Revista
Noticias - 22-Dic-12 - Opinión
http://noticias.perfil.com/2012-12-20-19155-los-caudillos-no-tienen-herederos/
Tésis
Los
caudillos no tienen herederos
Solo.
A pesar de que ganó las elecciones, Chávez nunca logró preparar a un sucesor.
por
James Neilson
Habrá
estado en lo cierto Jorge Rodríguez, el jefe de la campaña electoral chavista
más reciente que culminó el domingo pasado con el triunfo del oficialismo en 20
de las 23 jurisdicciones, cuando calificaba el resultado de “una ofrenda al
comandante y una muestra del amor de su pueblo”. En América Latina, donde el
populismo sirve de anestesia para hacer más soportables las penurias de los
millones condenados a vivir en sociedades disfuncionales, suelen ser muy
fuertes los lazos emotivos con el líder máximo de turno de los pobres y de
quienes temen compartir su destino, además, claro está, de muchos otros que se
han acostumbrado a plegarse al consenso presuntamente en boga. Dijo una vez el
saboyano reaccionario Joseph de Maistre, “cada pueblo tiene el gobierno que se
merece”; se trata de un juicio que suena un tanto cruel en países que, en
teoría, deberían de ser muy ricos pero en que el grueso de la población se ha
habituado a adular a gobernantes que solo logran administrar la miseria,
amenizándola con relatos conmovedores y con Fútbol (tal vez béisbol en el caso
de Venezuela) Para Todos, pero refleja la realidad de la crónicamente
atribulada América Latina.
Como
sucedió aquí en los días que siguieron a la muerte prematura de Néstor Kirchner
cuando el “efecto luto” benefició políticamente a su viuda, la enfermedad grave
que padece el caudillo Hugo Chávez no ha debilitado el movimiento que se ha
aglutinado en torno a su “carisma” sino que, por el contrario, lo ha
fortalecido, aunque solo fuera pasajeramente. Antes de trasladarse Chávez a
Cuba para una intervención quirúrgica, pareció que los venezolanos se cansaban
del caos bolivariano, de la feroz violencia callejera que ha hecho de Caracas
una de las ciudades más peligrosas del planeta, de las “duchas socialistas”
brevísimas a causa de la escasez de agua limpia, las arengas televisivas
interminables de “Aló presidente” y de la corrupción barroca que florecía en
los reductos de la “boliburguesía”, pero el drama de su enfermedad hizo cambiar
el clima político. Hubiera sido más lógico que los venezolanos reaccionaran
frente a las malas noticias médicas preparándose para enfrentar un futuro,
acaso próximo, sin la presencia del hombre que durante tanto tiempo ha dominado
de manera excluyente y prepotente la política local, pero cuando de
experiencias populistas se trata la lógica es lo de menos.
Así,
pues, como Rodríguez subrayó, una parte sustancial del electorado de su país
habrá querido manifestar a través de sus votos la simpatía que siente por el
caudillo enfermo al que, según sus partidarios más pesimistas, no le será dado
iniciar su nuevo mandato el 10 de enero. Fue una forma de despedirse de él. Sin
embargo, el que la mayoría del menos de 54 por ciento del electorado que se dio
el trabajo de votar el domingo pasado haya querido homenajear a Chávez no
quiere decir que una proporción similar respaldará a su sucesor designado, el
actual vicepresidente Nicolás Maduro que, por cierto, tiene muchos motivos para
preocuparse. Desde el punto de vista de Maduro, un hombre poco carismático,
hubiera sido mejor un resultado menos contundente que sirviera para advertir a
sus rivales internos que no sería de su interés ocasionarle demasiados
problemas.
En
cambio, el líder opositor, Henrique Capriles, que logró imponerse en el estado
de Miranda, no lamentará el desempeño decepcionante de presuntos aliados que
podrían disputarle el liderazgo de una eventual alternativa al chavismo;
felizmente para él, casi todos fueron arrollados por la imponente maquinaria
estatal del gobierno. Según las encuestas que se realizaron antes de las
elecciones presidenciales de octubre pasado, Capriles aventajaba a todos los
chavistas con la única excepción de Chávez mismo, a pesar de que, a diferencia
de los oficialistas, no haya contado con los inmensos recursos económicos del
gobierno que, en Venezuela, ha alcanzado un grado de hegemonía no solo clientelista
sino también informativa que los kirchneristas no pueden sino envidiar. En lo
que concierne a la democracia comunicacional, los chavistas han avanzado mucho
más que sus compañeros de ruta sureños, pero los kirchneristas parecen
decididos a alcanzarlos para entonces dejarlos atrás.
Pocos
movimientos tan personalistas como el bolivariano que, con la modestia que lo
caracteriza, Chávez bautizó “el socialismo del siglo XXI”, logran sobrevivir a
su creador que, como siempre nos aseguran sus seguidores, es por definición
irreemplazable. El peronismo resultó ser una excepción a esta regla deprimente,
pero lo hizo transformándose en una especie de asociación de ayuda mutua
envuelta en una nube ideológica tan vaporosa que, andando el tiempo, cubriría
buena parte del territorio político nacional, incidiendo en la conducta y las
actitudes de hasta sus críticos más vehementes.
De
evolucionar del mismo modo el chavismo, pronto habrá chavistas neoliberales,
chavistas maoístas o islamistas y chavistas agradablemente moderados que en
otras latitudes podrían insertarse sin dificultades en el conservadurismo o la
democracia social, pero lo más probable es que el aglomerado se desintegre por
completo. Al fin y al cabo, Chávez, la televisión mediante, se las arregló para
apropiarse de un lugar todavía mayor que el conseguido por Juan Domingo Perón y
Evita en la imaginación de sus compatriotas, de suerte que su ausencia, cuando
se haga irremediable, resultará ser aun más traumática. Y, a diferencia de los
peronistas después de los golpes militares que en dos ocasiones truncaron su
gestión, los chavistas no podrán culpar a sus enemigos por las calamidades
descomunales que han sabido provocar a pesar del torrente de petrodólares que
llenaron sus arcas.
A
menos que Chávez sorprenda a todos recuperándose del cáncer que lo ha puesto al
borde de la muerte, Cristina y sus acompañantes compartirán, por sus propios
motivos, los sentimientos de los bolivarianos venezolanos. En un mundo que les
está resultando cada vez más inhóspito, ven en Chávez un amigo y, hasta cierto
punto, un referente intelectual, además de un prestamista de última instancia
cuya “generosidad”, como la del compañero Evo Morales, nunca ha sido óbice para
que se aferrara a las severas pautas neoliberales cuando de vender combustible
se trata. Tan dispuestos han estado los kirchneristas a complacer al comandante
que no han vacilado en procurar acercarse a los sanguinarios teócratas iraníes,
minimizando la importancia del atentado contra la AMIA –como diría otro
bolivariano, el mandamás ecuatoriano Rafael Correa, el asesinato de un centenar
de argentinos fue poca cosa si se lo compara con el bombardeo por la OTAN de
las huestes del amigo Muammar Gaddafi–, oponiéndose así a las sanciones
económicas que han impuesto los Estados Unidos y la Unión Europea con el
propósito de frenar el programa nuclear de gente que no disimula su voluntad de
aniquilar de una vez “el ente sionista”, Israel.
De
todas formas, para aquellos kirchneristas pensantes que se las han ingeniado
para convencerse de que el populismo visceralmente antiyanqui es la ola del
futuro, el destino del chavismo sin Chávez será de interés no meramente
académico. Mientras que para ellos la figura del líder providencial, del hombre
o mujer que de alguno que otro modo se transforma en el eje de un sistema
político, marginando a la vetusta partidocracia burguesa, es tremendamente
atractiva, como lo era en su momento para los fascistas europeos y comunistas
soviéticos, no han conseguido solucionar el problema engorroso planteado por la
sucesión, en parte porque no les gusta para nada reconocer que el líder sea un
mortal común, en parte porque es, por su naturaleza, imprescindible. En muchos
países de tendencias autoritarias –Cuba, Corea del Norte, Siria y, por
desgracia, la Argentina–, echan mano al nepotismo tradicional, para que el
sucesor sea un hermano, hijo o, para variar, un cónyuge, pero parecería que
Chávez no ha considerado dicha alternativa, de ahí la nominación de Maduro.
Al
depender el populismo unipersonal de la glorificación del jefe supremo, supone
la subordinación de todos los demás. El líder no es primus inter pares como
suele ser el caso en sociedades democráticas, es un ser intrínsecamente
superior, de cualidades acaso misteriosas pero, insisten sus partidarios,
inigualables, que encarna la voluntad popular. Por supuesto que en tales
sistemas no hay lugar para personajes que podrían sentirse tentados a
privilegiar sus propios intereses. He aquí una razón por la que gobiernos
personalistas casi siempre se llenan de mediocridades obsecuentes que deben sus
cargos a su “lealtad” hacia el mandatario y que por lo tanto se dedican a
frustrar las aspiraciones, reales o meramente hipotéticas, de otros miembros
del mismo equipo. Eliminada la posibilidad de entregar el poder a un familiar
–por un rato, algunos fantaseaban con dicha variante–, Cristina no cuenta con
un sucesor. ¿Y Chávez? Según los enterados de las vicisitudes de quienes
frecuentan el círculo áulico del líder absoluto, Maduro ya se siente
constreñido a procurar defender el lugar precario que el comandante le ha
confiado contra rivales que lo creen vulnerable. Mientras tanto, Capriles se
mantendrá al acecho.
*
Periodista y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.
Este
es un reenvío de un mensaje de "Tábano Informa"
tabano.informa@gmail.com
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