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miércoles, 15 de enero de 2014

BRIAN FINCHELTUB, UN PAÍS DE SOBREVIVIENTES

En Venezuela desde hace algunos años no vivimos, sobrevivimos. Si es que podemos llamar “vivir” a ese estado de miedo permanente donde al caminar por las calles nos asustamos con nuestras propia sombra creyendo que alguien nos sigue, donde nuestros padres no duermen hasta que estamos en casa, donde el “avisa cuando llegues” se ha convertido en una prueba de vida, donde todos somos sospechosos, donde sabes cuando sales pero no sabes si regresas, donde lo “normal” es la muerte y vivir es la excepción.
Cada vez que asesinan a un venezolano nos deberían restar un número de nuestra cedula, en lugar de sumarlo a las estadísticas, para que entendamos que cada vez somos menos, como país y como personas. Me pregunto ¿Tenía que pasar el lamentable asesinato de Mónica Spear y su esposo para que nos diéramos cuenta? Nos hemos acostumbrado a convivir con la violencia, tal vez eso tenga que ver con la necesidad de adaptación de ser humano, pero es gravísimo, al punto que algunos lucen resignados ante la ausencia de soluciones. Estas muertes nos mueven el piso nuevamente, nos hacen tambalear y nos dan una bofetada diciéndonos “¡Epa! ¿Qué te pasa? ¡Reacciona!”. No porque tengan mayor peso que otras, sino porque nos dejan claro que la lista sigue corriendo y podemos ser los próximos.
Les pregunto a las voces radicales que hablan de politización ¿A quién le reclama un ciudadano desarmado por su seguridad? No es al cielo, porque la justicia divina no la imparten los hombres, es al Estado y este está dirigido por el Presidente de la República y su equipo de gobierno. Por eso son responsables cuando un ciudadano muere producto de la inacción de las políticas de seguridad. Si aquí se aplicara la ley del más fuerte y cada ciudadano hiciera justicia por sus propias manos, no habría 200 mil muertes violentas en 15 años, sino millones.
El Estado debe emprender una verdadera ofensiva contra quienes nos están matando y para ello debe reconocer que el problema no es manipulación de los medios, no es estrategia de la CIA, no es sabotaje, es una guerra en la que los caídos se multiplican año a año producto de la impunidad. 
Hoy las leyes y la autoridad no transmiten el mínimo respeto, los malandros saben que tienen mejores armas que los policías y que hagan lo que hagan la justicia no funciona en este país.
Parece que la descomposición es en todos los niveles, desde el niño que irrespeta a la maestra, el vivo que se colea en el banco, la cajera del supermercado que te grita por preguntar, la gente que te atropella en el Metro porque esta apurada y es incapaz de pedir disculpas. En todos lados hay pérdida de valores, hay un sentimiento de autodestrucción.
 No hay palabras que describan el dolor por un país que parece desangrarse a la vista de todos y así como hablamos de la responsabilidades que tienen las autoridades, tenemos que decir que mientras sigamos indiferentes, mientras naturalicemos el problema, mientras tengamos miedo a exigir nuestros derechos, seguiremos siendo sobrevivientes y créanme, de  allí solo nos falta una bala para ser víctimas.
Brian@juventudsucre.com
@Brianfincheltub

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lunes, 4 de noviembre de 2013

EGILDO LUJAN NAVA, LA EMPRESA PRIVADA NO ES UNA SOMBRA, FORMATO DEL FUTURO…

En Venezuela, la empresa privada no es cuento ni es una sombra.

Una parte importante del contingente estructural de la producción primaria, industrial, comercial y financiera que no ha podido ser destruida durante la avanzada que emprendió en contra suya la actual administración hace poco más de diez años, ha podido sobrevivir.

Y, para reconcomio gubernamental, hoy no sólo da la cara para atender, aun con fuerzas menguadas y hasta deficiencias tecnológicas, parte importante de cierta demanda permanentemente creciente de los consumidores. Sino que, además, a partir de una sofisticación gerencial que se mueve entre controles, restricciones, persecuciones, acosos, agresiones, inspecciones, multas y decomisos, entre otros, es capaz de hacer posible que la productividad – en parte- compense la imposibilidad de alcanzar una rentabilidad lícita, honrosa, legítima para evitar cierres, reducciones productivas. 0, además, la necesaria migración hacia países donde la renta, precisamente, no es sinónimo de antipopular pillaje organizado.

Esa sobreviviente empresa privada venezolana, desde luego, es la misma que, por sobre  desmedidas campañas propagandísticas y el efecto de leyes concebidas para debilitarlas paulatinamente, y golpear moralmente a propietarios y gerentes, todavía genera poco más del 70% de las fuentes formales de trabajo en el país;  aporta esfuerzo y riqueza productiva relevante en la estructuración del Producto Interno Bruto. Pero, además, es aquella que, con la participación decidida de los trabajadores que no han aceptado ser convertidos en apéndice sumiso y obediente del objetivo primigenio de la misma fuerza ideológica empeñada en hacer del Estado centro motor del país y esencia nodriza del venezolano, ocupa los primeros lugares de toda encuesta que pregunte en dónde cree usted que está la solución a sus problemas de abastecimiento y  empleo.

A la empresa privada, la sociedad no le atribuye responsabilidad predominante en las causas de la inflación, de la escasez, del desabastecimiento, de la inseguridad, de la violencia, de las deficiencias en los servicios de: electricidad, agua potable, salud y educación pública, comunicaciones básicas. Tampoco en la anarquía reinante en el comportamiento de parte importante de la población que, al amparo del padrinazgo de quienes dicen hacerlo todo en nombre del pueblo y para el pueblo, permiten, justifican, respaldan desde las sombras, toleran, amparan y premian con permisividad e impunidad.

Es verdad, hay una importante expresión individualizada –y también organizada- de un llamado “empresariado patriota” que ha sido convertido, poco a poco, en la vitrina del supuesto avance de la nueva economía venezolana; es decir, de aquella que ha podido construir capital, fortalecer capital, disfrutar de exoneraciones y compensaciones por sus “servicios a la Patria”. Pero, curiosamente, también es sobreviviente a su manera, de entre todos los intentos que se iniciaron –con abundante capital por delante- para desarrollar desde cultivos organopónicos, siembras sobre terrazas de inmuebles urbanos, gallineros verticales, cooperativas, empresas de propiedad de cualquier tipo que no guarde parentesco capitalista, hasta promotoras empresariales en países distintos y liderados por gobiernos “amigos”.

Las otras, las de las expropiaciones, las de las tierras “rescatadas” y convertidas en propiedad gubernamental por motivos de “utilidad social” o “utilidad pública”, las invadidas por la fuerza “popular” o ministerial con “pistola al cinto”, esas, no son precisamente modelo de aquello que, por años, se estuvo mercadeado como un  modelo de lo ideal en el medio de un “socialismo revolucionario”. Ellas, de acuerdo a la opinión de quienes -siendo aún nuevos administradores- insisten en la prédica del porqué ya no son propiedad de sus legítimos propietarios -que, por lo demás, tampoco han recibido el pago que les corresponde por ley- hoy están siendo sujeto y objeto de “intervenciones”; bien porque dejaron de producir en el medio de un festín de millones de bolívares que no resultaron suficientes para semejante proeza, o porque  su propios trabajadores se han percatado que, para ellos, el sueño se convirtió en pesadilla y en un motivo cómodo, fácil, sabroso para el enriquecimiento ilícito de muchos de los ungidos para llevar a cabo la nueva obra, desde posiciones gerenciales enemistadas con la meritocracia.

Focalizadas en el nombre y la  identidad pública de algunas de las organizaciones gremiales de mayor trayectoria y prestigio en el país, como es el caso de Fedecámaras, Consecomercio y de Venamcham,  a las empresas y a los empresarios privados hoy se les responsabiliza de ser los financistas, activistas y, por supuesto, agentes dedicados a tiempo completo a liderar una supuesta “guerra económica”, entre cuyos componentes más sobresalientes se identifica a un conjunto de supuestos sabotajes, que incluyen acaparamiento y especulación de bienes de consumo masivo, principalmente alimentos, artículos de limpieza y de higiene personal; curiosamente, de todos los que no pueden producirse, distribuirse y venderse sin el consentimiento estricto  y vigilante del propio Gobierno, ya que desde hace diez años, unos, dos años otros, dependen de un ya obsoleto e infuncional control de precios y de un sistema de “alcabalización” burocratizada.

Pero si curioso es que tales presuntos hechos propios de la llamada “guerra económica” sea dirigida inteligentemente por fabricantes y comercializadores, mucho más lo es que a tales activistas, se les insista en llamar a sumarse a los esfuerzos que el país desea emprender para dejar de ser lo que determina el comportamiento del precio por barril al que se vende el petróleo fuera de la frontera nacional. Porque, a juicio de los que arengan a los interesados –reales o potenciales- hay que salir a la conquista de los mercados internacionales. ¿Cómo?. ¿Cuándo?. Algún día, pero si es pronto, mucho mejor. Es decir, te acuso porque me interesa acusarte; te llamo, porque necesito que me ayudes con lo que no soy capaz de convertir en un bien final competitivo.

En Venezuela, hay vocación por y para el emprendimiento. Lo dicen expertos venezolanos y foráneos. Pero en el país, definitivamente, no hay una cultura gubernamental dirigida a estimular la conversión del sueño emprendedor en una empresa como bien acabado, llamado a ser perfeccionado y exitoso. Tan cierta es esa limitante, que cualquier pretensión emprendedora, amén de la importancia de la participación del capital semilla, como lo destaca el informe Doing Busines del Banco Mundial, debe someterse a un promedio de 144 días de trámites, contra 36 que se dedican en el resto del Continente y apenas 11 en países desarrollados.

Por supuesto, no se puede aspirar a que en Venezuela la tramitología se asemeje a la de un país desarrollado, porque Venezuela no es un país desarrollado. Aunque lo extraño es que sus gobernantes insistan en destruir aquello que fue un sueño de emprendedores en décadas lejanas, y en impedir que nuevos sueños sean la respuesta productiva a la demanda del futuro. ¿Porque es más importante importar?. ¿Porque no conviene que la eficiencia privada continúe desnudando la inoperancia, incompetencia e ineficiencia del llamado Estado empresario?.

Importar no es malo per se. Lo malo es cuando se convierte en un capricho, se acomete como un propósito ideológico, y se le presenta como un acto glorioso, emblema de cierto tipo de soberanía que no entienden propios y extraños.

La presencia y funcionalidad de la empresa privada en el país, sin duda alguna, legitima políticamente a una forma de gobernar que se autodenomina  democrática, que dice creer y respetar el ejercicio del derecho de propiedad.  Es decir, siempre será necesario que, políticamente hablando, existan vestigios de empresa privada, de propiedad particular, de Democracia. Y eso, que es causa permanente de diálogos, debates y hasta de habladurías genéricas entre venezolanos, sin embargo, otros más pragmáticos -¿o románticos?- lo consideran la base sustentadora de una eventual alianza entre las fuerzas productivas del Estado y del sector privado. ¿Ingenuidad en el mar del paroxismo?. Quizás.

En todo caso, lo cierto es que en la Venezuela de finales del 2013, escasa de divisas y huérfana de un entorno jurídico y político confiable, así de como de un basamento definido sobre los objetivos económicos que guarden identidad con los caminos que transitan los países que insisten en prosperar y conquistar espacios en el ámbito de la globalidad, la empresa privada no es cuento ni es una sombra.

Y tan real e inobjetable es dicho reconocimiento y aseveración, que saber que Empresas Polar y Nestlé Venezuela -expresiones de riesgos financieros criollo e internacional- deciden acometer nuevas inversiones y apostar por el futuro de la economía nacional, aviva nuevos sueños de aquellos emprendores que perseveran en sus propuestas de estar dispuestos a actuar. Pero no para resistir y sobrevivir, sino en obediencia a esa convicción de la economía de avanzada en pleno Siglo XXI: los países sólo prosperan, cuando se plantean alcanzarlo a partir del desarrollo de una empresa privada afianzada en principios de libertad, como en su propia capacidad de acometer riesgos financieros, gerenciales y tecnológicos para competir y cumplir con su rol social de satisfacer necesidades de la población consumidora


Enviado a nuestros correos por:
Edecio Brito Escobar (CNP-314)
ebritoe@gmail.com

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miércoles, 9 de octubre de 2013

PÁCIANO PADRON, SOBREVIVIENTES, ESO SOMOS

         Sobrevivimos en la Venezuela disminuida por la acción depredadora del régimen, y por falta de contundencia y constancia en la respuesta y ataques de quienes somos oposición y alternativa; cuando digo esto último no estoy mirando solo a la MUD, estoy viendo a todos los que rechazamos el continuismo destructor -yo incluido- porque no estamos haciendo lo suficiente. 

Pareciera que todas las acciones del gobierno van dirigidas a acabar con Venezuela, su democracia y libertad, su economía, producción y calidad de vida, convirtiendo a los ciudadanos en sobrevivientes del régimen autodeclarado marxista por el difunto líder del proceso.

         Sobrevivimos la delincuencia, que asesina con libertad e impunidad; la inflación, que se traga los ingresos del pueblo, y la escasez, que nos priva de alimentos fundamentales.  

         Cada día, al amanecer con vida y no haber sido víctima de la delincuencia, damos gracias a Dios, y con razón, porque conocemos suficientemente las cifras de homicidios que nos colocan a la cabeza en América y el mundo, como país de desaforados y criminales. Además, todos tenemos vivencias cercanas de dolor, consecuencia de muertos y heridos por violencia en nuestro círculo de familiares, amigos y allegados.

         Una mala noticia: los criminólogos alertan que en este último trimestre del año la violencia recrudecerá, que “las muertes vinculadas a delitos pueden aumentar más de 20 % en comparación con el mismo período de 2012”.  En este gobierno de muerte la escalada del crimen no se detiene. El incremento del delito es aún mayor cuando se trata de agresiones contra el patrimonio de los ciudadanos, incluso en lugares “sagrados” como el Metro de Caracas, donde ahora se producen siete robos diarios, sin descartar asesinatos como el ocurrido recientemente en un vagón en las cercanías de Petare. La situación es más grave en los autobuses, donde según el Comité de Usuarios del Transporte Público “ocurren 100 hurtos cada día”, siendo las rutas largas de preferencia de los delincuentes.

         La inflación es nefasta, se traga los salarios u otros ingresos de los ciudadanos y empobrece a la población a la que, si le llega una mayor entrada, esta se pierde en el mar de los altos precios. El ilegítimamente proclamado presidente por el CNE, el incapaz señor Maduro, acaba de ofrecer un demagógico aumento del 10 % del salario mínimo, que es una burla o espejismo, una gota de agua en el desierto que no calma la sed; 10 % significa exactamente Bs. 9 por día. ¿Qué es lo mucho que se puede comprar con nueve bolívares? Según Datanálisis, 78 % de sus consultados atribuyen la inflación al gobierno nacional, quejándose el 92% de los encuestados de que la comida es lo que más ha aumentado.

         El desabastecimiento priva de productos fundamentales a los ciudadanos, causando la falta de algunos alimentos daños irreparables en el crecimiento y desarrollo de niños y adolescentes, como es el caso de la leche, hoy desaparecida de los anaqueles; su “carencia prolongada debe considerarse una catástrofe, ya que afecta la complejidad del sistema nervioso central y de todos los tejidos”, según sostiene la Fundación Bengoa para la Alimentación y Nutrición.

         Dejar de ser sobrevivientes para ser “bienvivientes”, depende fundamentalmente de nosotros, del pueblo que con capacidad de raciocinio es capaz de dejar de lado las emociones de la demagogia, y enfrentar las consecuencias nefastas del régimen destructor. Yo, al igual que la mayoría de nuestros compatriotas, no quiero ser más sobreviviente. Vamos a darle, vamos a la calle y enfrentemos este mal que, entre otras cosas, tiene la “virtud” de marear a muchos, idiotizándolos y colocándolos en posición de seguírsela calando silenciosamente. Reaccionemos. 

pacianopadron@gmail.com.

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