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sábado, 27 de julio de 2013

DARIO ACEVEDO, SIN PILOTO Y SIN BOMBERO.

Mientras los académicos, columnistas y gobernantes nos enredamos en un debate acerca del significado, la justeza y la manipulación de las protestas sociales en curso, los paros y bloqueos crecen en número, cobertura y radicalidad.

Empecemos por el tema de la justeza que anima no pocas de las movilizaciones sociales de los últimos tiempos. No hay duda que existen poderosas razones justicieras, en particular de los sectores agrarios. Temores ciertos sobre las consecuencias de la competencia que se abre con la firma de tratados de libre comercio sin que el gobierno tome las medidas preventivas para conjurar la ruina de unos y planear el recambio de actividades económicas de otros. Es claro también que allí donde existen grandes desigualdades y exceso de pobreza, habrá siempre condiciones sociales para que las gentes exijan reivindicaciones puntuales.

Ahora bien, no solo en Colombia sino en cualquier país con problemas similares, los paros y las huelgas no son asépticos. Quiero decir, no se mantienen en la esfera puramente reivindicativa, v, gr. salarios, salud, vivienda, servicios públicos, educación, infraestrructura, medio ambiente, etc. sino que entran en contacto con intereses y agentes políticos. Hasta este punto no hay motivo para mayores preocupaciones. El ministro del Interior olvida, adrede, que la democracia ha creado instrumentos, instituciones, mecanismos y tradiciones que permiten un manejo no explosivo ni crítico de la protesta social aunque  en ella intervengan intereses y agentes políticos.

En un marco como el señalado, los movimientos sociales y sus medios de manifestación aprenden a regularse, no se proponen objetivos radicales de difícil o imposible respuesta por parte del gobierno. La intervención de activistas políticos en dichos movimientos tampoco puede ser motivo de alarma siempre y cuando ellos entiendan y se acojan a esa regla de oro de no instigarlos hacia demandas inalcanzables o hacia el uso de la violencia.

Pero, y por eso la coyuntura colombiana no es comparable con la de Brasil por ejemplo, cuando las protestas sociales son aupadas, infiltradas y azuzadas por líderes y movimientos que no se ubican en la legalidad, por ejemplo por guerrillas como ocurre en muchas de esas protestas, la cuestión cambia de naturaleza. Primero y muy grave, la intención es crear una situación de fuerza llevada al extremo, en el Catatumbo llevamos más de 40 días y en vez de amainar se agudiza. Segundo, porque lo reivindicativo pasa a ser instrumentalizado en favor de otro propósito de carácter subversivo. El Movimiento Continental Bolivariano, el partido Comunista clandestino y células guerrilleras, siguen lineamientos que les ordenan intervenir y dirigir las protestas y acrecentar la lucha revolucionaria, pues lo que ellos buscan no es la solución de problemas puntuales sino acumular fuerzas, acrecentar el caos del régimen y despejar el camino de la toma del poder.

No es un invento que en los paros y bloqueos está la mano de la guerrilla y de la extrema izquierda, aunque no se puede desconocer que en ocasiones presentes y en tiempos de la guerra fría se apelaba al fantasma de la subversión para desestimar y descalificar movimientos reivindicativos justos. Hay también pruebas suficientes sobre la infiltración de esos movimientos y luchas por parte de grupos al margen de la ley. Fresco está el recuerdo de lo sucedido con el  movimiento de usuarios campesinos surgido durante el gobierno de Carlos Lleras en torno a la consigna de la tierra para el que la trabaja. Una amplia gama de grupos de izquierda y extrema izquierda y hasta guerrillas, se apoderaron de la dirección del mismo llevándolo al total fracaso. También sucedió en algunas huelgas obreras en las que para sectores ultradicales lo importante era la destrucción de las empresas más que la transacción y la negociación misma.

Un ejercicio de revisión crítica sobre el comportamiento de estos sectores en aquellos años está por realizarse, pero, tropieza con el desinterés de la academia y de una intelectualidad que se niega a mirar con ojos revisionistas esa experiencia. Aún se presentan tesis doctorales acerca del heroísmo obrero en huelgas que significaron un total fiasco y sacrificios innecesarios porque se les plantearon a los sindicalistas objetivos y misiones fuera de sus posibilidades.

De manera pues, que la presunción de que tras de las gentes rebotadas por problemas reales hay grupos con intereses que van más allá de lo soportable en democracia, tiene su razón de ser. Pero, reconozcamos también, que el manejo que les está dando el gobierno Santos es inadecuado, negligente y errático. Responde con ambigüedad, tardíamente, se deja presionar, promete y no cumple. La ineptitud de los ministros del Agro, del Interior y de Minas se revela con crudeza al ser reemplazados por el supernumerario Angelino, una opción ya desgastada.

El orden público hace agua, por los cuatros costados se incendia el país y la opinión se pregunta con toda razón ¿y dónde está el capitán? Y lo grave es que tampoco hay bombero porque la Policía no puede domeñar la situación con medidas extremas, y ojalá que no lo haga. Si el capitán entendiera que hay que tomar el timón con firmeza y dar un viraje como alejarse de las aguas bravas de La Habana, las cosas empezarían a cambiar. Pero, prefiere cerrar los ojos, como el avestruz, y declara estar jugado por la paz mientras los supuestos amigos de la paz matan a 21 soldados, en rotundo mentís a su discurso pacifista en el Congreso, en el que reiteró la infamia de calificar a sus críticos en la legitimidad como partidarios de la guerra.

Darío Acevedo Carmona, Medellín 21 de julio de 2013

rdaceved@gmail.com


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DARÍO ACEVEDO CARMONA, EL PRESIDENTE SANTOS PIERDE LOS CONTROLES, CASO COLOMBIA

Es francamente desconcertante la pasividad del gobierno ante la fuerte ofensiva que en todos los planos adelantan las Farc. En La Habana lo que el país nacional ha visto es una delegación oficial que peca por su silencio y su falta de valor para defender las instituciones y la democracia colombiana.

Siempre han estado a la defensiva, tratando de frenar, inútilmente, el desbordamiento verbal y propositivo de los delegados de la guerrilla que exhiben total iniciativa en todos los temas tratados.

Humberto de la Calle y compañía dan la impresión de ser incapaces de tomar las riendas del proceso y explicar ante el mundo y la nación el por qué las guerrillas deben ceñirse al libreto acordado, respetar las reglas del juego, dar muestras de respeto a sus víctimas y de su compromiso para abandonar el camino de las armas. En torno a esos asuntos es mucho lo que se puede argumentar y, además, insistir ante la opinión internacional en el anacronismo de una guerrilla contra una democracia y del peligro de validar el terrorismo como método de lucha.

Desconcierta también el gobierno de Juan Manuel Santos por su actitud temerosa y equívoca frente a las protestas sociales que se presentan en varias partes del territorio. Se ha dejado tomar la manija de los conflictos porque los líderes sociales y los infiltrados de las guerrillas saben que el gobierno cede ante la presión y ante el uso de las vías de hecho. Se oyen voces contradictorias de ministros que no se sabe si son verdes, rojos o amarillos, como el caso de los Garzón, voces desacompasadas que desnudan la falta de liderazgo presidencial y que se reflejan en ausencia de homogeneidad de parte del Ejecutivo.

Por otra parte, la guerrilla ha sabido aprovechar con creces las ventajas inexplicablemente cedidas por este gobierno y ha tomado nota de sus debilidades. La iniciativa que asumida por sus delegados desde La Habana les ha abierto numerosas puertas afuera y adentro. Sus cuadros políticos en la periferia civil han seguido al pie de la letra el llamado de Iván Márquez en Oslo cuando invitó a estimular y promover la protesta y la movilización popular para acompañar el proceso de paz y presionar la obtención de sus propuestas.

El fortalecimiento político de la guerrilla fariana se aprecia no sólo en el tono exigente de sus declaraciones, cual ejército victorioso, sino también en la amplificación ad infinitum de los temas y el calado de sus propuestas, como por ejemplo, su idea de una reestructuración total del estado a través de una constituyente de corte fascista, elegida por estamentos y a dedo. Hasta Timochenko se toma la molestia de escribir cartas de tono pastoral dirigidas al presidente, en las que se ensaña contra la democracia colombiana, se envuelve, sin inmutarse, en la bandera de la paz y acusa de la violencia a la fuerza pública como si ellos estuviesen limpios de sangre. Cartas que por falta de respuesta pasan por documentos programáticos loables ante el mundo. Hasta el ELN, una guerrilla prácticamente derrotada hasta hace año y medio, se envalentona y se empina aún más exigente que las Farc al no admitir condiciones para iniciar diálogos.

Se me ocurre pensar que las carencias del presidente, de su gobierno y de su comisión de negociación tiene muchas explicaciones: Falta de claridad en los objetivos y en el discurso que debería sustentar la generosidad con una guerrilla que estaba aislada y debilitada. En la capital campea entre ciertas elites una especie de sentimiento de culpa ante las recriminaciones de las guerrillas por las grandes desigualdades sociales, como si con su violencia no fuesen responsables en gran medida del atraso agrario. El gobierno carece de estrategia mientras da a entender que le interesa la paz a cualquier precio. Las Farc, en cambio, se guían por una rigurosa hoja de ruta, calcada de anteriores experiencias y mejorada en concordancia con orientaciones de Alfonso Cano. Han ganado todo lo que intentaron infructuosamente con los secuestrados.

La obsesión por firmar la paz se traduce en una política llena de equívocos y de enredos en el manejo de los conflictos sociales. En particular frente a la clara infiltración de agentes de las guerrillas en las protestas para manipularlas. Hay que ser muy despistado para pensar que las guerrillas no tienen en sus planes la infiltración y utilización de los movimientos y protestas sociales. Eso es parte del abc de las tesis leninista, maoista y guevarista: “moverse entre el pueblo como el pez en el agua” consigna de vieja data que no debería sorprender a nadie. Los militantes clandestinos, como también los simpatizantes, amigos y aliados se están destapando por doquier aplicando la consigna de Iván Márquez. Ya veremos cómo se expande la oleada de protestas por todos los rincones y sectores con aureola de legitimidad y de justicia.

Entretanto, el barco gubernamental, empezando por su capitán, anda a la deriva, sin rumbo, sin bitácora. No hay ideas claras, ni certidumbre ni confianza. El gobierno todo es una gran confusión. Además, se deje arrebatar las banderas de la justicia agraria.

El plan guerrillero se asemeja a la vieja táctica leninista que en la Rusia de 1917 orientó a la disciplinada militancia bolchevique a agudizar la luchas de clases, debilitar el gobierno, hacerle la vida imposible a las “clases dominantes”, crear una situación de caos, descontrol y vacío de poder para asumir la dirección del país en compañía de despistadas personalidades y fuerzas democráticas tipo Kerenski y de clubes progresistas. El leninismo era y fue claro en que la toma del poder  no era un asunto de mayorías sino de minorías muy bien organizadas y con claridad en su meta.

Medellín, 14 de julio de 2013
rdaceved@gmail.com

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