Eddie A. Ramirez S. // Alegrías y penas
Qué alegría la llegada de un nuevo miembro de la familia. Qué pena que no naciera en esta tierra que hace tiempo dejó ser de gracia, por los odios sembrados por resentidos que se dicen revolucionarios. Qué alegría darle la bienvenida a Alexander, el hijo de mi hijo. Qué pena que la distancia me impida abrazarlo. Qué alegría comprobar la alegría de los míos. Qué pena percibir el digno pesar de presos y exiliados políticos y de sus familiares.
Qué alegría sentir el apoyo de muchos instándonos a continuar la lucha por la democracia. Qué pena que algunos no terminen de entender que ante un régimen totalitario la convivencia se convierte en complicidad. Qué alegría observar a mujeres y hombres de la tercera edad avanzada marchando para exigir respeto a los derechos humanos. Qué pena comprobar que jóvenes con títulos universitarios, que disfrutan de un trabajo bien remunerado y pasean en lujosos deportivos, aleguen que no marchan porque a esos eventos acuden políticos que representan el pasado. Qué alegría acostarse con la satisfacción del deber cumplido. Qué pena que algunos todavía se acuesten pensando que quienes abandonaron sus puestos de trabajo para no ser cómplices fueron unos gafos por no haber pasado agachados. Qué alegría legar a los hijos de nuestros hijos una trayectoria recta. Qué pena que algunos piensen que es de vivos permanecer en un cargo, aunque haya que avalar decisiones incorrectas, uniformarse de rojo y aplaudir como focas.
Qué alegría es tener la firme creencia de que pronto podremos iniciar la construcción de un mejor país. Qué pena por aquellos que decidieron pasar la página y se olvidaron que la lucha sólo termina cuando se alcanza la meta.
Qué alegría darse cuenta de que este pueblo, tantas veces engañado, está despertando y reclamando sus derechos y las promesas incumplidas. Qué pena por quienes el fanatismo les impide informarse de la realidad en que vivimos y aceptan los atropellos del régimen a quienes disienten del mismo.
Qué alegría la llegada de un nuevo ser al que estoy seguro sus padres le inculcarán los principios y valores de nuestra civilización. Qué pena la partida temprana de Ítalo Luongo, quien luchó contra el militarismo y dio lo mejor de sí para contribuir a lograr un mejor país y qué pena los ya cuatro años del asesinato de nuestro compañero de Gente del Petróleo, José Manuel Vilas, el cual permanece impune a pesar de estar identificados quienes lo acribillaron. Afortunadamente, las alegrías superan a las penas, al visualizar que la aurora de la libertad está próxima a vencer las sombras de la barbarie.
eddiearamirez@hotmail.com
Qué alegría la llegada de un nuevo miembro de la familia. Qué pena que no naciera en esta tierra que hace tiempo dejó ser de gracia, por los odios sembrados por resentidos que se dicen revolucionarios. Qué alegría darle la bienvenida a Alexander, el hijo de mi hijo. Qué pena que la distancia me impida abrazarlo. Qué alegría comprobar la alegría de los míos. Qué pena percibir el digno pesar de presos y exiliados políticos y de sus familiares.
Qué alegría sentir el apoyo de muchos instándonos a continuar la lucha por la democracia. Qué pena que algunos no terminen de entender que ante un régimen totalitario la convivencia se convierte en complicidad. Qué alegría observar a mujeres y hombres de la tercera edad avanzada marchando para exigir respeto a los derechos humanos. Qué pena comprobar que jóvenes con títulos universitarios, que disfrutan de un trabajo bien remunerado y pasean en lujosos deportivos, aleguen que no marchan porque a esos eventos acuden políticos que representan el pasado. Qué alegría acostarse con la satisfacción del deber cumplido. Qué pena que algunos todavía se acuesten pensando que quienes abandonaron sus puestos de trabajo para no ser cómplices fueron unos gafos por no haber pasado agachados. Qué alegría legar a los hijos de nuestros hijos una trayectoria recta. Qué pena que algunos piensen que es de vivos permanecer en un cargo, aunque haya que avalar decisiones incorrectas, uniformarse de rojo y aplaudir como focas.
Qué alegría es tener la firme creencia de que pronto podremos iniciar la construcción de un mejor país. Qué pena por aquellos que decidieron pasar la página y se olvidaron que la lucha sólo termina cuando se alcanza la meta.
Qué alegría darse cuenta de que este pueblo, tantas veces engañado, está despertando y reclamando sus derechos y las promesas incumplidas. Qué pena por quienes el fanatismo les impide informarse de la realidad en que vivimos y aceptan los atropellos del régimen a quienes disienten del mismo.
Qué alegría la llegada de un nuevo ser al que estoy seguro sus padres le inculcarán los principios y valores de nuestra civilización. Qué pena la partida temprana de Ítalo Luongo, quien luchó contra el militarismo y dio lo mejor de sí para contribuir a lograr un mejor país y qué pena los ya cuatro años del asesinato de nuestro compañero de Gente del Petróleo, José Manuel Vilas, el cual permanece impune a pesar de estar identificados quienes lo acribillaron. Afortunadamente, las alegrías superan a las penas, al visualizar que la aurora de la libertad está próxima a vencer las sombras de la barbarie.
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