“Tenemos el país que tenemos, no otro. Lo formamos todos y todos somos responsables de la forma que toma! Mucho que reflexionar y crecer #16D”
Ese fue mi primer comentario en twitter
vistos los resultados de las elecciones regionales y creo que resume muy bien
lo que pienso que es el aprendizaje más importante que tenemos los venezolanos
en estos tiempos.
A casi 24 horas del cierre de las mesas,
abundan los artículos y mensajes “reflexivos” -obviamente, unos con más
reflexión y otros con más reacción-. Es el tiempo del reajuste de expectativas,
del acuse de recibo y del trago grueso para todos, los que ganamos y los que
perdimos. Hay muchos mensajes cargados de una emoción visceral, cosa que es
normal dado lo sucedido, pero especialmente, por la incomprensión generalizada
que tenemos sobre la realidad en la que vivimos. Y esa -aumentar la comprensión
sobre la realidad que vivimos- es quizá la tarea más importante que debemos
emprender todos en este tiempo.
Hay algunos datos interesantes que pueden
ayudarnos a comprender esa realidad, pero resalta entre ellos, la cantidad de
gobernaciones en las que ganó un candidato militar y aunque sería muy fácil
asumir como explicación que su victoria se debe a que era el candidato
designado por Chavez y aunque no dejo de pensar en la vieja y arraigada
creencia popular de que, ante la necesidad de poner orden, los venezolanos
apuestan por un militar, creo que la respuesta no es trivial ni obvia. Un dato
de ese calibre requiere un análisis detallado y profundo que no es al que voy a
apuntar en este momento, en este espacio, pero lo menciono para apuntar a una
necesaria reflexión posterior. (Claro, también lo menciono porque sería genial
que alguien como Graciela Soriano @grasoriano, Ruth Capriles @veedoramadre,
Colette Capriles @cocap, Ricardo Sucre @rsucre o Humberto Njaim, les diera por
ayudarnos con eso)
Las
elecciones de ayer nos enseñaron que tenemos el país que tenemos y no otro,
bueno, eso nos ratificaron.
Una
de las cualidades de este país que tenemos, como ya dije, es la incomprensión
generalizada sobre la realidad en la que vivimos. Otra de sus cualidades,
íntimamente relacionada con la anterior, es la inmadurez política tanto de los
ciudadanos como de su dirigencia. Obviamente, no de todos los ciudadanos, ni de
toda la dirigencia política, pero, en ambos grupos, no logramos la masa crítica
mínima que nos permita un cambio de cualidad al respecto.
La
falta de madurez se evidencia de muchas maneras. En este momento, se evidencia
especialmente, en el foco que toman muchos de los comentarios y análisis que se
leen en los medios y en la red. Muchos se enfocan en buscar o señalar
culpables, en acusar al otro de los males que nos aquejan y que se profundizarán,
sin que medie el debido reconocimiento de la responsabilidad de todos en la
construcción del país que hoy tenemos. Para no variar, nos centramos en las
personas, en las otras, no en nosotros; más en las personas y menos en las
prácticas, pero cuando ponemos el foco en las prácticas, lo hacemos en las que
nos molestan de los otros y no vemos lo que pueden haber contribuido las
nuestras o como, en muchos casos, cuando repetimos esas mismas prácticas que
criticamos, ni las vemos.
Es
importante poner el foco donde es.
Creo
que, ante lo que vivimos, nos sale enfocarnos en nuestras prácticas, las que
nos gustan, pero especialmente, las que no nos gustan y sólo somos capaces de
identificar en los otros.
Como
se trata de algo complejo y extenso y sin pretensiones de abarcar su
complejidad, voy a mencionar algunas cosas que son las que me parecen más
importantes en este momento.
1.
Lo que sucede en el país es responsabilidad de todos.
Lo
primero que mencionaré es que lo que sucede en el país es responsabilidad de
todos, no es culpa de algunos. Esto, aunque suene reiterativo, es importante
que todos lo asumamos, porque por acción o por omisión, todos contribuimos a
tener la Venezuela que tenemos.
Hay
un cambio en la naturaleza de la ciudadanía que es necesario asimilar y que se
deriva de cómo se concibe la distribución del poder y su relación con la
responsabilidad. Me refiero a un cambio en la concepción de la consciencia
ciudadana, en la comprensión del rol que cada quién cumple y debe cumplir en la
determinación de su destino como parte de una comunidad nacional.
Voy
a tratar de ilustrarlo con un ejemplo y aunque el ejemplo que utilizaré puede
no ser el mejor, creo que puede ser útil.
La
diferencia que tenemos que apreciar en la consciencia ciudadana, es como la que
existe en la responsabilidad sobre las decisiones, las acciones, y su
resultante sobre la calidad de vida, cuando se pasan unos días en un hotel, en
contraste de la que se tiene y sus consecuencias, cuando los días se pasan en
un hogar propio.
El
hotel tiene unos dueños y unas reglas definidas por ellos, uno lo elige para
pasar unos días por la oferta que tiene, se ajusta a las reglas y disfruta de
la oferta. La calidad de vida que se obtiene está determinada por la capacidad
para acertar en la elección del hotel.
En
contraste, un hogar tiene unos miembros y, aunque entre ellos exista una
jerarquía para la toma de decisiones y la distribución de responsabilidades
esté establecida de forma diferenciada entre sus miembros, su conformación y dinámica
es responsabilidad de todos los miembros; hay mecanismos para mediar en la toma
de decisiones y en la determinación de las reglas y condiciones de vida, pero
su construcción depende del aporte y la participación de todos.
El
país no es como un hotel, sino que funciona más como un hogar en el que todos
somos responsables de lo que sucede y de la calidad de vida que nos damos y
tenemos.
Si
comenzamos a asumir a Venezuela como nuestro hogar, en el que lo que suceda es
concurso y responsabilidad de todos, cambiaremos nuestra consciencia de
ciudadanía y por tanto, nuestra actitud y nuestras prácticas.
2.
Con un país fracturado no podemos construir una mejor Venezuela.
Lo
segundo que mencionaré y también estaré reiterando algo previamente dicho, es
que tenemos un país fracturado que es incapaz de reconocerse entre sí y que
mientras no lo haga, no podrá avanzar.
A
pesar de que muchas personas no quieren verlo de esta manera, tenemos una
profunda fractura. Miramos al país desde ópticas diferentes y por mucho que nos
parezca inconcebible la óptica del otro o por muy irreconciliables que éstas
parezcan, son ópticas válidas.
En
este campo no es ni posible, ni deseable, identificarnos como malos o buenos,
como acertados o equivocados. Es menester reconocer tanto la existencia del
otro, como la validez de su punto de vista, de su perspectiva sobre el país, su
presente y su futuro.
Incluso,
es importante reconocer la coexistencia de marcos de valores, de principios y
éticas diversas como punto de partida imprescindible para poder reconstruir, a
partir de ese reconocimiento, un marco de principios y valores comunes y una
identidad en la que todos nos veamos reflejados.
Podemos
identificar algunas creencias que son clave para reconstruir nuestra identidad
y nuestras prácticas, y que nos hacen mantener el foco en otro lado.
Por
ejemplo, a esta altura, tenemos un país que no entiende que la lógica del
triunfo electoral que garantiza la hegemonía de un grupo sobre el resto, no
funciona en una sociedad con estas fracturas. -Bueno, no funciona en estos
tiempos, ni en un marco realmente democrático, pero mucho menos, en una
sociedad con estas fracturas-. No entendemos, que no se trata de recuperar el
tiempo “cuando éramos felices y no lo sabíamos” o de hacer una relectura de la
historia o una reconstrucción de la identidad nacional, a imagen y semejanza de
un grupo específico.
Se
trata de reencontrarnos y reconocernos, para lo cual, tenemos que poder
reenfocar nuestra forma de comprender la distribución del poder político, el
juego y los resultados electorales.
Una
elección y sus resultados tienen que convertirse en un espacio para reconstruir
nuestros nortes comunes, no sólo para disputarlos y ver cuál tiene mayor peso,
eso no es efectivamente democrático, pero en esta situación especialmente,
cuando sabemos que lo que está determinando el contenido del voto, no es
precisamente el apoyo a un proyecto específico o a una visión de país o de
región.
No,
lo que está determinando el contenido del voto es la apuesta por un arreglo que
garantice la supervivencia de unos con respecto a las pretensiones que
asumimos, o que en efecto tienen los otros.
Sin
embargo, lo que no entendemos es que sólo es posible garantizar nuestra
supervivencia, si garantizamos la supervivencia del otro. Sólo es posible
garantizar nuestro bienestar o nuestra calidad de vida, si garantizamos el
bienestar y la calidad de vida del otro, pero no de acuerdo a la visión que
cada uno tenga de bienestar o calidad de vida, sino con respecto a una visión
compartida de bienestar y calidad de vida que tenemos con construir o
reconstruir con el concurso de los unos y los otros.
Es
desde esta óptica que tenemos que reconcebir nuestra visión y consciencia de
ciudadanía, nuestro pase de la creencia de que vivimos en un hotel en los que
la dinámica y los estándares de calidad de la oferta los determinan otros, a la
comprensión de que habitamos un país, nuestro hogar, en el que la calidad de
vida de todos, depende de la responsabilidad y el esfuerzo que asuma cada uno.
3.
Miramos la paja sólo en el ojo ajeno
Un
tercer elemento que traeré a colación, es esa costumbre muy nuestra de mirar
sólo la paja en el ojo ajeno.
Se
colea el otro, hace tráfico de influencias el otro, es corrupto el otro, viola
la ley o cualquier regla de juego el otro, es clientelista la conducta del
otro, el oportunista es el otro, el excluyente es el otro.
En
esto caemos todos en algún momento y no ponemos atención a nuestras prácticas
cotidianas, comenzando por algo tan sencillo como las palabras que utilizamos
para referirnos al que no nos gusta o con el que no estamos de acuerdo.
Si
nos damos un paseo por los comentarios pre y post electorales, podremos ver
millones de ejemplos, o mejor dicho, algunos ejemplos repetidos millones de
veces, del menosprecio al otro, sin ir más lejos, identificando rasgos o
conductas que, en otro contexto y en otro momento, seguramente, hemos tenido o
hemos aceptado y avalado por venir de alguien de “los nuestros” o, porque en
aquel contexto, “el fin justificaba los medios”.
Al
parecer, no hemos entendido cuál es el tenor de nuestra lucha ciudadana. No se
trata de elegir “un liderazgo” identificado como un grupo diferente de hombres
y mujeres, en los que, si analizamos las prácticas, podemos ver como repiten
las del “liderazgo” que no queremos, sino de apostar por un liderazgo con una
ética política y unas prácticas diferentes. Donde no imperen, por ejemplo, la
discriminación política, el acomodo, el clientelismo, la corrupción, sea de la
magnitud o del signo que sean.
Pero
además, no se trata de elegir o tener un liderazgo político diferente, si no
tenemos una ciudadanía diferente. Por tanto, el tenor de nuestra lucha ciudadana,
no puede apuntar solamente a las cualidades del liderazgo que queremos, sino a
las cualidades del ciudadano que tenemos y que debemos transformar. Es una
lucha en todos los terrenos, en la que, nuestra visión de ciudadanía, nuestras
prácticas y nuestro autoconcepto, deben tener un rol estelar.
4.
La dirigencia política no da la talla
Pero
así como digo que nuestra visión de ciudadanía y nuestras prácticas deben tener
un rol estelar en nuestra lucha cotidiana. También es necesario reconocer que,
a pesar de las excepciones y de los grandes esfuerzos, nuestra dirigencia
política aún no da la talla para la magnitud de la tarea que como país tenemos.
Y
cuando hablo de la dirigencia política, me refiero a toda, a la que está en el
gobierno y a la que está en la oposición, a los dirigentes de talla nacional y
también a los dirigentes locales y comunales, porque toda ella debería haber
entendido, a esta altura, que lo planteado en los tres puntos anteriores les
toca y está en sus manos orientar al país en el proceso de reconstrucción para
superar la fractura y para crecer y madurar política y socialmente.
Aunque
suene duro y cueste asimilarlo, tenemos una ciudadanía políticamente inmadura y
una ciudadanía inmadura es incapaz de reconocer y asumir su responsabilidad y
propiciar el reencuentro por sí sola.
En
nuestro caso, es obvio que como ciudadanos diversos y diferentes no tenemos la
madurez para reconocer la dimensión de nuestra necesidad y ceder ante ella y
que nuestra dirigencia, en su mayoría, tampoco tiene la madurez política para
hacerlo o promoverlo.
De
hecho, en una situación como la nuestra se requiere de una dirigencia política
que entienda el tenor de su rol y que esté dispuesta a trabajar para ello,
sacrificando espacios de confort tradicionales, poniendo de lado la tentación
de la defensa de su “parcela” y también la tentación de conseguir el aplauso
fácil.
Requerimos
que nuestra dirigencia política también madure y dé la talla, porque con la
visión y las prácticas con las que se manejan actualmente, no lograrán apuntar
hacia el problema de fondo, sino que repetirán una y otra vez, los mismos
errores y prácticas.
Esto
implica, entre otras cosas un cambio de cualidad en las prácticas de dicha
dirigencia en todos sus niveles y requerimos que la misma apueste por asumir un
verdadero liderazgo que oriente en la adversidad.
oiramoss@gmail.com
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