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viernes, 11 de noviembre de 2011

YOANI SANCHEZ: CUBA, EL APARTHEID PERSISTE

Reinaldo afirmaba que sí, insistía e insistía. Yo, sin embargo, soy de la generación que de antemano piensa que casi todo está prohibido, que me van a regañar a cada paso e impedir cualquier cosa que se me ocurra. Así que, por esta vez, la discusión matrimonial fue intensa. Él aseguraba que podríamos abordar aquel barco para mirar la bahía de Cienfuegos desde el vaivén de sus olas; a mí la vocecita interior me gritaba que tanto disfrute no podía estar al alcance de los nacionales. Por un par de horas, creí que el optimista de mi marido, al estilo de un Cándido tropical, se saldría con la suya. Fuimos hasta la oficina de la marina cercana al hotel Jagua y allí un funcionario nos vendió un par de tickets para el ansiado paseo. Nunca ocultamos nuestro atropellado acento habanero, ni siquiera intentamos hacernos pasar por extranjeros, pero nadie nos pidió una identificación. Sentíamos que ya un par de asientos a bordo del yate “Flipper” tenían nuestros nombres y el murmullo del escepticismo se iba apagando dentro de mi cabeza.

Llegamos al muelle con media hora de antelación. Los turistas de piel enrojecida comenzaron a subir a la embarcación. Rei y yo alcanzamos una esquina espectacular desde donde sacaríamos fotos de esa bahía tan grande como un mar. El sueño duró apenas cinco minutos. Cuando el capitán nos escuchó hablar preguntó si éramos cubanos. Un rato después, nos informaban que debíamos bajar a tierra “el paseo en barco está prohibido para los nacionales en todas las marinas del país”. Rabia, ira, vergüenza de portar este pasaporte azul que nos hace culpables –por anticipado- ante la ley de nuestra propia nación. Sensación de estafa al comparar el discurso oficial de supuesta apertura con esta realidad de exclusión y estigma. Tuvimos ganas de hacer un escándalo y aferrarnos a la baranda para obligarlos a sacarnos por la fuerza, pero ¿hubiera servido de algo? Mi marido desempolvó su francés y le contó al grupo de europeos lo que estaba ocurriendo. Se miraron extrañados, cuchichearon entre ellos. Ninguno desembarcó –-en solidaridad con los excluidos- de aquel tour por las costas de nuestra Isla; a ninguno le resultó intolerable disfrutar de algo que a los nativos nos está vedado.

El Flipper zarpó, la estela del apartheid fue visible durante unos segundos y después se volvió a camuflar entre las oscuras aguas de la bahía. El rostro del músico Benny Moré –en una pancarta cercana- parecía haber cambiado su risa por una mueca. A un lado de su barbilla estaba escrito el famoso estribillo “Cienfuegos es la ciudad que más me gusta a mi…”. Salimos de aquel lugar. Reinaldo derrotado en su ilusión y yo triste de que mi recelo triunfara. Caminamos por la carretera de Punta Gorda mientras le dábamos forma a una idea: “si el Benny hubiera vivido en los tiempos que corren, también lo habrían bajado -–como a un perro sarnoso- de ese yate”.

Fuente: Generacion Y (Cuba)

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lunes, 7 de abril de 2008

*GERVER TORRES ESCRIBE: “APARTHEID TURÍSTICO”


GERVER TORRES ESCRIBE: “APARTHEID TURÍSTICO”

Los cubanos no hacen turismo interno, no viajan, no se mueven de un lado a otro...

Leí la noticia en voz alta: "se les permitirá a los cubanos alojarse en los hoteles de la isla". ¿Cómo, no fue siempre así?, preguntó mi hijo menor. No, le expliqué: a los cubanos le tienen prohibido alojarse en sus propios hoteles, para evitar que establezcan contacto con los extranjeros que llegan a la isla. Bueno, dice él, ahora querrán ir todos a esos hoteles. Muy difícil, le respondo. El salario promedio de los trabajadores cubanos es de veinte dólares al mes y los hoteles cuestan entre doscientos cincuenta y trescientos cincuenta la noche. O sea, una noche equivale a más de un año completo de salario. Pero, bueno, insiste él, podrán ir a hoteles más baratos, posadas como esas a las que vamos nosotros en Morrocoy. Tampoco, no existen. Los únicos hoteles que existen son los de lujo, pensados para turistas extranjeros.

Están presos
Los cubanos no hacen turismo interno, no viajan, no se mueven de un lado a otro; básicamente, permanecen en un mismo sitio toda su vida. No sólo es que están presos dentro de la isla, de donde no pueden salir; más que eso, están presos en los pueblos y en los vecindarios donde viven. Es una paradoja, pero siendo una de sus principales riquezas, la turística, los habitantes de la isla no la pueden disfrutar.

Bajo control
Les quedará la televisión, volvió a comentar. Lamentablemente, no hay mucho que ver. La televisión está totalmente controlada por el Estado y no muestran, por lo tanto, sino aquello que el Gobierno quiere que vean. Entonces, insiste, se meterán en Internet. Qué va, es prácticamente prohibitivo. Los cubanos son el pueblo latinoamericano con el menor acceso al Internet; apenas lo tiene el 2% de la población, contra el 16% promedio para la región.
Te digo, hijo, que los cubanos han estado sometidos a un apartheid turístico, pero más que eso, a un completo apartheid de la libertad. Por eso hay que celebrar este hecho. Ojalá sea el comienzo de la transición hacia la democracia y la libertad.