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viernes, 12 de junio de 2015

JUAN JOSE MONSANT ARISTIMUÑO, NO COMO VENEZUELA, CASO EL SALVADOR,

Los diarios salvadoreños amanecieron con una noticia de primera plana que no se esperaban. La presentación del primer año de gobierno del presidente Salvador Sánchez Cerén debía ocupar las expectativas nacionales, y así fue. Solo que compartida con una declaración de la primera autoridad del partido de gobierno, el FMLN.

En efecto, Medardo González actual Secretario General del FMLN, declaró a la salida de la Asamblea Nacional: “El socialismo que el partido quiere es distinto al que se practica en Venezuela…” . Interesante esta ruptura, porque nada más lejano al meta sentido del socialismo que el gobierno y el sistema implantado en Venezuela.

     Las palabras de González van más allá del FMLN y El Salvador. Proyectan un cuestionamiento al socialismo como vía para llevar felicidad al ciudadano, al modelo político sustentado en la estatización de los medios de producción, y a la preeminencia del Estado (lo cual implica la del Partido) sobre el ciudadano.

     No está solo el diputado, ya en las décadas de los 50, 60 y 70 el Partido Comunista Italiano dirigido por Enrique Berlinguer cuestionó la rigidez y viabilidad del socialismo científico de la Unión Soviética. La pretensión colonizadora  sobre el resto de los partidos comunistas, el fracaso del estatismo, la supresión de la propiedad privada, la pérdida de libertades individuales y la preeminencia del partido sobre las instituciones republicanas, lo llevó a replantearse los fines de una propuesta política-ideológica.

     Llegó a proponer incluso, un pacto de gobernabilidad con los empresarios para fortalecer la economía nacional y, una alianza con el Partido Demócrata Cristiano de Aldo Moro, para fortalecer las instituciones republicanas y detener las pretensiones golpistas de la extrema derecha. Esos objetivos fueron frustrados a raíz del secuestro y asesinato de Moro por las Brigadas Rojas, y el posterior fallecimiento repentino de Berlinguer durante un mitin.

     En fin, consciente de la realidad no dudó en replantearse los objetivos finales, y su propuesta se reorientó hacia una economía de mercado plural y participativa que garantizare los derechos de todos los ciudadanos, y al fortalecimiento de las instituciones republicanas. Esa percepción fue acompañada por el poderoso Partido Comunista Francés de la mano de Roger Garaudy (quien llegó a proponer un acuerdo con la Iglesia católica).

     También en nuestra región el venezolano Teodoro Petkoff, militante desde su juventud del Partido Comunista, guerrillero en los sesenta, y Pompeyo Márquez uno de sus fundadores, a raíz de la invasión soviética a Checoeslovaquia  en 1968 rompieron con la hegemonía rusa, y las pretensiones cubanas de dirigir directamente la lucha armada en Venezuela (algo que conseguiría décadas después sin necesidad de invadirla).

     Hoy, muchos pensadores han venido planteando nuevas formas de expresiones políticas frente a las rígidas posturas ideológicas, que han venido dominando la escena internacional en el último siglo.

     Esta búsqueda de una sociedad participativa, equilibrada, libre, democrática e institucional es sabia, porque en todo caso el objetivo final de la acción política, es la consecución de una vida digna para cada ciudadano, no la defensa a ultranza de una ideología, doctrina o religión, que son medios y no fines en sí mismos.

     ¿Realmente puede algún salvadoreño, militante o no del Frente, querer para sí, sus hijos y su pueblo una sociedad como la que se instaló en la Venezuela socialista? ¿Realmente merecerían ser marcados en el brazo para saber cuándo y qué comer, medicarse, estudiar o viajar, mientras los jerarcas del poder socialista depositan millonarias sumas en bancos de Andorra, Madrid, Panamá, EE.UU., República Dominicana; dinero que le pertenece y necesita la nación?


     Yo aplaudo una reflexión honesta sobre el fin de la política, los partidos y las ideologías; y debería ser la posición de todos y cada uno de los integrantes de la sociedad activa, en este caso de El Salvador, porque se está definiendo la existencia, continuidad y viabilidad del hombre viviendo en comunidad organizada.
                                                                              
Juan Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant

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lunes, 20 de enero de 2014

CARLOS ALBERTO MONTANER, LAS CATARATAS IDEOLÓGICAS, ELECCIONES, CASO COSTA RICA, CASO EL SALVADOR

Los costarricenses y los salvadoreños acudirán próximamente a las urnas. En ambos casos lo que está en juego no es la administración del gobierno, sino el modelo del Estado. En los dos países existen candidatos antisistema, verdaderos dinamiteros políticos, con algunas posibilidades de triunfar.
Los dos políticos son marxistas, o vecinos de ese viejo y desacreditado disparate, indiferentes a la realidad, convencidos de las virtudes del colectivismo, de la planificación centralizada, y de la superioridad moral y práctica del Estado para dirigir a la sociedad, producir, asignar recursos, y repartir la riqueza, pese a la catastrófica experiencia del “socialismo real”.
Los dos se autodenominan progresistas, aunque admiran a las sociedades que menos progresan en América Latina. Ambos simpatizan con la dictadura cubana y con el chavismo, no obstante la evidencia de que la Isla caribeña es un minucioso desastre desde hace 55 años, mientras Venezuela es el país peor gobernado de América Latina, si lo juzgamos por los niveles de inflación, corrupción, crímenes, desabastecimiento y éxodo constante del capital humano.
Realmente, es sorprendente que los dos personajes no entiendan las ventajas de la democracia liberal, combinada con la existencia de la propiedad privada y el mercado, como fórmula para generar riquezas, fomentar enormes sectores de clases medias, y sacar de la pobreza a los más necesitados. Es como si las convicciones políticas les hubieran creado unas cataratas ideológicas que les impiden examinar la realidad objetivamente.
Es muy sencillo revisar el Índice de Desarrollo Humano que todos los años publica Naciones Unidas, y comprobar que los veinticinco países más prósperos y felices del planeta, aquellos a los que acuden en masa los trabajadores del Tercer Mundo en busca de un mejor destino, son, precisamente, naciones en las que prevalecen las libertades económicas y políticas, aunadas a los principios con que surgieron nuestras repúblicas.
Aunque las consecuencias de las gestiones no sean igualmente positivas, porque en los buenos o malos resultados intervienen muchos factores imponderables, nada que no sea mejorable cambia cuando los que gobiernan son socialdemócratas, liberales, libertarios, conservadores o democristianos, variedades todas de la misma familia de la democracia liberal, como prueba el hecho de que esas formaciones logran forjar alianzas temporales sin dificultades insuperables y son cpaces de rectificar sin violencia los errores cometidos.
Pueden ser repúblicas presidencialistas o monarquías parlamentarias, países diminutos o enormes, pero todos comparten los mismos valores y tienen similares características institucionales: democracia plural, respeto por los derechos humanos, cambio peri[odico de las autoridades mediante elecciones libres, división de poderes, igualdad ante la ley, meritocracia, rendición de cuentas, respeto por la propiedad privada, mercado, competencia, y una suerte de principio de subsidiariedad.
En esas naciones, hoy, tras más de cien años de experiencia, saben que el Estado sólo debe convertirse en agente económico, y siempre con carácter provisional, en los pocos ámbitos en que la sociedad civil no sea capaz de actuar. Casi todos coinciden en que los ciudadanos no deben vivir del Estado, sino al revés: es el Estado el que existe gracias al esfuerzo de los ciudadanos.
Esa fórmula, la democracia liberal, la más exitosa que ha conocido la historia, además, le otorga a la sociedad civil la posibilidad de exigirles a los funcionarios que cumplan con su deber, siempre subordinados a la ley, porque son servidores públicos. Se les paga para que obedezcan a la sociedad de acuerdo con las reglas aprobadas, no para que la manden a su antojo.
Es posible que los dos candidatos ultrarradicales, el tico y el salvadoreño, defiendan sus propuestas políticas afirmando que en sus países ese modelo no ha dado los mismos resultados que en las veinticinco naciones de marras, pero no hay la menor duda de que la culpa no es del modelo, que ha funcionado en todas las latitudes y en todas las culturas, sino de quienes lo han implementado torpe o limitadamente.
Lo que se necesita en América Latina son buenos reformistas democráticos y no malos dinamiteros. Ya sabemos lo que ha sucedido cuando los malos dinamiteros de la izquierda y la derecha han experimentado con el fascismo, el militarismo, el comunismo, las terceras vías, o esa amalgama autoritaria a la que llaman Socialismo del Siglo XXI. Ojalá que ticos y salvadoreños no caigan en ese abismo insondable. Luego es muy doloroso escapar de este miserable agujero.
@CarlosAMontaner

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