
Era
la oportunidad, con epopeya golpista triunfante, de retomar aquél hilo
conductor desbrozando el camino de malas hierbas acumuladas, mitos y símbolos
proclives al imperio.
Y así se dedicó y logró imponer una Constitución, cambió el nombre del país, el escudo nacional, terminó de sepultar a los partidos políticos, ofició el réquiem de las élites, dispuso de las instituciones del Estado a su gusto, se hizo de una agenda de amigos y enemigos, dividió al país, acabó con la industria, con la imagen idealizada del Libertador, impuso colores, estética de rojo, encadenó a los medios de comunicación y demás libertades cívicas, puso a la gente, al país, a bailar su joropo y regaló alpargatas, arpa, cuatro, maracas y botó a manos llenas, trago y “rancho”, él, mandamás, a gente desorientada y lambucia de líder. Militarizó nuestras vidas.
Había
nacido pues una revolución millonaria y dispendiosa que a punta de petróleo
permitió repartir a diestra y siniestra su decálogo atrabiliario y de segunda
mano: el Socialismo del siglo XXI.
Escogió a Cuba como continente de su
contenido, sendero luminoso, y tanto aprendió de ellos que dejó en sus manos el
manejo de Venezuela. La era estaba entonces
y por fin pariendo un corazón con la ayuda de una chequera interminable
y ajena. En ese líquido amniótico del mar de la felicidad se reconstituía el
horizonte extraviado.
Hizo y deshizo en existencia corta si te pones a ver las
tasas actuales de esperanza de vida. Intensa y violenta la forma en que se hizo del poder y manejó a
mansalva. Intensa y enferma además, por invasiva.
Ahora,
después de tanto resumen de quince años, quedan extremaunción, crisis de
legitimidad y representación, expresadas en el plebeyismo impuesto por Chávez,
que no es sino el establecimiento de una sociedad bloqueada, de minusválidos y
pordioseros asistidos por un patrón que dice liberarlos, esclavizándolos.
Porque todo asistencialismo es una forma camuflada de dominación, que castra al
individuo al hipotecarle un “yo” a través de un Estado Misionero, en donde la
pobreza es comprada y pagada para que siga siendo.
Eso dejó como legado: demagogia, pobreza y servilismo. Sus herederos de ahora lo celebran, sembrando su derrota. Quedamos también, los que queremos salir de eso. A estas horas no sé dónde reside la verdad, pero siento el volumen de la farsa.
Leandro Area
leandro.area@gmail.com
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