lunes, 17 de noviembre de 2014

ALFREDO M. CEPERO, LA PERRETA DE OBAMA Y LA TAREA REPUBLICANA.

ALFREDO M. CEPERO
De lo que no me cabe duda alguna es de que esta guerra entre el Congreso republicano y la Casa Blanca demócrata continuará por los dos años que le quedan a Obama en la presidencia.

El pasado 4 de noviembre Barack Obama recibió una soberana pateadura por parte de un pueblo norteamericano que ya no presta atención a su retórica populista porque está cansado de su izquierda vitriólica, de sus mentiras y de su incapacidad para gobernar. Los republicanos ganaron 7 escaños en el Senado, 12 en la Cámara de Representantes y ahora controlan 30 de las 50 gobernaciones del país pero no merecían ganar porque no presentaron una alternativa creíble y viable al desastre que ha sido la presidencia de Obama. Se limitaron a capitalizar los bajos niveles de popularidad del presidente y les salió bien la rudimentaria estrategia.

Los demócratas, por su parte, perdieron y merecieron perder porque les fallaron a los negros, a los hispanos y a los jóvenes, tres bloques de votantes que los favorecieron en las campañas presidenciales de 2008 y 2012. Para mayor desprestigio del Partido Demócrata, su ritornelo de "guerra contra las mujeres" por parte de los republicanos ha perdido credibilidad y fuerza para estimular al voto femenino.

Pero, como tantas veces ha dicho el propio Mesías cuando ha sido favorecido en las urnas, las elecciones tienen consecuencias y los republicanos controlan ahora las dos cámaras del Congreso. Esto constituye dos tercios del poder de aprobar y sancionar leyes según el sabio instrumento creado por Madison, Franklin, Jefferson y los demás redactores de la constitución norteamericana. El pueblo de los Estados Unidos optó por un gobierno dividido y ninguno de los dos bandos podrá gobernar a la brava como lo hicieron los demócratas en los primeros dos años de Obama.

Si los líderes de ambos partidos tuvieran suficiente vergüenza, que han dado pruebas de no tenerla, para cumplir con el mandato de los electores de garantizar la seguridad nacional y mejorar las condiciones de vida del pueblo norteamericano trabajarían juntos. Pero las primeras declaraciones posteriores a las elecciones desde ambas orillas de este río revuelto de la política norteamericana no nos dan motivo alguno para el optimismo.

Por el contrario, el balbuceo de Obama al día siguiente de las elecciones fue al mismo tiempo una renuencia a aceptar con elegancia la derrota y una declaración de guerra. Montó una perreta y se limitó a decir que los republicanos habían tenido "una buena noche" y que "escucharía sus proyectos" pero no ofreció idea alguna sobre sus propios planes. Para calentar aún más la discordia, los amenazó con dictar un decreto legalizando a centenares de miles de inmigrantes ilegales antes de que el nuevo Congreso tomara posesión.

Primero utilizaría su arma favorita del decreto en un reto flagrante al poder constitucional del Congreso de dictar leyes, sobre todo en el tema de inmigración. Después hablaría con sus adversarios republicanos sobre proyectos futuros. Todo esto en boca de un autoproclamado abogado constitucionalista devenido en pendenciero de barrio al estilo de sus mentores políticos de Chicago.

Los republicanos, por otra parte, aunque no fueron tan lejos, no se quedaron atrás. El siempre pausado senador republicano Mitch McConnell, a punto de tomar posesión de Presidente de la Mayoría en el Senado, dijo que si Obama daba el paso de legalizar por decreto a los ilegales estaría contaminando las aguas de cualquier colaboración entre ambos partidos. Y en una metáfora taurina agregó: "Sería como esgrimir un pañuelo rojo frente a un toro bravío".

Por su parte, John Boehner, el republicano que preside la Cámara de Representantes, elevó el nivel de la confrontación. Dijo, y estoy parafraseando, que si el presidente daba ese paso podía olvidarse de que el nuevo Congreso aprobara ley alguna sobre inmigración en los próximos dos años. El hecho es que en esta confrontación entre fanáticos ideológicos los mayores perdedores han sido los inmigrantes. Y si tuvieran sentido común, en vez de militancia ciega y lealtad perruna, con perdón de los perros, les pasarían la cuenta a los intransigentes de ambos partidos.

De lo que no me cabe duda alguna es de que esta guerra entre el Congreso republicano y la Casa Blanca demócrata continuará por los dos años que le quedan a Obama en la presidencia. Que el presidente está provocando a propósito a los republicanos con la esperanza de que éstos traten de someterlo a un juicio político (impeachment). Un Obama convertido en víctima desviaría la atención de los múltiples fracasos de su gestión presidencial. Es el recurso de los fracasados y los desesperados.

Por eso ni McConnell ni Boehner muestran inclinación alguna por este procedimiento y parecen inclinados a retar a Obama con la disciplina de un franco tirador que rehúye las ráfagas y neutraliza a sus enemigos bala por bala. Su arsenal incluye más de 380 leyes aprobadas por la Cámara de Representantes republicana que fueron engavetas por el demócrata Harry Reid en el Senado evitando que llegaran a la Casa Blanca. Ahora, los republicanos se las enviarán una por una para que Obama las apruebe o las vete. Sin Reid se le acabó la inmunidad. El pueblo sabrá ahora quién es el verdadero obstruccionista.

Pero no todo es color de rosa para el partido del elefante. Ahora tienen poder y no pueden seguir reclamando impotencia ante los desafueros jurídicos y los ardides políticos del presidente. Hay numerosas asignaturas pendientes cuya aplicación no puede ser aplazada y muchas de ellas cuentan con el apoyo de muchos demócratas en ambas cámaras. Tiene que parar la invasión demográfica garantizando la seguridad en las fronteras. Los israelíes demostraron que las cercas funcionan con la que construyeron entre Israel y Gaza. Tienen que dar pasos firmes hacia la independencia energética comenzando con la aprobación del oleoducto de Keystone. Basta ya de poner la seguridad de los Estados Unidos en manos de enemigos que financian a terroristas con el dinero del petróleo que le venden a Washington.

Tienen asimismo que promover la creación de empleos bien remunerados, no las miserias de empleos a tiempo parcial de Obama, reduciendo el impuesto sobre repatriación de utilidades, y hasta dando un período de gracia, a compañías norteamericanas con operaciones en ultramar. Tienen que encaminarse sin dilación ni descanso hacia la hasta ahora elusiva meta de una Enmienda sobre Presupuesto Balanceado. Cuando Obama salga de la Casa Blanca dejará atrás una deuda nacional superior a los 20 MILLONES DE MILLONES (trillones en inglés) de dólares. Sería indigno e inmoral no tratar de aliviar esa carga a nuestros hijos y nietos.

Y tan importante como los puntos anteriores es la restauración de los Estados Unidos como primera potencia del mundo. Una potencia que disfrute de la confianza de sus aliados y sea temida por sus adversarios. Para ello es importante reponer los fondos que le fueron retirados al Pentágono y emplazar de nuevo proyectiles con cargas nucleares en Europa apuntando a la cabeza de facinerosos como Vladimir Putin. El respeto, como la libertad, no se mendiga sino se conquista con el poderío militar y, de ser necesario, el uso de la fuerza. Como se demostró con Gadafi y con Hussein, la fuerza es el único lenguaje que entienden los rufianes.

En conclusión, con las victorias electorales vienen las responsabilidades políticas. En los próximos dos años los republicanos tienen la responsabilidad de demostrar con hechos, no con retóricas ideológicas, que son capaces de adelantar fórmulas y planes de gobierno que beneficien al pueblo norteamericano. Si no lo hacen , corren el alto riesgo de perder escaños en el Congreso en el 2016 y, peor aún, extender una alfombra roja a Hillary Clinton para que gane la Casa Blanca y termine de implantar la agenda populista de su socio Barack Obama con el Obamacare como buque bandera.

Alfredo Cepero
alfredocepero@bellsouth.net
@AlfredoCepero

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