La situación venezolana no admite lecturas lineales o simplistas. Vivimos una hipercomplejidad que hay que analizar recurriendo a “pensamiento complejo” y/o a “pensamiento lateral”. Esto de Venezuela es lo que podríamos denominar un “conjunto borroso”, uno donde habría que hacer un abordaje analítico con conceptos como caos y fractales. La razón lógica siempre conduce a los mismos resultados y en nuestro caso esa parece ser la consabida frase de “no hay salida”. Es necesario plantearle al país que existe una “virtualidad real” en la cual cambia el concepto de poder y las experiencias engendran nuevas realidades.
Hemos perdido la capacidad de multiplicar los enfoques y actuamos desde una mirada tradicional que preside a los dirigentes como el cuento de la zanahoria delante. La zanahoria la porta el régimen y el burro sigue mansamente detrás. Hay que recurrir a una dinámica no lineal, a la invocación de análisis capaz de partir de una dinámica caótica, hay que fomentar un sistema organizativo autógeno. No estamos ante una sucesión lineal de causas y efectos. Desde este punto de vista podríamos reproducir el viejo cuento del vaso medio lleno o medio vacío para asegurarle a los venezolanos que esto no es un desorden sino la génesis de un nuevo orden.
No hay legitimación omnicomprensiva en esta Venezuela de hoy. Estamos movidos por un pensamiento débil. Se requiere de un pensamiento que hable de la verdad. Hay que recurrir a un paradigma de la complejidad contrario a la inmovilidad y sepultar los conceptos estáticos. Requerimos una sociedad instituyente.
El ser venezolano se muestra escindido, falsamente ilusionado y entregado. Sucede porque el país se mueve en el seno de paradigmas agotados, en un mundo viejo. Las viejas maneras conducen a ninguna parte.
Es lo que le propongo al país, que se haga una sociedad instituyente. Lo que ahora corresponde es proponer una nueva lectura de la realidad, esto es, la creación de una nueva realidad derivada de la permanente actividad de un república de ciudadanos que cambian las formas a la medida de su evolución hacia una eternamente perfectible sociedad democrática El vencimiento de los paradigmas existentes, o la derrota de la inercia, debe buscarse por la vía de los planteamientos innovadores e inusuales.
La inutilidad de los viejos paradigmas queda de manifiesto cuando el hombre comienza a sospechar que ya no le sirven exitosamente a la solución del conflicto o de los problemas. Está claro que la revocatoria de los anteriores requiere de un esfuerzo sostenido pues se deben revalorar los datos y los supuestos.
La sociedad venezolana es víctima de los males originados en la democracia representativa, una que no evolucionó hacia formas superiores. La sociedad venezolana se acostumbró a delegar y se olvidó del control social que toda sociedad madura ejerce sobre el poder.
Lo que pretendo al hablar de ciudadanía instituyente no se refiere a un mito fundante. Me refiero a un agente (al agente) que impulsa permanentemente una democratización inclusiva. Hay esperanza, porque de la nueva ética saldrá racionalidad en la nueva construcción. Ello provendrá de la toma de conciencia de una necesaria recuperación (no del pasado, en ningún caso), sino del sentido.
El país que las “élites inteligentes” deberán liderar es uno en lucha contra las distorsiones, una basada en una lógica alternativa. Pasa porque los ciudadanos tomen como nueva norma de conducta la no delegación, lo que a su vez implica la asunción del papel redefinidor lo que la hace responsable en primer grado.
Es mediante el pensamiento complejo que se puede afrontar el laberinto propio del siglo XXI, pues la mezcla de elementos previsibles e imprevisibles, fortuitos, causales o indeterminados, replantea con toda su fuerza el abandono de la inutilidad.
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