Yo solía seguir con
atencion los acontecimientos del Medio Oriente, en particular el conflicto
palestino-israelí, pero de un tiempo a esta parte les perdí un poco el hilo.
¿Qué sentido tiene conocer los pormenores de algo que se repite año tras año,
década tras década, con variaciones infinitas en las que, sin embargo, lo
esencial no cambia? La única novedad posible, la guerra abierta, aparte de
aterradora es, si se mira bien, también repetición de guerras anteriores.
Hay pueblos que dejan atrás los conflictos
del pasado, a los cuales identifican con la pobreza, la violencia y el círculo
vicioso del atraso, y hay pueblos que quieren revivir el pasado a como dé
lugar: Israel es en este aspecto un país en extremo arcaico, para nada
diferente de los acérrimos regímenes islamistas del vecindario. En medio de un
desarrollo económico impresionante y de una creatividad empresarial, artística
y científica indiscutibles, este país es al mismo tiempo rehén impotente de sectas
cada vez más fanáticas que basan sus decisiones en lo que dicen unos libros
escritos hace 3.000 años por los albaceas de un dios enfurecido que odiaba a
todo lo que no se le pareciera.
Estos relatos bíblicos, que contienen a lo
sumo un barniz de historia, giran alrededor de leyendas inverosímiles. Si se
entendieran como lo que son, realismo mágico de otros tiempos, literatura,
serían bellos y emocionantes, pero como guía política para gobernar un país
conducen directo al desastre. Los que sí son reales son los cohetes primitivos
que salen de Gaza y la que es todavía más real es la lluvia de misiles de
última generación que lanza Israel y que impacta múltiples blancos en esa misma
franja de tierra diminuta y martirizada. Allí, entre otras, es casi imposible
no afectar a los civiles con un bombardeo, dado el dramático hacinamiento de la
población.
Sí, Hamás predomina en el lugar y es también
un movimiento extremista y lleno de odio. Lo que poco se discute es por qué. La
respuesta es sencilla: porque a medida que los palestinos nacionalistas de la
OLP fueron humillados y aplastados por Israel, la gente se refugió en el
fanatismo religioso y no saldrá de él si no les ofrecen una alternativa digna.
¿Y qué posibilidades hay de que el Estado judío ofrezca algo semejante?
Ninguna. Las mayorías negras en Suráfrica por lo menos sabían que un día el
apartheid se desplomaría; Israel, en cambio, tiene un esqueleto de acero y sus
minorías sectarias van en ascenso y copan cada vez más la vida del país.
El contexto general del Medio Oriente no
permite la menor esperanza. El islamismo, subdividido en sus dos vertientes
principales, la sunita y la chiita, alrededor de las cuales revolotean otras,
ya no es gobernado por moderados, ni siquiera es mantenido a raya por dictadores
medianamente estables. Ahora predominan las alas radicales que amenazan con
despedazar aquellos adefesios poscoloniales que alguna vez se llamaron Siria e
Irak. Están, además, el nacionalismo kurdo, las minorías cristianas asediadas y
las potencias cuyo principal interés es el petróleo que abunda en el subsuelo
de la región como una suerte de maldición de los dioses para que fuera todavía
más ingobernable.
¿Y Barack Obama? En este tema, el presidente
del país más poderoso del mundo parece un abogado despistado e indolente. No
tiene un plan ni ganas de forjarlo e implementarlo.
En síntesis, lo que nos espera en el antiguo
Levante es el eterno retorno del horror.
Andrés Hoyos
@andrewholes
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