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jueves, 20 de marzo de 2014

TEODULO LOPEZ MELENDEZ, EL EPEJISMO DE UNA NOCHE EN ALTAMIRA

"y desaparece del Arauca el nombre de El Miedo

y todo vuelve a ser Altamira" 

Doña BárbaraRómulo Gallegos 

Es obvio que estoy usando para titular “El sueño de una noche de verano” de Shakespeare, por la sencilla razón de haber sido lo que me asaltó automáticamente con lo sucedido en la Plaza de Francia la noche del 17 de marzo.

Es paradójico, pero no tanto, que se vaya hasta el maestro inglés para escudriñar en un proceso de psicología social del siglo XXI. De aquellos tiempos en que uno decidía leer completo a Shakespeare a estos en que uno recuerda la emblemática plaza se llama “Francia” parece haber pasado una eternidad. Al fin y al cabo Shakespeare no debe su grandeza a un azar y uno no tiene la memoria para recordar con exactitud la trama de la obra que citamos; menos las ganas.

Una toma militar desproporcionada en la madrugada y en la noche una aparición de señoras rezando, una convivencia nocturna que es calificada de entendimiento cívico-militar y un estallido de celebraciones por la reconquista del lugar, un festejo que se anuncia como actos de protesta que abarcarán desde lo cultural hasta el ejercicio democrático a ella y una proclama de un pueblo que sin miedo vuelve a la civilidad frente al militarismo. Así bien podría enunciarse lo acontecido desde la óptica de un espectador de los mercados de Londres donde Shakespeare complacía a los buhoneros de la época y a sus fieles compradores, mientras nadie oteaba que ese autor ejercía una penetración fuera de límites que le merecería la inmortalidad.

Bien podría leerse la obra desde otro ángulo: En el fondo la gente acude a celebrar el cese de la violencia que perturbó su sueño, lo martirizó con incendios y barricadas, con ataques a sus viviendas, con la presencia de la muerte y del abuso. Podría leerse como un agradecimiento por el cese de la perturbación y sí, como un pacto cívico-militar, como uno que hace evaporar esa realidad perturbadora y permite de nuevo la protesta que nada cambia. Esta lectura no agradaría a los “guarimberos”, pues bien podría entenderse como la aceptación al regreso de un Tomassi de Lampedusa que demuestra que todo ha cambiado para que sobre el asunto de fondo se establezca lapidaria la sentencia de que nada ha cambiado.

La interpretación de los textos es siempre polémica. Hasta en los métodos. El presente llega hasta la psicología social, pero para los lectores –y menos para ese historiador del futuro al que creo facilito la tarea- quizás lo importante sean las consecuencias políticas inmediatas y mediatas de un espejismo en una noche de Altamira, dado que las consecuencias sobre la evolución inmediata pasarán por las retóricas preguntas de quién ganó y no sobre la manifestación de un pueblo que anhela la paz –anhelo perfectamente comprensible- y que la practica reagrupándose en ella asumiendo los viejos fracasos, mientras condena los métodos violentos que, hay que decirlo, tampoco indicaban absolutamente nada en la evolución de esta triste historia de la cándida Eréndida.

Es que esta historia de Eréndida partió de los errores, de unos que fueron olvidados en honor a la vieja sentencia de que una vez montado el potro no conviene desmontarlo o de la realización de invocaciones al azar o a esas perturbaciones que en la historia suelen llamarse imprevistos. La catalogación es inmediata: mezcla de apresurados con timoratos, de coraje sin par que lleva el nombre de nuestros muertos y de reticencia cobarde de los pronunciadores de frases de ocasión, de un pueblo que perdió el miedo con un liderazgo que oculta el suyo, de una vocación libertaria con otra de acomodo. Y yo recordando que la plaza se llama Francia y otros soltándome  frases como “recuerda este es un saco de gatos” o eso de “recordar la plaza se llama Francia es de un intelectualismo fuera de tono”. Los senos de Marianne queden a buen resguardo.

El peregrinaje por el desierto hace ver espejismos. La sed insatisfecha, el aire refractando la luz, la interpretación de los observadores, el agua que está allá una simple ilusión. Los psicólogos sociales creo hablan de espejismos emocionales. La periodista Laura Weffer escribió un texto sobre la plaza que fue censurado, lo cual no entiendo porque en verdad era una penetración singular sobre la fauna humana, desde el que creía en la búsqueda de la libertad hasta el que solo buscaba compañía. Quizás la plaza no deba llamarse Francia. Debe ser recordada como Altamira, la de Gallegos.

Teódulo López Meléndez
tlopezmel@gmail.com
@TeoduloLopezM 

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lunes, 28 de abril de 2008

*LIBRES LOS HOMICIDAS DE MARITZA RON, ASESINADA EN LA PLAZA ALTAMIRA


*LIBRES LOS HOMICIDAS DE MARITZA RON, ASESINADA EN LA PLAZA ALTAMIRA

ABRIL 26, 2008 POR: MARTHA COLMENARES CATEGORÍA: CRIMENES P.

Ramón Torregrosa nos había hablado sobre ello en una de nuestras concentraciones del Grupo 11 “Queremos saber”, en Parque Cristal donde nos reunimos cada 11 de mes a las 7pm, para honrar la memoria de los caídos desde 1999 y bajo la exigencia de la justicia. Referidos los hechos, ¡habían dejado libres en diciembre a los asesinos de su esposa Martiza Ron!. A esos que le dispararon a mansalva en la Plaza Altamira al día siguiente del referendum revocatorio, el 16 de agosto de 2004, y todos pudimos verlo por televisión, las fotos circularon por el mundo, y sin embargo estaban libres. Nos preguntábamos si todavía teníamos capacidad de asombro. Porque esto es lo que ocurre en Venezuela con los criminales: “Aunque estaba expresamente prohibido, en diciembre obtuvieron la medida de régimen abierto”. Martha Colmenares. A continuación, una entrevista que le fue realizada por Edgar López de El Nacional. Para ver ampliadas las fotos originales con su respectiva leyenda al pulsar aquí.


*HOMICIDAS DE MARITZA RON NO TUVIERON QUE ESPERAR FALLO DEL TSJ
EDGAR LÓPEZ
El Nacional
25 de abril de 2008
LOS HOMICIDAS DE MARITZA RON NO TUVIERON QUE HACER HUELGA DE HAMBRE NI SOPORTAR LOS HABITUALES RETARDOS PARA OBTENER EL FAVOR DE UN JUEZ.
AGRESORES DE LA PLAZA FRANCIA DEBERÍAN PERNOCTAR EN UN CENTRO COMUNITARIO DE MAIQUETÍA
AUNQUE ESTABA EXPRESAMENTE PROHIBIDO, EN DICIEMBRE OBTUVIERON LA MEDIDA DE RÉGIMEN ABIERTO.

En el balcón del apartamento, donde la pareja vivió durante 18 años, permanecen dos asientos para la tertulia vespertina: él ocupaba la silla de mimbre y ella la mecedora.

Desde el 16 de agosto de 2004, cuando fue asesinada Maritza Ron, ese ritual cambió: la silla está arrinconada como un depósito de revistas viejas, y Ramón Torregrosa utiliza la mecedora para contemplar la fotografía de su esposa, colocada en un altar iluminado con un cirio, junto a la imagen de Juan Pablo II y media docena de estampitas de santos.

Él sólo sonríe cuando recuerda tiempos mejores: “Cuando nos conocimos, ambos nos acabábamos de divorciar. Pero ella se fue a Estados Unidos y allá permaneció diez años. Nos reencontramos a su regreso a Venezuela. Ella aceptó vivir conmigo, pero no quería casarse. Sólo logré convertirla en mi esposa 5 años más tarde”.

Se enteró de la muerte de Ron por la televisión española, cinco horas después del ataque de tres hombres armados contra la multitud que estaba concentrada en la plaza Francia de Altamira, para protestar por los resultados oficiales del referéndum revocatorio al presidente Hugo Chávez. Ron era una de las manifestantes y los que estaban a su lado cuentan que gritaba “nos han robado nuestros votos”, pocos segundos antes de las 2:45 pm, cuando recibió un impacto de bala en el abdomen que le destruyó el estómago, el hígado y el cólon. El 17 de agosto, cuando Torregosa pudo regresar a Venezuela tuvo que ir directamente al lugar donde velaban a su esposa de 62 años de edad, pues había muerto a las 8:00 pm del día anterior.

Ayer usaba un traje gris que le quedaba muy holgado: “Es que en estos tres años he rebajado diez kilogramos. Todo ha sido muy duro y agotador. El traje es porque me voy a entrevistar con el alcalde Leopoldo López, pues se quiere colocar una lápida en el lugar donde cayó Maritza. Cuando allí hicieron una experticia planimétrica, dibujaron su silueta en el suelo. Yo salí a comprar pintura en aerosol para remarcar la figura y me encargaría de remarcarla hasta que se hiciera justicia”.

El duelo de este hombre, de 77 años de edad, se ha endurecido desde el 20 de diciembre, cuando el juez Quinto de Ejecución, Nicol Catalano Campesi, permitió que los homicidas de Ron, Henry José Parra Linares, John Carlos Jiménez Eslasa y Pedro Celestino Ramos Poche, salieran de los calabozos de la Disip.

Con relativa facilidad. Parra Linares, colombiano de 31 años de edad; Jiménez Eslasa, de 35 años de edad; y Ramos Poche, de 56 años de edad, siempre estuvieron recluidos en la sede de la Disip, en El Helicoide.
Fueron acusados por los delitos de homicidio calificado y lesiones graves y leves en grado de complicidad correspectiva, intimidación pública y porte ilícito de armas de fuego.

El 15 de noviembre de 2007, el Tribunal 19 de Juicio condenó a Jiménez Eslasa y Ramos Poche a ocho años, dos meses y diez días de presidio, mientras que a Parra Linares le dictaron siete años, dos meses y diez días de cárcel. La complicidad correspectiva les permitió una rebaja de la pena de un tercio a la mitad. El 29 de noviembre de 2007, apenas 14 días después, el juez Quinto de Ejecución, Nicol Catalano Campesi, rebajó aún más la condena. “En atención a las actividades laborales y académicas reconocidas por la Dirección General de los Servicios de Inteligencia y Prevención”, razonó el juez al invocar la redención de la pena por el trabajo y el estudio, mediante la cual les fueron descontados un año y cinco meses.

21 días después, el 20 de diciembre de 2007, el juez concedió a Parra Linares, Jiménez Eslasa y Ramos Poche la medida alternativa de cumplimiento de la pena denominada régimen abierto que, según el artículo 65 de la Ley de Régimen Penitenciario, procede cuando el reo ha cumplido una tercera parte de la condena.

Sin embargo, en diciembre y hasta el lunes pasado, cuando la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia decidió lo contrario, estaba vigente el parágrafo único del artículo 406 del Código Penal, según el cual los implicados en homicidio “no tendrán derecho a gozar de los beneficios procesales de ley ni a la aplicación de medidas alternativas del cumplimiento de la pena”.

Pero, el juez Catalano Campesi ignoró la prohibición y, en forma expresa, señaló que a los condenados les correspondía “el beneficio”. En este caso, no se trató de la desaplicación de un artículo que el juez considera inconstitucional, lo que se denomina control difuso de la constitucionalidad y amerita inmediata notificación y aprobación de la Sala Constitucional.
Los homicidas de Maritza Ron no tuvieron que hacer huelga de hambre ni soportar los habituales retardos para obtener el favor de un juez.

Tampoco tuvieron inconvenientes para que el Centro de Evaluación y Diagnóstico del Ministerio del Interior y Justicia expidiera el informe técnico que es imprescindible. El 17 de diciembre, tres días antes del fallo que los benefició, el delegado de prueba Alberto Castillo, el psicólogo Ulises Barrios y el abogado Omar González aseguraron “que existe bajo riesgo de que los penados de autos se encuentren incursos en una nueva actividad delictual”. Además, el jefe de Investigaciones de la Disip, Aníbal Villalobos, dio constancias de la buena conducta.

Se supone que Henry José Parra Linares, John Carlos Jiménez Eslasa y Pedro Celestino Ramos Poche, ahora trabajan y pernoctan en el Centro de Tratamiento Comunitario “Dr.José Agustín Méndez Urosa”, ubicado en Maiquetía. El 15 de enero, la abogada defensora Aramita Padrino solicitó una medida más flexible, la libertad condicional, que permitiría a los condenados dormir en sus casas. El 23 del mismo mes, el juez Catalano Campesi negó la petición, por falta de un nuevo informe técnico.
Ante el fallo del TSJ que permitiría que otros homicidas recuperen su libertad en breve plazo, Ramón Torregrosa expresó: “Es que las leyes de este país no son lógicas”.