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lunes, 22 de septiembre de 2014

ALICIA FREILICH, LA SEGUNDA SALIDA, EL HIJO DE LA PANADERA

“...A este ambiente de mutuas suspicacias se sumaba la profunda incomprensión que existía respecto a las exigencias que imponía el conflicto al conjunto de la sociedad. No estaba claro, ni podía estarlo, cuál sería el futuro de la recién inaugurada república, la magnitud de la emergencia, la entidad de los problemas y la intensidad de las emociones que se vivían cotidianamente frente a la escasez, la incertidumbre, la violencia, la inseguridad; las amenazas contribuían cada día a aumentar la desconfianza, el desencanto y el rechazo a las supuestas bondades de la independencia. En muy poco tiempo, la situación, lejos de mejorar, se descompuso de manera acelerada…”.

Se equivoca quien suponga que el párrafo anterior es una crónica más de la actualidad nacional. Nada de eso. Se trata de una reflexión muy documentada, intencionada y bien colocada de la historiadora Inés Quintero al narrar el drama padecido por el país en los albores de la guerra independentista cuando Francisco de Miranda y la dirigencia cívico-militar se enfrentaban por conceptos distintos frente a cómo abordar la primera Constitución y los mecanismos tanto diplomáticos como bélicos para liberar a Venezuela del imperialismo español.

La biografía de Francisco de Miranda es en sí misma una heroica, apasionante y filosófica novela. Estudios muy serios de investigadores venezolanos y foráneos lo confirman con rigor académico.

El hijo de la panadera, Editorial Alfa, 2014, es uno de ellos y algo más. Aparece cuando lo necesitamos con urgencia porque Inés Quintero es diestra en novelizar con precisión científica y narrativa gratísima, personajes y situaciones básicos del acontecer venezolano desde sus orígenes. En este importante y delicioso libro, la difícil personalidad y el cautivador personaje Francisco de Miranda conviven intensa y dramáticamente para evidenciar los aciertos, vicios, batallas íntimas y de campo y, lo más cercano, los profundos prejuicios, lacras como el racismo y el sectarismo llevados a la acción y omisión políticas desde resentimientos personales compartidos por igual entre los más importantes protagonistas fundacionales de la emancipación venezolana durante los siglos XVIII y XIX, casi calcados en la pesadilla que de nuevo padece el país en su búsqueda por reconquistar su secuestrada independencia ideológica, institucional, económica y cultural.

Frente a la clase de los blancos criollos que lo despreciaba por su raíz social y su tendencia sostenida a reunirse con los callejeros “pardos”, el complejísimo, pasional, culto, tenaz y brillante Francisco de Miranda dejó recados vigentes. Primero, que todas las virtudes intelectuales y materiales necesarias para alcanzar las metas de un proyecto político nada valen si no están sustentadas en la salida inicial del contacto directo, dialogado con el ciudadano-pueblo y no en reuniones cerradas como aquellas juntas patrióticas de sus paisanos que tanto lo maltrataron al considerarlo peligroso, loco idealista y por eso candidato permanente a víctima de opuestos intereses.

Así lo comprobó durante sus cuarenta azarosos años de autoexilio intentando por todos los medios a su alcance la independencia de las colonias suramericanas. Y al regresar, Miranda traía el aprendizaje directo y personal que adquirió en las revoluciones francesa y norteamericana, de cómo la disciplina, lejos del improvisado bochinche, es la segunda salida imprescindible para consolidar las libertades públicas y privadas. Eso le costó su salud sacrificada en una lejana muy oscura cárcel del opresor.

Para buenos entendedores, sobran más palabras.

Alicia   Freilich
alifrei@hotmail.com
@aliciafreilich

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miércoles, 2 de julio de 2014

AMÉRICO MARTÍN, DE LA DUDOSA MORAL

Me sirve la excelente obra de Inés Quintero sobre el Precursor Miranda –“El hijo de la panadera”- para insistir en el equívoco tema de la moral pura y la que reina en el ámbito de la política. Pueden aprovecharse los duros retos que a través de los accidentes de su historia de revolucionarios determinaron el pragmatismo de dos líderes políticos instalados con justo título en el corazón de los latinoamericanos.

Las huellas del iluminado Miranda se habrán borrado, quizá, en España, Francia, Rusia, Inglaterra y EEUU, lugares donde su presencia fue intensa, pero entre nosotros, no. ¿Por qué no? Porque fue parte decisiva de una historia determinante de nuestro modo de ser. Pero adicionalmente porque los anacrónicos hábitos del fundamentalismo dogmático, por causas difíciles de entender, lo han enaltecido hasta la cima de la leyenda o el mito. El peor de los mitos es el concebido para el servicio de los poderes dominantes.

Digamos con Klausewitz: “La guerra es la continuación de las relaciones políticas, es una gestión de las mismas por otros medios”.

Me permitiré repetirlo -con más provecho- al revés: La política es lo que evita una guerra o permite superarla después de iniciada, con menos costo.

Precisamente, porque quiere impedir un conflicto bélico o ponerle fin a una carnicería ya en marcha, la política tiene una marcada propensión realista. Debe tratar de lograr lo esencial de sus objetivos, aceptando necesarias flexibilizaciones pragmáticas.

“Flexibilidades pragmáticas”. Esa fórmula suena mal porque supone diálogos, negociaciones, transacciones. Pero aunque suene mal, el pragmatismo puede ser vital para obtener sustanciales logros democráticos. Y en cambio, el moralismo que lo rechaza podría acaso terminar siendo una perniciosa violación de la Moral.

Nos recuerda la profesora Quintero que Miranda se tragó toda la irritación que cargaba contra William Pitt, el frío ministro inglés, para no estorbar su patriótico esfuerzo por poner la fuerza británica del lado de la causa emancipadora de la América Hispana. A sabiendas del interés o codicia que pudiera haber en las potencias inglesa y estadounidense, no vaciló en ofrecerles Trinidad, Puerto Rico y Margarita a cambio de su ayuda.

¿Se pasó de raya? ¿Era esa concesión ciertamente necesaria? ¿Trataba –al incluirla casi como señuelo- de reducir al mínimo la entrega de territorios más importantes? Tal vez sí, tal vez no. Pero Miranda no dio ese paso por ser hombre de índole inmoral, entreguista o –como dicen ahora- “apátrida”. Es lo contrario, lo hacía impulsado –con razón o sin ella- al logro de la independencia del extenso territorio hispanoamericano. Una una óptica pragmática, pero intencionadamente Moral. Así, con “M” mayúscula.

El realismo político puede prevalecer sobre la Ética pura, cuando la suprema Moral está en juego o en peligro. Entendiendo en este caso por “suprema moral” la independencia, la democracia, la libertad, la seguridad y la paz. Ese inmenso destino puede perderse si quienes buscan alcanzarlo reaccionan como duques ofendidos a la posibilidad de hacer la más pequeña pero salvadora o inevitable concesión o se nieguen por mal entendido moralismo a dialogar con quienes tengan las manos sucias.

Miranda se reunió a consciencia con embajadores españoles que registraron sus movimientos para denunciarlos al monarca que quería eliminarlo, por no mencionar a Catalina y sus validos, que lo trataron muy bien y sin embargo no vacilarían en mancharse con la sangre de quienes se enfrentaran al imperio ruso.

Miranda era un político, era un patriota de elevados sentimientos, y como tal sabía que ese oficio, cual hacer humano, no es contrario a la moral. Pero entendía que nada más erróneo, disparatado incluso, que olvidar la particular forma como se combinaron Moral y Política en la Historia. Una sin la otra podía triunfar pero en forma muy perversa e inhumana. La victoria de una gran causa debía emanar de un alto pragmatismo, eso sí: “gobernado” por reglas éticas sabiamente combinadas. El principismo puro en el área mencionada podría quedar reducido a un desahogo impotente y vanidoso. Una falsa moral sin resultado, como no fuera cultivar el autobombo.

Otra notable lección queda subrayada en la obra de Inés Quintero. La de la fatuidad, falacia y papel de los mitos personalizados, que estrangulan la libertad de pensar y de crear.

No creo que al destacar dos cuestionables momentos en la conducta de Miranda y de Bolívar, la autora haya tenido otra intención que la de establecer la verdad. Una forma de humanizarlos o más bien de no endiosarlos. La capitulación de Miranda frente a Monteverde había merecido comentarios contradictorios de autores impecables. Augusto Mijares la adorna un poco para defender al gran hombre.

Quintero examina las realidades con mucho rigor. No emite juicios de valor. Los hechos hablan por sí mismos. Miranda dejó a sus compañeros en las fauces de un tirano mientras intentaba escapar. Llevaba una elevada suma de dinero de las exhaustas finanzas de la República. O peor -según sus acusadores- como salario de traición que le habría pagado Monteverde.

Bolívar, de las Casas y Miguel Peña fueron los principales involucrados en la detención del trágico Precursor. Lo llamaron traidor, lo infamaron. A tenor de carta del tirano Monteverde y declaración de un amigo realista de Bolívar, el futuro Libertador fue premiado con el perdón y un pasaporte que le permitió salir de Venezuela. El cruel jefe canario agradeció su oportuna intervención contra Miranda

Miranda y Bolívar fueron grandes americanos, pero no deidades impolutas. Esas mencionadas bajezas morales sirven para demostrarlo. Al evocarlas de nuevo por amor a la verdad, la historiadora Inés Quintero merece nuestra gratitud.

Americo Martin
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin

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domingo, 7 de julio de 2013

JOSÉ PONS BRIÑEZ, ! QUE 5 DE JULIO POR DIOS ¡

Lo que comenzó el 19 de abril de 1810 como un movimiento autonomista por parte del Cabildo de Caracas, pero que guardaba fidelidad al rey Fernando VII; en 1811 no sólo superó el ámbito de la Provincia de Caracas al sumarse otras provincias, sino que implicó la ruptura definitiva con el nexo colonial español. Esta, declaración de la Independencia absoluta de Venezuela, la cual además había que proteger no sólo de España sino de las demás potencias europeas en este esfuerzo.

En la mañana del 5 de julio de 1811 continúo el debate en el Congreso, y a comienzos de la tarde se procede a la votación; hecho el recuento de los votos, el presidente del Congreso Juan Antonio Rodríguez Domínguez, anunció solemnemente a las tres de la tarde, que quedaba proclamada la Independencia absoluta de Venezuela.


De acuerdo con los testimonios de la época, luego de la proclamación se vivieron momentos de intensa emoción. Una manifestación espontánea, a la cabeza de la cual figuraba Francisco de Miranda, acompañado por miembros de la Sociedad Patriótica y del pueblo, recorrió las calles de la ciudad, ondeando banderas y gritando consignas acerca de la libertad. Consolidándose así, la apertura de una Nación que tendría su propia historia, aciertos y desacierto.

La Independencia lograda, se traduce como el término que significa la posibilidad de tomar decisiones de manera autónoma y libre. De más está decir que la noción de independencia se vincula profundamente con la de libertad, por lo cual se vuelve uno de los elementos más importantes y esenciales para la vida ciudadana. El debate en esta fecha, asumiendo todo el proceso histórico y político de Venezuela es la direccionalidad que se le ha dado al país y lo que hoy por hoy, tenemos con independencia, libertades y soberanía.

En términos económicos, sociales, la visión variada pero clara de cada gobernante ha sido relativamente la misma. La educación, el desarrollo, el éxito, la paz, la libertad, la autonomía, el federalismo, etc. Cada momento histórico recorrido, a veces rápido y a veces demasiado lento, caso de Juan Vicente Gómez. La patria ha surcado el camino de de liberación como pueblo; con celo y un sentimiento patriótico difícil de dudar en estos, han hecho de esta independencia un evento importante por décadas.

Hoy, para la presente fecha muchos discursos, palabras lisonjeras y taimadas por medias verdades y mentiras. Una revolución o modelo socio-económico importado,  el cual padece de exageradas evidencias de fracaso en el mundo. Obliga a los ciudadano ha preguntamos ¿Realmente somos independientes como Nación?

Los hechos hablan por sí solo, importando el 92% de lo que se consume, un desabastecimiento y pobreza mensurable, una planta industrial nacional deficiente y sin capacidad de respuesta, una inexistencia de la tan cacareada soberanía alimentaria, una constitución ignorada por intereses particulares y una invasión en espacio como de recursos por un país signado históricamente como enemigo de la democracia venezolana, no nos otorga realmente motivos de celebrar, sino, de reflexionar conciudadanos.

joseponschene@hotmail.com

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martes, 4 de junio de 2013

JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ, LOS RECLAMOS DE MIRANDA

En sus informes al gobierno inglés, Miranda describió la situación de América sujeta a “la opresión infame” y a la “rapacidad increíble”
Francisco de Miranda, luego de la heroica defensa de Melilla y de Argel, fue enviado a las Antillas en 1780. Su éxito en la toma de Pensacola en América del Norte (1781) permitió a los españoles disponer de la Florida occidental. Sus esfuerzos en apoyo a De Grasse para desembarcar en Chesapeake, propició la victoria en Yorktown, acción fundamental para la independencia de los Estados Unidos.
Desertó del ejército español en 1783 y se fue a Norteamérica, vinculándose allí con destacados personajes. Siguió a Europa, donde sería testigo y partícipe ejemplar en el cambio trascendente de la historia. En 1784 llegó a Londres, donde desarrolló una intensa actividad social y política. Contaba con suficientes aptitudes y méritos para representar en distinguida forma la tierra de la cual provenía, y concebir allí la futura República que aspiraba formar.  
En Londres observó la política, habló con los reformadores irlandeses, se pronunció en contra de la trata de esclavos, presentó ante el gobierno el tema hispanoamericano. El conflicto entre España e Inglaterra por la creación de establecimientos comerciales en Nootka, Cuadra y Vaancover, implicó la amenaza de una guerra. El primer ministro William Pitt llamó entonces a Miranda para evaluar sus planes revolucionarios en las colonias españolas en América.  
En sus informes al gobierno inglés, Miranda describió la situación de América sujeta a “la opresión infame” y a la “rapacidad increíble”. Era necesario el apoyo británico para alcanzar la independencia a cambio de compensaciones en el vasto comercio de América, la apertura del canal en Panamá para “el comercio de la China y del mar del Sur”, idea presagiadora del futuro.  
La estructuración de instituciones permanentes (un Inca y el senado vitalicio) junto a las electivas (censores quinquenales y cámara de comunes), equilibraban en sus planes la firmeza de la monarquía con la alternabilidad de la democracia. Pitt no materializó el esperado apoyo tal  como lo urgía Miranda. Se reunirían nuevamente, aún alentaba a Miranda que los sucesos en las naciones europeas auspiciaran la libertad de América.  
Pitt faltó a sus promesas y Miranda reclamó. Era una relación política difícil de avances y de retrocesos, en la cual supo exigir el Precursor al gobierno inglés “los principios de la justicia, de la equidad y el honor…; el bien de sus semejantes, la felicidad y la prosperidad de la patria”.
Exigió apoyo con dignidad, sin comprometer la independencia, la soberanía, la autodeterminación de su país, asegurando el derecho a su gobierno propio, “al no haber renunciado un solo instante a los principios políticos y morales”, como lo hicieron otros en desmedro de los legítimos e irrenunciables derechos de Venezuela.  
Hace 201 años, perdida la República, Miranda señaló que “… esta indolencia es criminal, ella se resiente de los síntomas de nuestro antiguo sistema y es menester desterrarla para siempre de una sociedad de hombres que han jurado tantas veces ser libres o morir.
Nadie, nadie, nadie debe dejar a cargo de otro el deber sagrado…”, el deber sagrado de la patria, para que sea libre.
Jose Felix Diaz Bermudez
jfd599@gmail.com

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sábado, 25 de febrero de 2012

«MÁS LIBERAL QUE LIBERTADOR», EL ESPECIALISTA EN PENSAMIENTO IBEROAMERICANO XAVIER REYES MATHEUS PUBLICA SOBRE FRANCISCO DE MIRANDA. DIARIO ABC.

«VENEZUELA VA DIRECTA A SU AFRICANIZACIÓN»
El especialista en pensamiento iberoamericano Xavier Reyes Matheus publica «Más liberal que libertador», sobre Francisco de Miranda
FERNANDA MUSLERA / MADRID
Francisco de Miranda (1750-1816) fue un hombre con una vida excepcional pero con muy mala prensa. Conocido como «el americano más universal», el general venezolano participó de la independencia de Estados Unidos, la Revolución Francesa y las Guerras de Independencia Hispanoamericanas, y se codeó con figuras como George Washington, Catalina la Grande y Napoleón Bonaparte.
Sin embargo, la historia se ha ensañado en colocarlo a la sombra de Simón Bolívar, quien lo acusó de traición cuando Miranda capituló ante las fuerzas realistas, a pesar de que el mismo Bolívar tuviera responsabilidad en la pérdida de la república por la derrota de Puerto Cabello. En este contexto, el escritor y especialista en pensamiento iberoamericano Xavier Reyes Matheus rescata la figura de Miranda en su libro «Más liberal que libertador» (Editorial Gota-Gota), en el que se aleja de la mirada subordinada a Bolívar y se centra en el ideario de democracia y libertad del general venezolano.
- ¿Por qué cree que la figura de Francisco de Miranda es tan poco conocida?
- Desde hace 150 años la jerarquía patriótica americana está presidida por Simón Bolívar, quien acuñó muchas de las ideas de Miranda pero enfocadas de forma diferente. La figura de Francisco de Miranda es conflictiva porque Bolívar lo traicionó entregándolo a sus enemigos y por razones ideológicas.
- ¿Qué semejanzas y diferencias hay entre Chávez y Bolívar?
- Bolívar sentó las bases del personalismo y del presidencialismo autoritario en América Latina y eso ha hecho que los presidentes de Venezuela y demás países que estuvieron bajo la órbita de su ideología, independientemente de la tendencia política, invocaran esta autoridad para afianzar un perfil caudillista. Chávez piensa que es un avatar de Bolívar y toma de éste la idea de que el presidente debe ser perpetuo. Pero la diferencia sustancial entre uno y otro es que Bolívar se veía a si mismo como el caudillo del orden, en cambio Chávez es el garante del caos social, alguien que fomenta la fractura de la sociedad y apuesta por un modelo de país mantenido por el delito, el narcotráfico, la corrupción y la impunidad. Chávez es el caudillo del vicio, que está llevando el país a un sistema mafioso. Lejos del modelo occidental que previó Miranda, Venezuela va directo hacia su africanización.
- ¿Qué diría Miranda del gobierno de Chávez? ¿Qué contrastes encuentra entre ambos momentos históricos?
- Chávez ha querido hacer ver a Miranda como a un revolucionario movido por un interés anti imperialista y nada más lejos de eso. Miranda fue a las revoluciones norteamericana y francesa en calidad de filósofo político, porque estaba interesado en comparar los sistemas de gobierno y en ver cuál era el mejor para América Latina. Pero queda muy desencantado del proceso revolucionario francés y llega a la conclusión de que a Hispanoamérica le conviene un sistema basado en el estado de derecho, la división de poderes, las instituciones liberales y la prosperidad a través de su inserción en el comercio internacional.
- ¿Hacia a dónde avanza América Latina?
- Las instituciones en América Latina están deterioradas. No se ha conseguido el desarrollo económico, ni se han logrado garantizar las libertades civiles y políticas. Se ha instalado una mentalidad caudillista, incluso en los gobiernos democráticos. Los partidos políticos se han manejado de una manera muy poco transparente que no ha convenido al desarrollo de la sociedad civil, que necesita fortalecerse. Chile, Colombia e incluso Perú están mostrando progresos interesantes y Costa Rica siempre ha sido un caso emblemático. Pero los países que involucionan son los que están tomados por el socialismo del siglo XXI como Venezuela, Ecuador y Bolivia.
http://www.abc.es/20100617/cultura-libros/entrevista-xavier-reyes-201006171330.html
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