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miércoles, 18 de septiembre de 2013

ENRIQUE MELÉNDEZ, EL POPULISMO BOLIVARIANO

         Cada vez que veo el Bolívar del chavismo, observo que allí se cumple esa ley; que tanto dio que hacer a los dialécticos, como fue aquella de la relación del uno y el todo; en el sentido de que, así como hubo una fiebre de bolivarianismo, que los llevó a usar como calificativo dicho apellido hasta en el nombre de nuestra República; también a su efigie le llegó el turno de “bolivarianarse”, y es aquí donde está presente ese verso de Pablo Neruda, cuando dice: “Padre, todo lleva tu nombre”.
        

Porque haberle agregado ese calificativo al nombre de nuestra República; en efecto, implica una especie de reinterpretación de la obra del Libertador, digamos, en sentido positivo: “Hasta ahora nadie ha sabido interpretar la voluntad del Libertador, de lo que se trata es de llevarlo a cabo de una manera fiel a sus principios”. Decimos en sentido positivo; porque esa es la intención al agregar dicha partícula a nuestro nombre de República, es decir, hacer ver que la manera como se han seguido dichos principios del Libertador ha sido negativa, y entonces viene al caso la evocación de la figura suya como padre de la patria.
         Dicen que en los EEUU hay varios pueblos con el nombre de Bolívar; como hay calles y plazas con el nombre de Bolívar en varias ciudades del mundo. En París hay una estación del Metro Bolívar, hay una avenida Bolívar y al fondo hay una plaza Bolívar. Nada más sortario que este sustantivo, como diría alguno.
         Es así como se configura la religión Bolívar o lo que el historiador Germán Carrera Damas ha venido conociendo como “el culto al Libertador”; es decir, estamos ante una deformación de una figura, y eso a objeto de volverlo afín a la visión de mundo chavista; pero obsérvese que ésta aparece muy marcada por el pardismo, y que fue algo que siempre combatió el Libertador; desde el momento en que observó las primeras manifestaciones en Piar. Es por esto que hablo de la deformación de una figura en función de adaptarla a nuevas circunstancias, y que es lo que ocurre también con el caso de su efigie.
         Porque es verdad que el chavismo se valió del retrato, que el Libertador admitió como el que más se parecía a su persona; sólo que en esta adecuación, que se ha hecho en lo que el chavismo habla de una nueva dimensión de su rostro sobresalen, por encima de sus otros rasgos, los negroides; cuya ascendencia no dejaba de estar en la línea de consaguinidad suya, habida cuenta de que los historiadores señalan que una de sus bisabuelas fue una negra venida de Cuba, y que la raza española, que es la otra procedencia de los suyos, es considerada más morena que blanca, pero que, de acuerdo a la efigie suya que uno se ha acostumbrado a ver en retratos y estatuas, en realidad, no eran los más dominantes; de modo que aquí el Libertador no sólo es deformado desde el punto de vista físico, sino que además se le vuelve mulato, justo, para adecuarlo a ese prejuicio racial que sufre el chavismo como es ese que caracteriza la ideología pardista; que es algo con lo cual el Libertador nunca comulgó, en especial, porque este prejuicio hace que esta gente practique eso que ellos dicen aborrecer, como es la exclusión; habida cuenta de que se arropan con la demagogia de  de la proclama de la inclusión.
         Porque nuestra guerra de independencia, además de formar parte de nuestros procesos de democratización, fue una guerra racial o de castas, y esto porque las razas de color, que habían sido segregadas a los papeles de sirvientes o de esclavos, arrastraban por estas mismas causas una serie de resentimientos y de rencores que, precisamente, le dieron ese contenido de guerra civil, como lo hacía ver el viejo Vallenilla Lanz, en un mundo en que la conciencia del hombre estaba muy lejos de comprender esa idea, con la cual se inician las revoluciones de los siglos XVIII y XIX, de que el pueblo debe ser su propio soberano; lo que explica el hecho de que más de un criollo de color para esa época haya gritado a los cuatro vientos: “¡Viva el rey! Mueran los blancos”.
         Es como apoderarse de la figura del Libertador, y reconstruirla a su manera, para tratar de ajustarlo a eso que conoceré como el “populismo bolivariano”, pues así como en su momento José Tadeo Monagas expresó que la Constitución daba para todo, así también el llamado “padre de la patria” da para todo. Precisamente, el Libertador llamó la atención del mundo occidental por su condición de hombre blanco; aparte del manejo de su discurso, apegado a los criterios de la llamada razón ilustrada. Así se habló de un “chapeau” (sombrero) Bolívar, usado por la gente de ideología liberal en la Francia de su tiempo; como Marx se lanzó con un ensayo, tan deformante como las manos chavistas, a propósito de la manipulación de su figura, y esto para presentarlo como la caricatura del típico revolucionario burgués; de modo que se pudiera decir que este Bolívar chavista vendría a ser como una especie de capitán de los pardos; tomando en cuenta, precisamente, que la revolución chavista lo constituye eso: una revolución de pardos; una revolución que se apoya en el pasado, y de allí su necesidad de tergiversar desde su pensamiento, hasta su físico, sin temor a caer en el anacronismo que ello supone.
         ¿No intentó Chávez más de una vez, descontextualizando una que otra cita de su pensamiento, expuesto en cartas, sobre todo, presentarlo como una especie de comunista de avanzada? Porque, a pesar de todo lo que decía en torno a la conveniencia de un gobierno democrático, el Libertador no dejó de ser de pensamiento monárquico, y la prueba más fehaciente se encuentra en la Constitución de Bolivia, donde contemplaba la idea de una presidencia hereditaria, y esto porque el Libertador consideraba que al “príncipe” había que formarlo desde la infancia.
                                      melendezo.enrique@yahoo.com

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