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miércoles, 24 de abril de 2013

FERNANDO MIRES – LOS DOS GRANDES LÍDERES DE LA POLÍTICA VENEZOLANA

Continuidad y ruptura. Así transcurre la historia, pero no de modo alternado sino, reproduciendo a Trotsky, de modo desigual y combinado, lo que en otras palabras significa que, aún en medio de las más profundas rupturas, el futuro mantiene un hilo de continuidad con el pasado de la misma manera que en los momentos más apacibles de continuidad suelen acumularse contradicciones que llevarán mas tarde a otros momentos de ruptura. 
Esa es la razón por la cual no pocas veces aquello que comienza como revolución termina convirtiéndose en contrarrevolución. Así ha sido, así es y así será.
Para poner algunos ejemplos: Napoleón restauró la estructura de dominación monárquica en nombre de la revolución. Stalin restauró la estructura zarista en nombre del comunismo. Fidel Castro restauró las estructuras de las dictaduras militares latinoamericanas en nombre del socialismo. Mao restauró la dominación de los mandarines (el partido) en nombre de la revolución campesina, y Deng Xiaoping, comenzó a construir el capitalismo en nombre del maoísmo.
Fue el mismo Marx quien señaló en su Manifiesto que la burguesía después de haber sido revolucionaria, había entrado a "su forma conservadora de vida". Los reaccionarios de hoy, quiso decir el darwinista Marx, han sido los revolucionarios del pasado; y es lógico y natural que así sea, pues todo lo nuevo será alguna vez viejo y, por lo mismo, históricamente obsoleto. Es la ley de la vida.
Ahora bien, de los ejemplos nombrados podemos, entre otros, destacar tres hechos importantes:
El primero es que la ideología que cubre cada periodo histórico no es coincidente con los procesos que objetivamente tienen lugar. Así por ejemplo, el jacobinismo fue la ideología de la modernización política de Francia y el socialismo la ideología de la revolución industrial en países económicamente atrasados como Rusia. En el caso latinoamericano, para no ir tan lejos, hay un episodio clásico que muestra de modo preciso la disociación que se da entre ideología y práctica en los procesos de transformación histórica. No, no me refiero todavía al chavismo. Me refiero al peronismo.
La ideología de Perón, como casi todo el mundo lo sabe, era mussoliniana. Pero en lugar de ser construido un orden fascista como en Italia, tuvo lugar en Argentina la incorporación populista de los sindicatos obreros a posiciones de poder, en conjunto con la movilización de las grandes masas, en el marco de una industrialización pre-peronista, socialmente excluyente y políticamente oligarca. Ese ejemplo puede hacerse extensivo al tema del chavismo a partir de 1999.
Chávez, como también es sabido, hizo uso y abuso de arcaicas ideologías socialistas, pero solo para cubrir un periodo en el cual se intentó integrar al juego del rentismo petrolero a sectores tradicionalmente excluidos. En cierto modo, mediante la restitución de ideologías obsoletas, fue llevada cabo durante Chávez la transición de la "política de grupos" a la "política de masas", transición que ya había tenido lugar en diversos países latinoamericanos, pero mucho tiempo atrás.
El segundo hecho a destacar es que habiendo sido cumplida una determinada tarea histórica, tales regímenes entran en un inevitable proceso de descomposición, la que se manifiesta de modo moral (corrupción) e incluso de modo ideológico. En el caso venezolano por ejemplo, hoy vemos a quienes ayer fueron iracundos marxistas, referirse a Dios y a la Virgen con una devoción que cualquier franquista envidiaría. Una muestra entre tantas de como "la clase de estado" (Poulantzas) ha entrado a su forma no sólo conservadora, sino reaccionaria de vida. En ese sentido si Chávez representó el momento de la transformación social de Venezuela, Maduro, su hijo putativo, representa el momento de la descomposición reaccionaria del chavismo.
El tercer hecho a destacar es que tanto el periodo que ya está terminando, como el que está comenzando, se expresan de modo personalista. El que está terminando, se expresó en la persona de Hugo Chávez Frías. El que está comenzando, se expresa y expresará en la persona de Henrique Capriles Radonski. Eso quiere decir que, si desde una perspectiva cronológica Maduro aparece como continuador de Chávez, desde una perspectiva política su continuador deberá ser Capriles
Chávez y Capriles -no se necesita ser adivino para saberlo- serán considerados por los próximos historiadores como los dos más importantes líderes venezolanos de las primeras fases del siglo XXl. Razón por la cual vale la pena detenernos en el "punto de quiebre histórico" que está teniendo lugar con el descenso del chavismo y el ascenso del -así será quizás llamado- “caprilismo”.
Veamos: Aceptando incluso la tesis -muy verificable- de que los avances sociales de la era Chávez fueron inferiores a los que tuvieron lugar en otros países de la región durante el mismo periodo, en Venezuela lo destacable fue la incorporación simbólica del “pueblo” al estado. Eso quiere decir que multitudes de pobres suburbanos y agrarios se vieron reflejados en el espejo del poder estatal. En Chávez, para decirlo en breve, los pobres veían a uno de ellos ejerciendo la presidencia. El chavismo fue –algún día habrá que discutir esa tesis- menos que socioeconómico, un fenómeno cultural e incluso psicológico.
En Chile, Brasil, Perú, Colombia y otros países de la región en los cuales tuvieron lugar políticas sociales exitosas, los pobres lograron un mayor bienestar material que en Venezuela, de eso no cabe duda. Pero en Venezuela se sintieron simbólicamente representados en el poder, lo hubieran estado o no. Ese fue, a mi entender, el secreto del auge de Chávez.
De esta manera, el primer paso que llevará a Venezuela a la modernidad, el de la incorporación del pueblo al poder simbólico, ya fue dado durante Chávez. El segundo paso, el de la conversión de esa masa social en ciudadanía política activa, deberá ser dado en el futuro próximo por Capriles. O dicho así: mientras Chávez fue el impulsor de la transformación social, Capriles deberá ser, más temprano que tarde, impulsor de la transformación democrática y política de la nación.
Esas son las razones por la cuales afirmo que entre Chávez y Capriles, a pesar de todas las rupturas habidas y por haber, hay un hilo de continuidad histórica. Capriles al menos lo ha entendido así.
Cuando en sus diferentes discursos Capriles se refirió a la conservación de las misiones, no jugaba al oportunismo electoral. Todo lo contrario; Capriles ha entendido, en contra de las capas más retrógradas del antichavismo, que la creación de un orden democrático pasa por la incorporación social y simbólica de los más pobres y no por su exclusión. Eso no quiere decir -entiéndase bien- que la continuidad histórica que se da entre Chávez y Capriles anula las diferencias entre ambos líderes. Estamos hablando aquí -por si alguien no lo ha captado- de una continuidad en la diferencia.
La diferencia entre el momento histórico de Chávez y el que dirigirá Capriles explica a su vez las notables disimilitudes políticas y personales que se dan entre ambos líderes.
Capriles, por ejemplo, no es un líder mesiánico ni mucho menos un caudillo militar, como lo fue Chávez. Pero sí es un líder político y democrático como no lo fue Chávez. Cada momento escoge a sus nombres y no los nombres a su momento.
El precio de la transformación social chavista ha sido por cierto enorme. No me refiero sólo a la debacle económica que ya se anuncia con sus terribles secuelas inflacionarias y escasez de productos básicos. Me refiero antes que nada a la erosión de las instituciones públicas, a la degradación de la moral ciudadana, a la militarización de la política, y no por último, a la subordinación ideológica del estado venezolano a la dictadura militar cubana.
Debido a esas razones, el agotamiento definitivo del chavismo ya estaba anunciado durante Chávez. De modo que nadie faltará al respeto si afirma que Chávez murió justo a tiempo para preservar su imagen redentora. Hasta en ese punto demostró habilidad. Si hubiera muerto un tiempo después, habría tenido que comandar no su muerte sino la del régimen chavista, tarea que endosó a Maduro. Maduro, desde esa perspectiva, es el administrador de un “mientras tanto”, el de la agonía del gobierno chavista.
Ahora, visto el tema desde una perspectiva inversa, las tareas que aguardan al inevitable ascenso de Capriles serán enormes. La primera, quizás la más difícil, será desplazar del poder a la oligarquía de estado, clase dominante formada durante el largo periodo chavista bajo el amparo del autócrata. Cuando y como cristalizará formalmente ese desplazamiento, nadie lo sabe. Lo único que se sabe es que desde un punto de vista informal, ya ha comenzado. Luego vendrá la democratización del estado, la desmilitarización de la política y por cierto, la reincorporación de Venezuela en la comunidad de las naciones democráticas del planeta.
Pero quizás la tarea más difícil del tiempo de Capriles será reconciliar políticamente a la nación, es decir, transformar a quienes hoy son declarados enemigos en adversarios que disputan en buena lid las zonas públicas del poder. Es por eso que en Venezuela reconciliación y democratización son términos complementarios, casi sinónimos. Es por eso también que la tan ansiada reconciliación nunca podrá venir desde el lado del chavismo pues, de acuerdo a la máxima castrista que sustentan sus jefes (Maduro, Cabello, Rodriguez, Jaua) el poder, una vez alcanzado, no se devuelve, aunque sea al precio del fraude. Eso quiere decir que si es discutible si durante el momento de Chávez hubo una revolución social, durante el momento de Capriles tendrá que ocurrir algo muy parecido a una revolución política.
Pero seamos sinceros: las transformaciones políticas que esperan a la Venezuela del mañana nunca habrían podido ser pensadas si es que durante Chávez no hubiera tenido lugar la transformación simbólica de las relaciones entre poder y pueblo. El periodo de Chávez fue, como diría Hegel, una astucia de la razón histórica. Chávez, en cierto modo, ha preparado la ruta de Capriles. Ese, reitero, es el hilo de continuidad que unirá a Chávez con Capriles, aunque ninguno de los dos líderes lo hubiera así imaginado y, mucho menos, deseado.
fernando.mires@uni-oldenburg.de

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lunes, 9 de abril de 2012

LUIS CARVAJAL BASTO / GAITÁN Y EL SIGLO 21

Ahora, cuando vamos a resucitar el tranvía destruido el 9 de abril de 1948, ¿Cuál podría ser la actualización, si ello es posible, del discurso del caudillo Liberal que se mantiene vivo en el imaginario colectivo?
Redención de los débiles, reforma agraria, prestación de servicios a la población por parte del Estado y otras del mismo corte, pueden ser consignas universales que, perfectamente, se acomodarían a diferentes circunstancias, épocas y países. La particularidad de Gaitán quizá se refiera a su independencia y capacidad de interpretar a una población para la que no era suficiente el discurso del establecimiento de entonces, en el ocaso de los gobiernos Liberales de Olaya Herrera, López y Eduardo Santos. Fundó la UNIR haciendo demostración de ese talante, con el que se apropió de las mayorías en las elecciones de 1947, un año antes de su muerte.
Gaitán asistió a un periodo de cambios institucionales, muchos de los cuales vieron la luz en el gobierno de la revolución en marcha liderado por el presidente Alfonso López  Pumarejo. Colombia, entonces, era un país fundamentalmente rural con formas de producción pre capitalistas que se correspondían con un régimen político en formación. Para entonces, vale recordar, las mujeres no podían votar, se usaban más  alpargatas que  zapatos y era casi exclusivo el uso de papel higiénico. El desarrollo industrial era una quimera y en el campo existían formas feudales de propiedad.
En los tiempos en que le correspondió vivir, las diferencias teóricas y filosóficas de Liberales y Conservadores, reeditaban las que se produjeron en el parlamento inglés entre  propietarios de la tierra e industriales emergentes, como David Ricardo. Con una diferencia fundamental en el caso del Liberalismo colombiano: la que se refiere al papel del Estado para equilibrar las diferencias, redistribuir los ingresos y promover el progreso social, en que creyó Gaitán, como regla y no como excepción, tal como aparece en el concepto Ricardiano y en el de Adam Smith, retomado años después por lo que conocemos como neoliberalismo.
Con una infancia y juventud contemporáneas con el ascenso del Marxismo y la revolución Rusa, Gaitán no fue indiferente a su influencia, como lo describe el maestro Gerardo Molina en su “Historia de las ideas Liberales en Colombia”. Optó por el Liberalismo, en una discusión interna que cuatro décadas después de su muerte resolvió la historia, después de la caída del muro de Berlín y lo que el mundo ha visto, al proscribir todas las formas de dictadura.
Gaitán se convierte en la expresión frustrada de los anhelos de grandes sectores de la población. El “pueblo”, Liberal y Conservador. En el imaginario popular es el “pudo ser y no fue”. El episodio de su muerte, pone al desnudo las limitaciones del caudillismo tanto como la vocación institucionalista de la dirigencia Liberal que siente temor de quebrantarla, con una razón más que suficiente: la construcción  de las Instituciones en Colombia ha sido su propia contribución: desde las luchas que desembocaron en la Constitución de 1886 y la abolición de la esclavitud, hasta los derechos sociales y la dignificación del trabajo. Ese respeto por el andamiaje Institucional se puede sintetizar en la conocida frase “y el poder ¿para qué?, en la conocida expresión del maestro Darío Echandía.
La violencia que se desató luego de la muerte de Gaitán resulta emparentada con la que hemos conocido después del narcotráfico, pero es bien diferente: las guerrillas Liberales no se relacionaban con el narcotráfico, ni atentaban contra la población civil y tampoco secuestraban. Aunque en ambas está en el medio la propiedad de la tierra tanto como su adecuada explotación, ni Colombia, y quizá ningún otro país, había sido víctima de las peores ambiciones, poderosas, enriquecidas, armadas y opresoras de los derechos civiles, como las que hemos visto y Gaitán no pudo presentir.
Nuestro país ha sido uno antes y otro después del narcotráfico. Hasta ahora estamos conociendo los alcances de su impacto. ¿Podría permanecer inmutable el discurso de Gaitán? Si se comparan las cifras sociales entonces y ahora, encontramos que las coberturas en educación y salud, a pesar de lo que falta, han progresado significativamente; tenemos una Constitución garantista que recoge, en democracia, mucho de su discurso, al punto que a veces es desbordada por la realidad de  violencia y corrupción; Tenemos, entre muchas, tareas pendientes como  una reforma agraria que soñó Gaitán y que consiga productividad y empleo.
Pero lo que no se puede poner en duda en el discurso Liberal de Jorge Eliecer Gaitán es el alcance de la Libertad y el sentido de dignidad de los seres humanos, como valores fundamentales. Por eso, luego de observar lo que ocurrió con ellos en los regímenes estalinistas, fascistas y populistas, que azotaron el mundo y la violencia de los narcos que hemos padecido, no hay duda de que hoy persistiría en la utopía del Estado Liberal y desataría su oratoria para que, conforme a reglas que reconozcan los derechos ciudadanos, el Estado les respetara y protegiera, haciendo uso de la autoridad legítima que, luego de 200 años de violencia estéril, necesitamos consolidar hoy, más que nunca, los colombianos.Tarea por ejecutar y en las manos de quienes no le conocieron.
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