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lunes, 21 de enero de 2013

ROSALIA MOROS DE BORREGALES, LA VICTORIA QUE VENCE AL MUNDO

Las circunstancias que vivimos como nación me preocupan, soy una persona realista. Me he encontrado varias veces con la violencia que camina por las calles, he sentido su crueldad muy cerca de mí. 
Una inmensa decepción ha llenado mi corazón al pensar que veríamos la luz al final del túnel, pero solo he encontrado que el camino oscuro se ha hecho cada vez más largo. Hay días en los que me siento muda, sin palabras que puedan consolar aun a los más cercanos y queridos. A veces la decepción se ha convertido en tristeza; sin embargo, de algo estoy absolutamente convencida, la verdadera fe se demuestra en medio de la adversidad.
El ser humano puede ser despojado de sus bienes materiales, puede ser víctima de toda clase de vejámenes, puede vivir situaciones que comprometan sus más esenciales principios, puede atravesar los más terribles conflictos; pero hay cosas que no pueden ser arrancadas de su ser, que se encuentran en lo más íntimo de su alma, grabadas como una marca de fuego. La fe es una de ellas y, aunque como todas las cosas que pertenecen al espíritu la fe es abstracta, intangible, hasta indefinible, son estos vientos contrarios los que la hacen más real y más fuerte. No hablo de la fe como una fuerza que viene de cualquier deidad, como una fórmula que se puede preparar en la botica de cualquier brujo, como el resultado de colocar un fetiche en algún lugar específico de nuestra casa, vehículo o lugar de trabajo, o incluso, de llevarlo en nuestro cuerpo.
Me refiero a la fe que nace y se desarrolla como resultado de una relación de amistad con Dios. Esa fe que se mostró en obras palpables en las vidas de hombres y mujeres que decidieron recorrer sus caminos de la mano del Creador. 
La fe que condujo a Moisés a sacar al pueblo de Israel de su esclavitud en Egipto; la fe de Abraham que le creyó a Dios cuando le dijo que su descendencia sería como las estrellas en el firmamento y pudo ver a su esposa embarazada aun cuando era una anciana; la fe de Ana que en la soledad de su infertilidad clamó a Dios por un hijo y nueve meses más tarde tuvo al gran profeta Samuel cargado en sus brazos; la fe de Daniel que vivió en medio del gobierno de uno de los reyes más corruptos, Nabucodonosor, no permitiendo que sus amenazas doblegaran su fe, por lo que Dios le puso en alto, lo honró con sabiduría y lo sacó ileso del foso de los leones.
Hablamos de la fe que nació en el corazón de tantos que escucharon las palabras de Jesucristo. Como la mujer samaritana que entendió que solo Él podía darle del agua que saciara la sed de su alma. Como la fe del ciego Bartimeo que comprendió que con el toque de la mano de Jesús no solo recobraría la vista de sus ojos físicos sino que sería capaz de ver también con los ojos del corazón. La fe de aquel centurión romano que reconociendo la autoridad de Jesús y sintiéndose indigno de ser visitado por el Maestro para que su siervo recibiera sanidad, le rogó que pronunciara la palabra de sanidad, y su siervo fue sanado.
Como la fe de la mujer del flujo de sangre que nada ni nadie le impidió llegar al Señor para tan solo tocar el borde de su manto y ser sanada de una enfermedad que había padecido por años. Como la fe del apóstol Pablo que después de haber sido un fiero perseguidor de la Iglesia, no resistió el llamado del Señor y dedicó su vida a proclamar  el evangelio de Cristo en medio de las circunstancias más adversas. Y
la fe de tantos otros que el espacio en el papel no permite resaltar; también la de aquellos que la historia dejó de registrar. La fe de muchos que hoy continúan creyéndole a Dios a pesar de ser objetos de burla de hombres perversos, pero tienen la firme convicción del gran amor de Dios.
"Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe". I Juan 5:4.
rosymoros@gmail.com

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jueves, 5 de abril de 2012

SUSANA MORFFE / ES LA OPORTUNIDAD / ENTRE CIELO Y TIERRA

La fiesta de la Pascua tiene origen judío y Jesús enseñaba a sus discípulos  la  importancia de la fe y la esperanza, cuando faltaba poco para que sucediera  el asesinato más cruel y brutal de la historia en el monte de los Olivos.  Cuando hablaba de que construiría un templo en tres días se referiría a su muerte y resurrección.
En cierta oportunidad los apóstoles le dijeron al Señor: ¡Aumenta nuestra fe!
-Si ustedes tuvieran una fe tan pequeña como un grano de mostaza –les respondió el Señor- podrían decirle a este árbol: “Desarráigate y plántate en el mar, y les obedecería.” Lc 17: 6
Si queremos crecer en la fe, nosotros también necesitamos recordar la cruz y la tumba vacía. Jesús estableció un recordatorio de su muerte, una práctica que lleva por nombre la Cena del Señor, porque sabía que nuestra fe y esperanza se fortalecerían cuando recordáramos lo que El había hecho por nosotros. Dijo: “Haced esto en memoria de mi” (1 Corintios 11:24). Cada vez  que nos reunimos a beber la copa y a comer el pan, recordamos lo que le costó redimirnos.
Vivimos cada día con las cargas y los afanes que nos obligan a fortalecer nuestra fe y esperanza, pero con la mirada dirigida al cielo desde donde los servidores de Dios (los ángeles) le apuntan lo bueno y lo malo que hace cada uno en la tierra. El verdadero creyente no vive de recuerdos solamente, sino con esperanza en el futuro. Aquel que murió por nosotros resucitó también en la tumba, por lo tanto podemos estar seguros de que como Cristo vive, nosotros también viviremos.
Es difícil hablar de Dios pero es fácil sentirlo cuando recordamos la muerte y la resurrección de Cristo. Es ahí cuando nuestra fe y esperanza se renuevan. Es la oportunidad…
www.desdelaisla.hazblog.com

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martes, 28 de febrero de 2012

ZENAIR BRITO CABALLERO: ¡LA FE ES LA MEJOR ARMA QUE TIENE PARA ENFRENTAR LAS ADVERSIDADES!

No crea que usted sea el único que afronta problemas; tampoco piense que el universo siempre hace todo lo posible para que sus planes jamás lleguen a feliz término. ¡Eso jamás ocurre! Pásele lo que le pase, la fe es la mejor arma que tiene para enfrentar las adversidades.
Más allá de las vicisitudes, de los dolores de cabeza, de las enfermedades o incluso del mismo aburrimiento que tenga, la hora más larga no dura más de sesenta minutos.
La anterior parece una reflexión “simple”, pero tiene mucho sentido.

¿Por qué? Porque por más asfixiante que sea la situación, todo tiene su tiempo y jamás durará más ni menos de lo que corresponde.

Es cierto que todos, en alguna ocasión, nos encontramos con angustias que no podemos resolver de una; pero no por eso nos vamos a echar a morir. ¿Qué hacer? ¿Darnos cabezazos contra la pared? Eso sería absurdo, entre otras cosas porque el muro no se moverá y, en cambio, sí resultaremos descalabrados. 
Ha de saber que cuanto más grande es el caos, más cerca está la solución; así no la veamos. Algunos sicólogos recomendamos que, antes de enfrentar los ‘problemas’, la persona debería dar tres vueltas por su propia casa, por su urbanización o incluso por aquellos sitios que le llenan de paz tales como: un templo, una zona campestre, un jardín, en fin...
Después de ello sí se puede analizar el panorama y, con más calma, tomar una decisión. No cabe duda que haya problemas más grandes que otros; pero así usted no tenga viento, puede construir un molino que le ayude a soplar.
Otro ejemplo: si siempre se encuentra con un agrio limón, antes de amargarse la vida, debería mejor sacarle el jugo y convertirlo en una sabrosa limonada.

Hay que tener valor para afrontar las cosas. Nadie dice que sea fácil, pero hay que hacerlo. La clave radica en tener fe de que las cosas se pueden resolver.

Además, en esto de asumir sus angustias usted jamás está solo y tiene tres grandes fortalezas a su lado.  La primera, tal vez la más importante, es poseer la gracia o amistad con Dios y con Jesús Misericordioso.

La segunda es la salud. Y la tercera se fundamenta en tener la buena voluntad de los que tratan con nosotros. Si considera que no tiene esos tres dones, debería pedirle al Altísimo que se los permita descubrir. Sueñe con que el problema se le solucionó; esto equivale a pensar de una manera positiva. Cuando usted sueña les pone fin a los pesares de su corazón y a los enormes conflictos que le genera una situación. Recuerde, eso sí, que debe ser moderado en su sueño; porque el que no madruga con el sol, no goza del día.

Por último, le corresponde tomar decisiones: no se quede esperando a que la respuesta caiga del cielo.  Conjugar el verbo “actuar” en primera persona lo llevará a la solución definitiva de su problema. Nadie dice que no se pueda equivocar, pero al menos sabrá que hizo todo lo que estuvo a su alcance. ¡Tome las cosas con calma!

A veces vivimos días terribles. Cuando ellos llegan, la frustración surge porque no sabemos a quién acudir y, al mismo tiempo, nos invade una sensación de amargura.

En esos casos es indispensable, en primer lugar, alejarse del drama y ver las cosas con entereza. ¡No intente pelear contra el mundo por lo que le pasa! Todas las tentativas de maldecir por lo que le está ocurriendo son formas de resistencia que, de manera desafortunada, intensificarán sus problemas. Cada partícula de rechazo requerirá de la misma cantidad de energía para superarla. Así que, nada de llorar como una ‘Magdalena’. 

Cuando usted fija su problema en todo lo que sufre, en todo lo “injusto” que es la vida para usted, se desgasta.  Si afronta uno de esos momentos en los que siente unas  ganas profundas de acabar con todo, primero tómese un tiempo para respirar.
 
La clave está en no dejarse llevar por el tedio, pues siempre hay tiempo para reiniciar.
No mire sólo sus fracasos, usted se puede dar el tiempo suficiente para consentirse e incluso para enfrentar las más difíciles situaciones que la vida le muestre. 

Recuerde: rebelarse contra el sufrimiento o quejarse por todo, sólo empeora las cosas.

En un Salmo de las Sagradas Escrituras se lee lo siguiente: “Si alguien carece de sabiduría, que le pida a Dios y Él se la dará”. A todos, ricos o pobres, nos conviene encomendarle nuestros proyectos al Altísimo porque, con seguridad y con mucha fe, se nos cumplirán los buenos deseos.  Esto lo han comprobado millones de personas: desde el Rey Salomón, quien le pidió al Señor que lo iluminara para llegar a ser un buen gobernante; hasta el limpiabotas de nuestros días, quien antes de empezar al día le pide a Dios que pueda hacer que los zapatos de la gente luzcan siempre mejor.
britozenair@gmail.com
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