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domingo, 13 de septiembre de 2015

ALBERTO BENEGAS LYNCH (H), LA DIMENSIÓN ÉTICA DEL LIBERALISMO,

El término  más empleado es “capitalismo” pero personalmente prefiero el de “liberalismo” puesto que el primero remite a lo material, al capital, aunque hay quienes derivan la expresión de caput, es decir, de mente y de creatividad en todos los órdenes. Por otro lado, la aparición de esta palabra fue debida a Marx quien es el responsable del bautismo correspondiente, lo cual no me parece especialmente atractivo. De todas maneras, en la literatura corriente y en la especializada los dos vocablos se usan como sinónimos y, por ende, de modo indistinto (incluso en el mundo anglosajón -especialmente en Estados Unidos- se recurre con mucho más frecuencia a capitalismo ya que, con el tiempo, liberalismo adquirió la significación opuesta a la original aunque los maestros de esa tradición del pensamiento la siguen utilizando, algunas veces con la aclaración de “in the classic sense, not in the american corrupted sense”).

La moral alude a lo prescriptivo y no a lo descriptivo, a lo que debe ser y no a lo que es. Si bien es una noción evolutiva como todo conocimiento humano, deriva de que la experiencia muestra que no es conducente para la cooperación social y la supervivencia de la especie que unos se estén matando a otros, que se estén robando, haciendo trampas y fraudes, incumpliendo la palabra empeñada y demás valores y principios que hacen a la sociedad civilizada. Incluso los relativistas éticos o los nihilistas morales se molestan cuando a ellos los asaltan o violan. La antedicha evolución procede del mismo modo en que lo hace el lenguaje y tantos otros fenómenos en el ámbito social.
El liberalismo abarca todos los aspectos del hombre que hacen a las relaciones sociales puesto que alude a la libertad como su condición distintiva y como pilar fundamental de su dignidad. No se refiere a lo intraindividual que es otro aspecto crucial de la vida humana reservada al fuero íntimo, hace alusión a lo interindivudual que se concreta en el respeto recíproco. Robert Nozick define muy bien lo dicho en su obra titulada Invariances. The Structure of the Objective World (Harvard University Press, 2001, p. 282) cuando escribe que “Todo lo que la sociedad debe  demandar coercitivamente es la adhesión a la ética del respeto. Los otros aspectos deben ser materia de la decisión individual”.
Todos los ingenieros sociales que pretenden manipular vidas y haciendas ajenas en el contexto de una arrogancia superlativa deberían repasar la definición de Nozick una y otra vez. Recordemos también que el último libro de Friedrich Hayek se titula La arrogancia fatal. Los errores del socialismo (Madrid, Unión Editorial, 1992) donde reitera que el conocimiento está disperso entre millones de personas y que inexorablemente se concentra ignorancia cuando los aparatos estatales se arrogan la pretensión de “planificar” aquello que se encuentre fuera de la órbita de la estricta protección a los derechos de las personas.
Además hay un asunto de suma importancia respecto a la llamada planificación gubernamental y es la formidable contribución de Ludwig von Mises de hace más de ochenta años que está referida al insalvable problema del cálculo económico en  el sistema socialista (“Economic Calculation in the Socialist Commonwealth”, Kelley Publisher, 1929/1954). Esto significa que si no hay propiedad no hay precios y, por ende, no hay contabilidad ni evaluación de proyectos lo cual quiere a su vez decir que no hay tal cosa como “economía socialista”, es simplemente un sistema impuesto por la fuerza. Y esta contribución es aplicable a un sistema intervencionista: en la medida de la intervención se afecta la propiedad y, consiguientemente, los precios se desdibujan lo cual desfigura el cálculo económico.
El derecho de propiedad está estrechamente vinculado a la ética del liberalismo puesto que se traduce en primer término en el uso y disposición de la propia mente y del propio cuerpo y, luego, al uso y la disposición de lo adquirido lícitamente, es decir, del fruto del trabajo propio o de las personas que voluntariamente lo han donado. Esto implica la libertad de expresar el propio pensamiento, el derecho de reunión, el del debido proceso, el de peticionar, el de profesar la religión o no religión que se desee, el de elegir autoridades, todo en un ámbito de igualdad ante la ley.
Además, como los recursos son escasos en relación a las necesidades la forma en que se aprovechen es que sean administrados por quienes obtienen apoyo de sus semejantes debido a que, a sus juicios, atienden de la mejor manera sus demandas y los que no dan en la tecla deben incurrir en quebrantos como señales necesarias para asignar recursos de modo productivo. Todo lo cual en un contexto de normas y marcos institucionales que garanticen los derechos de todos.
Los derechos de propiedad incluyen el de intercambiarlos libremente que es lo mismo que aludir al mercado en un clima de competencia, es decir, una situación en la que no hay restricciones gubernamentales a la libre entrada para ofrecer bienes y servicios de todo tipo. A su vez, el respeto a la propiedad se vincula a la Justicia al efecto de “dar a cada uno lo suyo”. En resumen, lo consignado en las Constituciones liberales: el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad.
La solidaridad y la caridad son por definición realizadas allí donde tiene vigencia el derecho de propiedad, puesto que entregar lo que no le pertenece a quien entrega no es en modo alguno una manifestación de caridad ni de solidaridad.
En sociedades abiertas el interés personal coincide con el interés general ya que éste quiere decir que cada uno puede perseguir sus intereses particulares siempre y cuando no se lesionen iguales derechos de terceros. En sociedades abiertas,  se protege el individualismo lo cual es equivalente a preservar las autonomías individuales y las relaciones entre las personas, precisamente lo que es bloqueado por las distintas variantes de socialismos que apuntan a sistemas alambrados y autárquicos.
Es que las fuerzas socialistas siempre significan el recurrir a la violencia institucionalizada para diseñar sociedades, a contramano de lo que prefiere la gente en libertad. De la idea original de contar con un  gobierno para garantizar derechos anteriores y superiores a su establecimiento se ha pasado a un Leviatán que atropella derechos en base a supuestas sabidurías de burócratas que no pueden resistir la tentación de fabricar el hombre nuevo en base a sus elucubraciones.
Desafortunadamente, no se trata solo de socialistas sino de los denominados conservadores que apuntan a gobernar sustentados en base a procedimientos del todo incompatibles con el respeto recíproco diseñados por estatistas que les han corrido el eje del debate y los acompleja encarar el fondo de los problemas al efecto de revertir aquellas políticas. No hace falta más que observar las propuestas de las llamadas oposiciones en diversos países para verificar lo infiltrada de estatismo que se encuentran las ideas. Se necesita un gran esfuerzo educativo para explicar las enormes ventajas de una sociedad abierta, no solo desde el punto de vista de la elemental consideración a la dignidad de las personas sino desde la perspectiva de su eficiencia para mejorar las condiciones de vida de todos, muy especialmente de los más necesitados.
Lo que antaño era democracia ha mutado en dictaduras electas en una carrera desenfrenada por ver quien le mete más la mano en el bolsillo al prójimo. Profesionales de la política que se enriquecen del poder y que compiten para la ejecución de sus planes siempre dirigidos a la imposición de medidas “para el bien de los demás”, falacia que ya fue nuevamente refutada por el Public Choice de James Buchanan y Gordon Tullock, entre otros. Por no prestar debida atención a estas refutaciones es que Fréderic Bastiat ha consignado que “el Estado es la ficción por la que todos pretenden vivir a expensas de todos los demás” (en “El Estado”, Journal des débats, septiembre 25, 1848). Es que cuando se dice que el aparato estatal debe hacer tal o cual cosa no se tiene en cuenta que es el vecino que lo hace por la fuerza ya que ningún gobernante sufraga esas actividades de su propio peculio.
Todas las manifestaciones culturales tan apreciadas en países que han superado lo puramente animal: libros, teatro, poesía, escultura, cine y música están vinculadas al espíritu de libertad y a las facilidades materiales. No tiene sentido declamar sobre “lo sublime” mientras se ataca la sociedad abierta, sea por parte de quien la juega de intelectual y luego pide jugosos aumentos en sus emolumentos o sea desde el púlpito de iglesias que despotrican contra el mercado y luego piden en la colecta y donaciones varias para adquirir lo que necesitan en el mercado.
En resumen,  la ética del liberalismo consiste en el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros, esto es, dejar en paz a la gente y no afectar su autoestima para que cada uno pueda seguir su camino asumiendo sus responsabilidades y no tener la petulancia de la omnisciencia aniquilando en el proceso el derecho, la libertad y la justicia con lo que se anula la posibilidad de progresar en cualquier sentido que fuere.
Alberto Benegas Lynch
lyp@libertadyprogreso.org
@liberyprogre.

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sábado, 28 de diciembre de 2013

ALBERTO BENEGAS LYNCH (H), LA IDEA DE PROGRESO EN WARREN NUTTER,

Hay mucha bibliografía sobre el concepto de progreso, pero el ensayo del profesor Nutter es de especial interés. Un trabajo publicado por Liberty Fund titulado "Economic Welfare and Welfare Economics" incluido una recopilación de varios otros de sus escritos en el libro Political Economy and Freedom editada por la mencionada Fundación, en 1983.

Warren Nutter fue condiscípulo de James Buchanan en la Universidad de Chicago donde obtuvo su doctorado en economía. Posteriormente fue profesor en la Universidad de Yale y finalmente en la Universidad de Virginia donde dirigió el Departamento de Economía.

En el ensayo de referencia, el autor se lamenta por el hecho de que la expresión progreso se utilice muy poco entre los economistas para reemplazarla por desarrollo “que significa más de lo mismo”. Un tumor se desarrolla, sin embargo el progreso alude a un futuro abierto. Por eso es que los planificadores de vidas y haciendas del prójimo reiteran el uso de la palabra desarrollo y pretenden planificar las “variables” conocidas, en cambio eluden el término progreso ya que, por definición, no es posible planificar lo que no se sabe en que consiste.

Estas reflexiones no se circunscriben a lo semántico, sino que se refieren a conceptos clave. El progreso no se limita al crecimiento de lo existente sino a la aparición de fenómenos nuevos imposibles de preveer. Por ese motivo es que los burócratas internacionales y los megalómanos locales no previeron los adelantos mas relevantes de la humanidad, mucho más ajustados han sido los pronósticos de los escritores de ciencia ficción que las ampulosas Comisiones de “expertos” (recuerdo el magnífico título de un libro de Ángel Prieto: Organismos internacionales, expertos y otras plagas de este siglo).

Progreso remite a un proceso en evolución basado en las preferencias de la gente en el mercado abierto. Implica un proceso competitivo en el que el conocimiento está disperso y fraccionado entre millones de personas, coordinado por el sistema de precios. En este sentido repito el ejemplo que utiliza John Stossel para ilustrar lo dicho. Nos invita a pensar en un trozo de carne envuelto en celofán en la góndola del supermercado a partir de lo cual sugiere que imaginemos el largo y complejo proceso en regresión. Los agrimensores, los alambrados con todos los proveedores y empresas en sentido horizontal y vertical y los postes con las talas y los extensos períodos para la plantación y crecimiento de la arboleda. La maquinaria para la siembra directa, los fertilizantes y plaguicidas. Las cosechadoras, las pasturas, el ganado, los molinos y las aguadas, la contratación de peones, los caballos, montura y riendas todo en el contexto de miles y miles de arreglos contractuales. Nadie en el spot está pensando en el mencionado trozo de carne, ni en el celofán ni en el supermercado, están concentrados en sus faenas específicas, sin embargo el producto finalmente está al alcance de los consumidores finales.

Este proceso se debe a los mercados libres, pero cuando irrumpen los planificadores de los aparatos estatales bajo el pretexto que “no puede dejarse el asunto a la anarquía del mercado” todo se distorsiona y aparecen los faltantes y los desajustes. Los planificadores del desarrollo no pueden concebir el progreso.

No solo eso ocurre con el consabido estatismo, sino que en la media de las intervenciones, como queda dicho, los precios no reflejan las estructuras valorativas con lo que se convierten en números carentes de significado, razón por la cual se dificulta la contabilidad, la evaluación de proyectos y el cálculo económico en general. Esto naturalmente consume capital con lo que los salarios e ingresos en términos reales se reducen.

Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de América (EE.UU.) el 26 de diciembre de 2013.

Alberto Benegas Lynch (h) es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.


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domingo, 3 de noviembre de 2013

ALBERTO BENEGAS LYNCH (H), "SERÉIS COMO DIOSES"

Esta sentencia bíblica contiene gran sabiduría puesto que prácticamente todos nuestros problemas derivan de una colosal presunción del conocimiento que se traduce en una formidable arrogancia y petulancia superlativa.
Hay demasiado economistas anti-economía cuya misión consiste en manipular las vidas y haciendas ajenas sea directamente a través de esa absurda repartición denominada “ministerio de economía” o indirectamente a través de consejos a los dictadores de turno (electos o de facto). Son incapaces de comprender la propia ignorancia respecto de las preferencias del prójimo recién reveladas con la acción, lo cual se extiende a sus mismas preferencias imposibles de pronosticar a ciencia cierta puesto que las agendas se modifican a medida que se modifican las circunstancias. Apenas pueden con ellos mismos (igual que el resto de los mortales) pero pretenden manejar los deseos y prioridades de millones de personas con lo que naturalmente producen todo tipo de desbarajustes.
El mercado es un proceso en el que actúan infinidad de personas, cada uno persiguiendo su interés personal contribuyen a las coordinaciones más complejas e intrincadas imposibles de ser administradas por mentes planificadoras puesto que no solo no existe el conocimiento concentrado sino que está siempre fraccionado y disperso en las personas en el spot, sino que, como queda dicho, los datos no se encuentran disponibles antes de que se lleve a cabo la acción correspondiente.
Antes he ilustrado, el proceso de coordinación con lo dicho por John Stossel quien nos invita a pensar en regresión la cadena productiva de un trozo de carne envuelto en celofán en el supermercado. Los agrimensores que miden campos, los alambrados, los postes con las forestaciones y talas, las cosechadoras, los pesticidas y fertilizantes, los caballos y las monturas y riendas todo imaginado con las múltiples empresas en sentido vertical y horizontal (cartas de crédito, transportes, asuntos laborales, administrativos y financieros), la construcción de mangas y aguadas, el ganado, los fardos, los galpones y tantas otras tareas y labores sin que nadie hasta el final de proceso esté pensando en el trozo de carne ni en la consiguiente fabricación y distribución del celofán y el propio manejo del supermercado. Sin embargo, vía los precios como señales de mercado la coordinación se lleva a cabo sin que haya un burócrata que intervenga y cuando lo hace todo el proceso se desmorona.
Tal como ha señalado Warren Nutter, por eso es tan atractiva la palabra “progreso” en oposición a “desarrollo” tan cara a los funcionarios estatales puesto que no puede planificarse el progreso, es decir, lo desconocido, sin embargo el desarrollo es más de lo mismo (como un tumor que se desarrolla). No hay más que leer los trabajos de los Raúl Prebisch de este planeta para comprobar el aserto.
Es típico de las mentes liliputenses el pretender jugar a Dios y muchas veces incluso ser más que Dios puesto que en este caso está presente el libre albedrío para hacer el bien o el mal, sin embargo muchos burócratas obligan a seguir ciertos caminos “para bien de la humanidad” y castigan a los que se apartan de sus decisiones inapelables.
Más aún, hay quienes pretenden establecer nuevos paradigmas forzosos al efecto de rediseñar la naturaleza del hombre (introducir un así denominado “hombre nuevo”) y anular las nociones tradicionales del bien y el mal. Por ejemplo, el caso del seguidor freudiano y destacado psiquiatra canadiense George Brock Chisholm (convertido en médico-general del ejército durante la Segunda Guerra Mundial), luego Secretario General de la Organización Mundial de la Salud, muerto en 1971, en su trabajo titulado “The Re-Establishment of a Space-Time Society” (publicado en la revista académica Psychiatry) aconseja “la erradicación del concepto de bien y de mal” al efecto de “liberarse de estas cadenas morales”. Es el fenómeno tan difundido bajo muy diversos ropajes que Jorge Bosch ha descripto tan ajustadamente en su libro Cultura y contracultura.
Es paradójico pero buena parte de los predicadores religiosos, en lugar de comprender el valor de la libertad y de que cada uno debe asumir su responsabilidad por el camino que elije y que la fuerza no debe emplearse a menos que se lesiones derechos de terceros,  insisten en que los aparatos estatales deben imponer políticas como la guillotina horizontal del igualitarismo. Es en este contexto que también puede situarse lo escrito en Violencia y libertad por Víctor Massuh, quien fuera mi muy apreciado amigo: “Los inflexibles creyentes en paraísos terrenales son los que, por lo general, han dejado mayor cantidad de cadáveres en el camino […] El hombre apocalíptico se siente el brazo armado de la moral y está sacudido por estertores punitivos” ya que como antes había apuntado, estos sujetos destrozan al hombre concreto con la pretensión de salvar a la humanidad.
No hay mayor ignorancia (y más nociva) que el desconocimiento de la propia ignorancia. En la noción del derecho se observa el mismo fenómeno: en la respectiva Facultad egresan estudiantes de las normas positivas que pueden recitar leyes y sus respectivos incisos y párrafos pero no son abogados propiamente dichos puesto que no conocen el fundamento extramuros de la norma. No comprenden que el derecho es un proceso de descubrimiento y no de diseño, no aceptan que las normas de convivencia no son inventadas por una mente sino que se descubren en un proceso de prueba y error en fallos en competencia, tal como se concibe en el common law. No se entiende que el origen del llamado Poder Legislativo era para administrar las finanzas del emperador o del rey y solicitar los impuestos correspondientes, a contracorriente de lo que se piensa hoy en cuanto a que pueden fabricar cualquier ley en cualquier sentido por más que sea incompatible con el derecho. Por eso es que tal vez resulte más apropiada referirse al Poder Administrador y no al “Legislativo”.
Bruno Leoni en La libertad y la ley señala que “De hecho la importancia creciente de la legislación en la mayor parte de los sistemas legales en el mundo contemporáneo es, posiblemente, el acontecimiento más chocante de nuestra era […] La legislación aparece hoy como un expediente rápido para remediar todo mal y todo inconveniente, en contraste con las resoluciones judiciales, la resolución de disputas a través de árbitros privados, convenciones, costumbres y modos similares de acuerdos espontáneos por parte de los individuos […] Si uno valora la libertad individual para decidir y actuar, uno no puede eludir la conclusión de que debe haber algo malo en todo el sistema”.
Los integrantes de la Escuela Escocesa en el siglo XVIII, Adam Smith, Ferguson y Hume primero, y el premio Nobel en economía Friedrich Hayek después mostraron los graves errores de los ingenieros sociales y el reiterado intento fallido de organizar sociedades en lugar de permitir el funcionamiento de la energía creativa en procesos espontáneos y abiertos. Los referidos pensadores escoceses primero y la tradición hayekiana después, no apuntan a cambiar la naturaleza del ser humano sino que la describen y así concluyen que cada uno, al seguir su interés personal, sin lesionar derechos de terceros, contribuye a formar un orden que ninguna mente individual puede abarcar y mucho menos dirigir y que, como una consecuencia no buscada, beneficia a los demás en el contexto de la división del trabajo que ese orden permite establecer.
Los que aluden a la “anarquía del mercado” en un sentido peyorativo no son capaces de interpretar el significado y la trascendencia de los procesos espontáneos que no surgen por arte de magia sino debidos a las millones y millones de contribuciones de personas que no se conocen entre si ni tampoco buscan el bienestar ajeno pero lo logran como consecuencia del referido orden. Los que pretenden ser irónicos con el mercado o “la mano invisible” smithiana no pueden concebir que algo tenga lugar sin la participación deliberada de lo que en definitiva son megalómanos que en verdad arruinan y descompaginan todo a su paso.
En algunas ocasiones se ha trazado un paralelo entre la evolución biológica y la cultural por lo que se llega a la atrabiliaria noción de “darwinismo social”. La evolución biológica selecciona especies y las de mayor aptitud eliminan a las de menor capacidad, mientras que en la evolución cultural se seleccionan normas y los más fuertes transmiten su fortaleza a los más débiles debido a las tasas de capitalización que permiten incrementar salarios. Darwin, vía su abuelo, tomó la idea evolutiva de Bernard Mandeville quien desarrolló los primeros pasos de la evolución cultural pero una extrapolación lisa y llana de un campo a otro es inadmisible por los gruesos errores que significa.
Conviene a esta altura señalar que la evolución en libertad es condición necesaria para el progreso moral y material más no es condición suficiente, a pesar de los optimistas como Joseph Priestley y Richard Pierce que en el siglo XVIII sostuvieron que dadas aquellas condiciones el resto se daría por añadidura. Sin embargo, es perfectamente concebible que pueda ocurrir una degradación en gran escala si no se cuida la estructura axiológica. Por ejemplo, si la gente decidiera drogarse hasta perder el conocimiento, la involución es segura por más que los marcos institucionales aseguren climas de libertad.
Es pertinente cerrar esta nota con una cita del antes mencionado Hayek en su muy recomendable y sustancial ensayo titulado “El uso del conocimiento en la sociedad”, en el sentido de que si el mercado “fuera el resultado de la invención humana deliberada, y si la gente guiada por los cambios de precios comprendiera que sus decisiones tienen trascendencia mucho más allá de su objetivo inmediato, este mecanismo hubiera sido aclamado como uno de los mayores triunfos del intelecto humano […] Pero aquellos que claman por una ´dirección consciente´ no pueden creer que algo ha evolucionado sin ser diseñado” del mismo modo que ha ocurrido con procesos clave como el del lenguaje que no es fruto de planificación alguna y por eso es que los diccionarios son libros de historia, en verdad un ex post facto.
Alberto Benegas Lynch (h) es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.

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jueves, 31 de octubre de 2013

ALBERTO BENEGAS LYNCH (H), EL VALOR DE LA CRÍTICA.

Hay megalómanos que estiman que pueden manejarlo todo desde el aparato estatal, sin percibir que el conocimiento es por su naturaleza fraccionado y disperso entre millones de personas. 

Como ha sentenciado Einstein, “todos somos ignorantes, sólo que en temas distintos”. Incluso hay personas que no pueden articular lo que hacen y simplemente proceden del mismo modo que cuando andamos en bicicleta: sin precisar todas las leyes físicas implícitas en el proceso.

En lugar de aprovechar el mencionado conocimiento disperso, se concentra ignorancia en los agentes gubernamentales cuando hacen de comisarios de vidas y haciendas ajenas.
Al efecto de que el Leviatán no atropelle derechos de las personas, y para que el gobierno se limite a sus funciones específicas de velar por el derecho de todos, la tradición constitucional ha puesto frenos al poder, a través de marcos institucionales que mantengan los aparatos estatales en brete.
Uno de los canales más efectivos de control es la crítica abierta. De allí la importantísima tarea de la prensa escrita y oral. Los debates abiertos sobre todos los temas que atañen a la acción de los aparatos estatales resultan vitales en una sociedad que se precie de libre.
En nuestro mundo, para fortalecer la libertad de expresión es menester asignar derechos de propiedad al espectro electromagnético, al efecto de terminar con la figura de las concesiones, que constituyen una espada de Damocles. Asimismo, debe terminarse con la injerencia de participaciones accionarias de gobiernos en empresas de papel, renunciar a los controles a la importación de ese insumo y abrogar las llamadas “agencias noticiosas oficiales”, que se traducen en mecanismos de control a la prensa, cuando no de mordaza, de la misma manera que lo son las legislaciones que aluden a figuras totalitarias, como “el desacato” y equivalentes.
El cuarto poder debe estar liberado de toda supervisión política y mucho más de censura previa, lo cual no quita que las voces sean responsables ante la Justicia por daños que pudieran infligir.
Como el conocimiento está formado por corroboraciones provisorias sujetas a refutaciones, es indispensable abrir puertas y ventanas de par en par en el debate de ideas, y muy especialmente cuando se trata de actos gubernamentales. Como la alfombra colorada del gobierno siempre marea, sin la crítica del cuarto poder el abuso es seguro.


Publicado por Gabriel Gasave
ggasave@independent.org

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lunes, 2 de septiembre de 2013

ALBERTO BENEGAS LYNCH (H), K. MINOGUE Y LA TOLERANCIA CON LOS INTOLERANTES

Después de la reunión regional de la Mont Pelerin Society, el 28 de junio del corriente año en vuelo desde las islas Galápagos a Guayaquil murió Kenneth Minogue con quien conservo correspondencia que aunque no frecuente, por cierto muy fértil. Puede discreparse con ese autor aquí y allá pero siempre deja una enseñanza en el contexto de su notable erudición y contagioso buen humor.

Kenneth Minogue
Su ensayo expuesto en esa reunión versó sobre el ingrediente del interés personal como elemento crucial en una sociedad abierta en cuyo contexto citó autores tales como Hayek, Naill Fergueson, Hume y Adam Smith en reflexiones jugosas, ilustrativas y confrontativas en las que puede revisarse y discutirse el uso de algunos términos como “egoismo” y “altruismo”. Cuando fui miembro del Consejo Directivo de la Mont Pelerin Society, se consideraron trabajos de aquel distinguido miembro y profesor emérito de la London School of Economics que ahora murió y que nos ilustraba sobre puntos que se pensaba incluir en programas académicos de esa entidad, específicamente sobre nacionalismo.

Hay una célebre entrevista que le hizo William Buckley en “Fire Line” a Mingue donde se recorren varios de los puntos característicos de la obra del pensador neocelandés que estudió en tierras australianas, pero el eje central de sus ideas liberales puede resumirse en una cita de su antedicha participación en la reciente y también mencionada reunión ecuatoriana. Allí concluyó: “Me parece que nuestra preocupación con los defectos de nuestra civilización se traslada en una tentación permanente pero  sumamente peligrosa de encargarle la rectificación a la autoridad civil de aquello que entendemos son imperfecciones sociales”.

En esta nota me quiero detener en un aspecto muy distinto, tratado por el profesor Mingue en el Libertarian Oxford Club en 2009. En esa oportunidad señaló que los sistemas en los que se impone un orden jerárquico para “establecer lo que es verdadero” se ubica frente a la cultura occidental en la que el eje central estriba en “los desacuerdos de prácticamente todo” pero en base al respeto recíproco.

No hay en esto último la arrogancia de los totalitarios de fabricar “el hombre nuevo” ni la perfección, que como ha dicho Friedrich Hölderin “de tanto intentar que la tierra se convierta en al paraíso la torna en un infierno” y como reza el proverbio latino a que tanto he recurrido: ubi dubiam ibi libertas(naturalmente, donde no hay dudas no hay libertad puesto que de antemano se sabe donde apuntar sin afrontar elaboración alguna para elegir). Pero aquí viene el tema que pienso abordar en esta nota vinculado al respeto recíproco en lo cual subyacen normas básicas que deben cumplirse  sobre las que hemos considerado de modo fugaz -y a mi juicio insatisfactorio- en la antedicha correspondencia con el profesor Mingue. El asunto es que debe hacerse con aquellos que apuntan no solo a no cumplir esas normas de convivencia sino a destruirlas. Esto es lo que Karl Popper denominó “la paradoja de la libertad”.

Veamos este asunto de cerca sobre lo que escribí antes y que surgió también en la mencionada conferencia de Mingue en Oxford como algo marginal sin que hubiera demasiada precisión, por lo que quisiera analizar el asunto desde cero y reformular este delicado asunto. Popper mantiene que “La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada incluso a aquellos que son intolerantes, si no estamos preparados para defender una sociedad tolerante contra la embestida del intolerante, entonces el tolerante será destrozado junto con la tolerancia […], puesto que puede fácilmente resultar que no están preparados a confrontarnos en el nivel del argumento racional y denunciar todo argumento; pueden prohibir a sus seguidores a que escuchen argumentos racionales por engañosos y enseñarles a responder a los argumentos con los puños o las pistolas” (The Open Society and its Enemies, Princeton, NJ., Princeton University Press, 1945/1950:546).

En la misma línea argumental, Sidney Hook apunta que “Las causas de la caída del régimen de Weimar fueron muchas: una de ellas, indudablemente, fue la existencia del liberalismo ritualista, que creía que la democracia genuina exigía la tolerancia con el intolerante” (Poder político y libertad personal, México, Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana, Uthea, 1959/1968: xv).

El problema indudablemente no es de fácil resolución. Giovanni Sartori ha precisado que “el argumento es de que cuando la democracia se asimila a la regla de la mayoría pura y simple, esa asimilación convierte un sector deldemos en no-demos. A la inversa, la democracia concebida como el gobierno mayoritario limitado por los derechos de la minoría se corresponde con todo el pueblo, es decir, con la suma total de la mayoría y la minoría” (Teoría de la democracia, Madrid, Alianza Editorial, 1987: vol.i, 57).

El tema de proscribir a los enemigos de la sociedad abierta tiene sus serios bemoles puesto que resulta imposible trazar una raya para delimitar una frontera. Supongamos que un grupo de personas se reúne a estudiar los Libros v al vii de La República de Platón donde aconseja el establecimiento de un sistema enfáticamente comunista bajo la absurda figura del “filósofo-rey”. Seguramente no se propondrá censurar dicha reunión. Supongamos ahora que esas ideas se exponen en la plaza pública, supongamos, más aún, que se trasladan a la plataforma de un partido político y, por último, supongamos que esos principios se diseminan en los programas de varios partidos y con denominaciones diversas sin recurrir a la filiación abiertamente comunista ni, diríamos hoy, nazi-fascista. No parece que pueda prohibirse ninguna de estas manifestaciones sin correr el grave riesgo de bloquear el indispensable debate de ideas, dañar severamente la necesaria libertad de expresión y, por lo tanto, sin que signifique un peligroso y sumamente contraproducente efectoboomerang para incorporar nuevas dosis de conocimiento.

La confrontación de teorías rivales resulta indispensable para mejorar las marcas y progresar. En una simple reunión con colegas de diversas profesiones y puntos de vista para someter a discusión un ensayo o un libro en proceso se saca muy buena partida de las opiniones de todos. Es raro que no se aprenda de otros, de unos más y de otros menos, pero de todos se incorporan nuevos ángulos de análisis y visones de provecho, sea para que uno rectifique algunas de sus posiciones o para otorgarle argumentación de mayor peso a las que se tenían. Se lleva el trabajo a la reunión pensando que está pulido y siempre aparecen valiosas sugerencias. Por otra parte, en estas lides, el consenso se traduce en parálisis. Nicholas Rescher pone mucho énfasis en el valor del pluralismo en su obra que lleva un sugestivo subtítulo: Pluralism. Against the Demand for Consensus (Oxford, Oxford University Press, 1993). Incluso la unanimidad tiene cierto tufillo autoritario; el disenso, no el consenso, es la nota sobresaliente de la sociedad abierta (lo cual desde luego incluye, por ejemplo, que un grupo de personas decida seguir el antedicho consejo platónico y mantener las mujeres y todos sus bienes en común pero sin afectar a terceros).

Sidney Hook sostiene que “una cosa es mostrarse tolerante con las distintas ideas, tolerante con las diversas maneras de jugar el juego, no importa cuan extremas sean, siempre que se respeten las reglas de juego, y otra, muy diferente, ser tolerante con los que hacen trampas o con los que están convencidos de que es permisible hacer trampas” (op. cit.: xiv). Pero es que, precisamente, de lo que se trata desde la perspectiva de quienes no comparten los postulados básicos del liberalismo es dar por tierra con las reglas de juego, comenzando con la institución de la propiedad privada. En este sentido recordemos que Marx y Engels sostuvieron que “pueden sin duda los comunistas resumir toda su teoría en esta sola expresión: abolición de la propiedad privada” (“Manifiesto del Partido Comunista”, en Los fundamentos del marxismo, México, Editorial Impresora, 1848/1951:61) y los fascistas mantienen la propiedad de jure pero la subordinan de facto al aparato estatal, en este sentido se pronuncia Mussolini: “Hemos sepultado al viejo Estado democrático liberal […] A ese viejo Estado que enterramos con funerales de tercera, lo hemos substituido por el Estado corporativo y fascista, el Estado de la sociedad nacional, el Estado que une y disciplina” (“Discurso al pueblo de Roma” en El espíritu de la revolución fascista, Buenos Aires, Ediciones Informes, 1926/1973:218, compilación de Eugenio D`Ors “autorizada por el Duce”: 13).

No se trata entonces del respeto a las reglas de juego sino de modificarlas y adaptarlas a las ideas de quienes pretenden el establecimiento de un estado totalitario o autoritario. Esto es lo que estamos presenciando en estos momentos en el llamado mundo libre. Tolstoi escribió que “Cuando de cien personas, una regentea sobre noventa y nueve, es injusto, se trata de despotismo; cuando diez regentean sobre noventa, es igualmente injusto, es la oligarquía; pero cuando cincuenta y uno regentean a cuarenta y nueve […] se dice que es enteramente justo ¡es la libertad! ¿Puede haber algo más gracioso por lo absurdo del razonamiento?” (“The Law of Love and the Law of Violence”, en A Confession and other Writings, New York, Penguin Books, J.Kentish, ed., 1902/1987:165). Y tengamos en cuenta que regentear es dirigir y mandar, por ende, en nuestro caso, la concepción original de democracia desde Aristóteles en adelante -con todas las contradicciones de las distintas épocas- se refería a la libertad como su columna vertebral lo cual, como queda dicho, ha sido abandonada y sustituida por expoliaciones reiteradas a manos de grupos de intereses creados en alianza con el aparato estatal.

Vilfredo Pareto ha puntualizado que “El privilegio, incluso si debe costar 100 a la masa y no producir más que 50 para los privilegiados, perdiéndose el resto en falsos costes, será bien acogido, puesto que la masa no comprende que está siendo despojada, mientras que los privilegiados se dan perfecta cuenta de las ventajas de las que gozan” (“Principios generales de la organización social”, enEstudios sociológicos, Madrid, Alianza Editorial, 1901/1987:128). Este tipo de reflexiones eventualmente hace pensar si en última instancia los procedimientos en vigencia no serán una utopía liberal imposible de llevarse a la práctica puesto que con solo levantar la mano en la Asamblea Legislativa pueden derrumbarse todas las vallas pensadas para mantener el poder en brete. Esta preocupación se acrecienta debido al fortalecimiento de los incentivos de ambas partes en este intercambio incestuoso de favores. Y no se trata en modo alguno de adoptar otros procedimientos sin más, sino de invitar calmadamente a todos los debates abiertos que resulten necesarios y a la eventual aceptación de otras perspectivas consideradas más fértiles.

La sabiduría de los Padres Fundadores en Estados Unidos previeron ese problema por eso hablaban del sistema republicano y no de democracia y, sobre todo, a través del federalismo que maximiza la descentralización y el fraccionamiento del poder pero, aparentemente, con el tiempo, la fuerza centrípeta del gobierno central absorbe funciones de modo creciente. Esto ocurre a pesar de la competencia fiscal entre las distintas jurisdicciones y de que el financiamiento del gobierno central estaba originalmente en manos de esas jurisdicciones. Por eso es que el liberal debe siempre tener presente que el conocimiento es una ruta azarosa que no tiene termino, abierta a refutaciones y corroboraciones que son siempre provisorias.

Por esta razón, por la higiénica política de siempre dejar despejados caminos posibles aún inexplorados, resulta clave el prestar la debida atención nuevos aportes y sugerencias para maniatar al Leviatán, temas que estaban siempre latentes en los trabajos de Kenneth Mingue aunque no siempre se coincida con sus perspectivas. En todo caso, se ha ido un intelectual propiamente dicho, es decir, alguien que ejercía la crítica e invitaba a pensar.

El problema central aquí planteado es de gran relevancia y refuerza la imperiosa necesidad de estudiar y difundir los principios de una sociedad abierta al efecto de comprender la urgencia de apuntalar marcos institucionales que imposibiliten el uso de la fuerza agresiva y mantenerla exclusivamente para propósitos defensivos. Y desde luego esto no es una operación que se hace de una vez y para siempre sino que requiere la permanente renovación de aquellos estudios y difusión para así contar con una vigilancia sin interrupciones.


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domingo, 25 de agosto de 2013

ALBERTO BENEGAS LYNCH (H), IDEOLOGIA Y VIOLENCIA, FUENTE INSTITUTO CATO

Hasta donde mis elementos de juicio alcanzan, la primera vez que se mencionó la expresión “ideología” fue en el trabajo preparado en 1801 por Destutt de Tracy, el seguidor de Condillac, titulado Elementos de la ideología que luego amplió en cinco tomos. 


Cuando un grupo de intelectuales se apartó de Napoleón, éste los tildó de “ideólogos” en el sentido despectivo y peyorativo de “teóricos” y “poco prácticos” sin percatarse que toda práctica eficaz está precedida por una buena teoría (y en términos más generales, como destaca Henri Poincaré, toda acción en cualquier dirección que no sea a los tumbos descansa en una teoría).

Por más que la referida expresión no tenga un significado unívoco, es de interés remontarse a Marx y tomar su noción de algo enmascarado, de un engaño que oculta otros intereses, por ende, en este contexto, se trata de algo falso que encubre intenciones espurias. En esta línea argumental, toda cultura sería ideológica excepto la marxista que sería transideológica: no sería ideología la cultura después de la abolición de clases, ni tampoco lo expresado por Marx en sus obras.

En un sentido más amplio y de acepción más generalizada, un ideólogo es aquel que profesa un sistema cerrado, terminado e inexpugnable. En otros términos, lo contrario al liberalismo que, por definición, está abierto a un proceso de constante evolución. En La Nación de Buenos Aires, mayo 31 de 1991, escribí una columna titulada “El liberalismo como antiideología” (reproducida en mi Contra la corriente, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1992) en la que me explayo sobre esta línea argumental que se da de bruces con el espíritu autoritario, dogmático y fundamentalista, contrario a lo magníficamente resumido en el lema de la Royal Society de Londres: nullius in verba (no hay palabras finales).

Es así que, en definitiva, la tesis marxista, crítica de la ideología y de la religión (“el opio de los pueblos”) se convierte en una ideología y en una caricatura de religión con dogmas, creencias y ortodoxias no susceptibles de revisarse y los que han  pretendido alguna oposición han sido condenados severamente como herejes. Una propuesta cerrada y terminada que debe tomarse en bloque. Por extensión entonces, todo sistema que se da por concluido y no es susceptible de contradecirse constituye una ideología, lo cual, naturalmente pone palos en las ruedas de la ciencia y de todo progreso del conocimiento.

En todo caso, es pertinente detectar la conexión entre ideología y violencia, puesto que el peligro es enorme de cazas de brujas cuando se considera que se posee la verdad absoluta y se busca el poder. El adagio latino lo explica: ubi dubium ibi libertas (donde no hay dudas, no hay libertad puesto que se sabe a ciencia cierta donde dirigirse sin necesidad de sopesar alternativas ni decisiones).

Es muy fácil para el ideólogo deslizarse hacia el uso de la fuerza “para bien de la humanidad” aun destrozando las libertades del hombre concreto, de allí que Marat exclamaba en plena contrarrevolución francesa “¡no se dan cuenta que solo quiero cortar una pocas cabezas para salvar a muchas!”. Si está todo dicho y es la verdad absoluta hay una tentación para imponerla y excomulgar a los no creyentes. Son seres apocalípticos que pretenden rehacer la naturaleza humana y a su paso dejan un tendal de cadáveres. Son “redentores” que aniquilan todo lo que tenga visos de humano. Son militantes que obedecen ciegamente los dictados de sus dogmas y consignas tenebrosas.

Por esto es que en el Manifiesto comunista Marx y Engels “declaran abiertamente que no pueden alcanzar los objetivos más que destruyendo por la violencia el antiguo orden social”. Por esto es que Marx en Las luchas de clases en Francia en 1850 y al año siguiente en 18 de Brumario condena enfáticamente las propuestas de establecer socialismos voluntarios como islotes en el contexto de una sociedad abierta. Por eso es que Engels también condena a los que consideran a la violencia sistemática como algo inconveniente, tal como ocurrió, por ejemplo, en el caso de Eugen Dühring por lo que Engels escribió El Antidühring en donde subraya el “alto vuelo moral y espiritual” de la violencia, lo cual ratifica Lenin en El Estado y la Revolución, trabajo en el que se lee que “la sustitución del estado burgués por el estado proletario es imposible sin una revolución violenta”.

Lo dicho no va en desmedro de la conjetura respecto a la honestidad intelectual de Marx tal como he señalado en otra oportunidad hace poco, en cuanto a que su tesis de la plusvalía y la consiguiente explotación no la reivindicó una vez aparecida la teoría subjetiva del valor expuesta por Carl Menger en 1870 que echaba por tierra con la teoría del valor-trabajo marxista. Por ello es que después de publicado el primer tomo de El capital en 1867 no publicó más sobre el tema, a pesar de que tenía redactados los otros dos tomos de esa obra tal como nos informa Engels en la introducción del segundo tomo veinte años después de la muerte de Marx y treinta después de la aparición del primer tomo. A pesar de contar con 49 años de edad cuando publicó el primer tomo y a pesar de ser un escritor muy prolífico se abstuvo de publicar sobre el tema central de su tesis de la explotación y solo publicó dos trabajos adicionales: sobre el programa Gotha y el folleto sobre las comunas de Paris.

En resumen, las ideologías no solo entorpecen y paralizan toda posibilidad de avance del conocimiento sino que permanentemente están expuestas a la tentación criminal de la violencia para imponer su concepción supuestamente “impoluta y bienhechora” que siempre sojuzga y deglute las libertades de las personas para entronizar el reino del terror.

Cierro con una cita de la autobiografía de Agatha Christie donde consigna que en la época en que ella escribía “nadie habría imaginado entonces que llegaría un tiempo en que las novelas de crímenes se leerían por el placer de la violencia, por un gusto sádico hacia la violencia en sí misma […] Me asusta por la falta de interés en el inocente […] ¿Qué hacer con los corrompidos por la crueldad y el odio y para los cuales la vida de los demás no significa nada? A menudo son personas de buena familia, con grandes oportunidades y buena educación que son unos malvados […] Pero lo importante es el inocente que exige que se le proteja y se le salve del mal”.

* Académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.

elcato@cato.org


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sábado, 17 de agosto de 2013

ALBERTO BENEGAS LYNCH (H), LA PULVERIZACIÓN DEL MATERIALISMO.

Hay dos planos que pueden estudiarse en relación al mundo físico. Ambos aluden a la prelación de lo no-material sobre la materia. En un caso se trata de mostrar que la proporción de los bienes tangibles en la producción de cualquier cosa va siendo mínimo comparado con el conocimiento requerido para tal fin. Por eso, cuando decimos que la causa del aumento se salarios e ingresos en términos reales está constituido por la inversión de capital per capita, ponemos en primera fila el conocimiento y luego, en segundo término, los equipos físicos de producción (desde luego no cualquier conocimiento ni cualquier equipo sino los relevantes para la producción del caso). De cualquier modo, siempre se necesita capital, es decir, ingreso no consumido, léase ahorro cuyo destino es la inversión (incluso si es en dinero, transfiere poder adquisitivo al resto de la comunidad).

Peter Drucker fue un adelantado en pronosticar la participación creciente del conocimiento en la producción y, consecuentemente, la decreciente de la proporción de lo físico en ese proceso, especial aunque no exclusivamente en su libro The New Realities  de 1989 (específicamente en la cuarta parte titulada “The New Knowledge Society”). Para mencionar solo algunos ejemplos, observemos que el microchip hasta no hace mucho tiempo representaba el 60% del costo total del ordenador mientras que hoy es de apenas el 2% que junto al resto del material para completar el hardware reviste mucho menor valor que el software, también hoy veinticinco kilogramos de fibra óptica equivalen a lo que antes trasmitía una tonelada de cable de cobre, fenómeno que se extiende a todas las actividades económicas de las más diversas áreas para dar cabida al peso superlativo de la información.

Lo señalado implica también una gradual disminución del trabajo manual, un incremento de la robotización y una persistente transferencia a lo que se ha dado en llamar “la sociedad del conocimiento” (mencionado, entre otros, en la obra que he citado en otras oportunidades de Taichi Sakaiya La historia del futuro. La sociedad del conocimiento). Estos procesos naturalmente traspasan fronteras con solo apretar un par de teclas sin costo alguno de transporte, lo cual, además, permite saltearse absurdos e insolentes controles de los aparatos estatales y vence a la xenofobia nacionalista. Y tengamos en cuenta que, dado que los recursos son escasos y las necesidades ilimitados, esto nada tiene que ver con el desempleo sino que los nuevos procedimientos liberan trabajo para ser empleado en tareas más fértiles, de lo cual, a su vez, se desprende la creciente importancia de la capacitación y la educación en general que no debe ser bloqueada, bastardeada ni politizada por megalómanos gubernamentales.

Tampoco la irrupción más clara y contundente del rol del conocimiento debería sorprendernos en cuanto al paso de empresas más planas y horizontales en sus organigramas y menos jerárquicas al efecto de sacar partida de las iniciativas intelectuales de sus miembros, hacia los emprendimientos empresarios unipersonales una vez derribados los costos de transacción que justifican el mantenimiento de la empresa como un conjunto estable de personas.

George Gilder comienza su extraordinario libro titulado The Quantum Revolution in Microcosm. Economics and Technology de esta manera: “El evento central del siglo veinte es el descarte de la materia. En la tecnología, la economía y en la política de las naciones, la riqueza en la forma de recursos físicos está constantemente declinando en valor y significado. Los poderes de la mente están en ascenso en todos lados frente a la fuerza bruta de las cosas […] Hoy las naciones y las corporaciones que progresan no son administradores de tierras y recursos materiales sino de ideas y tecnologías” y asevera que, en la actualidad, la riqueza “no proviene de los conquistadores de tierras sino de la emancipación de la mente”.

La física cuántica de Max Planck y sus continuadores se han apartado de la noción que tenía sobre la materia Newton y la física clásica. En este sentido, se repite el concepto de ausencia de “lo sólido” en el mundo subatómico por lo que químicos como Linus Puling en su muy difundido trabajo titulado Chemistryconsigna que “nadie realmente sabe como definir la materia” a lo que Gilder agrega que la gente “como las tribus primitivas, venera las cosas que pueden ver y sentir” en base a la prevalente “superstición materialista” que cree que “la materia inerte e impenetrable es el fundamento último de la realidad” situación que da pábulo al positivismo. Por su parte, la secuencia Maxwell, Einstein, Bohr, Heisenberg, Feynman contribuye a dar forma a la noción clave de energía.

Y aquí viene el segundo plano que anunciamos respecto a la prelación de lo no-material sobre la materia: los estados de conciencia, la psique o la mente como inexorables en el ser humano al efecto de que puedan tener lugar tales cosas como proposiciones verdaderas y falsas, ideas autogeneradas, razonamientos, responsabilidad individual, moral y la misma libertad. Si fuéramos solo kilos de protoplasma y, por ende, haríamos las del loro (solo que más complejo), carecerían por completo las posibilidades que acabamos de mencionar y la condición humana sería reemplazada por meros autómatas.

De las muchas obras publicadas en las que se ponen de manifiesto los graves errores del materialismo, tal vez el libro más completo sobre este tema sea The Self and its Brain de Karl Popper y John Eccles, pero el mismo Max Planck se refiere a este asunto crucial en ¿A dónde va la ciencia? en el que apunta lo siguiente: “Se trataría de una degradación inconcebible que los seres humanos, incluyendo los casos más elevados de mentalidad y ética, fueran considerados como autómatas inanimados en las manos de una férrea ley de causalidad […] El papel que la fuerza desempeña en la naturaleza como causa de movimiento, tiene su contrapartida, en la esfera mental, en el motivo como causa de la conducta […] ¿Qué conclusión podemos deducir respecto del libre albedrío?  En medio de un mundo donde el principio de causalidad prevalece universalmente, ¿qué espacio queda para la volición humana? Esta es una cuestión muy importante , especialmente en la actualidad debido a la difundida e injustificada tendencia a extender los dogmas del determinismo científico a la conducta humana, y así descargar la responsabilidad de los hombros del individuo”.

Hace años se publicó un largo ensayo mío sobre este tema titulado “Positivismo metodológico y determinismo físico” (reproducido en Internet) por lo que no volveré  con esos extensos argumentos, pero finalizo con una jugosa reflexión de George Gilder que resume el punto: “En las ciencias de la computación persiste la idea de que la mente es la materia […] La idea que la computadora es una mente constituye el ídolo de la superstición materialista […] Una teoría que materializa o mecaniza a los teóricos es autodestructiva. La psicología behavorista, el determinismo biológico y la física materialista no son más que basura porque dejan de lado al científico y su búsqueda de la verdad”.

En resumen, la concepción materialista no permite vislumbrar la notable ponderación del conocimiento en el mundo de hoy con todas sus formidables consecuencias jurídicas, económicas y sociales, ni el significado y trascendencia de la misma condición humana. 

Pero, a pesar de lo dicho, en no pocos cursos de administración de negocios y de economía se sigue dictando la asignatura como si no hubiera tenido lugar la revolución tecnológica y conceptual que obliga a abrir horizontes mucho más vastos y despejados. Asimismo, en escritos de filosofía, de derecho (especialmente de la rama penal), en la economía (paradójicamente en la teoría de la decisión), en cierta vertiente de la neurociencia y en buena parte de la psiquiatría se sigue tratando al hombre desconociendo su atributo esencial que le permite ser libre.

http://www.elcato.org/la-pulverizacion-del-materialismo




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miércoles, 14 de agosto de 2013

ALBERTO BENEGAS LYNCH (H), LA METÁFORA DE LA MANO INVISIBLE, FUENTE ORGANIZACIÓN EL CATO

Hay en la naturaleza un orden espontáneo, es decir, una coordinación de múltiples tareas que no son dirigidas por una persona o entidad central sino que son consecuencia de millones de acciones que operan en base a incentivos y desincentivos que las mismas relaciones sociales ponen de manifiesto. 

Imaginemos las infinitas tareas que los hombres desarrollan cotidianamente desde que se levantan hasta que se acuestan y las consecuencias queridas y, sobre todo, las no queridas o no buscadas que las mismas generan. Es imposible que una mente o un agencia central pueda conocer y dirigir esta madeja intrincada y compleja de interrelaciones, y no es solo porque las variables son de una cantidad inmensa (lo cual podría ser eventualmente resuelto con una computadora de suficiente memoria) sino porque no se conoce ni puede conocerse ex ante la información correspondiente ya que las valorizaciones son de carácter subjetivo y se ponen de manifiesto frente a la acción concreta (ni el propio sujeto actuante conoce a ciencia cierta lo que hará la semana que viene, podrá conjeturar pero al cambiar las circunstancias modificará sus acciones, prioridades y preferencias). 

Entonces, este conocimiento está fraccionado en millones de actores que van revelando sus gustos a media que actúan y cuando se pretende dirigir este bagaje de información ex post, en lugar de aprovechar el referido conocimiento e información dispersa se concentra ignorancia y se producen desajustes de diversa magnitud. Esta es la diferencia medular entre la llamada planificación estatal y la sociedad abierta.

Los derechos de propiedad juegan un rol esencial en la vida cotidiana, Bernardo Krause explica en su artículo “El contrato como herramienta de la libertad” como, en gran medida, nuestras actividades cotidianas se descomponen en una serie interminable de contratos. Nos levantamos a la mañana y tomamos el desayuno (estamos en contacto con transferencias de derechos de propiedad a través de la compra-venta, sea del refrigerador, el microondas, el pan, la leche, la mermelada, los cereales, el jugo de naranja o lo que fuere). Tomamos un taxi, un tren, un bus y llevamos los hijos al colegio (contratos de adquisición, de enseñanza, de transporte). Estamos en el trabajo (contrato laboral), encargamos a nuestra secretaria ciertas tareas (mandatos) y a un empleado un trámite bancario (contrato de depósito), para solicitar un crédito (contrato de mutuo) o para operar ante cierta repartición (gestión de negocios). Alquilamos un inmueble para las vacaciones (contrato de locación), ofrecemos garantías (contrato de fianza). Nos embarcamos en una obra filantrópica (contrato de donación). Resolvemos los modos de financiar las expensas de nuestra oficina o domicilio (contrato societario), etc. Este haz de contratos solo tiene sentido si hay la posibilidad de usar y disponer de lo propio, de lo contrario no hay posibilidad de transferir esos derechos.

Por otra parte, los derechos de propiedad implican precios, es decir, la manifestación de las valoraciones recíprocas. Si no hay propiedad privada no hay precios y viceversa y, como lo demostró Ludwig von Mises, donde no hay precios, no hay posibilidad alguna de evaluación de proyectos, de contabilidad o de cálculo económico en general. Si no hay propiedad y, consiguientemente precios, no es posible saber donde es más conveniente asignar los siempre escasos factores de producción. Ahora bien, para generar desarticulaciones y derroches de capital, no es necesaria la abolición de la propiedad tal como proponen de jure los comunistas o de facto los fascistas o nacionalsocialistas. En la medida en que el aparato estatal intervenga en los precios, se van debilitando esos indicadores clave.

Muchas veces lo he citado a John Stossel en su ejemplo del trozo de carne envuelto en celofán en el supermercado imaginando el proceso en regresión sin que nadie hasta el último tramo esté pensando en aquel producto final. Primero el agrimensor que mide terrenos y lotes en los campos, los alambradores y las fábricas de alambre con sus transportes, cartas de crédito, oficinas y funcionarios. Quienes colocan los postes y los largos períodos de forestación y reforestación, las máquinas para sembrar y cosechar, los plaguicidas, pesticidas, fertilizantes con todas las empresas que significan tanto vertical como horizontalmente. Los caballos para recorrer el campo y apartar hacienda, las monturas y riendas, la contratación de peones. Los toros, vacas, vaquillonas y terneros. Los camiones para el transporte, los mercados de hacienda, los frigoríficos y, en cada caso, todas las complejidades típicas de la actividad industrial, comercial y financiera. En otros términos, millones de personas cooperando para que estuviera en la góndola el trozo de carne envuelto en celofán listo para su consumo. Todas esas millones de cooperaciones y coordinaciones se realizaron a través de los precios de mercado y cuando surgen los megalómanos que dicen “controlar” las operaciones y las múltiples actividades, aparecen los faltantes y demás desajustes. Cuando se sostiene que “no es posible dejar todo esto a la anarquía del mercado” e irrumpen las juntas de planificación estatales, desaparecen de las góndolas los bienes necesarios porque se producen estrepitosas descoordinaciones.

Hay otras actividades que no están vinculadas al mercado como las relaciones personales, la selección de amigos a través de un proceso de prueba y error, las conversaciones en las que se va creando algo mayor a la contribución de cada parte, el matrimonio, la familia, el disfrutar de una poesía, una noche estrellada o una puesta de sol, todo lo cual opera en base a conjeturas respecto a incentivos y desincentivos que son coordinados por las partes en infinitas y cambiantes relaciones personales que si estuvieran sujetas a la administración del Leviatán se estropearía todo ya que necesariamente sería diferente a lo que la gente libremente eligió. 

Los autores más conspicuos en consignar, sistematizar y elaborar sobre los fenómenos aquí mencionados han sido, en orden cronológico, Mandeville, Adam Smith, Ferguson, Tolstoi, Michael Polanyi y Hayek. El primero de los autores mencionados fue el primero en tratar el concepto de la división del trabajo y en poner énfasis en el proceso evolutivo en el plano cultural en cuanto a la selección de normas (Darwin tomó esta idea para aplicarla a la evolución de las especies). Samuel Johnson escribe que Bernard Mandeville le “abrió la mirada frente a la realidad de la vida” y Alexander Pope le reconoce gran valor literario. Pero a pesar de haber influido decisivamente sobre autores tales como David Hume, James Mill, Kant, Voltaire, Montesquieu, Condillac y el propio Adam Smith, son pocos los que explicitan haber recurrido a esa fuente debido al lenguaje inconveniente y mordaz que muchas veces emplea para el tratamiento de temas delicados. En todo caso, uno de los aspectos medulares de La fábula de las abejas (sobre la que hay dos tesis doctorales sobresalientes, una de F. B. Kaye en 1917 en la Universidad de Yale y otra de Ch. Nishiyama de 1960 en la Universidad de Chicago), puede resumirse en una cita de su capítulo titulado “Investigación sobre la naturaleza de la sociedad” en el que se lee que en todos los trabajos “como en tantas acciones deliberadas, propias de las diversas profesiones y oficios que los hombres aprenden para ganarse la vida, y en las que cada cual, aunque parezca que trabaja para los demás, en realidad lo hace para sí mismo”. Este pensamiento fue el disparador para que otros desarrollaran la idea que el interés personal constituye el motor de la cooperación social en el sentido de que en una sociedad abierta, cada uno, al buscar su propia satisfacción, debe necesariamente procurar el bienestar del prójimo.

Adam Smith, en los tan conocidos pasajes de La riqueza de las naciones destaca que “No debemos esperar nuestra comida de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, sino de su interés personal” (por otra parte, en las primeras líneas de su Teoría de los sentimientos morales, ya había dicho que “Por muy egoísta que se suponga sea una persona, hay evidentemente ciertos principios en su naturaleza que lo interesan en la suerte de otros y le procuran felicidad, a pesar de que no deriva ninguna ventaja de ello como no sea el placer de observarla”). La segunda cita tan difundida es la que apunta a que “El productor o comerciante […] solamente busca su propio beneficio, y en esto como en muchos otros casos, está dirigido por una mano invisible que promueve un fin que no era su intención atender”(la mano invisible es una metáfora para aludir al orden natural). Y es a esto a lo que precisamente alude Adam Ferguson en su Historia de la sociedad civil al destacar que lo que ocurre en las relaciones sociales “es consecuencia de acciones humanas, más no del designio humano” y que “debemos recibir con cautela las historia tradicionales sobre legisladores de la antigüedad y fundadores de Estados […] Esta es la forma más rudimentaria en la que podemos considerar el establecimiento de las naciones: atribuimos al diseño aquello que ningún ser humano puede prever y que en la concurrencia del estado anímico y sin la disposición de su época ninguna autoridad puede hacer que un individuo ejecute”.

En esta mismísima línea argumental se despacha Tolstoi en el segundo apéndice de La guerra y la paz: “Nuestra falsa concepción en cuanto a que un suceso es causado por una orden que la precede se debe al hecho de que cuando el suceso ocurre debido a miles de otras decisiones que eran consistentes con ese evento, nos olvidamos de esas otras” y así la historia se describe malamente “tenemos historias de monarcas […] pero no la historia de la vida de la gente”.

Michael Polanyi en The Logic of Liberty explica que “Cuando el orden se logra entre seres humanos a través de permitirles que interactúen entre cada uno sobre la base de sus propias iniciativas -sujetas solamente a las leyes que se aplican uniformemente a todos ellos- tenemos un sistema de orden espontáneo en la sociedad. Podemos entonces decir que los esfuerzos de estos individuos se coordinan a través del ejercicio de las iniciativas individuales y esta auto-coordinación justifica sus libertades en el terreno público […] El ejemplo más extendido del orden espontáneo en la sociedad -el prototipo del orden establecido por una `mano invisible`- estriba en la vida económica basada en el conjunto de individuos en competencia”.

Por su parte, Hayek comienza The Fatal Conceit. The Errors of Socialism diciendo que “Este libro argumenta que nuestra civilización depende, no solo respecto a sus orígenes sino en su preservación, de lo que puede describirse con precisión como un orden extendido de la cooperación social, un orden comúnmente conocido, aunque de algún modo engañoso, como capitalista. Para comprender nuestra civilización uno debe apreciar que el orden extendido no resulta del designo humano ni de su intención, sino espontáneamente”. Como una nota al pie decimos que, en 1983, Hayek, en el trabajo sobre los premios Nobel en economía editado por Armen Alchain, escribió que hasta su presentación en el Economics Club de Londres de 1936 (publicada al año siguiente) suscribía las posiciones convencionales, después de lo cual “hice un descubrimiento y dos invenciones” (lo primero referido al conocimiento disperso y la respectiva coordinación, y los segundos referidos a la privatización del dinero y la “demarquía”).

La visión hayekiana da en la tecla del asunto que consideramos: la arrogancia y la presunción de conocimiento de los planificadores estatales, se oponen a las planificaciones individuales que construyen un orden que no estaba en sus planes crear pero que sus pequeñas contribuciones y cooperaciones sociales libres y voluntarias, en sus reducidos y específicos ámbitos, producen y permiten que se disfrute ese orden resultante que denominamos civilización. En resumen, cuando no se deja que opere “la mano invisible” de la cooperación entre las personas, irrumpe la “garra visible” del Leviatán. 


http://www.elcato.org/la-metafora-de-la-mano-invisible


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