No sólo cometen suicidio personas
individuales; también a veces lo hacen instituciones y hasta naciones enteras.
La diferencia entre los individuos y los grupos es que generalmente, en el
segundo caso, sobreviven algunos y les resulta posible contar la historia.
Narrar el proceso que conduce al suicidio del laborismo británico no será tarea
fácil para los que le sobrevivan. En parte porque la reciente elección del
radical de izquierda Jeremy Corbyn como líder del partido fue el producto de
una serie de decisiones tomadas de manera frívola y superficial, de incidentes
en sí mismos improbables, de una mezcla de confusión y falta de atención
momentánea, todo ello en un momento de derrota y desaliento entre la mayoría de
simpatizantes del partido. Es decir, precisamente el tipo de circunstancias que
minorías organizadas y altamente motivadas aprovechan para actuar, sacando
ventaja de sus distraídos y desmoralizados adversarios.
De otro lado, esta historia será difícil de
contar porque en ella intervienen una serie de aspectos irracionales,
insensatos y casuales, que chocan contra nuestra tendencia a creer que los
acontecimientos históricos tienen una direccionalidad clara y responden a
intenciones definidas y ponderadas por parte de los actores que presumen mover
el curso de los sucesos.
Permítaseme hacer acá un poco de historia
personal. Cuando llegué a estudiar por vez primera a Inglaterra en 1971
encontré una sociedad empobrecida, que todavía procuraba ocultar con éxito
variable las heridas de la Segunda Guerra Mundial. La Gran Bretaña era entonces
un país cuasi-socialista, en el que los poderosos sindicatos y el partido
laborista dominaban la lucha ideológica y empujaban a la nación hacia un
implacable destino colectivista. Dejé a Inglaterra en 1976 sumida en severas
turbulencias y enfrentada a un destino incierto.
Al retornar en 1981 a Londres para una
segunda etapa de formación académica y el doctorado, Margaret Thatcher se
hallaba a la cabeza del gobierno y empezaba su 2 titánico combate contra el
socialismo en el plano de la ideología y la práctica política, combate que fue
extraordinariamente exitoso y cambió de manera fundamental el rumbo
contemporáneo de la Gran Bretaña. Dejé de nuevo Inglaterra en 1985, pero esta
vez en pleno proceso de favorables cambios para la libertad y la prosperidad de
la gente, y hoy en día observo con sincera admiración los inmensos logros de
esa notable mujer dotada de aptitudes políticas excepcionales. Margaret
Thatcher hizo una verdadera revolución, pero para construir y no para destruir.
Cabe señalar que luego de su primera derrota
electoral a manos de Thatcher, que ocurrió en 1979, el laborismo británico tuvo
una reacción en cierto sentido similar a la que llevó a Jeremy Corbyn al
liderazgo del partido hace un par de semanas: los laboristas viraron hacia el
radicalismo, realidad que se patentizó con la escogencia en 1980 de Michael
Foot, otro personaje político de izquierda pero menos extremista que Corbyn,
como su líder. Bajo el mando de Foot, no obstante, el partido Laborista sufrió
en 1983 una catastrófica derrota en las urnas electorales, obteniendo el menor
número de votos desde 1918 así como el menor número de curules parlamentarios
desde 1945.
Margaret Thatcher consolidó su posición
dominante y prosiguió una trayectoria cuyos efectos transformaron de manera
inequívoca la política y la economía del país. El impacto de Thatcher obligó
eventualmente al laborismo británico a renovarse y dejar atrás las telarañas
socialistas que lo estaban convirtiendo en una pieza de museo.
El surgimiento de Tony Blair como líder de lo
que se llamó “el nuevo laborismo” (New Labour) puso de manifiesto que Thatcher
no solamente cambió a los conservadores o Tories, sino también al partido
Laborista.
Con Blair al timón, moviéndose hacia el
centro político, aceptando el papel del mercado en la economía y deslastrándose
de cualquier simpatía por los colectivismos del pasado o por un anti-yanquismo
a ultranza, el laborismo alcanzó tres aplastantes victorias electorales en
1997, 2001 y 2005, entre ellas la más masiva de su historia, convirtiéndose
Blair en el Primer Ministro laborista que más tiempo ha permanecido en el
cargo.
No les fue fácil a los Tories (conservadores)
recuperarse de las palizas que les propinó Blair. La permanencia de los Tories
en el poder pareció estar seriamente en peligro en mayo de este año 2015, pero
los resultados electorales desmintieron de modo sorprendente los pronósticos de
todas las encuestas (con una excepción) y 3 David Cameron logró la mayoría.
El error de Ed Milliband, líder laborista en
ese momento, fue intentar otro viraje a la izquierda, a las nacionalizaciones,
los elevados impuestos, el aumento del gasto público y la retórica de “ricos
contra pobres”, que había funcionado a veces en el pasado pero que en la Gran
Bretaña post-Thatcher suena desgastada y carece de futuro. La derrota sufrida
el pasado mes de mayo conmocionó y traumatizó a los laboristas. Ese choque
psicológico, unido al efecto de nuevas reglas para la elección del líder
partidista, reglas que favorecen la intervención de minorías estructuradas y
motivadas –en este caso los grupos más radicalizados de la izquierda— se
conjugaron para llevar al poder a Jeremy Corbyn. Este personaje es un típico
radical de los que yo, por ejemplo – y para volver a la historia personal--
pude conocer y evaluar en las Universidades inglesas en los años setenta y
ochenta. Para resumir: Corbyn es un hombre del pasado en todo sentido, hasta en
la manera de vestirse, de hablar y proyectarse, un verdadero vestigio del
parque jurásico del más agotado y asfixiante marxismo de otra época. Corbyn
retorna al laborismo mucho más allá de los tiempos de Michael Foot. En verdad
Corbyn regresa mentalmente al laborismo al siglo XIX. Su pasión
anti-capitalista, su apego a los clichés colectivistas, su fervoroso odio hacia
los Estados Unidos, sus posturas contra la Monarquía, contra la OTAN, contra el
sistema nuclear “Tridente” de la Gran Bretaña, y sus reiteradas muestras de
simpatía a lo largo de los años hacia los terroristas del Ejército Republicano
Irlandés, Hamas y Hezbolá, entre otros delirios, le colocan nítidamente en la
extrema izquierda dentro de una sociedad que marginaliza los radicalismos
políticos de toda índole.
Como ya dije, me ha tocado vivir en
Inglaterra buen número de años, y creo en alguna medida conocer rasgos
relevantes de este pueblo, de su historia y arraigado modo de ser.
Resalto al respecto tres características:
1) Los ingleses (y en buena medida los
británicos en general) se aferran a sus tradiciones, entienden que su presente
está vinculado a su pasado y ambos nutren su porvenir.
2) Los ingleses son básicamente
conservadores. En el plano político esto significa que han optado siempre, con
la excepción del relativamente breve interludio de la guerra civil y el
Protectorado de Cromwell el siglo XVII, por el cambio gradual, preservando los
pilares esenciales del gobierno parlamentario y la Monarquía constitucional,
sin traumas ni excesivos sobresaltos internos.
3) Para los ingleses y británicos, en su 4
mayoría, la Monarquía es un símbolo positivo de continuidad nacional en medio
de las inevitables vicisitudes del acontecer histórico. Como el resto del país,
la Monarquía ha ido cambiando con los tiempos a través de una perdurabilidad
esencial.
Jeremy Corbyn es un extraño a todo esto, una
especie de excéntrico que resulta al mismo tiempo muy inglés, desde una
perspectiva cultural y estética, y muy poco inglés desde un ángulo político e
ideológico. A mi modo de ver al partido Laborista no le quedará otro remedio,
luego de un plazo prudencial, que sacarle del lugar que ahora ocupa,
posiblemente forzándole a renunciar cuando se presente una coyuntura propicia.
De lo contrario, no me cabe duda que Corbyn consumará de la manera más
desgarradora posible el suicidio de una institución centenaria, comprobando de
esa manera que el laborismo, es decir, la socialdemocracia, pierde espacios en
Europa y el mundo, avasallada por los cambios del capitalismo y la tecnología.
Lo que por los momentos importa dejar claro
es que Corbyn no fue escogido por el “pueblo” sino por un número relativamente
pequeño de ciudadanos, entre los que predominan los militantes comprometidos y
sectores altamente motivados y organizados de la izquierda radical. En segundo
lugar Corbyn encarna el renacimiento de un bien conocido infantilismo político
de izquierda, dedicado a sostener la pureza ideológica como único valor de la
lucha política. Se trata de actitudes que en el fondo esconden cierto
menosprecio hacia los votantes, y que prefieren sacrificar resultados prácticos
antes que admitir cualquier desviación con respecto al intocable dogma
doctrinario.
Así lo
han declarado recientemente algunos de los principales abanderados de la
candidatura de Corbyn, verbalizando sin pudores una tendencia suicida que tiene
felices a los Tories. Y con toda razón, pues a menos que ocurran terremotos
políticos que ahora no pueden vislumbrarse, los conservadores británicos se
encaminan a una larga temporada en el poder.
Anibal
Romero
aromeroarticulos@yahoo.com
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