Como
consecuencia de la criminalización de las protestas estudiantiles que se vienen
llevando a cabo a lo largo y ancho del país desde el 4 de febrero, el régimen
de Maduro a través de la GNB, PNB, Guardia del Pueblo y paramilitares, han
implementado una brutal represión que ha costado la vida de al menos 39
personas, en su mayoría jóvenes estudiantes que se encontraban ejerciendo el
derecho a la protesta o cerca de las zonas de manifestaciones.
Estos
asesinatos como hemos señalado en anteriores artículos, es posible subsumirlos
dentro del artículo 7 del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional
(CPI) relativo a lo crímenes de lesa
humanidad. Ahora bien, se estima que para convencer al Fiscal y a los jueces de
la CPI que estas graves violaciones de DDHH constituyen delitos de lesa
humanidad, es importante no solo centrarse en el número de víctimas, pues ello
es relevante, pero se estima aún más significativo el modus operandi que se ha
venido utilizado para perpetrar estas muertes, debido a que éste coincide, en
gran medida, con los medios empleados por otros criminales de lesa humanidad
juzgados y sentenciados por tribunales internacionales ad hoc, así como por la
propia CPI en el caso de Germain Katanga.
En
el caso del régimen de Maduro, la represión se ha caracterizado por el uso de
métodos que demuestran intención de sembrar el terror a toda costa dentro de la
disidencia. En este sentido, se aprecia que en algunos casos las víctimas de
asesinatos han sido engañadas mediante el empleo de ambulancias y otros
vehículos para transportar de manera
encubierta a integrantes de la GNB y colectivos armados; ataques repetidos,
principalmente durante horas de la noche, contra viviendas; y presencia de
francotiradores portando fusiles Druganov. A ello se suma la práctica de
disparar a un número importante de víctimas a la cabeza. Esto es grave porque
no se trata de hechos aislados, ya que que el número de víctimas, así como la
impunidad imperante, permite afirmar que se trata de una práctica que ha sido
instigada y ordenada por altos funcionarios del régimen. Muestra de lo anterior
es el discurso de odio proferido hacia los manifestantes, quienes han sido y son
objeto de insultos que incluyen términos que frecuentemente usa Maduro como
“lacayos del imperio”, “fascistas”, “apátridas”, “chuckys”, entre otros.
Destacan,
por solo mencionar algunas manifestaciones, que permiten sustentar lo señalado,
la reciente alocución televisiva de Maduro donde anunció al Táchira que usaría
la fuerza militar, la cual fue seguida por una cruenta represión, así como la
declaración de Diosdado Cabello en su programa televisivo mediante la cual
amenazó a la disidencia con 13.683 integrantes de las Unidades de Batalla Hugo
Chávez (UBCh). Cabe mencionar que el decálogo de estas unidades, en su numeral
quinto señala que entre sus objetivos se encuentran “defender los logros de la
Revolución y combatir en cualquier terreno a los enemigos de la patria”.
A
lo largo de la historia se ha comprobado que el lenguaje que incita al odio y a
la violencia ha estado presente al momento que se han cometido los crímenes de
mayor transcendencia para la humanidad, es por ello que se insiste en alertar a
los militares, policías, grupos
paramilitares y altos funcionarios del régimen, que el camino de la paz se
construye con acciones que pasan por el reconocimiento de la disidencia, la
justicia, el respeto a los DDHH y no con balas que están matando impunemente al
futuro de Venezuela.
Juancarlos
Vargas A
Juancarloseisaku@gmail.com
@jeisakuvargas
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