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LA LIBERTAD, SANCHO, ES UNO DE LOS MÁS PRECIOSOS DONES QUE A LOS HOMBRES DIERON LOS CIELOS; CON ELLA NO PUEDEN IGUALARSE LOS TESOROS QUE ENCIERRAN LA TIERRA Y EL MAR: POR LA LIBERTAD, ASÍ COMO POR LA HONRA, SE PUEDE Y DEBE AVENTURAR LA VIDA. (MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA) ¡VENEZUELA SOMOS TODOS! NO DEFENDEMOS POSICIONES PARTIDISTAS. ESTAMOS CON LA AUTENTICA UNIDAD DE LA ALTERNATIVA DEMOCRATICA
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lunes, 11 de agosto de 2014

ZENAIR BRITO CABALLERO, LA RUINA DE LA DEMOCRACIA,


A finales de la década de los 70 y a partir de los 80 del siglo pasado, "teniendo como telón de fondo" los procesos democráticos que vivió la Europa meridional y América Latina, muchos estudiosos de las ciencias sociales comenzaron a cuestionarse sobre los problemas modernos de la democracia, en especial su vinculación con los regímenes políticos y la relación institucional entre el Estado y la sociedad civil.
Hasta este momento no les interesaba todavía el análisis de la vinculación entre el diseño institucional y el desarrollo democrático de un país; fue pocos años más tarde cuando los politólogos comenzaron a preocuparse por el tema.
Por lo que se refiere al desarrollo de la democracia en América Latina, el presidencialismo es la institución que, en este contexto, se ha analizado para poder conocer las causas de la fragilidad democrática (o si se quiere crisis democrática) que viven los países de la región.
El sistema presidencialista es la forma de organización política preponderante en la región y el origen de todos sus males. Sobre este tema se han escrito muchas obras. “La crisis del presidencialismo”, coordinada por Juan Linz y Arturo Valenzuela; “Presidencialismo y democracia mayoritaria”: “Observaciones teóricas” de Arend Lijphart; así como otros análisis igualmente destacados de autores como Giovanni Sartori, Alfred Stephan y Cindy Skach, entre otros.
De acuerdo con todos ellos, las rigideces propias del régimen presidencial tales como la tendencia a la concentración del poder, la ausencia de un poder moderador, la naturaleza de ganador único en las elecciones con la posible consecuencia de estancamiento en la relación entre el Ejecutivo, el Legislativo. El Judicial y el Moral (juego de suma cero) y el potencial polarizador de dichas elecciones, inducen a estos regímenes a vivir en permanente conflicto e inestabilidad.
De ahí que estos autores hayan planteado como el mejor medio para combatir estas dificultades y evitar que crisis como éstas sigan sucediéndose en América Latina, el hacer avanzar los regímenes presidencialistas hacia sistemas semipresidenciales o parlamentarios que incentiven la conformación de mayorías que puedan hacer cumplir los programas de Gobierno, que doten de una mayor capacidad para gobernar en el marco de un sistema multipartidista, que generen una menor propensión a que los Ejecutivos gobiernen dentro de los límites de La Constitución y otorguen mayores facilidades para destituir al jefe de un Ejecutivo que actúe en contra de la misma o de los intereses de la población.
De acuerdo con estos autores, la contrastación empírica del funcionamiento de los sistemas políticos permite establecer una clara correlación entre el parlamentarismo y los procesos de consolidación democrática y el presidencialismo y la crisis de las democracias.
No obstante, no todo el problema vinculado con las crisis latinoamericanas está en las deficiencias del diseño institucional que desincentivan la cooperación y obstaculizan la suscripción de compromisos y pactos de carácter consociativos necesarios en todo proceso de transición a la democracia.
El otro gran factor que ha detonado la mayoría de las crisis democráticas en América Latina ha sido la imposibilidad de los Gobiernos de resolver las añejas y nuevas carencias sociales que afectan a su población, así como de reducir las cada vez más preocupantes desigualdades, la miseria y la pobreza.
De acabar con la lucha de clases y de generar nuevas oportunidades para sus ciudadanos. En fin, consolidar un Estado social de Derecho capaz de producir a la vez crecimiento económico y bienestar social.
La pasividad de los Gobiernos de América Latina ante la descomposición social de sus pueblos dice mucho de su incapacidad para hacer frente a conflictos en forma preventiva. El hastío y la desilusión ante la democracia por la carencia de representatividad y de soluciones viables a los problemas de la sociedad es tal, que los ciudadanos han comenzado a ensayar nuevas opciones (Populismos, demagogias, democracias plebiscitarias, control popular sin intercesión institucional, Poderes fácticos versus Poderes legales, etcétera) que han puesto en riesgo ya la estabilidad interna de varios países y podrían poner en peligro incluso a la región y al continente entero.
Venezuela tiene que aprender de las lecciones de la historia y evitar caer en propuestas populistas y demagógicas como medio para enfrentar la pauperización y las desigualdades que castigan cada día más a nuestro desmoronado y arruinado pueblo.
Venezuela ha perdido en casi 16 años de régimen revolucionario  socialista-comunista la oportunidad de adecuar las instituciones nacionales a la nueva realidad política de la nación y de consolidar la democracia social para poner fin a los rezagos en la materia.
En 15 años d un mal llamado socialismo del siglo XXI, q ni sus mismos precursores pueden explicar ¿qué es?, no se ha podido concretar ninguna reforma importante y los programas sociales que ha venido aplicando no son más que la continuidad de los programas de las administraciones anteriores pero con otros nombres como las llamadas misiones, que ya han mostrado sus limitaciones.
Para el gran cambio fundacional de nuestro país, es necesario que se tome en cuenta este enorme reto y los líderes políticos, nos ofrezcan propuestas concretas y verdaderas orientadas a fortalecer nuestra institucionalidad y poder asegurar un desarrollo social más equitativo. ¿Será esto posible en esta depauperada y desvalorizada Venezuela sin democracia?  
Zenair Brito Caballero
britozenair@gmail.com
@zenairbrito

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jueves, 6 de marzo de 2014

SAÚL GODOY GÓMEZ, EN LAS BARRICADAS,

A las 5pm llegamos a Plaza Altamira, en Caracas, uno de los sitios de concentración de los estudiantes que protestaban contra el gobierno de Nicolás Maduro; las razones eran varias, entre ellas la brutal represión del gobierno a la manifestación pacífica, al intentar acallar la protesta, obligando a pedir permisos, prohibiéndola, generando los chavistas sus propios actos públicos, para entorpecer y desplazar a los muchachos, al aplicarles el blackout informativo a sus eventos, de modo que nadie se enterara de sus reclamos, y hasta interviniendo la señal de internet y de telefonía, para hacer lento el envío de mensajes… la toma de vías públicas era una medida desesperada, y estaba funcionando.
Llegar a nuestro destino fue complicado, las calles estaban trancadas con basura, troncos de árboles, alcantarillas, que la gente ponía para contribuir con la causa de los jóvenes y evitar el paso de los saboteadores de oficio, conocidos como “colectivos”.
Tomamos rutas alternas - “caminos verdes”, les decimos - teníamos que atravesar la ciudad del sur al norte, para luego virar hacia este; a esa hora, ya muchas avenidas estaban cerradas y el tráfico vehicular colapsado.
Pasamos por la Plaza Venezuela, un lugar céntrico al norte del río Guaire, había bastante gente en la calle, muchos negocios estaban cerrados, uno de los muchachos que me llevaban a la protesta me advirtió
- Mosca! ésta es zona de colectivos…
Y efectivamente, en una esquina, estaba un grupo de motorizados, algunos con camisas rojas, otros con las franelas estampadas con la mirada amenazadora de Chávez, conversando entre ellos; pero tres sujetos se habían apostado un poco más adelante, escrutando atentos a los carros que pasaban, y se quedaron mirando fijamente a nuestra camioneta. Yo era la persona más adulta del grupo, los saludé para disipar su desconfianza, lo menos que deseaba era un encuentro temprano con esos paramilitares chavistas.
Seguimos rumbo hacia el norte buscando La Cota Mil, a las faldas del cerro El Ávila.
Había nerviosismo y expectativa dentro del auto, me llevaban a realizar un reportaje sobre lo que estaba sucediendo con la protesta estudiantil, fui contactado por este grupo de universitarios, que sabían de mi existencia por mis artículos y querían llevarme para que viera lo que estaban haciendo y porqué; querían que escribiera algo, necesitaban dejar registro de lo que estaba sucediendo, el mundo entero tenía que enterarse, el sacrificio de las vidas de los estudiantes asesinados y torturados por el gobierno no podía quedar olvidado.
Algunos de los jóvenes revisaban sus mascaras antigases, que no eran otra cosa sino mascarillas de pintor desechables, otros buscaban, en sus móviles, los últimos reportes del frente de batalla.
-En las Mercedes hay 15 detenidos, los están bombardeando con gases… todo está lleno de humo.
Me enseñó las fotos y la verdad era que sólo se veía edificios, en medio de una espesa nube blanca que parecía salir del piso. Ese día había dos objetivos: Las Mercedes y Altamira; el plan era llegar hasta la autopista Francisco Fajardo y trancarla, nada menos que la principal arteria vial este-oeste de la capital.
La Cota Mil estaba despejada, la música hip hop que escuchábamos era enervante, se nos adelantaron varias patrullas y ambulancias en silencio, varias salidas de la avenida estaban cerradas, efectivos de la policía hacían señas a los conductores para que continuaran.  Afortunadamente, la entrada de Altamira permanecía abierta, y pronto estábamos bajando por la Avenida Luis Roche, hacia nuestro destino. En el trayecto, pude ver personas con vestimenta deportiva, que bajaba de El Ávila, dueños paseando a sus perros, avizoré una enorme fila de gente haciendo cola ante una farmacia, que tenía las puertas cerradas y atendía por una ventanita, la escasez de productos era general ya no sólo de supermercados, eran comunes las colas de personas en las ferreterías, en las librerías escaseaban los buenos libros, también faltaban medicinas, repuestos de automóviles… estábamos viviendo en una economía de guerra.
La policía de Chacao dirigía el flujo de vehículos, que era lento, los restaurantes de lujo de la zona, aunque cerrados, tenían clientela, esto se deducía de la cantidad de autos aparcados al frente; vimos un grupo de escoltas, en sus motos, fumando y conversando, mientras esperaban a su jefe que, de seguro, estaba dentro del local, libando y comiendo con clientes o amigos, por supuesto, eran altos funcionarios públicos, de los pocos que se podían permitirse aquel lujo en tiempos de hiperinflación.
Luego de varios intentos, conseguimos puesto en un estacionamiento, casi todos estaban cerrando por miedo a que las cosas, en la plaza, se salieran de control.  Nos unimos a un torrente de gente, la mayoría jóvenes, que bajaban a pie. Noté que los carritos de perrocalientes y hamburguesas estaban llenos de clientes, muchas motos, manejadas por civiles, se mezclaban en la calle; al cabo de una cuadra, el olor a gases lacrimógenos me asaltó el olfato, empezaron a aparecer las barricadas con basura y cauchos, ardiendo entre los escombros acumulados, también empecé a escuchar las detonaciones.
Los jóvenes se preparaban para lo que habían venido a hacer, algunos se ponían una pasta blanca en el rostro (un antiácido, para evitar las irritaciones), otros empapaban los pañuelos con vinagre para ayudarse a respirar, unos hacían calistenia para calentar los músculos (principalmente, para tirar piedras y correr), un grupo preparaba sus “smart-phones” para dejar constancia, en fotos y grabaciones, de sus intervenciones de ese día.
Al entrar a la Plaza Altamira se reveló el espectáculo, había una muchedumbre moviéndose en diferentes direcciones, el ruido era ensordecedor, unas muchachas golpeaban con piedras los postes metálicos del alumbrado público, se escuchaban atronadoras cornetas e insistentes pitos, las bocinas de las motos, el ruido del helicóptero militar que sobrevolaba la zona, el lejano ulular de las patrullas, los gritos de consignas como “Maduro, vete ya”, y una profusión de máscaras, como la del personaje de la película “V de venganza”, todo entre una decena de fogatas y el envolvente y tóxico humo de cauchos quemados y gases antimotines.
El obelisco que distingue a la plaza me parecía ahora extraño, como un monumento alienígena en el punto central de aquella congregación de jóvenes con los rostros ocultos por pañuelos y mascaras antigases, casi todos portando morrales y gorras, algunos sin camisa.
Era un espectáculo desconcertante con su propia y aleatoria coreografía, los estudiantes presionando por llegar a la autopista Francisco Fajardo, hacia el sur, y la Guardia Nacional empujando a la multitud hacia el norte… en el medio esos vórtices de gente, que veces caminaban y en otras ocasiones corrían, sobre nuestras cabezas, se veía ese intrincado tejido de las trazas de humo, que desprendían los proyectiles de gases y que explotaban cuando descendían, dividiéndose en tres bombas que se dispersaban sobre el terreno.
-Vean para arriba…- gritaba alguien, alertando a la gente sobre las bombas que caían, la gente se apartaba y entraban algunos jóvenes, rápidamente y con guantes de carnaza, para tomar las bombas y arrojarlas, de nuevo, hacia donde estaba la guardia o hacia al espejo de agua de la plaza, para neutralizarlas, con el entusiasmado aplauso de los presentes.
-Los contenedores de los gases se “superenfrían” cuando los disparan, si los tocas con la mano, te queman- me instruyó uno de mis acompañantes, que no me dejaba solo- lo más peligroso es que te caigan en la cabeza.
Los muchachos de ojos llorosos subían de los alrededores de la Torre Británica, donde estaba la línea de batalla, algunos escupían baba, otros vomitaban, e inmediatamente eran atendidos por muchachas que, con potes de agua, les lavaban la cara y los acostaban en el suelo, para que se recuperaran; una muchacha inconsciente fue llevada en brazos a un puesto de salud del municipio.
Un muchacho de barba, que subió corriendo hasta donde estábamos, con la mascarilla en la frente, gritaba - No se queden aquí, hay que bajar… tenemos a un grupo de compañeros atrapados allá abajo… hay que rescatarlos… vamos, no se frenen… luchamos por Venezuela, 14 años de tiranía es suficiente…
La arenga funcionó, una nueva corriente de jóvenes emprendió su ruta hacia la avenida Francisco Fajardo, donde se levantaba una espesa cortina de humo.  Me impresionó la cantidad de chicas bellas que estaban luchando ese día, hombro a hombro, con los muchachos, castigando a la Guardia Nacional y siendo castigadas por ellos, en igualdad de condiciones y llenas de un valor que arrugaba el corazón, ¿sus padres tendrían alguna idea de lo que estaban haciendo sus hijas en ese momento?
-Tenemos que bajar, Saúl- me dijo mi contacto- tenemos que ver el frente, para que cuentes lo que allí pasa… te consigo una máscara…
Efectivamente, a los pocos momentos volvió con una máscara antigases, de esas que usan los bomberos industriales, amarilla, de hule aceitoso, con dos grandes vidrios por ojos y un filtro horizontal sobre la boca; cuando me la puse, la capucha me cubría hasta los hombros y mi aspecto debió ser el de un extraterrestre, pero allí nadie se fijaba en esas cosas.
Tres jóvenes me sirvieron de escolta hasta la avenida; sorteamos las barricadas y una lluvia de bombas lacrimógenas, es sumamente difícil caminar entre escombros en el medio del humo y estar pendiente de lo que te cae del cielo, al llegar a la acera opuesta corrimos hacia la Torre Británica mientras escuchábamos a nuestras espaldas el coro de cien gargantas enardecidas “Quienes somos, estudiantes, que queremos, libertad”, allí pude ver, por primera vez, el piquete de la Guardia Nacional Bolivariana, dispuesto como una pared de escudos que me recordó las formaciones de las legiones romanas, los muchachos les lanzaban piedras, que rebotaban con furia en los escudos plásticos de alta resistencia; detrás de la línea de guardias había dos tanquetas antimotines.
Unos guardias de avanzada, que en grupos de tres se movían entre los edificios, eran los que disparaban las bombas lacrimógenas, llevaban colgando un saco cargado de proyectiles; los jóvenes me habían informado que cada bomba costaba 30 dólares, que eran hechas en Brasil, según mi improvisada cuenta, en los quince minutos que había permanecido en la plaza, se habían gastado no menos de 25.000 dólares en bombas, el sonido de las detonaciones era continuo, pareciera que había algún tipo de cañón que las disparaba en seguidillas, y pensé en el negociado que había detrás de aquellas compras militares y en las cantidades de dinero que se habían pagado en comisiones, una fiesta para los corruptos.
Nos unimos al grupo de estudiantes que estaban en primera línea, no había rastro de los muchachos atrapados, la guardia avanzaba, paso a paso, detrás de sus escudos protectores; nuevamente, fuimos precedidos por un número indeterminado de núbiles guerreras, que estaban allí arriesgando el pellejo frente a los ejércitos de la noche, esos que no respetan ningún derecho humano al momento de reprimir, muchachas apenas salidas de la adolescencia, fajadas, como las buenas, sin miedo, “mentando madre”, retando a pedradas a aquellos monstruos, sirvientes del fascismo más primitivo, era conmovedor verlas luchando por su futuro, por una idea de patria que nada tenía que ver con la del comunismo que nos robaba la libertad, eran chicas tan arriesgadas que daba miedo verlas, inspirando a los muchachos y sirviéndoles de acicate para cometer actos tan valientes y tontos como el de patear la pared de escudos, a riesgo de que le dispararan con las escopetas que aparecían sin aviso, nunca vi que las dejaran solas.
De pronto la línea de escudos se abrió y salieron los motorizados, dos guardias por cada moto, vestidos de robocop, el parrillero blandiendo la escopeta, una veintena de aquellos monstruos bicéfalos y rugientes se nos vinieron encima. Al grito de “Vienen las motos!” la estampida hacia la plaza fue asombrosa.
Corrimos como pudimos, en medio de unas bombas que giraban en el suelo con un silbido infernal y descargaban su gas fétido. Nos metimos en el primer callejón que encontramos y resultó ser un acceso de servicio entre dos edificios, allí nos encontramos con dos Guardias Nacionales, que estaban escondidos detrás de un contenedor de basura.
Creo que los guardias estaban tan asustados como nosotros, uno de ellos corrió y huyó, el otro fue bloqueado por el más fornido de mis acompañantes y se trabaron en una lucha cuerpo a cuerpo; entre todos le quitaron al guardia su máscara de gas y, cuando lo estaban golpeando en el suelo, los separé.
Entonces me di cuenta de la tragedia de aquella situación, vi al estudiante, con el rostro desencajado por la rabia, y vi el rostro moreno e aindiado del joven guardia nacional, asustado y llorando, ambos debían tener la misma edad; así entendí la perversión de este gobierno, que obliga a sus jóvenes a enfrentarse hasta la muerte, por preservar o defenderse de una ideología inhumana, a nombre de una revolución que sólo está en sus mentes enfermas, por perpetuarse en el poder y seguir medrando de los recursos del país ¿Y eso para qué? ¿Para ver morir a nuestros hijos?, constaté que los estudiantes tienen razón, que el sacrificio es necesario, con toda razón los jóvenes claman es ahora o nunca, un gobierno así no puede perdurar ni un día más.
Soltamos al guardia, nos volvimos hacia la avenida, que había quedado sola, y regresamos a la plaza. Para ese momento, ya estaba sudando a chorros, los visores de la máscara estaban empañados, tenía unas ganas enormes de vomitar, compartía con mis acompañantes el miedo de que, en cualquier momento, surgiera del humo alguna moto y nos atacaran, la plaza estaba sola… el costo físico que implicaba mantener este tipo de protesta era enorme para los muchachos, era extenuante. Cuando llegamos cerca de una de las bocas del Metro, me saqué la máscara, casi asfixiado; en ese momento, ya caía la tarde y apareció de la nada un hombre, flaco y moreno, con una cavita de anime en la mano. -Fresco, agua… está fría, profesor… ¿Le doy una?...
Reí y lloré al mismo tiempo, fueron los gases, el susto, un nudo me apretaba la garganta al ver como estaba mi país. –
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul

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sábado, 26 de octubre de 2013

MERCEDES PULIDO, LOS MUNICIPIOS PUEDEN CAMBIAR NUESTRO CAOS

Estamos en los albores del centenario de la conflagración de la primera guerra mundial, cada día con mayor acceso a documentos ilustrativos de ambiciones, creencias generalizadas de dominación por la fuerza y en especial un fanatismo ideológico creciente de nacionalismos con el cual se pretendía construir un “hombre nuevo”.
Cada vez hay más evidencias de la constante lucha por controlar la prensa en los regímenes totalitarios como única vía para obtener legitimidad ante sus pueblos en los desencadenantes de dicha catástrofe.
Hoy en día esa lucha se mantiene con nuevas herramientas y tecnologías. 
Por lo tanto, poco hemos aprendido del costo que ello significó. A pesar de la falta de papel hay que reafirmar la libertad de información, como derecho a la vida y no desperdiciar los espacios que aunque frágiles aún tenemos.
Estamos ante un escenario de unas próximas elecciones municipales.
El eje central de ellas es la escogencia de quienes orientarán el tejido de nuestras ciudades.
A pesar del férreo control de los medios de comunicación y el acoso de sus profesionales así como de los líderes que optan a ejercer la conducción municipal, es lamentable la ausencia de campaña de información y discusión sobre el desarrollo de la vida urbana y de la ciudadanía.
En medio de la inmensidad de problemas de la vida diaria, nos agobia la sobrevivencia pero ello no excusa que discutamos algo fundamental: El estímulo y consolidación de conductas personales y colectivas en un proyecto común.
Recientemente al entrevistar a Antana Mockus quien fuera alcalde de Bogotá y artífice de la transformación de la ciudad, señalaba lo importante que había sido observar la conducta de la gente, conocer por qué se comportaban así y proceder a estimular los cambios de conducta no solo con premios y castigos sino con experiencias constantes del beneficio mutuo, diversificando los servicios, haciéndolos funcionales como ha sido el sistema de transporte y el desarrollo cultural, y dándole peso fundamental a la legalidad como proyecto común.
Algo parecido realizó el alcalde de Palermo Leoluca Orlando, quien asumió el conflicto con la mafia como un problema económico, esto es “la mafia es exitosa porque es un negocio”, por lo tanto hay que enfrentarla como negocio y abrió posibilidades a otros sectores trasladando el presupuesto participativo a las ciudades, y elevando el gasto al nivel del resto de Italia, lo que hizo cada vez menos atractivo el proceder mafioso.
En Venezuela pensamos siempre en la cabeza de la culebra, poca importancia le damos a nuestros municipios y son ellos los que por estar más cerca de nuestra vida diaria pueden convertirnos en los transformadores del caos existente y ser la fuente de nuevos liderazgos. La mafia y la corrupción son parientes cercanos que pueden ser derrotados aunque desconfiemos de los mecanismos existentes.
Mercedes Pulido

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martes, 1 de octubre de 2013

RUBEN DARIO ACEVEDO CARMONA, JUSTICIA ASIMÉTRICA II, CASO COLOMBIA

Damos continuidad a las reflexiones plasmadas en la nota anterior sobre la Justicia colombiana.

En el II Congreso Continental Bolivariano realizado en Quito el 27 de febrero de 2008, al que asistieron delegados colombianos, se proclamó: “La necesidad de librar todo los combates necesarios, de emplear todas las formas de lucha para cambiar el sistema: las luchas pacíficas y no pacíficas, las manifestaciones cívicas, las insurgencias de las clases y sectores oprimidos…De ahí el valor extraordinario de las posiciones asumidas por el comandante Chávez y su gobierno bolivariano, y por la digna senadora colombiana Piedad Córdoba, frente a ese conflicto (el colombiano) y específicamente respecto a la política guerrerista de Uribe en su condición de instrumento de la Administración Bush y del poder imperialista estadounidense…”

En un considerando consagran “Que la reactivación desde el régimen fascistoide de Álvaro Uribe y sus narco-paramilitares del proyecto de guerra y subversión contra la revolución bolivariana…” era un obstáculo a sus propósitos. Se trata de una visión del conflicto colombiano consistente en atribuir toda la carga negativa y criminal sobre el estado, el uribismo y el paramilitarismo mientras las guerrillas son depositarias de la justicia.
Lo más grave de toda esta situación es que la Corte Suprema de Justicia y Magistrados regionales se muestren receptivos de esa concepción ideologizada de los problemas. Compartir el lenguaje citado invalida de entrada la búsqueda de justicia y verdad puesto que significa quitarse la venda y tomar partido. La Corte Suprema ha dado muestras de un alto nivel de politización desde hace buen tiempo. Ahora, togados regionales entran en el juego haciendo afirmaciones francamente sesgadas propias de organizaciones políticas antisistema.

Así por ejemplo, apelando a una retórica simplista y llena de lugares comunes, ajena al espíritu jurídico, dos magistrados del Tribunal Superior de Medellín de la Unidad de Justicia y Paz, expresan en la compulsión de copias ante la Suprema para que el expresidente Uribe sea investigado por promoción y nexos con grupos paramilitares, ese estilo inconfundible de los antiuribistas: deslegitimar el estado, las instituciones, la libertad, la democracia y la fuerza pública, como se ve en estas líneas: “¿cómo es posible que el régimen político colombiano haya conservado una apariencia democrática, a pesar de padecer una de las tragedias humanitarias más graves del orbe en los últimos 30 años y sin lugar a dudas la más grave de América Latina en ese período? ¿Y cómo el gobierno ha seguido funcionando con elecciones aparentemente libres, con cambios de Presidente y alternación de los partidos y promulgación y vigencia de las leyes, como cualquier régimen democrático, a pesar de vivir las más graves violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario?...”. ¿No es este un lenguaje propio de partidos de extrema izquierda?

Y, más adelante expresan: “La promoción, organización y apoyo de las convivir y los paramilitares no fue la conducta de algunos sectores o miembros aislados de las Fuerzas Militares, y en especial del Ejército Nacional…” La sociedad no escapa al señalamiento ideológico, en el que para nada se habla de las guerrillas y sus acciones criminales ni de las decisiones políticas tomadas por grupos políticos colombianos en Cuba (donde recibió entrenamiento el ELN y el M-19) y en congresos internacionales del comunismo: “Los grupos paramilitares fueron fruto de una política de Estado. Su creación y expansión fue un propósito común de amplios sectores de éste, las fuerzas militares y la sociedad civil y fue posible gracias a la financiación de la empresa privada (sic) y el narcotráfico y la alianza entre todos ellos…” De ahí concluyen que: “El nombre del ex Presidente Álvaro Uribe Vélez aparece vinculado… a muchos pasajes y eventos relacionados con el origen y la expansión de los grupos paramilitares y los graves hechos cometidos por éstos”. Que es lo que escuchamos y leemos en declaraciones y panfletos de Colectivos y movimientos antiuribistas.

A la cacería contra el expresidente Uribe se han sumado varias personalidades de las más exóticas especies: exguerrilleros, poetas, abogados, expresidentes, columnistas, dirigentes liberales, miembros de la oligarquía capitalina, académicos, intelectuales marxistas y tardomarxistas, y hasta comandantes paramilitares extraditados.

Imposible dar cuenta de todo lo que dicen en espacio tan limitado. Pero, un personaje sobresale entre muchos en su sevicia persecutoria. Se trata del excomandante guerrillero del ELN León Valencia, obseso antiuribista, incansable sectario, que pretende enmascarar lo que afirma con una aureola de academia. Su tesis sobre las votaciones atípicas fue acogida por la Corte Suprema para condenar a políticos que obtuvieron votación inesperada en poblaciones no visitadas y de fuerte presencia paramilitar. Gracias a su tendenciosa teoría, se condena por inferencia y se crea el delito de “nexos”, aplicado sólo para cercanías, amistades, contactos o vecindades con el paramilitarismo, no con las guerrillas.

Valencia ha hecho una carrera de lujo en su afán de figurar como intelectual y académico. No hay duda de que puede ser tenido por lo primero, pero a él lo que más le importa es ser reconocido en la academia a la que no ha podido ingresar por una sencilla razón, allí hay que someter los textos a la evaluación de pares científicos. Su lagartería y arribismo es tan descomunal que intrigó para insertarse en el Informe Internacional de la violencia contra sindicalistas a pesar de su militancia previa con la hipótesis que estaba en cuestión. Figura como coautor del Informe de Memoria Histórica asumiendo, de hecho, la condición de juez y parte, de víctima y victimario.

Desde el punto de vista ético no es coherente que habiendo sido comandante guerrillero, por tanto corresponsable de ordenar secuestros y otras acciones de terror cuando integró la dirección nacional del ELN, asuma el rol de juez de sus rivales y defensor de la moral y la justicia.

Otro personaje que hace parte del safari, al acecho como las hienas, es el vengador Iván Cepeda que no desmaya en su intento de consagrar a su padre como mártir de una democracia en la que no creía. Por algo es reivindicado por las Farc que bautizaron con su nombre a uno de sus frentes, y que según el famoso libro testimonial de Alvaro Delgado, Todo tiempo pasado fue peor, fue el ideólogo de la fatídica combinación de todas las formas de lucha. Cepeda junior tampoco descansa en su afiebrada persecución contra Uribe y el uribismo. Adopta tácticas extravagantes y provocadoras sin empacho en educorarlas con lenguaje de paz y reconciliación y en presentarse como defensor de derechos humanos.

En conclusión, y pudiendo demostrarse con más evidencias documentales, es un hecho que existe una profunda coincidencia de organismos, magistrados y funcionarios judiciales con fuerzas, líderes de la izquierda, la extrema izquierda y algunos intelectuales liberales progres, en el diagnóstico sobre la violencia colombiana. Y que esa coincidencia se extiende a la esfera de la lucha política en la pretensión de judicializar a como dé lugar al expresidente Uribe y a su círculo más cercano. Son los mismos que hablan de paz y reconciliación, pero, les preguntamos: ¿Con quiénes? ¿Quieren eliminar el 65% de la opinión?

Ruben Dario Acevedo Carmona 

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martes, 3 de abril de 2012

EDDIE A. RAMÍREZ S. / LA FISCAL Y SUS MUERTOS

La Fiscal Luisa Ortega dividió a los muertos venezolanos en dos grupos: los de ella  y los otros.  Los primeros ameritan abrir una investigación para identificar a los asesinos y castigarlos. Los otros son muertos de segunda que a ella no le importan. Por ello declaró: "Nuestros muertos están siendo reivindicados; los estamos reivindicando. No sólo porque estamos haciendo reconocimiento de las luchas que durante muchos años libraron. Ahora Venezuela es respetuosa de los Derechos Humanos". Evidentemente para la Fiscal ella solo debe velar por los Derechos Humanos de los “revolucionarios”.
Nadie puede oponerse a que se investiguen las muertes de los caídos entre 1958 y 1998 y se sienten responsabilidades. Sin embargo, tal y como sostiene el historiador Antonio García Ponce, es necesario diferenciar entre quienes cayeron en combate durante enfrentamientos guerilla-ejército, y los que fueron asesinados ya estando presos, incluyendo los desaparecidos de los Teatros de Operaciones.
Para la Fiscal,  los ciudadanos asesinados, por razones políticas o comunes,  después de 1999 no están en su agenda. Para ellos  y para los agredidos en las marchas y para los comunicadores  atropellados,  para  RCTV y para más de 34 emisoras de radio confiscadas, para Globovisión y muchos otros casos, la Fiscalía es sorda y ciega.
Señora Ortega, en su despacho reposan varias denuncias de Gente del Petróleo sobre el asesinato de nuestro compañero José Manuel Vilas el 1 de marzo del 2004, cuyos autores están identificados pero disfrutan de la impunidad que graciosamente otorga la revolución.  De los 19 ciudadanos asesinados y 73 heridos de bala el 11 de abril apenas se investigaron dos casos, no para encontrar a los culpables, sino para condenar a venezolanos inocentes y querer distorsionar la historia. Evidentemente la Fiscalía está solo al servicio del régimen para castigar a los opositores. 
Sobre sus declaraciones de que en Venezuela se respetan los Derechos Humanos no hay duda que usted coincide con el “brillante” Saltrón, representante del régimen en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y con Luís Brito García cuando este  afirma que para evitar las agresiones los periodistas pueden seguir los eventos por el canal del Estado. ¡Qué vergüenza!
eddiearamirez@hotmail.com 

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