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miércoles, 4 de febrero de 2015

AMÉRICO GOLLO CHÁVEZ, DE LA SOBERBIA Y SUS COLUMNAS

Para la teología cristiana, la soberbia es el más perverso de todos los pecados capitales, vale decir aquellos que se "hacen" desde la cabeza, que son producto de una supravaloración de sí  mismo, de quien la padece. Yo por encima de todos.
Un buen soberbio es un muy buen ególatra, vale decir, su adoración a sí mismo está por encima de todo. Para mí, es la primera enfermedad del poder sin gloria, del poder de la ignorancia, y la soberbia tiene en la ignorancia su más sabio aliado y satánica fuente.
Como dije antes, la relación entre la soberbia y la ignorancia no es recíproca, la soberbia del soberbio es directamente (exponencialmente sería mejor) proporcional a su ignorancia. El inverso no es cierto, vale decir, no es demostrable que a mayor ignorancia mayor soberbia, lo que sí es inexorablemente cierto que la soberbia se nutre de la ignorancia y jamás del saber, del conocimiento.
Un buen soberbio teme a la verdad, de tal manera que ella es su peor enemigo y ello deriva de la cualidad de la verdad, conocer la verdad nos hace libres. La verdad que nos incluye para conocernos a nosotros mismos. La sentencia de Sócrates, "solo se que no se nada", siendo él, suena como soberbia, pero por ser él es un reconocimiento a sus propios límites. Cuán lejos estuvo del conocimiento que nació de la matemática, de la astronomía, de la física, etc., de los presocráticos. 
Si bien la soberbia es una enfermedad típica del dictador, del terrorista, también funciona en casa, quiero decir en las casas de quienes casa tienen. Allí también se impone la fuerza, normalmente, por encima de la razón, y la fuerza es la otra pata del soberbio. Un soberbio sin fuerza es un follón asqueroso, pero no poderoso. La soberbia sostenida por dos de sus patas, puede tener más, como veremos... La fuerza y la ignorancia. Anotemos el otro sostén, el mas grave y dañino, mas perverso, el    s o b e r b i o  no ama, a nadie ni así mismo. El soberbio es ególatra, pero egolatría no es amor a si mismo, es adoración y fundamentalismo de su propia mismidad, es su mismidad. Es mas aún, es odio al otro, a quien querría enterrar para ni siquiera oler su olor, porque en lo sustancial, en la verdad a secas, el soberbio tampoco se ama a sí mismo. Vive del odio y de la venganza que, en el otro ejerce,  de sus propias frustraciones. La cuarta pata, es el miedo. El soberbio que teme a la verdad, tema a quien la descubre, difunde, comparte. El señor Maduro es la inmensidad de la soberbia y padece de la soberbia inmensa. Su padre putativo disfrutó de la misma enfermedad, lo que es verdaderamente la soberbia, una enfermedad. La quinta pata del soberbio, es el sadismo. Es feliz cuando daña, difama, hace mal al otro y en ese mal, puede incluir la muerte... Ah! pero Pastrana le dio una "soberbia" lección a Maduro
UNA NOTA FINAL, yo trato de conocerme a mí mismo, un paso bueno...pero quizá tenga miedo a descubrir que (quizá = quien sabe si soy)  sea soberbio. Pido a todos, mis hijos... mis amigos que me ayuden a conocerme a mi mismo...a ti más que a nadie si llegaste a leer este texto  y das un breve tiempo a la complejidad de tus afanes.
Americo Dario Gollo Chávez
americod@gmail.com
@americogollo

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jueves, 15 de agosto de 2013

EDILIO PEÑA, LA FARÁNDULA Y EL PODER


La farándula y el poder están vinculados al protagonismo excesivo del ego.  Pareciera uno sinónimo del otro. Ambos luchan por preservarse en la palestra pública.  La persona que hace suya la farándula o el poder, cree ser el centro del universo. La estrella única y más luminosa. Supone que la sociedad toda debe estar pendiente de su destino. Mas, trata de no socializar directamente para crear el mito de ser inalcanzable, de dueño absoluto de sí. 

Así, el destino también es concebido como una determinante de su egolatría, de nadie más. Por eso, a quien encarna un rol supremo en la farándula o el poder, le resultan intolerables las críticas. El chisme y los rumores agobian sus noches. Los medios de comunicación  al exponerlos, hacen de su intimidad el tema más importante de la vida social. Cuidan celosamente su vida privada con guardaespaldas y sistemas electrónicos de seguridad, pero con la ventana abierta al voyeur y a los paparazzi; fotografían y filman sus propios secretos, sobre todo aquellos que orillan en la impudicia o el escándalo. Y como cosa extraña y curiosa, extravían las cámaras de su memoria, para que algún furtivo intruso se apodere inexplicablemente de ellas.

La farándula y el poder hacen también de la desventura un derroche de información y fastuosidad delirante. La enfermedad y la muerte de Hugo Chávez, fueron más significativas y prioritarias -en atención médica y socorro económico por parte del Estado venezolano-, que las de cualquier otro ciudadano de nuestro país. Oficialistas y opositores, se desvelaron por negar, o aseverar, el indefectible ocaso del caudillo de Sabaneta. 

Sin embargo, hay una diferencia sustantiva entre una figura de la farándula y la de un poderoso del Estado. La primera, es conducida por la frivolidad; y la segunda, por la política maniatada, que sólo gusta del murmullo de los mudos y amordazados. 

Ambas egolatrías pueden conquistar la cima de la visibilidad y de la incandescencia pública, por parecidos caminos, hasta que el mismo poder los corone por igual; por esta razón, Ronald Reagan llegó al poder, y gobernó al país más poderoso de la Tierra. El público en un concierto de rock es una masa histérica dispuesta a tomar el escenario donde canta la estrella. El público en el mitin de un dictador, deriva hacia el mismo comportamiento, pero jamás se le ocurriría -ni se lo permitirían-, asaltar el escenario donde grita histéricamente el dictador.

En la democracia progresa la frivolidad. La paz que asegura, facilita tal relajación psíquica y emocional, que la persona puede permitirse la banalidad como forma de existir. La apariencia instala su imagen más allá de los espejos. 

Cuando sobreviene la crisis política, que afecta profunda y estructuralmente a la democracia, la persona, por lo general, está tan ocupada en su mezquina vanidad, que no logra advertirla, y mucho menos, avizorarla a tiempo para neutralizarla. En el Berlín de los años veinte, la frivolidad, a través de la farándula, se apoderó de la sociedad de la época,  como un subyugante espectro. La nocturnidad ebria buscaba olvidar la I Guerra Mundial, y en ese proceso anestésico quiso escapar de la derrota y  de la crisis económica, sin percatarse que un soldado, sobreviviente de esa guerra funesta -donde Alemania había sido humillada firmando una rendición que le negaba todas las posibilidades políticas-, y a quien le habían enceguecido la mirada con gas mostaza, se había propuesto ascender al poder con un proyecto totalitario nunca antes conocido por la humanidad.

La fundación de la democracia venezolana coincide con la llegada de la televisión. Esta última significó el instrumento más expedito para trazar la conducta política y emocional del venezolano. En cuarenta años de democracia representativa, el venezolano fue un espectador de televisión y no un participante político. Reverenció las telenovelas y la caricatura que hacían de él,  los artistas de la televisión. La banalidad ocultó su desgracia. Esa conducta de prioridad equívoca o desequilibrada, sería funesta a la hora de impedir la toma del poder por parte de un militar, quien aprovechó esa misma televisión para coronar como una impronta, su proyecto político. Es un hecho, quien no salga en la televisión no puede ser nadie. En las últimas elecciones presidenciales, se pudo notar cómo la farándula, que había sido visible y protagónica en la democracia venezolana, buscaba regresar de nuevo a la palestra pública, apoyada entre el llanto y la depresión del exilio, a través de la toma del poder del candidato de la oposición. En cambio, el candidato del gobierno, compraba una parte de esa misma farándula sin ética ni conciencia política, para su campaña desbordada de impudicia, con el fin de seguir instalando un proyecto totalitario en Venezuela, en el cual el dictador ha de seguir siendo la figura protagónica más importante de la sociedad.

edilio2@yahho.com
@edilio_p



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lunes, 16 de julio de 2012

ARGELIA RÍOS, A MÁS PAJA, MÁS CAPRILES

Sobra señalar que el primer éxito del candidato de la Unidad es, precisamente, haber logrado la banalización del atributo principal de su rival. Señalado con sorna por su evidente inhabilidad ante los micrófonos, Capriles ha sumado, sin embargo, un punto en su score: desnudar la fatiga del país ante una narrativa presidencial que privilegia las épicas gloriosas del pasado, a partir de las cuales Chávez se reverencia a sí mismo como prócer patriótico

Una imagen vale más que mil palabras. Así reza el dicho y así queda comprobado en la contundente secuencia de retratos que cada día va produciendo la campaña electoral. Muy a pesar de la enfervorizada facundia del comandante -terreno en el cual se encumbra sin aprietos-, no son sus discursos los que hoy despuntan en las estampas de esta contienda donde la palabra ha perdido entidad. Sometida al desgarre causado por el desmedido manoseo a la que ha sido sometida, la retórica política de los tiempos que hoy corren ya no parece dominada por las subyugantes grandilocuencias de Chávez. Excluidas de la competencia, a ellas se le enfrenta el potente metamensaje implícito en las centelleantes movilizaciones de Capriles, a quien la calle está respondiendo con curioso interés, convertida en interlocutor activo de un modo de comunicación desprovisto de veleidades heroicas.

Sobra señalar que el primer éxito del candidato de la Unidad es, precisamente, haber logrado la banalización del atributo principal de su rival. Señalado con sorna por su evidente inhabilidad ante los micrófonos, Capriles ha sumado, sin embargo, un punto en su score: desnudar la fatiga del país ante una narrativa presidencial que privilegia las épicas gloriosas del pasado, a partir de las cuales Chávez se reverencia a sí mismo como prócer patriótico, cuando no como efigie religiosa tallada para los altares de su cofradía... El acierto salta a la vista a través de la agitada reacción del jefe revolucionario, cuyas pulsiones -atravesadas por el temor a su enigmático contrincante-, lo han obligado a eyectarse de su cama de convaleciente, para ir a la búsqueda de lo que el muy lacónico Capriles le ha arrebatado: la calle y el dominio de la agenda pública.

No obstante, aunque ahora el Presidente se ponga en pie para tratar de neutralizar el efecto contagioso de las movilizaciones de su retador, hay algo que no podrá conseguir con facilidad: mantener bajo control su envalentonada egolatría, madre biológica de las frangolladas que Capriles ha expuesto en las vitrinas populares... Lo que desde ellas se observa es la superficialidad de la ridícula retórica chavista, concebida para trivializar los problemas grandes de la gente corriente, apelando a la priorización de desafíos pseudohistóricos, que solo han servido para el envanecimiento personal de quien se cree el nuevo libertador... El punto queda claro: Chávez se encuentra en un dilema sin solución. Necesita reencontrarse con la calle, pero mientras más lo haga, más podrá constatar el país las insolvencias que disfraza con sus pajonales patrióticos... Una paradoja del tipo "catch22"... A más calle, más paja. Y a más paja, más Capriles.

Argelia.rios@gmail.com

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