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domingo, 9 de diciembre de 2012

ALBERTO JIMÉNEZ URE, FENOMENOLOGÍA DEL TOTALITARISMO

«Nunca son sesudos, empero, con el peso de sus botas encima de tu espinazo, te obligan a inclinar tu cerviz y con sus escupefuegos te apuntan en la nuca para presumir que Éllos tienen la última palabra y tú el último suspiro»
         La necesidad en los seres humanos primitivos de un Ductor Benévolo y Supremo, de una «deidad», precipitó el surgimiento de los «profetas» [nada distintos a los hacedores de ficciones de todos los tiempos] que aseveraban haber sido escogidos por determinada «divinidad» para transmitirle a su prójimo mensajes «santos». A esos personajes de la imaginación desesperanzada y trasnochada de hombres inteligentes, pero no de mentalidad científica [que difícilmente pudieron admitir la existencia de una disciplina llamada Lógica] se les denominó «dioses». Al individuo común se le confiscó la racionalidad mediante la promulgación de las providencias de seres intangibles y proce[ascen]dencia imaginarias, impalpables e irrefutables que dictaban a los profetas sus indiscutibles mandamientos de catequesis. Fue un eficientísimo triunfo de la Propaganda, tan vetusta, instrumento de la manipulación. Cada organización tribal [durante el alba de la Civilización] y cada sociedad  [asombrosa] embrionaria de la  «modernidad» [gracias a la invención de la Escritura, iniciada en la Ilustración Embrionaria] se avocó a la enseñanza de normas morales para conducirse.
  La omnisciencia y omnipresencia de [Pater Punitor] Dios propició, simultáneamente, la aparición de sus deicidas o asesinos a quienes les tentaba ejercer –igual que el omnisapiente- el poder absoluto sobre los demás. El parto del Totalitarismo es la cruenta historia de un deicidio.
Lo que Deus quiso se acatara sin violencia, los deicidas empezaron a imponer con su brazo armado. Insólito presumir que los hombres se dieran la tarea de fabricar objetos letales con fines de preservación y no destructivos, porque los propósitos pacíficos de las armas jamás podrían adquirir la ingenua exculpación. Las armas letales son la extralimitación criminalmente dolosa de la intencionalidad persuasiva.
Los propulsores del Totalitarismo desfloraron los mandamientos supremos de la Deidad de cada agrupación humana pacíficamente organizada. Cuando no existían las instituciones de Nuestra Realidad y Tiempo, «moderno» o «postmoderno», no importa bajo mi convencimiento según el cual el futuro es el «presente perpetuo». Los [mortales] individuos nunca mereceremos conferirnos, unos a otros, según las necesidades y pulsiones o acaecimientos políticos, el título de dignatarios.
Los hombres de otros días escucharon a sus sabios, sacerdotes o ancianos [que representaron la Institucionalidad, esa, la Iniciática, la Inmutable]. Rescatemos hoy sus legados e impidamos que nos conduzcan por la falsificada sabiduría de los representantes de las instituciones estatales de  la «post o modernidad» [poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial], porque no puede una Conciencia Libre doblegar su albedrío a los caprichos, abominaciones o avidez de servidumbre y riquezas del [por sufragio caricaturesco o enmascarado] usurpador que intima e intimida a los ciudadanos apacibles y que fachudamente pretende perpetuarse en funciones de mando.
Para el totalitarista [o despótico] las ideas terroristas son el brazo ejecutor que lo sostiene en el Poder del Mando Político. No concibe una forma no agresiva de actuar frente a sus timados, porque tampoco es compatible que los ciudadanos [l]amen a quien padecen.
El Totalitarismo se caracteriza por santificar, con edictos inmorales, la impenitente intervención del máximo funcionario de república en los asuntos de Estado para imponer sin resquicio de capitulación su [delictiva] sediciosa voluntad. Los conceptos de Totalitarismo, Terrorismo, Impiedad  y Crimen jamás dejarán de copular o fornicar en promiscua efeméride. Apareamiento insalubre que esparce ruina y muerte, genocidio, persecución, confinamiento y tortura en las sociedades.
alberto jimenez ure
jimenezure@hotmail.com

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domingo, 25 de noviembre de 2012

HUMBERTO SEIJAS PITTALUGA, DESCENTRALIZACIÓN O TOTALITARISMO, SESQUIPEDALIA

Estuve pensando bastante cómo titular hoy y al final me decidí por el que ya leyeron más arriba.  Pero también pudo haber aparecido: “Democracia contra narcotráfico” o “Comuna versus Estado federal”.  Porque todas esas cosas son materias que han de ser dilucidadas en las próximas elecciones de diciembre.  No son meros nombres de personas los que están en las contiendas.  Eso sí debiera quedarles claro a quienes van a votar y a quienes todavía dudan acerca de si vale la pena ejercer ese derecho.  Desde ya les digo a estos últimos que, en casos extremos —y este es uno de ellos— el derecho se convierte en imperativo moral categórico.
El posible título que deseché de un solo golpe fue: “Centralismo o descentralización”.  Porque ese, aunque estaba de anteojitos, nunca ha sido una disyuntiva.  Por lo menos desde el punto de vista constitucional.  Desde el mero comienzo de la vida republicana, en 1811, todas las cartas magnas que ha tenido nuestra nación caracterizan a Venezuela como un país federal.  Con sus más y sus menos, pero siempre federal.  Han sido las personas encargadas del Poder Ejecutivo quienes les han puesto demasiada tiza al taco en su afán de ponerle piquete a la bola de ese mandato.  Originalmente, la República de Venezuela se formó por la cesión voluntaria de derechos que hicieron los delegados de las municipalidades que representaban.  En ese, y en todos los demás textos constituyentes (excepto el actual) se invoca la ayuda de Dios y se mantiene el concepto de que los firmantes son “los representantes de…”
En la pugna entre centralizadores y “federalistas” ha habido, de ambos lados, gente muy reconocida por su talla política, su preclara inteligencia y su estatura moral.  Pero una cosa sí debe quedar palmaria: nunca antes había avanzado tanto la provincia venezolana —y por ende, la república— como después de la promulgación de la Ley para la Descentralización, Delimitación y Transferencia de Competencias de 1989.  Cuando ya, después de que las ciudades interioranas habían podido elegir a sus alcaldes, las regiones pudieron escoger a sus gobernantes. Lo que devino en saltos cuánticos  y cualitativos hacia adelante.  Sus economías se revitalizaron; las instituciones comenzaron a mejorar a ojos vista; la salud, la educación y la seguridad llegaron a niveles óptimos; el hábitat y el ornato mejoraron ostensiblemente; y la solución de los problemas se encontraba más cerca.  Que no es poca cosa.
Yo, lo adeco lo tengo lejos.  Pero no dejo de reconocer que fue con Carlos Andrés Pérez que se hizo buena la letra de la Ley DDT; sin su voluntad política, todo no hubiese pasado de un saludo a la bandera.  Y lo pagó: los “notables” no podían aceptar fácilmente la pérdida de poder que sufría Caracas.  El gobierno transitorio de Ramón J. Velásquez continuó el proceso porque, al fin de cuentas, no era sino un interinato.  La aseveración de Caldera de que no quería ser “el presidente de veinte republiquitas” ya señalaba una intención.  Pero nunca llegó a la avilantez del régimen actual en su afán centralista.  Pasando por encima de las leyes —o cambiando groseramente y en contra de la norma constitucional cuando se veía en la necesidad— ahora casi todo incumbe al gobierno central.  Vale decir: depende de burócratas caraqueños que no saben de los problemas que deben resolver.
Y el panorama se muestra más oscuro ahora: si se logra el desiderátum de Esteban Dolero —de obtener todas las gobernaciones para entregárselas a quienes su dedo omnímodo ha escogido para “esfaratá” dichas instituciones—, las elecciones de alcaldes de abril próximo solo serán de mero trámite: el poder será dirigido totalmente desde Caracas; porque las fulanas comunas —que no tienen base constitucional, no nos cansemos nunca de repetirlo— no podrán hacer sino lo que los autorice un MinPoPo desde una oficina del Centro Simón Bolívar.  Todo el dinero será administrado por un funcionario que, sin saber dónde queda San Diego de Cabrutica, Peribeca, Tucanizón o Marigüitar decidirá si se mete un alcantarillado o se corta el monte en alguna de esas poblaciones.
Lo señalaba hace días un articulista, pero la cabeza mía no sirve para recordar nombres: si se busca en un diccionario bilingüe ruso-español, la palabra “comuna” se traduce como “soviet”.  Entonces que no nos venga el régimen con eufemismos; lo que quieren es implantar, ¡hoy en día, válgame Dios!, un estado soviético como el que se hizo añicos en Rusia y China y que hace aguas en la Cuba de los amores de Elke Tekonté.  O sea, que el pomposo “Socialismo del siglo XXI” es simplemente otro intento de socialismo real del siglo XX; el que no sirvió sino para empobrecer y matar de hambre y por fusilamientos a generaciones enteras.
Hay que ir a votar, chamo.  Deja las reticencias y las facturas.  Venezuela te necesita…
hacheseijaspe@gmail.com 

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