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LA LIBERTAD, SANCHO, ES UNO DE LOS MÁS PRECIOSOS DONES QUE A LOS HOMBRES DIERON LOS CIELOS; CON ELLA NO PUEDEN IGUALARSE LOS TESOROS QUE ENCIERRAN LA TIERRA Y EL MAR: POR LA LIBERTAD, ASÍ COMO POR LA HONRA, SE PUEDE Y DEBE AVENTURAR LA VIDA. (MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA) ¡VENEZUELA SOMOS TODOS! NO DEFENDEMOS POSICIONES PARTIDISTAS. ESTAMOS CON LA AUTENTICA UNIDAD DE LA ALTERNATIVA DEMOCRATICA
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sábado, 8 de febrero de 2014

RAFAEL LUCIANI, LIBERTAD, IGUALDAD Y FRATERNIDAD

Si bien es cierto que las nociones de libertad, igualdad y fraternidad nos ayudan a comprender nuestra condición cristiana, no es menos cierto que forman parte de la mens sociopolítica occidental desde que fueron proclamadas en diciembre de 1790 por Robespierre. 
Desde entonces se han constituido en referentes que miden la dinámica sociopolítica de nuestros pueblos. El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó el texto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamando en su artículo 1 que: «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros».
Hoy en día estamos viviendo una época de reordenamiento de los espacios y las relaciones sociales, afectando el modo como nos tratamos y las expectativas que tenemos acerca del futuro. El talante fraterno que da sentido al ejercicio de la libertad y a la lucha por la igualdad se ha perdido, generando significativas consecuencias en lo sociopolítico y económico. Los discursos públicos manipulan las nociones de libertad e igualdad, y los privados se burlan de la fraternidad. Muchos no quieren aceptar que lo que está en juego es nuestra propia humanización. Basta con discernir el modo como nos estamos tratando los unos a los otros.
El 25 de abril del 2009 el periódico Le Monde hizo público un estudio sobre la evolución de los valores, entre ellos los de la libertad, la igualdad y la fraternidad, en el período comprendido desde 1981 hasta el 2008. Dicho estudio fue tomado de la publicación La France à travers ses valeurs de Jean-François Tchernia. Para 1981 el valor de la libertad contaba con un 53% de aceptación sobre el de la igualdad que alcanzaba sólo un 32%. Sin embargo, para el 2008 estas cifras muestran una clara inversión, y la igualdad adquiere un rango de prioridad en la preferencia social del 57% sobre la libertad que cuenta con el 40%. ¿Podemos leer esta inversión como un dato positivo en el ethos sociocultural y político?, ¿no expresa una conciencia emergente del modo como nos relacionamos y las expectativas que tenemos?, ¿por qué no aparece la fraternidad?
Lo que entendamos por estos valores afecta a tres aspectos fundamentales para nuestro desarrollo humano: (a) el modo como una determinada sociedad valoriza el uso de los espacios privados; (b) el acceso que cada individuo tiene a los espacios públicos; (c) las expectativas de cada uno respecto de su  bienestar socioeconómico.
Reducción
La noción de «libertad» ha ido quedando reducida a un ejercicio de valoración y defensa de los espacios privados propios, dada la imposibilidad de encontrar condiciones estructurales que favorezcan el logro de objetivos sociales y económicos que permitan una sana movilidad social y un bienestar económico en la vida de la mayoría de las personas. A la vez, se ha venido asumiendo, en la práctica, un nuevo consenso por el que la conservación y la organización del  espacio público son entendidas como responsabilidad exclusiva de la autoridad política elegida en contextos de gobiernos centralistas o totalitarios que no promueven la corresponsabilidad  individual.
Cada vez se entiende menos a la libertad como un ejercicio de la voluntad individual con el fin de construir objetivos comunes. Esto se debe a que si no acepto e integro al otro, en sus diferencias más reales, no será viable un compromiso personal permanente que permita construir espacios de vida en común. Hemos olvidado la trascendencia de este valor, reduciéndolo a un mero acto de elegir o de hacer lo que sea sin límite alguno. Como consecuencia, seguirá creciendo la intolerancia y la anarquía.
La noción de «igualdad» también atraviesa por una crisis de sentido. Olvidamos su función de reordenamiento social a partir del reconocimiento imperativo de la dignidad propia de cada sujeto humano y se pretende reducir a una mera práctica de homologación de todos los individuos y su adecuación a un marco formal de derechos individuales, olvidando los deberes comunes. Se olvida que la igualdad implica un marco de condiciones socioestructurales, y por tanto comunes, capaz de generar relaciones recíprocas -derechos y deberes- que respeten y potencien las diferencias, antes que anularlas en nombre de proyectos totalitarios.
Mejores condiciones humanas
No somos iguales porque existan políticas de homologación social, económica o política -con los otros- que anulen las diferencias propias de cada persona. Somos iguales en la medida en que cada sujeto vive en las mejores condiciones humanas posibles, permitiendo el desarrollo pleno de «toda» la persona y de «todas» las personas en un mismo espacio común, independientemente de su posición social, política o religiosa. Esto se da potenciando lo propio y diferente de cada uno. La igualdad es viable en el marco del respeto y la promoción de las diferencias, en razón de la dignidad humana natural a cada persona.
Repensar estos valores, como son la libertad y la igualdad, desde la condición cristiana, parte de no asumirlos como absolutos. Éstos son siempre relativos al espíritu fraterno con el que se practiquen. La praxis de Jesús nos ilumina al respecto al colocar a la fraternidad como el único camino absoluto que permite alcanzar una vida auténtica y plena (Mt 22,35-40; Mc 12,28-34).
Compromiso
El talante fraterno con el que vivamos será la medida de nuestro compromiso con el desarrollo de «todo» el sujeto humano y de «todos» los sujetos humanos, sin excepción ni discriminación. La fraternidad es posible en el marco del reconocimiento de la dignidad humana, como una cualidad que nos humaniza  recíprocamente, e independiente de toda posición ideológica, estatus socioeconómico o condición moral (Gal 2,6). Es el espíritu fraterno el que nos impulsa a luchar por la igualdad mediante el ejercicio de prácticas sociopolíticas, económicas y religiosas que favorezcan modos de tratarnos que nos humanicen. La fraternidad nos impulsa a construir condiciones de vida digna en el marco de un estado de derechos y deberes, y no sólo de derechos.
Vivir fraternalmente hace que nuestra libertad sea corresponsable y la igualdad  diferenciadora. Una igualdad sin libertad nos llevaría al olvido de las diferencias propias de cada sujeto, generando sólo procesos de homologación social, como sucede en los sistemas totalitarios, negando así la fraternidad. Y una libertad sin igualdad nos alejaría de la creación de espacios comunes y permitiría la exacerbación de prácticas anárquicas, generando dinámicas de fragmentación social y deshumanización.
La igualdad y la libertad no se bastan a sí mismas. Ambas adquieren sentido según el espíritu con el que se practiquen mutuamente. Cuando tal espíritu es el  fraterno, entonces serán fecundas, y no solamente exitosas. Una sociedad puede ser libre e igualitaria y, aún así, poco humana y fecunda en sus relaciones socioculturales, económicas, políticas y religiosas. Sólo desde la fraternidad el sujeto descubre que es libre porque construye su propia historia con los otros y para los otros, pero la construye desde lo más propio y genuino de sí mismo, y en las mejores condiciones humanas posibles a ambos, como lo revela la praxis de Jesús.
Rafael Luciani
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani

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sábado, 12 de octubre de 2013

RAFAEL LUCIANI, JESUS Y EL PODER DEL DINERO

¿Hemos, pues, invertido para construir una vida con calidad divina o una trivial?

En la época de Jesús había grupos que centraban su vida en torno al dinero, como los círculos herodianos, los terratenientes de Séforis y Tiberíades, y las familias sacerdotales de Jerusalén. Ellos representaban tres grandes poderes: el político, el comercial y el religioso. Estos grupos no solían tratarse, sólo se unían para lograr acuerdos que los beneficiaran sobre la base de un audaz sistema financiero que hacía uso de la moneda romana.

Las monedas eran acuñadas con la imagen de Tiberio para recordar que él era el único Señor capaz de dar vida y distribuir bienes. El control político romano era absoluto y fomentaba prácticas colaboracionistas. De ahí el reclamo de Jesús: «al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». No se trata de darle a cada uno su parte, como a muchos les gustaría. Mientras Dios tiene hijos y les ofrece una vida libre para que disfruten de los bienes de la tierra, el César produce súbditos esclavizando la vida y haciendo uso de los bienes para manipular las conciencias (Mt 4,9).

Las autoridades religiosas y políticas ya no pensaban en los pobres, sino en el propio bien, y lo hacían en nombre de Dios (Amós 8,4-7). Jesús no tardó en responder: se debe servir a «Dios» y nunca al «César» (Mt 22,21) ni al «dinero» (Mt 6,24). La religión no puede ser un comercio «sagrado» (Jn 2,14-16), ni la política una forma de idolatría religiosa. Cuando el dinero se convierte en ídolo (Mc 10,24) es usado como fuente de control, poniendo en riesgo todo aquello que nos hace ser sujetos: la libertad, la confianza, la solidaridad y la gratuidad.

El dinero tiene sentido cuando se usa en función de construir ese nuevo estado de cosas y relaciones que Jesús llama el Reino; si genera proyectos trascendentes que no sólo ofrezcan una mejor calidad de vida, sino una plenaen bondad y solidaridad fraternas. Algo que tanto la política como la religión suelen olvidar. El dinero deshumaniza si se usa para sobornar (Mt 28,12), si absorbe todo nuestro tiempo (Lc 14,18), al obsesionarnos por él (Lc 12,20), si sustituye las relaciones personales (Jn 2,16), cuando esperamos retribución (Mt 6,2). ¿Hemos, pues, invertido para construir una vida con calidad divina o una trivial? (Lc 16,1-13).

¿Qué hacer? Un primer ejemplo lo da un samaritano. Usó sus bienes movido por la compasión fraterna (Lc 10,31-37). Otro ejemplo lo da una viuda: no dio lo que le sobraba, los excedentes, sino lo que necesitaba: vivía solidariamente (Mc 12,41-44).

Si queremos humanizar nuestras vidas, debemos comenzar por sentir compasión ante el abandono en el que se encuentran los pobres y afligidos, y ser solidarios con las víctimas, incluso apostando nuestros propios bienes. 

La indolencia hace que quienes tienen dinero y poder para hacer algo mejor de este mundo, pasen por la vida como el rico que no tuvo compasión (Lc 16,19-25) e hizo del dinero un fin en sí mismo (Mt 6,19-21).

lunes, 30 de septiembre de 2013

RAFAEL LUCIANI, JESUS ANTE LA FALTA DE COMPASION

Para Jesús la fe no nace en el culto, sino en la compasión, cuyo modelo es Dios

Una de las acciones que más impactó a los seguidores de Jesús fue percatarse de cómo Él aprendió a cargar con el rostro del que sufre, acogiendo con acciones concretas a pecadores y enfermos. Su clave fue la «compasión», esa actitud que hemos olvidado en la vida sociopolítica y en la religión. Jesús miraba a los otros sintiendo «compasión por ellos» (Mc 6,34), denunciando así que el verdadero pecado estaba en la falta de compasión de quien está deshumanizado hasta el extremo de hacer de la impiedad una práctica más, sin importarle el futuro y el bien de las personas.

Pero «vivir compasivamente» tiene consecuencias. Jesús no pide primero el arrepentimiento del pecador para luego decirle que Dios lo ama; Él se le acercaba corriendo el riesgo de que otros hablaran mal de Él (Mc 2,16) y lo considerasen impuro por no seguir las prácticas religiosas convencionales (Mt 9,11-13). Estaba con ellos sin avergonzarse (Lc 5,30). No los purificaba, porque no era sacerdote, y tampoco les exigía prácticas penitenciales porque no era escriba ni fariseo (Lc 7,48). Simplemente les perdonaba (Jn 8,1-11) con la autoridad de quien ama compasivamente (Lc 7,47) porque para Él perdonar no consistía en ponerse como Juez delante de ellos hasta que confesaran sus culpas.

Este acto de gracia solidaria devolvía la alegría de vivir y la posibilidad de confiar en las potencialidades que otros les habían negado al haberlos excluido de oficios sociopolíticos y prácticas religiosas. En Jesús encontraban a alguien que compartía sus dolencias y sufrimientos, sus esperanzas y anhelos; uno que disfrutaba de su compañía y nunca les insultaba.

A diferencia de muchos políticos y religiosos que suelen hacer del maltrato una práctica normal, Jesús vivió «llevando nuestras enfermedades y cargando con nuestros dolores» (Is 53,4). Eso significa que entregó su vida a los más vulnerables de la sociedad, la política y la religión, y se ocupó de devolverles la dignidad que le habían negado los que creían interpretar la voluntad divina (Mt 9,12-13; Mc 2,17; Lc 20,45-47). Incluso, llegó a decir que los publicanos, que eran los colaboracionistas del poder romano, y las prostitutas, que habían sido excluidas de los ritos religiosos, «creyeron» (Mt 21,32), mientras que los líderes políticos y religiosos, así como algunos de sus seguidores, «no tenían fe». Aún más: reconoció que sujetos considerados «ateos», como el centurión, tenían una «fe más grande que todos» (Lc 7,6-10), ellos son los que «llegarán antes al Reino de Dios» (Mt 21,31) y no «muchos que se tienen por justos y desprecian a los demás» (Lc 18,9).

Para Jesús la fe no nace en el culto, sino en la compasión, cuyo modelo es Dios (Lc 6,36). Por ello, se da en cualquier persona, incluso entre ateos o pecadores, porque la misma trasciende a toda religión e ideología. ¿No es esta una buena noticia? Cómo nos hace falta regresar a la praxis de Jesús de Nazaret.

rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani

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sábado, 14 de septiembre de 2013

RAFAEL LUCIANI, JESÚS ANTE LA AUSENCIA DE LÍDERES

Y su Reino era distinto al anunciado por Juan, porque era «para todos» y no para unos pocos

Jesús compartió la visión que tenía Juan el Bautista acerca de su realidad. Entendía que sus dirigentes religiosos y políticos no estaban a la altura de su época: los políticos hacían del poder y el dinero su único dios, y optaban por colaborar con el César a través de Herodes: los religiosos absolutizaban el Templo y la Ley, y abandonaban su presencia compasiva en medio del pueblo. Ambos hacían que la vida se sintiera como una «carga pesada de llevar» (Mt 23,4) siendo autores o cómplices de un sistema que imponía altos tributos, vivía de la corrupción, promovía prácticas excluyentes y favorecía actitudes sumisas.

Jesús se da cuenta de que las personas andaban «como ovejas perdidas sin pastor» (Mc 6,34): sin esperanza, desanimadas, agotadas, sin marcos de referencia personales o institucionales que les devolvieran la confianza para luchar por un cambio. En tal contexto, ¿no había entonces posibilidad de una sociedad distinta? ¿Solo restaba resignarse?

A pesar del agobio que imponía vivir en esa sociedad, Jesús «apuesta», corresponsablemente, por un nuevo modo de actuar, y así lo declara (Lc 4,19). No se resigna a dejar en manos de los corruptos el destino de su historia. Predica que sí es posible vivir en paz, practicar la justicia y para ello orienta todas sus palabras y acciones a hacer ver que es viable un mundo más humano.

Su referencia no era una ideología, sino una imagen de Dios como padre bueno, cuyo modo de ser no era castigador ni opresor, que no imponía ni actuaba violentamente en contra de sus enemigos, ni hacía del dinero y la economía el centro de su vida. Esto lo reflejó en su modo tan infinitamente humano de ser. Así todo empezaba a verse diferente.

Su apuesta será compleja, difícil e incluso peligrosa, de hecho lo llevará a la muerte. Aun así «opta» por un estilo de vida que humaniza, no dando cabida en sus palabras y acciones a la violencia, a la indiferencia, al desprecio, a la venganza. El camino de Jesús era claro: vivir así sólo es posible para quien asuma «personalmente» la vía de la reconciliación (Is 61,1), reconstruyendo la justicia social y creando espacios de fraternidad solidaria.

El verdadero cambio tenía que nacer desde la apertura de cada persona a los otros: pobres, despreciados, cansados. Era una propuesta de vida que no estaría destinada solamente a los que le siguieran, sino incluso a quien se le opusiera. Y su Reino era distinto al anunciado por Juan, porque era «para todos» y no para unos pocos. Era para aliviar y no para sobrecargar. Irradiaba realismo. 

Aquí y ahora será posible vivir así cuando cada uno comience a apostar por una praxis de reconciliación que permita ir más allá de las ideologías políticas y las religiones, porque lo que está en juego no es la pertenencia a uno de estos bandos, sino nuestra propia condición de sujetos y la posibilidad de gozar eternamente de una calidad de vida así, como la de Dios. 

Doctor en Teología



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martes, 9 de julio de 2013

RAFAEL LUCIANI, JESÚS Y EL PODER: ¿AUTORITARISMO O SERVICIO?

 "Extraño encontrar a alguien que creyera que el poder podía usarse para servir..."
Jesus el Carpintero
Jesús vive en medio de personas e instituciones que buscan el control total del poder político para permanecer en él. Era muy extraño encontrar a alguien que creyera que el poder podía usarse para servir, y no como un medio para el enriquecimiento propio y la sumisión del otro. Quienes alcanzaban cargos importantes hacían lo posible por socavar la esperanza de un futuro mejor. Jesús denuncia a los que «atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas» (Mt 23,4).

Su propuesta no versa sobre un poder político alternativo; Jesús no pretende sustituir a las legiones romanas, ni convertir a las autoridades religiosas. Les dice: «mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, entonces mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado» (Jn 18,36).

Él está empeñado en desmontar esa «lógica deshumanizadora». ¿De qué modo? Primero, asumiendo una actitud profética: así se presentó como «testigo de la verdad» (Jn 18,36-37) y no como «agente de la violencia y la mentira» (Mt 11,12) e hizo ver cómo quien se aferra al poder luego teme perderlo. Segundo, mostrando con «palabras y acciones» que sí es posible vivir de un modo humano: él vive «atrayendo a todos» (Jn 12,32) sin alejar o exclusión alguna; «cargando con el otro» (Mt 8,17; 11,28-30) sin descargarse en nadie; «sanando los corazones» (Is 61,1) para que no triunfen el resentimiento y la avaricia.

El verdadero poder es el que humaniza. Las comunidades cristianas lo recogen en la oración del Magnificat (Lc 1,46-55). Es un poder que refuta a quienes ven en el otro a un enemigo para humillarlo y convertirlo en víctima; es uno que se solidariza con el que sufre (Mc 8,31). No quiere ser un rey alternativo (Mt 4,8-10; Lc 4,5-8), rechaza su exaltación pública (Jn 6,15); no acepta los puestos privilegiados (Mc 10,37-38), ni el honor de los vínculos familiares (Mc 12,35-37);repudia el colaboracionismo existente entre algunos religiosos y políticos de su época. Dios o el César, pero no los dos a la vez (Mc 12,17).

Jesús no anuncia una utopía que no pueda hallar un lugar sociopolítico, pero tampoco hizo una oferta ideológica para reemplazar las formas de gobierno, sustituyendo a los centros de poder: romanos, herodianos y autoridades del Templo. Su vida fue un acontecimiento que sorprendió a los desesperanzados y cansados de la realidad, porque hacía ver que sí era posible una «forma de hablar y de actuar» que podía anticipar una nueva historia y recrear nuestros modos de ser, una que devolviera la dignidad negada y la confianza perdida. Es lo que Jesús trata de hacer (Mt 4,7; Lc 4,12) al reunir a «todas» las ovejas, sin exclusión, y «denunciar» a los que actuaban con impiedad y velaban por sí mismos (Lc 4,8; Mt 4,10). ¿Podemos vivir una humanidad que ofrezca «palabras y acciones» de vida nueva?

rluciani@ucab.edu.ve

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