Harto conocido es el texto desgarrador erróneamente atribuido a Bertolt Brecht del pastor protestante, victima del Holocausto, Martin Niemöller, encarcelado de 1937 a 1945 por el régimen de Hitler: “Cuando vinieron a buscar a los judíos, callé: yo no era judío. Cuando vinieron a buscar a los comunistas, callé, yo no era comunista. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, callé, yo no era sindicalista. Cuando vinieron a buscar a los católicos, callé, yo no era católico. Cuando vinieron por mí, para entonces, ya no había nadie para protestar”. Para los lectores de Tal Cual y muchos venezolanos, este poema es muy conocido, arroja luz sobre el significado que tenía entonces y tiene hoy.
La violencia en sus manifestaciones polimorfas es la negación acabada de que el mal no siempre le acontece al otro; de que todos somos absolutamente todos, somos virtualmente, padres (madres, hermanos o hijos) del dolor. Las madres que padecen el sufrimiento inscrito en sus vidas por una maldita movida del azar (¿”por qué a mí y no a otra?”); los padres o madres de los presos y perseguidos políticos, de los caídos en las calles de nuestro país por el hampa desatada, de los muertos en los barrios y de otros tantos jóvenes victimas cada fin de semana del gatillo fácil a lo largo y ancho de nuestra nación, constituyen el testimonio incontestable de que nadie está exento del estatuto de ofrenda debida a la violencia individual o institucional.
El delito se ha extendido en nuestro país y las proporciones a que ha llegado exceden la imaginación. El agravante está en que los organismos policiales encargados de perseguirlo se han corrompido. Así lo siente la ciudadanía. El cobro por funcionarios policiales a pequeños y medianos empresarios, el atraco al trabajador que regresa rendido de la labor cumplida, el asalto a quienes transitan por la calle es una diaria práctica que viene minando la confianza del ciudadano. Es el drama en que, precisamente, se debate una sociedad cuando carece de respuesta a los problemas reales.
Así como en la Grecia arcaica el mítico Cronos, dios del tiempo, devoraba a sus hijos, Venezuela ha venido devorando durante los últimos años a los suyos. En una suerte de letal compulsión a la repetición, la sociedad y un Estado filicida, diezman una y otra vez a las jóvenes generaciones.
No hay nada en el mundo que debilite más a una nación que la existencia de una justicia comprometida. En los albores de la modernidad, y asentados sobre la teoría del contrato social, los ideales republicanos nacerían de la hipótesis de que el individuo ha pactado con el soberano la cesión de su libertad natural a cambio de protección. Ese acto fundacional señala el pasaje del estado de naturaleza a la sociedad civil, cuya finalidad es evitar y remediar inconvenientes del estado de naturaleza que se producen forzosamente cuando un individuo o gobierno es juez y parte. Hay que decir al mismo tiempo que confrontados con la falta de cumplimiento del contrato por una de las partes, la legitimidad del reclamo de los padres o madres que han perdido o no a un hijo radica en la insuficiencia e incapacidad del gobierno para combatir el delito.
sxmed@hotmail.com

El delito se ha extendido en nuestro país y las proporciones a que ha llegado exceden la imaginación. El agravante está en que los organismos policiales encargados de perseguirlo se han corrompido. Así lo siente la ciudadanía. El cobro por funcionarios policiales a pequeños y medianos empresarios, el atraco al trabajador que regresa rendido de la labor cumplida, el asalto a quienes transitan por la calle es una diaria práctica que viene minando la confianza del ciudadano. Es el drama en que, precisamente, se debate una sociedad cuando carece de respuesta a los problemas reales.
Así como en la Grecia arcaica el mítico Cronos, dios del tiempo, devoraba a sus hijos, Venezuela ha venido devorando durante los últimos años a los suyos. En una suerte de letal compulsión a la repetición, la sociedad y un Estado filicida, diezman una y otra vez a las jóvenes generaciones.
No hay nada en el mundo que debilite más a una nación que la existencia de una justicia comprometida. En los albores de la modernidad, y asentados sobre la teoría del contrato social, los ideales republicanos nacerían de la hipótesis de que el individuo ha pactado con el soberano la cesión de su libertad natural a cambio de protección. Ese acto fundacional señala el pasaje del estado de naturaleza a la sociedad civil, cuya finalidad es evitar y remediar inconvenientes del estado de naturaleza que se producen forzosamente cuando un individuo o gobierno es juez y parte. Hay que decir al mismo tiempo que confrontados con la falta de cumplimiento del contrato por una de las partes, la legitimidad del reclamo de los padres o madres que han perdido o no a un hijo radica en la insuficiencia e incapacidad del gobierno para combatir el delito.
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