Me
devoro Chapultepec, una novela histórica que se desarrolla en el México de
Maximiliano y Carlota. El autor nos pasea con lujo de detalles mundanos y sin
pacaterías por los pensamientos y sentimientos de las gentes de esa época en un
país en el que confluían buenos y malos quehaceres, intrigas y sinceridades y
sentires intermedios. Es una narrativa basada en culpas repartidas.
Hallo
similitud entre esa narración y la época nacional y personal que me toca vivir.
Mi existencia transcurre entre mi rabia hostil y la convicción del arraigo que
es como el imperdible que uno se coloca en una camisa cuando se ha perdido un
botón y no se tiene a la mano hilo y aguja. Soy pasional. No tengo tiempo ni
ganas para culpas y golpes de pecho. Prefiero arriesgarme a transitar caminos
desconocidos que quedarme estancada en un pozo de comodidades.
Casi
todo el s.XX, en México privó la diatriba sobre cuánto se le debía a los
pueblos originarios por la matanza y vejamen de los que fueron objeto. El
asunto era tan espeso que el 12 de octubre la conmemoración que ocurría era un
acto casi ceremonial de "aventarle jitomates" a la estatua de Colón
en el Paseo de la Reforma en la imponente Ciudad de México. En 1992, con
ocasión de la feria mundial de Sevilla, ilustres intelectuales
hispanoamericanos se dieron a la tarea de repensar los hechos. De allí surgió
una reconsideración más inteligente en el concepto. Se dejó al fin de hablar
del "descubrimiento de América" para nominar el asunto como lo que
realmente fue: el "encuentro de dos mundos".
El
ejercicio de los intelectuales fue mucho más allá de los sucesos de la
conquista y se sumergieron en los siglos posteriores. Zambullidos en lo hondo y
descartado el fango de los estereotipos, les pareció imprescindible sumar
visiones distintas a las propias de herederos e invitaron a académicos no
hispanoamericanos a integrarse a la notable reflexión. El resultado fue
asombroso. Los que creían ser dueños de la razón al inculpar entendían qué
había conducido a ciertas acciones. Los que habían cargado con pesadas culpas
se percataron que el hombre es él y sus circunstancias, como bien esgrimía
Ortega y Gasset. Concluyeron que no se puede cambiar lo pasado, pero sí
aprender de la historia.
Estoy
en contra de haber bautizado al 12 de octubre como Día de la Resistencia
Indígena. Es una memez, un gesto populista masajeador de las emociones que no
agrega a la compresión y nada aporta al aprendizaje y el progreso.
Maximiliano
y Carlota no pudieron intuir en su infancia que la vida les deparaba la corona
de México. Tras los hechos que los colocaron en tan extraña circunstancia
subyacía la ambición de Napoleón III, su ansia de expandir su imperio con
espacios en la ya emancipada América.
Tres
potencias
Benito
Juárez era un liberal, un ser reposado y profundo. En su carácter de
presidente, había declarado nula la deuda externa. Como cabe imaginar, ello
irritó a las tres potencias acreedoras: Inglaterra, Francia y España. Los tres
países se unieron para firmar el "pacto de Londres", según el cual un
ejército plurinacional convencería a México de cancelar la deuda. España e
Inglaterra habían concertado obtener el control de las lucrativas aduanas
mexicanas para hacerse de su dinero. Napoleón III vio la oportunidad para
crecer. Así, fue Francia la que inicio las actividades bélicas.
Allende
el océano, en Europa, poderosos mexicanos conservadores consideraban que la
vuelta a un sistema monárquico resultaría bueno para México. Se dieron entonces
a la tarea de buscar un príncipe. Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III,
promovió a Maximiliano, archiduque de Austria y hermano del emperador Francisco
José.
Prendado
Maximiliano
era un hombre apacible, bien educado, culto, de pensamiento liberal. Nacido
noble en Schönbrunn el 6 de julio de 1832, para la fecha de su designación para
posta en México contaba 31 años. Marino de carrera, había viajado por toda
Europa y el norte de África. Y había navegado hasta Brasil y quedó prendado del
nuevo mundo. Como embajador en Francia, había adquirido conocimientos en el
arte de la diplomacia. En un viaje a Bruselas, conoció a Carlota, hija de
Leopoldo I y Luisa de Orleáns. Ella tenía apenas 17 años. Eso no lo detuvo para
solicitar su mano.
Para
1857 Maximiliano era gobernador de Lombardo Veneto. Si bien ansiaba reinar,
Carlota lo persuadió de aceptar la corona que se le ofrecía. Maximiliano aceptó
bajo una condición: que la petición fuere expresa y por escrito. A cambio,
renunció a aspirar a la corona de Austria y suscribió el tratado de Miramar con
Napoleón III, en el cual éste se comprometía en proveerle un ejército
apertrechado de unos 20 mil hombres. Maximiliano se obligaba a cancelar la deuda
que México había contraído con Francia y que había sido desconocida. Debía
además cubrir los expendios vinculados a la guerra en los que había incurrido
Francia.
Maximiliano
y Carlota arribaron a México en plena primavera, el 28 de mayo de 1864. Los conservadores
dominaban buena parte del territorio y el interinato estaba a cargo de una
junta regente. De inmediato fue coronado. Designó en posiciones clave en su
gobierno a liberales moderados. Eso le costó caro. La reprimenda de los
jerarcas de la Iglesia y de las cúpulas conservadores no se hizo esperar.
Maximiliano los ignoró y allí comenzó a gestarse un soterrado desavenimiento.
Los problemas no acabaron allí. El intrigante Bazaine, en comando de las tropas
francesas, lo tildó de pésimo manejador de las finanzas públicas. El archiduque
se percató que el comandante nada hacía para aplacar los aires de rebelión.
Conciliar
Maximiliano
pensó sinceramente que Juárez estaba vencido y que lo mejor era conciliar. Pero
Bazaine dictaminó que quienes no se rindieran incondicionalmente serían
aprehendidos y condenados a muerte. Tamaña ofensa imposibilitó las
conversaciones y a Juárez le resultó cuesta arriba concertar la paz. En
diciembre de 1866, un Maximiliano angustiado vio cómo las tropas francesas
embarcaban rumbo a Europa. Quedó solo y el pacto de Miramar se volvió papel
mojado.
Entonces
Juárez recuperó vigor y comenzó a avanzar. Maximiliano quiso renunciar al
trono. Pero Carlota se opuso y viajó a Francia para procurar de Napoleón un
nuevo apoyo. Cuando éste se negó, Carlota quiso obtener la buena pro del Papa
pero, usando subterfugios, los franceses la habían declarado legalmente loca.
Con semejante dictamen, fue enclaustrada en el castillo de Bouchot, sin
contacto alguno con el mundo exterior.
Con
los pocos apoyos que le restaban, Maximiliano organizó un ejército. Pero
Mariano Escobedo mandaba en el norte, Porfirio Díaz estaba sólido en el sur y
Ramón Corona controlaba las zonas del oeste. Maximiliano se fue a Querétaro.
Escobedo sitió la ciudad y lo capturó. Un consejo de guerra lo condenó a muerte
y su vida acabó el 19 de junio de 1867 frente a un pelotón de fusilamiento en
el Cerro de las Campanas. Dos meses más tarde, sus restos fueron llevados a
Austria y enterrados en el panteón de los Capuchinos. Juárez nunca se reunió
con él. Juárez, prominente baluarte de la historia mexicana, fue visto por años
como un fracasado.
La
historia mexicana abunda en culpas y malos entendidos. Los mexicanos han
reflexionado y ahora entienden qué les pasó y por qué les pasó lo que les pasó.
Mucha sangre y sufrimiento les costó entender que la razón nunca está de un
solo lado.
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