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domingo, 23 de diciembre de 2012

OLGA RAMOS, EL PAÍS QUE TENEMOS #16D

“Tenemos el país que tenemos, no otro. Lo formamos todos y todos somos responsables de la forma que toma! Mucho que reflexionar y crecer #16D”
Ese fue mi primer comentario en twitter vistos los resultados de las elecciones regionales y creo que resume muy bien lo que pienso que es el aprendizaje más importante que tenemos los venezolanos en estos tiempos.


A casi 24 horas del cierre de las mesas, abundan los artículos y mensajes “reflexivos” -obviamente, unos con más reflexión y otros con más reacción-. Es el tiempo del reajuste de expectativas, del acuse de recibo y del trago grueso para todos, los que ganamos y los que perdimos. Hay muchos mensajes cargados de una emoción visceral, cosa que es normal dado lo sucedido, pero especialmente, por la incomprensión generalizada que tenemos sobre la realidad en la que vivimos. Y esa -aumentar la comprensión sobre la realidad que vivimos- es quizá la tarea más importante que debemos emprender todos en este tiempo.
Hay algunos datos interesantes que pueden ayudarnos a comprender esa realidad, pero resalta entre ellos, la cantidad de gobernaciones en las que ganó un candidato militar y aunque sería muy fácil asumir como explicación que su victoria se debe a que era el candidato designado por Chavez y aunque no dejo de pensar en la vieja y arraigada creencia popular de que, ante la necesidad de poner orden, los venezolanos apuestan por un militar, creo que la respuesta no es trivial ni obvia. Un dato de ese calibre requiere un análisis detallado y profundo que no es al que voy a apuntar en este momento, en este espacio, pero lo menciono para apuntar a una necesaria reflexión posterior. (Claro, también lo menciono porque sería genial que alguien como Graciela Soriano @grasoriano, Ruth Capriles @veedoramadre, Colette Capriles @cocap, Ricardo Sucre @rsucre o Humberto Njaim, les diera por ayudarnos con eso)

Las elecciones de ayer nos enseñaron que tenemos el país que tenemos y no otro, bueno, eso nos ratificaron.

Una de las cualidades de este país que tenemos, como ya dije, es la incomprensión generalizada sobre la realidad en la que vivimos. Otra de sus cualidades, íntimamente relacionada con la anterior, es la inmadurez política tanto de los ciudadanos como de su dirigencia. Obviamente, no de todos los ciudadanos, ni de toda la dirigencia política, pero, en ambos grupos, no logramos la masa crítica mínima que nos permita un cambio de cualidad al respecto.

La falta de madurez se evidencia de muchas maneras. En este momento, se evidencia especialmente, en el foco que toman muchos de los comentarios y análisis que se leen en los medios y en la red. Muchos se enfocan en buscar o señalar culpables, en acusar al otro de los males que nos aquejan y que se profundizarán, sin que medie el debido reconocimiento de la responsabilidad de todos en la construcción del país que hoy tenemos. Para no variar, nos centramos en las personas, en las otras, no en nosotros; más en las personas y menos en las prácticas, pero cuando ponemos el foco en las prácticas, lo hacemos en las que nos molestan de los otros y no vemos lo que pueden haber contribuido las nuestras o como, en muchos casos, cuando repetimos esas mismas prácticas que criticamos, ni las vemos.

Es importante poner el foco donde es.

Creo que, ante lo que vivimos, nos sale enfocarnos en nuestras prácticas, las que nos gustan, pero especialmente, las que no nos gustan y sólo somos capaces de identificar en los otros.

Como se trata de algo complejo y extenso y sin pretensiones de abarcar su complejidad, voy a mencionar algunas cosas que son las que me parecen más importantes en este momento.

1. Lo que sucede en el país es responsabilidad de todos.

Lo primero que mencionaré es que lo que sucede en el país es responsabilidad de todos, no es culpa de algunos. Esto, aunque suene reiterativo, es importante que todos lo asumamos, porque por acción o por omisión, todos contribuimos a tener la Venezuela que tenemos.

Hay un cambio en la naturaleza de la ciudadanía que es necesario asimilar y que se deriva de cómo se concibe la distribución del poder y su relación con la responsabilidad. Me refiero a un cambio en la concepción de la consciencia ciudadana, en la comprensión del rol que cada quién cumple y debe cumplir en la determinación de su destino como parte de una comunidad nacional.

Voy a tratar de ilustrarlo con un ejemplo y aunque el ejemplo que utilizaré puede no ser el mejor, creo que puede ser útil.

La diferencia que tenemos que apreciar en la consciencia ciudadana, es como la que existe en la responsabilidad sobre las decisiones, las acciones, y su resultante sobre la calidad de vida, cuando se pasan unos días en un hotel, en contraste de la que se tiene y sus consecuencias, cuando los días se pasan en un hogar propio.

El hotel tiene unos dueños y unas reglas definidas por ellos, uno lo elige para pasar unos días por la oferta que tiene, se ajusta a las reglas y disfruta de la oferta. La calidad de vida que se obtiene está determinada por la capacidad para acertar en la elección del hotel.

En contraste, un hogar tiene unos miembros y, aunque entre ellos exista una jerarquía para la toma de decisiones y la distribución de responsabilidades esté establecida de forma diferenciada entre sus miembros, su conformación y dinámica es responsabilidad de todos los miembros; hay mecanismos para mediar en la toma de decisiones y en la determinación de las reglas y condiciones de vida, pero su construcción depende del aporte y la participación de todos.

El país no es como un hotel, sino que funciona más como un hogar en el que todos somos responsables de lo que sucede y de la calidad de vida que nos damos y tenemos.

Si comenzamos a asumir a Venezuela como nuestro hogar, en el que lo que suceda es concurso y responsabilidad de todos, cambiaremos nuestra consciencia de ciudadanía y por tanto, nuestra actitud y nuestras prácticas.

2. Con un país fracturado no podemos construir una mejor Venezuela.

Lo segundo que mencionaré y también estaré reiterando algo previamente dicho, es que tenemos un país fracturado que es incapaz de reconocerse entre sí y que mientras no lo haga, no podrá avanzar.

A pesar de que muchas personas no quieren verlo de esta manera, tenemos una profunda fractura. Miramos al país desde ópticas diferentes y por mucho que nos parezca inconcebible la óptica del otro o por muy irreconciliables que éstas parezcan, son ópticas válidas.

En este campo no es ni posible, ni deseable, identificarnos como malos o buenos, como acertados o equivocados. Es menester reconocer tanto la existencia del otro, como la validez de su punto de vista, de su perspectiva sobre el país, su presente y su futuro.

Incluso, es importante reconocer la coexistencia de marcos de valores, de principios y éticas diversas como punto de partida imprescindible para poder reconstruir, a partir de ese reconocimiento, un marco de principios y valores comunes y una identidad en la que todos nos veamos reflejados.

Podemos identificar algunas creencias que son clave para reconstruir nuestra identidad y nuestras prácticas, y que nos hacen mantener el foco en otro lado.

Por ejemplo, a esta altura, tenemos un país que no entiende que la lógica del triunfo electoral que garantiza la hegemonía de un grupo sobre el resto, no funciona en una sociedad con estas fracturas. -Bueno, no funciona en estos tiempos, ni en un marco realmente democrático, pero mucho menos, en una sociedad con estas fracturas-. No entendemos, que no se trata de recuperar el tiempo “cuando éramos felices y no lo sabíamos” o de hacer una relectura de la historia o una reconstrucción de la identidad nacional, a imagen y semejanza de un grupo específico.

Se trata de reencontrarnos y reconocernos, para lo cual, tenemos que poder reenfocar nuestra forma de comprender la distribución del poder político, el juego y los resultados electorales.

Una elección y sus resultados tienen que convertirse en un espacio para reconstruir nuestros nortes comunes, no sólo para disputarlos y ver cuál tiene mayor peso, eso no es efectivamente democrático, pero en esta situación especialmente, cuando sabemos que lo que está determinando el contenido del voto, no es precisamente el apoyo a un proyecto específico o a una visión de país o de región.

No, lo que está determinando el contenido del voto es la apuesta por un arreglo que garantice la supervivencia de unos con respecto a las pretensiones que asumimos, o que en efecto tienen los otros.

Sin embargo, lo que no entendemos es que sólo es posible garantizar nuestra supervivencia, si garantizamos la supervivencia del otro. Sólo es posible garantizar nuestro bienestar o nuestra calidad de vida, si garantizamos el bienestar y la calidad de vida del otro, pero no de acuerdo a la visión que cada uno tenga de bienestar o calidad de vida, sino con respecto a una visión compartida de bienestar y calidad de vida que tenemos con construir o reconstruir con el concurso de los unos y los otros.

Es desde esta óptica que tenemos que reconcebir nuestra visión y consciencia de ciudadanía, nuestro pase de la creencia de que vivimos en un hotel en los que la dinámica y los estándares de calidad de la oferta los determinan otros, a la comprensión de que habitamos un país, nuestro hogar, en el que la calidad de vida de todos, depende de la responsabilidad y el esfuerzo que asuma cada uno.

3. Miramos la paja sólo en el ojo ajeno

Un tercer elemento que traeré a colación, es esa costumbre muy nuestra de mirar sólo la paja en el ojo ajeno.

Se colea el otro, hace tráfico de influencias el otro, es corrupto el otro, viola la ley o cualquier regla de juego el otro, es clientelista la conducta del otro, el oportunista es el otro, el excluyente es el otro.

En esto caemos todos en algún momento y no ponemos atención a nuestras prácticas cotidianas, comenzando por algo tan sencillo como las palabras que utilizamos para referirnos al que no nos gusta o con el que no estamos de acuerdo.

Si nos damos un paseo por los comentarios pre y post electorales, podremos ver millones de ejemplos, o mejor dicho, algunos ejemplos repetidos millones de veces, del menosprecio al otro, sin ir más lejos, identificando rasgos o conductas que, en otro contexto y en otro momento, seguramente, hemos tenido o hemos aceptado y avalado por venir de alguien de “los nuestros” o, porque en aquel contexto, “el fin justificaba los medios”.

Al parecer, no hemos entendido cuál es el tenor de nuestra lucha ciudadana. No se trata de elegir “un liderazgo” identificado como un grupo diferente de hombres y mujeres, en los que, si analizamos las prácticas, podemos ver como repiten las del “liderazgo” que no queremos, sino de apostar por un liderazgo con una ética política y unas prácticas diferentes. Donde no imperen, por ejemplo, la discriminación política, el acomodo, el clientelismo, la corrupción, sea de la magnitud o del signo que sean.

Pero además, no se trata de elegir o tener un liderazgo político diferente, si no tenemos una ciudadanía diferente. Por tanto, el tenor de nuestra lucha ciudadana, no puede apuntar solamente a las cualidades del liderazgo que queremos, sino a las cualidades del ciudadano que tenemos y que debemos transformar. Es una lucha en todos los terrenos, en la que, nuestra visión de ciudadanía, nuestras prácticas y nuestro autoconcepto, deben tener un rol estelar.

4. La dirigencia política no da la talla

Pero así como digo que nuestra visión de ciudadanía y nuestras prácticas deben tener un rol estelar en nuestra lucha cotidiana. También es necesario reconocer que, a pesar de las excepciones y de los grandes esfuerzos, nuestra dirigencia política aún no da la talla para la magnitud de la tarea que como país tenemos.

Y cuando hablo de la dirigencia política, me refiero a toda, a la que está en el gobierno y a la que está en la oposición, a los dirigentes de talla nacional y también a los dirigentes locales y comunales, porque toda ella debería haber entendido, a esta altura, que lo planteado en los tres puntos anteriores les toca y está en sus manos orientar al país en el proceso de reconstrucción para superar la fractura y para crecer y madurar política y socialmente.

Aunque suene duro y cueste asimilarlo, tenemos una ciudadanía políticamente inmadura y una ciudadanía inmadura es incapaz de reconocer y asumir su responsabilidad y propiciar el reencuentro por sí sola.

En nuestro caso, es obvio que como ciudadanos diversos y diferentes no tenemos la madurez para reconocer la dimensión de nuestra necesidad y ceder ante ella y que nuestra dirigencia, en su mayoría, tampoco tiene la madurez política para hacerlo o promoverlo.

De hecho, en una situación como la nuestra se requiere de una dirigencia política que entienda el tenor de su rol y que esté dispuesta a trabajar para ello, sacrificando espacios de confort tradicionales, poniendo de lado la tentación de la defensa de su “parcela” y también la tentación de conseguir el aplauso fácil.

Requerimos que nuestra dirigencia política también madure y dé la talla, porque con la visión y las prácticas con las que se manejan actualmente, no lograrán apuntar hacia el problema de fondo, sino que repetirán una y otra vez, los mismos errores y prácticas.

Esto implica, entre otras cosas un cambio de cualidad en las prácticas de dicha dirigencia en todos sus niveles y requerimos que la misma apueste por asumir un verdadero liderazgo que oriente en la adversidad.

oiramoss@gmail.com

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