchnerismo es bastante difícil, por no decir imposible, encontrar gente con una sólida formación académica, más bien veremos funcionarios con discursos de barricada, con mucho golpe de efecto y poca profundidad de análisis. Esto, siguiendo el razonamiento de Hayek, es obvio porque nadie con una formación intelectual sólida tiende a someterse a los dictados de un líder sin ningún tipo de cuestionamiento. Seguramente mi visión de la economía difiere bastante del pensamiento de Roberto Lavagna, pero debo reconocer que, posiblemente, haya sido el funcionario público de mayor rango intelectual que tuvo el kirchnerismo y por eso duró muy poco en su cargo.
Sobre el segundo punto que hace Hayek, los seguidores sobre los que si se machaca en sus orejas insistentemente están dispuestos a aceptar un sistema de valores, podemos referirnos al staff de aplaudidores que, con fervor, aplauden entusiastamente los discursos de Cristina Fernández y pueden aplaudir un anuncio de suba de retenciones a las exportaciones de carnes como una baja de las mismas en forma indistinta. Lo que dice el líder es palabra santa. No se cuestiona.
Pero es el tercer punto el que mejor describe al kirchnerismo o cristinismo. Esa constante contraposición del “nosotros” o “ellos” al que hace referencia Hayek, es una de las características relevantes del oficialismo, como también lo es el de ponerse de acuerdo en un programa negativo en vez de una tarea positiva. El kirchnerismo tiende a destruir más que a construir. A perseguir en vez de a dialogar. Para ser suave, desprecio por la libertad de expresión, confiscaciones, consumo del stock de capital para financiar el populismo e infinidad de otros ejemplos muestran a una fuerza política más concentrada en un proyecto político negativo que positivo. Agreguemos al enfrentamiento con España por el tema YPF, los conflictos con nuestros socios del MERCOSUR, Malvinas, revolver en forma arbitraria lo ocurrido en los 70, etc. es parte de un discurso que destruye y no construye. Que confronta y no dialoga.
El escaso respeto a las instituciones, ignorar los fallos de la justicia y las arbitrariedades del secretario Moreno, son solo algunos de los métodos que ningún profesional formado en los principios republicanos puede compartir. La gente más capacitada para administrar el país no comparte este tipo de políticas, por lo tanto, termina siendo inevitable que el kirchnerismo solo pueda reclutar gente de mediocre preparación para la cosa pública. El solo hecho de aplaudir discursos sin contenido y obedecer ciegamente los dictados de la presidente determina un perfil muy claro de quienes pueden acompañarla en su “proyecto”.
Y aquí viene el tema de fondo, ese ponerse de acuerdo para destruir en vez de construir solo puede derivar en un creciente deterioro económico, tal cual lo estamos viendo. A su vez, el deterioro económico es, desde mi punto de vista, lo que le quita el respaldo al hombre o partido fuerte como lo denomina Hayek. Dicho en otras palabras, el apoyo político del oficialismo depende de si puede mantener la fiesta de consumo. Si esa fiesta artificial se termina, entonces el partido fuerte pasa a ser débil, salvo que utilice el aparato estatal para coartar las libertades individuales y sostenerse mediante el monopolio de la fuerza, que justamente esto es lo que trata de demostrar Hayek en Camino de Servidumbre.
Dadas las características de organización vertical y militarista del kirchnerismo, que solo se rodea de soldados de la causa para enfrentar a “ellos”, no podemos esperar que seamos gobernados por los mejores, sino por los más mediocres en su formación intelectual. Y un país gobernado por los mediocres, nunca puede ser exitoso. El fracaso llega más tarde o más temprano o, en el peor de los escenarios, la democracia deriva en dictadura para imponer los deseos del líder apoyado en los peores elementos de la sociedad.
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lunes, 9 de abril de 2012

ROBERTO CACHANOSKY / SIN UN GOBIERNO LIMITADO, EL SISTEMA ES CORRUPTO POR DEFINICIÓN / DESDE ARGENTINA

Sin explicar su relación o no relación con Vandenbroele, además de embestir contra todos, el vicepresidente Boudou insistió, en varias oportunidades de su largo monólogo, que estaba orgulloso de pertenecer a un gobierno que había ganado con el apoyo del pueblo, como si obtener una mayoría circunstancial diera lugar a que aquellos ciudadanos electos para ocupar cargos en la función pública pudieran hacer lo que quieren una vez en el poder. 
El argumento del gobierno para defender sus posiciones no es que se somete a un estado de derecho y defiende sus acciones dentro del estado de derecho, sino que su argumento es que tienen la mayoría de los votos. No tengo idea si la insistencia de Boudou de argumentar que pertenece a un gobierno que ganó las elecciones es una advertencia para el resto de que si él cae se lleva puesto a varios más, o si es su convicción que los votos dan derecho a no ajustarse al estado de derecho. 
Lo cierto es que el kirchnerismo siempre saca a relucir este tema. En algún momento Cristina Fernández también sostuvo que si a alguien no le gustaba las medidas que ella tomaba, que formara un partido político y ganara las elecciones. En una democracia republicana ese no es el argumento para defender una medida. El argumento es demostrar si una medida determinada se ajusta a lo que un gobierno puede hacer dentro de una democracia republicana.
Justamente, un gobierno no ajustado a derecho es el caldo de cultivo para que la corrupción florezca por doquier. Para ir directo al punto, el problema de la Argentina es que tiene una organización política corrupta. Es decir, más allá de si Boudou utilizó su cargo para beneficiar a otros o a él con el tráfico de influencias, lo concreto es que dada la ausencia de un límite al poder del Estado, el tráfico de influencias y la correspondiente corrupción no tienen diques de contención. Y me animaría a afirmar que un gobierno que no tiene límites republicanos, es un gobierno que por definición llega al poder mediante un mecanismo corrupto. Intentará explicar mi punto.
Muchos argentinos nos levantamos todas las mañanas para tratar de ganarnos el favor del consumidor. Generamos nuestros ingresos haciendo algo que beneficia a nuestros semejantes y por eso nos compran lo que hacemos. Esa parte de los argentinos somos los que generamos la riqueza. Pero luego viene el Estado y nos quita buena parte de nuestro esfuerzo diario para repartirlo entre quienes no han generado riqueza y consideran que se sienten con derecho a ser mantenidos o a ser protegidos en sus negocios por el Estado. Digamos que bajo este esquema la sociedad está dividida entre quienes producen riqueza y quienes, sin hacer nada, consumen la riqueza que generan otros.
En el mercado de oferta electoral siempre van a ganar, en el corto plazo, aquellos que le ofrezcan a una mayoría vivir a costa de una minoría. Para poder concretar esa oferta electoral el Estado tiene que violar el estado de derecho y expropiar mediante impuestos, regulaciones, inflación e intervenciones de todo tipo la riqueza que genera el sector productivo de la sociedad. Justamente, esa ausencia de límites al poder del Estado es lo que permite abrir las puertas de par en par al tráfico de influencias, manejos arbitrarios de los dineros públicos y compra de voluntades. Obtener una mayoría circunstancial mediante este sistema es, desde mi punto de vista, un gobierno corrupto desde sus mismas raíces, porque “compra” votos de la mayoría violando los derechos de la minoría. Poco importa si luego la gente, al ver que el populismo no puede financiar más la fiesta de consumo, le da la espalda al gobierno y sale con sus cacerolas a la calle. Lo concreto es que, mientras tanto, quienes acceden al poder de esta manera hacen de la arbitrariedad y, por lo tanto de la corrupción, su forma de gobierno.
Los países en que no existe el estado de derecho, y el manejo de la cosa pública se limita a cumplir con los caprichos del gobernante de turno, son países estructuralmente corruptos. Como yo, funcionario público, tengo el poder, que me dio una mayoría circunstancial, de definir a quién le quito y a quién le doy, estoy en una posición de traficar influencias por definición porque siempre voy a utilizar ese poder para beneficio político y/o económico propio.
El discurso ideológico es solo una forma de atraer el voto de la gente. Una escenografía para justificar lo injustificable en donde los argumentos van para un lado u otro sin ningún pudor. Tomemos el caso del peronismo. En un momento vieron en las privatizaciones un negocio personal fenomenal. La eficiencia de las privatizaciones poco importaba, lo relevante eran los negociados que podía haber detrás de ellas. Ese mismo partido político fue estatista en los 40 y en la actualidad. Con esto quiero decir que para el peronismo (con perdón de mis amigos peronistas), una típica expresión del populismo, estatizar o privatizar puede resultarle indiferente desde el punto de vista ideológico. Por citar un ejemplo concreto, en un momento privatizar el sistema jubilatorio era lo mejor que había sobre la tierra. Luego, ese mismo partido político ve en la estatización la mejor solución a los problemas. Perón estatizó las cajas jubilatorias en los 40, Menem las privatizó en los 90 y el kirchnerismo las volvió a estatizar en este siglo, de la misma forma que el kirchnerismo estuvo a favor de las privatizaciones en los 90 y ahora está a favor de la estatización.
Claro que uno no puede cargar las tintas solo sobre el peronismo, porque buena parte de los partidos políticos votaron a favor de la estatización de las jubilaciones, con lo cual podemos encontrar la llavea a nuestra larga y constante decadencia. La mayoría de los partidos políticos, no digo todos, consideran que el gobierno puede definir arbitrariamente sobre la vida y la fortuna de los habitantes, con lo cual tenemos un sistema corrupto porque la ausencia de límites al poder permite todo tipo de tráfico de influencias, venta de favores, negociados, coimas para firmar un decreto, autorización para aumentar un precio, ingresar una mercadería importada u otorgar alguno de los llamados planes sociales. La firma de “el supremo” tiene un precio, de la misma forma que tener acceso a “el supremo” también tiene un precio, porque “el supremo” decide quién gana y quién pierde. Pagar para estar del lado de los ganadores es un negocio, por eso insisto en que el sistema político es corrupto por definición cuando no existe un gobierno limitado por el cual el monopolio de la fuerza solo puede ser utilizado para defender el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad de los habitantes.
Si miramos la Argentina actual vemos que el derecho a la vida no está garantizado por el Estado. Basta con leer los diarios todos los días para ver que el Estado no cumple, al menos eficientemente, con su función básica. El derecho a la libertad empieza a ser cuestionado al punto que el secretario de Cultura (como si la cultura de un país fuera hija de la burocracia) acaba de afirmar que el Estado tiene que tener soberanía cultural para decidir qué se debe editar. Es decir, “el supremo” decide por nosotros qué podemos leer y qué no podemos leer. Si eso no es fascismo, ¿el fascismo dónde está? Y, por último, la propiedad es la que no solo menos defiende el Estado, sino lo que más ataca.
De lo anterior se desprende que, lejos de cumplir con las funciones que le corresponde, el Estado se ha transformado en un sistema corrupto que, utilizando el monopolio de la fuerza a su antojo, utiliza el ejercicio de la función pública en un fenomenal tráfico de influencias y corrupción. El poder es un negocio. Así como en la sociedad está el panadero que se gana la vida vendiendo pan, el zapatero que vende zapatos, también está el populista cuya forma de ganarse la vida consiste en llegar al poder para hacer sus negocios personales mediante el tráfico de influencias gracias a la idea que la mayoría circunstancial otorga derechos autocráticos para gobernar. Por eso despotrican contra la libertad económica y se mofan del gobierno limitado. Porque bajo un sistema de libertad económica y gobierno limitado no hay influencias para traficar porque el gobernante no puede decidir arbitrariamente quién gana y quién pierde.
En síntesis, la mayor debilidad de Boudou está, justamente, en utilizar el argumento del voto de la mayoría y reivindicar la posibilidad de que el Estado no esté subordinado al estado de derecho. Su mayor debilidad está en defender y formar parte de un sistema político, y recalco sistema y no partido político, que es corrupto por definición.
Fuente: Economía Para TodosEL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA