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sábado, 14 de marzo de 2015

CARLOS ALBERTO MONTANER, DECÁLOGO DE LOS PAÍSES DESDICHADOS

Bloomberg Business reveló recientemente que Venezuela es el país más “miserable” del mundo. La traducción es demasiado literal. En español sería más apropiado decir que es el más “desdichado”.

La aseveración de Bloomberg surge de la aplicación de una simple fórmula acuñada hace más de medio siglo por el economista norteamericano Arthur Okun: se suman el nivel de desempleo y el índice de precios. Con esos elementos se compila el “Misery Index”.

Venezuela, en efecto, tiene la inflación más alta del planeta, lo que se refleja en el índice de precios, pero su nivel de desempleo es bajo: menos de un 7%, aunque la mayor parte de los puestos de trabajo han surgido en el sector público, dado que miles de empresas han debido cerrar sus puertas por las desquiciadas medidas antieconómicas del gobierno chavista.

El segundo país en ese “Índice de Desdicha” es Argentina. A una escala menor, el gran país sudamericano también es víctima de una altísima inflación. Nada nuevo bajo el sol. Lleva décadas de intermitentes malos gobiernos. Como el bandoneón que tanto gusta en aquellos parajes, se expande o contrae frecuentemente. Ahora está en una fase aguda de contracción.

La inflación y el desempleo son dos flagelos que explican la desgracia de una sociedad, pero no son suficientes. Yo agregaría otros ocho factores para construir el decálogo de las desdichas capitales.

El desabastecimiento sería el tercero. Pasarse la vida en una fila esperando para poder comprar algo es una maldición que suele materializarse en los países socialistas de economía centralizada y controles de precios. Los venezolanos ya han descubierto el horror de pelearse a puñetazos por comprar unos pollos o tres rollos de papel higiénico.

El cuarto sería el porcentaje de delitos. Es espantoso vivir con la guardia en alto, encerrado en la propia casa, sometido a un virtual toque de queda porque tan pronto se pone el sol los ladrones, asesinos y violadores salen a hacer sus fechorías. Según el International Crime Index, que computa una docena de graves violaciones de la ley, Venezuela es el segundo país del planeta en número de delitos (84.07). El peor es Sudán del Sur (85.32), un país recién estrenado en medio de una guerra civil. Más de 50 se considera una sociedad peligrosa. Singapur, la menos peligrosa: 17.59.

El quinto es el nivel de corrupción de la administración pública. Como se trata de delitos ocultos, hay que confiar en la opinión general de la gente. Quien se dedica a medir estas percepciones es Transparencia Internacional. De acuerdo con ella, Venezuela es una pocilga. Era el 160 de 175 países escrutados. El peor, con mucho, de Hispanoamérica.

El sexto es la protección y la calidad de la justicia. Si cuando usted tiembla, llama a la policía para que lo proteja, es una buena señal. Si cuando la policía se acerca, usted tiembla, la situación es muy grave. A la labor de los agentes del orden se agrega la existencia de leyes razonables, jueces justos, procesos rápidos y cero impunidad.

El séptimo es la movilidad social. La posibilidad real de mejorar la calidad de vida por medio del esfuerzo propio. No hay situación más triste que saber que, hagas lo que hagas, tu vida seguirá siendo pobre, y lo más probable es que mañana será peor que hoy.

El octavo es el PIB per cápita. Es decir, la suma del valor de los bienes y servicios producidos por una sociedad durante un año. Se podrá alegar que la repartición es desigual, pero hay una evidente correlación entre el PIB per cápita y la calidad de vida. Como regla general, los 20 países con mayor PIB per cápita del mundo son los que encabezan el Índice de Desarrollo Humano que publica la ONU.

El noveno elemento es la libertad. Aunque no se menciona, los países menos libres, aquellos en los que la camarilla del poder toma todas las decisiones, aporta todas las ideas e impone sus dogmas por la fuerza, son los más pobres y los menos dichosos.

El décimo, por último, es la cantidad de emigrantes. No hay síntoma más elocuente del fracaso de una sociedad que el porcentaje de gente que tiene que escapar de ella para sobrevivir. Mientras más educada es la emigración –como sucede con la venezolana—más evidente es el desastre. Cuando emigran los emprendedores, los ingenieros, los médicos, las personas que teóricamente pudieran labrarse un buen porvenir en la patria en que nacieron, es la señal de que estamos ante sociedades fallidas.

Hay que compilar ese índice. Sería muy útil.

Carlos Alberto Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
Vicepresidente de la Internacional Liberal

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miércoles, 12 de noviembre de 2014

JESÚS ALEXIS GONZÁLEZ, ¿SALARIO REAL DECOROSO EN CONTEXTO INFLACIONARIO?

JESÚS ALEXIS GONZÁLEZ
El salario real (SR) refleja el poder de compra en bienes y servicios que tiene el salario nominal (SN) luego de su ajuste de acuerdo al índice de precios al consumidor (IPC), es decir una variación del precio nominal de los artículos que conforman la canasta básica con el consecuente efecto sobre el poder adquisitivo (aumento o disminución); es así entonces que el SR es igual al SN deflacionado por el nivel de precios interno, el cual crece (SR) en función a la productividad (relación entre lo producido y los medios empleados), a la luz del desarrollo tecnológico, de las inversiones, de una adecuada estructuración del proceso productivo que responda a un determinado modelo económico, y gracias al avance del sistema educativo que provoca un aumento del salario real ya que los ciudadanos perciben una remuneración más alta porque se capacitan, favoreciendo la condición de vida  al inducir una mejora en el acceso a bienes y servicios y por ende a una mejor calidad de vida, habida cuenta que el SN sobrepasa la carestía o costo de vida.

De igual forma, la política salarial y los incrementos nominales se relacionan con el comportamiento de la inflación, provocando que el aumento sea, al menos, igual a la variación anual del IPC experimentado por la economía en el periodo inmediato anterior, induciendo obviamente una modificación del SR, que transfiere hacia adelante la inflación pasada (inercial).

Es claro, que la remuneración debe fijarse en armonía con el salario real de equilibrio que emerge del mercado de trabajo en correspondencia con las condiciones de la oferta y demanda de mano de obra, en el entendido que si los salarios son impuestos unilateralmente por el Gobierno (por encima del nivel de equilibrio) como una complacencia populista a una supuesta mejor distribución de la riqueza, estos acabaran ajustándose por cantidades generando desempleo, operando en sentido contrario al mandato constitucional sobre el acceso a los derechos sociales y muy particularmente a la suficiencia del salario como condición del bienestar.

A tenor de lo expuesto, el salario mínimo (SM) ha de entenderse como la cantidad menor que debe recibir en efectivo el trabajador por los servicios prestados en la jornada laboral, y deberá ser suficiente para satisfacer con decoro las necesidades básicas de la familia en el orden material, social y cultural; teniendo como norte no sólo la distribución de la riqueza sino la disminución de la pobreza apuntalada por una evolución favorable del poder adquisitivo de sus ingresos, al evitar que la inflación afecte el nivel de precios y en consecuencia el poder de compra.

Resulta imprescindible, acotar brevemente algunas referencias sobre los nefastos efectos de la inflación. Veamos:

(1) perdida en el poder adquisitivo del dinero, con la consecuente carga de injusticia social sobre los estratos menos favorecidos, al igual que en los trabajadores y jubilados quienes perciben ingresos fijos;

(2) incertidumbre sobre los pagos a futuro, propiciando que los agentes económicos posterguen sus aspiraciones de inversión productivas para evitar riesgos en un proceso que exige un horizonte temporal de largo plazo;

(3) desajusta el sistema de precios (vital para el funcionamiento de la economía), dando paso a una distorsión e ineficiencia en la asignación de recursos a los fines productivos; y

(4) eleva los costos de transacción, razón por la cual los empresarios tienen que asumir los “costos de cambiar el menú” ante la obligación de enfrentar la elevación de costos, desestimulando la inversión productiva que en obviedad implícita frena el crecimiento económico y genera desempleo, al tiempo de profundizar los desequilibrios sociales; mientras que los consumidores han de acoplarse al “costo en suela de zapatos”, es decir buscar alternativas inmediatas de demanda de bienes y servicios (si los consiguen) que facilite, tanto la disminución de la tenencia de dinero en efectivo que a diario pierde valor, como para evitar convertirlos en depósitos bancarios con tasas pasivas de interés por debajo del IPC con el consecuente deterioro del patrimonio familiar.

Mención especial,  merece lo referente al bienestar de las clases medias (media-media, media- baja, media-alta). En general, y como se desprende de un informe de la CEPAL, en la América Latina actual la movilidad social se produce muy escasamente de una generación a otra y se ha ido extinguiendo aquella máxima que indicaba que una generación hacia el sacrificio y la siguiente recibía los beneficios; y en mucho la causalidad está vinculada con la pérdida del decoro del salario ante la caída del poder de compra inducido Por el elevado IPC presente en algunos países (como es el caso de Venezuela); situación que no sólo está dificultando el ascenso socioeconómico camino al bienestar, sino algo mucho más grave: está induciendo un desmembramiento del nivel de vida alcanzado con honestidad, esfuerzo y sacrificio; lo cual equivale a señalar que no se está disminuyendo la pobreza y la exclusión sino que adicionalmente se está acabando con la clase media.

Jesús Alexis González
Jagp611@gmail.com       
@jesusalexis2020

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